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CAPITULO SEIS

TRATAR CON LA CONCIENCIA

  Ahora llegamos a la sexta experiencia de vida, que es tratar con la conciencia. Después de que nos consagramos, necesitamos tratar no solamente con el pecado y el mundo, sino también con la conciencia. El pecado y el mundo son cosas externas, pero la conciencia es algo que está en nuestro interior. Por lo tanto, tratar con el pecado y el mundo es tratar exteriormente con nuestra circunferencia, mientras que tratar con nuestra conciencia es tratar con la parte central de nuestro ser. Hemos dicho que tratar con los pecados es como eliminar las manchas sucias de nuestro vestido. Tratar con el mundo es como decolorar el estampado del vestido, y tratar con la conciencia puede compararse con quitar minuciosamente toda bacteria del vestido. Es entonces cuando el vestido queda totalmente limpio. Por lo tanto, tratar con la conciencia es de gran importancia en el crecimiento de nuestra vida cristiana. Necesitamos conocer y experimentar esto cabalmente.

I. EL CONOCIMIENTO EN CUANTO A TRATAR CON LA CONCIENCIA

A. El origen de la conciencia

  Veamos primeramente el origen de la conciencia humana. ¿Cuándo surgió por primera vez y cómo llegó a existir? Aunque en la Biblia no encontramos una descripción exacta de esto, no obstante, de acuerdo con la totalidad de la verdad bíblica y de acuerdo con nuestra experiencia, la conciencia fue creada dentro del hombre cuando Dios lo creó. En otras palabras, este órgano que es la conciencia llegó a existir al mismo tiempo que el hombre. Sin embargo, no fue sino hasta que el hombre participó del fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal que la función de la conciencia se hizo manifiesta.

  Conforme a la historia bíblica, antes de la caída el hombre se encontraba en su estado primigenio, como un niño recién nacido. En aquel entonces no se avergonzaba de su desnudez. Esto prueba que dentro del hombre no había concepto del bien y el mal, de lo correcto y lo incorrecto, lo cual significa que no existían la función ni el sentir de la conciencia. Después de la caída del hombre, causada por haber comido el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal, él se sintió avergonzado de su desnudez. Este sentimiento de vergüenza surgió porque su conciencia se activó y comenzó a funcionar y de este modo produjo cierta consciencia de sí mismo. Por lo tanto, el sentir de la conciencia, esto es, la función de la conciencia, se manifestó después de la caída.

  Aunque la función de la conciencia no se manifestó antes de la caída, ya existía la conciencia como tal. Ya que la conciencia es un órgano que está dentro del hombre, debió de haber sido creada cuando el hombre fue creado. No podemos decir que antes de la caída no existía un órgano llamado la conciencia y que no fue sino hasta después de la caída que Dios creó la conciencia del hombre. Tal concepto es ilógico. Hablando lógicamente, la conciencia misma debió de haber sido creada por Dios en el principio, y su función fue activada y manifestada después de la caída. Podemos comparar este asunto con un niño que nace con un órgano llamado cerebro, pero que más tarde desarrolla las funciones del mismo por medio de la educación. Cuanto más educación recibe, más se hacen manifiestas las funciones del cerebro. Asimismo, la conciencia llegó a existir cuando el hombre fue creado, pero como el hombre no tuvo problema alguno con el bien y el mal, no había necesidad de que su conciencia funcionara. No fue sino hasta la caída que el concepto del bien y el mal entró al hombre y como resultado, la función de la conciencia se manifestó. Desde ese momento, la conciencia empezó a llevar la responsabilidad de rechazar el mal y aceptar el bien. Este es el origen de la conciencia.

B. La ubicación y la función de la conciencia

  La conciencia está localizada en el espíritu humano. El espíritu humano tiene tres partes: la comunión, la intuición y la conciencia. Aunque esto no es expresado claramente en la Biblia, podemos confirmar este hecho por nuestra experiencia. En nuestro espíritu está una parte llamada la comunión, cuya función es la de tener comunión con Dios. Otra parte, la intuición, tiene como función percibir a Dios y conocer Su voluntad directamente. Finalmente, la última parte, la conciencia, nos capacita para discernir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal.

  Se dieron cambios progresivos al revelar las tres funciones del espíritu humano. Antes de la caída, la función de la conciencia no había sido revelada aún. Por lo tanto, en aquel tiempo, hubo únicamente dos funciones en el espíritu humano, a saber, la comunión y la intuición. Después de la caída, cuando el hombre se escondió de la presencia de Dios, (Gn. 3:8), su comunión con Dios quedó frustrada y su intuición se insensibilizó, pero su conciencia empezó a funcionar. Su conciencia recién activada lo capacitó para percibir y diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, en cada fase de su vida. Inmediatamente después de la caída, aunque la comunión y la intuición del espíritu se hicieron débiles e insensibles, la conciencia se activó. Desafortunadamente, cuando el hombre se hundió más en el pecado, aun el sentir de la conciencia fue echado a un lado. En ese momento, la conciencia del hombre fue cauterizada como por un hierro candente (1 Ti. 4:2), de tal manera que aun cuando se entregó al desenfreno y a la lujuria, casi no tenía sensibilidad (Ef. 4:19). De este modo, las funciones de su espíritu se perdieron completamente.

  Cuando somos salvos y regenerados, el Espíritu Santo entra en nosotros y vivifica nuestro espíritu, dándonos un espíritu nuevo (Ez. 36:26). En este momento, las tres funciones de nuestro espíritu son recobradas. Podemos tener comunión con Dios libremente, conocer Su voluntad directamente y diferenciar con agudeza entre lo correcto e incorrecto. Así que, hoy las funciones del espíritu no son lo que fueron después de la caída, y tampoco son parecidas a su condición antes de la caída. Hoy, las tres funciones están presentes al mismo tiempo; y además, todas ellas son fuertes y agudas.

  Podemos dividir la función de la conciencia en tres aspectos. Primero, la conciencia es el órgano que nos capacita para diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. Segundo, la conciencia nos capacita para que sepamos lo que Dios justifica y lo que condena (Ro. 2:15), lo que le agrada y lo que aborrece. Por eso, desde este punto de vista, la conciencia verdaderamente nos capacita para conocer la voluntad de Dios. Tercero, la conciencia representa a Dios al regir sobre nosotros. De la misma manera que una nación es gobernada a través de la policía, así también, Dios nos gobierna a través de la conciencia. Este universo no puede existir si no es controlado por numerosas leyes y principios establecidos por Dios. Cualquiera que desafíe estas leyes y principios será condenado y juzgado de acuerdo a ellos. Dios también ha establecido numerosos principios y leyes en Su gobierno sobre el hombre; estos principios y leyes son llevados a cabo extensamente mediante la conciencia. Dios puso la conciencia dentro del hombre caído para que éste se rigiera a sí mismo de acuerdo con estas leyes y principios. Si alguien actúa en contra de estos principios y leyes de Dios o está a punto de hacerlo, su conciencia inmediatamente lo censura y lo refrena para que no se extravíe y caiga en la corrupción. La conciencia rige no sólo para sostener la existencia del individuo, sino también para conservar todas las relaciones de los hombres en el universo. Por lo tanto, la función primordial de la conciencia es gobernar al hombre. En realidad, el propósito de la conciencia es capacitar al hombre en el discernimiento de lo correcto y lo incorrecto y en el conocimiento de lo que Dios justifica y lo que condena; y también sirve para representar a Dios, rigiendo sobre el hombre.

C. La relación de la conciencia con sus partes internas

1. Localización

  Ya que la conciencia es una parte del espíritu, está relacionada estrechamente con la intuición y la comunión. Ya que el alma rodea al espíritu, la conciencia también está estrechamente relacionada con las partes del alma, que son la mente, la parte emotiva y la voluntad. Además, ya que la conciencia es parte del corazón, también está ligada estrechamente al corazón. Así que, en cuanto a su ubicación, la conciencia está estrechamente relacionada con todas nuestras partes internas, es decir, con el espíritu, el alma y el corazón.

2. Función

  Ya que la conciencia, en cuanto a ubicación, está estrechamente relacionada con las partes internas; naturalmente, también lo está en cuanto a sus funciones; la conciencia y las partes internas se influyen mutuamente.

  Primeramente, veremos cómo la intuición afecta la función de la conciencia. Cuando alguien tiene una intuición sensitiva y aguda en su espíritu, su conciencia es sensitiva y delicada. Tómese, por ejemplo, una habitación muy oscura. Si la habitación contigua tiene una luz brillante, ésta iluminará un poco a aquélla. De la misma manera, ya que la intuición es adyacente a la conciencia, su función afecta en un alto grado la función de la conciencia.

  Lo mismo es válido en cuanto a la comunión. Cuando la comunión de una persona con Dios está despejada, sin ningún obstáculo, la función de su conciencia es sensible y precisa. Cuanto más profunda es su comunión con Dios, más viva y brillante es esta persona por dentro, y su conciencia se hace más sensible y exacta.

