Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Experiencia que tenemos de Cristo, La»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
21 22 23
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO DIECISÉIS

CONOCER LA COMUNIÓN DE SUS PADECIMIENTOS

  En el mensaje anterior vimos que el poder de la resurrección requiere la muerte como base. Sin la muerte es imposible que se manifieste el poder de la resurrección. Los cuatro Evangelios revelan este principio muy claramente. Los Evangelios son un relato de una persona que vivía continuamente bajo la muerte de la cruz. Jesús fue crucificado no sólo al final de los Evangelios sino durante toda su vida. Mientras crecía, y al entrar en el ministerio que Dios le comisionó, Él continuamente estaba bajo la muerte de cruz. En otras palabras, Él llevó una vida crucificada. Basado en la muerte de cruz, se manifestó el poder de Su resurrección.

TOMAR LA DECISIÓN DE DESECHAR LA VIDA HUMANA

  El Señor Jesús tenía dos clases de vida, la vida divina y la vida humana. Él poseía la vida divina con el propósito de expresar a Dios y la vida humana con el propósito de que Dios se expresara en el hombre. A fin de llevar a cabo esta maravillosa expresión, Él tenía que desechar continuamente Su vida humana para que Su vida divina pudiera expresarse. El Señor Jesús tomó la decisión de rechazar Su vida humana, no por Su vida divina, sino por Su vida humana. Esta decisión la debía tomar el Señor Jesús como hombre, no como Dios. Dios ya había decidido que la vida humana debía ser desechada para que la vida divina pudiera expresarse. Sin embargo, era necesario que el hombre estuviera de acuerdo con la decisión de Dios. Damos gracias al Señor porque, en Su condición de hombre, el Señor Jesús por su propia voluntad decidió rechazar Su vida humana para que la vida divina pudiera ser expresada.

  Este asunto de la voluntad nos lleva de regreso a Génesis 2. Cuando Dios creó al hombre, lo creó con libre albedrío. El primer hombre, Adán, fue derrotado; sin embargo, después vino el segundo hombre, Jesús, quien también tenía libre albedrío, y salió victorioso. El universo entero, incluyendo a Satanás, los ángeles y los demonios, observaba atentamente para ver qué haría el Señor Jesús. Todo dependía de lo que Él decidiera hacer con su voluntad. ¿Escogería hacer la voluntad de Dios o haría otra cosa? La voluntad de Dios era que Cristo usara Su libre albedrío para que escogiera hacer la voluntad de Dios. ¡Aleluya, pues Él optó por llevar a cabo la voluntad de Dios! En Getsemaní el Señor oró, diciendo: “No sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Negar nuestra voluntad y escoger la voluntad de Dios significa que morimos en la cruz.

  La comisión de Cristo era expresar a Dios en el hombre. Para ello, Él necesitaba dos clases de vida. A fin de poder expresar a Dios, Él necesitaba la vida divina; y a fin de que Dios fuera expresado en el hombre, Él necesitaba la vida humana. Como un hombre que deseaba expresar a Dios en Su humanidad, lo primero que tenía que hacer era rechazar Su vida humana. Esta decisión no era fácil de tomar. Permítanme usar nuevamente el ejemplo de la vida matrimonial. Algunas hermanas están muy deseosas por casarse. No obstante, toda hermana que se casa debe estar preparada para ser inmolada. La razón por la cual hay tantas separaciones y divorcios es que las esposas no están dispuestas a permitir que sus esposos las aniquilen; todo lo contrario, ellas desean ser emancipadas. Desde el comienzo de su vida matrimonial, una hermana debe tomar la decisión de someterse a la voluntad de su esposo. En cada cultura la novia se cubre la cabeza con un velo durante la ceremonia de bodas, lo cual es una señal de que ella se somete a la voluntad de su esposo. A fin de someterse a la voluntad de su esposo, ella tiene que ponerse en la muerte.

