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LA TERCERA ETAPA — CRISTO VIVE EN MI

  Ahora venimos al estudio de la tercera de las cuatro etapas de nuestra vida espiritual, a saber: “Cristo vive en mí” o la experiencia de “la etapa de la cruz”.

  Si un cristiano, después de que se consagra al Señor, trata completamente con su injusticia, su impiedad y con los sentimientos de la conciencia, y tiene ciertas experiencias al obedecer la enseñanza de la unción y entiende la voluntad de Dios, entonces el Señor le guiará a aceptar los tratos de la cruz. De este modo, él obtendrá las experiencias de la etapa de la cruz.

  Las experiencias de la etapa de la cruz son diferentes en muchos sentidos de las experiencias espirituales previas. Las primeras dos etapas de la experiencia de vida pueden ser consideradas como la experiencia de una sola etapa, porque todos esos tratos pueden ser experimentados una vez que la persona es salva. Una persona que es salva de una manera cabal inmediatamente comienza a resolver el problema del pasado y a tratar con el pecado, el mundo y la conciencia. Aun en las lecciones más profundas, tales como obedecer la enseñanza de la unción y entender la voluntad de Dios, él ya ha progresado. Por lo tanto, estas experiencias pertenecen realmente a la etapa de la salvación. Sin embargo, hay una diferencia claramente definida cuando llegamos a la tercera etapa. Nos trae al comienzo de otro aspecto de la experiencia cristiana y esto sirve como un gran viraje para un cristiano delante del Señor. La señora Penn-Lewis llamó a esta etapa “el camino de la cruz”. Ella usó el término “camino” para denotar que es en esta etapa que un cristiano comienza a andar formalmente en el camino de la cruz, teniendo la experiencia de la cruz y caminando completamente bajo la cruz. Por lo tanto, de aquí en adelante su andar espiritual entra en una nueva etapa.

  Más aún, todos los tratos durante las primeras dos etapas en cuanto a injusticia, impiedad y aun los sentimientos de intranquilidad en la conciencia se relacionan con asuntos externos a nosotros y no tienen nada que ver con nuestro ser. En las primeras dos etapas, concebíamos todos nuestros problemas como cosas relacionadas con el pecado y con el mundo, y pensábamos que si tratábamos con ellos, ya no tendríamos más problemas. Sin embargo, no es sino hasta que nos consagramos al Señor y le obedecemos de una forma absoluta, progresando en el Señor y entrando en la tercera etapa, que descubrimos gradualmente que al seguir al Señor, no sólo tenemos problemas relacionados con asuntos externos a nosotros, sino también problemas con nuestro propio ser, tales como nuestra carne, nuestro yo y nuestra constitución natural. Además, estos asuntos internos estorban y ofenden al Señor severamente. Al llegar a este punto, seremos dirigidos por el Señor para que veamos cómo la cruz puede resolver todas estas dificultades pertenecientes a nuestro ser. Entonces tendremos tratos más profundos en cuanto a estos asuntos. Es por esto que decimos que si un cristiano entra en esta tercera etapa de la experiencia de la cruz, entonces verdaderamente un gran viraje y un nuevo comienzo tendrán efecto en su vida.

  El asunto concerniente a la limpieza de la lepra (Lv. 14:2-9) es un tipo que muestra muy claramente estas dos diferentes clases de tratos relacionados con los asuntos fuera de nosotros y con las cosas de nuestro ser. En la Biblia un leproso siempre tipifica nuestro hombre caído y pecaminoso. El problema de un leproso no está realmente en su suciedad y su fealdad externa, sino en el veneno de la enfermedad interna. Igualmente, el problema principal que hay en nosotros, los pecadores caídos, no es exactamente nuestros hechos pecaminosos externos, sino la naturaleza pecaminosa que está dentro de nosotros, la cual se origina de la vida maligna de Satanás. Por lo tanto, la tipología relativa a la lepra es una descripción muy acertada y completa de nuestra condición pecaminosa delante de Dios. Así que la manera en que se hacía la purificación relacionada con el leproso, tal como se muestra en Levítico, es también la manera en que nosotros somos purificados y tratados delante de Dios.

  El primer requisito para la purificación de un leproso era traerlo ante el sacerdote. El sacerdote tipifica al Señor Jesús. “El sacerdote saldrá fuera del campamento” para examinar al leproso, porque el leproso no puede entrar al campamento, sino que debe permanecer fuera. Esto nos dice que nosotros los pecadores no debemos entrar en medio del pueblo de Dios, donde Dios manifiesta Su gracia; pero el Señor Jesús ha salido a examinarnos. Si es verdad que nos hemos arrepentido de corazón, entonces la plaga de la lepra es sanada a los ojos de Dios. Después que sea sanada, “el sacerdote mandará luego que se tomen para el que se purifica, dos avecillas vivas, limpias, y madera de cedro, grana e hisopo. Y mandará el sacerdote matar una avecilla en un vaso de barro sobre aguas corrientes. Después tomará la avecilla viva, el cedro, la grana y el hisopo, y los mojará con la avecilla viva en la sangre de la avecilla muerta sobre las aguas corrientes; y rociará siete veces sobre el que se purifica de la lepra, y le declarará limpio; y soltará la avecilla viva en el campo”. La suciedad del leproso es pecado delante de Dios; por tanto, requiere la purificación con el rociamiento de la sangre. Esto no tiene como fin la limpieza de la naturaleza pecaminosa, sino abolir toda la cuenta de pecados delante de Dios. El procedimiento en la aspersión de la sangre es preparar dos aves: una para ser muerta en una vasija de barro sobre aguas corrientes, y la otra, la cual está viva, para ser sumergida en la sangre y rociada sobre el leproso. El ave que es muerta tipifica al Señor Jesús que vertió Su sangre y sufrió la muerte; el ave viva tipifica al Señor Jesús resucitado de la muerte; y el agua corriente tipifica la vida eterna de nuestro Señor. Por lo tanto, esto indica que el Señor Jesús vertió Su sangre y sufrió la muerte en Su vida eterna. Además, la sangre vertida al morir El, y Su vida eterna son traídas a nosotros y se hacen eficaces en nosotros a través de Su resurrección. Rociar siete veces indica la integridad de la limpieza de la sangre del Señor; ésta puede abolir toda nuestra cuenta de pecados delante de Dios y nos hace aceptos a Dios. Después de que el ave viva era mojada en la sangre, era soltada en el campo. Esto significa que después de que una persona recibe la muerte sustitutiva del Señor Jesús, la sangre del Señor se hace eficaz para él, y el poder de la resurrección del Señor es manifestado en él y le hace libre.

  Cuando una persona es resucitada y libertada a través de la muerte y resurrección del Señor, es salva. Desde ese momento en adelante, tiene que limpiarse de toda su suciedad, tratando con sus dificultades tanto internas como externas.

  “El que se purifica lavará sus vestidos”. La vestidura, la cual es algo puesto sobre el cuerpo humano, tipifica nuestro vivir, nuestros hechos y nuestras acciones. Por lo tanto, el lavamiento de la ropa indica juzgar todos los hechos impropios y erróneos de nuestras vidas. Esto incluye todo lo que hemos mencionado anteriormente, es decir, dar resolución al problema del pasado y del pecado, y tratar con el mundo y la conciencia, todo lo cual pertenece a las primeras dos etapas de la experiencia de vida.

  Luego, el leproso tenía que raer todo su pelo y lavarse con agua, para ser limpio. El pelo, que es algo que crece del cuerpo del hombre, significa las dificultades internas. Por lo tanto, raerse significa juzgar las dificultades que surgen de nuestro yo. Esta es la obra de la cruz, o sea, ella da fin a nuestro ser. Después de que uno pasa por la cruz, todo su ser es limpio de una manera práctica. Este proceso no se efectúa de una vez y para siempre; debe repetirse una y otra vez hasta que sea completo. Por consiguiente, “el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba y las cejas de sus ojos y todo su pelo, y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio”. Esta aplicación continua no sólo es completa, sino detallada; es decir, no solamente era necesario raparse el cabello en general, sino que también hace diferencia entre el pelo de la cabeza, de la barba, de las cejas y el pelo de todo el cuerpo. Estas áreas debían ser cortadas una por una, y finalmente el cuerpo entero era afeitado.

  En la Biblia, cada uno de los diferentes tipos de pelo tiene su significado. El cabello de la cabeza representa la gloria del hombre, la barba representa el honor del hombre, las cejas hablan de la belleza del hombre, y el vello de todo el cuerpo denota la fuerza natural del hombre. Todos los hombres tienen su jactancia en ciertas áreas. Algunos se jactan de sus antepasados, otros de su educación, otros más de sus virtudes, y aún otros se jactan de su celo y su amor por el Señor. Casi todos pueden encontrar algo en lo cual jactarse, gloriarse de sí mismos y lucirse delante del hombre. Esto es tipificado por el cabello de la cabeza. Más aún, los hombres se estiman a sí mismos como honorables con relación a su posición, sus antecedentes familiares o incluso su espiritualidad; siempre tienen un sentimiento de superioridad, de que están por encima de otros. Esto es representado por su barba. Al mismo tiempo, el hombre también tiene alguna belleza natural, esto es, algunos rasgos naturalmente buenos y fuertes, que no provienen de la experiencia de la salvación que Dios le provee, sino del nacimiento natural. Esto es representado por las cejas del hombre. Finalmente, como seres humanos estamos llenos de fortaleza natural, de métodos y opiniones naturales, pensando que podemos hacer esto o lo otro para el Señor, y que somos capaces de hacer cualquier cosa. Esto significa que todavía tenemos cabellos bien largos sobre todo nuestro cuerpo; no nos hemos rapado. Todas éstas no son contaminaciones externas, sino problemas que provienen de nuestro nacimiento natural. Las contaminaciones externas sólo requieren ser lavadas con agua; sin embargo, nuestros propios problemas naturales deben ser quitados con una navaja, lo cual significa que deben pasar por la cruz. Este tipo de disciplina es profundo y severo, nos hiere internamente y nos causa mucho dolor.

  Lo que discutiremos en la tercera etapa son las experiencias de “rapar el pelo”, esto es, eliminar los problemas que surgen de nuestro yo. Dividiremos estas experiencias en los siguientes puntos: aplicar la cruz a la carne, aplicarla al yo y aplicarla a nuestra constitución natural. Estas son las experiencias principales en la tercera etapa de la experiencia de vida.

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CAPITULO NUEVE

TRATAR CON LA CARNE

  La primera experiencia de la tercera etapa de nuestra vida espiritual es tratar con la carne mediante la cruz. Como hemos mencionado antes, tratar con el pecado se puede comparar con quitar la suciedad de una camisa; tratar con el mundo, con decolorar el estampado de la camisa; y tratar con la conciencia, con quitar las diminutas bacterias de la camisa. De esta manera, la camisa queda completamente limpia. Desde el punto de vista humano, es suficiente ser tratado hasta ese grado. Sin embargo, no es así para Dios. Dios aún tiene que cortar la camisa en pedazos con un cuchillo. Esto es tratar con la carne. A pesar de que esto parece irrazonable, es real en nuestra experiencia espiritual. Después de que hemos tratado con el pecado, el mundo y la conciencia parece que toda la inmundicia externa ha sido tratada. Pero si el Señor nos ilumina, descubriremos que la más grande dificultad que la vida de Dios encuentra en nosotros es nuestra vida natural, nuestro propio ser. A pesar de que tratamos con la injusticia, la impiedad y todos los sentimientos de la conciencia, todavía vivimos por nuestra vida natural, no por la vida de Dios; todavía vivimos en nosotros mismos, no en el Espíritu Santo. Por lo tanto, todavía vivimos por el alma, no por el espíritu. Si queremos ser librados de esta clase de dificultad, el único camino de salvación es la cruz. Solamente cuando aceptemos que la cruz quebrante nuestra vida natural, la vida de Dios se manifestará y rebosará. Unicamente cuando nos demos muerte, dejaremos que el Espíritu Santo haga la obra de vivificar dentro de nosotros. Cuando los israelitas pasaron el Jordán, su vagar en el desierto llegó a un fin; ellos entraron en la esfera de la nueva vida. Así que, ellos estaban capacitados para disfrutar el producto de la tierra de Canaán, para pelear por Dios y para introducir el reino. El paso de los israelitas por el Jordán representa nuestra experiencia de la muerte de Cristo para que podamos ser librados de la carne y podamos entrar en las riquezas de la vida de Dios. Si recibimos la misericordia de Dios y seguimos adelante fielmente en el camino de la vida, también experimentaremos completamente el darle muerte a nuestra carne mediante la cruz y el ser conformados a Su muerte. Solamente cuando experimentemos la liberación de darle muerte a nuestra carne mediante la cruz, seremos librados de la esfera de la desolación y fracasos, y entraremos así en las riquezas y el descanso de Cristo, y viviremos en la esfera celestial para pelear por Dios y traer el reino de Dios. Por eso, la experiencia de la etapa del trato mediante la cruz es un punto crucial y muy importante. Bienaventurados son aquellos que pueden experimentarlo en una manera completa y cabal, porque están cerca de la madurez en su vida espiritual, y Cristo crecerá y será formado en ellos.

I. BASE BIBLICA

  A. Romanos 8:7-8 dice: “Por cuanto la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede; y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. Esto habla de la condición de enemistad que tiene la carne hacia Dios. Una persona carnal nunca puede agradar a Dios ni ser aceptado por El.

  B. Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. El viejo hombre se refiere a la carne cuando ella no es expresada. Este pasaje revela que nuestro viejo hombre, o nuestra carne, ha sido crucificado con Cristo, y que es un hecho que fue logrado hace mucho tiempo.

  C. Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. A los ojos de Dios, el asunto de la carne es también un problema que se resolvió hace mucho tiempo. Por consiguiente, no debemos vivir más por la carne.

  D. Romanos 8:13 dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Esto nos dice que necesitamos dar muerte por el Espíritu a las obras del cuerpo y experimentar así el trato de la cruz en una manera práctica.

II. LA DEFINICION DE LA CARNE

  En la Biblia podemos encontrar por lo menos tres definiciones de la carne.

A. El cuerpo corrupto

  En la Biblia la primera definición de la carne es nuestro cuerpo corrupto. Cuando Dios creó al hombre, éste tenía solamente el cuerpo físico, no la carne. En ese entonces, no había pecado ni concupiscencia en el cuerpo humano; era simplemente un cuerpo creado. Sin embargo, cuando Satanás indujo al hombre a comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, entonces Satanás y su vida pecaminosa, la cual estaba tipificada por el fruto, entró en el cuerpo humano, haciendo que el cuerpo humano fuese transmutado y corrompido y así llegara a ser la carne. Por lo tanto hoy la carne humana, la cual tiene pecado, concupiscencia y muchos otros elementos impuros de Satanás dentro de ella, es mucho más complicada que el cuerpo humano original.

  Podemos fácilmente encontrar base bíblica para mostrar que la carne es el cuerpo corrupto. Por ejemplo, Romanos 6:6 menciona “el cuerpo de pecado”, el cual es el cuerpo pecaminoso. Romanos 7:24 menciona “el cuerpo de muerte”, lo cual significa el cuerpo muerto. Este cuerpo pecaminoso y muerto se refiere al cuerpo corrupto, o sea la carne. El pecado y la muerte son las características de la vida de Satanás. Nuestro cuerpo, el cual tiene pecado y muerte, ha llegado a ser la carne. En consecuencia, Romanos 7:18 dice: “En mi carne no mora el bien”; de nuevo, el versículo 20 dice: “El pecado que mora en mí”; y de nuevo, el versículo 21 dice: “el mal está conmigo”. Estos versículos nos dicen que “el pecado” o “el mal” que está dentro de nosotros está en nuestra carne. Luego el versículo 23, el cual menciona “la ley del pecado que está en mis miembros”, muestra en una forma más práctica que la ley de pecado está en los miembros del cuerpo. Esto revela que nuestro cuerpo, habiendo sido mezclado con el veneno satánico, es corrupto.

  Gálatas 5:19-21 enumera las manifestaciones de la carne, tales como fornicación, inmundicia, lascivia, etc., las cuales emanan de nuestro cuerpo corrupto; por lo tanto, la primera definición de la carne es nuestro cuerpo corrupto.

B. El hombre caído en su totalidad

  La segunda definición de la carne en la Biblia es todo nuestro ser caído. Romanos 3:20 dice: “Ya que por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El”. Gálatas 2:16 establece que “el hombre no es justificado por las obras de la ley”. En estos dos pasajes vemos que la “carne” y el “hombre” son equivalentes. A los ojos de Dios, el hombre no solamente tiene la carne, sino que él mismo es carne.

  ¿De qué manera cayó el hombre y vino a ser carne? Inmediatamente después de que el hombre fue creado, su cuerpo estaba en sujeción al alma, la cual, a su vez, estaba en sujeción al espíritu. Por un lado, el hombre tenía comunión con Dios por el espíritu y entendía la voluntad de Dios; por otro lado, él ejercitaba su espíritu para poner todo su ser bajo sujeción a la voluntad de Dios. Por consiguiente, en ese entonces, el hombre vivía por el espíritu y era controlado por el espíritu. Cuando el hombre fue inducido por Satanás a comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre cayó del espíritu y no vivió más por el espíritu. Mientras tanto, el cuerpo humano, habiendo sido envenenado por Satanás vino a ser carne. Este fue el primer paso de la caída humana. Luego, Caín pecó y cayó, de manera que fue rechazado por Dios porque le sirvió de acuerdo a su propio deleite y opinión. Así que, el hombre cayó completamente a la esfera del alma; él vivió por el alma y llegó a ser un hombre centrado en el alma. Después de Caín, el hombre cayó aún más bajo y pecó más violentamente. Como resultado, el espíritu del hombre se debilitó, y su carne se hizo más y más fuerte hasta que usurpó el lugar del espíritu para controlar el ser completo. De esta manera, el hombre cayó completamente en la carne y vivió por ella. Por eso, antes del diluvio, Dios dijo que el hombre “es carne” (Gn. 6:3). Luego, de nuevo El dijo que “toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (Gn. 6:12). En ese momento, a los ojos de Dios, el hombre no era solamente de la carne, sino que era la carne misma. Así como los que son malignos son la carne, también los que son buenos son la carne. Así como los que odian son la carne, también los que aman son la carne. Toda la gente de este mundo es carne. Por lo tanto, en la Biblia, la carne se refiere también al ser humano caído en su totalidad.

