
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee durante las conferencias en Malasia, del 23 octubre al 7 noviembre del año 1990. Los capítulos 1 y 2 contienen mensajes dados en Kota Kinabulu sobre la impartición divina según se ve en el Evangelio de Juan. Los capítulos del 3 al 7, junto con dos palabras adicionales, comprenden los mensajes dados en Sibu sobre la impartición divina según se ve en el libro de Romanos. Los capítulos del 8 al 10 se componen de los mensajes dados en Kuching sobre la impartición divina según se ve en 1 y 2 Corintios. Los capítulos del 11 al 15 comprenden los mensajes dados en Petaling Jaya sobre la impartición divina según se ve en Efesios. Los mensajes originales fueron dados en chino.
El bosquejo y la lectura bíblica al principio de cada capítulo han de utilizarse como herramienta con la cual los santos pueden compartir las riquezas de cada capítulo corporativamente en las reuniones de mutualidad.
Damos gracias al Señor por permitirnos celebrar esta conferencia. En esta conferencia el Señor me ha dado la carga de considerar junto con ustedes la impartición divina de la Trinidad Divina y su resultado. En primer lugar, consideraremos la manera en que se efectúa la impartición divina de la Trinidad Divina.
La impartición divina de la Trinidad Divina es un asunto que reviste gran importancia. Es algo que Dios planeó, se propuso realizar y dispuso. En la eternidad pasada Dios tenía una economía divina. Con base en esta economía, Él hizo ciertas cosas para efectuar Su impartición divina. Lo primero que Dios llevó a cabo fue la creación de todas las cosas. En Su creación están los cielos, la tierra y miles de cosas creadas; pero el centro de todas ellas es el hombre. En Génesis 1 vemos que Dios sólo dedicó unos pocos días para crear todas las cosas. Después que todas las cosas estuvieron listas, creó al hombre en el último día. Cuando el hombre procedió de las manos creadoras de Dios, no tenía escasez de nada. Él tenía todo lo que necesitaba: comida, vivienda y todo lo necesario para laborar y vivir. En ese tiempo Dios no reveló a ninguna de Sus criaturas, ni siquiera a los ángeles, el propósito por el cual había creado todas las cosas, incluyendo los cielos, la tierra y el hombre. Este misterio de la creación estaba escondido en Dios mismo.
Después de crear todas las cosas, Dios creó al hombre. Lo creó con una característica distintiva: el hombre fue creado a la imagen de Dios. En otras palabras, Dios creó al hombre conforme a lo que Él mismo es. La imagen de Dios, esto es, lo que Él mismo es, es lo que está en Dios, a saber: amor, luz, santidad y justicia. Él es amor, Él es luz, Él es santidad y Él es justicia. Dios creó al hombre conforme a este amor, luz, santidad y justicia. Por esa razón, el hombre posee estas cuatro virtudes. Aunque caímos debido a nuestro antepasado, Adán, y fuimos dañados y nos corrompimos, dentro de cada uno de nosotros todavía hay amor y luz. Es por eso que todavía preferimos la santidad a ser personas comunes, y queremos ser justos y no cometer errores ni hacer mal a otros. Esto se debe a que todos fuimos creados a la imagen de Dios. El hombre es como Dios.
Además, Dios creó al hombre conforme a Su semejanza externa. Aunque, por un lado, la Biblia dice que Dios es invisible, por otro, Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Por lo tanto, el hombre es el más hermoso entre todas las criaturas de Dios. Creo que cada uno de nosotros se aprecia cuando se mira al espejo. Cuanto más nos miramos a nosotros mismos, más complacidos estamos, porque fuimos hechos conforme a Dios. Génesis 1 dice que Dios creó todas las cosas según su especie. Pero el hombre fue creado según Dios. Por lo tanto, el hombre es según la especie de Dios. Somos de la especie divina porque fuimos creados conforme a Dios. Esto es semejante a una foto de usted, la cual es conforme a usted. Aunque no posee su vida ni su naturaleza, es ciertamente un retrato suyo. Por supuesto, es igualmente correcto afirmar que la foto no es usted, porque usted posee una vida, una naturaleza y pensamientos; usted puede respirar y hablar, mientras que la foto no puede hacer ninguna de esas cosas. Esto nos permite ver la relación que existe entre Dios y nosotros. Dios es el origen del hombre, y el hombre es la expresión de Dios.