  Poco antes de empezar Su ministerio, el Señor Jesús fue bautizado. El bautismo representa sepultura, aniquilamiento. Ser sepultado en el bautismo fue la inauguración del ministerio del Señor. Durante los tres años y medio de Su ministerio, el Señor vivió como una persona crucificada y sepultada, y continuamente experimentó la muerte. Esta experiencia de muerte sirvió de base para que se manifestara el poder de la resurrección. Donde estaba la muerte, allí también estaba la resurrección.

  Para las hermanas, el matrimonio es también una especie de bautismo, una especie de sepultura. Hace cuarenta años, yo solía dar mensajes agradables en las reuniones de bodas; pero si hoy me pidieran que dijera algo, le diría a la pareja que el matrimonio es un altar sobre el cual ellos serán sacrificados. Hermanas, no se olviden que casarse es ser sepultadas. Si ustedes desean casarse, deben estar preparadas para ser sepultadas. Si entienden esto, disfrutarán de una vida matrimonial feliz, pues su matrimonio estará en resurrección.

  En el matrimonio, Dios le exige más a la esposa que al esposo. Dios no le pide al hombre que se deje aniquilar por su esposa porque en el matrimonio el hombre representa a Dios. Dios es el hombre universal, el esposo universal. En el matrimonio el esposo representa a Dios como el esposo universal. Si las esposas están dispuestas a ser sepultadas y a llevar una vida matrimonial que está bajo la operación aniquiladora de la cruz, el poder de la resurrección se manifestará y todos los problemas desaparecerán. Puedo asegurarles a las hermanas que Satanás, los ángeles malignos y los demonios tendrán pavor por el hecho que hayan sido aniquiladas y sepultadas, y no las molestarán. La razón por la cual a ustedes les molestan tantas cosas es que todavía están muy vivas.

MUERTE Y RESURRECCIÓN

  Como ya hemos mencionado, lo primero que hizo el Señor Jesús cuando salió a ministrar fue ser sepultado por Juan el Bautista. Esto indica que Él ejercitó Su voluntad para poner fin a Su vida natural. Cuando Juan el Bautista quiso impedirle que se bautizara, el Señor Jesús pareció decirle: “No, tengo que ser bautizado. Tú tienes que sumergirme en el agua”. Al ser bautizado por Juan, el Señor daba a entender que estaba dispuesto a desechar Su vida humana y a mantenerla en todo momento en la cruz. Por esta razón, en los cuatro Evangelios vemos una vida crucificada y resucitada. Repito una vez más que el Señor no fue crucificado y resucitado sólo al final de los Evangelios sino desde el comienzo. Finalmente llegó la hora en que el Señor fue crucificado físicamente. Entonces, después de esta muerte consumada vino la resurrección máxima. Por lo tanto, dondequiera que la muerte esté, allí también está la resurrección.

  La medida en la cual se manifiesta el poder de la resurrección en nosotros, dependerá de cuánto hayamos entrado en la muerte. Si no entramos en la muerte, no podrá haber resurrección. Asimismo, si experimentamos sólo un poco de muerte, el poder de la resurrección se manifestará también un poco. El principio básico es el siguiente, cuanto más muerte experimentemos, más resurrección experimentaremos. En Filipenses 3 Pablo quería ganar a Cristo y ser hallado en Él en una condición en la que no tuviera su propia justicia, sino la justicia que es Dios mismo expresado como su justicia. Puesto que quería conocer a Cristo y el poder de Su resurrección, él se rechazaba a sí mismo y vivía bajo la operación de la muerte de Cristo. El resultado de vivir bajo la muerte de Cristo es que llegamos a conocer el poder de Su resurrección.

EL ESPÍRITU ES EL PODER DE LA RESURRECCIÓN

  Es difícil determinar en qué consiste el poder de la resurrección. Refiriéndose a Cristo, Pablo dice en Romanos 1:4 que Él fue “designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. Pablo dice aquí que Cristo fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu. Esto indica que el poder es según el Espíritu y por la resurrección. Esto comprueba que el poder de la resurrección es el Espíritu. El Espíritu mismo es la realidad del poder de la resurrección.

