
En este mensaje examinaremos tres asuntos cruciales del Espíritu: el Espíritu de santidad (Ro. 1:4), el Espíritu de vida (8:2) y el Espíritu de filiación (vs. 14-16; Gá. 4:5-6). Todos estos aspectos del Espíritu se abarcan en el libro de Romanos. A fin de entender estos tres aspectos del Espíritu, debemos familiarizarnos con todo el libro de Romanos.
¿De qué nos habla en realidad el libro de Romanos? Algunos dicen que Romanos es un libro que nos habla acerca de la justificación por la fe. Este entendimiento es muy superficial. Romanos no trata simplemente acerca de la justificación por la fe. El pensamiento principal hallado en el libro de Romanos es el de producir muchos hijos para Dios.
En Romanos, el Hijo unigénito de Dios llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. ¿No era Cristo el Hijo de Dios antes de resucitar? Sí, por supuesto que lo era. Entonces, ¿por qué Hechos 13:33 nos dice que Él fue engendrado para ser el Hijo de Dios en Su resurrección? Aunque Cristo era el Hijo de Dios antes de Su encarnación, en Él no había humanidad, sino sólo divinidad. Pero cuando se encarnó, Él introdujo Su naturaleza divina, la divinidad, en la naturaleza humana, la humanidad. Después de la encarnación de Cristo y antes de Su resurrección, había sobre la tierra un hombre que tenía tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana. Su naturaleza divina era la naturaleza del Hijo de Dios; pero Su naturaleza humana no era la naturaleza del Hijo de Dios, sino la naturaleza del Hijo del Hombre. Por consiguiente, Él necesitaba resucitar a fin de que Su humanidad pudiera nacer y participar así de la filiación. Antes de Su resurrección, Cristo era el Hijo de Dios según Su naturaleza divina, pero no lo era según Su humanidad. Esta humanidad tenía que nacer de Dios. Por esta razón, Romanos 1:4 dice que Él “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. En resurrección, Cristo como la simiente de David fue designado en su condición de hombre para ser Hijo de Dios por el Espíritu de santidad. De esta manera, el Hijo unigénito de Dios llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. El Hijo unigénito de Dios sólo poseía divinidad, mas no humanidad. Pero en resurrección, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios, que poseía tanto divinidad como humanidad. Romanos 8:29 dice: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Nosotros somos los muchos hermanos del Hijo primogénito, no del Hijo unigénito. Si Cristo aún fuese el Hijo unigénito, no podría tener hermanos. Así que a fin de tener muchos hermanos, Él tenía que llegar a ser el Hijo primogénito.
Muy pocos cristianos saben que Cristo, el Hijo unigénito de Dios, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Además, muchos no han visto que como el Hijo unigénito de Dios, Él no poseía la naturaleza humana, pero que como el Hijo primogénito de Dios, Él posee tanto la naturaleza divina como la humana. Al creer en Él, nosotros nacimos de nuevo y llegamos a ser Sus hermanos. En el momento en que nacimos de nuevo, recibimos la naturaleza divina. Por lo tanto, Él posee la naturaleza divina y también la naturaleza humana, y nosotros poseemos la naturaleza humana y también la naturaleza divina. De este modo, Él llegó a ser el Hijo primogénito, y nosotros llegamos a ser los muchos hijos que son Sus muchos hermanos.
El libro de Romanos revela que el Hijo unigénito de Dios llegó a ser el Hijo primogénito de Dios a fin de producir muchos hijos para Dios. En el capítulo 8 vemos que el Hijo primogénito de Dios tiene muchos hermanos. Según el capítulo 12, estos muchos hermanos finalmente llegan a ser los miembros del Cuerpo de Cristo. Hoy en día los muchos hijos de Dios son los muchos miembros del Cuerpo de Cristo. Con relación a Cristo, los muchos hijos son los miembros; y con relación a Dios, los muchos miembros son los muchos hijos. Por lo tanto, Romanos no trata simplemente acerca de la justificación por la fe. En última instancia Romanos es un libro que nos habla acerca de los muchos hijos que llegan a ser los muchos miembros de Cristo a fin de que Cristo pueda obtener un Cuerpo. La justificación no es la meta, sino más bien es parte del proceso que conduce a la meta. La intención de Dios no es simplemente justificarlo a usted, sino más bien que usted, al ser justificado, llegue a ser uno de Sus hijos y, en consecuencia, llegue a ser un miembro del Cuerpo de Cristo. Éste es el pensamiento principal hallado en el libro de Romanos.
