
Este libro es una traducción de mensajes dados por el hermano Witness Lee. El primer mensaje fue dado en Anaheim, California en Julio de 1977. El resto de los mensajes fueron dados en Cleveland, Ohio en agosto y septiembre de 1977.
En el libro de Hechos no se presenta un movimiento, tal como se ve en estos ejemplos. Únicamente vemos el mover viviente de la persona viva de Jesús, y esta persona viva es el Espíritu Santo. Cuando Bernabé y Pablo confrontaron a un hechicero, un falso profeta, se nos dice que Pablo fue lleno del Espíritu Santo y tomó la iniciativa al hablar (13:9-10). Hechos 13:2 menciona primero a Bernabé y luego a Pablo. Sin embargo, fue Pablo quien tomó la iniciativa de hablar. Bernabé y Pablo no sostuvieron una conferencia entre sí, en la cual Bernabé dijera: “Pablo, tú estudiaste a los pies de Gamaliel y eres más instruido que yo. Ahora que estamos juntos en esta misión, decidamos que de ahora en adelante tú hablarás y yo seré tu ayudante”. En lugar de encontrar un relato semejante, simplemente se nos dice que en cierta ocasión Pablo fue lleno del Espíritu, y espontáneamente tomó la iniciativa de hablar. No hubo ninguna discusión ni decisión humana, sino el mover de una persona viva, el Espíritu Santo. Si hubiésemos sido Bernabé o Pablo, habríamos discutido sobre quién debía hablar. Pero el que hablaba era aquel que estaba lleno del Espíritu Santo. Si usted tiene el Espíritu, puede hablar. Pero si no lo tiene, debe guardar silencio.
La única conferencia que vemos en el libro de Hechos se narra en el capítulo 15. Los apóstoles y ancianos se reunieron para resolver cierto problema. Hechos 15:28 dice: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros”. Siempre que celebremos una conferencia, debemos tener la certeza de que lo que hemos decidido es la decisión del Espíritu. Deberíamos poder decir: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros”. Yo leí la Biblia por muchos años y nunca presté atención a este versículo. La decisión que se tomó en el capítulo 15 no la tomaron solamente los apóstoles y ancianos con toda la iglesia; dicha decisión la tomó el Espíritu Santo, y luego los apóstoles y ancianos siguieron al Espíritu al tomar dicha decisión. Por lo tanto, fue una decisión tomada por el Espíritu y los apóstoles y ancianos.
Debemos aprender de la experiencia de los apóstoles y ancianos descrita en Hechos 15 y jamás tomar decisiones por nosotros mismos. Además, no debiéramos hacer sugerencias a otros ni darles instrucciones. Ninguno de nosotros está calificado para hacer esto. Durante la época en la cual fue escrito el libro de Hechos, Pedro, Pablo y los demás apóstoles no eran aptos en sí mismos para tomar decisiones o dar instrucciones. Entonces, ¿qué podemos decir de nosotros mismos? Tenemos que honrar al Señor. Nosotros no somos el Señor ni somos el Amo, ni tampoco somos el Señor de la mies. Únicamente el Señor Jesús es el Señor de la mies. Él es el Amo, y nosotros debemos honrarle como tal no tomando decisiones por nosotros mismos. Supongamos que yo soy su esclavo y usted es mi amo, y que sin consultarle a usted yo tomo ciertas decisiones y luego le doy instrucciones a otros, tomando decisiones por ellos también. Esto sería un gran insulto para usted. Usted es el amo; pero ¿quién soy yo para tomar tales decisiones? No obstante, todos nosotros hemos transgredido al respecto en el pasado, pues hemos tomado muchísimas decisiones. Algunas de estas decisiones las tomaron algunos individuos, y otras, grupos de personas. En ciertos casos hubo algunos que hasta tomaron decisiones por otros. Pero ¿dónde está el Señor en todo esto? Cuando tomamos decisiones de este modo, pareciera que el Señor no está en medio nuestro. Pareciera que no tenemos al Espíritu y que únicamente dependemos de nosotros mismos. Nosotros tomamos decisiones y damos instrucciones. En lugar de hacer esto, debemos orar, ayunar y esperar en el Señor. Debemos honrarlo. Él es nuestro Amo y nosotros somos Sus esclavos. Debemos decirle: “Señor, Tú eres mi Amo. Yo no estoy calificado ni tengo la posición o autoridad requeridas para tomar decisiones ni para dar órdenes a otros. Señor, espero en Ti. Quiero conocer Tu voluntad y Tu corazón. Señor, deseo saber lo que quieres que yo haga y lo que quieres que hagan mis colaboradores. Señor, te pido que me digas qué quieres que hagan las iglesias”. Todos debemos tener esta actitud; de lo contrario, ofendemos al Señor y, a la postre, Él nos abandonará.