En la eternidad pasada Dios concibió un plan eterno, que consistía en forjarse en un grupo de personas escogidas. Por esta razón, Él creó al hombre, no sólo a Su imagen, sino también con un espíritu, a fin de que el hombre pudiera recibirlo y expresarlo. El hombre que Dios creó posee espíritu, alma y cuerpo. No es necesario adentrarnos en las profundidades del espíritu o del alma; pues nada más el cuerpo humano es lo suficientemente maravilloso como para confundir las mentes de los mejores médicos. Además del cuerpo, el hombre posee un alma con pensamientos, afectos y conceptos. ¡Cuán maravilloso es esto! Sólo después que hayamos entendido un poco la Biblia, nos entenderemos a nosotros mismos, porque la Biblia es la que nos ha mostrado la revelación de Dios. Nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen con el propósito de entrar en el hombre creado. Puesto que fuimos creados conforme a Él, a Él le resulta bueno y cómodo entrar en nosotros. Si vivimos en una casa alquilada, no nos sentiremos completamente cómodos mientras vivimos allí, porque la casa no fue construida de acuerdo con nuestra intención. Mi casa en Anaheim la construyeron los hermanos para mí. Yo no soy un ingeniero civil, ni tampoco sé nada de arquitectura. Pero sí sabía cómo debía ser construida la casa. Dibujé unos planos que eran según mi intención. Después que los hermanos terminaron de construirla, me mudé y me sentí muy cómodo en ella. Esto se debe a que fue construida conforme a mi intención y mi plan. Lo mismo sucede con respecto a Dios. Él tuvo un deseo, conforme al cual un día se mudaría y moraría en el hombre que había creado.
Sin embargo, el hombre creado por Dios cayó. Pero Dios no se dio por vencido; vino personalmente a efectuar la redención y cumplir Su propósito. Los que hemos sido creados por Dios somos vasos de Dios, y fuimos hechos para contener a Dios. Si esta noche todavía hay amigos entre nosotros que no han creído en el Señor, respetuosamente les diría que creer en Dios es la verdad más excelente. Debido a que somos vasos creados por Dios, nos sentiremos vacíos si no tenemos a Dios en nuestro interior. Cada vez que Dios entra, nos sentimos que pisamos tierra firme. Cada uno de nosotros, sea viejo o joven, puede dar testimonio de esto. Antes de creer en el Señor, nos sentíamos vacíos en nuestro interior. No teníamos ningún contenido, y nuestros pies no pisaban tierra firme. Pero un día escuchamos el evangelio e invocamos el nombre del Señor Jesús, y entonces Él entró en nosotros para ser nuestra vida, y llegó a ser nuestro contenido.
La meta de Dios no es simplemente tener muchos creyentes individuales, sino obtener un hombre corporativo, el cual es la iglesia, Su complemento, Su Cuerpo, con miras a que Él sea expresado corporativamente. Ésta es la economía eterna de Dios, Su plan, Su propósito y lo que Él ha dispuesto. También es el deseo que está en el corazón de Dios. Este asunto se revela claramente en la Biblia.
Después que fui salvo, empecé a amar mucho la Biblia. Este libro ha estado en mis manos por sesenta y cinco años. Lo he leído casi todos los días, y la manera en que fue escrito es muy maravillosa. Con respecto a cualquier tema, la manera en que se nos revela es un poquito aquí y un poquito allá. Cuando lo leía, era como un niño que juega armando un rompecabezas. Llevo muchos años jugando con este rompecabezas, y ahora en mi interior veo un cuadro muy claro de la Biblia. Ella nos muestra que Dios, en la eternidad pasada, tuvo un deseo, que consistía en obtener un grupo de personas que fueran iguales a Él a fin de poder entrar en ellas y ser su vida, su naturaleza y su todo. Al final, Él no sólo se une a estas personas, sino que se mezcla con ellas como una sola entidad. Estas personas llegan a ser Sus creyentes, y Él los reúne en Su vida en diferentes localidades para que sean iglesias en esos lugares. Estas iglesias constituyen el Cuerpo de Cristo, el cual es Su expresión corporativa. Actualmente nos encontramos en ese proceso.
