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LA SEGUNDA ETAPA — PERMANECER EN CRISTO

  Lo que hemos visto en los capítulos anteriores es la primera etapa de la vida espiritual, esto es, la experiencia de “estar en Cristo”. Ahora pasaremos a mirar la segunda etapa de la vida espiritual, la experiencia de “permanecer en Cristo”.

  “Permanecer en Cristo” y “estar en Cristo” son dos cosas diferentes. Aunque ambas hablan de nuestra relación con la vida de Cristo, aún así, los asuntos a que se refieren son diferentes. “Estar en Cristo” se refiere a que nosotros participamos de lo que Cristo es y a que somos uno con Cristo. “Permanecer en Cristo” se refiere a la experiencia de nuestra comunión con Cristo y de nuestro disfrute de Cristo.

  Originalmente estábamos en Adán y participábamos de lo que era de Adán. Sin embargo, cuando recibimos al Señor como nuestro Salvador, Dios nos trasladó de Adán a Cristo. Esta es la primera etapa de nuestra experiencia de vida, así que, llamamos esta etapa “estar en Cristo”. Después de ser salvos y atraídos por el amor del Señor, seguimos más al Señor, nos consagramos, y tenemos varias clases de tratos. Así que, entramos en la segunda etapa de la experiencia de vida. Comenzamos a permanecer en Cristo en una manera práctica, a tener comunión con El, a disfrutarle y a experimentarle. Por lo tanto, llamamos a esa segunda etapa, la etapa de “permanecer en Cristo”.

  Se ha designado la primera etapa como “la etapa de la salvación”, y la segunda como “la etapa de avivamiento”. Esto implica que en la primera etapa el hombre sólo tiene la salvación del Señor, siendo regenerado por el Espíritu Santo. En cuanto a las otras experiencias de vida, son muy vagas y débiles en él; así que esta etapa sólo puede ser llamada “la etapa de la salvación”. En la segunda etapa, él es constreñido por el amor del Señor y es avivado. El ama al Señor, sigue al Señor y gradualmente obtiene las diferentes experiencias de vida que vienen después de la regeneración. Por eso, esta etapa es llamada “la etapa de avivamiento”.

  No podemos evitar dividir las experiencias de la vida temprana del cristiano en estas dos etapas. No obstante, conforme a la verdad, estas dos etapas no deben ni pueden ser divididas. Consideremos primeramente la división, de “estar en Cristo” y “permanecer en Cristo”. Cuando un hombre es salvo es trasladado a Cristo y debe entonces permanecer en Cristo. Una vez que participamos de lo que Cristo es, nos unimos con Cristo, y poseemos el hecho de que estamos en Cristo, debemos tener comunión con Cristo, disfrutar a Cristo y tener la experiencia de permanecer en Cristo. Nadie se muda a una casa sin vivir en ella y disfrutarla. De la misma manera, una vez que un hombre está en Cristo, debe permanecer en Cristo; estos dos eventos están conectados íntimamente y ocurren casi simultáneamente. Debido a esto, “estar en Cristo” y “permanecer en Cristo” sólo pueden ser consideradas una sola etapa. “Permanecer en Cristo” debe ser la primera etapa, y “estar en Cristo” es sencillamente el comienzo de esta primera etapa.

  En cuanto a la división de la “etapa de la salvación” y de la “etapa de avivamiento”, el caso también es el mismo. La regeneración en la etapa de la salvación es, en realidad, un “avivamiento”. Originalmente, el hombre vivía en la presencia de Dios, pero a causa de su transgresión, vino a estar muerto y cayó en pecados. Ahora, a causa de la liberación del Señor él es avivado juntamente con el Señor y levantado juntamente con El. Esto es regeneración y esto es avivamiento. Por lo tanto, un hombre regenerado y salvo debe ser también un hombre avivado. Es anormal que un hombre sea salvo y no avivado, puesto que el punto central de la salvación es la regeneración, esto es, el avivamiento. Solamente en la salvación que no alcanza la meta de Dios es donde no existe la condición de avivamiento; en la salvación que alcanza la meta no hay sólo regeneración, sino también avivamiento. Por esta razón, la etapa de la salvación es la etapa del avivamiento, y las dos no deben ser divididas.

  Por consiguiente, hablando con propiedad, las cuatro etapas de la vida espiritual son en realidad sólo tres etapas, pues las primeras dos etapas son consideradas como una sola. Sin embargo, hay muchos que aunque son salvos, no demuestran tener avivamiento; aunque en verdad están en Cristo, con todo, no tienen una experiencia práctica de permanecer en Cristo. Aún necesitan la misericordia del Señor para ser atraídos por El, para que le amen, le sigan, y vayan en pos de El, de manera que sea manifiesto el avivamiento que hay en ellos y comiencen a disfrutar y a experimentar a Cristo. Por esta razón, entonces, dividimos la experiencia de vida temprana del cristiano en dos etapas.

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CAPITULO TRES

CONSAGRACION

  La segunda etapa de la experiencia de vida normalmente comienza con la consagración. Muchos cristianos esperan consagrarse antes de permanecer en Cristo, antes de tener comunión con El y así disfrutarle y experimentarle. Por esto, podemos decir que la primera experiencia de la segunda etapa de la vida espiritual es la consagración.

  Estas dos experiencias, la salvación y la consagración, en condiciones normales, están estrechamente relacionadas. Una persona salva debe ser una persona consagrada. Una vez que una persona es salva, debe consagrarse al Señor. Ser salvo sin estar consagrado es una condición bastante anormal. Nuestra obra de evangelización debe ser realizada con solidez a tal grado que las personas se consagren inmediatamente después de ser salvas.

  Con respecto a la experiencia de consagración hay cinco aspectos principales: la base de la consagración, el motivo de la consagración, el significado de la consagración, el propósito de la consagración y el resultado de la consagración. Estos cinco aspectos comprenden todo el contenido de la consagración. Examinemos ahora esta experiencia de la consagración de acuerdo con estos cinco aspectos.