Ésta es exactamente la situación del cristianismo actual, y es por ello que el cristianismo ha perdido la presencia del Señor. Muchos de los que están en el cristianismo se han hecho a sí mismos el Señor de la mies, los señores de la obra. Ellos contratan a algunos, despiden a otros, dan órdenes y toman decisiones. Asimismo, forman juntas misioneras, celebran conferencias y toman decisiones con respecto adónde se debe enviar a los obreros. Es imprescindible que nosotros no repitamos la trágica historia del cristianismo.
Aunque el Señor ha puesto en nosotros la carga de ir a los recintos universitarios, no debiéramos hacer de esto un movimiento. Toda decisión que usted tome por su cuenta por otros es un insulto para el Espíritu. Si usted ha hecho esto, tiene que arrepentirse y, de ser necesario, pedir perdón a los demás por haberles dado instrucciones respecto a lo que debían hacer. Ninguno de nosotros debiera decirle a nadie adónde ir. ¡Esto es un gran insulto para el Señor! ¿Quién es usted para hacer tal cosa? ¿Quién lo autorizó para hacer sugerencias a otros? En vez de esto, usted tiene que ayudar a los demás a contactar al Señor. Hermanos y hermanas más jóvenes, ustedes tienen que orar. Es cierto que hemos recibido la carga y la dirección de parte del Señor para laborar en los recintos universitarios. Sin embargo, los jóvenes tienen que presentarle este asunto al Señor, orar y consagrarse nuevamente al Señor, diciendo: “Señor, deseo ir adelante contigo. Señor, ¿adónde quieres que vaya?”. Todos deben orar hasta ver claramente cómo el Señor les guía. No deben esperar a que otros les digan adónde deben ir. Eso es propio de una organización, una religión. Cada uno de nosotros, desde los líderes hasta los más pequeños entre nosotros, debe acercarse a la presencia del Señor para tener contacto con Él. Ciertamente el mover del Señor está en los recintos universitarios, pero es posible que en Su soberanía Él no le permita a usted ir allí. Es posible que dirija a centenares a ir allí, y le diga a usted que permanezca donde está. Esto será una prueba de que lo que sucede entre nosotros no es un movimiento, sino que responde por completo a la dirección del Señor.
Todos debemos entrar en la presencia del Señor y orar por un tiempo considerable. Por muchos años, he estado aprendiendo esta lección y poniéndola en práctica. No estamos participando en ninguna clase de movimiento. Todo tiene que ser llevado a la presencia del Señor. Yo no puedo acudir al Señor por usted; usted mismo tiene que acudir al Señor. Todos debemos aprender la lección de que nadie puede acudir al Señor por otra persona. Esto es lo que sucede cuando hay jerarquía, donde existe el clero y el laicado. Si yo puedo acudir al Señor, usted también puede acudir al Señor. Incluso la persona más nueva entre nosotros, la persona que acaba de ser salva, debe acudir al Señor. Finalmente, todos podremos decir: “Voy a tal lugar porque le consulté al Señor, y Él me guió a ir allá”. Usted nunca debiera ir a ningún lugar porque cierto hermano lo haya animado a hacerlo. Nunca debemos decirle a nadie adónde ir. Al contrario, cada uno debe tener la certeza de que el Señor es quien lo está guiando. De no ser así, estaremos en un movimiento, y lo que hagamos no tendrá ningún valor espiritual. No debemos esperar ver todo con claridad en un solo día. Es posible que aun después de diez días no tengamos todo tan claro. Muchas veces yo no sabía cuál era la dirección del Señor ni siquiera después de cien días. Sin embargo, todos los días oraba y decía: “Señor, ten misericordia de mí”. Finalmente, un día obtuve claridad y supe cómo el Señor me estaba guiando. Siempre que he actuado conforme a la dirección del Señor, nunca he tenido nada de que lamentarme.
