
Ahora estudiaremos la lección diecinueve tocante a la vida, la cual es también la última experiencia de vida: ser llenos a la medida de la estatura de Cristo. Trataremos el tema en una manera más simple, ya que muchos de los aspectos afines han sido abarcados en los capítulos anteriores, dejando muy poco por decir en este punto. Además, hemos experimentado muy poco esta lección, por consiguiente, no tenemos mucho que decir.
Cuando hablamos de ser llenos a la medida de la estatura de Cristo, nos referimos a que nuestra vida en Cristo ha llegado a la esfera de la madurez completa. Si verdaderamente hemos experimentado todas las lecciones de vida mencionadas previamente, entonces la vida de Cristo puede ser completamente forjada en nosotros. En ese momento, estaremos llenos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
El aumento de la estatura de Cristo dentro de nosotros puede ser dividido en cinco pasos. Primeramente, Cristo entra en nosotros para ser nuestra vida. En segundo lugar, Cristo crece gradualmente en nosotros por medio de vivir en nosotros a través del Espíritu Santo. En tercer lugar, Cristo es formado en nosotros. En cuarto lugar, Cristo es manifestado a través de nosotros. Puesto que Cristo crece, es formado y manifestado en nosotros más y más, un día todas las partes de nuestro ser estarán llenas de Sus elementos; entonces alcanzaremos el quinto paso: que Cristo llegue a ser madurado en nosotros, o sea, que nosotros seamos llenos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. En ese momento, nuestra experiencia de vida en Cristo habrá llegado a la cúspide.
Cada cristiano salvo tiene la experiencia del primer paso, o sea, que Cristo entra en nosotros para ser nuestra vida. Si alguien no ha experimentado este primer paso, no es salvo, ni tampoco puede hablar de las experiencias de vida que siguen. Con respecto al segundo paso —que Cristo viva y crezca en nosotros— todo cristiano ferviente está en el proceso de tener esta experiencia. En cuanto al tercer paso —que Cristo sea formado en nosotros— muchos no han alcanzado esta etapa. Cuando llegamos al cuarto paso, es decir, que Cristo sea manifestado a través de nosotros, son menos aún los que lo han experimentado. Finalmente, en cuanto al quinto paso: que Cristo sea madurado en nosotros y que nosotros maduremos en Su vida y seamos llenos a la medida de Su estatura; personas con esta experiencia rara vez se encuentran en las iglesias en la tierra hoy. Por lo tanto, en esta lección que trata de que seamos llenos a la medida de la estatura de Cristo, no hay mucho que decir. Simplemente enumeraremos algunos puntos principales y los discutiremos brevemente.
En relación con ser llenos a la medida de la estatura de Cristo, debemos primero darnos cuenta de que nadie puede llegar a esta etapa individualmente. Esta experiencia solamente se alcanza en el Cuerpo. Es completamente una experiencia que es ganada en el Cuerpo.
Un cristiano que ha experimentado el quebrantamiento de la carne y de la constitución natural del hombre, automáticamente verá el Cuerpo de Cristo. Desde ese momento en adelante, él comprende profundamente en su experiencia que separado del Cuerpo de Cristo no puede vivir, y tampoco puede vivir en el Señor ni tocar Su presencia. Si es desligado del Cuerpo de Cristo, ni siquiera puede ser un cristiano. Por lo tanto, desde el momento que ve el Cuerpo de Cristo, hasta que llega a ser maduro en la vida del Señor, su vida espiritual está en el Cuerpo, igual que toda su experiencia espiritual. Por consiguiente, ser lleno a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo es también una experiencia que se tiene en el Cuerpo.
No solamente es imposible que alguien experimente el ser lleno a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo fuera del Cuerpo, sino que aun en la práctica, en el Cuerpo, nadie puede ser lleno a la medida de la estatura de Cristo individualmente. Ser lleno a la medida de la estatura de Cristo es un asunto del Cuerpo. Por lo tanto, solamente el Cuerpo puede estar lleno a la medida de la estatura de Cristo.