I. LA BASE DE LA CONSAGRACION: DIOS NOS COMPRO

  El primer aspecto principal es la base de la consagración. ¿Sobre qué base tenemos que consagrarnos al Señor? ¿Sobre qué base requiere Dios que nos consagremos a El? Necesitamos tener una base para todo lo que hacemos. Por ejemplo, cuando nos mudamos a una casa y vivimos en ella, es porque hemos pagado un precio y la hemos alquilado o comprado. Este alquiler o compra es la base sobre la cual vivimos allí. Cuando un acreedor toma medidas para obtener el pago de una deuda, es porque la otra parte le adeuda. La deuda es la base para que el acreedor procure que le paguen. Nuestro Dios es muy recto y actúa muy razonablemente. Todas Sus obras son legales y tienen una base. El no puede obtener nada en el universo sin pagar un precio; tampoco puede demandar algo de nosotros sin tener una base. Por lo tanto, cuando Dios demanda que nos consagremos a El, no puede hacerlo sin una base. En este asunto, El tiene una base muy sólida, ésta es Su compra. El ya nos ha comprado. Por lo tanto, El puede demandar que nos consagremos a El.

  En 1 Corintios 6:20 se dice: “Habéis sido comprados por precio”. Nuestra consagración está basada en esta compra de parte de Dios. Por ejemplo, usted puede ir a la librería y ver un gran número de libros exhibidos, sin embargo, no puede tomar ninguno de ellos porque usted no tiene ninguna base para hacerlo. Pero si usted paga tres dólares por uno de los volúmenes, entonces puede pedir que se le entregue y puede reclamar que le pertenece. Esta demanda está basada en la compra que usted hizo. La base de la consagración es exactamente igual. ¿Cómo puede Dios demandar que nos consagremos a El? La razón es que El nos ha comprado. Algunos piensan que la razón por la cual nos consagramos a Dios es que El nos ha creado. Esto no es correcto. La consagración no está basada en la creación de Dios, está basada en la compra que El hizo. En Exodo 13:2 vemos que después de la pascua, Dios ordenó a los israelitas diciéndoles: “Consagradme todo primogénito”. La razón de esta orden era que todos los primogénitos habían sido redimidos por Dios por la muerte del cordero. Ellos fueron comprados por Dios con la sangre del cordero. Comprar es adquirir el derecho de propiedad. Cuando Dios nos compra, entonces El tiene el derecho de propiedad, esto es, tiene la base para demandar que nos entreguemos a El para que seamos Suyos. Por eso, la base de la consagración es la compra de Dios.

  Dios nos ha comprado no con ninguna otra cosa sino con la sangre preciosa derramada por Su amado Hijo en la cruz (1 P. 1:19). ¡Qué gran “precio” (1 Co. 6:20) es esta sangre preciosa! Dios usó esta sangre preciosa como precio para comprarnos a fin de que le pertenezcamos.

  Tal vez usted se pregunte: ¿De dónde nos compró Dios? Algunos piensan que Dios nos compró del dominio de Satanás o que Dios nos ha comprado de la esclavitud del pecado o que Dios nos ha comprado del mundo. Pero estos conceptos no concuerdan con la verdad. Comprar algo implica que el reconocimiento del derecho original de propiedad es legal, por lo tanto, uno debe usar los medios legales —comprar en este caso— para obtener el derecho de propiedad. El dominio de Satanás, la esclavitud del pecado y la usurpación del mundo son ilegales. Dios nunca ha admitido que éstos sean legales. En consecuencia, no es necesario que Dios nos compre de Satanás, del pecado y del mundo, por precio. Satanás, el pecado y el mundo nos han apresado por medios ilegales; nos capturaron y nos dominaron. Dios nos salvó de éstos por la obra salvadora del Señor en la cruz. Por eso, en este aspecto aquello es una salvación y no una compra.

  Entonces, ¿de dónde nos ha comprado Dios? Gálatas 4:5 dice: “Para que redimiese a los que estaban bajo la ley”. Este versículo revela que Dios nos ha redimido de la ley; Dios nos ha comprado de estar bajo la ley. ¿Por qué nos ha redimido Dios de la ley? La razón es que cuando pecamos y caímos, no sólo quedamos bajo Satanás, el pecado y el mundo, y llegamos a ser sus cautivos, sino que también ofendimos la justicia de Dios, transgredimos Su ley y llegamos a ser pecadores. Puesto que vinimos a ser pecadores, caímos bajo la ley de Dios, y fuimos guardados y retenidos por esta ley. El hecho de que fuéramos así retenidos por la ley de Dios es del todo justo y legal. Por consiguiente, si Dios quería librarnos de Su ley justa, debía pagar el precio total para satisfacer la demanda de Su ley. Este precio es la sangre preciosa derramada por Su Hijo. Puesto que esta sangre satisfizo las demandas de la ley, fuimos redimidos del yugo de Su justa ley; esto es, fuimos comprados de estar bajo la ley. Desde el día que obtuvimos redención, hemos sido liberados del dominio de la ley; ya no estamos bajo su autoridad. Anteriormente pertenecíamos a la ley, pero ahora pertenecemos a Dios. El derecho de propiedad sobre nosotros ha sido transferido de la ley a las manos de Dios. Es sobre la base de esta transferencia de derecho que Dios demanda que nos consagremos a El. Por lo tanto, el derecho de propiedad que Dios tiene sobre nosotros por medio de Su compra es la base sobre la cual nos debemos consagrar a Dios.

  Cuando guiamos a otros a consagrarse o cuando examinamos nuestra propia consagración, debemos prestar atención a la base de la consagración. Debemos darnos cuenta de que fuimos comprados por Dios y de que el derecho de propiedad sobre nosotros ha sido transferido a Dios. Por eso, ya no estamos en nuestras propias manos. Ya no somos nuestros. Así que, cuando nos damos cuenta de la base de la consagración, nuestra consagración se hace estable y segura.

  Si fuésemos a investigar las experiencias de la consagración de los cristianos, descubriríamos que la mayoría fueron constreñidos por el amor del Señor. Este motivo es ciertamente bueno y razonable. Pero si fuésemos a consagrarnos al Señor sólo por sentirnos constreñidos por Su amor, ¿sería suficientemente estable esta consagración? La experiencia nos dice que no. La razón es que el amor es la manifestación del estado de ánimo y del deseo de nuestro corazón. Cuando estamos contentos, amamos; cuando no estamos contentos, no amamos. Hoy nos place amar, así que nos consagramos; mañana no nos place amar, así que no nos consagramos. Por consiguiente, si la consagración es un asunto puramente de amor, no será lo suficientemente estable. Estaría sujeta a tantos cambios cuantos tenga nuestro inestable estado de ánimo. Cuando entendemos la base de la consagración y nos damos cuenta de que ella está basada en la compra, entonces será estable y segura. Una compra no es un asunto de estado de ánimo sino de propiedad. Dios ya nos compró y tiene el derecho de poseernos. Por eso, sea que estemos alegres o no, debemos consagrarnos.