  Las tres partes del alma también afectan la función de la conciencia en una forma muy evidente. Una mente clara y entendida, unas emociones intensas y equilibradas, y una voluntad firme y flexible, afectarán grandemente la función de la conciencia. Por ejemplo, el conocimiento de un hombre acerca de las cosas afectará grandemente la sensibilidad de la conciencia. Algunas personas nacen con una mente torpe. Su entendimiento no es exacto; por consiguiente, su conciencia está confundida y es lenta. Esto muestra cómo la mente afecta la conciencia. Del mismo modo, las emociones y la voluntad también afectan la conciencia. Por lo tanto, para lograr que la conciencia funcione normalmente, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, deberán ser guiadas a su curso apropiado.

  La función de la conciencia está también bajo la influencia del corazón. Si una persona tiene una mente recta, un corazón tierno y una voluntad flexible, su conciencia estará clara y sensible. Si él ofende a otro, aun levemente, se sentirá incómodo. Por el contrario, si alguien tiene una mente torcida, un corazón cruel, y una voluntad endurecida, su conciencia estará oscura y cauterizada. Aún cuando ofenda a otros profundamente, él estará insensible.

  Estas influencias son más bien finas y delicadas. Tenemos que comprenderlas y experimentarlas en una forma muy práctica.

D. La relación de la conciencia con el gobierno

  Algunos estudiosos de las Escrituras han dividido la Biblia en siete dispensaciones: las dispensaciones de la inocencia, la conciencia, el gobierno humano, la promesa, la ley, la gracia y el reino. Las primeras tres dispensaciones son catalogadas de acuerdo al principio del gobierno. En la dispensación de la inocencia vemos el principio del gobierno de Dios; en la dispensación de la conciencia, el principio del gobierno propio; y en la dispensación del gobierno humano, el principio del gobierno del hombre. De los tres tipos de gobierno, el que se encuentra bajo el gobierno del yo es el que se relaciona con la conciencia.

  Antes de la caída, no existía ninguna barrera de pecado entre Dios y el hombre. Esta era la llamada dispensación de la inocencia, cuando el hombre era regido directamente por Dios. El vivía delante de Dios y era responsable ante Dios. Desafortunadamente, el hombre falló bajo el gobierno de Dios y vino a ser pecaminoso por dentro y por fuera; así es que el Dios santo y justo tuvo que dejar al hombre.

  Por consiguiente, desde el tiempo de la expulsión de Adán del huerto de Edén hasta cuando Noé salió del arca, Dios estableció la conciencia dentro del hombre para que le representara en Su gobierno sobre el hombre. Esta es la llamada dispensación de la conciencia. En este período el hombre era regido por su propia conciencia y era responsable ante su propia conciencia. Desafortunadamente, bajo este autogobierno, el hombre falló otra vez. El ignoró la reprensión y el control de la conciencia, lo cual resultó en asesinato y fornicación, lo cual continuó hacia absoluta corrupción y plenitud de iniquidad. Dios juzgó esta dispensación con el diluvio.

  Después del diluvio, Dios dijo a Noé: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (Gn. 9:6). Como el hombre no estaba sujeto al gobierno de Dios ni era obediente a su autogobierno, Dios autorizó al hombre para que lo representara en cuanto a regir sobre el hombre. Por lo tanto, no mucho tiempo después de que comenzaron a formarse las naciones, apareció entre las razas humanas el gobierno de las autoridades políticas, el poder de la sociedad y el control en la familia. Por ejemplo, en una nación están el presidente y los funcionarios, en una fábrica los supervisores, y en una familia, los padres, hermanos mayores, etc. Estas son las autoridades puestas por Dios como Sus representantes en el gobierno del hombre. Por eso Romanos 13:1 dice: “Sométase toda persona a las autoridades superiores”. Esta es la dispensación del gobierno humano, en el cual el hombre es gobernado por el hombre y es responsable ante el hombre.

  Desde el punto de vista del gobierno, la caída del hombre fue la caída del gobierno de Dios al gobierno propio y luego del gobierno propio al gobierno del hombre. Cuanto más uno es regido por Dios, más noble se vuelve, pero cuanto más uno es regido por el hombre, más despreciable viene a ser. Hoy, la condición del hombre es un completo rechazo del gobierno de Dios. Hay posibles minorías que están bajo el autogobierno, siendo controlados por su conciencia; sin embargo, el impacto de su conciencia es muy débil. La mayoría está viviendo bajo el gobierno humano y nunca se conforman a este gobierno a menos que estén siendo regidos por alguien directamente. Sin embargo, muchos aún fallan en esta dispensación del gobierno humano. Ellos no sólo desobedecen, sino que también procuran escapar y aun derrocar el gobierno del hombre. Lo que vemos hoy es una condición rebelde y desordenada. Por lo tanto, el hombre es un fracaso total ya sea bajo el gobierno de Dios, de sí mismo o del hombre.

  Ya que el hombre se ha degradado del gobierno de Dios al gobierno humano, Dios, al salvar al hombre, debe recobrarlo del gobierno humano y llevarlo al gobierno divino, para que el hombre pueda vivir otra vez delante de Dios en sencillez y bajo Su autoridad directa. Sin embargo, este tipo de recobro no puede ser llevado a cabo en corto tiempo. Así como el hombre se degradó cayendo del gobierno divino al gobierno humano, pasando por la etapa del autogobierno, así mismo en el plan de Dios en Su recobro, el hombre debe devolverse por sus pasos del gobierno humano al gobierno de Dios, pasando a través del autogobierno. Ya que el autogobierno es el paso entre el regir humano y el gobierno de Dios, cuando el hombre es salvo, primero debe ser liberado del gobierno humano y regresar a autogobernarse.

  Todos aquellos que viven bajo el gobierno humano viven delante del hombre; no se atreven hacer muchas cosas por temor al hombre. Cuando ellos no están bajo la jurisdicción y observación del hombre, hacen lo que les place. Sin embargo, los que están bajo el autogobierno no obran así. Ellos viven por el sentir de su propia conciencia. Siendo controlados por su conciencia, ellos no necesitan ser regidos por otros. Ellos se restringen en toda su expresión y comportamiento, no por su temor al hombre, sino por el gobierno de su conciencia. Ellos son libres para actuar sólo cuando sus conciencias lo aprueban. Exteriormente, ellos aparentan estar sujetos al gobierno del hombre, pero en la práctica, este gobierno es innecesario porque sus conciencias son suficientes para regirlos y controlarlos.

  Lamentablemente, la condición de muchos cristianos hoy en día no es ésta. Su comportamiento aún requiere el gobierno del hombre. Los estudiantes deben ser controlados por sus maestros, los niños por sus padres, y el personal de las empresas por sus supervisores. A menudo a ellos sólo les importa los que están alrededor exteriormente, pero no les importa la conciencia por dentro. Esto prueba en gran medida que ellos aún están viviendo en la condición caída de estar siendo regidos por el hombre. Por lo tanto, sólo los tratos severos con nuestra conciencia nos liberarán de la condición caída del gobierno humano para llevarnos al gobierno de la conciencia. Entonces en todas las cosas podremos vivir y actuar de acuerdo con el sentir de nuestra conciencia.

  Sin embargo, la meta final al tratar con la conciencia no es simplemente que seamos restaurados al autogobierno. Si sólo permanecemos en el sentir de la conciencia, aún estamos en una condición medio caída y quedamos privados de la voluntad de Dios. Por lo tanto, tratar con la conciencia no sólo tiene como fin hacer que el hombre regrese del gobierno humano al autogobierno, de la mira del hombre hacia la conciencia, sino aún más, hacer que el hombre pase del autogobierno y se someta al gobierno de Dios, hacer que pase de la conciencia y viva en la presencia de Dios. Tratar con la conciencia para ser traídos de nuevo a la conciencia es todavía un objetivo negativo; el objetivo positivo es que seamos recobrados para Dios mismo. Por lo tanto, la meta final del trato con la conciencia es regresarnos al gobierno de Dios.

  El autogobierno y el gobierno de Dios difieren grandemente. El autogobierno quiere decir que el hombre vive por el sentir de su conciencia siendo responsable ante su conciencia; mientras que el gobierno de Dios significa que el hombre vive por la intuición del espíritu, siendo responsable ante la intuición, esto es, siendo responsable ante Dios. Nosotros sabemos que Dios por el Espíritu Santo vive en nuestro espíritu. Por lo tanto, podemos decir que la intuición en nuestro espíritu es el sentir de Dios. De aquí que, cuando vivimos por la intuición y somos controlados por ella, vivimos en la presencia de Dios y somos gobernados por El. La conciencia tiene sólo el sentir de bueno o malo; condena todo lo incorrecto y lo malo, y justifica todo lo que es correcto y bueno. Pero la intuición está por encima de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo; está sobre lo incorrecto y también sobre lo correcto; está sobre lo malo y también sobre lo bueno; condena todo lo incorrecto y todo lo malo, pero no necesariamente aprueba todo lo correcto y todo lo bueno; acepta sólo lo que es de Dios, del Espíritu y de vida.

