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CAPITULO TRECE

TRATAR CON EL ESPIRITU

  Ahora que hemos visto la disciplina del Espíritu Santo, estudiaremos el trato con el espíritu. Juntamos estas dos lecciones porque están estrechamente relacionadas en nuestra experiencia espiritual. Muchas veces nuestro espíritu no es recto ni está correcto porque no hemos recibido la disciplina del Espíritu Santo. Por lo tanto, la disciplina del Espíritu Santo usualmente revela la condición de nuestro espíritu. Además, únicamente cuando hemos tratado adecuadamente con nuestro espíritu, podamos aceptar desde lo más profundo de nuestro ser el trato del Espíritu Santo.

I. BASE BIBLICA

  Salmos 51:10: “...renueva un espíritu recto dentro de mí”. Un espíritu recto no es lo que originalmente tenemos, sino usualmente el resultado de la visitación de Dios y de Su trato con nosotros.

  2 Timoteo 1:7: “Nos ha dado Dios espíritu ... de poder, de amor y de cordura”. Este tipo de espíritu que es poderoso, amoroso y que posee dominio propio, es dado por Dios.

  Gálatas 6:1: “Con espíritu de mansedumbre”. El espíritu de mansedumbre que puede restaurar a aquellos que están enredados en una falta, y que tiene el hombre espiritual, debe ser el resultado de que el hombre haya sido tratado por Dios.

  1 Pedro 3:4: “...el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible”. Esta clase de espíritu no sólo es afable, sino también apacible y es, por lo tanto, un ornato valioso a la vista de Dios. Esto también debe ser el resultado del hombre que ha sido tratado por Dios.

  Proverbios 16:19: “Mejor es humillar el espíritu”. Un espíritu humillado, un espíritu que no es altivo, se obtiene a través de haber sido afligidos y tratados.

  Mateo 5:3: “...pobres en espíritu”. Esto quiere decir que no hay satisfacción propia ni justicia propia en el espíritu. Esta clase de espíritu se obtiene por haber pasado por el azote severo y la disciplina.

  2 Corintios 7:1: “Limpiémonos de toda contaminación ... de espíritu”. Este versículo habla de tratar con el espíritu y de quitar de allí toda contaminación para que podamos tener un espíritu limpio.

II. LA DEFINICION DEL ESPIRITU

  Si deseamos tratar con el espíritu, debemos tener claridad en cuanto a lo que es el espíritu. El hombre es tripartito: cuerpo, alma y espíritu. La parte más profunda y a la vez la más elevada es el espíritu. Además, debemos señalar especialmente que el espíritu es la parte más genuina del hombre. Podemos decir que el espíritu es lo genuino del hombre, el hombre genuino.

  El espíritu es más profundo que el corazón. Por lo tanto, el espíritu es más genuino que el corazón. Nuestro vivir y actuar debe estar de acuerdo con nuestro espíritu para que logremos ser genuinos. Sólo cuando hablamos desde nuestro espíritu, hablamos genuinamente. Unicamente cuando tratamos con otros en nuestro espíritu, tratamos con ellos genuinamente. Aun nuestras actividades espirituales, como por ejemplo orar, tener comunión con otros y predicar, deben realizarse en nuestro espíritu para que sean genuinas. Cualquier actividad sin el ejercicio de nuestro espíritu es externa, superficial y falsa. Cualquier actividad que no se origine en la parte más profunda no es genuina. Esto no es un fingimiento intencional, sino el uso del órgano inadecuado. Por lo tanto, debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu y ser personas genuinas en el espíritu.

  Generalmente un hombre es más genuino cuando se enoja, porque en ese momento su espíritu es liberado. Cuando un hombre no está enojado, siempre sigue ciertas reglas o éticas objetivas, escondiendo dentro de sí su condición verdadera. Pero cuando se enoja extremadamente, hasta el punto de que ni siquiera puede tolerar su enojo ni esconderlo más, estalla por encima de todo. Lo que él siente interiormente lo habla exteriormente y el enojo que siente por dentro, lo expresa por fuera, sus ademanes externos revelan su verdadera condición interna. En ese momento su espíritu, que es lo genuino, se manifiesta. Por lo tanto, alguien que es refinado en su apariencia y que pocas veces se enoja es usualmente un hombre falso, mientras uno que frecuentemente se enoja es genuino. Su autenticidad descansa en el hecho de que su espíritu se está liberando. En conclusión, la parte más profunda y genuina del hombre es el espíritu, y el espíritu es lo genuino del hombre.

