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CAPITULO SIETE

OBEDECER LA ENSEÑANZA DE LA UNCION

  La séptima lección de la experiencia de vida es la de obedecer la enseñanza de la unción. Hay varias maneras de describir esta lección, tales como andar según el Espíritu, permanecer en el Señor, vivir en comunión con Dios, andar con Dios y vivir en Su presencia. Sin embargo, la más precisa es obedecer la enseñanza de la unción. Si entendemos esta expresión, también entenderemos las otras.

  Aunque obedecer la enseñanza de la unción sea una experiencia de la segunda etapa de nuestra vida espiritual, es, sin embargo, la experiencia crucial y central de las cuatro etapas. No importa qué clase de trato experimentemos en el lado negativo o cuánta edificación haya en el lado positivo, no podemos apartarnos de esta lección. Esta lección causa que la experiencia de vida en las etapas primera y segunda surja espontáneamente y llegue a ser más profunda y más completa. Al mismo tiempo, esta lección puede guiarnos a experiencias más profundas de la tercera y cuarta etapas. Por eso, la obediencia a la unción es el secreto de nuestro crecimiento en vida. Si deseamos seguir al Señor en el camino de vida, debemos tener un conocimiento y experiencia cabal de esta lección.

I. BASE BIBLICA

  En 1 Juan 2:27 se dice: “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña ... según ella os ha enseñado, permaneced en él”.

II. CONOCER LA UNCION

  En la enseñanza de la unción, hay dos partes principales: el aspecto de la unción y el aspecto del conocimiento. Examinaremos estos dos aspectos cuidadosamente. Miremos primero el aspecto de la unción.

A. Lo que significa la unción

  ¿Qué significa la unción? Podemos entender esto por medio del término mismo y por medio de su origen en la Biblia.

  Primeramente, veamos el significado del término mismo. La unción que se menciona en 1 Juan 2:27 en el griego no es un sustantivo, sino un verbo, que implica cierta clase de acción o movimiento. No es un ungüento en un estado quieto, inactivo y sin movimiento, sino que es un ungüento en un estado de movimiento y actividad, que implica la acción de ungir.

  Entonces, ¿a qué se refiere la unción? Hablando sencillamente, es el movimiento del Espíritu Santo en nosotros. En toda la Biblia, el ungüento simboliza el Espíritu Santo. Cuando el hombre recibe el ungüento de Dios, espiritualmente significa que el hombre recibe el Espíritu Santo de Dios. Cuando el Señor Jesús recibió el Espíritu Santo en Su bautismo, dijo claramente que “el Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido” (Lc. 4:18). De este modo, el ungüento que recibimos del Señor indudablemente señala al Espíritu Santo, el cual hemos recibido de El. Este Espíritu Santo no está quieto en nosotros, sino que está siempre activo y moviéndose. Esta clase de movimiento nos da un sentir interno de ser el envase de un ungüento muy delicado y suave.

  Ahora veamos la unción de acuerdo a su origen en la Biblia. Aunque el término “unción” es mencionado por primera vez en 1 Juan, no obstante, el asunto de la unción existía en el Antiguo Testamento cuando los israelitas erigieron el tabernáculo. Cuando edificaron el tabernáculo en el desierto, Dios ordenó que debían aplicar el ungüento santo al tabernáculo y a todas las cosas que había en él. Además, todos los sacerdotes que servían y el sumo sacerdote tenían que ser ungidos con el ungüento. Una vez que la gente y las cosas eran ungidas, se convertían en algo separado y santificado para Dios (Ex. 29:7, 21; 40:9-16; Lv. 8:10-12, 30). Más tarde, los reyes y los profetas fueron ungidos por Dios para Su servicio (1 S. 10:1; 16:12-13; 1 R. 1:39; 19:16; 2 R. 9:1-6; 11:12). Así que, la unción aparece muy temprano en la Biblia.

  El propósito por el cual Dios unge a la gente y las cosas es que los ungidos puedan ser santificados. ¿Qué significa ser santificado? En el pasado entendíamos que ser santificado significa la separación por parte del que ha sido ungido, de aquello que es común, haciendo así que él pertenezca a Dios. Sin embargo, este es un entendimiento superficial, ya que se refiere meramente a la posición. Si tenemos una comprensión más profunda, veremos que ser santificado no sólo cambia la posición, sino también la naturaleza del que ha sido ungido. Puesto que el ungüento representa al Espíritu Santo, también representa al Dios Triuno. Dondequiera que es aplicado este ungüento, allí está Dios mismo. El elemento de Dios aumentará en cualquiera que tenga la unción del ungüento. Cuando Moisés ungió la tienda, el altar y los sacerdotes, la tienda llegó a ser la tienda de Dios, el altar llegó a ser el altar de Dios, y los sacerdotes llegaron a ser los sacerdotes de Dios. Debido a la aplicación del ungüento, Dios el Creador llegó a mezclarse y a unirse con los hombres y las cosas, la criatura. Esta es la razón por la cual después de que la tienda fue erigida y ungida con el ungüento, la gloria de Dios la llenó (Ex. 40:2, 9, 34-35). A pesar de que había muchas tiendas entre los israelitas, sólo ésta tenía la gloria y la presencia de Dios. Esto se debe a que solamente a esta tienda se le había aplicado el ungüento y tenía el elemento de Dios; de este modo fue santificada.

  En conclusión, la unción representa al Dios Triuno, a través del mover del Espíritu Santo dentro de nosotros, quien se nos imparte como ungüento. Cuanto más nos unja este ungüento, más crecerá Dios en nosotros, llevándonos a una mezcla y unión mayor y más profunda con nosotros. Así que, el propósito de la unción es que podamos mezclarnos y unirnos con Dios.

B. La relación entre la unción y el propósito de la salvación

  La unción y el propósito de la salvación de Dios están estrechamente relacionados. El propósito central de la salvación de Dios es que El se forje a Sí mismo dentro de los seres humanos y que se mezcle con ellos para venir a ser uno con ellos. Del mismo modo, la función de la unción es impartirnos a Dios como ungüento, para que podamos estar mezclados con Dios y venir a ser uno con El. Así que, hablando en términos prácticos, el propósito de la salvación se logra a través de la unción. Si no hay unción, el propósito de la salvación de Dios nunca se puede cumplir. Por tanto, la unción es un factor significativo en toda la salvación que Dios efectúa.

  A fin de que podamos tener más claridad con respecto a la relación de la unción con el propósito que Dios tiene al salvarnos, estudiaremos ahora tres pasos de la obra que Dios hace para llevar a cabo este propósito.

  Su primer paso consistió en que la Palabra se hizo carne. La Palabra era Dios (Jn. 1:1), y la carne denota al hombre; por lo tanto, que la Palabra llegara a ser carne, significa que Dios llegó a ser hombre y que se mezcló con el hombre (Jn. 1:14). El Jesús de Nazaret encarnado, es, en este universo, el primer producto y el producto cumbre de la mezcla de Dios con el hombre, como también el primer logro del propósito de Dios al salvarnos. Cuando El nació en esta tierra, Dios obtuvo en este universo un ejemplo y un modelo de Su mezcla con el hombre. De allí en adelante, Dios se propuso mezclarse con la humanidad conforme a Jesucristo y por medio de El.

  El segundo paso que logró Dios en Su propósito de salvación fue la muerte y la resurrección del Señor Jesús. La muerte del Señor lo liberó de la carne, y Su resurrección lo cambió en el Espíritu Santo. Por lo tanto, la muerte y la resurrección del Señor Jesús hicieron posible que El tuviera otra forma, a saber, el Espíritu Santo. Antes de la encarnación, en la eternidad, El era el Padre. Cuando El fue encarnado y vivió en esta tierra entre los hombres, El era el Hijo. Después de que pasó por la muerte y la resurrección, ascendió al cielo, descendió a la tierra de nuevo para entrar en el hombre, El vino a ser el Espíritu. Como el Padre se expresó en el Hijo mediante la encarnación, así el Hijo se expresó como el Espíritu a través de la muerte y la resurrección. El Padre vino al hombre como el Hijo, y el Hijo entró en el hombre como el Espíritu. Este es el Dios Triuno que se mezcla con el hombre por medio de Su salvación.

