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Mensajes del libro «Espíritu y el cuerpo, El»
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CAPÍTULO DOS

CUATRO ASPECTOS DEL ESPÍRITU

  En este mensaje veremos varios versículos cruciales acerca del Espíritu y nuestra experiencia del Espíritu. Todos estos versículos son más profundos y significativos de lo que llegamos a ver en el pasado.

  En Juan 4 la mujer samaritana trajo el asunto de la adoración a Dios, diciendo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). En Su respuesta, el Señor Jesús le dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (v. 24). Si usted es una persona religiosa, adorará a Dios postrándose y diciendo: “Oh Dios”. Sin embargo, según Juan 4:24, debemos adorar a Dios en espíritu y con veracidad. En nuestra adoración a Dios no hay ningún objeto visible. Puesto que Dios es Espíritu, Él es invisible. Este Espíritu es como el aliento o el aire. De hecho, la palabra griega traducida “Espíritu” es la misma palabra que en otros pasajes se traduce “aire” o “aliento”. En el pasado cuando adorábamos a Dios según nuestros conceptos, adorábamos a un Dios que era sumamente grande y poderoso o a un Dios que estaba en los cielos. Debemos abandonar todos nuestros conceptos religiosos y adorar en espíritu. De hecho, el capítulo 4 de Juan no tiene que ver con la adoración a Dios, sino con el hecho de beber el agua viva. El Señor Jesús fue al encuentro de la mujer samaritana con la intención de darle de beber. Ése es el tema de este pasaje de la Palabra. Sin embargo, debido a la pregunta religiosa que le planteó esta mujer samaritana, quien era una persona inmoral y a la vez religiosa, el Señor Jesús le habló acerca de adorar en espíritu. La mujer samaritana descubrió que Dios era diferente del concepto que ella tenía de Él, pues comprendió que Dios es Espíritu, y que también es una bebida que calma nuestra sed.

ADORAR A DIOS BEBIÉNDOLO E INHALÁNDOLO

  Según Juan 4, nosotros podemos beber al mismo Dios a quien adoramos. La debida adoración a Dios no consiste en inclinarnos ante Él, sino en beberle como el agua viva e inhalarlo como el aire vivo. Dios es una bebida viviente, la única bebida en el universo que puede saciar nuestra sed. Si usted se arrodilla delante de esta bebida y dice: “Oh Dios, te adoro y me inclino delante de Ti”, Él le dirá: “Hijo mío, no seas necio; no quiero que te inclines delante de Mí ni me adores de esa manera religiosa. Estoy aquí para que me bebas. Debes beber de Mí. Cuanto más me bebas, más me adorarás”. ¿Alguna vez se les ocurrió que la verdadera adoración a Dios consiste en beber de Dios? Cuanto más usted beba de Dios, más lo adorará.

  Debemos unir los versículos 14 y 24 de Juan 4. El versículo 14, el cual nos habla de beber del agua viva, es la interpretación del versículo 24. Beber del agua viva es adorar a Dios el Espíritu. Sin embargo, miles de cristianos adoran a Dios sin beberle. Aunque le adoran una y otra vez, nunca le han bebido. Cuando decimos que Dios es Espíritu, no queremos decir que Él es simplemente el objeto de nuestra adoración. No, cuando el Señor Jesús dijo que Dios es Espíritu, quería darnos a entender que debemos beberle. En otras palabras, debemos recibirlo a Él en nuestro ser, no sólo bebiéndolo como el agua, sino también inhalándolo como el aire viviente. Dios es nuestro aliento, y nosotros debemos inhalarlo. Por consiguiente, beber de Él e inhalarlo es rendirle la verdadera adoración. ¿Adoró usted hoy a Dios bebiéndolo e inhalándolo? En Juan 20:22 el propio Espíritu, quien es Dios, es comparado con el aire, el aliento, el pnéuma, y en el capítulo 4 el Espíritu es comparado con el agua viva. Así que el aire es el agua viva, y el agua viva es el aire. Hoy en día adoramos a nuestro Dios al inhalarlo y al beber de Él. Ésta es la manera apropiada de adorar a Dios.