III. EL SIGNIFICADO DE TRATAR CON EL ESPIRITU

  Debemos aprender la lección tocante al espíritu en dos aspectos: uno de ellos es dejar que el espíritu brote, y el otro es dejar que el espíritu brote en una forma limpia.

  El propósito de las lecciones previas al tratar con la carne, el yo y la constitución natural es dejar que el espíritu brote. El resultado de estos tratos es que el espíritu puede ser liberado.

  En el arreglo original de Dios para el hombre, El puso el espíritu del hombre por encima de su alma y de su cuerpo para que el hombre pudiera vivir por el espíritu, por un lado, ejercitando su espíritu para tocar a Dios y ser regido por El, y por otro, ejercitando el espíritu para controlar todo su ser. Pero después de la caída, el cuerpo y el alma usurparon la posición del espíritu para que ese hombre ya no viviera por el espíritu, sino por la carne y el alma. De ahí en adelante, el espíritu del hombre gradualmente se fue marchitando y se aproximó a la muerte. Por lo tanto, todos aquellos que no han experimentado la salvación, viven en la carne y en el alma. El espíritu dentro de ellos parece existir, sin embargo, casi no tiene ninguna función. Además, el cuerpo del hombre ha venido a ser la carne por causa del pecado, mientras que el alma ha venido a ser el “yo” por causa de su propia opinión, y se ha vuelto natural por causa de su habilidad natural. La carne, la opinión propia y la constitución natural encierran firme y herméticamente al espíritu. Cuando Dios salva al hombre, Su Espíritu entra al espíritu del hombre para que éste sea avivado y fortalecido, y le capacita para que pueda vivir otra vez por el espíritu. No obstante, el espíritu del hombre está sitiado por la carne, la opinión propia y la constitución natural, además del hecho de que el hombre está acostumbrado a vivir por estas cosas; por lo tanto Dios requiere que el hombre, a través del efecto mortal de la cruz del Señor, las haga morir a todas, tratando con ellas y quebrantándolas para que haya alguna hendidura por la cual el espíritu tenga salida. Cuando el espíritu del hombre brota, también brota el Espíritu de Dios. Por lo tanto, el hombre puede vivir por el espíritu, dirigiendo su alma, controlando su cuerpo, siendo un hombre genuino, viviendo y actuando, adorando y sirviendo a Dios por el espíritu. Por lo tanto, el trato con la carne, con el yo y con la constitución natural, que se mencionaron previamente, tienen como fin el quebrantamiento del alma y de la carne del hombre para hacer que el espíritu brote. Este es el primer aspecto de la lección que debemos aprender con relación al trato con el espíritu.

  No es suficiente, sin embargo, que nosotros simplemente experimentemos el quebrantamiento de los contornos que rodean al espíritu para que éste pueda ser liberado; porque cuando es liberado, el hecho de que esté o no en una condición apropiada, recta, pura y sin mezcla, es otro aspecto del problema. Nuestra experiencia prueba que algunos hermanos o hermanas son verdaderamente muy fieles en negar el yo y en tratar con la constitución natural para que su espíritu pueda ser liberado. Sin embargo, cuando su espíritu brota, trae consigo ciertas condiciones impropias, como por ejemplo el ser rudo, arrogante, torcido o injusto. Esto prueba que en su espíritu hay mucha mezcla que desagrada a Dios.

  Por ejemplo, nosotros hemos dicho que cuando un hombre se enoja, su espíritu se asoma fácilmente. Pero el espíritu que es liberado en ese instante es indudablemente cruel, lleno de odio y rudo. Esa es una condición impropia del espíritu. Como otro ejemplo, considere a un hermano que va a cierto sitio a predicar. El sabe por experiencia que él no puede depender de su hombre exterior, sino que debe permitir que su espíritu sea liberado; por lo tanto, niega su yo y rechaza su constitución natural. Como resultado, tanto su espíritu como el Espíritu Santo en su espíritu son realmente liberados de manera que muchas personas son conmovidas. No obstante, mientras él está hablando, hay un deseo de exhibirse y de obtener alabanzas de hombre, así como un deseo de competir con otros y sobrepasarlos. Esta condición impropia de vanagloria es manifestada juntamente con la liberación de su espíritu. Sin duda alguna, su espíritu es liberado en tal ocasión, pero la condición de dicha liberación no es ni correcta ni pura.