  Por ejemplo, mentir es condenado por la conciencia mientras que decir la verdad es aprobado. Si vivimos por la conciencia, todo está bien mientras digamos la verdad y no mintamos. Sin embargo, si vivimos por la intuición, andando de acuerdo al sentir de Dios, entonces no solamente no podremos decir mentiras, sino que tampoco podremos decir siempre la verdad. Debemos preguntarnos: ¿Son estas palabras de Dios o de mí mismo? Dios no quiere que mintamos, y tampoco quiere que digamos la verdad. Lo que Dios desea es que hablemos Sus palabras, palabras que sean de El, del Espíritu y de vida. Por lo tanto, cuando un hermano ministre, será su conciencia la que preste atención a si él habla la verdad o no. Pero en cuanto a lo que él debe ministrar, qué tema debe escoger, qué quiere Dios que él hable, esto no está en el límite de lo correcto o lo incorrecto, lo bueno o lo malo. El sentir de la conciencia es incapaz de hacer algo al respecto. Sólo a través de la intuición uno puede tocar la intención de Dios y ser dirigido por Dios a hablar Sus palabras. Estas diferencias entre la conciencia y la intuición son también las diferencias entre el autogobierno y el gobierno de Dios.

  ¡Hoy hay muy pocos que viven completamente bajo el gobierno de Dios! Muchos hermanos y hermanas están viviendo en una condición que es una combinación de los tres tipos de gobierno. Gran parte de su ser está bajo el gobierno humano; todavía necesitan ser regidos por el hombre. Otra parte de su ser está bajo el gobierno propio, el gobierno de la conciencia. Pero sólo una pequeña parte de su ser está bajo el gobierno de Dios, así que ellos están controlados por Dios directamente. Esta es una condición muy anormal. Por lo tanto, existe la necesidad de tratar más a fondo con la conciencia para que podamos, por el lado negativo, ser liberados del gobierno humano y, por el lado positivo, entrar en el gobierno de Dios para estar directamente bajo Su control.

E. El sentir de la conciencia

1. El origen del sentir

  Durante muchas generaciones, todos los santos que han sido buscadores de vida concuerdan en que la conciencia es la ventana de nuestro espíritu, así como el ojo es la ventana de nuestro cuerpo. La ventana en sí misma no tiene luz; toda luz es transmitida desde otra fuente. Así también es la conciencia. Aunque no nos atrevemos a decir que la conciencia misma no tiene sentimiento alguno, podemos decir que una gran porción de sus sentimientos viene de las partes que la rodean. En total hay siete partes que la circundan: la mente, la parte emotiva, la voluntad, la intuición, la comunión, la vida de Dios y el Espíritu de Dios. Estos siete vecinos tienen sentimientos. Cuando sus sentimientos penetran en la conciencia, ellos vienen a ser el sentir de la conciencia. Este es el origen del sentir de la conciencia.

2. Las diferentes clases de sentimientos

  Los sentimientos de la conciencia de los santos tienen muchos aspectos. El que tiene una conciencia sensible tendrá el sentir de la conciencia con relación a todos los asuntos. Estos sentimientos de la conciencia pueden ser divididos en tres categorías: Primero es el sentir hacia el pecado. En el capítulo relacionado al trato con el pecado, nosotros dijimos que la base de tratar con el pecado depende de lo consciente que estemos interiormente. Este estado de estar consciente interiormente es el sentir de la conciencia. Si nosotros pecamos ante Dios o ante el hombre, la conciencia inmediatamente tendrá el sentir de condenación. Esta es la primera categoría de los sentimientos de la conciencia.

  La segunda categoría es el sentir hacia el mundo. En el capítulo relacionado al trato con el mundo, dijimos que la base para tratar con el mundo también depende de lo consciente que estemos interiormente. Estar conscientes interiormente es aún el sentir de la conciencia. Si amamos otras cosas o estamos ocupados con alguna cosa fuera de Dios, la conciencia también nos traerá un sentir de condenación. Esta es la segunda categoría de los sentimientos de la conciencia.

  Además de estas dos categorías de sentimientos de la conciencia, está la tercera categoría: éstos son los sentimientos de inquietud con relación a alguna cosa aparte del pecado y del mundo. Hay algunos asuntos que no son pecaminosos ni del mundo, sin embargo ellos causan que nuestra conciencia pierda el sentir de paz. Si no tratamos con estos asuntos, simplemente no podremos avanzar. Por ejemplo, el descuido e inexactitud en nuestro vivir diario no son pecado ni del mundo, sin embargo, nuestra conciencia es perturbada por ellas. Si alguien desparrama prendas de vestir y otros artículos, dejando el cuarto desordenado, su conciencia le reprenderá. Si nuestro carácter tiene ciertas fallas o peculiaridades, si nuestro comportamiento hacia otros es impropio como cristianos, o si ante Dios tenemos ciertas actitudes indeseables o inadecuadas, aun cuando no son pecaminosas ni del mundo, nuestra conciencia es perturbada. Todos estos sentimientos de inquietud pertenecen a la tercera categoría del sentir de la conciencia.

  Entre las tres categorías de los sentimientos de la conciencia, las primeras dos en cuanto al pecado y el mundo son superficiales, mientras que la tercera es más profunda. En la etapa inicial del trato con la conciencia, nuestros sentimientos interiores son más o menos sensibles hacia el mundo y el pecado. Cuando hayamos tratado con todos estos sentimientos, la tercera categoría de sentimientos será manifestada. Cuanto más severa y concienzudamente tratamos con nuestra conciencia, más aumenta esta tercera categoría de sentimientos. Nuestro énfasis en el trato con la conciencia está en el asunto de venir a tratar con la tercera categoría de sentimientos.

  Puesto que la conciencia del cristiano incluye estas tres categorías de sentimientos, su conciencia es más completa y más aguda que la de un incrédulo. Un incrédulo no tiene ningún sentir en relación con el mundo, ni ninguna inquietud de la tercera categoría de sentimientos; sólo tiene el sentir con relación al pecado, el sentir de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, y aun este sentir es bastante débil. El sentir de la conciencia del incrédulo es más o menos una tercera parte del sentir de la conciencia del cristiano. El sentir de la conciencia del cristiano es tan completo debido a que el corazón del cristiano es nuevo, un corazón que ha sido ablandado y renovado por Dios; su espíritu es un espíritu nuevo, un espíritu que ha sido avivado y renovado por Dios; su mente, emoción y voluntad también han sido considerablemente renovadas; y él tiene también la vida de Dios y el Espíritu de Dios. Todos éstos son muy sensibles y pueden afectar la conciencia del cristiano. ¡Por esta razón, los sentimientos en la conciencia del cristiano son verdaderamente abundantes!

F. Ofensa y condenación en la conciencia

  Las tres categorías de sentimientos de la conciencia son el resultado de nuestras ofensas: o bien hemos ofendido a Dios o bien hemos pecado contra el hombre en nuestra intención, motivo, palabra y acción. Por lo tanto, estos sentimientos pueden ser considerados como el sentir de haber ofendido. Cuanto más sensible sea la conciencia de alguien, y cuanto más alguien viva en la presencia de Dios, más fácil le será tener un sentir de haber ofendido. Siempre que se ofende a Dios o al hombre, hay inmediatamente un sentir en la conciencia de haber ofendido. Por lo tanto, por la intensidad de este sentir de ofensa, podemos decir el grado de sensibilidad de la conciencia de alguien y hasta qué punto ha sido iluminado por Dios.

  Sin embargo, en lo que respecta al sentir de ofensa en sí mismo, es un daño serio a nuestra condición espiritual. Cuando la conciencia de alguien tiene este sentir de ofensa, su comunión con Dios es obstaculizada y por tanto toda su condición espiritual se empobrece. Por consiguiente, siempre que un cristiano tiene en su conciencia el sentir de haber ofendido, inmediatamente debe ir delante del Señor para confesar su pecado de acuerdo a este sentir y pedir la limpieza de la sangre preciosa del Señor. Algunas veces también es necesario ir delante del hombre y tratar el asunto. Entonces el sentir de ofensa desaparecerá, y la conciencia estará libre de ofensa. Por consiguiente, tratar con la conciencia, por un lado, ocasiona que nuestra conciencia sea más sensible y rica en sentimientos, y por otro, ocasiona que nuestra conciencia esté segura, en paz, y libre de ofensa. Por eso, el resultado de tratar con nuestra conciencia es, por un lado, introducirnos en la luz de Dios para que podamos ser más iluminados, y por otro lado, bajo tal iluminación, hacer que nos deshagamos de todas las cosas que están fuera de Dios, que no concuerdan con Dios, y que no son aceptables a Dios, para que así podamos experimentar una limpieza más profunda.

  Ahora llegamos a la condenación de la conciencia. La condenación resulta de ese sentir de haber ofendido que queda en la conciencia. Cuando nuestra conciencia percibe que hemos hecho algo malo, nos condena. Por consiguiente, estas dos son realmente una; son difíciles de distinguir. Algunos definen la condenación de la conciencia como la acusación de la conciencia. Estos son también dos aspectos de una sola cosa. Por ejemplo, el juez en una corte es el que condena, mientras que el fiscal es el que acusa. De la misma manera, cuando nuestra conciencia siente que hemos obrado mal, por un lado representará al hombre para acusarnos, y por otro lado representará a Dios para condenarnos. El sentir de haber ofendido que queda en la conciencia ocasiona que nuestro espíritu esté deprimido y débil en las cosas espirituales, porque el sentir de haber ofendido trae consigo la acusación y la condenación de la conciencia. Por consiguiente, si deseamos ser librados de la acusación y condenación de la conciencia, no hay otra forma excepto tratar cuidadosamente con el sentir de haber ofendido. Cuando desaparezca este sentir de nuestra conciencia, la acusación y condenación de la conciencia se desvanecerán naturalmente.