  El tercer paso que Dios usó para lograr Su propósito de salvación fue la entrada del Espíritu Santo en el hombre. Cuando el Espíritu Santo entra en el hombre, el Hijo entra en él, y el Padre también entra en él. Por lo tanto, que el Espíritu Santo entre en el hombre equivale a que el Dios Triuno entre en el hombre. La Biblia da por lo menos dos referencias con respecto a este asunto: Romanos 8:9-11 menciona que el Espíritu, el cual habita en nosotros, es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, y Cristo mismo. Cuando juntamos estas expresiones diversas, vemos que el Espíritu de Dios que está en nosotros también significa que Cristo y Dios están en nosotros. Otra referencia es 1 Juan 4:13: “En esto conocemos que ... él [permanece] en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu”. Esto también prueba que si el Espíritu Santo está en nosotros, entonces Dios está en nosotros.

  Cuando el Dios Triuno vino a nosotros en el Espíritu Santo, El se mezcló con nosotros. Así que, el propósito de Su salvación, la mezcla de Dios y el hombre, es logrado en nosotros en una manera práctica.

  Sin embargo, la obra de Dios de mezclarse con el hombre no es un suceso instantáneo. Desde que fuimos regenerados y el Espíritu Santo entró en nosotros, esta mezcla ha estado avanzando continuamente. A lo largo de la vida de un cristiano, toda la obra del Espíritu Santo en él tiene como fin cumplir la obra de la mezcla de Dios con el hombre.

  Por supuesto, hay otro aspecto de la obra del Espíritu Santo, el cual es Su disciplina externa. Esta disciplina externa es Su obra en el lado negativo, mientras que la mezcla dentro de nosotros es Su obra en el lado positivo. La disciplina externa tiene como fin quebrantarnos, mientras que el fin de la mezcla interna es ungirnos con Dios mismo para que Dios crezca en nosotros. La disciplina externa tiene como fin que nosotros podamos menguar, y el fin de la mezcla interna es que Dios crezca. Por lo tanto, la disciplina externa del Espíritu Santo es una obra secundaria; mientras que Su mezcla interna es la obra principal, la cual cumple directamente el propósito de la salvación.

  ¿Cómo forja el Espíritu Santo esta mezcla dentro de nosotros? El lo hace por medio de ungirnos como el ungüento. Hemos dicho que el mover del Espíritu Santo representa la unción. El no está estático en nosotros, sino que se mueve y actúa continuamente. Este movimiento y acción es una especie de unción, la cual nos unge más y más con Dios. Por consiguiente, cuanto más nos unge el Espíritu Santo, más puede mezclarse Dios con nosotros, y más puede El cumplir Su propósito de salvación en nosotros.

  La manera en que el Espíritu Santo nos unge impartiéndonos a Dios mismo se puede comparar con la manera en que nosotros pintamos un cuarto. Por ejemplo, si deseamos pintar doradas las paredes y los muebles, usamos pintura dorada. Por medio de aplicar una porción de pintura a las paredes y a los muebles, ellos toman el color del oro. Si pintamos el cuarto continuamente, éste llegará a mezclarse con la pintura dorada, y todo el salón tomará un matiz dorado.

  De esta manera también el Espíritu Santo nos unge para hacer que Dios se mezcle con nosotros. Dios mismo es tanto el pintor como la pintura. Nosotros somos como el mobiliario. Dios se deleita en mezclarse con nosotros para que seamos llenos de Su naturaleza. Por lo tanto, en el Espíritu Santo, El actúa como el ungüento para ungirnos continuamente. Este ejemplo se queda corto, porque cuando la pintura es aplicada al mobiliario, cada uno retiene su propia identidad, la pintura es todavía la pintura, y el mobiliario es todavía el mobiliario. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo viene a nosotros como la unción, hay una reacción compuesta, la cual causa que ambos se mezclen como uno. El resultado es que no podemos decir qué parte es el Espíritu Santo o qué parte somos nosotros. Cuanto más esta mezcla se lleva a cabo, más aumenta Dios en nosotros.

  Muchos hermanos y hermanas entienden meramente el aspecto de la enseñanza misma de la unción. Ellos piensan que el propósito de la unción es enseñarnos a conocer lo que Dios desea que hagamos o que no hagamos. Si obedecemos tal enseñanza, tenemos paz interior; si no obedecemos, no tenemos paz interior. Esta clase de entendimiento, sin embargo, no es adecuado. Por ejemplo, cuando Moisés aplicó el ungüento a la tienda y sus utensilios, ¿estaba él con eso instruyéndolos en cuanto a lo que debían o no debían hacer? Absolutamente no. Su intención no era que ellos supieran qué hacer o qué no hacer, y menos aún quería que ellos experimentaran paz con respecto a lo que fue hecho. Su propósito en aplicar el ungüento fue que ellos pudieran pertenecer completamente a Dios y ser santificados. Por lo tanto, la experiencia de la unción en nuestra vida espiritual tiene que ver más con la unción misma que con la enseñanza. El propósito principal de la unción es que Dios mismo pueda ser aplicado a nosotros. La enseñanza que viene con ella es secundaria.

  Aun en 1 Juan 2:27, donde la enseñanza de la unción es mencionada, no se da ningún énfasis al asunto de que nosotros tengamos paz. Pero declara: “Según ella os ha enseñado, permaneced en él”. Aquí permanecer en El es mezclarse con el Señor y unirse con El como uno. Por lo tanto, la Biblia también recalca el asunto de la mezcla. Confío en que cambiaremos nuestro antiguo concepto.

C. La relación entre la unción y la comunión de vida

  Hay una relación muy cercana entre la unción y la comunión de vida. La comunión de vida es el fluir de la vida, el fluir mutuo de Dios y todos los que poseen Su vida. La unción es la mezcla de Dios con todos los que le pertenecen. El propósito del fluir de la vida es que Dios entre en nosotros como el fluir, mientras que el propósito de la unción es que Dios se nos imparta como ungüento. Estos son dos aspectos de una sola cosa; ellos están relacionados muy de cerca y son difíciles de separar.

  Veamos ahora por qué la unción y la comunión de vida son dos aspectos de la misma cosa. Sabemos que Dios es vida y que Dios es Espíritu. Como vida, Dios fluye en nosotros sin cesar; esto es la comunión de vida. Como el Espíritu, Dios se mueve en nosotros continuamente; esto es la unción. Sin embargo, la vida y el Espíritu son inseparables, porque el Espíritu incluye la vida y la vida está dentro del Espíritu. La vida es el contenido del Espíritu, y el Espíritu es la realidad de la vida. Estos dos son el Espíritu de vida (Ro. 8:2), el cual es dos en uno y es indivisible. Así que la comunión de vida y la unción también son inseparables, puesto que son dos aspectos de la misma cosa.

  Por esta razón, podemos ver que en toda la Biblia, la unción es mencionada en 1 Juan, un libro en el cual se habla especialmente sobre la comunión de vida. Si queremos conocer la comunión de vida, debemos primero conocer la unción. Las personas a menudo hablan sobre la comunión de vida y también sobre la unción mencionada en 1 Juan, pero muy pocos relacionan estas dos. Un grupo aún más reducido ha descubierto la razón por la cual la unción es mencionada en el libro de Juan en relación con la comunión de vida. La razón es que la comunión de vida y la unción son dos aspectos inseparables de una misma cosa. Así como la vida está en el Espíritu Santo, así la comunión de vida está en el movimiento del Espíritu Santo como la unción. Para que una persona obtenga la vida de Dios, primero es necesario que tenga el Espíritu de Dios; de igual manera, para que tenga la comunión de vida, primero es necesario que tenga el mover del Espíritu Santo, esto es, la unción. Sólo cuando tocamos la unción podemos experimentar la comunión de vida de una manera práctica. Así que cuando en 1 Juan se menciona la comunión de vida, es inevitable que se mencione la unción, porque la unción es necesaria para tener la comunión de vida.