  En un mensaje anterior señalamos que el Espíritu es lo que queda después de que nos hemos quitado de en medio a nosotros mismos. Si los incrédulos se pusiesen a un lado a sí mismos, se quedarían sin nada, puesto que no obtendrían al Espíritu como lo que queda en ellos. En cambio a nosotros no nos sucede lo mismo, ya que si nos rechazamos a nosotros mismos, obtenemos al Espíritu como lo que queda en nosotros. Lo que rechazamos es nuestro yo y lo que queda es el Espíritu. Si un hermano se pone a sí mismo a un lado cuando su esposa discute con él, el Espíritu se manifestará. Éste es el poder de la resurrección. Lo único que tenemos que hacer es siempre rechazarnos a nosotros mismos. Hacer esto es poner al yo continuamente en la muerte y mantenerlo en la cruz. Cuando hacemos esto, llevamos una vida crucificada y tenemos la base necesaria para que se manifieste el poder de la resurrección.

EXPERIMENTAMOS LA RESURRECCIÓN AL RECHAZARNOS A NOSOTROS MISMOS

  Los maestros del cristianismo han hablado acerca del Espíritu Santo por muchos siglos. Sin embargo, es difícil que alguien defina al Espíritu Santo. Según la experiencia práctica —no la teología— el Espíritu Santo es lo que queda después de que nos hemos rechazado a nosotros mismos. El Espíritu Santo que queda es ilimitado. Algunas veces las hermanas me han dicho: “Hermano Lee, usted tiene mucho del Espíritu Santo; pero nosotras, las hermanas jóvenes, tenemos muy poco del Espíritu”. No importa si usted tiene mucho o poco del Espíritu; lo que importa es que usted lo tenga a Él. Mientras lo tenga, comprobará que Él es ilimitado. Sin embargo, el Espíritu podría parecer limitado si no estamos dispuestos a rechazarnos a nosotros mismos.

  Muchas veces las hermanas han venido a hablar conmigo con lágrimas en los ojos. Por un lado, me mostraba muy comprensivo con ellas; pero, por otro lado, no me compadecía de ellas. Ellas lloraban porque su situación era muy difícil e incluso insoportable; no obstante, se habían olvidado del Espíritu. Si ellas hubiesen estado dispuestas a rechazarse a sí mismas, no derramarían tantas lágrimas; antes bien, en seguida estarían gozosas en el Señor. Pero si no estamos dispuestos a rechazarnos a nosotros mismos, a tomar la cruz y a sumergirnos en la muerte, el Espíritu Santo parecerá estar limitado en nuestra experiencia. Hermanas, ustedes tienen una cuenta de cheques con fondos ilimitados. Debido a que tienen esta cuenta, pueden girar cheques para cubrir las necesidades de cualquier situación. La manera de girar un cheque es que tomen la decisión de morir y, por medio de la muerte, entren en el Espíritu, quien es la realidad de la resurrección. Cada vez que ustedes se encuentren en una situación difícil, no lloren ni sientan lástima de sí mismas; en lugar de ello, rechácense a sí mismas y manténganse en la cruz. Entonces espontáneamente la resurrección se manifestará en ustedes, y podrán cantar con gozo estas líneas de un himno escrito por A. B. Simpson:

  Dulce es morir con Cristo Si vivo en resurrección, Y llevar Sus sufrimientos Si rebosa el corazón. En resurrección Él mora En mi ser con gran poder, Y por eso muy contento     Al Calvario yo iré.

