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CAPITULO CUATRO

TRATAR CON LOS PECADOS

  Ya que hemos considerado la consagración, debemos examinar los diferentes tratos. “Tratos” implica que seguimos el guiar del Espíritu Santo a fin de deshacernos de todos los obstáculos que impiden el crecimiento en vida. Cuanto más somos tratados, más crece la vida de Dios en nosotros. Cuanto más crezca la vida de Dios en nosotros, más seremos tratados. Estos dos no pueden estar separados; son dos aspectos del mismo asunto. Por lo tanto, los tratos tienen una posición extremadamente importante en nuestra experiencia de vida. Podemos decir que éstos constituyen una parte principal de la experiencia de vida.

  ¿Por qué abordamos directamente el tema de los tratos después del tema de la consagración? Porque éste es el resultado natural de la consagración. Una vez que nos hemos consagrado a Dios para que El pueda usarnos, Dios tiene que limpiarnos, tratar con nosotros y purgarnos de todos nuestros problemas para que podamos ser aptos para Su uso. Si queremos usar un vaso, nos gustaría lavarlo primero. Cuando esté completamente limpio, será un vaso que puede ser usado. Antes de consagrarnos, o cuando nos apartamos de la posición de consagración, no nos damos cuenta de que necesitamos ser tratados. Cuando nos consagramos, o cuando regresamos a la posición de la consagración, inmediatamente descubrimos que hay muchos obstáculos en nosotros que impiden que Dios nos use. Por eso, si queremos cumplir el propósito de nuestra consagración, necesitamos que todas nuestras dificultades sean tratadas una por una. Cuando nos hayamos purificado en tal manera, vendremos a ser un vaso para honra, útil al Señor (2 Ti. 2:21). Por esto debemos tratar directamente con nosotros mismos después de consagrarnos.

  Por supuesto, al dar resolución al pasado cuando estábamos recién salvos, hubo allí muchos tratos, pero estos tratos fueron rudimentarios y superficiales. El tipo de trato completo y profundo tiene lugar después de la consagración. Hemos dicho que bajo circunstancias normales, una vez que una persona es salva, tendrá una limpieza apropiada del pasado. Esta limpieza resultará en una consagración sólida. Sin embargo, después de que nos hayamos consagrado, descubriremos que hay más cosas con las cuales tenemos que tratar y tratamos con ellas más a fondo. Así que, una consagración apropiada trae consigo tratos apropiados. Cuanto más profunda es la consagración, más severos son éstos; cuanto más verdadera es la consagración, más completos son los tratos. Cuando hayamos sido tratados completamente de modo que no haya más obstáculos en nosotros, seremos usados enteramente por Dios, y el propósito de la consagración será logrado plenamente.

  Entre todos los obstáculos que necesitan ser eliminados, los pecados son los más crudos, los más contaminantes y los más evidentes. Luego de habernos consagrado, la primera cosa con la que tenemos que tratar es los pecados. Resolver el problema de los pecados es la primera lección en nuestra experiencia de los tratos de Dios con nosotros.

I. LA BASE BIBLICA

  Las siguientes citas nos dan la base bíblica para tratar con los pecados:

  Mateo 5:23-26: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”. Aquí “reconcíliate” y “ponte de acuerdo” se refieren a tratos respecto de nuestras relaciones con otros.

  Segunda Corintios 7:1: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Aquí “limpiémonos” también se refiere a una especie de trato.

  Primera de Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Aquí “confesamos” es nuevamente una especie de trato.

  Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Aquí “confiesa” y “se aparta” hablan también de un trato.

  Vemos, en las escrituras citadas, cómo debemos tratar con los pecados: con relación a los hombres, debemos reconciliarnos con ellos y estar de acuerdo con ellos; con relación a Dios, debemos confesar nuestros pecados; y con relación al pecado, debemos apartarnos de él. Estos tipos de ajustes son lo que queremos dar a entender cuando hablamos de eliminar los pecados.

II. EL OBJETO DEL TRATO CON NUESTROS PECADOS

  El objeto de que nosotros nos deshagamos de los pecados es los pecados mismos. Hay dos aspectos con respecto al pecado: la naturaleza del pecado interiormente y la acción del pecado exteriormente. La naturaleza del pecado dentro de nosotros está en la forma singular; la acción del pecado fuera de nosotros es en la forma plural. La forma singular, pecado, es la vida de Satanás que está dentro de nosotros, con la cual no tenemos forma de tratar; cuanto más tratamos con él, más vida cobra. El trato con los pecados del cual estamos hablando es el trato con los pecados que cometemos exteriormente, los pecados de nuestras acciones.

