
Lectura bíblica: Gn. 1:2; Dt. 32:11; Is. 31:5; Mt. 3:16b; Jn. 1:32; Sal. 45:7 Heb. 1:9; Is. 61:1; Zac. 4:6, 11, 14; Éx. 30:25-26; 1 Jn. 2:20, 27; 2 Co. 1:21; Ez. 1:4a; 37:9a; Jn. 3:8; Hch. 2:2; Ez. 37:9b-10, 14a; Jn. 20:22; Éx. 14:20, 24; 40:34-38a; Nm. 10:34; 1 Co. 10:2; Ez. 1:4b; Éx. 40:38b; Ez. 1:4c; Hch. 2:3-4; Ez. 1:4d; Gn. 2:5; Dt. 11:14; Jl. 2:23, 28-29; Os. 6:3; Zac. 10:1; Hch. 2:16-18; Éx. 17:6; Jn. 4:10, 14; 7:38-39; Ap. 22:1, 17b; 21:6b; Gn. 2:10-14; Sal. 36:8; 46:4; Ez. 47:1, 5, 7-9, 12; Éx. 25:37; Zac. 4:2, 10b; Ap. 1:4c; 4:5b; 5:6
En este mensaje deseamos ver algo más de la aplicación de los catorce símbolos del Espíritu mencionados en el mensaje anterior. En el capítulo tres vimos que los catorce símbolos podían clasificarse en siete pares: el Espíritu como el ave que se movía y como la paloma; el aceite (de olivas) y el ungüento de la unción; el viento y el aliento; la nube y el fuego; la luz y la lluvia; el agua viva y el río de agua de vida; las siete lámparas del candelero y los siete ojos del Cordero.
El primer par lo forman el ave que se movía sobre las aguas (Gn. 1:2) y la paloma (Mt. 3:16). Debemos considerar por qué el primer símbolo del Espíritu presentado tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo es un ave. Ésta es la manera de estudiar la Palabra santa; sin dar por sentado ningún detalle. El siguiente par está formado por el aceite y el ungüento de la unción. Vemos que el buen samaritano, al cuidar del moribundo, derramó aceite y vino en sus heridas (Lc. 10:34). Esto indica que el aceite sirve para calmar el dolor y sanar las heridas. Dios mismo, quien es Espíritu, nos trae alivio y sanidad todo el tiempo.
El tercer par es el viento y el aliento, y el cuarto par, la nube y el fuego. En la nube había fuego; y tal vez esto nos parezca extraño, pero en realidad es muy común. Con frecuencia, se producen relámpagos en las nubes, y cuando hay relámpagos, hay fuego en las nubes, y cuando hay fuego, también hay luz, la cual es otro símbolo del Espíritu. En la oscuridad de la noche, los relámpagos despiden luz. El Espíritu como luz es presentado junto con el Espíritu como lluvia. En días de lluvia vemos nubes, relámpagos (fuego), la luz y la lluvia. La nube, el fuego, la luz, y la lluvia simbolizan al Espíritu. Por último, la lluvia nos provee de agua y el agua forma un río; lo cual nos lleva al siguiente par de símbolos del Espíritu, que son el agua viva y el río de agua de vida. Un río es un fluir de agua en abundancia.
El último par de símbolos del Espíritu son las siete lámparas del candelero y los siete ojos del Cordero. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo comienzan y concluyen hablando del Espíritu. Ambos Testamentos comienzan mencionando al Espíritu como un pájaro y concluyen con el Espíritu como las siete lámparas del candelero, como los sietes ojos y como el agua. En Zacarías el Espíritu está simbolizado por las siete lámparas del candelero como los siete ojos de Jehová (4:2, 10) y también por la lluvia (10:1). En el último libro del Nuevo Testamento, Apocalipsis, vemos que el Espíritu está simbolizado por las siete lámparas del candelero (1:4c; 4:5b), los siete ojos del Cordero (5:6) y el río de agua de vida (22:1).
Hemos indicado que el Espíritu como aceite (He. 1:9) sirve para aliviar el dolor y sanar las heridas, pero el Espíritu como ungüento tiene como finalidad ungir (Éx. 30:25-26; 1 Jn. 2:20; 2 Co. 1:21). En los Evangelios vemos que el Señor sanó a un ciego de una manera particular. La Palabra nos dice que el Señor Jesús “escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y ungió con el lodo los ojos del ciego” (Jn. 9:6); el Señor ungió los ojos del ciego con cierta clase de ungüento. El ungüento siempre está compuesto con más de un elemento y es usado para ungir. El Espíritu del Señor es el Espíritu de la unción, o sea, el ungüento de la unción. Todo ungüento se compone de varios ingredientes o elementos. En la eternidad pasada Dios poseía un solo elemento, sin embargo, un día Él inició un proceso mediante el cual fue hecho un compuesto. Primero, Dios y el hombre formaron un compuesto, la humanidad se añadió a la divinidad; esto comenzó a suceder cuando Dios mismo estuvo en el vientre de una virgen donde permaneció por nueve meses. La divinidad y la humanidad formaron un compuesto. Dios nació como un hombre y este hombre era un hombre compuesto. Jesús era un compuesto de Dios y hombre.
Jesús, el único Dios-hombre, anduvo en esta tierra por treinta y tres años y medio, y después entró en la muerte. Él también fue hecho un compuesto con esta muerte. Una prenda teñida tendrá como su componente el tinte con el cual fue teñida. Si la prenda era blanca y el tinte azul, dicha prenda se volverá azul. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, podemos decir que Su muerte era un tinte que fue agregado para formar el compuesto. Así pues, Dios mismo fue hecho un compuesto tanto con la humanidad como con Su muerte. Después de tres días, Él salió de la muerte y otro componente, el elemento de la resurrección, fue agregado a este compuesto. Cuarenta días después, ascendió al tercer cielo, y este elemento de ascensión también llegó a ser otro componente del compuesto. Por tanto, podemos decir que nuestro Dios hoy es un compuesto de cinco elementos: Dios, hombre, muerte, resurrección y ascensión. Hoy nuestro Dios es el propio Espíritu compuesto, quien es la consumación del Dios Triuno procesado. Ahora, nuestro Dios es el mejor de los compuestos. Él es “el ungüento”. Dios mismo es el aceite al cual se le agregaron cuatro clases de “especias” con las que se formó el compuesto, éstas son: el hombre, la muerte, la resurrección y la ascensión. Este ungüento compuesto tiene como objetivo ungirnos.
Ungir significa pintar. Cuando se pinta algo, los elementos de la pintura son agregados a la cosa pintada. Si se pinta una mesa de color verde, obviamente la mesa será verde. En el proceso de ser pintada, es posible que la mesa reciba varias capas de pintura. Todos nosotros, al igual que las mesas, estamos siendo pintados con el Dios Triuno procesado. Si bien somos pintados con el Dios Triuno procesado como pintura, ¿cuántas capas hemos recibido? Debemos abrir nuestro ser al Señor para recibir continuamente Su pintura divina, Su unción. El Nuevo Testamento nos afirma que hemos recibido la unción, lo cual indica que hemos recibido la pintura divina. Esta unción, esta pintura, todavía está siendo aplicada a nuestro ser interior.
Cristo como Espíritu es la pintura divina. Dios nos pinta consigo mismo como el Espíritu. Algunas personas tiene un concepto pentecostal, de que tienen que orar y ayunar durante tres días para poder recibir el Espíritu. Sin embargo, conforme a nuestra experiencia, recibimos el Espíritu al ser pintados con el Espíritu. Hoy el Espíritu consumado de Dios como la consumación del Dios Triuno procesado es aplicado a nosotros todo el tiempo.