Únicamente podemos llegar a ser un hijo de Dios al recibir al Espíritu de filiación. Este Espíritu de filiación es el Espíritu de santidad y el Espíritu de vida. Si no sabemos qué es el Espíritu de santidad ni qué es el Espíritu de vida, entonces no sabremos qué es el Espíritu de filiación. Aunque usted sea un hijo de Dios, no sabrá el significado de esta filiación. ¿Puede usted explicar lo que es la filiación? Es posible que los cristianos hablen acerca del Cuerpo en Romanos 12 sin haber visto que los miembros del Cuerpo son los hijos de Dios. Nadie puede ser un miembro de Cristo, a menos que sea un hijo de Dios y, de la misma manera, nadie puede ser un miembro apropiado del Cuerpo de Cristo a menos que sepa lo que es la filiación. Además, para ser un miembro apropiado del Cuerpo de Cristo, debemos saber lo que significan el Espíritu de santidad y el Espíritu de vida.
Ahora veamos lo que es el Espíritu de santidad. La santidad denota la naturaleza de Dios, la cual es única. En griego, la palabra santidad significa “ser separado” o “diferente de todas las cosas comunes”. En otras palabras, ser santo es ser único, diferente y apartado de todo lo demás. Por lo tanto, ser santo significa ser igual a Dios mismo y ser diferente de cualquier otra persona, cosa o asunto. La naturaleza divina de Dios es única y diferente de todas las demás cosas. En todo el universo sólo existe una naturaleza que es diferente de todas las demás cosas, y ésa es la naturaleza de Dios. No es nada insignificante ser santo, pues ser santo es prácticamente lo mismo que ser divino. Ello significa ser separado o diferente de todo lo que no es Dios. La santidad denota esta condición. Ésta es una condición en la cual uno es distinto de todas las demás cosas. Únicamente Dios mismo se halla en esta condición.
Cuando Cristo vino como hombre, Él se vistió de la naturaleza humana; sin embargo, esta naturaleza humana no era santa, pues era exactamente igual a nuestra naturaleza. La única diferencia era que en nuestra naturaleza se hallaba el elemento del pecado, mientras que en Su naturaleza no había pecado. No tener pecado no es lo mismo que ser santo. Una mesa no es pecaminosa, pero ciertamente no es santa. La ausencia de pecado o la pureza no es santidad. La santidad se refiere a una condición o estado en el cual alguien o algo es diferente de cualquier cosa que no sea Dios. Cuando Cristo se vistió de carne, Él se vistió de algo que era común. Su carne no era pecaminosa, pero tampoco era santa. Más tarde, fue consagrada, separada para Dios en cuanto a posición (Lc. 2:22-23), pero en su naturaleza intrínseca Su humanidad seguía siendo común. Por lo tanto, la humanidad de la cual Cristo se vistió necesitaba ser hecha santa. Esto fue logrado mediante Su resurrección.