Mi carga en esta conferencia es tener comunión con ustedes en cuanto a la impartición divina de la Trinidad Divina. Dios es uno solo, pero a la vez tiene la característica distintiva de ser tres. El propósito de la Trinidad Divina es forjarse en el hombre creado. Debido a que Él desea entrar en nosotros, Él tiene que ser triuno. Tiene que ser el Padre, el Hijo y el Espíritu, y al mismo tiempo ser una sola entidad.
En la Biblia el libro que nos habla de manera más clara y completa acerca de que Dios es triuno es el Evangelio de Juan.
Hace cuarenta años o más, cuando fui a Taiwán por primera vez, un amigo mío me envío una sandía que era muy grande. Cuando mis hijos la vieron, se pusieron muy contentos y me preguntaron qué debíamos hacer con ella. Me la llevé a la cocina, la corté en pedazos y después le apliqué presión hasta convertirla en jugo. Entonces les di a beber el jugo a los niños. Al final, la sandía llegó a formar parte de la constitución de ellos. Por lo tanto, todo ese proceso era necesario para que toda esa sandía pudiera entrar en los niños por medio de sus bocas.
De la misma manera, nuestro Dios es triuno con el propósito de forjarse en nosotros. Él es el Padre, la sandía entera; también es el Hijo, pues fue cortado en pedazos; y asimismo es el Espíritu, pues estuvo bajo presión hasta convertirse en jugo. A fin de que una sandía grande pueda entrar en el hombre, tiene que pasar por todos esos procesos. Estos pasos son las etapas de la impartición. No sólo la sandía necesita ser impartida, sino que también necesita ser digerida y asimilada hasta ser parte de la constitución del hombre. De la misma manera, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— pasó por un proceso hasta llegar a ser el Espíritu vivificante a fin de que nosotros podamos beberlo y Él pueda ser nuestro elemento. En esto consiste la impartición divina de la Trinidad Divina.
El Evangelio de Juan nos habla de la verdad en cuanto al Dios Triuno de la manera más profunda. Primero nos muestra que el Padre se expresa en el Hijo. En otras palabras, el Hijo es la corporificación del Padre. En Juan 14 Felipe, uno de los discípulos del Señor, le dijo: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre [...] Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (vs. 8-11). Por consiguiente, el Hijo es la corporificación del Padre, y expresa al Padre entre los discípulos. El Hijo vino en nombre del Padre e hizo la obra en nombre del Padre (5:43; 10:25). Esto significa que Él y el Padre uno son (10:30). Él vive por causa del Padre (6:57), y el Padre hace las obras en Él.
Después de esto, el Señor dijo nuevamente en Juan 14:16-20: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad [...] permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros [...] porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Esto nos muestra que el Hijo es la corporificación y expresión del Padre, y que el Espíritu es la realidad del Hijo y la manera en que contactamos dicha realidad. El Padre en el Hijo se expresa entre los creyentes, y el Hijo, al llegar a ser el Espíritu, se hace real en los creyentes. Por consiguiente, el Padre está en el Hijo, y el Hijo llega a ser el Espíritu. El Dios Triuno se ha impartido en nuestro ser para ser nuestra porción, de modo que podamos disfrutarle como nuestro todo en la Trinidad Divina.