Ser lleno a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo sólo se menciona una vez en la Biblia, en Efesios 4:13. En este pasaje, el escritor no se está refiriendo a santos individuales, sino que más bien hace notar el hecho de que un día el Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia, alcanzará tal etapa. En Efesios 3:18, leemos que para comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de Cristo, necesitamos unanimidad con todos los santos. De estas dos referencias de la Escritura vemos que la estatura de la plenitud de Cristo y las inescrutables dimensiones de Cristo no pueden ser experimentadas por nosotros mismos individualmente, sino por medio de estar en el Cuerpo y de ser unidos con todos los santos.
Por lo tanto, en realidad, la madurez de la vida de un cristiano tiene lugar en el Cuerpo. Nunca debemos esperar que podremos alcanzar la madurez de vida individualmente. De hecho, cuando alguien ve el Cuerpo, ya no puede seguir siendo individual.
Con respecto al contenido, ser llenos a la medida de la estatura de Cristo significa que estamos llenos de la vida y la naturaleza de Cristo. Cuando la experiencia en vida de una persona alcanza su clímax, la vida y la naturaleza de Cristo ha impregnado todas las diferentes partes de su ser. Las diferentes partes de su espíritu, así como la mente, la voluntad, y la parte emotiva de su alma, están llenas de la vida y la naturaleza de Cristo. Aún su cuerpo físico a veces es sostenido mediante esta fuerza del espíritu. (Por ahora los cristianos no pueden ser llenos del elemento de Cristo en sus cuerpos; esto puede ser logrado solamente cuando seamos arrebatados y transfigurados). En ese entonces su vida llega a la madurez.
Hay muchos entre nosotros que han sido creyentes en el Señor por años, pero hasta este día hay muy poco del elemento de Cristo en ellos. Sus pensamientos están mayormente llenos de sí mismos. Aunque hay poca inmundicia o corrupción en sus pensamientos, hay también poco de Cristo. Esto también significa que en sus pensamientos hay muy poco de la estatura de Cristo. Con respecto a su voluntad, aunque no se rebele contra Dios ni se oponga a El, o no aparente estar equivocada en alguna manera, el elemento que hay en su voluntad es mayormente de ellos mismos y tiene muy poco de Cristo. Con respecto a su parte emotiva, su ánimo, sus deseos, y sus inclinaciones, pueden ser intachables, pero aún así, ellos no están llenos del elemento de Cristo. Esto prueba que la estatura de Cristo dentro de ellos no ha alcanzado la plena medida y que han tenido muy poco progreso en el crecimiento espiritual.
¿Cómo podemos ser gradualmente llenos de la vida y la naturaleza de Cristo? Sabemos que el hombre tiene tres partes: espíritu, alma y cuerpo. El espíritu es el centro, el cuerpo es la circunferencia exterior, y entre estos dos está el alma. Cuando somos regenerados, Cristo como el Espíritu entra en nuestro espíritu. Desde ese momento, El vive y crece en nosotros. Primero El nos llena en nuestro espíritu, luego El se extiende hacia el exterior desde nuestro espíritu a la mente, la parte emotiva y la voluntad de nuestra alma. El usa la cruz para tratar con nuestro yo y con nuestra constitución natural, es decir, para tratar especialmente con la vida del alma, la cual está en nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Cuanto más nuestra mente, emociones y voluntad sean tratadas y quebrantadas mediante la cruz, tanto más Cristo como el Espíritu vivificante podrá entrar en estas partes. En cierto punto, todos los elementos de nuestra mente, emociones y voluntad serán Cristo; entonces la estatura de Cristo llega a desarrollarse plenamente en nosotros.
En este punto, todas las consideraciones, conceptos, ideas y puntos de vista de nuestra mente, todo el placer, enojo, pena, gozo, deleite e inclinación de nuestra parte emotiva, y todo el juicio, decisión, intención y elección de nuestra voluntad, están llenos del elemento de Cristo. Nuestra mente es como la mente de Cristo, nuestro deleite es Su deleite y nuestra intención es Su intención. En otras palabras, cuando pensamos, es Cristo quien piensa; cuando nos deleitamos, es El quien se deleita; y cuando queremos obrar, es El quien obra. En ese punto, cada parte de nuestro ser interno ha sido tratada por medio de la cruz, y no hay lugar para el yo ni para la constitución natural; todo el terreno ha sido entregado a Cristo. Podemos decir que todo nuestro ser está lleno de la vida y la naturaleza de Cristo.
Es como verter jugo de uva en un vaso de agua, donde el agua nos representa a nosotros, y el jugo de uva tipifica la vida y la naturaleza de Cristo. El que es recién salvo puede ser comparado con un vaso de agua al que se le ha añadido sólo un poco de jugo de uva. Hay cristianos que a veces parecen tener un poco de jugo de uva en el fondo, y otras veces no, haciendo que otros duden de la salvación de ellos. Con otros, uno puede estar seguro de que contienen el jugo de uva, aunque muy poco. Anteriormente, era agua sola; ahora está el elemento del jugo de uva por dentro. Cuando hay más crecimiento en vida, es como si el jugo de uva aumentara, y así el color se hace más oscuro. Anteriormente, al amar a otros, el amor de tal persona provenía solamente de sí mismo; ahora en su amor por otros hay indudablemente un elemento de Cristo que ha sido añadido. Antes, él miraba las cosas en cierta manera y con cierto concepto, ahora el caso es diferente; el elemento de Cristo le ha sido añadido. De igual manera, a su parte emotiva y a su voluntad se les ha añadido el elemento de Cristo. Todo lo que él ama o en lo que se deleita, todo lo que él considera y decide, puede estar aún mezclado con elementos impuros, pero en cierta medida el elemento de Cristo ha aumentado y el color de Cristo se ha intensificado. Esto significa que Cristo ha crecido en él.
Con respecto a que Cristo sea formado en nosotros, podemos usar como ejemplo el jugo de uva cuyo color es lo suficientemente oscuro como para ser fácilmente reconocido. Antes de que Cristo sea formado en nosotros, quizá parezcamos a un jugo de uva que tiene un color tenue, lo cual hace difícil identificarlo. Sin embargo, cuando Cristo está formado en nosotros, los hombres pueden ver claramente el jugo de uva dentro. Con el tiempo, ya no se verá más el agua en el vaso, puesto que será absorbida y oscurecida por el jugo de uva. Esto significa figurativamente que la vida y la naturaleza de Cristo han aumentado en nosotros a tal grado que Cristo ha llegado a ser todo en nosotros y ha oscurecido y absorbido todo nuestro elemento. Lo que se manifiesta es el elemento y el color de Cristo. Esto es lo que llamamos la madurez de vida, o el ser lleno a la medida de la estatura de Cristo.
Cuando una persona llega a la medida de la plena estatura de Cristo, está en la misma posición que Cristo, no solamente como un hecho objetivo, sino también en experiencia. Cristo está sentado en los cielos, así también él; Cristo está en el trono, y así está él. En este momento, él no es fácilmente conmovido, ni tampoco puede caer fácilmente.
Antes de que la vida espiritual de un hombre llegue a la madurez, él no es estable. Es posible que un mes antes, él haya estado grandemente exaltado y celoso por el Señor; al mes siguiente tal vez esté excesivamente deprimido y débil, hasta el punto de no estar dispuesto a ir a las reuniones. Algunos hermanos y hermanas, cuando son bien recibidos y animados, están gozosos y fuera de sí; pero cuando afrontan oposición y problemas, se deprimen y se abaten. Estos altibajos prueban que la vida es todavía inmadura. Sin embargo, cuando la vida del hombre ha llegado a la madurez, y él está sentado con Cristo en el trono en los cielos, él no sube ni cae, ni vacila fácilmente. Cuando usted le da la bienvenida, él es cierta clase de persona; cuando usted se le opone, sigue siendo el mismo. Si usted lo anima, él está en el trono; si le da problemas, él sigue en el trono. Cuando el profeta Elías oyó que Jezabel deseaba matarlo, tuvo muchísimo temor; huyó y se sentó debajo de un enebro, deseando morir (1 R. 19). Esto se debe a que él había descendido del Monte Carmelo. De igual forma, cuando uno desciende de la posición celestial, es fácilmente confundido y amedrentado. Sin embargo, el que ha llegado a la madurez de vida, vive en el espíritu, en la vida de Cristo; él participa de Su posición y no es fácilmente perturbado ni provocado. Tal como Cristo es estable y está seguro en los cielos, así también él. Una persona cuya vida ha llegado a la madurez es estable y firme.
Como Cristo mismo es inconmovible en los cielos, así son aquellos que están llenos a la medida de la estatura de Cristo y que participan de la misma posición que Cristo. El no cambia por causa del lugar o del tiempo; no importa en qué clase de ambiente se encuentra, él permanece inmutable sentado en los cielos. El participa de la misma posición que Cristo. Esta es la condición de uno que está lleno a la medida de la estatura de Cristo.
Otra condición del que está lleno a la medida de la estatura de Cristo es que reina con Cristo. Usted debe alcanzar la posición de reinar con Cristo para que su vida pueda madurar. Si deseamos saber si somos maduros en vida o no, debemos comprobar si podemos reinar en la vida espiritual o no. No podemos pedirle a un niño de seis años que gobierne; aun si lo coronamos como rey y le damos el reinado, y lo sometemos todo a su control, él se iría corriendo a jugar pelota. Si la vida es insuficiente, no hay posibilidad de reinar. Cuando la vida de uno llega a la madurez, uno reina automáticamente. Consideren la doncella del Cantar de los cantares. No fue sino hasta que su vida interna llegó a brillar como el alba, hermosa como la luna y clara como el sol, que ella manifestó su majestad y fue temible como un ejército con banderas (Cnt. 6:10). Si alguno no ha llegado a este estado trascendente y celestial, y aún así, reclama que es experimentado y que está en una posición elevada, él solamente está exhibiendo su propia gloria y poder; es una exhibición desagradable e indudablemente no está reinando. Por lo tanto, reinar no es solamente un asunto de posición, sino también de vida. A fin de reinar, uno necesita la posición y aún más, la vida.
Esto no solamente es cierto en la vida espiritual, sino también en la vida física. Una afirmación hecha por un niño tiene muy poco significado. La misma afirmación, en la misma circunstancia, en el mismo tiempo, hablada por un adulto, tiene bastante peso, y cuando es hablada por un anciano de setenta u ochenta años, tiene aún más peso. El peso de la palabra se mide de acuerdo a la edad. Cuando se alcanza cierta edad, la palabra tiene profundidad. De igual manera, la autoridad está basada en la vida. Cuando la vida madura, puede reinar. Por lo tanto, la experiencia de reinar depende de la madurez en vida.
En Números 17, a fin de probar que Aarón estaba investido de Su autoridad, Dios hizo que su vara echara renuevos, floreciera y produjera almendras. Esta renovación, florecimiento y producción de fruto es la historia de la vida. La vara representa autoridad. Entre las doce varas, solamente una echó renuevos y produjo fruto. Esto prueba que solamente aquellos cuya vida es madura pueden reinar.
Cuando nuestra vida llegue a la madurez y la plenitud, seremos arrebatados y transfigurados. Entonces, nos sentaremos con Cristo en el trono y reinaremos con El. Todo lo que somos estará lleno a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, y todo lo que hagamos lo haremos para reinar con Cristo. El mismo principio se aplica hoy a la madurez de vida. Cuando nuestra vida llega a la estatura plena de Cristo, entonces podemos reinar con Cristo.