  ¡Cuánto necesitamos a Dios como nuestro aire y como nuestra agua! Nada es más esencial para nuestra vida física que el agua y el aire. Aunque podemos vivir por muchos días sin comer, sólo podemos durar unos cuantos días sin beber y apenas unos cuantos minutos sin respirar. El aire y el agua son esenciales para nuestra existencia. Como el Espíritu, nuestro Dios es tanto el aire como el agua. Necesitamos inhalarlo como el aire y beber de Él como el agua. Necesitamos experimentar de manera profunda el inhalar y el beber. Esta manera de inhalar y de beber es nuestra adoración. Dios es Espíritu, y nosotros debemos adorarlo a Él inhalándolo y bebiéndolo. Esto no es una simple doctrina, pues una doctrina no puede saciar nuestra sed ni refrescarnos. Sin embargo, este Espíritu nos refresca, sacia nuestra sed y nos satisface. ¡Aleluya, Dios es Espíritu para que podamos disfrutarle!

FUIMOS PUESTOS EN EL LUGAR CORRECTO PARA BEBER

  En 1 Corintios 12:13 dice: “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Debido a que todos fuimos bautizados en un solo Cuerpo, todos fuimos puestos en el lugar correcto para beber de un mismo Espíritu. No muchos cristianos entienden cabalmente que fuimos puestos en el lugar correcto para beber del Espíritu. Todos fuimos puestos junto a la fuente viviente y eterna para beber del único Espíritu. Por lo tanto, somos un pueblo que bebe.

SER CONDUCIDOS DE REGRESO A LA PRÁCTICA DE BEBER DE ÉL

  Aunque es posible que estén familiarizados con estos versículos, mi carga es que ustedes diariamente, y hora tras hora, tengan la experiencia de beber del Señor. El recobro del Señor consiste en llevarnos de regreso a la práctica de beber de Dios. Cada día y durante todo el día debemos beber de Dios. Dios, quien es Espíritu, es nuestra bebida. No debemos adorarlo de una manera religiosa, sino beber de Él de una manera viva. La adoración genuina que podemos rendirle a Dios es que le bebamos. Cuanto más le bebamos, más adoración recibirá Él de parte de nosotros. Cada vez que nos reunamos, debemos decir: “¡Bebamos!”. Dios es Espíritu para que nosotros le podamos beber.

FUIMOS BAUTIZADOS EN EL NOMBRE DEL DIOS TRIUNO

  Mateo 28:19 dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Este versículo no está hablando de un ritual; más bien, nos habla de bautizar a los creyentes en un nombre, el cual es el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu. Un nombre siempre denota a una persona. Por ejemplo, si yo llamo a un hermano por su nombre, la persona misma responde. Por lo tanto, ser bautizados en el nombre significa ser bautizados en la persona, dado que el nombre es la persona. Según este versículo, la persona en quien fuimos bautizados es la persona del Dios Triuno. El nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo es el nombre del Dios Triuno. No es simplemente el nombre del Padre o del Hijo o del Espíritu Santo, sino el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu.

  No hay lenguaje humano que pueda describir adecuadamente al Dios Triuno de manera cabal. El Padre denota la fuente, el Hijo denota el cauce y el Espíritu denota el fluir. El fluir está dentro del cauce, y el cauce está con la fuente. Estos tres, la fuente, el cauce y el fluir, son una sola realidad. La fuente está en el cauce, y el cauce es el fluir, el Espíritu. El Padre está en el Hijo, y el Hijo es el Espíritu. Por lo tanto, tenemos la fuente, el cauce y el fluir de la realidad. Bautizar a los creyentes en el nombre del Dios Triuno es bautizarlos en la persona de la fuente divina, el cauce divino y el fluir divino. En otras palabras, bautizar a los creyentes en el nombre del Dios Triuno equivale a ponerlos en el fluir del Dios Triuno.

  Antes de que alguien crea en el Señor, él no tiene nada que ver con el Dios Triuno, es decir, no tiene nada que ver con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Sin embargo, una vez que alguien cree en el Señor, debemos ejercitar nuestra fe para introducir a dicha persona en la realidad del Dios Triuno. Hoy en día la realidad del Dios Triuno es el fluir del Espíritu junto con el cauce del Hijo y la fuente del Padre. Nosotros bautizamos a los creyentes en esta realidad. Esta realidad es una persona, y esta persona es triuna: el Padre, quien es la fuente; el Hijo, quien es el cauce; y el Espíritu, quien es el fluir. El bautismo apropiado introduce a los creyentes en el fluir del Dios Triuno. Cuando alguien es bautizado en esta persona, se siente satisfecho y lleno de emoción. Ahora él está en el fluir, e incluso es llevado por el fluir.

  En el momento en que fuimos salvos y bautizados, la mayoría de nosotros no escuchó un evangelio rico ni tuvo una experiencia apropiada del bautismo. Espero que de ahora en adelante en las iglesias en el recobro del Señor prediquemos un evangelio rico y practiquemos el bautismo de la manera apropiada, introduciendo a las personas en la persona, la realidad, del Dios Triuno, es decir, bautizándolas en el Padre como la fuente, el Hijo como el cauce y el Espíritu como el fluir. De esta manera, introduciremos a todos los recién convertidos en el fluir del Dios Triuno. ¿Está usted en este fluir? Si lo está, debe responder con un fuerte “¡Amén!”. Debido a que estoy en este fluir, a veces me siento enloquecido de gozo. Ahora estoy en el fluir del Espíritu, junto con el cauce del Hijo y la fuente de Padre. Cuando estoy en el Espíritu, tengo al Hijo; y cuando tengo al Hijo, tengo al Padre. ¡Cuán maravilloso es esto! Cuando creemos en el Hijo, tenemos al Padre; y cuando invocamos: “¡Oh, Señor Jesús!”, el Espíritu viene, así como cuando llamo a cierto hermano por su nombre y él mismo viene. Jesús es el hombre, y el Espíritu es la persona. Así que, cuando invocamos el nombre de Jesús, el Espíritu viene. Por lo tanto, tenemos a los tres del Dios Triuno: tenemos al Padre, la fuente; al Hijo, el cauce; y al Espíritu, el fluir. Somos personas que están en el fluir del Dios Triuno. No debemos entender esto simplemente de manera doctrinal, sino también experimentarlo.

LA COMUNIÓN DEL ESPÍRITU

  En 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia de Cristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu están con nosotros. El amor es la fuente, la gracia es el cauce y la comunión es el fluir. La comunión es un asunto de transmisión, de impartir algo en nosotros. Con respecto al Padre, la fuente, tenemos amor. Cuando el amor brota, entonces tenemos el cauce, que es la gracia de Cristo el Hijo. Cuando esta gracia nos es transmitida, llega a ser la comunión del Espíritu. La comunión del Espíritu transmite para nuestro disfrute todo lo que Cristo es junto con el Padre. Esta transmisión es el fluir, la comunión. En ella el propio Dios el Espíritu es transmitido a nuestro ser para que nosotros lo disfrutemos. Aquí, en esta transmisión, disfrutamos de la gracia de Cristo y gustamos el amor de Dios. Aquí estamos en la comunión, la comunicación, el fluir, del Dios Triuno. Día y noche algo es transmitido a nuestro ser para nuestro disfrute. De esta manera disfrutamos del amor de Dios y de la gracia de Cristo en la comunión del Espíritu. Hoy este Espíritu constantemente fluye a nosotros, por medio de nosotros y desde nosotros. Ésta es la comunión del Espíritu.

EL DIOS TRIUNO FLUYE COMO EL ESPÍRITU

  Hasta ahora, hemos abarcado dos aspectos del Espíritu: que Dios es Espíritu y que el Dios Triuno fluye como el Espíritu. El Dios Triuno con el Padre como la fuente y con el Hijo como el cauce, finalmente fluyen como el Espíritu, quien es el fluir. El Padre y el Hijo vinieron a nosotros en el fluir del Espíritu. Por lo tanto, el Dios Triuno fluye como Espíritu para nuestro disfrute.