  ¿Qué son los pecados de nuestras acciones? En 1 Juan 5:17 se dice: “Toda injusticia es pecado”. En 1 Juan 3:4 dice: “El pecado es infracción de la ley”. Ambas referencias muestran que en nuestras acciones todo acto de injusticia y de infracción de la ley es pecado. Es difícil distinguir entre injusticia e infracción de la ley. Toda infracción de la ley es injusticia, y toda injusticia es infracción de la ley. Por lo tanto, todas las obras injustas e ilegales son los pecados de nuestras acciones y el objeto de nuestro trato.

  Romanos 2:14-15 dice que los gentiles los cuales no tienen ley, son ley para sí mismos; ellos muestran la obra de la ley escrita en sus corazones. Su conciencia es la ley dentro de ellos la cual les da testimonio, y sus pensamientos o bien los acusan o bien los excusan. Todos los hechos que son correctos y legales son justificados por nuestra conciencia; todos los hechos que no son correctos y no son legales son condenados por ella. Todas las acciones, por lo tanto, que son contrarias a nuestra conciencia son acciones de pecados y son el objeto de nuestro trato. Hemos dicho que el objeto de nuestro trato con los pecados es la acción externa, o sea, los pecados. Esta acción externa de los pecados tiene dos aspectos: la cuenta de pecados y el acto de pecar. La cuenta de pecados señala los hechos injustos e ilegales, los cuales ofenden la ley justa de Dios y resultan en que tengamos un historial de pecados delante de la ley de Dios. En el futuro Dios nos juzgará de acuerdo con esta cuenta. El acto de pecar es la acción misma que establece la cuenta de pecados. Estas acciones pecaminosas siempre quedan destituidas de la gloria de Dios y en una manera perceptible o imperceptible hieren a otros. Por ejemplo: robar es un acto de pecado. Haciendo esto, no solamente ponemos el nombre de Dios en vergüenza, sino que también causamos daño a otros. Esto constituye el acto de pecar. Al mismo tiempo, hemos ofendido la ley de Dios. De aquí en adelante, delante de Su ley, tenemos un historial de pecados. Por ende, cada vez que cometemos un pecado, tenemos inmediatamente el hecho de pecar no sólo en contra de Dios, sino también, muchas veces, en contra del hombre. Al mismo tiempo tenemos una cuenta de pecados delante de Dios.

  Puesto que la acción de los pecados tiene estos dos aspectos, el objetivo en tratar con los pecados, de igual manera, tiene dos aspectos. Uno es la cuenta de nuestros pecados ante Dios, el otro es el acto de pecar. Por un lado necesitamos tratar con nuestra cuenta de pecados delante de Dios, por otro lado necesitamos tratar con el acto nuestro de pecar.

III. LA BASE DEL TRATO CON LOS PECADOS

  Nuestro objeto en tratar con los pecados incluye todos los pecados que hemos cometido. Al llevarlo a cabo, sin embargo, Dios no requiere que tratemos con todos los pecados de una vez, sino que tratemos con todos aquellos de los cuales estamos conscientes mientras tenemos comunión con El. No queremos decir que debemos tratar con todos los pecados que en realidad hemos cometido, sino sólo con aquellos de los cuales estamos conscientes mientras tenemos comunión con Dios. Por consiguiente, la base del trato con nuestros pecados es la conciencia que tenemos de ellos mientras estamos en comunión con Dios.

  Leemos en las Escrituras respecto de esto en Mateo 5:23 y 1 Juan 1:7. Mateo 5:23 dice: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti...” entonces ve y trata con eso rápidamente. Ofrecer la ofrenda tiene como fin estar en comunión con Dios. En consecuencia, esto quiere decir que cuando estamos en comunión con Dios y estamos conscientes de cualquier desacuerdo entre nosotros y otros o viceversa, debemos esforzarnos inmediatamente por rectificar esta situación no sea que nuestra comunión con Dios sea afectada u obstaculizada. En 1 Juan 1:7 indica que si tenemos comunión con Dios, podemos ver nuestros pecados en Su luz; entonces, de acuerdo a lo que hemos visto en Su luz, debemos confesar esto a Dios y tratar con ello delante de El para que podamos obtener Su perdón y limpieza. Mateo 5 habla de nuestros problemas con otros, 1 Juan 1 habla sobre nuestro problema con Dios. Uno se refiere al caso de acordarse en el altar; el otro al ver en la luz. Ambos indican cuán conscientes estamos mientras tenemos comunión con Dios. Esto está basado en cuán conscientes estamos mientras tenemos tratos con los hombres y Dios. Por eso, la base de nuestro trato con los pecados está en cuán conscientes estamos de ellos mientras estamos en comunión con Dios.