  Hablando con propiedad, dentro de nuestro espíritu hay muchos elementos impuros, tales como arrogancia, vanagloria, perversidad, falsedad, astucia, sutileza, rebelión y obstinación. La condición es complicada y delicada, más allá de lo que uno se imagina. Por lo tanto, es un problema que nuestro espíritu sea liberado o no, pero el problema es aún mayor si nuestro espíritu no está limpio cuando es liberado. En relación con nuestro espíritu, no solamente debemos dejar que sea liberado sin impedimento, sino que también debemos tratar de que esté limpio, puro y propio cuando sea liberado. Este es el segundo aspecto de la lección que debemos aprender en relación con el espíritu, la lección que llamamos tratar con el espíritu. En conclusión, en relación con el espíritu, necesitamos, por un lado, ser quebrantados para poder liberar el espíritu y por otro, ser tratados de tal manera que el espíritu sea limpio; esto último es lo que llamamos tratar con el espíritu.

IV. EL ESPIRITU MISMO NO ESTA CONTAMINADO

  A pesar de que hemos dicho que el espíritu debe ser limpio, el espíritu en sí no está sucio en realidad. De hecho, 2 Corintios 7:1 dice: “...limpiémonos de toda contaminación de ... espíritu”, pero esta contaminación no es del espíritu mismo, sino una contaminación del alma y del cuerpo.

  Nuestro entendimiento con relación a esto se basa en el proceso de la caída humana que narra la Biblia. En Génesis 3 vemos que en la caída, el hombre aceptó la sugerencia de Satanás primero en su alma; por lo tanto el alma del hombre fue corrompida y ensuciada. Además de esto, con su cuerpo el hombre comió del árbol de la ciencia del bien y del mal; por lo tanto el cuerpo del hombre fue contaminado con la mezcla del elemento de Satanás. Hasta entonces el espíritu del hombre no estaba involucrado. El espíritu no participó en el primer pecado del hombre. Por lo tanto, después de la caída humana, a pesar de que el espíritu del hombre fue amortecido por la influencia contaminante del alma y del cuerpo, aún así, no había mezcla del elemento de Satanás con el espíritu. Por eso, el espíritu mismo no está contaminado.

  Por ejemplo, nuestra conciencia a veces es contaminada y produce sentimientos de culpa; pero aun así, la conciencia en sí no tiene problemas. Este hecho es válido aun hoy y es probado por las personas no salvas, quienes permanecen del lado de Dios cuando sus espíritus son revividos o cuando sus conciencias son conmovidas. Ellos son capaces de diferenciar entre lo bueno y lo malo y, por medio de la comunión en su espíritu, tienen el concepto de adorar a Dios. Hasta el ateo más recalcitrante que niega la existencia de Dios todavía tiene dentro de él un profundo sentido de Dios. Estas funciones que le quedan al espíritu prueban que el espíritu mismo está limpio.

V. EL TRAYECTO QUE RECORRE EL ESPIRITU ESTA SUCIO

  Si el espíritu mismo no está sucio, ¿por qué algunas veces se manifiesta en una forma inapropiada e impura? Porque el espíritu debe pasar a través de muchas de nuestras partes internas cuando se manifiesta. Dentro de las partes internas hay suciedad, así es que cuando el espíritu pasa a través de ellas se contamina y así la suciedad también se manifiesta. Por lo tanto, cuando el espíritu es liberado y manifestado, exhibe cierta condición contaminada e impropia.

  Por ejemplo, las aguas termales muchas veces tienen un olor a azufre. En realidad, el agua misma es limpia y no tiene olor, pero cuando pasa por un depósito de azufre, trae consigo el elemento sulfúrico. Debido a que hay azufre en el agua, ésta se convierte en agua sulfurosa y cuando fluye lleva consigo el olor del azufre.

  Igualmente el espíritu es nuestra parte más interna; es puro y no está contaminado. Sin embargo, alrededor del espíritu está el alma y el cuerpo, y ambos han sido mezclados con los elementos malignos de Satanás y, por lo tanto, están sucios y son corruptos. Así que, cuando el espíritu brota y pasa a través del alma y del cuerpo, se contamina con la suciedad y corrupción que allí hay. Por eso, cuando se manifiesta, el espíritu lleva cierta suciedad, corrupción, impureza, cosas impropias, y varias otras cosas indeseables. Si una persona es orgullosa en su alma, el espíritu también se manifiesta con orgullo; si una persona es iracunda en la carne, su espíritu también revela la ira. Muchas veces nos enfrentamos con un espíritu ansioso, un espíritu celoso, un espíritu perverso o un espíritu rudo, ninguno de los cuales es problema del espíritu mismo, sino la influencia corrupta de los elementos indeseables del alma y del cuerpo sobre el espíritu al pasar éste a través de ellos. Podemos diferenciar la clase de contaminación según la clase de espíritu; la clase de espíritu revela la clase de hombre.

  ¡Que el espíritu del hombre lleve esta suciedad del alma y del cuerpo es de cierto una cosa temible! Parece que cuando el espíritu está inerte, la suciedad del alma y del cuerpo no es tan crítica, pero cuando el espíritu es activado y liberado, entonces toda la suciedad del alma y del cuerpo salen a la superficie. Esto es muy serio. Podemos comparar esto con la dinamita, que, cuando se mantiene almacenada no es peligrosa. Pero cuando se enciende fuego en el almacén y causa una explosión, la condición es seria. El fuego en sí no es explosivo, pero cuando pasa a través de la dinamita, los dos explotan juntos. Igualmente si una persona odia a otros en el alma, no es tan serio; pero si su espíritu es liberado mientras él está odiando a otros, lleva consigo el odio del alma y así se convierte en espíritu de odio. Esto es muy grave.

  Por lo tanto, no es suficiente que aprendamos a liberar el espíritu; debemos tratar completamente con todas las mezclas de nuestro espíritu, de manera que cuando el espíritu sea liberado, no sea peligroso ni cause problemas a otros.

VI. EL ALCANCE DEL TRAYECTO QUE RECORRE EL ESPIRITU

  El trayecto que recorre el espíritu puede simplificarse en el alma y el cuerpo, pero cuando se estudia minuciosamente puede ser dividido en el propósito del corazón, el motivo, la finalidad, la intención, la disposición del corazón, la voluntad, y la carne, etc. El propósito del corazón tiene algo que ver con el corazón mismo, mientras que el motivo y la intención, etc., pueden estar o en el corazón o en el alma. La carne tiene que ver con el cuerpo físico.

  Puesto que todas las partes de este trayecto que recorre el espíritu rodean nuestro espíritu, naturalmente afectan al espíritu, el cual tiene que pasar por ahí para poder ser liberado, y el cual a su vez saca a la superficie los elementos y las condiciones de dicho trayecto. Por eso, la condición del espíritu refleja la condición de todas las partes de este trayecto. Si nuestro motivo no es puro, el espíritu tampoco lo es cuando es liberado; cuando nuestra intención no es limpia, tampoco lo es el espíritu cuando sale.

  Podemos ver esto con mayor claridad por el ejemplo que hemos usado en cuanto a la predicación, cuando ésta es usada para exaltarse uno mismo y para competir. Cuando el hermano está predicando, su espíritu es liberado, pero con un aire de ostentación y competencia. Esto se debe a los elementos de exhibición y competencia que hay en el propósito de su corazón y en sus motivos. Cuando el propósito del corazón es la gloria propia, el resultado es un espíritu vanaglorioso y jactancioso. Sus motivos competitivos, además, hacen que otros detecten un espíritu de competencia y lucha.

  Por lo tanto, el espíritu del hombre es de cierto la parte más genuina de él. No importa cuál sea la condición del hombre, ésta es manifestada cuando su espíritu se expresa. Cuando nos ponemos en contacto con otros o cuando ayudamos a otros en asuntos espirituales, debemos tocar sus espíritus y saber cuáles son sus intenciones y motivos, etc. Así, entenderemos la verdadera condición del hombre en lo profundo de él.

  Por ejemplo, un hermano va a ver a los ancianos y les dice: “El hermano fulano y yo hicimos un negocio y él me engañó. No vengo a acusarlo, sino simplemente a tener comunión con ustedes, los hermanos responsables”. Aunque él declare que no ha venido para acusar a su hermano, su espíritu muestra otra cosa. Su motivo e intención en la comunión es acusar a su hermano. Una vez que tocamos su espíritu, sus motivos e intenciones no pueden evitar ser discernidos.

  El propósito del corazón y el motivo del espíritu del hombre es como el acento de una persona, son muy difíciles de esconder. Por ejemplo, suponga que un sureño insiste en que él es del norte. Si se mantiene callado puede ser que pase, pero cuanto más discuta, más se revelará en su acento que es del sur. El día que Pedro estaba en la corte del sumo sacerdote, cuanto más se defendía diciendo que él no era uno de los nazarenos, más lo delataba su acento galileo (Mt. 26:69-73). Igualmente alguien puede decir que es humilde, pero su espíritu delata su orgullo. Alguien puede declarar que es absolutamente honesto, pero por su espíritu detectamos su perversidad. Otro tal vez diga que estaría deseoso de ayudar si tuviera la oportunidad; pero usted puede detectar la mala voluntad que hay en su espíritu. Aún otro quizá diga que realmente quiere obedecer, pero que por cierta dificultad no lo puede hacer; por su espíritu podemos discernir que desde el mismo principio nunca ha deseado obedecer. La condición del espíritu del hombre es mucho más complicada que la expresión externa. Por lo tanto, debemos juzgar de acuerdo al espíritu del hombre, no de acuerdo a sus palabras.

  Todos los hermanos y hermanas que desean servir al Señor en la iglesia deben aprender esta lección en particular. Si sólo observamos la actitud externa del hombre y oímos sus palabras, podemos ser engañados fácilmente. Desde luego, si aprendemos a tocar su espíritu, el propósito de su corazón, sus motivos, su meta y su intención, no pueden escapar de nuestra observación. Debido a que éstas son las partes del trayecto que recorre el espíritu y a que el espíritu lleva consigo estas condiciones cuando se está liberando, su condición refleja esas mismas condiciones. No hay excepción para esto.

VII. TRATAR CON EL ESPIRITU ES TRATAR CON EL TRAYECTO QUE RECORRE

  Debido a que la contaminación del espíritu se debe a su paso (que incluye el propósito del corazón, los motivos, la finalidad, la intención, etc.), entonces tratar con el espíritu no es tratar con el espíritu en sí, sino con el trayecto que recorre, es decir, con el propósito del corazón, los motivos, la meta, la intención, etc. Cuando estamos prestos a actuar o a hablar, no sólo necesitamos preguntarnos si vamos a obrar correcta o incorrectamente, bien o mal, sino que también necesitamos discernir si nuestra intención es limpia, nuestros motivos puros y nuestro propósito exclusivamente para Dios. ¿Hay algún propósito egoísta detrás de nuestra acción? ¿Hay alguna inclinación egoísta? Esta clase de trato es el trato con el espíritu.

  Por ejemplo, supongamos que hay cierto hermano que tiene una controversia con usted, lo cual hace que usted esté muy molesto y disgustado. Cuando usted lo menciona a otros, a pesar de que exteriormente hable suavemente como si no tuviese ninguna importancia, sus palabras hacen que otros perciban un espíritu de condenación y de ira. Un día, quizás durante una reunión o mientras ora, usted reciba misericordia del Señor y se dé cuenta de que aunque el Señor le ha perdonado a usted, usted debe de cierto perdonar a su hermano. En ese momento, desde lo más profundo de su ser, usted trata minuciosamente con la determinación no perdonadora de su corazón y de su intención. Luego, cuando usted menciona este hermano a otros, a pesar de que usted mencione la controversia del pasado, su espíritu no se turba y se siente bien. En ese momento, su espíritu no sólo se manifiesta, sino que al salir está muy limpio sin ninguna otra intención.

  En la iglesia, aquellos que realmente son un suministro para otros y edifican a los hermanos y hermanas son aquellos que tienen un espíritu limpio que ha sido tratado en esta forma. Si nuestro espíritu nunca ha sido tratado, aun cuando alabamos a otros causamos un sentir incómodo en los demás. Esto se debe a que nuestro espíritu no está limpio. Puede ser que en nuestra alabanza haya un propósito de ensalzamiento o la intención de ser recompensado por otros. Por el contrario, uno que tenga un espíritu que haya sido tratado puede quizás reprender a otros con firmeza y franqueza causando que aquellos que son reprendidos se sientan turbados en su alma; pero en su espíritu ellos recibirán el suministro de vida y la iluminación y podrán así sentirse refrescados y satisfechos. Esto se debe a que su espíritu es limpio y puro y no tiene otro motivo.

  Por esta razón necesitamos que no sólo la carne, el yo y la constitución natural de nosotros sean quebrantados de manera que el espíritu pueda manifestarse, sino que también debemos dar un paso adicional y tratar con todos los propósitos negativos del corazón, las intenciones indeseables, las inclinaciones impuras, los deseos impropios y las emociones mezcladas hasta el final, no sólo para que el espíritu tenga salida, sino para que pueda salir en una manera correcta, limpia y pura. Por lo tanto, necesitamos estos dos pasos en el trato. El primer paso es el trato del quebrantamiento a fin de liberar el espíritu; el segundo paso es tratar con todos los elementos que hay en el trayecto del espíritu, de manera que el espíritu pueda salir en una forma limpia. Tratar así con todos los elementos es tratar con el trayecto del espíritu y también con el espíritu mismo.

  Debido a que el trayecto del espíritu incluye todas las partes de nuestro ser, tenemos que tratar con cada una de ellas cuando tratamos con el espíritu. Este tipo de trato es más profundo y más delicado que los varios tratos mencionados anteriormente. Si comparamos el trato con el pecado y el trato con el mundo con nuestro lavado de ropa, el trato con la conciencia con bañarnos, el trato con la carne con afeitarnos, el trato con el yo con quitarnos la piel, y el trato con nuestra constitución natural con cortarnos, entonces tratar con el espíritu se puede comparar con quitar todas nuestras células sanguíneas para examinarlas y limpiar cada una de ellas. Empezando con el trato del pecado, cada paso de este tratamiento viene a ser más profundo y delicado a medida que continuamos. Cuando llegamos al trato con nuestra constitución natural, estamos siendo tratados completamente por dentro y por fuera. La única parte que queda es la contaminación que trae consigo el espíritu. Cuando hemos tratado con el espíritu y ha sido limpiado de toda contaminación, de manera que el espíritu no sólo brota, sino que brota limpio, puro y correcto, entonces todo nuestro ser es completa y minuciosamente tratado. Desde luego, después de esto, obtenemos el ser llenos del Espíritu. Cuando hayamos tratado con todos los elementos de nuestra vieja creación, entonces el Espíritu Santo podrá poseernos y llenar todo nuestro ser.

VIII. LA DIFERENCIA ENTRE TRATAR CON NUESTRO ESPIRITU Y TRATAR CON NUESTRA CONCIENCIA

  El trato con la conciencia y con el espíritu son tratos muy delicados dentro de nosotros y aparentemente son difíciles de distinguir. Sin embargo, cuando los comparamos cuidadosamente, nos damos cuenta de que el objetivo del trato con cada uno de ellos difiere. El trato con el espíritu pone énfasis en el trato con las intenciones impuras, los motivos y otras impurezas que hay dentro de nosotros; mientras que el trato con la conciencia recalca el trato con los sentimientos de la conciencia hacia todas las contaminaciones.

  Por ejemplo, considere a una hermana que relata a otros cierto asunto. Mientras ella habla, hay un mal motivo escondido en ella. Después su conciencia la condena, causándole el sentir de que no fue correcto haber hablado con un mal motivo. Ella lo confiesa delante de Dios y trata con este motivo delante de otros. En ese momento, ella ha tratado con el asunto de haber hablado a otros con un mal motivo y tiene paz en su conciencia. Ella no ha tratado aún con el mal motivo en sí. Por tanto, ese elemento, esa impureza, todavía permanece dentro de ella, aunque no se manifestará mientras ella permanezca callada y no libere su espíritu. Sin embargo, tan pronto como ella mencione el mismo asunto con su espíritu liberado tal motivo en particular, tal contaminación, automáticamente se manifestará. Más adelante cuando ella es alumbrada y ve cuál es la base de su motivo y que no debe permanecer allí, trata con ese mal motivo por medio del poder del Espíritu Santo. En este momento ella no sólo ha tratado con su comportamiento exterior impropio, sino también con la contaminación misma dentro de ella. Al tratar con el comportamiento exterior en lo que se refiere al comportamiento mismo, ella trata con el pecado; en cuanto al sentir de la conciencia con respecto al comportamiento, está tratando con la conciencia; mientras que el trato con la contaminación interna es el trato con el espíritu.

  Considere otro ejemplo. Un hermano está muy disgustado con otro y tiene muchos sentimientos de crítica y queja. A pesar de que esos sentimientos no han sido expresados, en su conciencia se da cuenta de que esto no está correcto; por lo tanto, él confiesa esto como pecado delante de Dios. Este es su trato con su propia conciencia. Sin embargo, él no está dispuesto a abandonar esos sentimientos de desagrado ni a tratar con esa contaminación. Por lo tanto, cada vez que recuerda a ese hermano o lo menciona, su espíritu aún contiene esa mezcla y es todavía un espíritu de desagrado lleno de crítica. Hasta este punto él sólo ha tratado con el sentir de la conciencia, pero no con la contaminación que hay en su espíritu. El ha tenido sólo la experiencia de tratar con su conciencia, pero no la experiencia de tratar con su espíritu. Por lo tanto, puede ser que tenga paz en su conciencia, pero las contaminaciones que hay en su espíritu todavía no han sido eliminadas. No será sino hasta que él reciba misericordia otra vez y abandone ese disgusto escondido muy profundo dentro de él, de manera que ya no haya dicha contaminación en su espíritu, que él finalmente aprenderá la lección de tratar con su espíritu.

  En conclusión, el trato con la conciencia es sólo asunto de tratar con el sentir. Necesitamos tratar con el espíritu a fin de tratar con la naturaleza interna. Es sólo cuando se trata con la naturaleza del asunto que podemos tratar con su raíz. Por lo tanto, tratar con el espíritu es más profundo y más severo que tratar con la conciencia. El trato con la conciencia es sólo una lección de la segunda etapa de la experiencia espiritual en vida, mientras que el trato con el espíritu puede ser sólo experimentado al final de la tercera etapa.

IX. LA MANERA DE TRATAR CON EL ESPIRITU

A. Nuestra iniciativa

  La manera práctica de tratar con el espíritu es similar a aquellos diversos tratos mencionados anteriormente. Primero, tenemos que condenar las contaminaciones, y luego, tenemos que quitarlas por el poder del Espíritu Santo. Por ejemplo, si tenemos un espíritu torcido, tenemos primero que condenar esta perversidad como pecado. Segundo, tenemos que extirpar esta perversidad de dentro de nosotros por el poder del Espíritu Santo. A pesar de que la condenación y la eliminación se realizan por medio del poder del Espíritu Santo, provienen de nuestra propia iniciativa. Tenemos que estar dispuestos a tener dichos tratos y desearlos; entonces podemos obtener el poder del Espíritu Santo. El Espíritu Santo requiere la cooperación de nuestra voluntad; cuando El tenga esto, nos suministrará Su poder para ese trato. Este es el principio básico de que llevemos a cabo estos tratos en vida.

  El hacer morir que se menciona en Romanos 8:13 quiere decir que nosotros tomamos la iniciativa en hacer morir; no quiere decir que el Espíritu Santo lo hace por nosotros. El Espíritu Santo es el medio, pero nosotros debemos tomar la iniciativa. El Espíritu Santo suministra la fortaleza, pero nosotros debemos tomar la iniciativa en hacer morir las obras de la carne por medio del Espíritu Santo. Hemos hablado anteriormente de Gálatas 5:24 que dice que nosotros los que somos de Cristo, hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Esta crucifixión proviene también de nuestra iniciativa, no del Señor. Sin duda alguna, quien fue crucificado fue el Señor, pero eso es únicamente la base objetiva; tomar la iniciativa de crucificar la carne es nuestra aplicación subjetiva. Necesitamos tomar la iniciativa en aplicar la cruz y crucificar las partes por las que pasa el espíritu; incluyendo nuestra carne, nuestro yo, nuestra constitución natural, el propósito de nuestro corazón, nuestra aspiración, nuestras intenciones, nuestra inclinación, nuestros motivos, etc.