La resurrección de Cristo fue una especie de transfiguración. Estoy seguro de que usted ha oído hablar acerca de la transfiguración de Cristo en el monte (Mt. 17:1-2). En el momento de la transfiguración, Él fue hecho santo. Antes de ese suceso, Él estaba en la carne, la cual es común. Su humanidad era común, igual a la de Pedro, Jacobo, Juan y de cualquier otro hombre. Como ya hemos señalado, la única característica de la humanidad de Cristo que lo hacía diferente era que no tenía pecado. Pero en lo que se refiere a la naturaleza de la carne y la sangre, era exactamente igual a nuestra humanidad. Sin embargo, cuando Cristo fue transfigurado en el monte, Él fue santificado, fue hecho santo. Él llegó a ser diferente de Pedro, Jacobo y Juan. Su transfiguración, de hecho, fue Su resurrección. Más tarde, cuando Él fue resucitado, fue plenamente transfigurado. En Su transfiguración Cristo fue designado, fue señalado, como Hijo de Dios. Cuando Jesús fue transfigurado, Su rostro resplandeció como el sol y llegó a ser distinto de todas las demás personas. Lo mismo sucedió en Su resurrección: Su cuerpo físico llegó a ser distinto, diferente, de todas las cosas que no son Dios. Esto era según el Espíritu de santidad. La transfiguración de Jesús fue algo interno, no externo. Fue según el Espíritu de santidad que estaba en Su interior. En el momento de Su transfiguración, el Espíritu de santidad empapó y saturó todo Su ser, haciéndolo distinto, diferente de todo lo que no es Dios.
En el momento en que creímos en el Señor Jesús, cierto elemento entró en nosotros. Podemos llamar a este elemento la vida de Dios con Su naturaleza, o el Espíritu de vida. Este elemento que entró en lo profundo de nuestro ser, es santo. Entró en nosotros como la semilla de santidad, la semilla de algo distinto de todas las cosas que no son Dios. Éste es el Espíritu de santidad. La santidad no es algún tipo de conducta o comportamiento externo. La santidad es el estado o condición del elemento que fue sembrado en nuestro ser en el momento en que creímos en el Señor Jesús. Esta condición de santidad es producida por el Espíritu de Dios que mora en nosotros. La presencia de Dios el Espíritu en nosotros produce una condición en la que somos absolutamente distintos de todo lo que no es Dios. Como creyentes que somos, todos tenemos esta santidad en nosotros, pero ésta necesita empapar todo nuestro ser. Necesitamos ser saturados de esta condición de santidad. Según Romanos 1:4, este proceso de ser empapados es llamado designación. La santidad interna nos empapa y este proceso es nuestra designación. Esto es lo que nos distingue a nosotros como hijos de Dios.
En uno de los mensajes anteriores vimos que el Espíritu que mora en nosotros es el agua y el aliento. Hoy este Espíritu se mueve y opera en nosotros para saturarnos y empaparnos interiormente con la condición de santidad. Sin embargo, la mayoría de los cristianos descuida esta obra del Espíritu que mora en nosotros. Es únicamente cuando usted cesa sus actividades y pasa tiempo en la presencia de Dios y en comunión con Él que empieza a percatarse de una obra interna, un mover interno, que busca saturar y empapar su ser para apartarlo de todas las cosas que no son Dios. La razón por la cual muy pocos cristianos entienden esto es que están completamente ocupados con sus obras, actividades, deseos y esperanzas. A esto se debe que muchos cristianos se hayan alejado de esta condición interna de santidad. Sin embargo, nosotros tenemos al Espíritu de santidad en nuestro interior. Todos poseemos este estado interno y esta condición dentro de nosotros, y debemos darle la atención que merece.
Ahora llegamos al Espíritu de vida. Debido a que no hay nadie que pueda definir lo que es la vida, es difícil decir qué es el Espíritu de vida. En Romanos 8:2 encontramos la expresión “la ley del Espíritu de vida”. Si no sabemos lo que es el Espíritu de vida, nos será difícil entender adecuadamente lo que significa ser miembros del Cuerpo de Cristo.
Vimos que la santidad es un estado o condición presente en nosotros que difiere de todo lo que no es Dios. El Espíritu que hemos recibido es llamado el Espíritu de santidad, es decir, el Espíritu de tal condición. Ahora bien, ¿qué es el Espíritu de vida? La Biblia nos dice claramente que la vida es Cristo (Jn. 14:6). También podemos afirmar que la vida es Dios. Pero ¿qué significa eso? Lo único que puedo decirles es que la vida es Dios viviendo en nosotros. Cuando Dios vive en nosotros, eso es vida. La santidad denota una condición, y la vida denota un vivir. Por lo tanto, la vida no es simplemente un estado o condición, sino un vivir. La vida es Dios viviendo en nosotros. Todos debemos aprender a decir: “La vida es Dios viviendo en mí. ¡Oh, Dios vive en mí!”. Esto es vida. Si Dios no vive en usted, entonces no puede ser vida para usted. Es únicamente cuando Dios vive en usted que Él es vida para usted.
Hemos aprendido a entender Romanos 6 a la luz de Romanos 8, donde se menciona el Espíritu de vida. En Romanos 8 vemos el hecho de que Dios vive en nosotros. Este capítulo no nos habla de doctrinas, enseñanzas, normas ni maneras de hacer las cosas. Aquí tenemos al Viviente. Hoy el Espíritu todo-inclusivo no es solamente el Espíritu de santidad, el Espíritu de una condición que es distinta de todas las cosas que no son Dios; este Espíritu ahora vive en nosotros. Cuando usted dice: “Oh, Señor Jesús”, percibe que algo vive dentro de usted. Esto muestra que el Espíritu vivificante no sólo es el Espíritu de una condición presente en nosotros, sino el Espíritu que es una vida que vive en nosotros, el Espíritu de Aquel que vive, se mueve y opera en nuestro interior. Esto es la vida.
Es aún más difícil decir qué es el Espíritu de filiación. La filiación se refiere tanto a la vida del hijo como a la posición que le corresponde al hijo. Por consiguiente, la filiación no sólo está relacionada con la vida, sino también con la posición. Un niño que es hijo de cierto hombre tiene la filiación de ese hombre porque posee la vida de ese hombre y la posición propia del hijo de ese hombre. Por lo tanto, él posee la filiación. Todos hemos nacido como hijos de Dios. Esto significa que poseemos la vida de un hijo de Dios y también la posición propia de un hijo de Dios. Tanto la vida como la posición están relacionadas con el Espíritu y se incluyen en el Espíritu. Si usted tiene al Espíritu, tiene la vida de un hijo de Dios y también la posición propia de un hijo de Dios. Sin embargo, si no tiene al Espíritu, no tiene ni la vida ni la posición.
Esto no es simplemente una cuestión de doctrina, sino algo relacionado con la experiencia. Usted puede decir que es un hijo de Dios, y en realidad lo es. Pero cada vez que no es uno con el Espíritu, la vida y la posición de un hijo de Dios deja de ser evidente. Por ejemplo, ¿es usted un hijo de Dios cuando discute con su esposa? Es difícil decir. Por un lado, debido a que ha sido regenerado, ciertamente es un hijo de Dios. Sin embargo, mientras discute con su esposa, en lo que se refiere a su experiencia, usted es como una persona que no es salva, debido a que en ese momento no es uno con el Espíritu. Cuando yo soy uno con el Espíritu, yo tengo la vida de un hijo de Dios y la posición propia de un hijo de Dios. Pero cuando no soy uno con el Espíritu, el cuadro es completamente diferente. Esto nos muestra que si hemos de experimentar la filiación, la vida y la santidad, debemos ser uno con el Espíritu.
Debido a que el Espíritu está en nuestro espíritu, la única manera de ser uno con el Espíritu es que ejercitemos nuestro espíritu y centremos todo nuestro ser en nuestro espíritu. Aquí, en nuestro espíritu, tocamos al Espíritu. Tocamos al Espíritu de santidad, al Espíritu de vida y al Espíritu de filiación. Cuando hacemos esto, de inmediato vivimos por el Espíritu que está en nuestro espíritu, y somos designados, santificados, transformados, conformados e incluso glorificados como hijos de Dios.