C. El aspecto bueno del hombre

  Usualmente cuando mencionamos la carne, pensamos que la carne es corrupta y maligna, tal como se menciona en Gálatas 5:19-21. Pero la Biblia nos muestra que la carne tiene no sólo un lado maligno, sino también un lado bueno. La carne buena desea hacer el bien, y adorar y servir a Dios. En Filipenses 3:3-6 Pablo indicó que había algunos que adoraban a Dios en la carne, y se jactaban en la carne. La carne allí indudablemente se refiere a la carne en su lado bueno, porque por ella el hombre adora a Dios y por ella el hombre se jacta.

  ¿Por qué hay un lado bueno del hombre, o sea, de la carne? Porque a pesar de que somos aquellos que cayeron tan bajo, todavía tenemos algo del elemento bueno, el cual fue originalmente creado por Dios. Por lo tanto, a menudo queremos hacer el bien y servir a Dios. Pero, después de todo, el hombre o la carne en su lado bueno es débil y no tiene poder, pues deseando hacer el bien o servir a Dios, no puede hacer ni lo uno ni lo otro. A los ojos de Dios, nosotros los hombres caídos, controlados por la carne, llegamos a ser completamente carne. Todo lo que se origina en nosotros, sea bueno o malo, es de la carne y no agrada a Dios. Por eso, no sólo nuestro mal genio, odio, o cualquier cosa en contra de Dios que se origina en nosotros proviene de la carne; también la gentileza, el amor y aun el servicio a Dios que se origina en nosotros son también de la carne. Todo lo que se origina en nosotros, sea bueno o malo, es de la carne. Tenemos que saber qué es la carne a ese grado; entonces habremos entendido verdaderamente el significado de la carne. Por lo tanto, en la Biblia, la carne también denota el lado bueno del hombre.

III. LA POSICION QUE TIENE LA CARNE ANTE DIOS

  ¿Cuál es la posición que tiene la carne delante de Dios? ¿Cuál es la actitud de Dios hacia la carne? Este asunto está claramente expresado en muchos pasajes de la Biblia, sin embargo, solamente queremos señalar aquí los pasajes más importantes.

A. Dios no puede mezclarse con la carne

  Exodo 30:32 dice: “Sobre la carne de hombre no será derramado [el aceite santo de la unción]”. El aceite de la santa unción tipifica al Espíritu Santo, el cual es Dios mismo. En consecuencia, la declaración de que el aceite de la santa unción no debe ser derramado sobre la carne del hombre significa que Dios no puede mezclarse o unirse con la carne.

B. Dios y la carne no pueden habitar juntos

  Exodo 17:14, 16 dice: “Y Jehová dijo a Moisés ... raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo ... Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación”. ¿Por qué determinó Dios exterminar a Amalec y tener guerra con él de generación en generación? Porque Amalec en la Biblia tipifica nuestra carne.

  Los israelitas como descendientes de Jacob tipifican la parte regenerada y escogida que tenemos nosotros, que es el nuevo hombre en nuestro espíritu el cual pertenece a Cristo. Los amalecitas como descendientes de Esaú tipifican la parte natural caída que está en nosotros, esto es el viejo hombre en la carne, que pertenece a Adán. Esaú y Jacob eran gemelos, pero sus descendientes, los amalecitas y los israelitas eran enemigos entre sí; ellos no podían habitar juntos. Del mismo modo, aunque nuestro viejo hombre carnal está muy cerca de nuestro nuevo hombre espiritual, los dos son enemigos entre sí y no pueden habitar juntos. El hecho de que Dios tuviera guerra con Amalec nos muestra cómo Dios aborrece la carne y desea exterminarla. Si la carne no es exterminada y no tratamos con ella, nuestra vida espiritual no tendrá manera de crecer. Los dos no pueden nunca juntarse ni coexistir.

  Cuando Saúl llegó a ser rey de Israel, Dios le mandó que hiriera a los amalecitas, que destruyera todo lo que ellos tenían, y que no tuviera piedad de ellos (1 S. 15). Sin embargo, Saúl perdonó a Agag, el rey de los amalecitas, y lo mejor de sus ovejas y ganado. Todo lo que era bueno no lo destruyó completamente, pero, todo lo que era vil e inservible él lo destruyó completamente. Ya que Saúl no obedeció a cabalidad el mandato de Dios, no obtuvo el favor de Dios y perdió su trono. Esto indica que si un hombre no rechaza absolutamente la carne, sino que retiene lo que es bueno y honorable a los ojos del hombre, tal hombre no puede agradar a Dios, porque entre Dios y la carne no hay acuerdo alguno.

  En el libro de Ester, Mardoqueo escogió morir antes que arrodillarse delante de Amán, un agagueo, descendiente de Agar el amalecita. Debido a que Mardoqueo se mantuvo firme hasta el fin, él agradó a Dios y también trajo liberación a los judíos. Esto es una prueba adicional de que solamente cuando no damos lugar a la carne, aun a costa de la propia vida, podemos agradar a Dios y llegamos a ser vasos útiles para El. ¡Dios y la carne no pueden habitar juntos!

C. Dios está determinado a erradicar la carne

  En el Antiguo Testamento Dios hizo una cosa específica para expresar Su actitud hacia la carne: El estableció la circuncisión. El primer hombre a quien Dios mandó que se circuncidara fue Abraham (Gn. 17). Dios prometió a Abraham que sus descendientes serían como las estrellas de los cielos y como la arena del mar. Pero como Dios se demoraba en el cumplimiento de Su promesa, Abraham tomó a Agar por esposa, y ésta dio a luz a Ismael. Así que, él usó la fuerza de su carne para cumplir la promesa de Dios. Dios no se agradó de él, y por trece años Dios estuvo oculto a sus ojos. Luego, cuando Abraham era de noventa y nueve años de edad, Dios se le apareció otra vez (Gn. 16:15; 17:1). En esa ocasión Dios le mandó que él y todos los que le pertenecían fuesen circuncidados. Esto significa que Dios quería que la carne fuera erradicada, de manera que en lo sucesivo ellos no servirían a Dios en la carne.

  La segunda vez que la circuncisión es mencionada en la Biblia es en Exodo 4. Así como Moisés respondió al llamado de Dios para liberar a los israelitas de Egipto, Dios lo encontró en el camino y procuró matarle, porque sus dos hijos no habían sido circuncidados. En consecuencia, Séfora, la esposa de Moisés, circuncidó a su hijo. En esto vemos que si el hombre desea servir a Dios, él primero debe erradicar la carne; de otra manera, aun si dejara todo por Dios, nunca podría agradarle.

  El tercer caso de circuncisión ocurrió en Gilgal, después de que los israelitas pasaron el Jordán (Jos. 4—5). En el día de la pascua, los israelitas sepultaron sus pecados bajo la sangre del cordero. Cuando salieron de Egipto, sepultaron a su enemigo, los ejércitos de Egipto, en las aguas del mar Rojo. Cuando entraron a Canaán, ellos sepultaron su yo, o la carne, en las aguas del Jordán. En otras palabras, ellos trataron con sus pecados en la pascua y con el mundo en el mar Rojo, pero antes del Jordán nunca habían tratado con su carne. Por lo tanto, ellos vagaron por cuarenta años en el desierto hasta que pasaron el Jordán, donde fueron tratados los israelitas de la vieja creación, esto es, la carne. Cuando ellos pasaron el Jordán, juntaron doce piedras del fondo del río y las cargaron hasta el otro lado del río; ellos también pusieron otras doce piedras en medio del Jordán. Esto significa que su viejo hombre fue sepultado bajo el río y que fue el nuevo Israel el que entró a Canaán. En consecuencia, una vez que ellos pasaron el Jordán, fueron formalmente circuncidados y se quitaron su carne. De ahí en adelante, pudieron pelear por Dios y traer Su reino.

  Más aún, el Nuevo Testamento menciona la circuncisión para los cristianos. Colosenses 2:11 dice: “En El también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”. Esto revela aún más y con mayor claridad, que el significado espiritual de la circuncisión es echar fuera la carne. La circuncisión, una señal del pacto de Dios con Su pueblo, significa que Dios desea que Su pueblo se despoje de la carne y viva en Su presencia.

D. La conclusión de la Biblia acerca de la carne

  Romanos 8:8 dice: “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. La Biblia habla mucho acerca de la carne y en este pasaje afirma finalmente que la carne no puede agradar a Dios. Si el hombre pertenece a la carne, pone su mente en la carne y vive por la carne, nada de lo que haga, sea bueno o malo, puede agradar a Dios.

E. La posición correcta de la carne

  Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. La posición correcta de la carne es estar en la cruz. Delante de Dios la consecuencia final de estar en la carne es muerte. ¡El veredicto de Dios sobre la carne es que se le debe dar muerte! Solamente cuando se le da muerte a la carne, Dios puede tener Su lugar correspondiente y hacer Su voluntad en el hombre.

  Al estudiar los cinco puntos anteriores, nos damos cuenta de cómo toda la Biblia prueba que la carne es abominable delante de Dios, y que Dios la destruirá para siempre. La principal razón por la cual Dios aborrece profundamente la carne es que Satanás vive en la carne. La carne es el campo del enemigo de Dios y la más grande base de operaciones para su obra. Podemos decir que toda la obra de Satanás en el hombre es lograda por medio de la carne. Y toda su obra a través de la carne destruye el plan y la meta de Dios. Por eso, podemos decir que Dios odia la carne de la misma manera que El odia a Satanás y que El quiere destruir la carne de la misma manera que quiere destruir a Satanás. Dios y la carne nunca pueden habitar juntos.

IV. LA RELACION ENTRE LA CARNE Y EL VIEJO HOMBRE

  La Biblia menciona tanto la carne como el viejo hombre. ¿Cuál es la relación entre la carne y el viejo hombre? ¿Cómo podemos distinguir entre estos dos? La carne es simplemente el vivir del viejo hombre; los dos son uno. En la vieja creación somos el viejo hombre. Cuando el viejo hombre vive y es expresado, es la carne. Por consiguiente, el viejo hombre y la carne en realidad se refieren a nuestro mismo ser. En cuanto al hecho objetivo, somos el viejo hombre; en cuanto a la experiencia subjetiva, somos la carne.

  Este asunto está claramente establecido en el libro de Romanos. Romanos 5 habla de la herencia que tenemos en Adán, el capítulo 6 habla de lo que hemos obtenido en Cristo, el capítulo 7 nos habla de nuestra esclavitud en la carne, y el capítulo 8 proclama la liberación que tenemos en el Espíritu Santo. Los capítulos 5 y 6 están relacionados con los hechos objetivos acerca de Cristo y del viejo hombre, mientras que los capítulos 7 y 8 están relacionados con las experiencias subjetivas que tienen que ver con el Espíritu Santo y la carne. Tal como Cristo está relacionado con el Espíritu Santo, así el viejo hombre está relacionado con la carne. Igual que Cristo no puede ser experimentado sin el Espíritu Santo, así tampoco puede ser experimentado el viejo hombre sin la carne. A Cristo puede uno vivirlo en el Espíritu Santo; de igual manera, al viejo hombre puede uno vivirlo en la carne. Por ejemplo, la Biblia dice que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo. Esto es un hecho que fue logrado hace mil novecientos años, aunque para ese tiempo no habíamos nacido y nuestro viejo hombre no había sido expresado en nuestro vivir. Hoy, más de mil novecientos años más tarde, hemos nacido, y sabemos mentir y perder nuestra paciencia. Este es el vivir del viejo hombre, y lo llamamos la carne. Por lo tanto, aquello que fue crucificado con Cristo fue nuestro viejo hombre, el cual aún no había sido expresado en nuestro vivir en ese entonces, mientras que lo que está siendo tratado hoy es la carne, el vivir de nuestro ser. Por consiguiente, la carne es el vivir y la expresión del viejo hombre; es decir, la carne es lo que experimentamos del viejo hombre.

  De esto podemos ver claramente que cuando la Biblia afirma que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, se refiere al hecho objetivo ocurrido en el pasado, y cuando dice que nuestra carne debe ser crucificada, se refiere a la experiencia subjetiva hoy. Por eso, el trato con la carne es enteramente un asunto de experiencia.

V. TRATAR CON LA CARNE

  Dijimos anteriormente que hay tres definiciones de la carne, las cuales representan sus tres aspectos. Si tratamos con la carne, estamos tratando con estos tres aspectos. Primero, necesitamos tratar con la pasión, la concupiscencia, el orgullo, el egoísmo, la deshonestidad, la codicia, la contención, los celos y todos los demás elementos corruptos que están en la carne. Segundo, necesitamos tratar con el hombre carnal. Nuestro mismo ser ha caído en la carne, y está atado y controlado por la carne; así que, todo nuestro ser ha llegado a ser carne. Por lo tanto, todo nuestro ser debe ser cabalmente tratado por la cruz. Tercero, necesitamos tratar con el lado bueno de la carne. Para el hombre toda nuestra bondad natural, nuestros puntos fuertes en virtud de nuestro nacimiento, es buena, pero para Dios es abominable; así que también necesita ser tratada.

  Por lo tanto, todo lo que pertenece a nuestro ser, debido a que es carne, necesita ser tratado. Pero ¿cómo tratamos con la carne? Discutiremos esto en dos aspectos: el hecho objetivo y la experiencia subjetiva.

A. El hecho objetivo

  El hecho objetivo en tratar con la carne está completamente relacionado con Cristo. Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. De nuevo, Romanos 6:6 dice: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. Estos dos pasajes claramente nos muestran que cuando Cristo fue clavado en la cruz, nosotros fuimos crucificados con El. Nuestro ser carnal ha sido tratado en la cruz de Cristo. Este es un hecho que fue cumplido hace mucho tiempo en el universo. El hecho de que fuimos crucificados con Cristo es la base para que tratemos con la carne. Si nunca hubiésemos sido crucificados con Cristo, ninguno de nosotros podría tratar con la carne. Por esto, que tratemos con la carne tiene como fin que experimentemos el hecho de que hemos muerto con Cristo.

  Por lo tanto, el primer paso en nuestro trato con la carne es pedirle al Señor que nos ilumine para que podamos obtener revelación para ver el hecho de que nosotros hemos sido crucificados con Cristo. Romanos 6:11 dice: “Consideraos muertos al pecado”. Esta consideración es un asunto de ver. Cuando hemos visto el hecho de que hemos muerto con Cristo, podemos automáticamente considerarnos muertos.

B. La experiencia subjetiva

  La experiencia subjetiva al tratar con la carne está completamente relacionada con el Espíritu Santo. Estar muerto con Cristo es meramente un hecho que Cristo ha logrado por nosotros delante de Dios; para nosotros todavía es objetivo. Existe la necesidad de que el Espíritu Santo trabaje en nosotros y lleve a cabo el hecho que Cristo ha logrado en la cruz; entonces, morir con Cristo llegará a ser nuestra experiencia subjetiva. Una obra muy importante y básica del Espíritu Santo que mora en nosotros es forjar en nosotros el hecho de que Cristo ha crucificado la carne en la cruz. En otras palabras, la obra del Espíritu Santo es forjar en nosotros la cruz del Calvario para llegar a ser la cruz dentro de nosotros. Por lo tanto, la experiencia subjetiva al tratar con la carne está siendo realizada por el Espíritu Santo en nosotros.

  Romanos 6 y 8 muestran claramente la muerte que Cristo logró y la muerte aplicada por el Espíritu Santo. Después de que Romanos 6 nos dice que fuimos crucificados juntamente con Cristo, Romanos 8:13 dice: “Por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo”. Ya que el capítulo 6 dice que hemos sido crucificados, ¿por qué entonces el capítulo 8 habla de hacer morir los hábitos del cuerpo? Porque las muertes mencionadas en estos dos capítulos son diferentes. La muerte mencionada en el capítulo 6 es aquella que fue lograda en Cristo, mientras que la muerte que se menciona en el capítulo 8 es aquella que está siendo aplicada por el Espíritu Santo. El capítulo 6 nos habla de la muerte objetiva, y el capítulo 8, de la muerte subjetiva; el capítulo 6 habla del hecho de morir juntamente con Cristo, y el capítulo 8, de la experiencia de morir juntamente con Cristo; el capítulo 6 habla de la muerte del viejo hombre, y el capítulo 8, de la muerte de la carne. La muerte en el capítulo 6 necesita nuestra fe; la muerte mencionada en el capítulo 8 requiere nuestra comunión, esto es, nuestro vivir en la comunión del Espíritu Santo. Por eso, necesitamos ambos aspectos de esta muerte. Algunos piensan que ya que el problema de nuestra carne fue resuelto hace mucho tiempo por medio de la cruz, si nosotros creemos este hecho y recibimos esta verdad, estamos bien y no tenemos necesidad de emplear tiempo en se tratados. Otros piensan que tratar con la carne es completamente nuestra responsabilidad y que necesitamos usar nuestros esfuerzos diariamente en tratar con ella punto por punto. Ambos conceptos hacen hincapié en un solo aspecto; así que ambas están desbalanceadas y parcializadas. Si deseamos tener una experiencia verdadera al tratar con la carne, necesitamos ambos aspectos.

VI. EL PROCESO DE EXPERIMENTAR EL TRATO CON LA CARNE

  Veamos ahora el proceso práctico de experimentar el trato con la carne.

A. El deseo de una vida sin pecado

  Cuando un hombre está dispuesto a tratar con su carne, comienza siempre con el primer paso, esto es, desear una vida sin pecado. La parte de la carne que es más fácil de identificar es su lado corrupto. En consecuencia, al tratar con la carne siempre comenzamos con el lado corrupto. La carne corrupta que estamos considerando aquí, tiene un alcance más amplio y más profundo que el de tratar con el pecado. Podemos decir que todo lo que está escondido en el hombre que desagrada a Dios, que no tiene nada que ver con el deseo que hay en el corazón de Dios, y que no puede sujetarse a la voluntad de Dios es la carne corrupta. Cuando un hombre es atraído por el Señor a seguirle, automáticamente ve la suciedad y los rasgos abominables de la carne corrupta. El desea naturalmente ser liberado de ella y vivir una vida santa y sin pecado, una vida victoriosa.

B. Descubrir las dificultades de la carne

  Cuando un hombre desea esta vida sin pecado y desea ser librado de la esclavitud del pecado, él espontáneamente usa sus propias fuerzas para tratar con el pecado del cual está consciente. A menudo le pide al Señor fortaleza para que le ayude a tratar con los pecados. Pero el resultado es decepcionante porque a pesar de que trata con algunas obras pecaminosas, no puede hacer nada con la naturaleza que hay dentro de él, la cual se inclina hacia el pecado. El reúne todos sus esfuerzos para tratar con un pecado, pero otros diez hacen su aparición. Tal parece que cuanto más trata, más fuerte es el poder del pecado, de manera que usualmente experimenta un fracaso total. En todos sus fracasos él comienza a descubrir gradualmente que dentro de él está la carne corrupta. El también se va dando cuenta de que esta carne corrupta es el origen de todos sus pecados. Los pecados no son nada más que la corrupción expresada; la carne es la raíz verdadera de toda esta corrupción. Tratar solamente con los pecados y no con la carne es descuidar la causa y es tratar con las consecuencias, lo cual resulta en una labor vana. No es posible vivir una vida sin pecado a menos que haya habido un trato exhaustivo con la carne. Así, esta persona descubre que la carne es su más grande problema.

  La Biblia describe la misma experiencia con respecto a nuestro trato con la carne. Primero, Romanos 6 nos dice que como hemos sido bautizados en Cristo, no debemos vivir más en pecados, ni tampoco presentar nuestros miembros como instrumentos de pecado. Así que, tenemos que tratar con el pecado y presentar nuestros miembros como instrumentos de justicia. Entonces el capítulo 7 pasa a decir que esta persona que trata con el pecado descubre que el pecado y la carne son inseparables. Puesto que la carne es el cuerpo de pecado, no hay bondad en ella. La razón por la cual el hombre peca es que es carnal. Por lo tanto, el capítulo 8, por un lado, nos habla de ser liberados en Cristo Jesús por la ley del Espíritu de vida, y por otro, del trato con la carne. Sólo cuando la carne ha sido tratada podemos ser libres del asedio del pecado. Después de que uno haya deseado la vida sin pecado, descubrirá gradualmente la dificultad que presenta la carne, sabiendo que nosotros, los hombres de la vieja creación, somos la carne, y que todos nuestros problemas provienen de nuestro propio ser. Si no tratamos con nuestro propio ser, el problema de la carne no puede ser resuelto, y no podemos vivir una vida santa y sin pecado.

C. Ver que nuestra carne ha sido crucificada juntamente con Cristo

  Cuando en verdad hemos visto la dificultad que presenta la carne a la luz de Dios y nos hemos dado cuenta de que no hay absolutamente ninguna forma de tratar con la carne por nosotros mismos, quedamos totalmente sin esperanza en nosotros mismos. El Espíritu Santo entonces nos dará una revelación acerca de ser liberados por la cruz como se menciona en Romanos 6:6: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. El Espíritu nos mostrará que este viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo y que nuestro cuerpo de pecado ha sido ya destruido y ha perdido su función; entonces ¿por qué estamos todavía bajo su esclavitud? En Romanos 6 se menciona una y otra vez que hemos muerto al pecado, que hemos sido librados del pecado, y que el pecado no puede tener más dominio sobre nosotros, por lo tanto, hemos sido ya libertados del pecado. Una vez que venimos a la luz de la palabra de Dios y recibimos este hecho por la fe, esta palabra viene a ser la declaración de nuestra emancipación y una canción de nuestro triunfo. Podemos considerarnos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. ¡Qué gracia gloriosa!

D. Permitir que el Espíritu Santo aplique la muerte de Cristo

  Después de que vemos y recibimos el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, debemos permitirle al Espíritu Santo que aplique este hecho dentro de nosotros. Cristo ha cumplido con el hecho objetivo en nuestro lugar, pero nosotros tenemos que hacernos responsables por la experiencia subjetiva por medio del Espíritu Santo. Ninguna de las experiencias del tratar con la carne será real para nosotros a menos que sea experimentada subjetivamente. Cualquiera que meramente crea el hecho de que hemos muerto con Cristo en la cruz no tendrá la experiencia real de tratar con la carne. Cuando el Señor murió en la cruz el velo fue rasgado en dos. Ese velo era Su carne. El se puso nuestra carne y fue clavado en la cruz. Este hecho fue para El una experiencia subjetiva, pero para nosotros es un hecho objetivo. Tenemos que dejar que el Espíritu Santo aplique esto a nosotros para que llegue a ser nuestra experiencia práctica y subjetiva.

  Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Este pasaje revela que nosotros, aquellos que somos salvos y somos de Cristo Jesús, somos los que deben tomar la iniciativa de crucificar la carne. Aquí no dice que el Señor crucificó nuestra carne, sino que nosotros mismos crucificamos la carne. A partir de esto nosotros vemos que tenemos la responsabilidad de tomar la iniciativa en crucificar la carne. Crucificar al viejo hombre es responsabilidad de Dios, pero crucificar la carne es responsabilidad nuestra.

  Por lo tanto, Gálatas 5:24 habla de la experiencia subjetiva, que nosotros hemos crucificado la carne, no del hecho objetivo, que Cristo ha crucificado el viejo hombre, como es el concepto de muchos. Las razones son, primero, que la crucifixión de la carne mencionada aquí es un acto de nuestra propia iniciativa, no es lo que Cristo ha hecho por nosotros. Segundo, lo que se menciona aquí es crucificar la carne, no el viejo hombre. Hemos dicho que el viejo hombre tiene que ver con el aspecto objetivo, mientras que la carne siempre tiene que ver con nuestra experiencia subjetiva. Por otra parte, el mismo versículo menciona las pasiones y deseos, que son asuntos de nuestro vivir práctico diario. Tercero, todos los versículos anteriores y posteriores a éste nos hablan de la obra del Espíritu Santo; así que, la crucifixión de la carne mencionada en este versículo debe ser algo que experimentemos por medio del Espíritu Santo. En consecuencia, se refiere a nuestra experiencia subjetiva. Tomando estos tres puntos en consideración, podemos ver que este versículo nos habla enteramente de nuestra experiencia subjetiva.

  ¿Por qué entonces dice aquí que todos los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne? ¿Por qué la crucifixión de la carne es un hecho cumplido? ¿Cómo puede esto corresponder a la experiencia de muchos? ¿Acaso la mayoría de los cristianos viven por la carne? La respuesta es que el apóstol hablaba de acuerdo con la obra normal del Espíritu Santo. Normalmente todos los que pertenecen a Cristo Jesús ya deberían haber crucificado la carne por medio del Espíritu Santo. ¡Si alguno pertenece al Señor y no ha crucificado la carne por el Espíritu Santo, es anormal! Muchos de los santos de Galacia estaban en un estado anormal. Aunque eran salvos y pertenecían a Cristo, con todo, ellos vivían por la carne y no habían crucificado la carne por el Espíritu Santo. El apóstol dijo a los gálatas que de acuerdo a la manera normal, todos los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne. “Ya que vosotros gálatas sois de Cristo, ¿cómo es que todavía vivís por la carne? Ya que Dios ha crucificado vuestro viejo hombre juntamente con Cristo, también vosotros deberíais haber crucificado la carne por el Espíritu Santo. Por lo tanto, no deberíais vivir más por la carne, ni satisfacer las pasiones de la carne”. Esto es lo que quiso decir el apóstol en Gálatas 5:24.

  Algunas personas piensan que la expresión “crucificado ... juntamente con” en este versículo significa crucificado con Cristo. Pero si leemos cuidadosamente las palabras del apóstol, nos daremos cuenta de que esto significa crucificar la carne con “sus pasiones y deseos”. Aquí el apóstol no trata con el hecho objetivo de que hemos sido crucificados juntamente con Cristo, sino con la experiencia subjetiva de crucificar la carne por medio del Espíritu Santo.

  El propósito principal de discernir correctamente el significado de este versículo es que podamos ver que en este asunto de tratar con la carne tenemos que tomar nuestra responsabilidad. No es suficiente que solamente creamos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo; debemos tomar la iniciativa de crucificar la carne por el Espíritu Santo. La Biblia nunca dice que debemos crucificar el viejo hombre, porque esto es un hecho cumplido ya en Cristo. Ni tampoco la Biblia dice que Cristo ya ha crucificado nuestra carne, porque ésta es nuestra responsabilidad por el Espíritu Santo.

  Aun nuestra propia experiencia nos confirma esto. Puede ser que hace medio año nosotros nos dimos cuenta claramente del hecho de que nuestro viejo hombre fue crucificado en Cristo. Pero si no hacemos morir la carne por el Espíritu Santo, entonces hasta este mismo día seguimos viviendo por la carne. Cuando vemos el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido crucificado en la cruz, todavía seguimos necesitando aplicar la cruz por medio del Espíritu Santo como el cuchillo que mata nuestra carne. Necesitamos hacer morir nuestra carne diariamente por medio del poder del Espíritu Santo. De este modo tendremos la verdadera experiencia del trato con la carne.

  Tenemos que poner la carne en la cruz; pero por supuesto, esta cruz no es nuestra. En el universo entero hay sólo una cruz que es considerada eficaz por Dios. Esta es la cruz de Cristo. Por lo tanto, nuestro trato subjetivo está basado en la crucifixión objetiva. Cuando comprendemos que nuestro ser, la vieja creación, el viejo hombre, ya ha sido tratado por la cruz de Cristo, y que este viejo hombre aún está expresando su vivir otra vez en la carne, nosotros debemos dejar que el Espíritu Santo nos aplique la cruz de Cristo paso a paso en nuestra vida diaria. Así, paso a paso, hacemos morir nuestra carne por medio del Espíritu Santo. Esta es la experiencia práctica del Espíritu Santo que nos crucifica interiormente. Cuando veamos que Cristo resolvió todos nuestros problemas en la cruz, debemos inmediatamente permitir que el Espíritu Santo haga este hecho eficaz dentro de nosotros. Esta eficacia es nuestra experiencia subjetiva.

  Cuando Dios le ordenó a Saúl que matara a los amalecitas, Dios mismo no iba a realizar la matanza; Saúl fue el que ejecutó a los amalecitas. Sin embargo, el poder con el cual Saúl mató a los amalecitas no era suyo, sino de Dios. Cuando el Espíritu de Dios descendió sobre Saúl, El le dio el poder con el cual iba a matar a todos los amalecitas. Hoy, en el trato con la carne, el principio es el mismo. Por un lado, Dios mismo no trata con la carne; nosotros mismos debemos responsabilizarnos de tratar con la carne y hacerla morir. Por otro lado, es absolutamente por medio del poder de Dios que podemos tratar con la carne. Que tratemos con la carne es completamente diferente de la religión de los gentiles, la cual usa esfuerzos humanos para poner la carne bajo sujeción. En otras palabras, debemos tomar la responsabilidad de tratar con la carne mediante el poder del Espíritu Santo.

  En resumen, crucificar el yo, nuestro ser, es un logro de Cristo. Pero crucificar nuestra carne es un logro del Espíritu Santo. Poner la cruz sobre el yo, sobre el “viejo hombre”, fue el hecho objetivo realizado por el Señor Jesús en el Gólgota. Cuando el Espíritu Santo pone esta cruz sobre nuestra carne es cuando la cruz llega a ser nuestra experiencia subjetiva. Esto es lo que Gálatas 5:24 dice: “Han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”; Romanos 8:13 dice: “Por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo”, y Colosenses 3:5: “Haced pues morir vuestros miembros terrenales”.

VII. LA APLICACION DEL TRATO CON LA CARNE

  Después de que pasamos por el proceso arriba mencionado, comenzamos a experimentar el trato con la carne. Incluso esta clase de experiencia y de trato no ocurre de una vez por todas. Necesitamos aplicar continuamente esta experiencia y trato a nuestro vivir práctico, permitiendo que el Espíritu Santo nos haga morir para que en todos los asuntos podamos tener la experiencia del trato con la carne. Esta experiencia continua es a lo que nos referimos cuando hablamos del trato con la carne. Podemos dividir este tema en tres puntos:

A. En la comunión del Espíritu Santo

  La aplicación del trato con la carne es un asunto que ocurre completamente en la comunión del Espíritu Santo. Ninguno puede experimentar el trato de la cruz fuera de la comunión del Espíritu Santo. Por lo tanto, para poder experimentar y aplicar continuamente el trato con la carne, el requisito básico es tener un vivir en comunión, o vivir en el Espíritu Santo. Cuando no estamos en comunión con el Espíritu Santo, inmediatamente perdemos la realidad del trato con la carne.

  Romanos 6 nos habla del hecho de que el viejo hombre es crucificado en Cristo mientras que Romanos 8 habla del trato con la carne en el Espíritu Santo. Romanos 6 habla de la muerte de Cristo, la cual resuelve nuestro pecado, y de la resurrección de Cristo, la cual resuelve nuestra muerte. Sin embargo, éstos son hechos objetivos que sólo pueden llegar a ser nuestra experiencia por la ley del Espíritu de vida de Romanos 8. Por eso, hemos dicho enfáticamente que el hecho que se menciona en Romanos 6 nunca puede ser nuestra experiencia a menos que sea puesto junto con el Espíritu Santo del capítulo 8. Es muy probable que alguno pueda entender claramente el hecho mencionado en el capítulo 6 y que también lo acepte por fe; sin embargo, si no vive en la comunión del Espíritu Santo del capítulo 8, este hecho no puede llegar a ser su experiencia. En consecuencia, ha habido muchos santos a través de las generaciones que ni siquiera han conocido adecuadamente la verdad que se encuentra en el capítulo 6 ni la han visto claramente a pesar de que se han mantenido en la comunión del capítulo 8; como resultado ellos han experimentado espontáneamente el ser librados de la carne. Por lo tanto, la comunión de Romanos 8 es absolutamente necesaria en la aplicación del trato con la carne.

  Cuando nosotros tenemos comunión con el Espíritu Santo que mora en nosotros y le permitimos moverse libremente en nuestra comunión, entonces tocamos la vida del Señor en el Espíritu Santo. Uno de los elementos de esta vida, la muerte de la cruz o el elemento de muerte será entonces aplicado a nosotros en una manera práctica. Cuanto más se mueva el Espíritu Santo en nosotros, tanto más el elemento de muerte del Señor aplicará la obra de hacernos morir. Esta muerte es la aplicación de la cruz o la aplicación del trato con la carne. Por lo tanto, si deseamos aplicar el trato con la carne, necesitamos vivir continuamente en la comunión del Espíritu Santo.

B. Permitir que el Espíritu Santo aplique la muerte de Cristo a todas nuestras acciones

  Cuando estamos en la comunión del Espíritu Santo, permitiéndole que aplique la muerte de Cristo a nosotros, Su actividad está limitada inicialmente, a unas pocas acciones nuestras y ocurre sólo ocasionalmente. No es sino hasta que nuestra experiencia se profundiza gradualmente que esta muerte será aplicada a todas nuestras acciones en general. En la etapa temprana, somos tratados solamente cuando descubrimos nuestras acciones carnales. Más tarde, permitimos que el Espíritu Santo purifique todas nuestras acciones, sean buenas o malas por medio de que se nos aplique la muerte de la cruz en nosotros. Consecuentemente, todo lo que seamos en nuestra constitución natural, la vieja creación, el yo, será resuelto por la cruz. Lo que permanezca será de Dios y la sustancia de Su vida.

  Tomemos por ejemplo, el asunto de visitar a los santos, ofrecer un regalo, y cosas semejantes a éstas, las cuales pensamos que son buenas y espirituales. Aun en estos asuntos necesitamos primero permitir que el Espíritu Santo ponga en vigencia la muerte de Cristo. Así, podemos tener claridad, si debemos visitar a alguien o dar una ofrenda. La carne del hombre teme a la cruz más que a cualquier otra cosa, porque una vez que se encuentra con la cruz, está terminada. Pero Dios y Su vida en nosotros llega a ser más viviente mediante el contacto con la cruz. La cruz de Cristo es la línea divisoria entre la vieja creación y la nueva. Si nunca hemos pasado por la cruz de Cristo no podemos discernir la nueva creación de la vieja, el Espíritu Santo de la carne, o la vida de resurrección de la natural. Los dos están siempre confundidos el uno con el otro y es difícil diferenciarlos, especialmente cuando se trata de lo bueno y de las llamadas cosas espirituales. No obstante, una vez que pasamos a través de la muerte de la cruz, lo nuevo y lo viejo son separados. Todo lo que cae y es eliminado pertenece a la vieja creación, a la carne y a la constitución natural. Todo lo que queda firme y es permanente, es de la nueva creación, del Espíritu Santo, y de la vida de resurrección. Así que, la cruz es el mejor filtro. Retiene la carne y todo lo que pertenece a ella, mientras libera a Dios y todo lo que es de Dios.

  Si aplicamos continuamente la experiencia de la cruz y permitimos que el Espíritu Santo aplique la muerte de la cruz a cada aspecto de nuestro vivir y actuar, la carne será tratada en una manera más eficaz y así quedará atrofiada. Si vivimos continuamente bajo la sombra de la cruz, la carne no tendrá manera de levantar su cabeza. Solamente así podremos estar en la iglesia sin causar ningún problema y estar entrelazados con los hermanos y hermanas como un Cuerpo para el mejor servicio al Señor.

  Alabado sea el Señor, en años anteriores hemos servido al Señor con muchos colaboradores, sin embargo, entre nosotros no ha habido contienda ni división. Aparentemente, se ha debido a que todos hemos buscado al Señor y hemos amado al Señor con un mismo corazón y todo nuestro interés ha sido el Señor. Pero la razón más profunda es que todos hemos aprendido en algún grado la lección de tratar con la carne mediante la cruz. La cruz dentro de nosotros mata toda contienda y celos de la carne, al grado que no podemos contender ni ser divisivos.