EL REDENTOR LLEGA A SER EL ESPÍRITU VIVIFICANTE

  Ahora llegamos a un punto crucial: el hecho de que Cristo, el Redentor, llegó a ser Espíritu vivificante. En 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán era Jesucristo en la carne. Como hombre en la carne, Él era el Cordero de Dios que quitó nuestros pecados. Más aún, al ser crucificado, Él puso fin a nuestra vida natural, a nuestro hombre natural y a nuestro yo. Al resolver el problema de nuestros pecados y de nuestro yo, Cristo hizo posible que nosotros recibiéramos la vida divina. La intención de Dios era impartirnos Su vida. El postrer Adán, quien es el Cordero de Dios, logró estas dos cosas en la cruz: quitó nuestros pecados y puso fin a nuestro yo y a nuestra vida natural. Ambas cosas forman parte de las buenas nuevas. Es preciso que veamos que nuestros pecados fueron quitados y que nuestro yo fue aniquilado. Por consiguiente, nosotros podemos recibir la vida divina. Después de morir en la cruz para quitar nuestros pecados y eliminar nuestra vida natural, el postrer Adán, nuestro Redentor, llegó a ser en resurrección el Espíritu vivificante, a fin de impartirse en nosotros como vida.

  Cuando creímos en el Señor Jesús y lo recibimos como nuestro Redentor, quien entró en nosotros fue el Espíritu vivificante. Muchos creyentes no han visto que no sólo recibieron al Señor Jesús como su Redentor y Salvador, sino también como el Espíritu vivificante. Cuando creímos en el Señor Jesús, nos dimos cuenta de que éramos pecaminosos. Por lo tanto, oramos, nos arrepentimos, confesamos nuestras faltas y lo recibimos a Él como nuestro Redentor. Sin embargo, no se nos dijo que Él también entraría en nosotros como nuestra vida. Al menos a mí nunca me dijeron eso cuando fui salvo. Sin embargo, más tarde descubrí que después que creí en Él, había algo dentro de mí que me hacía sentir contento y gozoso. Incluso en momentos sentía ganas de saltar. ¿No tuvo usted la misma experiencia? Ésta es la experiencia de Cristo como el Espíritu vivificante. Si bien lo recibimos como nuestro Redentor, Él entró en nosotros no sólo como nuestro Redentor, sino también como Espíritu vivificante. Hoy en día Él está en nosotros principalmente como el Espíritu vivificante.

  Si usted les pregunta a los creyentes dónde está su Redentor, el Señor Jesús, muchos alzando la mirada, señalarán al cielo, diciendo: “Él está en el cielo”. Raras veces uno se encuentra con un cristiano que al preguntarle dónde está el Señor Jesús, diga gozosamente: “¡Cristo está en mí!”. Si ustedes me preguntan dónde está mi Jesús, yo les diré: “Jesús, mi Redentor, por un lado está en el cielo como mi Señor y, por otro, está en mí como Espíritu vivificante”. Por esta razón, algunas veces me regocijo, desbordo de alegría y hasta me sobreviene un éxtasis de gozo. ¡Regocíjense, Jesucristo es ahora el Espíritu vivificante que mora en nosotros! Antes de venir a las iglesias, probablemente usted nunca escuchó que el Redentor llegó a ser el Espíritu vivificante. Tal parece que los que están en el cristianismo no cuentan con la segunda parte de 1 Corintios 15:45. Después de completar la obra redentora, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante.

EL SEÑOR ES EL ESPÍRITU

  El versículo 6 de 2 Corintios 3 dice: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”, y el versículo 17 dice: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Si juntamos estos dos versículos, vemos que el Señor es el Espíritu que da vida. Donde está el Espíritu del Señor, no hay esclavitud, ni muerte, ni el enredo de la letra y las ordenanzas. Debido a que el Espíritu vivificante está en mí, soy libre de la ley, del conocimiento, de la esclavitud, de las ordenanzas y de toda letra muerta. ¡Aleluya, tengo a una persona viva dentro de mí!