  Tengo la profunda sensación de que muy pocos hermanos entre nosotros que se han consagrado verdaderamente, se dan cuenta del derecho de propiedad que Dios tiene. Por esto, debemos volver a revisar esta lección. Nuestra consagración no debe ser sólo debido al amor del Señor; debemos darnos cuenta de que ciertamente Dios tiene el derecho de poseernos. Seguir al Señor no siempre es emocionante, y servirle no siempre es placentero. Aun los que hemos servido al Señor por muchos años, algunas veces sentimos que no es tan fácil servir al Señor, pero la urgencia dentro de nosotros nos impide hacer lo contrario. Muchas veces queremos darnos por vencidos pero no podemos. La razón es que nos damos cuenta de que Dios tiene derecho sobre nosotros. Fuimos comprados por Dios y le pertenecemos; por consiguiente, sea que nos guste o no, tenemos que consagrarnos y servirle. En el mundo actual, la gente se casa cuando le place y se divorcia cuando le viene en gana. Ellos actúan de acuerdo a su estado de ánimo sin reconocer ningún derecho de propiedad. Nuestra consagración no debe ser así. Tarde o temprano, la consagración verdadera descansará sobre la comprensión del derecho que Dios tiene sobre nosotros, con base en que El nos ha comprado. Sea que nos sintamos alegres o no, este hecho permanece invariable. Cuando estemos delante del tribunal para ser juzgados por el Señor en cuanto a nuestra consagración, el juicio no se basará en si le amamos o no, o si nos gustaría estar consagrados o no; estará basado en el hecho de si fuimos comprados por El o no. Si fuimos comprados por El, no podemos hacer otra cosa que consagrarnos; no tenemos nada que decir. Por lo tanto, de ahora en adelante, cada vez que hablemos sobre consagración, no debemos descuidar esta base.

  Cuando leemos estas palabras en cuanto a la base de la consagración, puede ser que entendamos con nuestra mente y recibamos con nuestro corazón, pero aún esto no sería suficiente. No podemos decir que de este modo tenemos la base de la consagración. Necesitamos experimentar esta base en la práctica en nuestra vida diaria. Cada vez que ocurra algo que haga que nosotros discutamos con Dios, debemos inclinarnos delante de El y decir: “Señor, soy el esclavo que Tú compraste. Mi derecho de propiedad fue adquirido por Ti. Aquí y ahora declaro Tu derecho. Aun en este asunto te dejaré ser el Señor y decidir por mí”. Cada vez que nos alejemos de la posición de consagración, debemos sentir que estamos en un estado de rebelión similar al de Onésimo, el esclavo que huyó de su amo Filemón. Cada vez que nos hallamos confrontados con la oportunidad de escoger, debemos considerar dicha base de consagración, esta compra, como la roca de fundamento bajo nuestros pies. Debemos pararnos firmes en esa roca sin osar alejarnos de ella nunca. Si experimentamos la consagración en una forma tan sincera, ciertamente nos asiremos de la base de la consagración.

  En el momento en que Juan Bunyan, el autor de El progreso del peregrino, era martirizado, expresó que no importaba la forma en que Dios le tratara, de todos modos le adoraría. Se dio cuenta de que no era sino un esclavo comprado, del cual Dios tenía completo derecho de propiedad. No importa la manera en que Dios le tratara, él no tenía nada que decir; sólo le adoraba. Sabía que hacer su propia elección significaba escapar y que aceptar la voluntad de Dios significaba consagración. Por esta causa, dejó que Dios escogiera todo por él y estuvo dispuesto a aceptar lo que Dios dispusiera, fuese lo que fuese. Hasta la muerte se mantuvo en la roca fundamental de la base de la consagración. En verdad, él fue uno que conoció el derecho de Dios y la base de la consagración. Nuestra comprensión de la base de la consagración debe alcanzar el mismo grado.

II. EL MOTIVO DE LA CONSAGRACION: EL AMOR DE DIOS

  El motivo de la consagración se refiere al interés de una persona cuando se consagra. Para tener una buena consagración, no sólo debemos conocer la base para la misma; también necesitamos tener un motivo. Aunque uno sepa que la base de la consagración es que uno ha sido comprado y redimido por Dios, sin embargo, esta comprensión puede no ser suficiente para tocar su sentimiento, conmover su corazón y hacer que se consagre voluntariamente a Dios. Si las cosas que Dios compra fueran objetos inanimados, tales como una silla o ropa, podría proceder a usarlas directamente como El quisiera. Pero lo que Dios ha redimido hoy son personas vivientes, cada una con una mente, con emociones y con una voluntad. Aunque Dios desea poseernos, puede ser que nosotros no estemos contentos en dejar que nos posea. Aun cuando Dios tiene el derecho legal y la base para poseernos, puede ser que nosotros no tengamos el deseo de dejar que lo haga. Por lo tanto, cuando Dios desea que nos consagremos a El, El debe conmover nuestro corazón. El debe darnos el motivo del amor para que podamos estar dispuestos a consagrarnos a El.

  El motivo de la consagración es el amor de Dios. Cada vez que el Espíritu Santo derrame abundantemente el amor de Dios en nuestros corazones, estaremos naturalmente dispuestos a convertirnos en prisioneros de amor y a consagrarnos a Dios. Este tipo de consagración, motivada por el amor de Dios, se menciona claramente en dos lugares de las Escrituras: 2 Corintios 5:14-15 y Romanos 12:1.

  En 2 Corintios 5:14-15 se dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe (constreñir, en el original griego, tiene el significado de torrentes de aguas) ... y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos”. En otras palabras, estos versículos nos dicen que el amor de Cristo que llega hasta la muerte es como la corriente impetuosa de muchas aguas que llega hasta nosotros, impulsándonos a consagrarnos a Dios y a vivir por El más allá de nuestro control.

  Romanos 12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo”. Las misericordias aquí mencionadas son el amor de Dios. Por eso, aquí también Pablo está procurando conmover nuestros corazones con el amor de Dios. El hará que tengamos el motivo de amor, para que nos consagremos voluntariamente a Dios como un sacrificio vivo. De estos dos pasajes, vemos que el amor de Dios es el motivo de la consagración.