C. Andar conforme a la ley del Espíritu de vida

  Si aplicamos el trato con la carne a todas nuestras acciones, con el tiempo andaremos según la ley del Espíritu de vida. Romanos 8 nos muestra que vencer la carne es el resultado de obedecer al Espíritu Santo. El mover del Espíritu Santo dentro de nosotros es una ley, la ley del Espíritu de vida. En otras palabras, cuando estamos en comunión y aplicamos, por medio del poder del Espíritu Santo, la muerte de la cruz a cada parte de nuestro vivir, esta aplicación es la obediencia a la ley del Espíritu Santo en nosotros y también es permitir que el Espíritu Santo se mueva espontáneamente en nosotros. Por lo tanto, tratar con nuestra carne y hacerla morir por medio del Espíritu Santo, tienen una relación positiva con la ley espontánea del Espíritu Santo dentro de nosotros. Uno que experimenta verdaderamente el trato con la carne es uno que permite que el Espíritu Santo se mueva en él y también que la ley del Espíritu de vida opere en él.

  Cuando obedecemos absolutamente la ley del Espíritu de vida, no ponemos nuestra mente en la carne, sino en el Espíritu. En todo momento hacemos morir las obras del cuerpo y no damos lugar a la carne. No solamente, no pecaremos ni erraremos según la carne, sino que no tocaremos las cosas espirituales ni serviremos a Dios en la carne. Sólo entonces habremos tratado cabalmente con nuestra carne en una manera práctica; sólo entonces seremos completamente liberados de la carne y viviremos en el Espíritu Santo.

VIII. RESUMEN

  El primer punto en cuanto a tratar con la carne es que debemos saber qué es la carne y percibir la carne dentro de nosotros. En la experiencia espiritual, todos los tratos están basados en nuestro conocimiento y percepción con respecto a ese mismo asunto. El grado al cual hayamos llegado en nuestro conocimiento será el grado hasta el cual hayamos tenido tratos. La extensión y profundidad de nuestro trato va de acuerdo con nuestro conocimiento y percepción en este asunto. Por lo tanto, si deseamos tener una experiencia verdadera en el trato con la carne, necesitamos tener un conocimiento y una percepción claros en cuanto a la carne.

  El significado de la carne tiene tres aspectos que son: la carne corrupta, el hombre caído en su totalidad y el lado bueno del hombre. Nos es fácil discernir la carne como cuerpo corrupto, es decir, el aspecto corrupto de la carne; por lo tanto, la primera etapa de nuestro trato con la carne tiene más que ver con este aspecto. Pero mientras seguimos adelante con el Señor, necesitamos tener un conocimiento y trato profundo tocante a los otros dos aspectos de la carne. No solamente debemos saber que pecar, perder la paciencia y hacer otras cosas malas provienen de la carne, sino que también debemos darnos cuenta de que aun el asunto de nuestra adoración y servicio a Dios, y aun el asunto de la piedad, también pueden estar llenos de la carne. En términos sencillos, cualquier cosa que hagamos debe ser resultado de nuestro contacto con el Señor y con el Espíritu mientras estamos en comunión, y debemos hacerlo confiando en Dios; de otra manera, no importa cuán bueno sea algo, debemos de todos modos condenarlo como cosa de la carne.

  El segundo punto en cuanto al trato con la carne, es que debemos conocer la posición que la carne tiene delante de Dios. Debemos recibir luz de la Biblia para ver cómo la carne resiste a Dios y está en enemistad contra Dios. También necesitamos ver cómo la naturaleza de la carne es incompatible con Dios, y cómo Dios la rechaza y la considera abominable, y cómo El ha determinado exterminarla y no convivir con ella. Esta revelación hará que veamos como Dios ve, que condenemos lo que Dios condena y que aniquilemos lo que Dios aniquila. Entonces buscaremos ser libres de la carne, cooperaremos con Dios y dejaremos que el Espíritu Santo mate nuestra carne.

  El tercer punto en cuanto a tratar con la carne es que debemos conocer la relación y la diferencia que existe entre la carne y el viejo hombre. Debemos ver que el viejo hombre, o nuestro viejo yo, es el verdadero ser de la carne, y que la carne es la expresión del viejo hombre o del viejo yo. Cuando el viejo hombre o nuestro viejo yo es el que se expresa en nuestro vivir en nuestra experiencia, llega a ser la carne. Por lo tanto, tratar con la carne es enteramente un asunto de tener la experiencia; es el trato con el viejo hombre de una manera práctica.

  El cuarto punto en cuanto a tratar con la carne es que debemos conocer el trato en sí mismo. El trato consta de dos aspectos: el hecho objetivo y la experiencia subjetiva. Ambos aspectos son igualmente necesarios; ninguno debe ser descuidado. El aspecto del hecho objetivo es lo que Dios ha logrado por nosotros en Cristo, mientras que la experiencia subjetiva requiere nuestra cooperación con Dios en el Espíritu Santo.

  Después de que nos demos cuenta de estos cuatro puntos básicos en cuanto a tratar con la carne, tendremos la experiencia de tratar con la carne. El proceso de nuestra experiencia al tratar con la carne empieza con un anhelo profundo y una búsqueda de las cosas espirituales. Cuando amamos al Señor y le seguimos, espontáneamente anhelamos poder tener una vida más profunda en El y que El viva en nosotros de una manera más profunda. Pero en la práctica, nuestro deseo a menudo es frustrado y fallamos. Lo que deseamos no lo podemos hacer, pero lo que no deseamos es lo que hacemos. El resultado de nuestros repetidos fracasos es que somos llevados a una total miseria y desesperación. A pesar de que a menudo buscamos liberación de parte del Señor, no podemos encontrar la manera de ser librados. En ese momento, el Espíritu Santo nos revela gradualmente que la razón por la cual fracasamos es que vivimos en la carne. Lo que más nos impide a nosotros tener una profunda mezcla con el Señor y le impide al Señor vivir más profundamente en nosotros es nuestra carne. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos muestra cuán inmunda, corrupta, maligna y perversa es nuestra carne. Sin mencionar el aspecto malo de nuestra carne, aun lo que ordinariamente consideramos como bueno está también lleno del elemento del hombre y del yo. Nuestra carne, tanto la parte buena como la mala, es condenada por Dios y no es aceptable a El. Cuando hayamos visto esto, automáticamente, a la luz del Espíritu Santo, aborreceremos nuestra carne. Entonces el Espíritu Santo imprimirá en nosotros el hecho de que estamos crucificados con Cristo. Esta impresión, tan vívida como tomar una fotografía, hace que veamos que nuestra carne, nuestro viejo yo, nuestro viejo hombre, ya ha sido anulado en la cruz de nuestro Señor Jesús. La entrada de esta luz inmediatamente producirá un efecto que mata el cual hará que nuestro viejo hombre o nuestro viejo yo lleguen a ser gradualmente paralizados y debilitados, y que finalmente pierdan su posición y poder. Luego, todos los elementos carnales de nuestro vivir práctico automáticamente serán exterminados. Cuanto más permitimos que la luz del Espíritu Santo brille dentro de nosotros, más el viejo yo o el viejo hombre pierde su posición y más disminuyen y desaparecen gradualmente todos los elementos carnales de nuestro vivir. Allí tendremos una pequeña experiencia subjetiva en el asunto de tratar con la carne a través de la muerte de la cruz.

  Sin embargo, nuestro trato con la carne no debe detenerse aquí. En nuestra comunión con el Señor y por medio del Espíritu Santo que mora dentro de nosotros y hace que participemos de la muerte del Señor, debemos aplicar la muerte a nuestra carne y sus expresiones vez tras vez y paso tras paso. Esta es nuestra aplicación de la muerte de la cruz mediante el Espíritu Santo. Esto es también lo que Gálatas 5:24-25 nos dice al respecto: la experiencia subjetiva de crucificar la carne con sus pasiones y deseos por medio del Espíritu Santo. Debido a que le damos a El la oportunidad, la base y nuestra cooperación, el Espíritu Santo dentro de nosotros nos capacitará para hacer morir nuestra carne a fin de que así podamos vivir la vida que Dios quiere que vivamos y hacer lo que Dios quiere que hagamos. Entonces, no solamente viviremos por el Espíritu, sino que también andaremos por el Espíritu; entonces no seremos más carnales, sino espirituales.

  Debemos siempre examinarnos a nosotros mismos con respecto al proceso de tratar con la carne. ¿Vemos realmente el hecho objetivo? ¿Dejamos siempre que el Espíritu Santo imprima este hecho en nosotros? ¿Cuánta experiencia subjetiva tenemos? ¿Cuán a menudo aplicamos la muerte de la cruz en nuestro vivir práctico? Después de que nos examinamos estrictamente a nosotros mismos, podemos tener claridad con respecto al grado al que hemos llegado en nuestra experiencia y acudir al Señor para que nos guíe más adelante.

  El proceso que hemos mencionado, el de tratar con la carne, no puede ser cabalmente experimentado en un período corto de tiempo. Necesitamos ir más profundo, paso por paso. Muchos asuntos de la carne no son reconocidos al principio, por lo tanto, no tenemos manera de tratar con ellos. No es sino hasta que nuestra experiencia espiritual se hace más profunda que reconocemos gradualmente nuestra carne y tenemos más tratos. Por lo tanto, en nuestro trato con la carne, nos encargamos primeramente del aspecto corrupto, y luego del lado bueno de la carne. Finalmente, ponemos todo nuestro ser bajo la muerte de Cristo y tratamos completamente con la carne.

  Con respecto a la experiencia de tratar con la carne, entre los hermanos y hermanas hay más trato con el aspecto corrupto de la carne pero muy poco con el lado bueno de la carne. Todos tenemos un concepto natural acerca de la carne; naturalmente, solamente conocemos la carne corrupta. Por esto, nuestro trato con la carne tiende a centrarse en ese aspecto. Por ejemplo, un hermano puede testificar que algunas veces cuando da un mensaje le parece que lo hace bastante bien y también siente la presencia del Señor; por lo tanto, él se alegra mucho. Entonces, él condena este sentimiento de regocijo como algo de la carne, porque tiene el elemento de orgullo. Esta condenación es correcta y necesaria, pero en realidad esta clase de trato no es de importancia primaria. Lo importante es esto: cuando usted da un mensaje, ¿es usted quien habla, o es el Espíritu Santo quien lo hace a través de usted? Esto es lo que debemos juzgar. No es un asunto de si se tiene éxito al hablar, sino de quién está hablando. Tal vez usted ha hablado muy bien, y muchas personas recibieron ayuda, pero si usted habló en usted mismo, de acuerdo a lo que usted sabía y había memorizado, eso es la carne y debe ser condenado.

  Cierto hermano puede testificar que él se enojó mientras estaba con un hermano. Más tarde, él se entristeció porque sintió que estaba en la carne, así que trató con el asunto y lo condenó. Esto es también un trato muy superficial. Si hemos aprendido la lección profunda de la experiencia de tratar con la carne, sentiremos que aunque no nos enojamos, sino que por el contrario fuimos buenos con otros, los ayudamos y aun oramos con ellos, con todo, si estas cosas no fueron hechas en el Espíritu Santo, no fueron más que obras buenas que hicimos nosotros mismos. Más tarde, seguiremos sintiendo que estamos en la carne. Si tratamos con nuestra carne a ese grado, entonces tendremos verdaderamente un trato cabal con la carne.

  En realidad, si nuestro trato con la carne está solamente limitado al aspecto corrupto, entonces difiere poco del trato con el pecado, porque no hay mucho de la substancia real de tratar con la carne en ello. Si verdaderamente queremos tratar con la carne, debemos poner atención a tratar con el buen aspecto de la carne y aun todo el ser carnal. No solamente necesitamos ser tratados en lo ordinario, en los asuntos pequeños, sino también en las cosas piadosas y espirituales y en los asuntos pertenecientes a la adoración de Dios; necesitamos preguntarnos: ¿Estoy haciendo esto en mí mismo o lo estoy haciendo por medio de permanecer en el Señor? ¿Estoy haciendo esto de acuerdo a mis propios deseos o estoy siendo guiado por el Espíritu Santo? A menos que yo permanezca en el Señor y tenga comunión con El, todo lo que he hecho, por muy bueno que parezca, sigue siendo carnal y debe ser condenado.

  No solamente debemos tratar con lo que hace la carne, sino también con lo que no hace la carne. Algunos hermanos y hermanas tienen algún conocimiento con respecto a la carne, y el Espíritu Santo les muestra cuánto de su servicio, tal como el visitar y el compartir, es hecho de acuerdo a su propio yo natural, y no por medio de la comunión del Espíritu Santo. Por lo tanto, ellos deciden que de ahora en adelante, nunca servirán, visitarán o compartirán. Pero si esta inactividad no se deriva de la comunión con el Espíritu Santo sino más bien de su propia decisión, entonces, éste es el peor tipo de carne. Algunos hermanos y hermanas han sido iluminados para ver que sus oraciones anteriores eran de la carne; en consecuencia, ellos no oran más. Sin embargo, ellos no saben que el no orar expresa la carne aún más. Por lo tanto, ¡nuestro “dejar de hacer” nunca es una manera de liberarnos de la carne! Por el contrario, muchos que han sido liberados de la carne son los más capaces de actuar. La Biblia revela que Dios es un Dios que trabaja, un Dios que ha estado continuamente trabajando hasta ahora. Por algunos miles de años El ha estado hablando y trabajando y nunca ha cesado su trabajo entre la humanidad. De igual forma, todos aquellos que viven en el Espíritu Santo nunca pueden parar de trabajar, porque el Espíritu Santo es su poder motivador, y hace que trabajen aún más. Por lo tanto, no debemos pensar ni por un momento que la inactividad no es de la carne, sino del Espíritu. Todos aquellos que son inactivos están aún más en la carne. Estar en la carne es simplemente tomar uno su propia decisión y tener su propia opinión, es simplemente ser lo que usted es y hacer lo que usted quiere. Por lo tanto, tratar con la carne significa que yo reconozco que he sido crucificado en la cruz; hoy no soy yo quien decide si debo ministrar u orar, sino que es el Señor quien decide por mí. Lo que El hace, yo lo hago; lo que El no hace, tampoco yo lo hago. Cuando hayamos tratado realmente con la carne, no decidiremos nada de acuerdo con nosotros mismos, ya sea obrar o no obrar. Debemos vivir siempre en comunión y permanecer en el Señor; tener siempre un corazón que no confíe en nosotros mismos, sino tener siempre un espíritu que confíe en el Espíritu Santo. Un espíritu que confía y una actitud de confianza son marcas de que nuestra carne ha sido tratada.

  Una vez más usemos el ejemplo del ministerio de la palabra. Muchas veces cuando un hermano habla, tiene plena confianza, sabe lo que debe decir y sabe cómo decirlo. Por lo tanto, él tiene todo bien preparado y ha puesto al Señor a un lado. Da la impresión de que si no hubiera un Señor en el universo, él podría igualmente dar un mensaje exitosamente. Tal situación prueba que su mensaje es dado en la carne. No es el mismo caso con uno cuya carne ha sido tratada. Aunque él también se prepara para dar un mensaje, ha aprendido la lección de rechazar la carne y depender del Espíritu. Puede ser que originalmente él se haya preparado para hablar de la justificación, pero cuando se para a hablar, el Espíritu Santo en ese momento lo guía a hablar de la santificación, así que, él cambia su tema sin vacilación. O puede ser que antes de hablar, el Señor no le haya mostrado el tema en el cual él debe ministrar. En el día del Señor, la reunión empieza a las 10:00 a. m. A las 9:50 él todavía no sabe de qué hablará. Puede ser que después de cantar y orar, él todavía no sepa qué decir; hasta ese momento él todavía no decide por sí mismo. El busca la dirección del Señor en lo más profundo de su ser. No es sino hasta que se para y abre la Biblia diciendo: “Podemos leer...” que él llega a saber cuál escritura leer y el tema que va a ministrar. Algunas veces en el principio él todavía no está seguro del punto, pero mientras habla él trata de tocar al Señor interiormente hasta que finalmente toca la fuente. Esto es similar a llegar a una fuente cuando se está cavando un pozo. Después que toca la corriente de agua viviente, las palabras simplemente fluyen de él. Esta clase de ministerio es la condición de todos aquellos cuya carne ha sido tratada.

  La vida del Señor en esta tierra muestra que El puso Su confianza enteramente en Dios. Nuestro Señor no tiene pecado ni falta, no obstante El dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo” (Jn. 5:30). Cuando El estaba en esta tierra, El tampoco actuaba ni hablaba por Sí mismo. El estaba en el Padre, y el Padre en El. El hacía todas las cosas y hablaba todas las cosas a través de la comunión con el Padre. Este es el ejemplo para nuestro trato con la carne. Debemos permanecer en el Señor y actuar según la obra del Señor en nosotros; también debemos hablar conforme a lo que el Señor hable dentro de nosotros. Solamente de esta manera no estaremos en la carne.

  Romanos 8 habla del trato con la carne como también de andar conforme al Espíritu o poner la mente en el Espíritu. Estas dos cosas van siempre juntas. Cuando no andamos conforme al Espíritu ni ponemos la mente en el Espíritu, ni vivimos en el Espíritu, estamos en la carne. Cuando tratamos con la carne, no hacemos énfasis en el trato con los celos, el egoísmo, o el orgullo de la carne, sino en nuestras obras y actividades, nuestra conducta y manera de vivir que estén fuera del Espíritu Santo. En vista de que lo que hacemos es fuera del Espíritu Santo y no tiene nada que ver con el Espíritu Santo, cualquier cosa que hagamos es la carne y cualquier cosa que dejemos de hacer es también la carne. Por lo tanto, no hay otra manera, es decir, no hay ningún otro método de liberarnos de la carne, sino el Espíritu Santo. Es solamente por medio de andar por el Espíritu, poniendo la mente en el Espíritu y viviendo en el Espíritu, que somos liberados de la carne. Por lo tanto, el resultado de que tratemos con la carne es que vivimos en la ley del Espíritu de vida, dependiendo del Espíritu Santo en todos los asuntos, nunca de nosotros mismos. No es sino hasta que este punto es alcanzado que experimentamos el trato con la carne en su medida más plena. Que la gracia del Señor sea con nosotros.

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