G. La sensibilidad y debilidad de la conciencia, y la acusación y el ataque de Satanás

  La sensibilidad de la conciencia es resultado de darle un tratamiento serio y cabal. Si no se trata con la conciencia, el sentir de la conciencia ciertamente será lento y torpe. Cuando la conciencia pasa por tratos severos, su sentir se hace más agudo, al punto de ser sensible. Por tanto, la sensibilidad de la conciencia es un fenómeno bueno. Esto prueba que la conciencia ya ha sido tratada cabalmente. Si nuestra conciencia no ha sido tratada a tal punto que se haga sensible, entonces ese trato no es suficientemente completo.

  Algunos tratan tan cabalmente con su conciencia que se sienten redargüidos cuando sus palabras o acciones están levemente fuera de tono. Ellos son sensibles, no solamente cuando han obrado mal, sino incluso cuando están a punto de hacerlo. Además, el grado de agudeza de la conciencia de tales personas puede desarrollarse a tal grado de sensibilidad que se sienten mal por cada una de sus acciones y palabras. Si ellos no actúan ni hablan, también sienten que están equivocados. En semejante condición, todo su ser parece completamente confuso. Sin embargo, cuando un hombre pasa por una etapa de agudeza y sale de allí adquiriendo una sensibilidad de la conciencia, él ha aprendido las lecciones de tratar con la conciencia muy bien; el sentir de su conciencia será entonces constantemente agudo y normal. Por tanto, la sensibilidad de la conciencia es un fenómeno necesario.

  Sin embargo, cuando la conciencia de un hombre ha sido tratada hasta llegar a ser sensible, puede desarrollarse hasta caer en un estado de demasiada sensibilidad y viene a ser así una conciencia débil. Esta debilidad que se debe a una sensibilidad excesiva es el resultado de tratar exageradamente con la conciencia. Un cristiano recién convertido o uno que no tenga una búsqueda seria, no desarrollará una conciencia débil. Sólo aquellos que buscan seriamente al Señor y tratan severamente con sus conciencias, pero que aún son inmaduros y tiernos en vida, tendrán esta debilidad. Tales personas, cuando son ganadas por el Señor, tratan minuciosamente con sus conciencias, deshaciéndose de toda su oscuridad y sus errores. Sus conciencias son como cristal, claras y brillantes. En esta etapa sus conciencias han sido tratadas suficientemente; no es necesario tener más tratos. Pero a causa de que son jóvenes e inexpertos en las cosas espirituales, frecuentemente tratan demasiado, produciendo de este modo una conciencia hipersensible, lo cual produce una conciencia débil. Como en la piel de nuestro cuerpo, algunas partes son callosas e insensibles, mientras que otras son tiernas y muy sensibles. La piel nueva formada sobre una herida es tierna y extremadamente delicada, sensible al más mínimo toque. Podemos decir que ésta es la condición de debilidad de la piel. De la misma manera, si la conciencia es tratada tanto que viene a ser demasiado sensitiva, ella produce un sentir de ofensa en todo. En muchos asuntos una persona así se condena a sí misma aun antes que Dios le condene; él pierde su paz aun antes que Dios desapruebe alguna cosa. Este tipo de condenación e intranquilidad puede seguir presente después de que él ha tratado con el asunto, provocándole así muchos sufrimientos y aflicciones innecesarios. Esta condición de una conciencia débil es el resultado de tener una conciencia demasiado sensible.

  Hay varias condiciones de una conciencia débil que pueden ser descritas y presentadas. Una condición es que después de que hemos tratado con la conciencia de acuerdo a su sentir de ofensa, la conciencia aún se siente condenada y acusada. Por ejemplo, si usted ha pecado contra un hermano, cuando usted tiene comunión con Dios usted viene a ser alumbrado y consciente de ello; en consecuencia, usted confiesa aquello delante de Dios y lo confiesa al hermano. Cuando usted ha hecho esto, si su conciencia es fuerte y normal, usted debe tener paz y olvidarse del asunto. Sin embargo, si el asunto aún permanece en usted, y usted continúa sintiéndose intranquilo y condenado, esto es una señal de una conciencia débil.

  Otra condición está relacionada con ciertos pecados que no necesitan ser tratados, sin embargo su conciencia le exige que trate con ellos también. Por ejemplo, si usted está disgustado internamente con un hermano y usted siente que esto está mal, todo lo que usted necesita hacer es confesarlo delante del Señor y olvidarse del asunto. Esto es sólo un asunto personal que está en el corazón delante del Señor; no fue manifestado en palabras y actitudes y, por ende, no involucró a la otra persona. No obstante, si luego de confesar este asunto delante de Dios, todavía le sigue molestando de tal modo que siente que aún tiene que confesárselo a su hermano y buscar perdón, entonces ya es demasiado. Si se da el caso de que usted le ha confesado el asunto a su hermano, todavía su ser interno no está en paz y siente la necesidad de confesar nuevamente debido a que siente que en algunos asuntos dijo demasiado y en otros dijo muy poco, pero teme que por ir otra vez a él, él podría molestarse, por eso usted se siente tan internamente confundido que pierde toda la paz, entonces ésta es una condición aún más débil de la conciencia.

  Otra condición es aquella en que la conciencia tiene un sentir de ofensa y la persona no encuentra una forma segura para tratar con ello o siente siempre que su trato no es suficiente. Por ejemplo, un hermano pudo haber robado mil dólares hace diez años. Ahora que es salvo, él intenta tratar con esta situación, pero cuando lo hace encuentra difícil decidir qué cantidad devolver. De acuerdo al principio del Antiguo Testamento (Lv. 6:5), él debe añadir un quinto a la cantidad original, sin embargo él siente que esto no es suficiente. Puesto que en el Nuevo Testamento no se da ningún principio, él concluye que debe devolver la cantidad con intereses. Sin embargo, surge la cuestión de qué tasa de intereses ha de pagar. ¿Debería pagar el interés que paga el banco o el de una institución financiera? ¿Deben ser intereses anuales, mensuales o semanales? No importa cuánto calcule, su corazón no se siente tranquilo. Esto indica otra condición de debilidad de la conciencia.

  Una conciencia sensible es apropiada y normal, pero una conciencia débil, ya que es hipersensible, es anormal. Primero, esto provoca que uno pase por torturas y sufrimientos innecesarios. Segundo, esto provoca que uno tenga una inquietud continua, lo cual da como resultado que se le da terreno a Satanás para acusar y atacar. Por consiguiente, una conciencia débil no es una buena señal. No obstante, es necesario tener una conciencia débil en nuestro trato inicial con la conciencia. Una conciencia sensible, que surge de un trato minucioso con la conciencia, usualmente viene a ser una conciencia débil. Al tratar con nuestra conciencia, si no tratamos con ella hasta que se torne sensible, el trato no ha sido exhaustivo, y todavía no hemos aprendido la lección. Sin embargo, cuando la conciencia ya ha sido tratada hasta volverse sensible, entonces ciertamente será hipersensible y débil. Por consiguiente, cuando seguimos al Señor y tratamos severamente con nuestra conciencia, debemos tratar de evitar por todos los medios esta condición de debilidad. Cuando nuestra conciencia viene a ser sensitiva, debemos ejercitar nuestra voluntad para mantenerla en su lugar, a fin de que no vaya muy lejos y venga así a ser débil y sin descanso. En esta forma no sufriremos pérdida.

  Ya hemos dicho que una conciencia débil da terreno a Satanás para acusar y atacar. ¿Cuál es la acusación de Satanás? La acusación de Satanás y la acusación o condenación de la conciencia son cosas diferentes. La acusación o condenación de la conciencia siempre se basa en hechos definidos, ya sea el pecado, el mundo, u otros asuntos. Surge del hecho de que hemos agraviado a Dios o al hombre. Pero la acusación de Satanás no es así. No tiene hechos como base, sino que es sólo una perturbación sin causa para engañarnos, provocando que nuestra conciencia tenga el sentir de fracaso y pérdida de paz. Algunas veces Satanás usa los hechos del pasado para acusarnos. El nos recuerda nuevamente ciertas cosas que ya han sido tratadas en el pasado, provocando de este modo que perdamos la paz. Por eso, todas las acusaciones de Satanás son falsas. El nos acusa aprovechándose de una conciencia débil para que caigamos en sufrimientos innecesarios, para que nuestra condición espiritual pierda su equilibrio, y para que no podamos procurar pacíficamente el crecimiento en vida y de este modo suframos una gran pérdida.

  Cuando una persona está bajo la acusación de Satanás, sin reconocer que es una artimaña suya y acepta una y otra vez la acusación innecesaria pensando que ésa es la voz de la conciencia, su conciencia se tornará más débil, y la acusación de Satanás se hará más severa. En consecuencia, esta acusación de Satanás viene a ser su ataque. Una vez que el hombre caiga bajo este ataque en su conciencia, su espíritu, alma y cuerpo serán grandemente afligidos. En los casos más severos él puede perder la razón, llegar a enloquecer y hasta morir.