  Si nos rechazamos a nosotros mismos, ésta vendrá a ser nuestra experiencia. No es necesario que nos esforcemos por ir al Calvario; antes bien, lo único que necesitamos es ejercitar nuestra voluntad y tomar la decisión de rechazarnos a nosotros mismos. Cuando las circunstancias sean difíciles para usted, en vez de sentir lástima de sí mismo, tome la cruz y permanezca bajo la muerte de cruz. Entonces descubrirá que donde está la muerte, allí también está el poder de la resurrección. Entonces, inmediatamente el Espíritu, quien es el poder de la resurrección, actuará dentro de usted, y usted cantará con gozo: “Dulce es morir con Cristo”. Usted se sentirá muy contento de ir al Calvario. Ésta es la vida cristiana. Cuanto más usted vaya al Calvario, más podrá manifestarse el poder de la resurrección de Cristo. Asimismo, cuanto más usted conozca el poder de Su resurrección, más contento estará de ir al Calvario. Esto es un ciclo. No es una forma de suicidio, sino el disfrute que tenemos del poder de la resurrección. Disfrutamos ir al Calvario, y disfrutamos del poder de la resurrección de Cristo, el Espíritu de santidad. Esto es la realidad del poder de la resurrección.

  Hoy en día el cristianismo se encuentra muy lejos de este blanco. Por esta razón, estamos luchando, no contra nadie en particular ni contra ninguna doctrina, sino contra la religión. La batalla que se libra hoy es entre Cristo y la religión. El recobro del Señor consiste en vivir a Cristo; pero no a un Cristo doctrinal ni a un Cristo en teoría o teología. El Cristo que es la realidad del poder de la resurrección es el Espíritu vivificante. El recobro del Señor está a favor de este Espíritu, mientras que el cristianismo está a favor de la religión. A fin de experimentar a Cristo, todos debemos ir al Calvario. En el Calvario se experimenta una muerte maravillosa, la muerte que conduce a la resurrección. Después de que hayamos puesto nuestro yo en la cruz, lo que quedará es el Espíritu vivificante. Una vez que tengamos este excedente tendremos el sentir del poder de la resurrección. Éste es el poder de la resurrección de Cristo. Al igual que A. B. Simpson, iremos al Calvario, no con tristeza ni con lágrimas, sino gozosamente y cantando. De este modo, disfrutaremos la muerte mediante el poder de la resurrección.

LOS PADECIMIENTOS PARA PRODUCIR Y EDIFICAR EL CUERPO

  Después de haber hablado del poder de la resurrección de Cristo, ahora proseguiremos a la comunión en Sus padecimientos. Si bien es maravilloso disfrutar del poder de la resurrección de Cristo, el propósito primordial de dicho poder no es nuestro disfrute personal. En la economía de Dios, no existe el gozo egoísta. El poder de la resurrección de Cristo opera en nosotros para que sea producido y edificado el Cuerpo de Cristo. La intención de Dios no es expresarse por medio de ciertos individuos; antes bien, Su deseo es expresarse por medio de un Cuerpo compuesto de muchos creyentes. Por lo tanto, la expresión de Dios en el hombre no es un asunto de individuos, sino que tiene un aspecto corporativo. Si nos rechazamos a nosotros mismos y permanecemos bajo la muerte de cruz, disfrutaremos del poder de la resurrección. Entonces, inmediatamente el poder de la resurrección producirá el Cuerpo de Cristo. Esta meta de producir y edificar el Cuerpo provocará oposición. Satanás sabe acerca de esta meta y por ello provoca oposición. La meta de edificar el Cuerpo siempre provocará oposición, y cuando surge tal oposición, nosotros sufrimos. Es así como participamos en la comunión de los padecimientos de Cristo.

  Filipenses 3:10 habla acerca de conocer a Cristo, de conocer el poder de Su resurrección y, luego, de conocer la comunión en Sus padecimientos. Según Colosenses 1:24, experimentamos esos padecimientos por causa del Cuerpo. En este versículo Pablo dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia”. Cuando era joven, no podía entender este versículo, y me decía a mí mismo: “Las aflicciones de Cristo ya han sido completadas. ¿Cómo puede decir Pablo que aún falta algo a las aflicciones de Cristo?”. De verdad pensaba que Pablo estaba equivocado. ¿Cómo podemos decir que algo que tiene que ver con Cristo está incompleto? No obstante, la Biblia revela que aún falta algo a las aflicciones de Cristo. Si bien todo lo demás con respecto a Cristo está completo, Sus aflicciones no están completas.