B. La cruz como la base

  Este tipo de trato iniciado por nosotros difiere del refinamiento humano. El refinamiento humano es puramente el trabajo del hombre, mientras que el trato que nosotros iniciamos está basado en la realidad de la cruz. Es debido a que el Señor ya ha condenado el pecado en la cruz que nosotros podemos tratar con el pecado. Debido a que el Señor ya ha juzgado al mundo en la cruz, nosotros podemos tratar con el mundo. Igualmente, ya que el Señor ha terminado con el viejo hombre en la cruz, así como con nuestra carne, nuestro temperamento, nuestro yo, nuestra constitución natural y todas las otras contaminaciones, nosotros podemos emplear esa realidad como la base sobre la cual podemos tratar con nuestra carne, temperamento, voluntad propia, habilidad natural y todas las contaminaciones que hay en el trayecto de nuestro espíritu.

C. La función de la vida

  En el trato con el espíritu, tenemos como base no sólo la realidad alcanzada por el Señor en la cruz, sino, aún más, tenemos como poder la vida de la muerte y resurrección del Señor. Puesto que esta vida emana de la muerte en la cruz, tiene dentro de sí el elemento de la muerte en la cruz. Por lo tanto, cuando Su vida fluye en nosotros nos regresa a la muerte en la cruz a fin de unirnos con la muerte en la cruz, y así unirnos a la cruz. Esto se puede comparar con la corriente eléctrica que fluye a través de una lámpara; la corriente conecta la lámpara con la planta eléctrica, mientras que al mismo tiempo la electricidad de la planta eléctrica puede manifestar su función haciendo que la lámpara emita luz. Igualmente, cuando la vida de resurrección del Señor entra en nosotros y se mueve dentro de nosotros, produce muerte, lo cual nos capacita para que tengamos los varios tratamientos que consisten en hacer morir varias cosas. Esta vida dentro de nosotros espontáneamente produce sentimientos que nos exigen que tratemos con el pecado, el mundo, los sentimientos de la conciencia, la arrogancia y deseos de la carne, nuestra opinión, la habilidad de la vida natural y todas las contaminaciones que haya en las diferentes partes de nuestro ser. Todos estos tratos están en la obra consumada de Cristo en la cruz y son ahora experimentados por nosotros en el Espíritu Santo.

  Una vez que tenemos el sentir que proviene de la vida del Señor dentro de nosotros, necesitamos ejercitar nuestra voluntad para cooperar con Su vida e inmediatamente iniciar el tratamiento. Si cooperamos en esta forma, este sentir de vida se convierte en un poder destructor, el cual nos capacita para que tengamos la experiencia de la muerte en la cruz. Entonces, la muerte en la cruz se manifiesta en nuestro vivir en una manera muy práctica quitando nuestras injusticias, nuestra falta de santidad, las ofensas que haya en nuestra conciencia, nuestra carne, nuestro temperamento, nuestra opinión, nuestra constitución natural y todas las contaminaciones que haya en las varias partes de nuestro ser. En esta etapa, todo nuestro ser no sólo es quebrantado para que el espíritu pueda ser liberado, sino que también es purificado, de modo que el espíritu que es liberado, sea puro, recto, manso y normal.

D. La norma de la paz

  La norma de nuestro trato con el espíritu de todos modos es “vida y paz”. Solamente debemos tratar hasta el grado en que tengamos paz interior; esto es suficiente. Sin embargo, en cuanto a tratar hasta el grado en el que podemos tener paz, el Espíritu Santo será responsable de hablarnos y darnos un sentir claro. Muchas veces el hablar del Espíritu Santo dentro de nosotros tiene una norma mayor que la demanda externa. Si nuestro crecimiento en vida alcanza el grado de tratar con nuestro espíritu, entonces la demanda que el Espíritu Santo hace dentro de nosotros no solamente será más alta que la ley de este mundo, sino más elevada y más severa que las regulaciones de la letra de la Biblia. Por lo tanto, mientras sintamos que no hay ningún problema profundo en nuestro ser, eso es suficiente. Pero, desde luego, si hay algún problema profundo en nosotros que nos impide tener paz, no debemos prestar atención a los razonamientos externos. Debemos poner atención a la demanda interna del Espíritu Santo y así llegar a la medida requerida por el Espíritu Santo dentro de nosotros.

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