  Hemos considerado previamente al hermano que no usaba su pañuelo cuando sudaba mientras predicaba. Esto se debía a que había tratado muy severamente con su conciencia, provocando así una conciencia débil y abriendo un camino para la acusación y el ataque de Satanás. El recibió el ataque hasta tal grado que no dormía en su cama sino en el piso; de otra manera, no tendría paz interior. Así que, su cuerpo sufrió un gran daño y murió prematuramente.

  Una hermana de edad, al tratar con el mundo, también sufrió el ataque de Satanás. Aun cuando comía la comida más ordinaria, Satanás le decía que ella estaba muy preocupada por su carne. Tampoco ella dormía en su cama, sino en el piso; de otra forma, no tenía paz. En poco tiempo ella murió. Estos son algunos ejemplos serios que exponen lo terrible que es el ataque de Satanás.

  La sangre del Señor es nuestra única arma para vencer la acusación y el ataque de Satanás. Apocalipsis 12:10-11 nos dice que Satanás nos acusa día y noche delante de Dios, pero que podemos vencerle por medio de la sangre del Cordero. En 1 Juan 1:7, 9 se nos dice que si confesamos nuestros pecados, Dios perdonará nuestros pecados, y la sangre del Señor nos limpiará de toda iniquidad. Si hemos tratado como corresponde con todo el sentir de ofensa de nuestra conciencia delante de Dios, debemos escondernos bajo la sangre por medio de la fe. Sólo entonces podremos evitar todas las acusaciones y ataques de Satanás.

H. Una brecha en la conciencia

  Una brecha en la conciencia es también un tipo de sentir de ofensa en la conciencia. Esta condición es extremadamente dañina para el estado espiritual de un cristiano.

  En condiciones normales el sentir de la conciencia está basado en la iluminación del Espíritu Santo, la cual a su vez, está basada en la medida de vida que tengamos. Al grado que hayamos crecido en vida, a ese mismo grado tendremos la iluminación del Espíritu Santo. Hasta el grado que la iluminación del Espíritu Santo alcance, hasta ese mismo grado será sensible nuestra conciencia. Así que, el sentir de nuestra conciencia puede ser tratado adecuadamente según la medida de nuestra vida. Cualquier cosa que el Espíritu Santo nos exija a través de nuestra conciencia también puede ser adecuadamente satisfecha por la suministración del poder de nuestra vida. Si tan sólo estamos dispuestos a obedecer, tendremos la fuerza para tratar con la demanda. Así que, este sentir de la conciencia no provocará una brecha de la conciencia.

  Sin embargo, algunas veces la condición se torna anormal: la conciencia produce un tipo de sentir que no puede ser satisfecho adecuadamente por el grado de vida que la persona tiene. Este tipo de sentir no viene de la iluminación del Espíritu Santo. La iluminación del Espíritu Santo siempre está basada en el crecimiento de la vida. Ya que este tipo de sentir no es satisfecho adecuadamente por el grado de crecimiento de la vida, entonces debe de haber venido de un conocimiento prematuro. Esta situación es semejante a la de un niño de diez años que conoce las cosas de un hombre de veinte años y acepta todos los requisitos para un hombre de veinte años, pero a causa de que su vida no ha alcanzado el nivel adecuado, no tiene la fortaleza para satisfacer tales requisitos. Esto es igualmente cierto en el caso de uno que tiene un sentir prematuro en su conciencia. Por un lado, se da cuenta de que no debe hacer cierta cosa porque, si la hace, su conciencia se sentirá condenada e intranquila. Por otro lado, no es suficientemente fuerte para vencer aquello, así que sigue adelante y lo hace. Esto provoca una brecha o una violación de su conciencia que no puede ser reconciliada. Llamamos a esta condición una brecha en la conciencia.

  Por ejemplo, un hermano que ha sido salvo recientemente tiene un mal hábito. Ya que la luz en él no es fuerte, su conciencia no le condena. El puede orar, asistir a las reuniones y tener comunión con el Señor, todo ello con paz y gozo. Luego un hermano le dice que este mal hábito no es agradable al Señor y que debe deshacerse de él inmediatamente. El responde: “Cuando yo oro, no estoy consciente de que el Señor esté descontento”. Para probarle este punto, el hermano entonces le explica las verdades bíblicas relacionadas con el asunto. Finalmente, el recién convertido es convencido y se ve obligado a obedecer estas verdades para que pueda deshacerse del mal hábito. Esto resulta en fracaso, porque su crecimiento en vida no es adecuado y no hay suficiente suministración del poder de vida. Por lo tanto, él continúa viviendo en este mal hábito. En ese momento, su conciencia le condena severamente, y un sentir de ofensa lo agobia constantemente. Originalmente él podía orar, consagrarse y asistir a las reuniones, pero ahora él dice para sí: “¿Puede alguien como yo orar, consagrarse y asistir a las reuniones?” De esta manera, su conciencia tiene una gran brecha. La brecha es tan severa que ya no puede orar, testificar ni asistir a las reuniones. Finalmente, toda su vida cristiana se va a la bancarrota.

  Por lo tanto, la brecha de la conciencia es un asunto serio y peligroso. En 1 Timoteo 1:19 se nos dice que una filtración en nuestra conciencia es como un barco con una grieta, que está destinado a naufragar. La conciencia de un cristiano naufragará una vez que tenga una brecha. Ya que la fe y el amor son esenciales para el cristiano mismo, son igualmente esenciales en nuestra relación con Dios y, hasta cierto grado, en nuestra relación con otros. La vida que un cristiano viva delante de Dios debe ser una vida de fe y amor. Pero una vez que la conciencia tiene una brecha, la fe y el amor escapan, y la vida espiritual del cristiano se va a la bancarrota. Así como una bombilla eléctrica agrietada no tiene luz, igualmente una conciencia que tiene fisuras provoca que el espíritu del cristiano se sienta vacío y todas las cosas espirituales se sequen dentro de él.

  Ya que la brecha de la conciencia es un asunto tan serio, debemos luchar para evitarlo en nuestra senda de procurar el crecimiento en vida. La forma de evitarlo es no aceptar ningún sentimiento que provenga del conocimiento prematuro, ni responder a ninguna demanda que exceda al suministro de vida interior. Esto se aplica tanto a nosotros como a otros. No debemos impartir a otros un conocimiento adelantado que provoque sentimientos prematuros, ni debemos señalar los problemas de otros sin considerar si tienen o no la fortaleza para tratar con ellos. De otra forma, sus conciencias serán dañadas, causando una brecha. Sólo debemos ayudar a otros positivamente en el aspecto de la vida, para que puedan crecer en vida. Con el correr del tiempo, el sentir de sus conciencia crecerá espontáneamente, y sus tratos también crecerán como corresponde.

  Si ya tenemos un sentir proveniente de un conocimiento prematuro, necesitamos que la sangre del Señor nos cubra. Podemos decirle al Señor: “Señor, sé que necesito tratar con este asunto, pero soy incapaz de enfrentarme a él; no es rival que yo pueda confrontar. Cúbreme con Tu sangre y no permitas que Satanás me ataque”. Si confiamos así en la sangre, a pesar de que somos débiles, aún así, podemos tener comunión con el Señor, y nuestra vida espiritual no sufrirá pérdida.

  Mientras estemos escondidos bajo la sangre, debemos tener otra actitud: debemos acudir al Señor para recibir la suministración de Su gracia. Cuando el suministro de Su gracia venga sobre nosotros y nos provea de la fuerza necesaria, entonces debemos tratar inmediatamente con las cosas que necesitan ser tratadas. Este suministro de la gracia de Dios, por un lado, significa el suministro de vida interior, y por otro lado incluye el arreglo externo en el entorno. Por ejemplo, al tratar con nuestras deudas financieras, por un lado debemos acudir al Señor para que obre en nosotros haciendo que tengamos un sentir interno adecuado. Por otro, también debemos acudir al Señor para que provea, en el ambiente, la cantidad de dinero pertinente para que podamos tratar con el asunto de acuerdo al sentir interno. Este suministro externo es también un tipo de provisión divina que nos capacita para tratar con el asunto en cuestión.

I. El sentir de la conciencia y el crecimiento de la vida

  El sentir de nuestra conciencia está estrechamente relacionado con la vida. Primero, vamos a estudiar esta relación antes y después de ser salvos. Antes de ser salvos, la muerte y las tinieblas estaban en nosotros, y nuestra conciencia tenía poca luz y poca sensibilidad. Después de que fuimos salvos, el Espíritu de Dios trajo la vida de Dios a morar en nosotros, y nuestro espíritu fue vivificado. Al mismo tiempo, nuestras partes internas fueron renovadas, la función de la conciencia fue restaurada y la sensibilidad de la conciencia fue revivida. Por lo tanto, la sensibilidad de una conciencia cristiana se origina en el nacimiento de su vida espiritual.