CRISTO PADECIÓ POR LA REDENCIÓN Y POR EL CUERPO

  Los padecimientos de Cristo han logrado dos cosas. En primer lugar, Sus padecimientos lograron la redención. Sin tales padecimientos, Cristo no habría podido redimirnos. En segundo lugar, Sus padecimientos lograron también que la iglesia fuera producida y edificada. Por lo tanto, Sus grandes padecimientos incluyen dos aspectos: un aspecto tiene como objetivo la redención, y el otro, que la iglesia sea producida y edificada. El Señor Jesús estuvo en la cruz por seis horas. Hablando con propiedad, únicamente las últimas tres horas de Su sufrimiento en la cruz tuvieron como propósito efectuar la redención. Durante esas tres horas, Cristo se hizo pecado a los ojos de Dios (2 Co. 5:21), pues Dios tomó todo el pecado de la humanidad y lo puso sobre Cristo, y condenó a Cristo. Por esta razón, el Señor exclamó: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Antes de ir a la cruz, el Señor Jesús dijo que no estaba solo porque el Padre estaba con Él (Jn. 16:32); pero cuando fue hecho pecado, Él sufrió el juicio y la condenación de Dios. Éste fue el padecimiento más grande que Cristo tuvo que sufrir, y por medio del cual Él logró la redención. Es imposible que nosotros participemos en este aspecto de los padecimientos de Cristo. Si dijéramos que podemos ser partícipes de este aspecto de Sus sufrimientos, estaríamos blasfemando. Solamente Él sufrió el juicio de Dios en la cruz a fin de lograr la redención.

  Sin embargo, Cristo padeció no sólo para efectuar la redención, sino también para producir el Cuerpo de Cristo. El Evangelio de Juan, describe a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Sin embargo, a Él también se le presenta como el grano de trigo que cayó en la tierra para producir muchos granos (12:24). El Cordero padeció para efectuar la redención, mientras que el grano de trigo sufrió a fin de multiplicarse. Si bien no podemos ser partícipes de los sufrimientos que Cristo padeció para lograr la redención, sí podemos ser partícipes de Sus padecimientos que producen y edifican el Cuerpo. Cristo era el único grano, y nosotros somos los muchos granos. Debido a que somos muchos granos, nosotros tenemos que padecer del mismo modo que el único grano sufrió. El único grano de trigo no completó todos los sufrimientos que eran necesarios para que el Cuerpo fuera edificado. A fin de que esto se logre, hace falta algo, y lo que falta lo debemos suplir usted y yo. Así pues, hay una porción que cada uno de nosotros debe suplir.

  Si nos negamos a nosotros mismos y permanecemos bajo la cruz, el poder de la resurrección será nuestra porción. No obstante, de inmediato surgirá oposición en contra nuestra y sufriremos. Este padecimiento se halla en la comunión de los padecimientos de Cristo para la edificación del Cuerpo.

DOS CLASES DE SUFRIMIENTOS

  Ahora es necesario hacer una distinción entre dos clases de sufrimientos: los sufrimientos de Cristo y los sufrimientos ocasionados por nuestros errores. No piensen que todos los sufrimientos que experimentan redundan en la edificación del Cuerpo de Cristo. Por ejemplo, es posible que usted sufra por haber cometido un error mientras manejaba. Quizás tomó la calle equivocada y se desvió varias millas de su destino, lo cual le causa sufrimiento. Sin embargo, este sufrimiento es el resultado de un descuido suyo, y no es un padecimiento de Cristo para que sea producido el Cuerpo. Asimismo, si usted se equivoca en la manera en que administra su cuenta bancaria y luego descubre que tiene una deuda cuantiosa, eso es también un sufrimiento ocasionado por un error suyo, y no son los padecimientos de Cristo. Por otro lado, supongamos que usted, por ser una persona que disfruta del poder de la resurrección de Cristo en su lugar de trabajo, tiene que soportar la oposición de sus superiores, ya sea que le nieguen algún ascenso o incluso que le hagan perder su empleo; este sufrimiento puede contarse como un sufrimiento de Cristo para producir y edificar el Cuerpo. Por lo tanto, una categoría de sufrimientos se debe a nuestros errores y malas acciones, mientras que la otra es el resultado de nuestro testimonio.