  Nuestro trato con los pecados está basado solamente en estar conscientes de ellos mientras tenemos comunión con Dios, no en todos los hechos pecaminosos que hayamos cometido. Por eso, la esfera de la base es mucho más pequeña que la esfera del objeto. Por ejemplo: si en realidad hemos cometido cien pecados, pero cuando nos acercamos a Dios sólo nos acordamos de diez pecados mientras tenemos comunión con El, debemos tratar con esos diez pecados de los cuales estamos conscientes. Si estamos conscientes sólo del diez por ciento, tratamos con el diez por ciento; si estamos conscientes del veinte por ciento, tratamos con el veinte por ciento. En otras palabras, tratamos sólo con el número de pecados que recordamos. El número de pecados que reconocemos es aquel con el cual estamos obligados a tratar. Este es el principio de recordar, como se menciona en Mateo 5, y éste es nuestro principio al tratar con los pecados. Podemos dejar sin tratar por algún tiempo los pecados de los cuales no estamos conscientes hasta que llegue el momento en que en la comunión con Dios lleguemos a estar conscientes de ellos. En la práctica, tratar con los pecados no es una ordenanza de la ley, sino un requisito para tener comunión.

  ¿Cómo es que podemos dejar aquellos pecados de los cuales no estemos conscientes sin tratar con ellos por algún tiempo? Podemos hacerlo porque los tales no afectan nuestra comunión con Dios. Si una persona es culpable de un acto injusto, otros se pueden dar cuenta de su mala acción, aunque él mismo no esté consciente de ello. Su conciencia está aún sin culpa. Por este motivo él aún puede orar y tener comunión con el Señor y puede servir a Dios y testificar de Dios como siempre; su vida y servicio espirituales permanecen sin afectarse. Sin embargo, cuando está consciente de este pecado y aún así no trata con él, tiene una conciencia culpable; su comunión con el Señor es estorbada y su vida y servicio espirituales no son normales. De acuerdo con Mateo 5, si alguien recuerda algo que necesita ser tratado y se rehúsa a tratar con eso, su comunión con Dios es interrumpida inmediatamente. El debe tratar con eso rápidamente hasta que aquello sea aclarado completamente; entonces puede tener comunión una vez más con Dios. En 1 Juan 1:7 se presenta el mismo hecho. Si uno reconoce su pecado mientras está en la luz de la comunión y no trata con él, su comunión es inmediatamente obstaculizada. Por lo tanto, si no estamos conscientes de los pecados que hemos cometido, no necesitamos tratar con ellos. Pero si estamos conscientes de ellos, debemos tratar con ellos rápidamente; de otra forma, nuestra conciencia nos acusará, nuestra fe naufragará, y todas las cosas espirituales por consiguiente se perderán (1 Ti. 1:19).

  Así que, cuando ayudamos a otros a tratar con los pecados, no les pedimos que traten con los pecados de los cuales no estén conscientes, sino aquellos de los que estén conscientes. Cuando alguno se da cuenta de su pecado y lo pasa por alto o se rehúsa a tratar con él, entonces podemos ayudarle y dirigirlo a que lo enfrente.

  Lo mismo se aplica cuando examinamos la experiencia de nuestro trato con los pecados. No preguntamos cuántos pecados hemos cometido con los cuales no hemos tratado, sino con cuántos pecados de los cuales estamos conscientes no hemos tratado. Podemos dejar sin tratar por un corto tiempo los pecados de los cuales no estamos conscientes, pero aquellos de los que estemos conscientes deben ser tratados rápidamente. Hasta ahora, hay muchos hermanos y hermanas que no han venido a una obediencia absoluta con respecto al sentir que tienen mientras están en comunión con Dios. Por ejemplo, alguien puede haber cometido cien hechos injustos y haberse dado cuenta de veinte de ellos mientras está en comunión con Dios, pero en la práctica él solamente trata con cinco de ellos. Por tanto, se presenta un problema en su comunión con el Señor. Su espíritu no es fuerte y no puede orar libremente. Su condición delante del Señor es dañada grandemente.

  En consecuencia, vemos que la consciencia de la comunión sobre la cual basamos nuestro tratar con los pecados no es absoluta, sino que difiere de acuerdo con la profundidad de comunión que el individuo tiene con el Señor. El mismo hecho injusto puede ser un pecado a los ojos de una persona, mientras que a los ojos de otra no lo sea. Esto se debe a que la comunión en uno es más profunda que en el otro, así que la conciencia de la comunión de uno es más aguda que la del otro. Por ejemplo, uno puede decir una mentira en una manera muy evidente y todos saben que esto es un pecado; otros pueden mentir diciendo la verdad. Para el individuo promedio lo último puede no ser un pecado, pero aquellos que tienen una comunión profunda con el Señor saben que esto también es una mentira y que debe ser tratada.

  Por ejemplo, el hermano A entra en el cuarto del hermano B. El hermano B lo ve que viene y se apresura a arreglar su cama. El hermano B viene luego al hermano A para tratar con esta situación, diciendo: “Hermano, cuando yo vi que usted entraba a mi cuarto yo arreglé mi cama; esto es actuar con hipocresía”. Al arreglar su cama en tal manera él sintió que estaba fingiendo, por lo tanto, había pecado y deseaba resolver esto. Otros que no son tan sensibles considerarían este acto como un gesto cortés y necesario. Esto obedece a que el grado de comunión difiere, y también difiere el grado de conciencia.

  Además, el sentir en cada individuo puede también variar de acuerdo con la diferencia de su nivel y profundidad de comunión. Si alguien le hubiese dicho dos años antes sobre un cierto pecado, él no lo habría admitido, pero su comunión durante los últimos dos años se ha profundizado, y él ha venido a ser más sensible. Ya él no espera que otros sean los que lo condenen; dentro de sí mismo él reconoce el pecado y se da cuenta de que debe tratar con él.

  Tratar con los pecados, por lo tanto, está basado en lo consciente que estemos mientras estemos en comunión con el Señor, y el estar conscientes al estar en comunión con el Señor a su vez está basado en la profundidad de esta comunión. Si nuestra comunión es profunda, nuestra consciencia será aguda y firme. Si, por otro lado, nuestra comunión es superficial, nuestra consciencia será insensible y débil. Es semejante al aire en el cuarto, el cual a primera vista parece bastante limpio y libre de polvo. El hecho es que la luz no es suficientemente fuerte como para que nuestra visión no pueda penetrar la atmósfera y detectar el polvo. Cuando un rayo de la luz solar entra en el cuarto, bajo una iluminación tan intensa, podemos observar muchas partículas de polvo en el aire. De igual manera, somos culpables de muchos hechos injustos e ilegales, dentro de los cuales pueden estar los pecados más graves y más serios, los cuales son fáciles de reconocer; pero hay muchos pecados sutiles o menos serios los cuales no son fáciles de discernir. No es sino hasta que nuestra comunión en vida se profundice que nosotros seremos capaces de reconocer estos pecados y de tratar con ellos. Por eso, nunca debemos medir a otros con la vara de nuestra propia consciencia, ni debemos aceptar la consciencia de otro como la vara por la cual nos medimos nosotros mismos. Todos debemos aprender a tratar con los pecados sólo de acuerdo con nuestra propia consciencia en el momento en que estamos en comunión con el Señor.

  Debemos darnos cuenta, al mismo tiempo, que a pesar de que tratamos con los pecados de los cuales estamos conscientes, esto de ninguna manera indica que todos nuestros pecados han sido tratados completamente, pues todavía existen muchos hechos pecaminosos de los cuales no estamos conscientes. Así que, si nosotros queremos tratar con nuestros pecados completamente, debemos fortalecer nuestra comunión con Dios. En la medida en que esta comunión se fortalezca, lo consciente que estemos con respecto al pecado vendrá a ser correspondientemente ampliado y nuestro tratar con los pecados será más completo.

  ¿Cómo podemos fortalecer nuestra comunión? Primero, debemos ampliar la esfera de nuestra comunión. El grado de consciencia que tengamos es el grado de nuestra comunión. En la comunión nosotros abrimos todo delante del Señor. Cuando hacemos esto tenemos consciencia con relación a todas las cosas y, por ende, podemos tratar con todas ellas. Al mismo tiempo, mientras tratamos con los pecados de los cuales estamos conscientes, nuestra comunión aumenta naturalmente. Entonces, mientras nuestra comunión aumente, más pecados serán revelados y aumentarán nuestros tratos. Cuanto más tratemos con los pecados y más aumente nuestra comunión, más amplia llegará a ser el área de nuestra consciencia y más aumentará nuestro trato. Así que nuestros tratos cubren todos los aspectos.

  Segundo, debemos profundizar nuestra comunión. A medida que el área de nuestra comunión se amplía, tratamos con cada pecado, pero estos tratos no son completos. Es por esta razón que nuestra comunión con el Señor necesita ser profundizada. Mientras nuestra comunión se profundiza, nuestra conciencia se profundiza igualmente. Al darnos cuenta de que nuestros tratos anteriores no fueron suficientemente cabales, los llevamos a cabo nuevamente. Tener más tratos trae una comunión más profunda y mientras la comunión se profundiza, nosotros experimentamos más tratos. Entonces no sólo todos los pecados que necesitan ser tratados son tratados, sino que son tratados de una manera muy exhaustiva.