Otro resultado de que uno esté lleno a la medida de la estatura de Cristo es el del tratar, juntamente con Cristo, con el enemigo. Tratar con el enemigo es pelear la guerra. Sin embargo, no debemos usar el término “guerra” aquí, porque no transmite el sentido de plena madurez en vida. Cuando estamos realmente llenos a la medida de la estatura de Cristo y nuestra vida ha llegado a la plena madurez, nuestra lucha espiritual se acaba. Entonces nos sentamos por encima de todo, en una posición victoriosa y solamente nos queda tratar con el enemigo.
Fue en este mismo proceso que el Señor Jesús peleó la batalla. Desde que fue tentado al comienzo de Su ministerio, El continuamente luchó contra Satanás. Pero cuando El ascendió al trono, El cesó de luchar. Sin embargo, El continúa tratando con el enemigo, hasta que finalmente sea sometido bajo Sus pies y sea puesto por estrado de Sus pies (He. 1:13). Cuando llegamos a la etapa en que, juntamente con Cristo, tratamos con el enemigo, ello es una prueba de que nuestra vida ha llegado a su parte más elevada.
Para uno que es victorioso, no hay necesidad de luchar. Todo lo que necesita hacer es estar situado en cierto lugar; entonces todos los ladrones y acechadores desaparecerán completamente, y no se atreverán más a actuar insensatamente ni a hacer mal. Su reputación que causa asombro ha sido ganada por medio de mucha lucha en el pasado. Este ejemplo explica el principio con el que Cristo trata con el enemigo. Si ni Cristo ni Su nombre estuvieran hoy en este universo, ¡imagínense cuán violento sería Satanás! Es simplemente debido a que Cristo está tratando con el enemigo hoy, que dondequiera que el nombre de Cristo es exaltado, el enemigo huye y el poder de las tinieblas se desvanece.
Algunas veces vemos la misma condición en la iglesia o en la obra. Mientras haya uno o más que tengan una vida más profunda, difícilmente los problemas pueden levantarse en la iglesia o en la obra. No obstante, una vez que esas personas se van, surgen muchos problemas. Esto se debe a que ellos, en la autoridad están tratando con el enemigo, juntamente con Cristo. La presencia de ellos subyuga al enemigo. Es como si no hubiera necesidad de tratar, pero en realidad su presencia es el trato. Por lo tanto, tratar con el enemigo es superior a pelear la guerra.
Cuando la vida de un cristiano alcanza esta etapa, cada parte de su ser llega a la madurez. El sólo espera ser arrebatado para entrar en la gloria donde está Cristo. La Biblia usa la siega de la cosecha como ejemplo del arrebatamiento de los santos. Cuando la cosecha está madura, está lista para ser segada. Por lo tanto, no debemos mirar el asunto del arrebatamiento meramente como profecía. El arrebatamiento es un asunto de vida. Mientras la vida de la iglesia o la vida de los santos crece y madura continuamente en Cristo, en cierta etapa llega a estar plenamente madura y, a los ojos de Dios, está lista para ser segada del campo del mundo y llevada al granero del cielo. Esto ocurre cuando el Señor regresa, cuando la iglesia es arrebatada (Ap. 14). Cuando seamos arrebatados, seremos llevados por el Señor a Su gloria para disfrutar la gloria junto con El. De este modo, es cumplido el propósito de la salvación de Dios.
Por lo tanto, cuando la experiencia de vida de un cristiano llega a la medida de la plena estatura de Cristo, ha llegado a su culminación. El participa de la misma posición de Cristo, reina con Cristo y juntamente con El trata con el enemigo. Todo su ser está lleno del elemento de Cristo. Excepto por el hecho de que el cuerpo no ha sido aún transfigurado en el cuerpo de gloria, todo lo demás ha llegado a su punto más alto o final. La experiencia de vida de un santo en Cristo llega así a una conclusión. Aparte de ser arrebatado y entrar en la gloria, no hay nada más que podamos desear.