Antes que el Dios Triuno se hiciera carne, la impartición divina aún no se había realizado. No fue sino hasta cuatro mil años después de la creación que Cristo nació como hombre. Ése fue el primer paso de la impartición de Dios en el hombre. Juan 1 nos muestra que la Palabra que era Dios desde el principio se hizo carne y vino a estar entre los hombres, llena de gracia y realidad (vs. 1, 14). El que la Palabra se hiciera carne equivalía a que el Dios Triuno se hiciera un hombre de carne. De este modo, Dios entró en el hombre pecaminoso y se unió a éste como una sola entidad. Sin embargo, sólo poseía la forma del hombre pecaminoso; es decir, no tenía el pecado del hombre pecaminoso. Esto se puede ver con la tipología de la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto (3:14). De este modo, Él llegó a ser un Dios-hombre sin pecado. Este Dios-hombre es el Dios completo y un hombre perfecto, que posee tanto divinidad como humanidad. Acerca de Él fue profetizado en Isaías 9:6, que dice: “Porque un niño nos es nacido, un Hijo nos es dado [...] y se llamará Su nombre [...] Dios Fuerte, Padre Eterno”. Él es el niño, y a la vez es Dios; es el Hijo, y a la vez es el Padre. Él es el misterioso Dios-hombre.
Además, todos los que creen en Él también han llegado a ser Dios-hombres. Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales [...] son engendrados [...] de Dios”. Los que son engendrados de hombre son hombres; por lo tanto, los que son engendrados de Dios son dioses. No obstante, esto no significa que los que hemos nacido de Dios participamos en Su Deidad. Nosotros no tenemos la persona de Dios, ni podemos ser adorados como Dios. Sin embargo, en lo que se refiere a nuestra vida, somos iguales a Dios, pues Dios nos regeneró y nos dio Su vida. Esto es como ser engendrados de nuestro padre; compartimos la misma vida de nuestro padre. Él es un hombre; y por haber sido engendrados de él, también somos hombres. Sin embargo, no tenemos la posición del padre. Es desde esta perspectiva que afirmamos que somos iguales a Dios quien nos regeneró, y que tanto Él como nosotros somos Dios-hombres.
Cuando el Dios Triuno se hizo carne, Él se impartió a los hombres como gracia y realidad. Esta gracia es Dios a quien el hombre disfruta, y esta realidad es Dios a quien el hombre gana. En Juan 4 el Señor Jesús fue a Samaria y se sentó junto al pozo de Jacob, a esperar a que la mujer samaritana viniera a sacar agua. El Señor Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido y Él te habría dado agua viva”. Luego le dijo: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que brote para vida eterna” (vs. 10, 14). El Señor Jesús gratuitamente le dio al hombre el agua viva. No hay que pagar ningún precio ni se requiere ninguna labor. Esto es gracia. Además, esta agua viva puede darle al hombre la satisfacción de vida y puede apagar la sed que él tiene en lo más profundo de su ser. Esto es realidad. Esta agua viva es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, el Padre se expresa en el Hijo, y el Hijo se hace real a nosotros como Espíritu, para impartirse en el hombre. En Juan 7 el Señor Jesús también dijo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí [...] de su interior correrán ríos de agua viva”. El Señor Jesús dijo esto del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él (vs. 37-39). El Espíritu es la consumación del Dios Triuno. Él es el agua viva, que nos es dada gratuitamente. Esto es gracia. Cuando nosotros le recibimos, nuestra sed es satisfecha, y no estamos más vacíos. Esto es realidad.
En Juan 9 vemos a un hombre que era ciego de nacimiento. El Señor Jesús como luz del mundo vino a él, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva, ungió sus ojos con el lodo y le mandó que se lavara en el estanque de Siloé. El ciego, después que se hubo lavado, regresó viendo (vs. 1-7). Él no pagó ningún precio; sin embargo, fue sanado gratuitamente. Esto es la gracia de Dios. Además, el Señor Jesús como luz del mundo le había dado la vista, de modo que ya no fuera ciego. Esto es realidad.
El Hijo, quien es la gracia y la realidad de Dios, se imparte en todos los que creen en Él. En otras palabras, el Hijo unigénito de Dios se imparte en nosotros como vida eterna (3:16).
Juan 12:24 nos muestra que el Señor Jesús, el grano divino de trigo —que contiene la vida y la gloria divina—, liberó la vida divina al ser quebrada la cáscara de Su cuerpo por medio de la muerte, a fin de producir muchos granos que son formados como un solo pan, el cual es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, para que sean Su aumento, con miras a que se manifieste la expresión de Su gloria. Ésta es la impartición divina.
Cuando el Señor entró en la resurrección, fue hecho el Espíritu vivificante. La Palabra que estaba allí en el principio era el Dios Triuno mismo. Él se hizo carne, pasó por el vivir humano, la crucifixión y la resurrección y, finalmente, en la resurrección llegó a ser el Espíritu, quien es la máxima consumación del Dios Triuno.
En la noche del día de la resurrección, el Señor se puso en medio de los discípulos y, soplando en ellos Su aliento, les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (20:22). El Espíritu Santo aquí en realidad es el Cristo resucitado, porque el Espíritu es simplemente Su aliento. De manera que la Palabra que estaba allí en el principio finalmente llegó a ser el aliento, que es el Dios Triuno mismo. El Padre es la fuente, el Hijo es el fluir y el Espíritu es la realidad de esto. El Dios Triuno se hace real a nosotros como Espíritu vivificante. Esto es semejante a esa sandía grande que llega a ser el jugo de sandía que el hombre puede recibir tan fácilmente. Es por ello que 1 Corintios 12:13 dice: “A todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Por medio de esto, el Dios Triuno mismo se imparte en nosotros para ser nuestra vida y nuestro todo. Es de esta manera que se efectúa la impartición divina de la Trinidad Divina.
Juan 3 nos revela que este Hijo que se hizo carne, murió y resucitó para ser el Espíritu, es sobre todos, lo hereda todo y es enviado por Dios para hablar la palabra de Dios. En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios habló por medio de los profetas; pero en el Nuevo Testamento, Él nos habla en el Hijo (He. 1:1-2a). El Hijo es sencillamente Dios mismo. Él es Dios expresado. Mientras estuvo en la tierra, todo lo que Él habló, ya sea al enseñar, al predicar el evangelio o en los discursos que dio, estando en la montaña, a la orilla del mar o en las casas de la gente, todo eso que habló eran las palabras del Padre.
Según el principio de la Biblia, la palabra de Dios es sencillamente Dios mismo. Escuchar la palabra de Dios es escuchar a Dios; y recibir la palabra de Dios es recibir a Dios. Más aún, la palabra y el Espíritu son inseparables. La palabra es el Espíritu (Jn. 6:63). Mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, no sólo habló por Dios, sino que también vino para impartir al Espíritu (3:34). El Espíritu es la consumación máxima y final del Dios Triuno. Por medio de esta impartición, que es sin medida, el Dios Triuno procesado nos es inyectado para llegar a ser nuestro todo.
El Espíritu no es simplemente el Espíritu de Dios antes de la encarnación del Señor, sino que es el Espíritu de Dios después de la resurrección del Señor. Como tal, Él es la mezcla del Espíritu Santo, que posee la naturaleza divina, con la encarnación del Señor (Su humanidad), Su vivir humano, Su crucifixión y Su resurrección. Esto es tipificado por el ungüento santo que era producido al mezclarse el aceite de oliva con cuatro especias, como se describe en Éxodo 30:23-25. En este Espíritu compuesto se encuentra la divinidad, la humanidad, la eficacia de la muerte de Cristo y la fragancia de Su resurrección. Este Espíritu es Dios; Él es el Padre y el Hijo, y Jesucristo. Cuando invocamos el nombre del Señor, Él entra en nosotros, y se une a nosotros y se mezcla con nosotros, impartiéndose a nosotros con todas Sus riquezas, a fin de ser nuestra vida y nuestro suministro de vida.
Hoy en día, a fin de ser cristianos genuinos que amamos al Señor, no necesitamos buscar otras cosas. Lo único que necesitamos es crecer y avanzar día tras día en esta mezcla de Dios con el hombre. De este modo, creceremos con el crecimiento de Dios (Col. 2:9).
(Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Kota Kinabalu, Malasia el 24 de octubre de 1990).