SOMOS TRANSFORMADOS POR EL SEÑOR ESPÍRITU

  En 2 Corintios 3:18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Si nosotros, como espejos, miramos y reflejamos al Señor a cara descubierta sin velos, seremos transformados en Su imagen de un grado de gloria a otro grado de gloria. Esto sucede como por el Señor Espíritu. Esto indica que el Espíritu vivificante ahora está realizando una obra de transformación en nosotros. Nuestro Dios es el Espíritu para que nosotros le inhalemos y bebamos, y nuestro Dios Triuno fluye como el Espíritu, quien es el fluir, la comunión, la transmisión. Asimismo, nuestro Redentor es el Espíritu vivificante, quien está en nosotros y se imparte como vida en nuestro ser. Cuando nos abrimos a Él, y le contemplamos, miramos y reflejamos, nos encontramos en el proceso de transformación. Eso significa que todo lo que Él es, ahora se transfunde en nuestro ser. Como resultado de esta transfusión, seremos completamente transformados; seremos transformados en Su imagen de un grado de gloria a otro grado de gloria. Al final, todos seremos iguales a Él. Esto no sucede al recibir enseñanzas o doctrinas, sino al recibirlo a Él como el Señor Espíritu. Este Señor Espíritu ahora mismo está en nuestro interior.

  Hasta ahora hemos visto tres aspectos del Espíritu: nuestro Dios hoy es Espíritu; el Dios Triuno brota como el Espíritu, quien es el fluir; y Jesucristo, el Redentor, llegó a ser el Espíritu vivificante que mora en nosotros para transformarnos al impartirse a Sí mismo en nuestro ser como el elemento que transforma. No piensen que ya están muy familiarizados con todos estos versículos que hablan acerca del Espíritu. Deben examinar su experiencia. No me interesa si ya conocen estos versículos. Mi carga al tener comunión con ustedes es introducirlos en la verdadera experiencia de estos versículos. Dios es Espíritu, el Dios Triuno fluye como el Espíritu, y el Redentor hoy es el Espíritu vivificante que se transmite a nuestro ser, a fin de que seamos transformados en Su imagen hasta ser exactamente iguales a Él. Éste es el Espíritu que debemos experimentar hoy.

EXPERIMENTAR LA PALABRA COMO EL ESPÍRITU

  Ahora debemos proseguir para ver otro aspecto del Espíritu. No sólo Dios es el Espíritu, no sólo el Dios Triuno fluye como el Espíritu, y no sólo el Redentor llegó a ser el Espíritu vivificante, sino que también las palabras que el Señor Jesús habla son Espíritu. Juan 6:63 dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Hace años no podía entender cómo la palabra podía ser el Espíritu. Finalmente descubrí que la palabra de Dios es Espíritu porque es el aliento de Dios. En 2 Timoteo 3:16 dice: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”.

LA FUNCIÓN DE NUTRIR

  Según el Nuevo Testamento, la palabra de Dios, que es el aliento de Dios, cumple diferentes funciones. La primera de ellas es nutrir, una función que se abarca en Juan 6. Este capítulo revela que el Señor Jesús es el pan de vida (vs. 35, 58). El pan de vida es el Señor mismo que se transmite a nosotros en Su palabra. La palabra es el aliento de Dios que nos nutre con Cristo como nuestro alimento. Así pues, la palabra cumple una función nutritiva. Ésta puede nutrirnos y satisfacernos con todo lo que el Señor Jesús es. Él es el alimento, y este alimento lo recibimos por medio de la palabra, la cual es el Espíritu. Siempre que recurramos a la Biblia, no debemos simplemente recibir la letra ejercitando nuestra mente para entender lo que está escrito. Además de ello, debemos ejercitar nuestro espíritu para contactar el aliento de Dios, el Espíritu del Señor. Si hacemos esto, seremos nutridos.

LA FUNCIÓN ANIQUILADORA DE LA PALABRA

  Efesios 6:17 dice: “Recibid el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios”. Según este versículo, la palabra, la cual es el Espíritu de Dios, posee una función aniquiladora. Ésta aniquila al enemigo, la carne, el yo, las tinieblas y todas las demás cosas negativas, tales como el odio y la envidia. La palabra de Dios como el aliento de Dios tiene la capacidad de aniquilar; puede eliminar todas las cosas negativas. Muchos de nosotros podemos testificar que cuanto más oramos-leemos la Palabra, más cosas en nosotros son eliminadas. Aunque usted tal vez no tenga la intención de eliminar su odio, la palabra viva que entra en usted acaba con su odio mientras usted ora-lee la Palabra. Ella también aniquila su orgullo. Así, una y otra vez, la palabra viva como el aliento de Dios aniquilará a Satanás. Por lo tanto, la palabra no sólo nos nutre, sino que también aniquila todas estas cosas.

LA FUNCIÓN DE APROVISIONAR A LOS CREYENTES

  En 2 Timoteo 3:16 y 17 vemos que la palabra de Dios también cumple la función de proveer a los creyentes de lo necesario. Muchos creyentes son como apartamentos completamente vacíos sin una cama donde acostarse y sin un sofá dónde descansar. ¿Es usted así? Por lo tanto, necesitamos ser aprovisionados; y ninguna otra cosa, aparte de la palabra, puede proveernos de lo necesario. Cuanto más usted ora-lee la Palabra, la cual es el aliento de Dios, el Espíritu viviente, más es aprovisionado. Aunque las enseñanzas pueden educarlo a usted, no pueden proveerle de lo necesario. Por ejemplo, usted puede leer el versículo que dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres”. Sin embargo, si simplemente toma este versículo como letras negras sobre papel blanco, será sólo una enseñanza para usted; no le suministrará lo que necesita. En cambio, si ora-lee este versículo y toca el Espíritu contenido en él, el Espíritu le suministrará amor. Entonces tendrá algo con lo cual amar a su esposa. La palabra de Dios no es simplemente letra; es el aliento de Dios. Como el Espíritu viviente de Dios, la palabra no sólo nos instruye, nos corrige y nos redarguye, sino que además nos aprovisiona, nos equipa, con las riquezas de Cristo. Es de esta manera que somos equipados.

  Por lo tanto, la palabra de Dios posee tres funciones principales: la función de nutrir, la función aniquiladora y la función de aprovisionar. Cada día necesitamos orar-leer la Palabra, contactando el aliento de Dios, a fin de ser nutridos, de experimentar el poder aniquilador, y de ser aprovisionados con todo lo que necesitamos para nuestra vida cristiana. Todo lo que necesitamos para nuestro diario vivir cristiano se transmite a nuestro ser por medio de la palabra viva. No debemos simplemente leer y estudiar las Escrituras con nuestra mente; además de ello, debemos ejercitar nuestro espíritu para contactar la palabra viva. Si hacemos esto, recibiremos el alimento, experimentaremos el poder aniquilador y seremos equipados con los elementos divinos. De este modo, vendremos a ser una morada apropiada para el Señor.

  En este mensaje hemos visto cuatro aspectos del Espíritu. Vimos que Dios es Espíritu, que el Dios Triuno fluye como el Espíritu, que el Redentor llegó a ser el Espíritu vivificante, y que la palabra del Señor, Su aliento, es el Espíritu que nutre, aniquila y provee de todo lo necesario. En sustancia, Dios es Espíritu; en Su economía, el Dios Triuno fluye como el Espíritu; en Su consumación, el Redentor llegó a ser el Espíritu vivificante; y en cuanto a Su suministración de vida, Su palabra es el Espíritu como el instrumento que nutre, aniquila y provee de todo lo necesario. Necesitamos experimentar ricamente estos cuatro aspectos del Espíritu. Es por medio de este Espíritu que somos transformados hasta ser iguales a Cristo. Es por medio de este Espíritu contenido en la Palabra que nos es suministrado el alimento, el poder aniquilador y somos equipados con todos estos elementos divinos. De esta manera, seremos plenamente equipados para ser la morada del Señor.

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