
Lectura bíblica: Hch. 1:5; 8:15-19; 10:44, 47; 11:15-16; 19:2, 6; 2:4a; 4:8, 31; 9:17c; 13:9; 6:3, 5a; 7:55; 11:24; 13:52
En los mensajes anteriores, hemos abordado las funciones del Espíritu en el Antiguo Testamento y en los cuatro Evangelios. Las funciones del Espíritu consisten en lo que el Espíritu hizo, lo que el Espíritu hace y lo que el Espíritu hará. En este mensaje deseamos ver las funciones del Espíritu en el libro de Hechos.
Hechos 1:2 dice con respecto al Señor Jesús: “Hasta el día en que fue llevado arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido”. El Señor dio los mandamientos a los apóstoles por medio del Espíritu Santo, quien es la realidad de la resurrección del Señor. De hecho, el Espíritu es la resurrección. Cuando el Señor en Su resurrección dio los mandamientos a Sus discípulos, quiere decir que Él estaba haciendo algo en el Espíritu; en realidad, en ese momento como el Cristo resucitado era el Espíritu. El Cristo resucitado es el Cristo pneumático. Debido a que es pnéuma es pneumático. Así pues, el Cristo pneumático es el pnéuma, y el pnéuma es el Espíritu como el aliento. El Espíritu como el aliento puede ser inhalado por nosotros.
Siempre que el Señor habla, ése es Su aliento. Juan 3:24 muestra que Cristo, como Aquel que es ilimitado, nos habla las palabras de Dios y nos da el Espíritu sin medida. Hablar la palabra de Dios se relaciona con darnos el Espíritu. El Señor nos da el Espíritu al hablarnos. Las palabras de Dios que Cristo nos habla es Su aliento, y Su aliento es el Espíritu. El Espíritu como aliento es el propio Cristo pneumático.
Sin el aliento del Espíritu, nuestras reuniones carecerían de contenido. Este aliento implica el hablar de la palabra de Dios. Ministramos el Espíritu a otros por medio de hablar la palabra de Dios. Si nuestro hablar es correcto y apropiado, entonces formará parte del hablar de Cristo. Este hablar del Espíritu es el soplo que procede del Espíritu. Después de oír tal hablar, seremos vivificados y estaremos llenos de gozo. El hablar apropiado de la santa Palabra es semejante a un soplo que libera el Espíritu para impartirlo a los oyentes.
El Espíritu también cumple la función de bautizar a los creyentes (Hch. 1:5; 8:15-19; 10:44, 47; 11:15-16; 19:2, 6). Cuando decimos esto, no queremos decir que el Espíritu Santo es el que bautiza, sino que el Espíritu Santo es para bautizar. Es como si dijéramos que la gasolina sirve para conducir un automóvil. Lo que quiere decir, que la gasolina es el medio y el poder mediante los cuales el automóvil puede ser conducido; por tanto, la gasolina sirve para que conducir un automóvil. El Espíritu Santo es el medio por el cual el Señor Jesús, la Cabeza, nos bautiza a todos en un solo Cuerpo. Debido a que el Espíritu es el medio por el cual el Señor Jesús bautiza a los creyentes, podemos decir que dicho Espíritu cumple la función de bautizar.
En Hechos 1:8 el Señor les dijo a los apóstoles: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. El Espíritu Santo cumple la función de dar a los apóstoles el poder de Dios. De hecho, este poder, “el poder desde lo alto” (Lc. 24:49), es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo también tiene la función de ser nuestro poder.
El libro de Hechos muestra que el Espíritu cumple una función en el profetizar (1:16; 2:17-18; 4:25; 11:28; 19:6b; 21:11; 28:25). Si bien la Biblia nos dice que el Espíritu habla, es difícil encontrar un versículo que nos diga expresamente que el Espíritu profetiza. Esto se debe a que el profetizar implica el principio de encarnación. Conforme a este principio, Dios no obra por Sí mismo, sino que obra juntamente con el hombre, mediante el hombre y en el hombre. Según el principio de encarnación, Dios no puede profetizar sin el hombre. Si Dios hablara por Sí mismo o si nosotros habláramos por nosotros mismos, eso no sería profetizar. Profetizar es hablar con el Espíritu, en el Espíritu y mediante el Espíritu. No podemos profetizar sin el Espíritu, y el Espíritu no puede profetizar sin nosotros. El profetizar se lleva a cabo absolutamente en el principio de encarnación.
El Espíritu también cumple la función de llenar al hombre exteriormente (2:4a; 4:8, 31; 9:17c; 13:9). Cuando una persona es bautizada en agua, externamente el agua llena todo su ser. Beber agua hace que seamos llenos interiormente, mientras que ser bautizados en agua hace que seamos llenos exteriormente. La palabra griega pleróo se usa al referirse a ser llenos interiormente para vida, mientras que plétho se usa al referirse a ser llenos o revestidos exteriormente de poder y autoridad para llevar a cabo la obra. En Hechos 2:4 dice que en el Día de Pentecostés los discípulos fueron llenos exteriormente del Espíritu. El viento que llenó la casa donde estaban sentados, la llenó interiormente (v. 2), mientras que los discípulos fueron llenos exteriormente del Espíritu. Si bien el baptisterio se llena interiormente de agua, los que son bautizados son llenos exteriormente de agua. Para el baptisterio es un asunto interior; en cambio, para los que son bautizados es exterior.
En el libro de Hechos, el Espíritu dio el hablar en lenguas (2:4b; 19:6b). Hay tres diferentes categorías de hablar en lenguas. La primera es el hablar en lenguas genuino por medio del Espíritu Santo a través de un creyente. La segunda es el hablar en lenguas de un pagano por medio de un espíritu diabólico. El hablar en lenguas en la época de la antigua dinastía Han en China, era un fenómeno entre los gentiles. En África el hablar en lenguas ha sido practicado por los sacerdotes y sacerdotisas paganos en su adoración de ídolos. Ésta es la razón por la que Pablo advierte con respecto al discernimiento de espíritus (1 Co. 12:10; 1 Ti. 4:1). Tenemos que discernir el Espíritu que es de Dios de aquellos que no son de Dios (1 Jn. 4:1-3). La tercera clase de hablar en lenguas es aquella fabricada por el hombre. La gran mayoría del llamado “hablar en lenguas” practicado por los que están involucrados en el movimiento pentecostal es una fabricación humana. Sin embargo, los que hablaron en lenguas el Día de Pentecostés hablaron dialectos verdaderos (Hch. 2:4, 6, 8). Si bien los discípulos eran galileos (v. 7), ellos hablaron en los diferentes dialectos extranjeros, los dialectos de aquellos que vinieron de distintas partes del mundo. Ésta es una prueba contundente de que hablar en lenguas debe ser una lengua que se entiende, y no solamente voces o sonidos proferidos con la lengua.
En 1 Corintios 14 Pablo enfáticamente desdeñó el don de las lenguas y exaltó el don de la profecía debido a que su interés principal era la iglesia, y no los creyentes en términos individuales. Hablar en lenguas, aun cuando sea genuino y apropiado, solamente edifica al que lo habla, mientras que profetizar edifica la iglesia. Ya hemos visto que cuando hablamos la palabra de Dios, el Espíritu es impartido a nuestro ser. La manera más segura para ministrar al Espíritu es hablar la palabra de Dios.
Joel profetizó con respecto al Espíritu que sería derramado sobre toda carne (2:28-29), y dicha profecía se cumplió en el Día de Pentecostés y en la casa de Cornelio (Hch. 2:17-18, 33; 10:45b). El cumplimiento de esta profecía en Joel es el bautismo en el Espíritu. Es decir, el derramamiento del Espíritu que Joel profetizó en el Antiguo Testamento es el bautismo en el Espíritu mencionado en el Nuevo Testamento, el cual fue efectuado por Cristo, la Cabeza, al poner a todos Sus miembros en un solo Cuerpo. Así pues, el Espíritu fue derramado y los creyentes de Cristo fueron bautizados en el Espíritu.
Tenemos que experimentar el bautismo en el Espíritu que ha sido cumplido en el Cuerpo. En el curso de mi ministerio, he tenido numerosas experiencias milagrosas del derramamiento del Espíritu. Es posible que en nuestro bautismo del Espíritu experimentemos eventos milagrosos, sin embargo, no debemos ir en busca de tales eventos. De otra manera, podemos ser engañados. No obstante, si ellos son necesarios, Dios los hará. Por tanto, no debiéramos ir en busca de estas cosas. Debemos buscar a Cristo mismo en la santa Palabra que Él nos ha dado. Esto es seguro.
El Espíritu cumple la función de ser un regalo para los creyentes (Hch. 2:38; 10:45b; 15:8). No solamente resulta difícil, sino también fatigoso el tener que permanecer con alguien todo el tiempo; sin embargo, el Espíritu cumple la función de estar siempre con nosotros. Este Espíritu que está con nosotros es un regalo, una dádiva, que se nos ha dado. Es decir, el Espíritu es un regalo que Dios nos ha dado para que esté con nosotros. Este Espíritu que Dios nos ha dado es un regalo viviente que tiene la capacidad de estar con nosotros de manera viviente todo el tiempo. Independientemente del lugar y de nuestra circunstancia, nosotros, los creyentes, tenemos el constante sentir de que una persona está con nosotros. Esta persona es el Espíritu como don dado a nosotros. Su presencia tiende a acentuarse especialmente cuando nos encontramos en situaciones difíciles. Cuando atravesamos circunstancias adversas o cuando nos sentimos solos por estar alejados de nuestros familiares, tenemos un sentir profundo de que alguien está con nosotros. Esta persona es el Espíritu como un gran don que nos ha sido dado.
El Espíritu como Dios vive junto con la iglesia (5:3-4, 9). En Hechos 5 Ananías y Safira ambos le mintieron a Pedro y a la iglesia, pero Pedro les dijo que ellos le mintieron al Espíritu Santo. Pedro también les dijo que ellos no mintieron a los hombres sino a Dios. Mentir al Espíritu es mentir a Dios, lo que significa que el Espíritu, quien es Dios mismo, está con la iglesia. Es decir, el Espíritu que se halla con nosotros es la presencia de Dios. En el Antiguo Testamento la presencia de Dios estaba con Israel en forma de nube. La nube era la presencia de Dios y tipifica al Espíritu, que es la presencia de Dios. Cuando el Espíritu está con nosotros, Dios está con nosotros. El Espíritu es la presencia de Dios.
El Espíritu testifica juntamente con los apóstoles. En Hechos 5:32 el apóstol dijo: “Nosotros somos testigos de estas cosas, y también lo es el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”. Cuando los apóstoles testificaban, daban testimonio de algo, el Espíritu también lo hacía junto con ellos. El Espíritu atestiguaba juntamente con ellos. Ésta era una de las funciones del Espíritu.
El Espíritu cumple la función de llenarnos interiormente (6:3, 5a; 7:55; 11:24; 13:52). Debemos experimentar continua e incesantemente el llenar interior del Espíritu. Cuando nos sentimos vacíos, esto quiere decir que nos falta el llenar del Espíritu. Algo está mal dentro de nosotros y nos está usurpando. Entonces confesaremos nuestros pecados, perversiones, deficiencias y errores al Señor, a fin de que experimentemos ser llenos interiormente del Espíritu.
El Espíritu también cumple la función de hablar. Hechos 6:10 nos dice acerca de Esteban: “No podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba”. Cuando Esteban habló, él habló con el Espíritu. La función más eficaz y común que tiene el Espíritu es la de hablar. El Espíritu nos habla todo el tiempo.
El Espíritu también tiene la función de luchar (7:51), lo cual indica que luchamos con el Espíritu y lo ofendemos. Por eso, el Espíritu contiende con nosotros. Existe una lucha entre nosotros y el Espíritu.
El Espíritu es también un Espíritu que dirige (8:29; 10:19; 11:12a; 21:4). Él nos dice lo que tenemos que hacer así como también nos dirige.
Una vez que Felipe cumplió la labor de predicar, el Espíritu vino y lo arrebató (8:39a). Hay ocasiones que después de haber llevado a cabo algo por el Señor, nos gustaría disfrutar el resultado que produjo nuestra labor. Por ejemplo, Felipe realizó una maravillosa obra de predicación, y quizás le hubiera gustado disfrutar del fruto de su trabajo. Sin embargo, el Espíritu vino y lo arrebató.
El Espíritu también cumple la función de consolar. Hechos 9:31 dice que la iglesia avanzaba en el “consuelo del Espíritu Santo”. En medio de su sufrimiento, la iglesia avanzaba con el consuelo del Espíritu Santo y disfrutaba del Espíritu como Consolador. El Espíritu como Consolador se hace cargo de nuestro caso, de nuestros asuntos personales.
Vimos que el Espíritu cumple la función de ungir (10:38a). Ungir es “pintar”. Con cada capa de pintura que aplicamos sobre cierto objeto, más y más del elemento de la pintura misma es agregado al objeto pintado. El Espíritu Santo nos unge, nos pinta, con el elemento divino como pintura. A medida que somos ungidos, más y más obtenemos a Dios. Además, tal unción también nos enseña todas las cosas (1 Jn. 2:27). En virtud de la unción del Espíritu compuesto todo-inclusivo, conocemos al Padre, al Hijo y al Espíritu, y los disfrutamos como nuestra vida y suministro de vida.
En Hechos 13 el Espíritu Santo envió a Bernabé y a Saulo (vs. 2, 4). En el versículo 3 dice que Bernabé y Saulo fueron enviados por los otros tres hermanos. Sin embargo, en el versículo 4 dice que fueron enviados por el Espíritu. Esto prueba que los tres hermanos eran uno con el Espíritu en el mover del Señor, y que el Espíritu honró el envío de ellos como si fuera Suyo.
Hechos 15 nos dice que el Espíritu tomó decisiones juntamente con los apóstoles y los ancianos con toda la iglesia (vs. 22a, 28). Los apóstoles y los ancianos se reunían para tomar decisiones con respecto al problema de la circuncisión. No obstante, no tomaron la decisión por sí mismos, sino que ellos la tomaron juntamente con el Espíritu.
En Hechos 16:6 el Espíritu Santo prohibió a Pablo y a sus colaboradores hablar la palabra en Asia. Es posible que ellos intentaron tomar cierta dirección que no era muy santa. Por tanto, fueron prohibidos por el Espíritu Santo. Prohibir es parte del guiar del Espíritu Santo.
Hechos 16:7 dice que cuando Pablo y sus colaboradores intentaron entrar en Bitinia, “el Espíritu de Jesús no se lo permitió”. El hecho de que el Espíritu Santo le prohibiera a Pablo ir a la izquierda, a Asia, y que el Espíritu de Jesús no le permitiera ir a la derecha, a Bitinia, indica que el Espíritu había dispuesto una dirección recta para él y para sus colaboradores. Por tanto, fueron directamente a Macedonia pasando por Misia y Troas (v. 8). El Espíritu Santo les prohibió y el Espíritu de Jesús no se los permitió. En el Espíritu de Jesús no solamente se halla el elemento divino de Dios, sino también el elemento humano de Jesús junto con los elementos que componen Su vivir humano y el padecimiento de Su muerte. Tal Espíritu todo-inclusivo le era necesario al apóstol para ejercer su ministerio, un ministerio de sufrimientos entre los seres humanos y para beneficio de ellos en la vida humana.
El Espíritu cumple la función de dar testimonio. En Hechos 20:23 el Espíritu Santo le dio solemne testimonio a Pablo de que le esperaban prisiones y aflicciones. El testimonio del Espíritu Santo era sólo una profecía, una predicción, no un mandamiento. Por tanto, Pablo no lo tomó como una orden sino como una advertencia.
Una función de suma importancia que desempeña el Espíritu es la de designar a los que vigilan, a los ancianos, en todas las iglesias. A primera vista, el apóstol era quien los designaba. En realidad, en Hechos 20:28 Pablo dijo que era el Espíritu Santo quien los designó. Es decir, Pablo designó a los ancianos en virtud del Espíritu, con el Espíritu y por medio del Espíritu. Lo que hizo Pablo al designar ancianos era en realidad el Espíritu quien los designaba. Hoy en día siempre que designamos ancianos, es necesario que confiemos en el Señor y haciéndolo junto con el Espíritu y conforme a la dirección del Espíritu.