  También podemos encontrar evidencia en los tipos del Antiguo Testamento de que la unción es necesaria para tener la comunión de vida. En los tiempos del Antiguo Testamento, había tres grupos de personas que tenían que ser ungidas: los sacerdotes, los reyes y los profetas. De estos tres grupos, los reyes eran enviados por Dios a los hombres para gobernar por El, y los profetas eran enviados por Dios a los hombres para hablar por El. En cuanto a los sacerdotes, podemos decir que ellos iban de parte de los hombres a la presencia de Dios para tener comunión con El. Era absolutamente necesario que ellos fueran ungidos. Todo sacerdote tenía que ser ungido. La unción era necesaria para uno poder entrar en la presencia de Dios, para tener comunión con Dios, y para ser mezclado con Dios. En otras palabras, el hombre tiene que ser ungido primero antes de entrar en la presencia de Dios para tener comunión. Esta es la razón por la cual el asunto de la unción era especialmente significativo con relación a los sacerdotes. Esto nos prueba que el propósito de la unción es poner al hombre en Dios por medio de ungirlo, capacitándolo así para tener comunión con Dios, y para ser unido a Dios como uno. La unción es absolutamente esencial para tener la comunión de vida.

  Para poder tener un entendimiento claro de la relación entre la unción y la comunión de vida, hablaremos más con respecto a la importancia de la unción en 1 Juan, conforme a la luz de las Escrituras. Sabemos que en el Nuevo Testamento, el Apóstol Juan escribió un Evangelio y tres Epístolas, y en todos sus escritos habla de la mutua relación entre Dios y el hombre. Sin embargo, hay una gran diferencia entre su Evangelio y las Epístolas. Su Evangelio habla de Dios viniendo al hombre, mientras que sus Epístolas hablan del hombre yendo a Dios. Su Evangelio dice que en el principio era la Palabra y que la Palabra era Dios. Un día, la Palabra se hizo carne para vivir entre los hombres, y la Palabra era el Señor Jesús. Cuando los hombres lo contemplaron, ellos vieron al Padre, porque El y el Padre uno son (Jn. 14:9; 10:30); El es el Dios que viene al hombre. Sus Epístolas revelan que tal Dios, quien fue manifestado, quien vino a nuestro medio y entró en nosotros, es la vida eterna. Una vez que esta vida nos es predicada, y una vez que la recibimos, nos lleva a la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:2-3). Esto se refiere al hombre yendo a Dios.

  Cuando Dios vino al hombre, El trajo consigo la gracia y la verdad: “La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14), y “la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (v. 17). Cuando recibimos gracia y vimos la verdad, nos tornamos a Dios y nos encontramos con el amor y la luz. Así que, 1 Juan dice: “Dios es amor” (4:8, 16) y “Dios es luz” (1:5). La gracia viene del amor, y la verdad resulta de la luz. El amor está escondido en Dios, y cuando este amor viene de Dios a nosotros, es gracia. De igual manera, la luz está escondida en Dios, y cuando esta luz viene de Dios a nosotros, ella es verdad. Así que, cuando Dios viene al hombre, trae gracia y verdad, y cuando nosotros vamos hacia Dios, tocamos amor y luz. Cuando Dios vino al hombre, trajo consigo Su gracia; cuando nosotros recibimos esta gracia y nos tornamos a El, nos encontramos con Su amor. De igual manera, cuando Dios vino al hombre, trajo Su verdad; cuando nosotros vimos Su verdad y nos tornamos a El, nos encontramos con Su luz.

  Esta historia de que Dios venga a nosotros a impartir gracia y verdad, y de que nosotros nos tornemos a El para encontrarnos con amor y luz, es la historia de la comunión de vida y de la función de la unción. El ungüento nos imparte a Dios por medio de ungirnos y nos pone en Dios por medio de ungirnos. En otras palabras, el ungüento nos unge con la gracia de Dios y nos pone en el amor de Dios. Aún más, el ungüento nos unge con la verdad de Dios y luego nos pone en la luz de Dios por medio de ungirnos. La venida como gracia y la ida como amor, y la venida como verdad y la ida como luz, ocasionan que estemos en la gracia de Dios y en Su amor, en la verdad de Dios y en Su luz. Así que, estamos más profundamente unidos y mezclados con Dios.

  Por lo tanto, la unción y la comunión de vida son inseparables. Si la obra de la unción en nosotros es superficial, nuestra comunión con Dios será superficial; si la obra de la unción en nosotros es profunda, entonces nuestra comunión también será profunda. Si la unción en nosotros es esporádica, entonces nuestra comunión con el Señor también será esporádica. Así que la unción es muy importante para la comunión en vida.

D. La relación entre la unción y la aplicación de la sangre

  Existe una estrecha relación entre la unción y la aplicación de la sangre. El propósito de la unción es impartirnos a Dios ungiéndonos para que tengamos comunión con Dios y seamos mezclados y unidos con Dios. Sin embargo, muchas áreas de nuestro ser son incompatibles con Dios, y muchas situaciones en nuestras vidas no están a la par con la justicia, la santidad y la gloria de Dios; esto hace imposible que Dios se mezcle o se una con nosotros. Por consiguiente, existe la necesidad de aplicar la sangre primero. El propósito de la sangre es limpiar todas las áreas que son incompatibles con Dios, y quitar todas las situaciones que no estén a la par con El. Primero, tenemos la aplicación y la limpieza de la sangre; luego el ungüento santo de Dios nos unge con Dios mismo. Por lo tanto, para experimentar la unción primero debemos tener la sangre. La sangre es la base de la unción.

  La relación entre la unción y la aplicación de la sangre también se ve muy claramente en el Antiguo Testamento. Cuando un sacerdote va a aplicar el ungüento a un leproso en el momento de su limpieza, la sangre debe ser aplicada primero. Algo del ungüento es puesto “sobre la sangre”, o “sobre el lugar de la sangre” (Lv. 14:14-18, 25-29). Sería un gran pecado contra Dios si aplicáramos el ungüento antes que la sangre. Debido a que el ungüento representa al Espíritu Santo, quien vino para mezclar a Dios con el hombre, nunca debe ser aplicado a alguien que no ha sido limpiado por la sangre. Era necesario primero aplicar la sangre, la cual limpiaría toda la inmundicia y todas las áreas que son incompatibles con Dios; entonces el ungüento, el cual representa a Dios mezclado con el hombre, podía ser aplicado.

  Este principio permanece inalterado en el Nuevo Testamento. Hemos dicho que debido a que 1 Juan habla de la comunión de vida, esta epístola menciona la unción. Pero no tan sólo eso, también menciona la sangre. Más aún, menciona primero la sangre, en el capítulo uno, y luego la unción, en el capítulo dos. Esto también indica que a fin de tener la comunión de vida, necesitamos no sólo la unción del ungüento, sino también la limpieza de la sangre. Más aún, la sangre viene antes que la unción. La sangre es necesaria para lavarnos de toda iniquidad a fin de que la unción pueda traer luego la comunión con Dios en vida. Por lo tanto, si deseamos experimentar la unción, debemos primero experimentar la sangre. Cuanto más apliquemos la sangre y le permitamos que nos lave continuamente, más experimentaremos la unción y el sentir de la presencia viviente de Dios y Su mover; así tendremos comunión con Dios. Por lo tanto, la unción y la aplicación de la sangre son también inseparables.

III. CONOCER LA ENSEÑANZA DE LA UNCION

  En 1 Juan 2:27 se dice: “Así como la unción misma os enseña todas las cosas”. En la enseñanza de la unción, no está solamente el aspecto de la enseñanza, sino también el aspecto de la unción; no está solamente la enseñanza del Espíritu Santo, sino también el mover del Espíritu Santo. La enseñanza no viene del ungüento o del Espíritu Santo, sino de la unción del ungüento, o sea, del mover del Espíritu Santo.

A. La relación entre la enseñanza de la unción y la unción misma

  La enseñanza de la unción viene de la unción y es el resultado natural de que nosotros seamos ungidos. Cuando la unción se mueve en nosotros, por un lado, nos unge con Dios, y por otro, nos revela la intención de Dios. Ya que el ungüento es el Espíritu Santo y es Dios mismo, cuando este ungüento nos unge, nos unge con los componentes de Dios. Sin embargo, ya que esta unción es el mover del Espíritu Santo, indudablemente causa que tengamos sentimientos internos. Una vez que tenemos el sentir de la unción dentro de nosotros, nuestra mente es capaz de comprender alguna parte de la mente de Dios en este sentir de la unción. Podemos saber qué le agrada o desagrada a El, y qué desea y qué no desea. Este entendimiento o conocimiento es la enseñanza que obtenemos de la unción. Por lo tanto, la enseñanza de la unción tiene dos aspectos: primero, a través de la unción ganamos más de Dios mismo, es decir, más de los componentes de Dios; segundo, a través de la enseñanza conocemos Su mente y vivimos en El.

  De estos dos aspectos, el principal es tener a Dios mismo, y conocer la intención de Dios viene luego. Además, tener a Dios mismo, siempre viene primero, y luego conocer Su intención. Cada vez que experimentamos la unción en nosotros, primeramente ganamos más de Dios mismo, más de los componentes de Dios; esto entonces produce un resultado: que conozcamos lo que Dios quiere que hagamos. Es imposible conocer Su voluntad sin tenerlo a El mismo.

  Esto es similar al ejemplo de la pintura. Cuando pintamos un mueble, aplicamos la pintura y el color. Nuestro énfasis está en aplicar la pintura, pero una vez que aplicamos la pintura, su color aparece espontáneamente. Por lo tanto, primero es la pintura y luego el color. Más aún, pintar es el propósito primario, obtener el color es secundario. De la misma manera, cuando el Espíritu Santo nos unge, el propósito principal es pintarnos de Dios. Una vez que estamos pintados de Dios, espontáneamente conocemos Su intención. Por lo tanto, la enseñanza de la unción es meramente una función de la unción.

  La enseñanza de la unción incluye tres puntos: el ungüento, la unción y la enseñanza. El ungüento es el Espíritu Santo, la unción es el mover del Espíritu Santo, y la enseñanza es el entendimiento de nuestra mente en cuanto a este mover. Nuestro entendimiento previo de la enseñanza era solamente corroborar la enseñanza misma. En otras palabras, limitamos la enseñanza del Espíritu Santo a qué debemos hacer, o a qué no debemos hacer; si obedecemos, tendremos paz; si no, no tendremos paz. En esta enseñanza, nosotros y el Espíritu Santo permanecemos como dos entidades separadas, no teniendo de ningún modo relación de mezclarnos el uno con el otro. Esta clase de conocimiento no es suficiente y no corresponde al principio del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios reveló al hombre Su voluntad separada de Sí mismo. En tal revelación Dios y Su voluntad estaban separados; el hombre podía solamente conocer la voluntad de Dios, pero no podía ganar a Dios mismo. Sin embargo, en la revelación que tenemos en el Nuevo Testamento, Dios y Su voluntad son inseparables. En el Nuevo Testamento, Dios revela al hombre Su voluntad en Sí mismo; a fin de conocer la voluntad de Dios, el hombre debe primero tener a Dios mismo. Por lo tanto, el asunto aquí no es solamente nuestro conocimiento, sino también la mezcla del Espíritu Santo con nosotros. Si el Espíritu Santo da solamente Su enseñanza, podríamos obedecer o desobedecer. Si lo obedecemos, tenemos Su enseñanza; si no, no la tenemos. Pero si el Espíritu Santo como el ungüento nos unge para enseñarnos, nuestra obediencia no viene al caso. El nos unge con algo ya sea que obedezcamos Su unción o no. Si obedecemos, El nos unge; si no obedecemos, de todos modos nos unge. Es posible que desobedezcamos la enseñanza de la unción, pero no podemos erradicar la unción.

  Por ejemplo, Dios puede demandar que una persona deje su ocupación y le sirva a El en fe. Aparentemente, esto es una inspiración, una revelación, una guianza, o una enseñanza que Dios le da; pero, en la práctica, es el resultado del ungüento que lo ha ungido, bien sea una vez o por algún tiempo. El pudo haber desobedecido la enseñanza de la unción y haber continuado en la misma ocupación sin ningún cambio aparente, pero su gusto interno respecto a su ocupación fue diferente. La unción, a la cual él fue expuesto, permaneció dentro de él, y él no pudo pasarla por alto ni tampoco sus efectos.

  El verdadero andar y la verdadera obra espiritual de un cristiano debe ser el resultado de tal unción, una unción que no sólo nos dé alguna enseñanza, sino que también añada algún elemento viviente en nosotros. Podemos desobedecer la enseñanza, pero el elemento que permanece en nosotros continúa siendo muy activo, de tal modo que no podemos seguir adelante por mucho tiempo sin obedecerle. Por ejemplo, puede ser que a un hermano originalmente le gustara el cine, pero la unción dentro de él le ha estado regulando desde que él fue salvo. Finalmente, él se da cuenta de que ya no debe ir más. Puede ser que vaya otra vez, pero luego que esté sentado allí, algo dentro de él le molestará tanto, que ya no podrá permanecer más tiempo allí. Luego, cuando esté nuevamente en camino al cine, algo dentro de él le molestará continuamente y de este modo evitará que vaya. Después de un período de tiempo más largo, cuando sólo esté considerando ir otra vez, algo dentro de él le molestará tanto que abandonará todos estos pensamientos. Por lo tanto, la enseñanza de la unción no solamente nos muestra qué hacer o qué no hacer, sino que nos unge impartiéndonos el elemento de Dios mientras nos enseña. Este elemento interno nos motiva, capacitándonos así para obedecer la enseñanza.

  Anteriormente, con respecto a la enseñanza de la unción, le prestábamos mucha atención al asunto de la obediencia. Es cierto que la obediencia muchas veces trae una unción mayor, mientras que la desobediencia muchas veces hace que la unción cese y que se detenga la comunión de vida. Por lo tanto, la obediencia está estrechamente relacionada con la enseñanza de la unción. Sin embargo, sería demasiado exagerado decir que si uno desobedece, nunca tendrá la unción ni la comunión de vida, y que si uno continuamente desobedece, la comunión nunca será recobrada. Sin duda, si nosotros desobedecemos, la unción algunas veces cesará, pero muchas veces aunque desobedezcamos, aún así, nos ungirá. Aunque continuamos desobedeciendo, nos unge incesantemente hasta que obedezcamos. El asunto es que somos muy desobedientes. Si obedeciéramos la enseñanza de la unción aunque fuera sólo veinte de cada cien veces, seríamos los mejores cristianos. Pero la unción no se ha detenido a causa de nuestra desobediencia. En nuestra experiencia, a la unción muchas veces no le interesa si obedecemos o desobedecemos, si estamos de acuerdo o no. Si estamos de acuerdo, nos unge; si no lo estamos, también nos unge. Por consiguiente, después de recibir tal unción, somos diferentes de lo que éramos antes.

  Hermanos y hermanas, esto es gracia, y esto es característico de la obra de Dios en nosotros en la era neotestamentaria. Si en verdad entendemos esto, no estaremos ansiosos por nosotros, ni preocupados por otros. Cuando ayudamos a otros meramente por medio de estímulos, métodos y atracciones externas, lo que resulta es de poco valor. Hoy parece que un hermano está siendo ayudado a levantarse, pero mañana puede ser que esté otra vez caído. Sólo cuando Dios unja al hombre de una manera viviente, será éste verdaderamente poseído por Dios. Si un hombre se pone bajo tal unción viviente por varias ocasiones, él no puede hacer otra cosa que seguir al Señor y obedecerle. Por consiguiente, cuando dirigimos a otros al Señor, debemos ayudarles a darse cuenta de esta unción viviente.

  En conclusión, cuando mencionamos esta lección de la enseñanza de la unción, nuestro propósito es recalcar el asunto de la unción. Una mera enseñanza externa no tiene ningún valor. Sólo la enseñanza que resulta de la unción es de valor. Cuando obedecemos al Señor, no sólo estamos obedeciendo una enseñanza exteriormente, sino que estamos obedeciendo la unción internamente. Sólo entonces será el resultado de valor espiritual.

B. La enseñanza de la unción y el entendimiento de la mente

  Aunque la enseñanza de la unción viene de la unción misma; con todo, la enseñanza y la unción ocupan diferentes partes en nuestro ser. La unción está en nuestro espíritu, mientras que la enseñanza de la unción está en nuestra mente. ¿Por qué está la unción en nuestro espíritu? Porque el Espíritu Santo habita en nuestro espíritu; por lo tanto, la unción que emana del mover del Espíritu Santo está indiscutiblemente en nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu es motivado por el Espíritu Santo, llegamos a estar conscientes de ello. Tal estado de consciencia es el sentir de la unción. En tal caso, si nuestra mente ha sido enseñada, podemos interpretar este sentir de nuestro espíritu. Podemos entender su significado y así obtener la enseñanza que emana de la unción. Por lo tanto, la enseñanza de la unción está en nuestra mente y es enteramente un asunto del entendimiento de nuestra mente.

  La obra del Espíritu Santo dentro de nosotros, ya sea iluminando, regando, revelando o guiando, se deriva de Su unción dentro de nuestro espíritu. Por lo tanto, el alcance de la unción es extremadamente largo e incluye casi toda la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros. Sin embargo, la enseñanza de la unción incluye solamente la porción que nuestra mente es capaz de entender; así que, el alcance es más estrecho. Frecuentemente, la unción puede cumplir su propósito sin pasar a través de nuestra mente y entendimiento. Por ejemplo, durante nuestra comunión con el Señor obtenemos el suministro de vida, y nuestro espíritu llega a ser regado, refrescado, aclarado y fortalecido. Más aún, cuando tocamos la ley de vida, podemos vivir y actuar de acuerdo con la naturaleza de Dios. Estas experiencias provienen puramente de la unción, y no tienen nada que ver con la enseñanza. Sin embargo, también hay ocasiones en que la unción debe pasar a través de nuestra mente y ser entendida antes de que se manifieste su función. Por ejemplo, nuestro espíritu puede ser alumbrado, tener una revelación, conocer la verdad de Dios, entender Su voluntad en nuestra obra y en nuestro mover, y recibir la dirección del Espíritu Santo; sin embargo, si estos puntos permanecen meramente como la unción o como un estado de consciencia del espíritu, no seremos capaces de entender su significado. Ellos necesitan pasar a través de la interpretación de la mente y llegar a ser la enseñanza de la unción; entonces podemos entender el significado.

  La enseñanza de la unción es la interpretación y el entendimiento de la mente con respecto a la unción que está en el espíritu. Por lo tanto, si deseamos seguir la enseñanza de la unción, debemos no sólo tener una sensibilidad aguda en nuestro espíritu, sino también una mente experimentada y espiritual. Tal mente incluye la renovación de la mente, el ejercicio de nuestra comprensión en asuntos espirituales, y la acumulación de conocimiento espiritual. Esto requiere que amemos más al Señor, busquemos experiencias espirituales, vivamos en comunión, estudiemos la Biblia, leamos libros espirituales y escuchemos los mensajes. A través de éstos, nuestra mente recibirá revelación espiritual y llegará a ser enriquecida en conocimiento; así, será capaz de comprender el significado de la unción que está en nuestro espíritu. Como consecuencia, comprenderemos la enseñanza de la unción.

  La importancia de que nuestra mente comprenda el sentir de la unción, puede ser mostrada por medio del caso de alguno que va al cine. Aun una persona recién convertida, que ignora lo que envuelven los cines, se siente internamente presionada, incómoda y afectada mientras ve una película. No se da cuenta de que el Espíritu santificador dentro de ella le está prohibiendo esto, y que la enseñanza le está diciendo que no vuelva a eso. Esto se debe a que su mente y entendimiento no han sido alumbrados; por consiguiente, no entiende el mover del Espíritu Santo con respecto a este asunto. Tiene la unción pero no la enseñanza.

  Más tarde su mente recibe la instrucción acerca de los cines, y se da cuenta de que es pecaminoso ver películas. Hay tres razones para esto. Primero, la mayoría de las películas son inmundas porque describen, representan y fomentan la maldad de una generación adúltera. Todo aquel que frecuenta los cines es constantemente contaminado por su corrupción. ¿Cómo pueden los cristianos participar de esto? Segundo, algunas películas no son inmundas y proporcionan cierto grado de conocimiento, tales como las películas educativas, las películas de guerra y las películas de aventuras; sin embargo, el ambiente del teatro no es un lugar apropiado para un santo. Muchos de aquellos que están en el teatro son impíos en su vestir, actitud, conducta y conversación. Si asistimos a un cine y entramos en contacto con esta clase de atmósfera, eso hiere nuestro espíritu de piedad. Tercero, a menudo una película puede no ser inmunda, y el ambiente puede aun ser apropiado, pero después de que uno ha visto la película, ¿le traerá más cerca del Señor, o causará que esté más lejos del Señor? Nosotros firmemente creemos que un hombre espiritual como Pablo, si hubiera visto buenas películas una vez a la semana por dos o tres meses, se habría convertido en un cristiano liviano.

  De los tres puntos mencionados aprendemos que no importa si una película es buena o mala, la atmósfera y el ambiente del teatro no se ajustan al gusto de un cristiano. Cuando un hermano tiene este conocimiento, pero de nuevo va a un cine y experimenta una unción que le hace sentir desagrado e incomodidad, su mente inmediatamente entiende que esto es el Espíritu Santo prohibiéndole ver una película. En este momento, no sólo su espíritu ha experimentado la unción, sino que también su mente ha aprendido a entender la enseñanza de la unción.

C. La enseñanza de la unción y el sentir de la conciencia

  Existe una relación indiscutible entre la enseñanza de la unción y el sentir de la conciencia. Hemos dicho que el sentir normal de la conciencia proviene del Espíritu Santo, quien está en nuestro espíritu, y pasa a través de nuestra mente para iluminarnos. Esta iluminación es también una clase de unción del Espíritu Santo como el ungüento. Por lo tanto, el sentir de la conciencia y la enseñanza de la unción provienen del sentir de la unción. La unción, después de haber pasado a través de la intuición del espíritu y de haber sido entendida por la mente, viene a ser la enseñanza de la unción. Sin embargo, la unción, habiendo pasado a través de la conciencia y siendo entendida por la mente, viene a ser el sentir de la conciencia; así que ésta es su relación.

  Hay, sin embargo, diferencias entre la enseñanza de la unción y el sentir de la conciencia. Primero, la conciencia es un órgano que sirve para diferenciar lo correcto de lo incorrecto. El sentir de la conciencia que se deriva de la unción está también limitado a lo correcto e incorrecto, lo bueno y lo malo. Pero la enseñanza de la unción, la cual viene por medio de la unción y es percibida directamente en nuestro espíritu, está relacionada, en cuanto a su alcance, con Dios mismo. Sobrepasa lo correcto y lo incorrecto y toca directamente la voluntad de Dios mismo. Si nos preocupamos solamente por el sentir de la conciencia, podemos ser solamente cristianos sin faltas. Debemos ir más allá para vivir en la enseñanza de la unción; entonces podremos tocar la mente de Dios y vivir en Dios. Segundo, el propósito principal de la enseñanza de la unción es que podamos tocar a Dios, poseer a Dios y entender la intención de Dios. El énfasis de la enseñanza de la unción es el de dar una dirección positiva, lo cual también indica aquello que está prohibido. Pero el sentir de la conciencia simplemente muestra las ofensas de uno; recalca la condenación y el trato negativo. Dios siempre nos da primeramente la enseñanza de la unción, no el sentir de la conciencia. Si nosotros obedecemos la enseñanza de la unción, eliminaremos la necesidad del sentir de la conciencia.

  Sin embargo, si en alguna ocasión no obedecemos la enseñanza de la unción, inmediatamente percibiremos la condenación de la conciencia, la cual nos hace conscientes de nuestras ofensas. Esto puede ser comparado con los departamentos ejecutivo y judicial de una nación. Cuando el departamento ejecutivo marcha sin problemas, no hay necesidad de que el departamento judicial tome ninguna acción. Sin embargo, cuando el órgano ejecutivo pierde su eficacia o va más allá de su poder, el judicial entonces ejercita su poder de censura. Así también es la relación entre la enseñanza de la unción y el sentir de la conciencia. La enseñanza de la unción es siempre un movimiento positivo, mientras que el sentir de la conciencia es siempre una censura. En otras palabras, el Espíritu Santo como el ungüento primero unge la intuición de nuestro espíritu a fin de guiarnos o prohibirnos. Si nosotros no obedecemos, procede a ungir nuestra conciencia a fin de producir un sentir en la conciencia. Por lo tanto, si queremos mantener una condición espiritual normal, debemos siempre vivir en la enseñanza de la unción, sin tener que esperar por la sensibilidad de la conciencia para corregirnos y censurarnos.

D. La naturaleza de la enseñanza de la unción

  Ahora vamos a ver la naturaleza y la característica de la enseñanza de la unción:

  Primero, la enseñanza de la unción es más bien un sentir que algo claramente expresado. A pesar de que la enseñanza de la unción debe primero pasar a través del entendimiento de nuestra mente, con todo, lo que comprendemos no es una frase ni una palabra. Su naturaleza es todavía un sentir en el espíritu. A lo sumo, puede parecer una palabra hablada o también un sentir, pero nunca una frase clara y definida. Puede ser como cierta clase de color, que evidentemente no es una palabra hablada, sino una imagen que se conoce cuando es vista. De igual forma, cuando vivimos en la presencia del Señor y tenemos comunión con El, el Espíritu Santo como el ungüento da una revelación de nuestro sentir. Si nuestra mente ha sido educada con el conocimiento adecuado, podemos entender el significado de esta revelación y así obtener la enseñanza. Sin embargo, este entendimiento representa el significado y no la enseñanza literal. A pesar de que algunas veces el Espíritu Santo nos revela las palabras de la Biblia, El no nos da las letras impresas; más bien, El hace que toquemos los principios que hay en la Biblia. Si la Biblia completa estuviera constituida de palabras impresas, no sería adecuada para nuestro uso. Por ejemplo, consideremos a alguien que busca al Señor en relación a comprar un par de anteojos. Si él buscara una declaración escrita como respuesta del Señor, le sería imposible, porque los anteojos no se mencionan en la Biblia. Por lo tanto, el Señor solamente puede darle un sentir y cierto conocimiento basado en un principio. Prácticamente hablando, el principio es más valioso que las letras. Cuanto más maduro sea un santo y más profundamente experimente la unción, más libre será de las letras de la Biblia, y más atención pondrá al sentir en el espíritu con respecto a los principios de la Biblia.

  A muchos de los que aprenden esta lección de la enseñanza de la unción todavía les gusta buscar palabras que le dan certeza y obtener confirmación verbal. Esta clase de búsqueda nos engaña muy fácilmente y es peligrosa. Por ejemplo, alguien puede buscar la voluntad del Señor acerca del matrimonio y ora por una respuesta definida—ya sea un “sí” o un “no”. Esta clase de búsqueda es bastante peligrosa y causa que uno se equivoque fácilmente; en realidad, es un error en sí misma. El Señor nos hace conocer Su voluntad mayormente mediante nuestro sentir interno; El raras veces usa palabras. Cuando oramos y confiamos un asunto al Señor y sentimos una paz interna y una comunión dulce, sabemos que el Señor está de acuerdo con el asunto. Sin embargo, cuando oramos acerca de un asunto y sentimos obstáculos, o cuando pensamos en ello y nos sentimos incómodos, esto significa que el Señor no está de acuerdo. Por lo tanto, la enseñanza de la unción es un sentir, no palabras como tales.

  Segundo, la enseñanza de la unción es interna más bien que externa, subjetiva en vez de objetiva. Es un sentir interno profundo y no una voz fuera de nosotros. Por lo tanto, está en nosotros y no fuera de nosotros; es algo subjetivo y no objetivo. A menudo nuestro sentir interno es afectado por asuntos externos, pero estas influencias externas de todos modos necesitan la respuesta de la unción interna. Las influencias meramente externas deben ser rechazadas.

  Ya que la enseñanza de la unción es tan subjetiva, muchas veces el sentir que viene de la enseñanza parece ser nuestro propio sentimiento. Bajo esta condición, a menudo dudamos si es el sentir del Espíritu Santo o nuestro propio sentimiento. A menudo nos preguntamos: “Aparentemente éste es mi sentimiento; ¿cómo puede ser el del Espíritu Santo?” Esto se debe a que este sentir, el cual viene del Espíritu Santo dentro de nosotros, pasa a través de nuestro ser y se mezcla con nosotros, dándonos así este sentimiento. Por lo tanto, es difícil separarlo de nuestros propios sentimientos.

  Sin embargo, este sentir procede verdaderamente del Espíritu Santo; así que aún podemos diferenciarlo de nuestros propios sentimientos. Por ejemplo, cuando nuestra comunión con el Señor cesa, es difícil que tengamos esta clase de sentir otra vez. Pero cuando nuestra comunión con el Señor es recobrada, esta clase de sentir, que aparentemente es nuestro propio sentimiento, reaparece. Esto prueba que este sentir no se origina en nosotros, sino en el Espíritu Santo al pasar El a través de nuestro ser.

  Tercero, la enseñanza de la unción es natural y no forzada; tampoco es algo que es buscado a propósito. Puede ser que mientras usted esté en comunión con el Señor, o mientras esté trabajando, descansando o caminando por la calle, espontáneamente haya tenido un sentir o una enseñanza dentro de usted, en lo más recóndito de su ser. Este sentir espontáneo en su ser interior casi siempre viene de la unción. Si nuestra vida espiritual es normal, debemos ser capaces de sentir la enseñanza de la unción espontáneamente; de otra forma, tenemos un problema con nuestro vivir delante del Señor. Por ejemplo, mientras estamos comprando un vestido, la unción interna espontáneamente nos mostrará si debemos comprarlo o no. Si necesitamos orar por tres días antes de estar claros respecto a comprarlo, esto prueba que existe una condición anormal en nuestra vida espiritual. Esto no sólo se aplica a las cosas triviales de nuestra vida diaria; el principio sigue siendo el mismo en eventos importantes o especiales. Podemos orar y esperar específicamente por una respuesta, pero el Espíritu Santo de todos modos nos hará conocer la voluntad de Dios en una manera natural. Por consiguiente, respecto de la enseñanza de la unción, cuanto más espontánea sea, más normal viene a ser.

  Cuarto, la enseñanza de la unción es constante, no es fortuita ni repentina. La enseñanza de la unción, aunque es muy valiosa, puede ser obtenida frecuentemente. El Espíritu Santo nos concede este sentir en nuestra vida diaria y también en eventos importantes. Desde el amanecer hasta el anochecer, en todas nuestras actividades, la unción nos da un sentir continuo que nos capacita para entender la voluntad de Dios y vivir de acuerdo con Su dirección. Podemos sentir la enseñanza de la unción cuando nuestro espíritu ha sido regado; aun cuando sentimos que hemos perdido la presencia del Señor, podemos seguir sintiendo la enseñanza de la unción, y el sentir en ese momento resulta ser más exacto que cuando fuimos regados. Aunque puede ser que no sintamos la presencia del Señor, a menudo sentimos la prohibición del Señor en algunas cosas y la presencia del Señor en otras. Esto parece ser contradictorio, pero en la experiencia espiritual ése es el caso, porque la característica de la unción es constante. Si alguien obtiene la enseñanza de la unción sólo esporádicamente, su condición espiritual es anormal.