Debido a que algunos de ustedes todavía se aferran a sus conceptos naturales, tal vez se sientan incómodos al escuchar de estas cosas. Estoy consciente que este mensaje difiere de algunas de las enseñanzas que escucharon en el pasado, especialmente de las enseñanzas éticas en cuanto al mejoramiento de su conducta. Por ejemplo, si usted es un esposo, probablemente lo hayan exhortado a amar a su esposa. Pero no creo que ni un solo esposo haya logrado esto de forma absoluta. El asunto de que los esposos deben amar a sus esposas es una enseñanza religiosa y ética, pero no es la revelación básica contenida en la Biblia.
Según la economía de Dios, Cristo pasó por el proceso de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Mediante Su muerte todo-inclusiva, Él efectuó la redención y resolvió todos nuestros problemas. Ahora, en resurrección, Él es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, que está listo para que nosotros lo recibamos y disfrutemos (1 Co. 15:45). La manera de recibirlo y disfrutarlo es creer en Su nombre, invocar Su nombre y abrir nuestro ser a Él, de modo que Él pueda tener plena libertad para poseernos. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Él es el Espíritu de santidad, el Espíritu de vida y el Espíritu de filiación. En tanto que seamos uno con Él en nuestro espíritu, todo nuestro ser será empapado del Espíritu de santidad, y llegaremos a ser personas apartadas, absolutamente diferentes, de todo lo que no es Dios. También seremos empapados debido a que Dios vive en nosotros. Dios será nuestra vida, no de una manera doctrinal, sino de una manera muy práctica. No será necesario que un hermano se esfuerce por amar a su esposa. Al contrario, de su interior espontáneamente brotará amor por su esposa. Todos los atributos divinos y todas las virtudes humanas emanarán de él. Finalmente, el Espíritu de santidad, el Espíritu de vida y el Espíritu de filiación llegarán a ser uno con nosotros. El Espíritu será uno con nosotros porque el que se une al Señor es un solo espíritu con Él. Cuando el Espíritu llega a ser uno con nosotros, tendremos la santidad, la vida y la filiación. Seremos hijos de Dios en realidad y ya no nos comportaremos como una persona que no es salva. Seremos hijos de Dios debido a que este Espíritu de santidad, vida y filiación nos habrá saturado completamente de lo que Dios es. Esto es santidad, esto es victoria y esto es gloria.
Cuanto más se lleve a cabo este proceso en usted, más será un miembro apropiado del Cuerpo de Cristo. Es posible que por muchos años usted haya dicho que es un miembro del Cuerpo. Pero considere cómo era su comportamiento en el pasado. ¿Era usted un miembro del Cuerpo en realidad? Muchos de ustedes eran divisivos y causaron problemas. Debido a que usted no era uno con el Espíritu, por muchos años no era en realidad un miembro del Cuerpo. Usted no era uno con el Espíritu de santidad, con el Espíritu de vida ni con el Espíritu de filiación. En lugar de eso, usted sólo se adhería a ciertas doctrinas o conceptos bíblicos. Esto no es lo que usted necesita hoy. Lo que usted necesita es el Espíritu de santidad, el Espíritu de vida y el Espíritu de filiación. En este preciso momento, el Espíritu está en su espíritu. Por lo tanto, olvídese de sus conceptos, de su entendimiento y de su conocimiento, y vuélvase a su espíritu, abra su ser al Espíritu que está en su espíritu y sea uno con Él. El Espíritu da testimonio juntamente con su espíritu (Ro. 8:16). Por lo tanto, usted necesita volverse a su espíritu para ser uno con este Espíritu, quien es el Espíritu de santidad, de vida y de filiación. Una vez que haga esto, este maravilloso Espíritu obrará en usted. Como resultado, ríos correrán de su interior (Jn. 7:38-39). No tiene que luchar, contender, esforzarse ni maltratarse. Deje sus conceptos, vuélvase de su conocimiento a su espíritu, y abra todo su ser al Espíritu de santidad, al Espíritu de vida y al Espíritu de filiación. Cuanto más haga esto, más será saturado y empapado del Espíritu. Usted será un solo espíritu con Él, y Él, el Espíritu, será uno con usted. Entonces en realidad será un hijo de Dios y un miembro del Cuerpo de Cristo.