  En una consagración normal, este motivo de amor es muy necesario. Si nuestra consagración descansa únicamente en la base de la consagración y en la comprensión del derecho que Dios tiene sobre nosotros, estará basada solamente en la razón; le faltará dulzura e intensidad. Pero si nuestra consagración tiene el amor como su motivo, es decir, si nuestros sentimientos han sido tocados por el amor de Dios, el constreñir de este amor hará que nos consagremos voluntariamente a Dios. Entonces, esta consagración será dulce e intensa.

  La relación matrimonial entre esposo y esposa es un caso en el que vemos este punto. Si sólo descansa en la base del derecho, será difícil que ellos tengan una vida armoniosa y dulce. Una relación matrimonial verdadera no sólo descansa en la base del derecho, sino, aún más, en el amor. Puesto que la esposa ama a su esposo, ella viene a ser uno con él y vive con él. Es lo mismo en una verdadera consagración a Dios. Cuando tocamos el amor de Dios y vemos que El es en verdad amoroso, entonces nos consagramos a El. Siendo así, aunque la consagración basada en el amor cambia de acuerdo con nuestro estado de ánimo, aún así, por otro lado, la consagración intensa es el resultado del amor que constriñe. Aquellos que no han tenido la experiencia de haber sido constreñidos por el amor del Señor, no tendrán una consagración buena e intensa. Esto es bastante evidente.

  Uno de nuestros himnos (Cuando contemplo la maravillosa cruz) relata una historia de consagración que se basa en el amor del Señor. Dice que cada vez que pienso en ese amor que me salvó, cuento todo por pérdida, porque este amor es muy grande. Continúa diciendo que yo veo Su condición en la cruz, Su cabeza, Sus manos y Sus pies de donde fluyen dolor, amor y sangre. ¡Todo esto porque El me ama! Habiendo visto tal amor, si yo le ofreciera el universo entero, todavía me sentiría avergonzado, porque Su amor es tan noble, tan excelente. Si yo procuro pagar Su amor, entonces no reconozco Su amor; y hasta lo mancharía. Su amor es como una perla sin precio, mientras que mi consagración es como trapos de inmundicia; simplemente somos indignos de El. Un día, cuando el Espíritu derrame abundantemente Su amor en nuestros corazones, nosotros también tendremos esa intensa consagración.

  Además, después de habernos consagrado y de haber seguido al Señor en el camino de la consagración, necesitamos incesantemente que Su amor nos constriña para que podamos tocar Su dulzura. En el camino de la consagración, muchas veces sufrimos dolor y pérdida, y sólo aquellos que frecuentemente tocan el amor del Señor, pueden encontrar dulzura en su dolor. Aunque los primeros apóstoles fueron menospreciados y encarcelados, ellos consideraban su sufrimiento como algo glorioso y disfrutable, puesto que ellos fueron estimados dignos de ser ultrajados por el nombre del Señor (Hch. 5:40-41). Los mártires, a través de las generaciones, podían aceptar gozosamente el sufrimiento de la muerte y no estaban dispuestos a abandonar el nombre del Señor, porque ellos habían tocado la dulzura del Señor y estaban constreñidos por Su amor. Por lo tanto, el amor entre nosotros y el Señor, siempre debe ser renovado. El motivo del amor debe ser mantenido en nosotros a fin de que nuestra consagración y servicio se mantengan siempre frescos y dulces.

  En conclusión, una consagración estable e intensa requiere estos dos aspectos: tener una base, esto es, darme cuenta de que yo he sido comprado por Dios, que le pertenezco y que tengo que consagrarme a El; y tener un motivo, esto es, ver que el amor de Dios hacia mí es ciertamente muy grande y que me constriñe tanto que voluntariamente me consagro a El.

III. EL SIGNIFICADO DE LA CONSAGRACION: SER UN SACRIFICIO

  Cuando alguien ve la base de la consagración y tiene también el motivo de la misma, está dispuesto a consagrarse a Dios. ¿Qué es entonces la consagración? ¿Cuál es el significado de la consagración? Romanos 12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo”. Este versículo nos muestra que el significado de la consagración es ser un “sacrificio”.

  ¿Qué significa la frase “ser un sacrificio”? ¿Qué es un sacrificio? La Escritura nos muestra que cada vez que una cosa es separada de su posición y uso original y es puesta en el altar de Dios, específicamente para El, entonces ésta es un sacrificio. En el Antiguo Testamento los hombres ofrecían bueyes y carneros como sacrificios. El principio es este: el buey originalmente vivía en el corral y era utilizado para arar el campo y arrastrar carretas. Después era sacado del corral y traído junto al altar. Había un cambio en su posición. Luego era degollado, colocado en el altar y consumido por el fuego para ser olor fragante para Dios. Esto era un cambio en su uso. De este modo, este buey se convertía en un sacrificio. En consecuencia, un sacrificio no es otra cosa que algo que es apartado para Dios y puesto en el altar con un cambio en posición y un cambio en uso. Ya sea un buey o un carnero, ya sea flor de harina o aceite, una vez que es ofrecido como un sacrificio, abandona las manos del que lo ofrece y ya no puede ser utilizado para su provecho y disfrute propio. Todos los sacrificios puestos en el altar pertenecen a Dios y son para su uso y disfrute. Ser un sacrificio simplemente significa ofrecerse a Dios para Su uso.

  Cuando nos presentamos a Dios como un sacrificio vivo, también existen estos dos aspectos: uno es un cambio en nuestra posición y el otro es un cambio en nuestra utilidad. Cuando entendemos este significado de la consagración, podemos entonces discernir lo genuino de la consagración de otros. Cuando una persona dice que está consagrada, podemos preguntar si ha cambiado su posición y si ha cambiado su utilidad. Si no es así, él no es un sacrificio y no hay verdadera consagración. Nada es ofrecido como un sacrificio sin un cambio de posición y utilidad. Por eso, aquellos que verdaderamente se ofrecen a sí mismos, deben pasar completamente de sus propias manos a las manos de Dios para Su uso.

  Esta clase de consagración es similar a cuando se hacen regalos. Cuandos hacemos un regalo a otros, el obsequio cambia de posición, de nuestras manos a las de ellos. Ya no es más para nuestro uso sino para el uso de ellos. De la misma manera, el día en que nos consagramos verdaderamente, nuestra posición es cambiada. Anteriormente, estábamos en nuestras propias manos; ahora estamos en las manos de Dios. Anteriormente andábamos en nuestro propio camino; ahora yacemos sobre el altar de Dios. Al mismo tiempo, también nuestra utilidad es cambiada. Anteriormente vivíamos para nosotros mismos y éramos para el mundo; ahora hemos sido separados exclusivamente para Dios. Sólo este tipo de consagración es verdadera.