IV. EL LIMITE DE NUESTRO TRATO CON LOS PECADOS

  El límite de nuestro trato con los pecados es similar al del trato con nuestro pasado. Es vida y paz. Cuando tratamos con los pecados, debemos hacerlo hasta que tengamos vida y paz interiormente. Si seguimos nuestra conciencia al tratar con los pecados, nos sentiremos internamente satisfechos, fortalecidos, refrescados y avivados; también nos sentiremos gozosos, descansados, cómodos y seguros. Nuestro espíritu será fuerte y viviente, y nuestra comunión con el Señor será libre y sin impedimentos. Nuestras oraciones serán liberadas y con autoridad, y nuestra expresión será valiente y poderosa. Todas estas sensaciones y experiencias son las condiciones de vida y paz. Este es el límite de nuestro trato con los pecados, y esto también es el resultado de nuestro trato con los pecados. Lo que hemos dicho antes con relación a tratar con los pecados completamente implica que nosotros tratamos con los pecados hasta llegar al grado de tener vida y paz.

V. LA PRACTICA DE TRATAR CON LOS PECADOS

  Previamente hemos dicho que hay dos aspectos con relación al propósito de tratar con los pecados: uno es la cuenta de pecados delante de Dios, y el otro es el pecado en sí. Por lo tanto, cuando practicamos el trato con los pecados, estos dos aspectos deben ser resueltos. Primero, la cuenta de pecados debe ser abolida; y segundo, debemos tratar con el hecho mismo de cometer pecados.

  La abolición de nuestra cuenta de haber pecado delante de Dios está basada en la obra redentora de nuestro Señor en la cruz. Nuestro Señor soportó por nosotros el justo juicio de Dios. Su sangre satisfizo los requisitos de la ley de Dios a nuestro favor, por lo tanto, la cuenta de todos nuestros pecados delante de Dios ha sido abolida. Sin embargo, si este hecho objetivo ha de ser nuestra experiencia subjetiva, de todos modos existe la necesidad de aplicación. Hablaremos de esta aplicación dividiéndola en dos etapas: antes de ser salvos y después de ser salvos.

  Hechos 10:43 dice: “Todos los que en El creyeren, recibirán perdón de pecados”. Estas son las palabras del apóstol cuando predicaba el evangelio a los que no eran salvos. El les dijo que todos los pecados que ellos habían cometido antes de ser salvos serían perdonados si solamente creían. Antes de ser salvos, la anulación de la cuenta de nuestros pecados dependía de nuestro creer. Por lo tanto, la aplicación se da a través de nuestro creer.

  En 1 Juan 1:9 se dice que “si confesamos nuestros pecados, El (Dios)... perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda injusticia”. Estas palabras las escribe el apóstol a aquellos que son salvos, y se refieren a todos los pecados que cometemos luego de que somos salvos. Si estamos conscientes de ellos en la luz de Dios, debemos confesarlos delante de El; entonces seremos perdonados y limpiados. La anulación de la cuenta de nuestros pecados después de que somos salvos depende, por lo tanto, de nuestra confesión. Aquí la aplicación tiene lugar a través de nuestra confesión. Si nosotros no confesamos, Dios no nos perdonará ni nos limpiará. Al momento que confesamos, obtenemos perdón y limpieza. Si confesamos mientras estamos en este mundo, obtenemos perdón mientras estamos aquí. Si no confesamos mientras estamos todavía aquí tendremos que confesar en el reino venidero antes que podamos obtener perdón. Este perdón es llamado el perdón en el reino. En conclusión, obtenemos perdón por todos los pecados cometidos después de que hemos sido salvos, a través de nuestra confesión. Esta confesión es nuestro trato delante de Dios.

  ¿Cómo debemos tratar con el hecho mismo de cometer pecados? Si hemos ofendido a Dios, debemos resolver dicho asunto delante de El y procurar Su perdón. Si hemos pecado contra el hombre, debemos resolver esto delante del hombre por medio de pedirle perdón. Si nuestro hecho pecaminoso en contra del hombre envuelve meramente un asunto moral, sólo tenemos que confesar esto y pedir disculpas delante del hombre. Si también envuelve una pérdida de dinero y ganancias, entonces debemos pagar de acuerdo con la cantidad que debemos. Este acto de pedir perdón y reembolsar se aplica no sólo a los pecados cometidos después de ser salvos; también debemos tratar con todos aquellos pecados cometidos antes de que fuésemos salvos; debemos tratar con ellos uno por uno delante del hombre de acuerdo con nuestra consciencia interna. Este trato con los pecados delante del hombre es la parte principal de este asunto de tratar con los pecados, y debemos poner atención en practicarlo.

  Cuando tratamos con los pecados delante del hombre, hay cuatro principios básicos que debemos recordar y en los cuales tenemos que permanecer.

  El primer principio es disipar toda discordia entre otros y nosotros. Todo hecho pecaminoso nuestro, cuando viene a ser conocido por otros, sea que les cause daño o no, resulta en una condición de discordia entre nosotros. Por ejemplo: si agraviamos o maldecimos a otra persona, por un lado tenemos una cuenta de pecados delante de Dios, y por otro lado hemos dado una mala impresión sobre el que maldijimos y también sobre cualquier otro que estuviera presente. Así que, nos es difícil vivir juntos en armonía como antes. Por lo tanto, si, luego de ser iluminados, llegamos a estar conscientes de esto, tenemos, por un lado, que confesarlo a Dios y pedir Su perdón, y por otro, ir a las personas afectadas —el que fue maldecido y cualquier otro que hubiese estado presente— para disculparnos y para tratar con lo que hemos dicho. Haciendo esto, la mala impresión que le dimos será erradicada, y podremos vivir juntos como antes. Así que, el primer principio al tratar con los pecados es disipar toda discordia entre otros y nosotros.