La economía neotestamentaria de Dios está estrechamente relacionada con el Espíritu. Hechos 16:6 dice que el Espíritu les prohibió a Pablo y a los que estaban con él “hablar la palabra en Asia”. Cuando ellos intentaron entrar en Bitinia, el Espíritu de Jesús no se los permitió (v. 7). Sin embargo, Pablo y sus compañeros no sostuvieron una conferencia para discutir la situación. En vez de ello, mientras Pablo esperaba en el Señor, le fue dada una visión durante la noche. Hechos 16:9 dice: “Se le mostró a Pablo una visión durante la noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Pablo y sus compañeros concluyeron que el Señor los estaba llamando a predicar el evangelio a los macedonios (v. 10). Incluso después de haber visto esta visión, es posible que Pablo se hubiera preguntado si el Señor los estaba guiando o no a Macedonia. Esto nos muestra que los apóstoles se conducían y laboraban, no conforme a sus propias decisiones, sino únicamente conforme a la dirección del Señor. Sin embargo, la trágica situación del cristianismo actual es que son muchos los que no cuentan con la presencia del Señor ni les importa recibir Su dirección. En la práctica, ellos se exaltan a sí mismos como si fueran el Señor.
Es imprescindible que no repitamos la trágica historia del cristianismo. No debemos insultar al Señor ni ofenderlo al no atender a la dirección que Él nos da. No estamos de acuerdo con ninguna decisión tomada por hombres. Todos en el recobro del Señor tienen que acudir directamente al Señor y orar. Si alguno me pregunta adónde ir, yo le responderé con una sola palabra: ore. Ore hasta que obtenga claridad y sólo entonces vaya. No me pregunte, ni a mí ni a nadie, qué debe hacer. Ninguno de nosotros es el Señor. Únicamente Jesucristo es el Señor. Yo no puedo hablar en lugar del Señor y decirle adónde ir. Ustedes tienen que consultarle a Él, diciendo: “Señor, ¿adónde debo ir?”. Si ustedes no reciben dirección de parte del Señor, no acudan a otros para que les digan lo que deben hacer.
No debemos decir a modo de lema: “Estoy siguiendo el fluir”. El verdadero fluir es el Señor mismo. ¡Cuán errado es iniciar un movimiento! Eso es un insulto al Señor. Esto es una ofensa para Él. Jamás debiera existir un movimiento en el recobro del Señor. Nunca usen la palabra fluir para disfrazar un movimiento. Cuando algunos de ustedes hablan del fluir, en realidad están hablando de un movimiento. Crear un movimiento y luego animar a otros a seguirlo es un terrible error. Una vez más, les digo que tienen que acudir directamente al Señor y orar con respecto a cualquier paso que den en el recobro del Señor. Anhelo poder ver que después de varios meses de oración, espontáneamente, y sin necesidad de sostener discusiones o conferencias, haya un buen número de santos que reciban la carga de ir a la ciudad de Phoenix, y haya otros que vayan a otros lugares. Si los ángeles les preguntan por qué han venido, entonces ustedes podrán contestar: “Ángeles, ¿no saben ustedes que el Señor me envió aquí?”. Ustedes tendrán autoridad. En cambio, si les dicen que cierto hermano los envió, ello no tendrá ningún valor para ellos; no tendrá ningún peso espiritual. Lo que un hombre diga con respecto adónde usted debe ir no significa nada. Usted debe tener la certeza de que el Señor es quien le envía. No debe decir tampoco: “Vine aquí porque estaba siguiendo el fluir”. Tal vez después de un año se arrepienta de haber seguido ese supuesto fluir, porque nunca tuvo la certeza de que provenía del Señor. Debe decir: “Estoy aquí porque el Señor me envió. Él me pidió que viniera a este lugar y aquí quería que estuviera”. Todos debemos tener tal claridad con respecto a la dirección del Señor. Ninguno de nosotros debe dar instrucciones a los demás ni tomar decisiones por ellos.
Ahora es el momento para que nosotros experimentemos un giro genuino delante del Señor. Ustedes tienen que decir: “Señor, no queremos ofenderte ni insultarte. Queremos honrarte esperando en Ti por Tu dirección”. En esto consiste el recobro del Señor, no debemos repetir la triste historia del cristianismo. No reciban órdenes de nadie ni den órdenes a nadie. Acudan al Señor y oren. Ésta es la manera apropiada de proceder.
Supongamos que los hermanos que asumen el liderazgo, después de mucha oración, reciben una verdadera carga respecto a cierto asunto. Lo que deben hacer en ese caso es comunicar este sentir a los santos y pedirles que oren. Finalmente, los santos recibirán una dirección personal de parte del Señor, y luego podrán actuar conforme a ello. De este modo, nadie será individualista ni rebelde. Es por eso que tenemos el Cuerpo. Por una parte, tenemos al Espíritu y, por otra, tenemos el Cuerpo. El Espíritu y el Cuerpo nos equilibran. Usted debe cerciorarse si la dirección que ha recibido del Señor coincide con el sentir del Cuerpo. Debemos ser equilibrados.
Al oír hablar acerca de ser equilibrados por el Cuerpo, tal vez algunos piensen que el resultado de este equilibrio sería el mismo que si los que asumen el liderazgo tomaran la decisión y se les dijeran adónde ir. Es posible que externamente los resultados sean los mismos; pero la naturaleza intrínseca de dicha decisión será absolutamente diferente. Supongamos que yo soy una persona que está en el liderazgo y tomo decisiones por otros. Después de tomar las decisiones, les digo a los demás a qué lugar deben mudarse. Esto es un insulto para el Señor. Si yo hiciera esto, no sería necesario que los demás oraran. En vez de ello, ellos simplemente actuarían basados en mi palabra. Hacer esto es usurpar la posición que le corresponde al Señor y hacer de mí mismo el Señor. Éste es el más grave de los insultos delante del Señor. En vez de hacer esto, yo debería decir: “Hermanos, de parte del Señor siento la carga de compartirles que posiblemente algunos de ustedes tendrán que mudarse a cierta ciudad. Les pido que oren cabalmente al respecto”. Con el tiempo, es posible que algunos reciban la carga de parte del Señor y la dirección de ir a ese lugar. Otros, en cambio, tal vez sientan la carga de mudarse a otro lugar. Sin embargo, después que usted haya recibido una carga de parte del Señor, debe discernir el sentir del Cuerpo. Así pues, tenemos que preocuparnos por estos dos aspectos: el aspecto del Espíritu y el aspecto del Cuerpo.
Tal vez usted se pregunte dónde se encuentra el Cuerpo en la práctica. El Cuerpo se halla en la comunión, y esta comunión se encuentra en la unidad. No es una comunión parcializada ni una comunión relacionada con una división o una opinión. No; es la comunión del Cuerpo. La comunión le sigue a la oración. Una vez que usted haya orado y tenido comunión, verá claramente cómo el Señor lo guía.
Algunos dirán: “El resultado es exactamente el mismo que si no hubiera habido oración ni comunión. Es lo mismo que si alguien me hubiera dado la orden de ir a cierto lugar. Si es así, ¿para qué entonces orar y tener comunión?”. Debemos orar y tener comunión para honrar al Señor. Si no oramos ni tenemos una comunión apropiada con otros, ofenderemos al Señor y usurparemos Su posición. Además, si usted se muda a cierto lugar sin orar y sin tener comunión, será sacudido cuando vengan las pruebas, las aflicciones y las persecuciones. Tal vez diga: “El hermano fulano nos envió acá. Quizás él se equivocó. No debemos seguir a un hombre”. Pero si usted ora y tiene comunión, honrará al Señor y también tendrá la certeza de que es Él quien lo guía. Después que se haya mudado a cierto lugar, usted tendrá la certeza de que el Señor lo envió allí, y nunca se arrepentirá de haberse mudado, por difíciles que sean las circunstancias. Tendrá tanta certeza de que estar allí es la voluntad del Señor y la dirección que Él le dio, que estará dispuesto a morir allá. No sólo tendrá la certeza, sino que además será fortalecido y revestido de autoridad. Podrá decir: “Fuera aflicción y fuera persecución. Fui enviado aquí por el Señor del cielo y de la tierra”. Puesto que el Señor lo envió y no el hombre, tendrá autoridad para orar. Espero que todos puedan ver la diferencia entre ser enviados por el Señor y ser enviados por el hombre.
En el Cuerpo tanto los jóvenes, como los hermanos de edad mediana y los más ancianos, todos ellos, son uno. Cualquier disensión que haya entre los jóvenes y los hermanos de más edad es absolutamente errada, es ajena al Cuerpo. Es cierto que los santos jóvenes que sienten la carga por las universidades necesitan tener la libertad de tener sus propias reuniones, y que los de más edad no deben entrometerse ni darles sugerencias. Sin embargo, aun así necesitamos tener comunión. Los hermanos de más edad necesitan de la comunión de los hermanos más jóvenes, y los hermanos más jóvenes necesitan aún más de la comunión de los hermanos de más edad. Debemos mantener siempre una atmósfera placentera y un buen espíritu. En Los Ángeles tal vez haya tres salones de reunión, pero debe percibirse un solo espíritu placentero y una unidad muy dulce. Los jóvenes deben ser fieles yendo a las universidades por causa del testimonio del Señor, y los hermanos mayores, sin estorbar a los jóvenes, deben orar por ellos, apoyarlos, sostenerlos y fortalecerlos. Asimismo, los jóvenes deben respetar a los mayores y buscar su ayuda, sus oraciones y su consejo sabio. Si hacemos esto, la situación entre nosotros será muy placentera.
El Cuerpo es uno solo. Por muchos salones de reunión que una iglesia local pueda tener, ella sigue siendo una sola iglesia en esa localidad. La iglesia en Taipéi, por ejemplo, tiene al menos diecisiete salones de reunión. Contando únicamente a los hermanos que están cursando el último año de universidad o se han graduado recientemente, el número de jóvenes que sirven es de más de mil. Estos mil servidores están repartidos en los diecisiete salones de reunión. Sin embargo, todos ellos son uno. Hace dos años, por la misericordia del Señor, muchos de los hermanos más ancianos, quienes tenían el cargo de ancianos, diáconos y diaconisas, se retiraron de su servicio por causa del propósito del Señor. Aproximadamente ochocientos de estos hermanos mayores, muchos de los cuales habían estado en la iglesia desde principios de 1948, se retiraron para permitir que los jóvenes ocuparan su lugar en el servicio. Después de un año y medio, los jóvenes empezaron a asumir el servicio. Ellos eran absolutamente uno con los hermanos más ancianos. Respetaban a los hermanos de más edad, y los hermanos de más edad los amaban, oraban por ellos, los respaldaban y los apoyaban. Todos ellos eran uno. ¡Cuán agradable es la atmósfera de la iglesia en Taipéi! ¡Cuán maravilloso es este testimonio para toda la tierra!
Jóvenes, nosotros no somos un movimiento ni estamos aquí simplemente para realizar algún tipo de obra universitaria. Estamos aquí únicamente por causa del recobro del Señor. Si ustedes me ofrecieran todo el mundo, yo les diría: “No lo quiero. Lo único que quiero es el recobro del Señor”. Es absolutamente errado atentar contra el recobro causando daño a la unidad. No estamos a favor de ningún movimiento ni de ninguna obra; estamos aquí por causa del recobro del Señor, el cual se basa en la unidad. Si perdemos nuestra unidad, no seremos más el recobro. En vez de ello, vendremos a ser parte del cristianismo actual. Lo que más nos distingue a nosotros del cristianismo es la unidad única. Nosotros valoramos esta unidad. Nunca debemos permitir que la obra en las universidades afecte esta unidad. Es terriblemente grave causarle daño al recobro del Señor rompiendo esta unidad.
La unidad a la cual nos referimos es la unidad universal del Cuerpo. No practicamos la unidad simplemente entre nosotros, sino con todos los demás creyentes. Amamos a todos los creyentes en Cristo, incluyendo a aquellos que están en la Iglesia Católica y en todas las denominaciones y grupos libres. Aunque amamos a todos los cristianos, no nos interesa participar en sus divisiones. Si ellos quieren o no ser uno con nosotros en la unidad única, eso depende de ellos. Pero aunque no deseen esto, los seguimos amando. No debemos hacer nada que cause división; al contrario, debemos sacrificar cualquier cosa y todas las cosas a fin de guardar la unidad única. Jamás debemos tolerar nada que pueda causar una separación o división. No nos interesan los números; lo que nos interesa es la unidad. No queremos tener un gran número de personas, y al mismo tiempo estar llenos de divisiones. Es mejor ser sólo quinientos hermanos que continuamente guardan la unidad.
Sin duda alguna los jóvenes necesitan ir a los recintos universitarios por causa del propósito del Señor. Pero esto no debe ser un movimiento, y de ningún modo debe causar división entre nosotros. Le pedimos al Señor que nos conceda la gracia que necesitamos para esto. Estamos dispuestos a abandonar cualquier cosa que cause división o que incluso dé la más leve impresión de división. No nos interesa ninguna obra, ningún movimiento, ni tampoco el aumento numérico. Lo único que nos interesa es la unidad única del Cuerpo. Aunque el número pueda ser pequeño, estamos en la realidad de esta unidad. Sin embargo, si perdemos la unidad, perderemos la realidad del recobro del Señor.
En las iglesias y con respecto a los santos, debemos preocuparnos por dos elementos: el Espíritu y el Cuerpo. Debemos preguntarnos: “¿Proviene esto del Espíritu?”, y “¿es esto beneficioso para el Cuerpo o es algo que causa división?”. Debemos tener la certeza de que lo que hacemos es hecho en el Espíritu y debemos prestar atención a la unidad. No queremos convertirnos en un movimiento que no muestra la menor preocupación por el Espíritu, ni tampoco queremos repetir la historia del cristianismo, una historia de división y confusión, en la que no hay la menor preocupación por la unidad única. Pedimos al Señor que nos conceda Su misericordia y Su gracia para que siempre prestemos atención al Espíritu y al Cuerpo. El Cuerpo se expresa de manera práctica en la unidad única. No sólo queremos guardar esta unidad en nuestra localidad, sino también en toda la tierra. Debemos evitar cualquier cosa que pueda causar división entre los santos o entre las iglesias. Repito nuevamente que sólo nos interesa el recobro del Señor, y el recobro del Señor depende absolutamente del Espíritu y de la unidad única. Quiera el Señor concedernos Su misericordia y Su gracia para que seamos guardados en Su recobro. De lo contrario, repetiremos la triste historia del cristianismo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que no repitamos esta historia. Todos debemos orar seriamente por el recobro del Señor, y pedirle de todo corazón que seamos guardados en el Espíritu y en la unidad única. Estar en el Espíritu y en la unidad única del Cuerpo equivale a ser guardados en el recobro del Señor.