  De este modo cuando nos presentamos nosotros mismos a Dios como un sacrificio, nos convertimos en comida para Dios; somos para Su satisfacción. Entre las ofrendas de los israelitas, algunas eran para el uso de Dios, tales como oro, plata, piedras preciosas, hilos de todos los colores, lana y piel de ovejas (Ex. 25:2-7); y algunas eran ofrecidas a Dios para comida, tales como los bueyes, carneros, palomas y tórtolas usadas en los holocaustos. Cuando éstos eran ofrecidos como holocausto, eran quemados en el altar y se convertían en olor fragante, comida para Dios (Lv. 3:11). Cuando Dios aceptaba el olor fragante de estos sacrificios, El era satisfecho.

  La ofrenda de estos sacrificios es tipo de nuestra consagración. Por ende, el significado de ofrecernos como sacrificio es ofrecernos a Dios como comida la cual El se complacerá en aceptar, y encontrará así satisfacción. Somos personas que éramos originalmente como un montón de arroz crudo, el cual podía ser utilizado para una cosa u otra. Un día, debido a la necesidad de Dios, fuimos separados del montón de arroz original y procesados de tal manera que fuimos cocidos y colocados en la mesa de Dios —el altar— y llegamos a ser la comida de Dios para Su satisfacción. Este es el significado de ser un sacrificio y éste es el significado de la consagración.

  Ya que el significado de la consagración es ofrecernos nosotros mismos a Dios como un sacrificio vivo para Su satisfacción, debemos hacernos esta pregunta: Desde que nos consagramos, ¿cuánto de nuestro vivir y experiencias presentes prueban que verdaderamente nos hemos puesto en el altar para ser un sacrificio para Dios? ¿Estamos verdaderamente dispuestos a ser la comida de Dios de modo que El pueda ser satisfecho? La verdadera consagración nunca es impuesta por Dios, ésta proviene de nuestra disposición voluntaria. Dios no toma nada por la fuerza, todo es ofrecido por el hombre voluntariamente. De la misma manera, nuestra consagración hoy debe salir de nuestra disposición voluntaria. Somos nosotros los que voluntariamente nos ponemos sobre el altar y no nos atrevemos a movernos. Otros pueden moverse libremente, pero nosotros no nos atrevemos a actuar de una manera común. Otros pueden calcular entre lo dulce y lo amargo, pero cuando nos enfrentamos a una dificultad, no nos atrevemos a considerar la posibilidad de escapar. Otros pueden razonar y argumentar con Dios; nosotros no nos atrevemos a decir ni siquiera una frase. Otros pueden evadir la voluntad de Dios y evitar el estar atados y limitados; nosotros preferimos estar restringidos por Su voluntad y dispuestos a estar aprisionados en Su mano. Todo esto es por que ya nos hemos ofrecido a Dios y hemos sido puestos en el altar. Ya somos personas consagradas. Debemos ser capaces de decir continuamente a Dios: “Oh Dios, no tengo alternativa; ya me he consagrado a Ti; estoy en Tus manos”. Cada vez que algo nos suceda, debemos expresarnos en esta forma a Dios. Debemos permanecer en las manos de Dios y realmente ser un sacrificio para El. Sólo éste es el verdadero significado de la consagración.

IV. EL PROPOSITO DE LA CONSAGRACION: TRABAJAR PARA DIOS

  Ya que el significado de la consagración es venir a ser un sacrificio, lo ofrecido es algo que es enteramente para Dios. El propósito de la consagración es, en consecuencia, ser usado por Dios, trabajar para Dios. Pero a fin de que podamos trabajar para Dios, primero debemos permitir que Dios trabaje. Sólo aquellos que han permitido que Dios trabaje primero pueden trabajar para Dios. Sólo podemos trabajar para Dios en el grado que permitamos que Dios trabaje. Si no permitimos que Dios trabaje primero, nuestra labor no puede agradarle ni ser aceptada por El, no importa cuán diligentes y persistentes seamos. Aquellas cosas que hacemos para Dios que le agradan y le placen, nunca pueden ir más allá de lo que le permitamos a El obrar. “Permitir” es la base y “para” es el resultado. Cuando tenemos la base de “permitir” entonces podemos tener el resultado de “para”. Este es un principio inalterable. Por lo tanto, cuando nos consagramos a Dios, a pesar de que ello tiene como fin que trabajemos para El, desde nuestra posición, el énfasis queda en permitir que Dios trabaje. El propósito de la consagración es, entonces, permitir que Dios trabaje a fin de que podamos alcanzar la etapa de poder trabajar para El.

  La ofrenda de los sacrificios en el Antiguo Testamento también imparte luz en este asunto. Cuando los bueyes y carneros eran sacrificados y ofrecidos a Dios como holocausto, primero era necesario que Dios hiciera Su trabajo completo sobre ellos, esto es, consumirlos por fuego, si es que iban a serle aceptables y agradables a El. Si los sacrificios no eran consumidos por el fuego, permanecían crudos y mal olientes y nunca podrían ser aceptables y agradables a Dios. Nuestra consagración hoy es semejante. Ya nosotros nos hemos ofrecido, sin embargo, si no permitimos que Dios trabaje primero, sino que salimos a trabajar para El y a servirle directamente, ese trabajo y ese servicio estará crudo, sin temple y mal oliente. Nunca podrá ser aceptado por Dios, y menos aún satisfacerle.

  Cuando Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño delante de Jehová, fueron consumidos por Dios como consecuencia de aquello (Lv. 10). Ofrecer fuego extraño es el principio de trabajar directamente para Dios. Cuando alguien que no ha sido tratado por Dios y en quien Dios no ha obrado trata de trabajar para Dios directamente, está ofreciendo fuego extraño. Esto no sólo está crudo, falto de temple, mal oliente y, por lo tanto, inaceptable para Dios, sino que también es peligroso y tiende a meterlo a uno en muchas dificultades en la obra de Dios. Esta es la razón por la cual, por un lado, esperamos ansiosamente que los hermanos y hermanas amen al Señor y se ofrezcan a Dios; pero por otro, estamos realmente temerosos de que cuando las personas amen al Señor y se ofrezcan a El, deseen trabajar directamente para Dios y servirle. Todo este trabajo y servicio es peligroso. Creo que si en nuestro medio hubiera cien hermanos y hermanas, quienes por el amor constreñidor del Señor se consagraran a El, deseando trabajar para El, pero sin permitirle a El obrar primero, estas cien personas se pelearían todos los días. Uno desearía servir al Señor de una manera, y otro de otra. La iglesia, inevitablemente, se dividiría.