  Esta es nuestra verdadera condición cuando somos salvos. Después de ser salvos, la sensibilidad de la conciencia aumenta según crece la vida. A medida que nuestra vida crece, el sentir de nuestra conciencia aumenta. Cuanto más crezcamos en vida, más fina y aguda será la sensibilidad de nuestra conciencia. Por lo tanto, si deseamos un sentir más agudo y más rico, tenemos que seguir en pos de la vida aún más. Si nuestra vida es abundante, el sentir de nuestra conciencia será fortalecido. Aún más, si tratamos todos los asuntos de acuerdo al sentir de la conciencia, el crecimiento en vida aumentará. El crecimiento en vida afecta el sentir de la conciencia, y el sentir de la conciencia ayuda al crecimiento en vida. En una mutua relación de causa y efecto estos dos nos llevan adelante en el camino de vida.

J. El sentir de la conciencia y la iluminación del Espíritu Santo

  El sentir de la conciencia está también conectado con la iluminación del Espíritu Santo. Este sentir, derivado del nacimiento de la vida e incrementado de acuerdo al crecimiento de la vida, también pasa a través del Espíritu Santo y es iluminado por el Espíritu Santo. No podemos separar la vida y el Espíritu Santo, porque la vida de Dios está en el Espíritu de Dios; por consiguiente, no podemos dividir el crecimiento de vida de la iluminación del Espíritu Santo. Cuanto más brille el Espíritu Santo en nosotros, mayor será nuestro crecimiento en vida. Y cuanto más crecimiento en vida tengamos, más intensa será la iluminación del Espíritu Santo. Estos dos también actúan mutuamente como causa y efecto, y siempre existen en la misma proporción.

  Debido a que el sentir de la conciencia está basado en la medida de vida, y la medida de vida es inseparable de la iluminación del Espíritu Santo, el sentir de la conciencia es afectado naturalmente por la iluminación del Espíritu Santo. Cuando la vida que está dentro de nosotros aumente en crecimiento, la iluminación del Espíritu Santo crecerá y el sentir de la conciencia será más intenso. Es como un maestro que basa su instrucción según el nivel académico de su alumno. Normalmente el nivel académico de un alumno está en conformidad con su edad, lo cual a su vez afecta la lección del maestro. El Espíritu Santo, quien está dentro de nosotros, es nuestro mejor maestro. La medida de vida que poseemos es nuestra edad espiritual. Cualquier sentir que tengamos en nuestra conciencia es la lección que el Espíritu Santo hace resplandecer en nosotros. El sentir de la conciencia difiere en cada uno porque todos tenemos una medida diferente de vida. Así que, la iluminación del Espíritu Santo en cada uno difiere de acuerdo a esto.

  Por el contrario, el sentir de la conciencia también puede fortalecer la iluminación del Espíritu Santo. Si tratamos los asuntos de acuerdo al sentir de nuestra conciencia, el Espíritu Santo ganará naturalmente más terreno y nos dará más iluminación; por tanto, la iluminación del Espíritu Santo y el sentir de la conciencia se afectan mutuamente tanto en causa como en efecto.

K. El sentir de la conciencia y el conocimiento espiritual

  Otra base sólida para el sentir de la conciencia es el conocimiento espiritual. Conocimiento espiritual no significa entendimiento mental, ni compresión de las verdades bíblicas o de las cosas espirituales, sino que denota el entendimiento y la comprensión con respecto a Dios y a todas las cosas de Dios a través de la revelación y la iluminación divinas. Esta clase de conocimiento se da tanto en vida como en el Espíritu Santo. Si cierta clase de conocimiento no procede de la vida y del Espíritu Santo, no es conocimiento espiritual. El verdadero conocimiento espiritual tiene que venir de la vida y del Espíritu Santo.

  Ya que nuestro conocimiento espiritual procede de la vida, es logrado por el grado de vida que tengamos. Si cierta clase de conocimiento precede a nuestro crecimiento en vida, es prematuro e intelectual, y no es verdadero conocimiento espiritual. Así que, no nos puede proporcionar el suministro de vida y no nos aprovecha. Sin embargo, si el crecimiento en vida aumenta a cierto nivel, se producirá cierta clase de conocimiento. Este es el conocimiento espiritual normal y adecuado. Este nos puede suministrar vida y nos beneficia.

  ¿Por qué es proporcional el conocimiento espiritual al crecimiento en vida? Porque el verdadero conocimiento espiritual procede de la iluminación del Espíritu Santo, y esta iluminación es proporcional al crecimiento en vida. Si no recibimos iluminación cuando escuchamos los mensajes, leemos la Biblia, estudiamos libros, y escuchamos testimonios de otros, meramente acumulamos mucho conocimiento. Esto no es el verdadero conocimiento espiritual. A partir de esto podemos ver lo íntimamente relacionados que están el verdadero conocimiento espiritual, el crecimiento de vida y la iluminación del Espíritu Santo.

  ¿En qué consiste entonces el verdadero conocimiento espiritual, el cual resulta de la iluminación del Espíritu Santo? Primeramente, es el sentir que tenemos en nuestro espíritu, la parte más profunda de nuestro ser, por medio de la cual percibimos por revelación interna lo que necesita ser tratado. En segundo lugar, este sentir trae consigo la manifestación de Dios, causando que veamos que es Dios quien nos ha hablado en Su presencia.

  Por ejemplo, una hermana testifica que mientras oraba recibió iluminación del Señor en cuanto a no usar muchos de sus vestidos estilizados. Otra hermana, al oír su testimonio, dijo en su corazón: “Si ella no puede usar ese estilo de ropa, ¿cómo podré usar yo mi vestido, que está más a la moda?” El hecho es que el concepto que esta hermana tiene con respecto al vestido moderno es meramente el resultado del conocimiento mental mezclado con una emoción. Este no es el conocimiento espiritual que resulta de la iluminación del Espíritu Santo. Pero también puede darse el caso de que ella no sólo comprenda este asunto en su mente sino que también sea motivada interiormente por el testimonio. Ella siente que el dedo del Señor está apuntando a su vestido de moda y le está dando un sentir de que ella no debe volver a usar ese vestido. Esta es la luz del Espíritu Santo brillando sobre ella. En el primer caso, ella meramente podía asentir con su cabeza y estar de acuerdo, pero no podía arrodillarse y orar. En el segundo caso, aún antes de que llegue a casa, ella orará, diciendo: “Señor, perdóname y libérame de este vestido de moda”. En este caso, Dios, a través de este testimonio, no sólo la conmueve, sino que le habla y se le manifiesta. Por consiguiente, ella sabe con certeza que no debe usar más su vestido a la moda. Este es el verdadero conocimiento espiritual, el conocimiento que se origina en la iluminación del Espíritu Santo.

  Cada vez que Dios nos da conocimiento espiritual, El desea que encontremos la luz resplandeciente de Su faz y que sintamos la revelación del Espíritu Santo. Esta iluminación y revelación nos reprende en ciertos asuntos, nos hace humildes ante Dios, y nos conduce a buscar Su perdón y liberación, así como también Su suministro y poder de vida para tratar con aquello que es reprendido.

  Tomemos, por ejemplo, los mensajes que han sido dados en la iglesia. Debido a los diferentes grados de crecimiento en vida que hay entre los hermanos y hermanas, la iluminación del Espíritu Santo también difiere. Por lo tanto, el conocimiento espiritual obtenido por cada uno varía grandemente. Un crecimiento en vida más profundo da al Espíritu Santo más terreno para iluminar a algunos. En consecuencia, el conocimiento espiritual que ellos obtienen es mayor y más profundo. Con respecto a aquellos cuyo crecimiento espiritual es superficial, la luz reveladora del Espíritu Santo está limitada, aun cuando ellos se sientan en la misma reunión y escuchan el mismo mensaje. Así que, el conocimiento espiritual que hay dentro de ellos está restringido y es superficial. Por lo tanto, estos tres —el conocimiento espiritual, el grado de crecimiento en vida y la iluminación del Espíritu Santo— están relacionados y mezclados.

  El verdadero conocimiento espiritual se obtiene a través de nuestro crecimiento en vida y la iluminación del Espíritu Santo. Este conocimiento incluye no sólo la comprensión de la mente sino mucho más. Es un sentir en el espíritu. Luego de que este sentir en el espíritu toca nuestra conciencia, se convierte en el sentir de la conciencia. La carencia de conocimiento espiritual significa que no hay sentir en la conciencia. Casi todos los sentimientos normales de la conciencia provienen del verdadero conocimiento espiritual.

L. El sentir de la conciencia y la provisión de gracia

  Ya que el sentir normal de la conciencia se origina en la vida, en el Espíritu Santo y en el conocimiento espiritual, ciertamente lleva consigo la provisión de gracia. Esta es una característica gloriosa del Nuevo Testamento. Las leyes del Antiguo Testamento dadas al hombre, solamente contienen demandas sin la provisión. La ley de vida del Nuevo Testamento dispensada en el hombre contiene no solamente la demanda, sino aún más, la provisión. La demanda de la ley de vida es satisfecha por sí misma como provisión. Por lo tanto, siempre que nuestra conciencia revele la demanda que hace la ley de vida, dándonos un sentir normal para tratar con cierto asunto, necesitamos, entonces, postrarnos en adoración y reconocer que este sentimiento de la demanda de Dios es un anuncio preliminar de la provisión de gracia.

  Aunque la demanda del sentir de la conciencia lleva consigo la provisión de gracia, con todo, si deseamos hacer real esta provisión, debemos cumplir un requisito: debemos responder a esta demanda con la fe. La provisión de la gracia de Dios siempre depende de nuestra confianza y obediencia. Si confiamos y obedecemos, vendrá la provisión de gracia de Dios. De otro modo, la provisión no vendrá. Dios siempre desea que nosotros obedezcamos primero por fe en respuesta a todas Sus demandas. Entonces El nos suministrará Su gracia. Por lo tanto, nuestra respuesta a las demandas de Dios es nuestro pedido de la provisión de Dios.

  Por ejemplo, cuando le pedimos a alguien que envíe un telegrama, según el principio comercial del mundo primero le proporcionamos el dinero y luego él procede. Pero el principio espiritual es que él primero debe obedecer y actuar; luego se le da el dinero. Si alguien teme actuar porque no tiene los medios, entonces el dinero seguramente no vendrá. Pero cuando actúa en fe para pagar el gasto, el dinero estará disponible. En la Biblia muchos hechos históricos muestran este principio. Cuando Dios hizo pasar a Israel a través del Jordán, el agua no se separó antes de que ellos descendieran al agua; por el contrario, ellos descendieron al agua por fe y luego las aguas fueron separadas. La provisión de gracia también se obtiene por fe y se experimenta en fe. Así que todo aquel que esté aprendiendo a tratar con la conciencia necesita aprender la lección de recibir la provisión de la gracia de Dios en fe. Cada vez que el sentir en la conciencia trae una demanda, debemos darnos cuenta de que ésta es la provisión de Dios para nosotros. Si contestamos esta demanda en fe, la provisión de Dios indudablemente vendrá. Nuestra obligación es responder. La obligación de Dios es proveer.

  Debemos estar agradecidos con el Señor porque aun nuestra fe y obediencia provienen de Dios; no necesitan nuestra lucha ni nuestro esfuerzo. Normalmente, cuando el sentir de la conciencia corresponde al crecimiento en vida, espontáneamente tenemos fe y nos sometemos en obediencia. Si alguna vez un sentir de la conciencia sobrepasa nuestra confianza en la provisión de la gracia de Dios y nuestra habilidad para obedecer, es un sentir prematuro y prueba que nuestro crecimiento en vida no ha alcanzado esta etapa. En ese caso debemos escondernos bajo la sangre y esperar hasta que nuestra vida avance a esta etapa. Entonces espontáneamente tendremos suficiente fe para aplicar la gracia de Dios y obedecer el sentir de la conciencia.

  En conclusión, para cumplir la demanda del sentir de la conciencia, ciertamente necesitamos la provisión de la gracia de Dios. Esta provisión es recibida por fe. Cuando cumplimos en fe la demanda que está en el sentir de nuestra conciencia, inmediatamente la gracia de Dios viene a abastecernos. Por un lado, nos da fortaleza para que tratemos con el asunto y obtengamos limpieza; por otro lado esta provisión y gracia vienen entretejidas a nosotros, trayendo consigo el crecimiento en vida.

II. LA PRACTICA DE TRATAR CON LA CONCIENCIA

  Los doce puntos antes mencionados pertenecen a nuestro conocimiento en cuanto a tratar con la conciencia; lo siguiente se refiere a la aplicación práctica al tratar con la conciencia.

A. La base bíblica

  1. Primera Timoteo 1:19: “Manteniendo ... una buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos”. La buena conciencia mencionada por el apóstol significa una conciencia que trata con todas las manchas a fin de mantener una condición libre de culpa. Si alguno permite que alguna ofensa permanezca en su conciencia, naufragará en su fe, y gradualmente su tesoro espiritual se escapará; también se debilitará ante el Señor.

  2. Primera Timoteo 1:5: “...el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”. A fin de tener el amor que es necesario en el andar cristiano, necesitamos tener una buena conciencia, ya que este amor proviene de una buena conciencia.

  3. Hechos 24:16: “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”.

  4. Hechos 23:1: “...yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy”.

  El apóstol testifica dos veces que su conciencia está libre de ofensas. Esto revela una de las razones por las cuales él tenía tal fortaleza y denuedo en la obra del Señor; esto es, él continuamente trató con su conciencia, guardándola de condenación.

B. El objetivo del trato con la conciencia

  El objetivo de nuestro trato no es la conciencia en sí misma, sino más bien la sensibilidad de la conciencia. Además de la sensibilidad prematura, la hipersensibilidad y el sentir de las acusaciones y ataques de Satanás, todos los sentimientos normales de la conciencia son el objetivo de nuestro trato.

  Efesios 4:19 nos dice que los pecadores “echaron de sí toda sensibilidad” (Darby). La sensibilidad que aquí se recalca es la sensibilidad de la conciencia. Antes de que un hombre sea salvo, está sumergido en el pecado. En su vivir y comportamiento, se empeña en ignorar y anular el sentir de la conciencia. Por lo tanto, entre los gentiles, un hombre moral puede respetar el sentir de su conciencia, pero el hombre maligno carece de sensibilidad en su conciencia. El principio es el mismo con aquellos que son salvos. Cuanto más espiritual es uno, más sensible llega a ser la conciencia. Por otro lado, si tiene poca oración y carece de comunión con el Señor, su conciencia es insensible.

  En el contexto de Efesios 4, el apóstol nos amonesta a que nos despojemos del viejo hombre y nos vistamos del nuevo, y a que andemos según la gracia a la cual fuimos llamados. De este modo, la vida cristiana normal parece estar absolutamente relacionada con el sentir de la conciencia. Anteriormente, cuando vivíamos en el viejo hombre, abandonamos todo el sentir de la conciencia; ahora, habiéndonos despojado del viejo hombre y habiéndonos vestido del nuevo, debemos vivir dándole la debida atención al sentir de la conciencia y afrontar las cosas de acuerdo con este sentir.

C. La base del trato con la conciencia

  La base del trato con la conciencia es también el sentir de la conciencia. Todos los sentimientos normales que haya en nuestra conciencia, si están de acuerdo con nuestro crecimiento en vida y son derivados de la iluminación del Espíritu Santo, forman la base del trato con la conciencia.

  Hemos mencionado previamente que hay tres categorías de sentimientos en la conciencia, a saber: el sentir hacia el pecado, el sentir hacia el mundo y todo otro sentir de intranquilidad. Al tratar con el pecado, debemos tratar solamente con el sentir que existe en nuestra conciencia hacia el pecado; al tratar con el mundo, debemos tratar solamente con el sentir de nuestra conciencia hacia el mundo; al tratar con otras cosas aparte del pecado y el mundo, debemos tratar solamente con el sentir perturbador de nuestra conciencia. De acuerdo al objetivo del trato, estas tres categorías parecen diferentes. Pero su única base es el sentir de la conciencia.

  En los capítulos anteriores no teníamos el sentir de la conciencia como base para tratar con el pecado y el mundo, sino más bien el sentir de la vida interna. Hicimos esto porque el sentir de la conciencia es originalmente el sentir de la vida interior. Sin embargo, a pesar de que este sentir viene de la vida de Dios y del Espíritu Santo, es a través de la conciencia que lo percibimos. Por lo tanto, aunque es el sentir de vida, es también el sentir de la conciencia.

D. La medida del trato con la conciencia

  La medida de nuestro trato con la conciencia es la misma que la del trato con el pecado y el mundo, o sea, “vida y paz”. Debemos tratar hasta tal grado que sintamos no sólo paz interna, sino también vida. No sólo necesitamos sentirnos sosegados, seguros y confiados, sino que también debemos sentirnos fortalecidos, iluminados y satisfechos. Cualquier caso en que carezcamos de vida y paz, indica que nuestro trato no es lo suficientemente completo.

  Sin embargo, en nuestra experiencia, el sentir de vida y paz no puede mantenerse siempre inmutable. Por el contrario, puede ser que después de un período de tiempo, nuevamente nos sintamos vacíos y confusos, intranquilos e inseguros, como si el sentir de vida y paz se hubieran ido. Hay dos factores responsables de esta condición. Uno es nuestro descuido y fracaso, lo cual ha causado que estemos contaminados nuevamente y poseídos por cosas que no agradan a Dios. El otro caso es que el nivel de la demanda de vida de Dios en nosotros es sumamente elevado cuando continuamos sometiéndonos a nuestra conciencia, recibiendo la provisión de gracia, creciendo en vida y aumentando en la iluminación del Espíritu Santo. Estas dos razones pueden hacer que no sintamos ni paz ni vida.

  Al comienzo, este tipo de sentir es un vago sentir interno de que carecemos de vida. En otras palabras, ya no sentimos “vida”. Cada vez que sintamos que la vida está ausente, debemos darnos cuenta de que Dios tiene para nosotros una lección interna más profunda que aprender y asuntos externos adicionales con los cuales tratar. Si en un momento así entramos más profundamente en Su presencia buscando más luz reveladora, Dios dará un paso adicional y nos mostrará cuáles asuntos debemos tratar. Cuando la luz respecto de algún asunto se hace más clara, nuestro vago sentir acerca de la falta de vida se convierte en un sentir definido de intranquilidad. Este es un sentir en la conciencia. Debemos tratar de acuerdo con este sentir hasta que hayamos recuperado la condición interior de vida y paz. Tales ciclos de tratos repetidos nos depurarán una y otra vez y nos llevarán adelante en el camino de vida.

E. La norma del trato con la conciencia

  Al tratar con la conciencia necesitamos tratar hasta tal grado que tengamos vida y paz, pero también necesitamos una norma de trato que nos gobierne. En términos generales, la falta de vida y paz internas deben ser tratadas hasta que obtengamos vida y paz, pero esto no quiere decir que cualquier sentir de carencia de vida y paz demanda trato. Sólo necesitamos preguntarnos si este sentir satisface el nivel de trato. Si corresponde con el debido nivel, entonces tratamos con él; de otra manera, no es necesario hacerlo. Por lo tanto, la norma de trato es un buen criterio cuando comenzamos a practicar esto.

  Cuando un cristiano es conmovido por el amor del Señor y decide seguirle, está dispuesto a ceder al trato completo del Señor, hasta el punto de hacer a un lado su dignidad, de pagar cualquier precio. En tal circunstancia, Satanás frecuentemente viene y trae sentimientos engañosos. En algunos casos las personas llegan a ser tan engañadas por él que se sienten obligadas a tratar innecesariamente con cosas, sufriendo así pérdida espiritual. Por lo tanto, debemos tener un nivel para evaluar todos nuestros tratos y medir cuidadosamente todos aquellos sentimientos de carencia de vida y paz. De esta manera podemos evitar muchos peligros y errores. En consecuencia, el patrón para nuestros tratos es un límite y una protección.

  Hemos dicho que el estándar en cuanto a tratar con el pecado es la justicia. Sólo los asuntos que no son justos necesitan ser tratados. Si no hay injusticia no hay nada que considerar. La norma de nuestro trato con el mundo es si estamos servilmente poseídos por el mundo en nuestro diario vivir o no. Todo aquello que no sea necesario para nuestra subsistencia o todo lo que nos posea necesita ser tratado; fuera de eso no es necesario ningún trato adicional. No obstante, la norma de nuestro trato con la conciencia es si el asunto es significativo o razonable o no lo es. Esto se aplica cuando intentamos tratar con la ausencia de paz en nuestra conciencia. Debemos preguntar: “¿Es significativa esta ausencia de paz? Cuando lo trato, ¿estoy edificando? ¿Podrán otros recibir ayuda de esto? ¿Puede Dios ser glorificado?” Si es algo significativo, lo aceptamos y tratamos adecuadamente. Sin embargo, si no tiene ningún significado, debemos rechazarlo y no tratar con eso.

  Por ejemplo, consideren el caso de un hermano que después de leer un libro lo arroja descuidadamente. Inmediatamente, percibe una ausencia de paz internamente, y su descuido es reprendido por su conciencia. En tal caso él debe recoger el libro y ponerlo en su sitio cuidadosamente. Debe tratar el libro según su sentir interno; entonces tendrá paz interna. En tal caso, esta ausencia de paz es evidentemente significativa, enseñándole a no ser una persona descuidada. Sin embargo, si este hermano no tiene paz al sentarse en una silla, pero tiene paz al sentarse en el piso, ha tratado con su conciencia hasta un grado demasiado fino. Si no tiene paz al llevar la Biblia en su mano, pero tiene paz al llevarla en su hombro, esta ausencia de paz no tiene ningún sentido. Cuanto más él trata con estos sentimientos sin sentido, más se multiplicarán éstos. En consecuencia, se le da terreno a los ataques de Satanás, causando así muchos sufrimientos innecesarios.

  Por un lado, debemos tratar estrictamente con nuestra conciencia de acuerdo con las demandas de nuestra vida y paz internas. Por otro, también debemos ser gobernados por el estándar de lo que tiene sentido. Según este principio, tendremos entonces un trato equilibrado y provechoso el cual hará que crezcamos en vida y que no cedamos terreno a los ataques del enemigo.

CONCLUSION

  En esta segunda etapa de nuestra vida espiritual, hemos estudiado consecutivamente las tres lecciones del trato: el pecado, el mundo y la conciencia. Todo aquello que requiera trato en las etapas iniciales del cristiano que sigue al Señor, está incluido en estas tres lecciones. Después de que un cristiano trata con el pecado, la justificación que recibe de Dios es expresada a través de él y también es manifestada ante los hombres. Después de que trata con el mundo, experimenta la santificación en Cristo, viene a estar totalmente separado del mundo y pertenece completamente a Dios. Finalmente, después de que trata con la conciencia, los sentimientos dentro de él son sensibles y ricos y la función de su espíritu es fuerte y evidente. En ese momento, todo lo que hay fuera de él que no agrada a Dios o que no está de acuerdo con Dios, es resuelto, mientras que la vida interior se hace manifiesta. Entonces comienza a tornarse de afuera hacia dentro y aprende a seguir al Señor interiormente en la senda de la vida.

  En la práctica, después de que un cristiano comienza a buscar al Señor y se consagra, hay un largo período de tiempo en el cual el énfasis de la obra del Señor en él se da en estas tres áreas del trato. Cuanto más acepta estos tratos, más bendecido es en su condición espiritual ante Dios y más rápido crece en vida. Por lo tanto, si deseamos conocer nuestra condición ante el Señor o la condición de nuestro crecimiento espiritual, debemos examinar nuestras experiencias para ver cuánto hemos sido tratados por el Señor en estos aspectos. Muchos hermanos y hermanas crecen en vida muy lentamente. Diariamente se lamentan de su pobre condición y piden diariamente misericordia al Señor. Pero, después de un lapso de varios años su crecimiento en la vida interior todavía permanece en la etapa inicial. Otros hermanos y hermanas están en un estado de muerte y aturdimiento ante el Señor. El mover del Espíritu Santo no es discernible en ellos ni pueden ser vistos funcionando en el Espíritu Santo. La razón de esto es mayormente que ellos no han aprendido estas lecciones del trato.

  Frecuentemente hablamos de obediencia. Pero muchas veces nuestra obediencia ante el Señor no tiene nada que ver con el trato. Pero además del tratar, ¿qué más requiere obediencia? Si nuestros tratos no son cabales ¿cómo puede nuestra obediencia ser absoluta? No nos atrevemos a decir que el cien por ciento de toda la obediencia depende del asunto del trato, pero podemos decir que de cien demandas de obediencia, noventa de ellas caen en la categoría del trato. Así que, la obediencia es mayormente un asunto de trato.

  Nuestro problema hoy es que somos desobedientes en el trato. No es que no tengamos tratos en lo absoluto, sino que no somos cabales ni serios. O bien no somos cabales y específicos en el trato o bien aplazamos el trato. Esto disminuye grandemente nuestra obediencia. Así que actuamos contrariamente a la ley de vida, nos oponemos a la enseñanza de la unción y ofendemos a Dios. Por lo tanto, nuestra conciencia se vuele torpe y se insensibiliza; nuestro espíritu viene a estar vacío y bajo. A pesar de que escuchamos mensajes y leemos libros espirituales, incluyendo la Biblia, recibimos poca luz. Estamos sin fruto en nuestro trabajo y toda nuestra condición espiritual permanece seca y débil.

  Es válido no sólo a nivel individual, sino también en las reuniones. Muchas reuniones son débiles, pobres y bajas porque todos allí carecen de trato. Si cada uno trata estricta y severamente en su vida diaria, la condición de las reuniones cambiará grandemente y llegará a ser viviente.

  Siempre le rogamos al Señor que obre y hasta le decimos que si no obra, no tendremos manera de ir adelante. Pero el problema no es que El no obre, sino que nosotros no se lo permitimos. El Señor obra para despertar nuestro sentir interno. Si permitimos que el Señor obre, espontáneamente tendremos tratos de acuerdo con este sentir interno. Cada paso de la obra del Señor tiene como fin exponer nuestras dificultades y demandar que tratemos con ellas. Cuando el Señor opera en nosotros, inmediatamente debemos tener tratos. Permitir que el Señor obre es permitir que El trate con nosotros. Si tratamos exhaustivamente con cada sentir, el Señor podrá operar en nosotros de principio a fin. Todo nuestro ser será avivado. Llegaremos a ser como dinamita en la obra del Señor, haciendo explotar la obra del Señor desde nuestro interior.

  Debemos acudir al Señor para que nos guíe a la experiencia de estas lecciones. Cuanto más descuidemos el trato, más indiferente se volverá nuestro sentir interno al hecho de estar en tinieblas. Pero cuanto más estamos dispuestos a practicar estos tratos, más nos constreñirá nuestro sentir interno a que tratemos cabalmente los asuntos, hasta que hayamos tratado con todos nuestros sentimientos ante el Señor. Sin embargo, aun entonces, no podremos decir que hemos superado los tratos. No puede haber graduación de estos tratos ni pueden ser terminados. Diariamente debemos enfrentar el problema del trato. Cada vez que descubramos nuevos errores o cosas que no hayan sido tratadas en el pasado, debemos tratar con ellas inmediatamente. De este modo, estaremos capacitados para progresar en el Señor en una manera más profunda.

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