  Ya que la enseñanza de la unción es constante, debemos experimentarla frecuentemente y vivir en ella consistentemente. Ya que algunos no hacen caso al sentir de la unción durante la rutina de la vida diaria, se les hace difícil obtenerla cuando ocurren asuntos serios. Aun si ellos tienen algún sentir interno, no es confiable. Puede ser su propia imaginación o la intención disfrazada de Satanás, por lo tanto, es peligroso. Por ejemplo, consideren el caso de un hermano que no sigue al Señor ni obedece la enseñanza de la unción en su diario vivir y que un día planea casarse. El busca el sentir del Espíritu Santo y se le hace bastante difícil obtenerlo. Ya que el sentir de la unción es tan continuo, podemos sentirlo en asuntos importantes como por ejemplo el matrimonio, así como también en asuntos del diario vivir. Vivir en el sentir de la unción es similar a un tren que corre en dos rieles. Mientras nos mantengamos moviéndonos sobre los rieles, estamos bien. Si tendemos a salirnos de los rieles, el sentir de la unción automáticamente nos prohíbe y nos restringe para que seamos guardados en la voluntad de Dios.

  Esta es exactamente la misma situación que la de los apóstoles al moverse en el Espíritu Santo mientras hacían su trabajo. En Hechos 16:6-7, cuando Pablo y los que con él estaban intentaron permanecer en Asia, el Espíritu Santo se los prohibió; y cuando ellos intentaron ir a Bitinia, el Espíritu de Jesús no los dejó. Esta prohibición y restricción es la historia de la unción. Son como dos rieles, los cuales mantenían a los apóstoles dentro del alcance del guiar de Dios. Pablo no oró por varios días a fin de conocer la intención del Espíritu Santo. Era mientras laboraba en la obra que la unción del Espíritu Santo constantemente le enseñaba y planificaba su senda.

  Cuando vivimos en la enseñanza de la unción, debe darse también esta misma condición. Si somos a menudo examinados en nuestras acciones mediante la prohibición y la restricción del Espíritu Santo, esto prueba que estamos constantemente viviendo en el sentir de la unción. Sin embargo, si no tenemos este sentir regularmente, y ocurre algo especial que nos obliga a buscar el Espíritu Santo, esto prueba que no estamos viviendo continuamente en la enseñanza de la unción. Por lo tanto, una condición normal requiere que estemos constantemente bajo la enseñanza de la unción.

E. La enseñanza de la unción y sus resultados

  La verdadera enseñanza de la unción viene del Espíritu Santo; por lo tanto, si la obedecemos y vivimos en ella, hará que nuestro corazón ame al Señor, que estemos cerca a El, y que tengamos más comunión con Dios en nuestro espíritu. Estos son los resultados de nuestra obediencia a la enseñanza de la unción. Si obedecemos un sentimiento interior, y los resultados no son más amor por el Señor, o una comunión más profunda con Dios, podemos concluir que este sentimiento ha sido nuestro y no la enseñanza de la unción. Así que, podemos usar estos resultados para medir y juzgar si algunos de nuestros sentimientos internos son de la enseñanza de la unción.

IV. LA OBEDIENCIA A LA ENSEÑANZA DE LA UNCION

  Con respecto a la enseñanza de la unción, el Espíritu Santo se ocupa de la unción, y nosotros de la obediencia. Si no hay obediencia, es difícil tener la experiencia de esta lección. Por lo tanto, también consideraremos este asunto de la obediencia.

A. Obedecer la enseñanza de la unción y andar conforme al Espíritu

  A menudo nos referimos a la vida espiritual como a andar según el espíritu, vivir en comunión, o vivir en la presencia de Dios. Estas son varias maneras de expresar lo que es la obediencia a la enseñanza de la unción. Examinemos cada una de estas expresiones en su relación con la enseñanza de la unción.

  Ya hemos visto que la enseñanza de la unción es el sentir generado por el mover del Espíritu Santo dentro de nosotros. Por lo tanto, si obedecemos este sentir, estamos andando conforme al espíritu. Si deseamos andar conforme al espíritu, necesitamos obedecer la enseñanza de la unción y vivir en ella. Si podemos obedecer la enseñanza de la unción, entonces, también podemos andar conforme al espíritu. Así que, estas son dos maneras diferentes de expresar la misma cosa.

  Si deseamos tener la experiencia de andar conforme al espíritu, necesitamos saber qué es la enseñanza de la unción y qué es el sentir que proviene del mover interno del Espíritu Santo. Necesitamos conocer y vivir en el temor de este sentir. Solamente en este sentir podemos andar conforme al espíritu. Hace veinte años, yo escuchaba a la gente hablar acerca de seguir al Señor. Pero, ¿cómo seguimos al Señor, y qué significa seguir al Señor? En ese tiempo, yo no entendía ni tocaba la realidad del asunto, pero, alabado sea el Señor, ahora ya lo sé. Seguir al Señor significa seguir al Espíritu, lo cual, específicamente, significa obedecer la enseñanza de la unción. No estamos siguiendo al Señor en una forma objetiva y externa, sino en una forma subjetiva e interna. El resplandor de Su rostro y la manifestación de Sí mismo es la unción; mientras la voluntad que El revela en la luz de Su rostro es la enseñanza de la unción. Si obedecemos esta enseñanza, estamos obedeciendo al Señor. Si seguimos esta enseñanza, estamos siguiendo al Señor.

B. Obedecer la enseñanza de la unción y vivir en comunión

  Cuando mencionamos la relación entre la unción y la comunión de vida, vimos que éstos son dos aspectos de una misma cosa y que son inseparables. Como la vida está en el Espíritu Santo, así la comunión de vida se lleva a cabo a través del mover o la unción del Espíritu Santo. Cada aplicación del ungüento nos imparte al Señor por medio de ungirnos y también nos pone en el Señor por medio de ungirnos; así que, esto crea un fluir de vida entre el Señor y nosotros. Por lo tanto, cuando experimentamos la unción, también obtenemos la comunión de vida.

  Si nuestra comunión con el Señor se limita solamente a nuestro tiempo de oración privada o nuestra vigilia matutina, es todavía muy superficial. Necesitamos vivir en comunión cada momento y estar en un estrecho contacto con el Señor, aun cuando estemos muy ocupados; entonces nuestra comunión será profunda. A fin de vivir en comunión, debemos vivir en la unción y siempre sentir la unción. Este vivir en la unción es obedecer la enseñanza de la unción. Si obedecemos la enseñanza de la unción constantemente, podemos experimentar constantemente la unción y vivir en comunión. De otra manera, no podemos experimentar la unción y permanecer en comunión.

  No es difícil experimentar la unción y obedecer su enseñanza, porque su característica es constante y natural. Al decir natural nos referimos a que automáticamente tenemos la unción sin pedirla, y al decir constante nos referimos a que está siempre disponible. Si obedecemos la enseñanza de la unción, el resultado es comunión constante con el Señor en una manera muy natural; esto es vivir en comunión.

  Ahora queremos decir algo breve acerca de la manera práctica de entrar en comunión:

  Primeramente, debemos saber que el sentir de la unción es la enseñanza de la unción. Si deseamos entrar en la comunión de vida, o en otras palabras, entrar en la unción, debemos primero entender la enseñanza que proviene del sentir de la unción que está moviéndose dentro de nosotros.

  Segundo, debemos cesar todas las actividades externas. Nuestro ser completo debe cesar de toda actividad y movimiento externo, a fin de tornarnos en nuestro interior y poner toda la atención al sentir interno. Si estamos ocupados con actividades externas, es imposible que nos ocupemos del sentir interno de la unción. El punto anterior fue conocer el sentir, mientras que este punto es cuidar del sentir. Todas las obras y las actividades cristianas que tiene algún valor espiritual deben venir de nuestro interior. Primero, debemos tener un incentivo y una dirección interna, entonces trabajaremos y actuaremos de acuerdo a ello. Pero muchos cristianos hasta el día de hoy viven constantemente en actividades externas. Celosos por el Señor, ellos llevan consigo sus Biblias y corren a satisfacer la necesidad externa y a la vez descuidan el sentir interno. Ellos no conocen el sentir que hay dentro de ellos, ni tampoco ponen atención a tal sentir. Como consecuencia, no tienen manera de entrar en comunión. Por consiguiente, si deseamos entrar en comunión debemos cesar todas las actividades externas.

  Tercero, debemos tener un tiempo fijo para practicar esta comunión con el Señor. El principiante, aprendiendo a tener comunión con el Señor, debe separar algún tiempo fijo cada día para practicar esta comunión. En este tiempo, no trate de traer muchos puntos de oración (debemos aún cesar de hacer oraciones externas); más bien trate de orar conforme al sentir interno. Durante esta clase de oración, sentimos mayormente nuestros pecados y ofensas y tratamos con ellos debidamente. Más tarde, sentimos mayormente que tenemos que tornarnos al Señor y consagrarnos a El. Entonces espontáneamente buscamos la gracia del Señor; a través de Su provisión de gracia entramos en una comunión más profunda. Finalmente, le sigue la acción de gracias, la alabanza y la adoración. Si practicamos esta comunión diariamente en estos tiempos fijos, nuestro espíritu será fuerte y viviente, haciendo que sea más fácil que toquemos al Señor y que entremos en comunión con El.

  Cuarto, debemos practicar la comunión con el Señor en todo tiempo. Después de que pasemos un período considerable practicando la comunión en tiempos específicos, debemos practicar la comunión con el Señor en todo tiempo. Los tiempos designados para tener comunión son posibles al hacer a un lado todas las actividades externas y orar y buscar al Señor con todo el corazón. Es relativamente fácil para nosotros hacer esto. Sin embargo, la comunión continua debe ser mantenida durante todo el día, sea en el trabajo o en el descanso. Tal vez estemos muy ocupados externamente u ocupados con muchos asuntos de negocios; sin embargo, internamente estamos siempre con el Señor, experimentando constante y naturalmente la unción en Su presencia de tal manera que continuamente vivimos en comunión. Este punto es más alto y más difícil de lograr, pero es posible a través de la práctica continua.

C. Obedecer la enseñanza de la unción y vivir en la presencia de Dios

  Obedecer la enseñanza de la unción significa andar conforme al espíritu, vivir en comunión y vivir en la presencia de Dios. Sin embargo, andar conforme al espíritu está relacionado con el Espíritu Santo; vivir en comunión está relacionado con el Señor, y vivir en la presencia de Dios está relacionado con Dios. Por lo tanto, estos tres son una relación entre la enseñanza de la unción y el Dios Triuno.

  En cuanto al Espíritu Santo, El unge y se mueve dentro de nuestro espíritu; así que, necesitamos andar conforme al espíritu. En cuanto al Señor, El vive dentro de nosotros y viene a ser nuestra vida para que podamos tener el fluir de vida; por lo tanto, necesitamos vivir en comunión con El. En cuanto a Dios, El está en nosotros para impartir la luz de Su rostro a fin de que podamos disfrutar Su presencia. Por consiguiente, necesitamos vivir delante de El. Podemos obtener estos tres aspectos por medio de obedecer la enseñanza de la unción.

  De acuerdo a la verdad, Dios ha estado siempre con nosotros desde el día en que fuimos salvos. Su presencia nunca se ha alejado de nosotros y nunca la podemos perder. Esta presencia es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo dentro de nosotros es la presencia de Dios. Por lo tanto, esta presencia no es una condición ni una cosa, sino una Persona. Esta Persona es el Espíritu Santo, cuya presencia en nosotros es la presencia de Dios. Desde el día en que somos salvos, esta presencia nunca se pierde.

  Sin embargo, de acuerdo a nuestra experiencia, no siempre estamos conscientes de Su presencia. Algunas veces, parece que Su presencia ha desaparecido y que hemos perdido la luz de Su rostro. Todo depende de la unción. Sin la unción, la presencia de Dios no puede hacerse real dentro de nosotros, y no podemos sentir la luz de Su rostro. Junto con la unción, viene la realidad de Su presencia y el sentir de la luz de Su rostro. Por lo tanto, mediante la unción podemos experimentar la presencia de Dios en una manera práctica.

  Ya hemos dicho que la función que tiene la unción de hacernos saber qué hacer y qué no hacer es secundaria. El propósito principal de experimentar la unción es que toquemos a Dios mismo y que tengamos Su presencia. Por ejemplo, si damos un mensaje, no es solamente un asunto de si debemos hablar o no, sino de si tenemos o no la presencia de Dios mientras hablamos. Si Dios no está presente, no importa cuánto o cuán bien hablemos, nuestro ser interno va quedando más y más vacío hasta que al final del mensaje nuestro espíritu está completamente vacío, y por algún tiempo no podemos ni siquiera orar. Por otro lado, si está la presencia de Dios, sentimos que hemos sido regados internamente; cuanto más hablamos, más satisfechos estamos. Es igual que el caso del Señor Jesús, quien después de haber terminado de hablar con la mujer samaritana, estaba satisfecho interiormente (Jn. 4:31-34). Ese riego y esa satisfacción fueron el resultado de la unción. Por lo tanto, cuando una persona ministra bajo la unción, otros reciben el suministro y son beneficiados, y ella misma recibe una gran porción del elemento de Dios. Otro ejemplo es que cuando planeamos ir a algún sitio, debemos preguntar no solamente si debemos ir, sino también si Dios está con nosotros. “¿Tengo la presencia de Dios como los israelitas en el desierto, quienes tenían la columna de humo y la columna de fuego?” Si la presencia de Dios no está dentro de nosotros, aunque estemos haciendo la mejor cosa, no tiene ningún valor espiritual. Por lo tanto, la presencia de Dios es primordial y depende de Su unción. Una vez que tenemos la unción, sentimos la luz del rostro de Dios y obtenemos Su presencia. Sin la unción, perdemos la luz de Su rostro y dejamos de tocar Su presencia.

  En el pasado, aunque algunos hermanos y hermanas aprendieron la lección con respecto a la unción, ellos pusieron su atención en el guiar externo, descuidando así el aumento del elemento de Dios dentro de ellos. Por lo tanto, el elemento de Dios dentro de ellos tuvo una medida limitada, y después de algunos años ese elemento dentro de ellos permaneció igual. Durante aquellos años ellos no hicieron nada erróneo o licencioso, ellos temieron al Señor y vivieron como si estuvieran en la presencia de Dios, pero el elemento de Dios no aumentó dentro de ellos. En realidad, su vida espiritual no se incrementó, porque en su experiencia de obedecer la enseñanza de la unción, ellos prestaron atención solamente a la dirección de Dios y descuidaron el aspecto de la presencia de Dios.

D. El resultado de obedecer la enseñanza de la unción

  Ya que la unción es vital para la presencia de Dios, necesitamos obedecer la enseñanza para así poder experimentar más la unción. Entonces podemos vivir en todo tiempo y en todo lugar en la presencia de Dios, viviendo a la luz de Su rostro y tocando Su presencia momento a momento. Entonces podemos entrar en la realidad del himno que dice:

  El velo lo crucé ya, Siempre aquí la gloria está... Hoy yo vivo en la presencia de mi Rey.

  Cuando el hombre pasa a través del velo de la carne y vive en la presencia de Dios, entra en el Lugar Santísimo y vive en el espíritu, teniendo comunión con Dios cara a cara. Es en ese entonces que nuestra experiencia espiritual alcanza el nivel más alto.

  En conclusión, la llave para toda nuestra vida espiritual es la unción. Debemos continuamente tocar la unción y obedecer su enseñanza. Cuando vivimos en la enseñanza de la unción, estamos andando conforme al espíritu, vivimos en la comunión del Señor y en la presencia de Dios. Si al perder la enseñanza de la unción, perdemos la dirección del Espíritu Santo, cesa nuestra comunión con el Señor y perdemos la luz del rostro de Dios; entonces, como consecuencia, no tenemos manera alguna de vivir en Su presencia. Por lo tanto, la enseñanza de la unción es verdaderamente el centro de toda experiencia espiritual y es también una parte maravillosa de la salvación que Dios da. ¡Pongámosle más atención y experimentémosla más!

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