  Una de las razones principales de que la iglesia esté en confusión hoy, es precisamente ésta. Cada vez que alguien se ofrece a Dios, su propósito es trabajar para Dios; pero él o ignora o pasa por alto permitir que Dios trabaje en él primero. Cuando las personas no aman al Señor o no se consagran a El, parece que todo está en paz; pero cuando hay aquellos que aman al Señor y se consagran a El, deseando trabajar directamente para Dios, surgen muchos problemas y se tiene mucha confusión.

  El mismo principio aplica aun a la lectura de la Biblia. Si Dios no ha trabajado en nuestra mente, y ésta permanece en su estado natural, nos es peligroso leer la Biblia. Si lo hacemos, en cada lectura y en cada interpretación permitiremos que nuestra imaginación vuele. Si una persona no es fervorosa en la lectura de la Biblia, el peligro no es tanto; pero una vez que su lectura adquiere este fervor viene a ser desmesurada y extrae de ésta muchas ideas erróneas y extrañas. Su fervor es bueno, pero su lectura indomable es realmente temible.

  Es extremadamente peligroso que un hombre entre en contacto directo con las cosas espirituales sin experimentar la obra de Dios. Si deseamos tocar cosas espirituales, ya sea trabajar para Dios, estudiar la Biblia, predicar el evangelio o cuidar de la iglesia, debemos primero permitir que Dios trabaje en nosotros para que podamos ser quebrantados, subyugados y disciplinados por El. Entonces podremos tocar las cosas espirituales y trabajar para Dios; entonces estaremos seguros y no seremos un peligro.

  Por esto, debemos ser severos con nosotros mismos y preguntar si nuestra consagración a Dios tiene como fin trabajar para Dios directamente, o permitir que Dios trabaje en nosotros primero. Si no estamos dispuestos a permitir que Dios trabaje en nosotros primero, no podemos alcanzar el objetivo de trabajar para Dios. Por consiguiente, después de nuestra consagración no debemos estar ansiosos por realizar algo para el Señor. Necesitamos permanecer en el altar y permitir que Dios opere en nosotros y nos consuma. El resultado de este trabajo que consume, nos capacitará para trabajar para el Señor. Esta consagración, es decir, este servicio, está maduro y resucitado; es aceptable a Dios y le satisface. En conclusión, el objetivo de la consagración es permitir que Dios trabaje en nosotros para que podamos trabajar para El.

V. EL RESULTADO DE LA CONSAGRACION: ABANDONAR NUESTRO FUTURO

  El resultado de la consagración es que somos motivados a cortar todas nuestras relaciones con la gente, con asuntos, con cosas y somos motivados especialmente a abandonar nuestro futuro y a pertenecer completamente a Dios. Necesitamos considerar este asunto también a la luz de las ofrendas del Antiguo Testamento. Cuando un buey era tomado para un sacrificio y era ofrecido sobre el altar, inmediatamente era cortado de todas sus relaciones previas. Era separado de su amo, de sus compañeros y de su corral. Luego que era consumido por el fuego, hasta perdía su forma y tamaño original. Todas sus partes selectas eran convertidas en un olor fragante para Dios, y todo lo que quedaba era un montón de cenizas. Todo era cortado, y todo era terminado. Este era el resultado de ofrecer el buey a Dios. Puesto que nuestra consagración también es una ofrenda a Dios, el resultado debe ser el mismo. Tenemos que abandonar todas las cosas para ser consumidos hasta que Dios nos haga cenizas, a tal punto que todo sea terminado. Si no hay evidencia en un hombre que indique que él ha abandonado todas las cosas y que ha sido consumido hasta volverse cenizas, entonces algo anda mal en su consagración. Algunos hermanos y hermanas aún tienen esperanzas de venir a ser tales o cuales personas, después de haberse consagrado. Esto prueba que su futuro no ha sido abandonado.

  El futuro del cual hablamos no sólo incluye nuestro futuro en este mundo, sino también nuestro futuro en el llamado mundo cristiano. Todos sabemos cómo el mundo nos atrae naturalmente y nos ofrece la esperanza de un futuro, pero aun el llamado mundo cristiano nos atrae y nos ofrece una esperanza de un futuro. Por ejemplo, hay algunos que esperan ser predicadores famosos, y otros esperan ser evangelistas mundiales, y otros, obtener un doctorado en divinidad. Todas estas son esperanzas de un futuro. Hermanos y hermanas, si hemos sido alumbrados, descubriremos que aun en nuestra esperanza de tener más fruto en nuestra obra, en nuestra esperanza por salvar más gente a través de nuestra predicación del evangelio, en nuestra esperanza de guiar más hermanos y hermanas a amar al Señor, y en nuestra esperanza de que más iglesias locales se edifiquen por nuestras manos —aun en estas esperanzas— hay muchos elementos escondidos que son para la edificación de nuestro futuro. Cuando vemos la prosperidad de otros, nos da envidia. Cuando vemos los logros de otros, nuestro corazón es sacudido. Todo esto prueba que aún tenemos esperanzas en nuestro futuro. Sin embargo, ninguna de estas esperanzas existe en una persona consagrada. Un hombre verdaderamente consagrado es uno que ha abandonado su futuro. No sólo abandona su futuro en el mundo sino también aquello que llaman futuro espiritual. Ya no tiene más esperanzas en ninguna cosa para él; toda su esperanza está en Dios. El vive pura y simplemente en las manos de Dios; él es lo que Dios quiere que él sea y hace lo que Dios quiere que haga. Cualquiera que sea el resultado, él no lo sabe ni le interesa. Sólo sabe que él es un sacrificio que pertenece completamente a Dios. El altar es para siempre el lugar donde permanece, y ser un montón de cenizas siempre es el resultado. Su futuro ha sido abandonado totalmente.

  Este abandono del futuro no es una acción forzada que surge después que algo ha arruinado nuestras esperanzas futuras; es rendirse voluntariamente antes que tal cosa suceda. No es esperar fracasar en los negocios para luego abandonarlo todo. No es esperar perder el trabajo, no es esperar hasta no poder entrar en la universidad o hasta haber fracasado en obtener un doctorado, y luego abandonarlo todo. No es esto. Cuando hablamos de abandonar el futuro, nos referimos a que cuando una oportunidad de un buen negocio le espera, cuando un trabajo excelente le espera, o cuando un doctorado está al alcance, usted voluntariamente lo deja todo por causa del Señor. Esto, en verdad, es abandonar el futuro. Aun si toda la gloria de Egipto fuese puesta delante de usted, entonces podría decirle: “Adiós, debo ir a Canaán”. Quizás Satanás siga llamándole por detrás diciendo: “Regresa, tenemos un doctorado aquí y un palacio egipcio para ti. Esta oportunidad no se da todos los días”. Si en ese momento usted puede enfrentarlo y decirle directamente: “Vete, ésa no es mi porción”, entonces ésta es la verdadera renunciación al futuro.

  Hoy, hay una situación muy lamentable: muchos de los que sirven al Señor tienen futuro en el mundo cristiano. Debemos entender que ésta es una degradación muy seria. Si esto no prueba que hubo algo incorrecto en la consagración original de la gente en cuestión, ciertamente prueba que han caído del altar. Una persona verdaderamente consagrada, sabe desde el principio que su futuro ha terminado. Si dicha persona todavía quiere tener un futuro no tiene que molestarse en venir a la iglesia. Se da cuenta de que nunca podrá tener un futuro porque él ya está en el altar. Algunas veces encuentra dificultades y halla que tiene más valentía, porque esta dificultad le prueba que todavía está en el altar y bajo el guiar de Dios. Algunas veces entra en un período de tranquilidad y, por el contrario, teme y se pregunta si quizá ha caído del altar y ya no está bajo el guiar de Dios. Hermanos y hermanas, necesitamos preguntarnos con frecuencia: ¿Cuál es el resultado de nuestra consagración? ¿Se ha convertido nuestro todo en cenizas en el altar? ¿Hemos renunciado a todo nuestro futuro? O ¿hemos reservado algo en lo cual tenemos esperanza?

  Cada uno de nosotros debe ir delante de Dios y tratar a fondo este problema de la consagración. Si nuestra consagración no es cabal, tarde o temprano surgirán problemas en nuestro servicio y en nuestra condición espiritual. Las tentaciones de perspectivas futuras son muchas y muy grandes, y éstas son particularmente serias para aquellos que están dotados en forma especial y que pueden ser utilizados externamente hasta cierto grado por Dios. Hay muchos asuntos, ambientes y atracciones que pueden hacer que inconscientemente perdamos nuestra consagración. Sólo hay una forma de vencer estas tentaciones, ésta es, abandonar completamente nuestro futuro en el primer día de nuestra consagración. Esto quiere decir que ya que nos hemos consagrado, todo ha terminado.

  En la vida de John Nelson Darby, podemos ver que él fue una persona verdaderamente consagrada. Fue usado grandemente por el Señor en el siglo pasado, y miles fueron ayudados espiritualmente a través de él. En su ancianidad todavía andaba en una senda recta con el Señor. El pudo haber tenido fama y posición, pero no las tomó. En cierto momento de su vejez fue a trabajar a Italia y pasó la noche en una posada muy modesta y humilde. Estaba exhausto e inclinó su cabeza entre sus manos y cantó suavemente: “Jesús, he tomado mi cruz, para dejar todo y seguirte a Ti...” Aun en esa condición, no tuvo murmuración ni pesar; podía cantar con gozo este himno al Señor. Yo fui realmente conmovido cuando llegué a este punto al leer la historia de su vida. El hecho de que él pudiese preservar hasta el final el resultado de abandonar su futuro, me conmovió. A pesar de que él era viejo, su consagración no era vieja; todavía permanecía tan fresca como al principio.

  Hermanos y hermanas, este resultado de abandonar todas nuestras perspectivas futuras necesita siempre mantenerse fresco dentro de nosotros. Nunca dejemos que nuestra consagración envejezca. Si envejece, es como si nunca nos hubiésemos consagrado. Debemos ser siempre como cenizas en el altar, siempre dedicados enteramente al disfrute de Dios, siempre sin ningún futuro.

UNA PALABRA DE CONCLUSION

  Después de haber pasado a través de los cinco puntos principales de la consagración, debemos tener bastante claridad respecto de esta lección. Desde el punto de vista de la verdad, podemos decir que todo lo que pertenece a la doctrina de la consagración está incluido en estos cinco puntos. Desde el punto de vista de la experiencia, en tanto que una persona esté verdaderamente consagrada, experimentará estos cinco aspectos; la única diferencia que podemos mencionar es que algunos pueden haber experimentado estos asuntos en una manera más profunda, otros en una manera más superficial, algunos más evidentemente, otros en una forma más oculta. Por lo tanto, estos cinco puntos de la consagración no fueron concebidos en nuestra imaginación para adoctrinar a la gente; sino que la condición práctica de una persona consagrada es nuestra base para revelar estos puntos y hacerlos explícitos. Tengo la esperanza de que a través de estas explicaciones e investigaciones habrá, por un lado, un desarrollo de la consagración que ya está dentro de nuestro ser interno, y de que por otro, los defectos o la falta de intensidad de la consagración de uno pueda ser revelada, para que por medio de esto, podamos ser capaces de proseguir y progresar continuamente en esta experiencia.

  Debemos darnos cuenta de que no es posible llegar a la cumbre de ninguna experiencia en vida solamente experimentándolo una vez. Necesitamos buscar continuamente, para que nuestra experiencia crezca gradualmente y llegue a ser más plena, hasta que alcance la etapa de madurez. A pesar de que algunos hermanos y hermanas se han consagrado, con todo, sólo han tenido un comienzo; no han tenido mucha experiencia en la consagración. Ellos necesitan buscar continuamente y profundizar su experiencia en este asunto.

  Si queremos entrar en una casa, usualmente necesitamos andar cierta distancia, después de la cual entramos por la puerta de la casa. Pero en la experiencia espiritual es lo opuesto. Debemos entrar por la puerta primero, y luego comenzar a andar. Toda experiencia de la vida espiritual requiere que primero crucemos la puerta y pasemos a través de una crisis para tener un comienzo; después de esto debemos andar otra distancia y continuar hacia adelante para buscar y tener aún más experiencias. La crisis que experimentan algunas personas es bastante débil y sin peso; así que ellos todavía deben continuar buscando. Por otro lado, algunas personas experimentan una crisis aguda y decisiva. Sin embargo, de igual manera necesitan continuamente seguir y buscar una consagración más profunda.

  A pesar de que los cinco aspectos de la consagración están incluidos desde el principio en la experiencia normal de la consagración de una persona como si éstos hubiesen sido ya alcanzados, con todo, esto no quiere decir que su experiencia de consagración sea completa. Esta apenas ha comenzado; es simplemente entrar por la puerta. Todavía hay un largo camino por delante, el cual debe andar, en la senda de la consagración. Consecuentemente, debemos ser firmes en nuestra consagración en todo ambiente, y debemos practicar nuestra consagración en cada asunto, y en toda oportunidad debemos consagrarnos de nuevo y en una forma fresca. Haciendo esto podemos ir hacia adelante en la senda de la consagración.

  En los tiempos del Antiguo Testamento el holocausto tenía que ser ofrecido todos los días, no sólo en la mañana sino también en la tarde. En cada sábado, en cada luna nueva, y durante cada fiesta, eran requeridos holocaustos especiales (Nm. 28). También eran necesarios holocaustos especiales para grandes eventos (Lv. 8:18, 28; 1 R. 3:4, 15; 8:62-64). Una ofrenda no era suficiente; se requerían ofrendas diariamente, en cada fiesta, y en cada acontecimiento. El holocausto, por lo tanto, es una de las ofrendas más importantes en el Antiguo Testamento. Debido a esto, el altar de bronce era así específicamente llamado “el altar del holocausto”. La frecuencia de estas ofrendas tipifica la necesidad de que hagamos una nueva consagración cada día. Cuando venimos a convocaciones especiales y a eventos especiales necesitamos hacer ofrendas especiales. Si nos consagráramos repetidas veces en esta forma, la experiencia de la consagración se acrecentaría y se formaría en nosotros.

  Muchos de nosotros hemos leído la biografía de la señora Guyón. A través del relato de su vida podemos ver que ella era una persona que estaba firme en su consagración, y que avanzaba continuamente. En consecuencia, podemos distinguir claramente los cinco aspectos de la consagración expresados en ella cuando tenía una edad avanzada. La base de su consagración era tan firme como una roca. Siempre que había una controversia entre ella y el Señor, había una roca bajo sus pies en la cual ella se paraba continuamente. Ella le decía: “¡Señor, Tú me has comprado!” El motivo de su consagración era como la fuerza poderosa de aguas impetuosas; por lo tanto, su consagración permanecía dulce y absoluta. En su autobiografía muchas veces mencionó que renovó sus votos matrimoniales con el Señor. Esto muestra que en su ser interior fue constantemente conmovida y constreñida por el amor del Señor, pues los votos matrimoniales son una expresión de amor en su forma más elevada. Desde el punto de vista humano, el camino que ella anduvo fue un camino de mucho sufrimiento, pero para ella fue un camino sumamente dulce; por causa del amor del Señor, su sufrimiento fue transformado en dulzura. El significado de su consagración era aún más claro. A pesar de que algunas veces ella estaba en su casa sirviendo a su esposo y cuidando a su niño, con todo y eso, fue una persona que verdaderamente permaneció en las manos del Señor. Estaba dispuesta a retirar sus manos y a ponerse enteramente en las manos de Dios. Ella le decía: “Oh, Dios, si Tú quieres usarme, herirme, presionarme o moldearme, quiero estar a Tu disposición; aun si quieres cortarme en pedazos y matarme, estoy a Tu disposición. No estoy en mis propias manos; me he entregado a Ti”. Este aspecto en particular es especialmente claro en la señora Guyón. El propósito de su consagración no era confuso. Realmente fue una persona que a través de su consagración permitió que Dios trabajara en ella, esculpiera en ella, la quebrantara y la presionara. Por consiguiente, su función fue expresada en una forma plena: brilló como el sol del medio día. Consideramos que en los últimos tres siglos ella ha suministrado más vida a los santos que cualquier otra persona. Puesto que ella permitió que Dios se forjara en ella al máximo, tenía lo máximo para ministrar a otros. Aun después de su muerte, hasta este mismo día, recibimos su ayuda. Finalmente, el resultado de su consagración hace que nosotros adoremos a Dios aún más. Ella no tuvo éxito en el mundo, ni en su obra espiritual hubo ninguna perspectiva futura. Podía decir que sólo era un montón de cenizas; todo se había ido. Por otro lado, en el universo, delante de Dios, ella siempre estará produciendo un olor fragante para la satisfacción de Dios y para el disfrute de Su pueblo. La experiencia de consagración en ella verdaderamente alcanzó plena madurez.

  Habiendo pasado por todos estos asuntos relacionados con la consagración, podemos entender que la consagración no es sólo conocer el derecho de propiedad en la mente o sentir el amor en nuestro afecto, ni es sólo una actitud y expresión nuestra hacia Dios. Hablando con propiedad, la consagración misma es una parte de la vida; y en este aspecto es una parte principal de vida. La experiencia de consagración, por tanto, es realmente la experiencia de vida. La plenitud de nuestra experiencia de vida depende de la plenitud de nuestra experiencia de consagración. Así que si uno procura la experiencia de la consagración, ésta le permitirá crecer en vida. Además, ya que la consagración es una parte de la vida, entonces por medio de seguir esta vida y vivir en ella, la ley de vida hará que los cinco aspectos de la consagración se produzcan en nosotros clara y espontáneamente. Cuando al principio nos consagramos, nuestra experiencia es similar a la de un embrión en el vientre de una madre: uno no puede distinguir el oído, el ojo, la boca ni la nariz. Sin embargo, a medida que vamos creciendo en vida estos cinco aspectos relacionados con la experiencia de consagración van tomando forma en nosotros gradualmente. Entonces tenemos verdaderamente un sentir de que hemos sido comprados por Dios y de que todos nuestros derechos están en Sus manos. Nos convertimos en prisioneros de Su amor porque Su amor ha traspasado nuestro corazón. Ciertamente nos convertimos en un sacrificio puesto en el altar para el disfrute y satisfacción de Dios. Seremos aquellos en quienes Dios se habrá forjado cabalmente y quienes, entonces, podrán trabajar para El. Nuestro futuro será ciertamente como un puñado de cenizas. Todas nuestras vías de escape de la voluntad de Dios habrán sido cerradas; sólo Dios será nuestro futuro y camino. En ese momento la experiencia de nuestra consagración ciertamente habrá madurado. Que todos nosotros, por la gracia del Señor, sigamos y prosigamos juntos.

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