  Por eso, bajo este principio, aun nuestro perdón hacia otros y nuestra búsqueda de paz con otros también se incluyen en esta acción. Ya sea que estemos perdonando a otros o buscando la paz con otros, el propósito es disipar toda mala impresión y las situaciones de discordia entre otros y nosotros, para que en el universo podamos vivir pacífica y armoniosamente con Dios y con el hombre.

  El segundo principio al tratar con los pecados es tener una conciencia limpia, libre de ofensa. El disipar una situación de discordia está relacionado con el hombre, pero el poseer una conciencia limpia, libre de ofensa, está en relación con nosotros mismos. Todo pecado que hemos cometido no sólo causa desaprobación en otros, sino que también trae condenación a nuestra conciencia. No sólo hará que otros tengan una mala impresión de nosotros, sino que también hará que nuestra conciencia tenga manchas de culpa. De modo que, nuestro trato con el pecado no sólo tiene como fin disipar las malas impresiones en otros, sino también para quitar la culpa de nuestra propia conciencia, para que nuestra conciencia esté limpia y libre de ofensa.

  El tercer principio en tratar con los pecados es testificar de la salvación de Dios. Por causa de la iluminación de la vida de Dios, toda persona que ha sido salva verdaderamente por Dios tiene un agudo sentir con relación a los pecados y, por lo tanto, trata con ellos constantemente. Si uno está dispuesto a no considerar la pérdida y la vergüenza, y trata con los pecados voluntaria y humildemente, esto es un testimonio claro de que la salvación de Dios ha venido sobre uno. Si uno trata con los pecados continuamente, ha demostrado aún más que la gracia de Dios está todavía obrando en él. Cada trato verdadero con los pecados, por consiguiente, es el resultado de la gracia de Dios operando en uno y es un testimonio evidente de la gracia de Dios.

  El cuarto principio en cuanto a tratar con los pecados es beneficiar a otros. Cada vez que tratamos con los pecados, el objetivo no es sólo disipar la condición de discordia entre nosotros y otros, hacer que nuestra conciencia esté limpia y libre de ofensa, o testificar de la salvación de Dios, sino también beneficiar a otros. Cuando tratemos con nuestros propios pecados, nunca les haremos daño ni les causaremos problemas a otros. El resultado de nuestro trato con los pecados es paz dentro de nosotros y también paz en otros. Así que, hacemos que otros se beneficien tanto espiritual y materialmente, y que por ende, sean edificados.

  Los cuatro principios en cuanto a tratar con los pecados, los cuales hemos mencionado, son aquellos a los cuales debemos atender al llevar a cabo estos tratos. Independientemente del pecado con el cual estamos tratando y sin importar cómo tratamos con él, siempre debemos atender a estos cuatro principios preguntándonos: ¿Podrá este trato disipar la condición de discordia entre otros y nosotros? ¿Hará que nuestras conciencias estén claras y libres de ofensas? ¿Nos capacitará esto para testificar de la salvación de Dios y así darle a El la gloria? ¿Podemos beneficiar a otros por ello? Si las contestaciones a estas preguntas se ajustan a los cuatro principios, entonces podemos proseguir valientemente a tratar con el pecado. Pero si una de las respuestas no se ajusta a alguno de los principios, debemos ser cautelosos; de otro modo, el enemigo tomará ventaja de nuestro trato y lo usará para producir un resultado opuesto. A fin de que nuestros tratos sean llevados a cabo apropiada y cabalmente hasta el fin para que Dios sea glorificado, para que obtengamos gracia y para que otros se beneficien, vamos ahora a discutir algunos puntos técnicos de acuerdo con los cuatro principios mencionados.

  Primero, el propósito de nuestro trato. Debemos ir a cualquier persona que hayamos ofendido y tratar el asunto. Si hemos pecado sólo contra Dios, tratamos sólo con Dios. Si hemos pecado en contra de Dios y del hombre, tratamos con Dios y con el hombre. Tratamos con los pecados de acuerdo con el número de personas contra las cuales hayamos pecado. No es necesario tratar con aquellos contra quienes no hemos pecado. Respecto del principio de disipar la condición de discordia, estamos obligados a ir a aquellos en contra de los cuales hemos pecado, quienes ya tienen una mala impresión de nosotros, y tratar con el pecado para que la condición de discordia existente entre ellos y nosotros pueda ser disipada. Con relación a aquellos contra los cuales no hemos pecado, la relación es armoniosa. Si vamos a ellos y tratamos con nuestro pecado, vamos a darles de este modo una mala impresión de nosotros, violando así el primer principio de nuestro trato con los pecados.

  Si confesamos nuestros pecados a aquellos contra los cuales no hemos pecado o aquellos que no conocen nuestro pecado, no sólo les damos una mala impresión respecto de nosotros, sino que también provocamos chismes, los cuales sólo harán más daño a aquellos contra los cuales hemos pecado. En el pasado ha habido aquellos que no han tratado con los pecados en una manera cuidadosa. Ellos confesaron sus pecados públicamente, con el resultado de que aquellos contra los cuales ellos habían pecado fueron completamente arruinados, aún hasta el punto de que esposo y esposa se divorciaron, y hermanos se odiaron mutuamente. Un daño irreparable fue hecho de esta manera. Por lo tanto, cuando tratamos con los pecados debemos tomar la esfera de nuestro pecado como la esfera de nuestro trato. Nuestro trato no debe exceder la esfera del pecado que hemos cometido. Esta es la forma segura de obtener paz dentro de nosotros y no herir a otros.

  Segundo, la circunstancia de nuestro trato con los pecados. En cualquier circunstancia en que hayamos pecado, debemos tratar con el pecado de acuerdo con la misma. Si hemos pecado abiertamente, tratamos con ello abiertamente, si hemos pecado secretamente, tratamos con ello secretamente. El pecado que hayamos cometido en privado no requiere que lo tratemos en público. Si hemos pecado en contra de una persona a sus espaldas, no tenemos que tratar con él cara a cara; es suficiente que tratemos el asunto secretamente nosotros mismos. De otra manera, aumentaremos la condición de discordia y así violaremos el principio de disipar la discordia.

  Por ejemplo, si algunos han sido deshonestos con relación a asuntos de dinero en una organización, sin ser conocido por la persona a cargo, ellos no están obligados a comunicarlo públicamente; sólo tienen que reembolsar en privado la cantidad que ellos deben. Si odiamos a alguien sin que él lo sepa, sólo necesitamos arrepentirnos de corazón, sin ir a esa persona. Así que, por medio de no tratar con él respecto de este pecado, él no tendrá ningún conocimiento de ello y no recibirá una mala impresión de nosotros. Si tratamos con él con relación a este pecado, podemos dejar una estela de infelicidad sobre su corazón. Sin embargo, si odiamos a alguien y esto ha venido a ser evidente a él, debemos ir a él y tratar con el pecado para que el obstáculo entre él y nosotros pueda ser erradicado.

  Tercero, la responsabilidad de nuestro tratar con los pecados. Cuando tratamos con los pecados, nosotros debemos tratar sólo con la parte de la cual nosotros somos responsables; nunca debemos envolver a otros. Por ejemplo, algunas personas y yo hemos cometido el mismo pecado. Para tratar con este pecado, debo usar sabiduría a fin de tratar con aquella porción de la cual yo soy responsable. No debo exponer lo que otros han hecho y causarles dificultades. De otra forma, mi trato no se ajustará al principio que hemos mencionado de beneficiar a otros.

  Cuarto, el reembolsar a otros. Si el pecado que hemos cometido incluye cosas materiales o ganancias sobre otros, debemos hacer restitución. Cuando devolvemos lo que hemos tomado, debemos pagar de acuerdo al valor original y añadir un poco más para compensar la pérdida. En el Antiguo Testamento, en Levítico 5, está señalado que un quinto debe ser añadido. En el Nuevo Testamento tenemos el ejemplo de Zaqueo (Lucas 19) devolviendo cuadruplicado a aquellos a los cuales él había engañado. Estas no son leyes ni regulaciones, sino principios y ejemplos para mostrarnos que cada vez que hagamos restitución, debemos añadir algo al valor original. Con relación a la cantidad que se ha de añadir, podemos ser dirigidos por el sentir interno y por nuestra situación financiera del momento. Sin embargo, si tenemos la capacidad financiera, debemos ver que nuestro reembolso pague plenamente la pérdida de aquellos a quienes les debemos, para que también tengamos paz interior.

  Algunas veces la cantidad que debemos a otros está fuera de nuestros medios para reembolsar. En ese caso debemos pedirles perdón y pedir que se nos permita pagar cuando tengamos suficientes medios, o a plazos, hasta que todo se haya pagado.

  El objeto de nuestra restitución, sin duda, debe ser el dueño mismo. Si el dueño ha muerto, o si se ha ido a un lugar desconocido, o si no hay ninguna forma de comunicarse con él y parece que es imposible que podamos volverle a ver, podemos pagar la deuda a su pariente más cercano. Si no podemos localizar a su pariente más cercano, debemos darlo a Dios (Nm. 5:7-8). Todo viene de Dios y todo pertenece a Dios. Dios es el origen de todo y el fin último de todo. Por lo tanto, damos a Dios todo si el dueño está ausente.

  En la práctica, cuando damos a Dios, le damos a Su representante en la tierra. El representante de Dios en la tierra hoy es, primero que todo, la iglesia. Por lo tanto, podemos poner la deuda en la caja de ofrendas de la iglesia. En segundo lugar, los representantes de Dios son los pobres. Proverbios 19:17 dice: “A Jehová presta el que da al pobre”. Todas las necesidades humanas en esta tierra son suplidas por Dios; por consiguiente, cuando damos dinero a los pobres, es lo mismo que darlo a Dios. Si no hay iglesia donde vivimos y no es conveniente enviar el dinero a otra iglesia en una localidad diferente, podemos dar lo que debemos a los pobres. En conclusión, el dueño es el primero a quien se le debe reembolsar. Si el dueño no está disponible, podemos dar la cantidad a su pariente más cercano. Si no hay tal pariente, debemos darlo a la iglesia. Si no hay iglesia, lo damos a los pobres.

  Cualquier cosa que encontremos que haya estado perdida cae bajo el mismo principio. Si conocemos al dueño, debemos devolverlo a él. Si no conocemos al dueño, debemos deshacernos de aquello en una manera apropiada o darlo a los pobres.

  En conclusión, el propósito de nuestro trato con los pecados es que podamos tener una conciencia limpia, libre de ofensa, y también que nuestra voluntad pueda ser sujetada. Cada vez que Dios nos ilumina, debemos estar dispuestos a tratar con nuestro pecado, cualquiera que sea, no cuidando nuestra reputación ni estimando la pérdida. Cuando hayamos alcanzado tal etapa, podemos decir que el propósito de Dios en tratar con nosotros en relación con nuestros pecados ha sido completado. Si por el momento el ambiente no lo permite, sino tenemos la capacidad financiera, o si no hay ganancia en tratar con el asunto, no necesitamos ser muy severos con nosotros ni adherirnos demasiado a la letra de la ley. No hay daño si no tratamos con eso. Sin embargo, cuando comenzamos a practicar el trato con los pecados, es mejor ser lo más completo y severo posible. Aun si vamos al extremo en alguna manera y luego recuperamos nuestro equilibrio, esto está bien. Este hecho de ir al extremo es también beneficioso en hacer nuestra conciencia limpia y sensible, y nuestra voluntad sumisa y tierna.

VI. TRATAR CON LOS PECADOS EN RELACION CON LA VIDA

  Si hemos estudiado todos los puntos con relación al trato con los pecados, sabemos que no es una ordenanza en la ley, sino una demanda natural y un impulso de la vida de Dios dentro de nosotros. Si vivimos en comunión y obedecemos el sentir de esta demanda de vida de tratar con los pecados, nuestra vida y servicio espirituales serán fuertes y liberados, recibiremos constantemente la luz para conocer las cosas espirituales, y la vida de Dios en nosotros será libre y llegará lejos en su crecimiento. Al contrario, si la condición espiritual es anormal, la luz está ausente y el sentir interior es débil, miserable y reprimido, ya sea en un santo individualmente o en una iglesia corporativamente, encontraremos que la razón principal es la falta de trato con los pecados. Esta es una medida muy exacta.

  Puesto que tratar con los pecados tiene una relación tan estrecha con nuestra vida espiritual, debemos esforzarnos por experimentar esta lección continuamente. A pesar de que esta experiencia no es tan profunda, con todo, nadie puede ser tan espiritual como para decir que no tiene necesidad de tratar con los pecados. Es difícil graduarse en esta lección. Por lo tanto, no sólo debemos preguntarnos si hemos tenido antes esta experiencia, sino que también debemos preguntarnos si estamos viviendo en tal experiencia ahora. No sólo tenemos que lavarnos la cara, sino que tenemos que lavárnosla todos los días. Si nos lavamos la cara hace tres años y desde entonces no nos la hemos lavado, ¡debe ser una cara con un aspecto espantoso! De igual manera, a menos que estemos libres de cometer pecados todos los días, necesitamos tratar con los pecados diariamente.

  Hubo un joven creyente que vino a preguntarle a un siervo de Dios cómo crecer en su vida espiritual. El siervo de Dios le preguntó: “¿Cuántos días han pasado en los cuales no has tratado con los pecados?” Al grado en que deseemos que nuestra vida espiritual crezca, en ese grado tenemos que tratar con los pecados. El día en que no tratamos con los pecados, nuestra vida espiritual no crece. Por medio de tratar con los pecados diariamente, nuestra vida espiritual crecerá diariamente. Este es un principio fundamental. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que podamos seguir adelante.

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