Como ya hemos visto, los ingredientes que constituyen este Espíritu compuesto de Dios son: Dios, el hombre, la muerte, la resurrección y la ascensión. Gálatas 2:20 nos dice que hemos sido crucificados con Cristo; sin embargo, seguimos siendo fuertes en nuestra manera de ser y en nuestro carácter. Esto indica que en nuestra experiencia de Cristo, todavía nos falta más de la muerte de Cristo. ¿Cómo experimentamos esta muerte? Dijimos que esta muerte maravillosa es uno de los ingredientes que componen el Espíritu compuesto. Para recibir tal ingrediente, necesitamos más pintura. Por un lado, Dios usa a las personas que nos rodean y a nuestras circunstancias para pintarnos. Por otro lado, el Señor mismo nos pinta directamente. Él es el gran pintor que nos pinta consigo mismo como la pintura. Necesitamos orar a Dios, tener contacto con Él. Asimismo, tenemos que acercarnos a Dios y estar con Él a fin de tener comunión con Él. Cuanto más tiempo estemos con Él, más seremos pintados por Él.
En la pintura divina, o sea, en el Espíritu compuesto, se encuentra el ingrediente de la muerte de Cristo. Cuanto más contacto tengamos con Él, más Su muerte entrará en nosotros y más nos dará muerte. El Espíritu compuesto es como una bebida todo-inclusiva que contiene toda clase de ingredientes. Si oramos habitualmente, la muerte de Cristo, como uno de los ingredientes del Espíritu compuesto, llegará a ser una medicina espiritual.
En 1 Juan 2 dice que hemos recibido la unción (vs. 20, 27) y que esta unción es el mover que realiza el Espíritu compuesto como el ungüento de la unción. En esta unción se hallan los ingredientes de la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su muerte todo-inclusiva, Su resurrección que nos hace germinar y Su ascensión trascendente. Estos ingredientes nos transformarán. Necesitamos permanecer en el disfrute de la unción del Espíritu compuesto.
Nosotros los cristianos también debemos experimentar el Espíritu como el viento (Jn. 3:8; Hch. 2:2). Este viento nos trae al Espíritu como aliento (Jn. 20:22). El Espíritu como aliento nos refresca y nos hace nuevos interiormente. Además, este viento también nos trae al Espíritu como la nube (Éx. 14:20, 24; 1 Co. 10:2). En términos espirituales, el Espíritu como nube equivale a la presencia de Dios. Dios está simbolizado por la nube. Cuando el tabernáculo fue erigido, la nube lo cubrió (Éx. 40:34-38a). Esa nube que cubrió, protegió y guió el tabernáculo era Dios mismo. El viento espiritual nos trae la presencia de Dios. Si tenemos la nube, tendremos la presencia de Dios con nosotros. Podríamos afirmar que la nube es la presencia del Señor en forma condensada. Dentro de la nube había un fuego que ardía y alumbraba. Siempre que disfrutemos al Espíritu como nube, también tendremos al Espíritu como el fuego que nos quema y nos ilumina (Ez. 1:4c; Hch. 2:3-4).
El Espíritu también es la luz que emite el fuego (Ez. 1:4d) y la lluvia espiritual (Os 6:3). Recibimos esta lluvia mediante el Espíritu como viento, como aliento, como nube, como fuego y como luz. En el Día de Pentecostés el derramamiento del Espíritu Santo fue el Espíritu como lluvia (Hch. 2:16-18). Génesis 2:5 nos dice que en esos tiempos aún no había lluvia sobre la tierra, porque no había hombre para que la labrara. Sin embargo, una vez que el hombre hubo labrado la tierra, vino la lluvia. Así pues, cuando laboremos en el Señor, vendrá el Espíritu como el viento; entonces, el viento nos traerá el aliento; y el aliento nos traerá la nube; la nube nos traerá el fuego; el fuego nos traerá la luz; y finalmente la luz nos traerá la lluvia.
El Espíritu también es simbolizado por el agua viva (Éx. 17:6; Jn. 4:10, 14; 7:38-39). El Espíritu como la lluvia produce el agua viva. El agua viva llega a ser el río de agua de vida. En Ezequiel 47 se nos presenta un cuadro del Espíritu como el río de agua de vida. La profundidad del río comienza en los tobillos, y después las aguas ascienden a las rodillas y después se levantan hasta llegar a los lomos. Finalmente, llega a ser un río en el que se puede nadar, un río que no se puede pasar (vs. 3-5).
En la Biblia hay una línea acerca del Espíritu como río. En Génesis 2:10-14 se nos cuenta que del Edén salía un río para regar el huerto y que este río se convertía en cuatro brazos que corrían a las cuatro direcciones de la tierra. Luego, Salmos 36:8 nos dice que el Señor nos dará de beber del torrente de Sus delicias, y en Salmos 46:4 vemos que hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios. Después en Juan 7, el Señor Jesús nos dijo que aquellos que creyesen en Él, de su interior correrán ríos de agua viva (vs. 38-39). Tal como en Génesis 2, un solo río se repartía en otros cuatro ríos, así también del río de agua de vida en nosotros correrán muchos ríos. Finalmente, en Apocalipsis, vemos la consumación de este río (22:1). Éste es el río que fluye del trono de Dios para regar toda la Nueva Jerusalén, para suministrar a todo el cuerpo del pueblo escogido y redimido de Dios. Este río es el Espíritu consumado, y el Espíritu consumado es el Dios consumado. El río es el fluir del Dios Triuno procesado y consumado a fin de ser nuestra bebida y nuestro deleite.
En 1 Corintios 12:13 se nos dice que en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo y que a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Así pues, el Espíritu como el río de agua de vida es para beber. Por un lado, el Dios consumado es el Espíritu derramado para nuestro bautismo. Por otro, este mismo Espíritu consumado es el río del cual podemos beber.
Los símbolos del Espíritu son ilustraciones que nos muestran cómo nuestro Dios, después de ser procesado y consumado, llega a ser nuestro disfrute. La Biblia hace uso de toda clase de símbolos para describir y mostrar de qué manera Dios llega a ser tan disfrutable y disponible para nosotros después que pasó por todos Sus procesos. Él se hizo como un ave que se cierne sobre nosotros para el mover de Dios. Él ha llegado a ser el aceite que nos alivia y nos sana. Él se ha hecho el ungüento para ungirnos. Él se hizo el viento, el aliento, la nube, el fuego, la luz, la lluvia, el agua y el río a fin de que lo podamos disfrutar. Todos estos símbolos del Espíritu nos muestran a nuestro Dios, a quien podemos disfrutar.
El Espíritu también está simbolizado por las siete lámparas del candelero, las cuales son los siete Espíritus delante del trono de Dios (Éx. 25:37; Zac. 4:2, 10b; Ap. 1:4c; 4:5b), y por los siete ojos del Cordero, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra (5:6). Al igual que una lámpara de siete niveles de intensidad, el Espíritu de Dios ha sido intensificado siete veces. Yo he visto lámparas que tienen tres niveles de intensidad, pero jamás he visto una de siete. Hoy el Espíritu de Dios es como una lámpara de luz con siete niveles de intensidad. Nuestra lámpara espiritual está siete veces intensificada. Esta lámpara siete veces intensificada tiene como objetivo iluminar, alumbrar y escudriñar. Así pues, el Espíritu consumado es las siete lámparas del candelero para alumbrar, iluminar y escudriñar nuestro ser. Además, estas siete lámparas son también los siete ojos de nuestro Redentor, el Cordero. La función de los ojos consiste en observar, escudriñar e infundir. El Cordero nos redimió con un propósito y para llevar a cabo este propósito, Él requiere de siete ojos para observarnos, escudriñarnos e infundirnos con todo lo que Él es. Estos siete ojos son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra a fin de llevar a cabo el propósito de Dios, la economía de Dios.
Tenemos que disfrutar a nuestro Dios Triuno procesado como el Espíritu consumado en todos estos aspectos que hemos mencionado. Es indispensable que estudiemos todos estos aspectos del Espíritu y debemos experimentar y estar constituidos del Espíritu en todos estos aspectos.