  Si nos rechazamos a nosotros mismos y experimentamos el poder de la resurrección, nuestro testimonio será muy prevaleciente. Esto a su vez despertará la oposición del enemigo y sufriremos a causa de ello. Esta clase de sufrimientos son parte de los padecimientos de Cristo. Es necesario que todos conozcamos la comunión en los padecimientos de Cristo, los sufrimientos que completan lo que falta de las aflicciones de Cristo para la edificación del Cuerpo. Esto no debe ser simplemente una doctrina para nosotros, sino una experiencia en la cual disfrutemos a Cristo.

CRISTO VIVE SU VIDA EN NOSOTROS

  Los Evangelios revelan que el Señor Jesús siempre sufría oposición. Cuando sufrimos oposición, experimentamos y disfrutamos a Cristo. Al experimentarlo y disfrutarlo de esta manera, llegamos a conocerlo en nuestra experiencia. Cuanto más pasamos por la muerte, más disfrutamos del poder de la resurrección de Cristo; y cuanto más disfrutamos del poder de la resurrección, más conocemos a Cristo por experiencia. En otras palabras, el Cristo cuya vida se describe en los cuatro Evangelios vive Su vida nuevamente en nosotros y lo hace de la misma manera. Por lo tanto, lo conocemos a Él, así como también el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. De este modo, el Cristo que se revela en los Evangelios llega a ser nuestra experiencia y a medida que Él repite Su vida en nosotros seguimos Sus pisadas. Debido a que Él repite Su vida en nosotros, nosotros llegamos a ser uno con Él al seguir Sus pisadas. Le seguimos al disfrutarle y al ser uno con Él. Esto significa que incluso le seguimos en Su vida de sufrimientos. ¡Cuán maravilloso es esto! Si ustedes leen el libro de Hechos una vez más, comprobarán que Pedro, Jacobo, Juan, Pablo y todos los demás apóstoles eran este tipo de personas. El Cristo que se revela en los Evangelios vivió nuevamente en el libro de Hechos. En los Evangelios, Cristo se manifestó en el vivir de Jesús; en Hechos, se manifestó en el vivir de los apóstoles; y ahora Él desea expresarse en nuestro vivir.

CONOCER A CRISTO EN NUESTRA EXPERIENCIA

  No sólo debemos conocer a Cristo por revelación, de modo que obtengamos la excelencia del conocimiento de Cristo, sino también conocerle al disfrutarle, experimentarle, siendo uno con Él y permitiendo que Él viva en nuestro ser y camine con nosotros. De esta manera, no sólo lo conoceremos de una manera externa y objetiva, sino que además, lo conoceremos de una manera personal y subjetiva. De este modo le conoceremos tanto por revelación como por experiencia. Finalmente, Él llegará a ser nosotros y nosotros llegamos a ser Él. Esto nos permitirá declarar junto con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21), y también podremos declarar que Cristo es magnificado en nosotros. De esto trata el libro de Filipenses. Este libro revela cómo nosotros podemos conocer a Cristo en términos de nuestra experiencia. Nos habla de cómo podemos conocerlo a Él, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. A medida que lleguemos a conocerle de esta manera, podremos decir: “Cristo es magnificado en mí. Porque para mí el vivir es Cristo”. Entonces, también diremos: “¡Oh, que pueda ganar a Cristo y ser hallado en Él!”. Finalmente, como veremos en el siguiente mensaje, podremos declarar: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (Fil. 4:13).

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración