
Ya vimos que por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo debemos estimar como pérdida todas las cosas, a fin de ganar a Cristo y ser hallados en Él, no teniendo nuestra propia justicia que es por la ley, sino la justicia que es Dios mismo manifestado en nuestro vivir (Fil. 3:7-9). El propósito de esto es que nosotros podamos conocerle a Él, como también el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Sin embargo, Pablo no se detiene aquí, sino que continúa diciendo: “Configurándome a Su muerte” (v. 10). La excelencia del conocimiento de Cristo, contar como pérdida todas las cosas, ganar a Cristo, ser hallados en Él, conocerle, conocer el poder de Su resurrección y conocer la comunión en Sus padecimientos, todo ello, tiene como resultado una sola cosa: que seamos configurados a Su muerte. Por consiguiente, la carga en este mensaje consiste en examinar este asunto.
En Filipenses 3 vemos que el apóstol Pablo consideraba la muerte de Cristo un modelo, una forma o un molde. Por ejemplo, cuando las hermanas hacen pasteles o galletas, ponen la masa en un molde. Al ser presionada en el molde, la masa finalmente es conformada al molde. Esto es precisamente lo que Pablo quiere decir aquí. Él consideraba que la muerte de Cristo era un molde y que nosotros éramos la masa que debía ser puesta y presionada en el molde. El resultado de esto es que nosotros llegamos a ser configurados a la muerte de Cristo.
La muerte de Adán es terrible y la aborrecemos; pero la muerte de Cristo es preciosa y deseable, y todos debemos valorarla como un tesoro. Según la Biblia, la maravillosa muerte de Cristo es simbolizada por el bautismo. En los Evangelios el Señor Jesús experimentó dos bautizos: el primero lo experimentó al comienzo de Su ministerio, cuando fue bautizado en agua por Juan, y el segundo lo experimentó al final de Su ministerio, cuando fue bautizado en la cruz. Ambos bautizos representan la preciosa muerte de Cristo.
El bautismo significa tanto sepultura como resurrección. Cuando una persona es bautizada en agua, ella es sepultada. Una persona que cree en el Señor Jesús llega a comprender que está muerta y que, por tanto, necesita ser sepultada. Así pues, nosotros la sepultamos bautizándola en agua. Sin embargo, no la dejamos allí, sino que después de sepultarla de inmediato la levantamos. Bautizar a una persona significa ponerle fin y levantarla significa hacerla germinar. Por lo tanto, el bautismo claramente significa dos cosas: sepultura, que significa poner fin, y resurrección, que significa hacer germinar. Éste es el significado profundo del bautismo según las Escrituras.
El Señor Jesús pasó por dos bautizos. A los ojos de Dios, la justicia más elevada es que seamos bautizados de esta manera. Según Dios, la justicia significa estar bien conforme a los mandamientos de Dios. En la época del Antiguo Testamento, Dios le dio a Su pueblo diez mandamientos. Quien guardara dichos mandamientos, estaría bien a los ojos de Dios y la justicia de Dios estaría con él. Sin embargo, si alguien quebrantaba uno de ellos, tenía que presentar una ofrenda por la trasgresión, a fin de ser restituido a una posición correcta y mantener su justicia delante de Dios. Moisés vino con dos tablas con mandamientos escritos y le mandó al pueblo que guardara los mandamientos para que estuviesen bien con Dios y pudiesen tener la justicia que Dios exigía según Su ley. Sin embargo, Juan el Bautista vino y les dijo a las personas que debían ser bautizadas. Esto nos permite ver que con Juan la dispensación había cambiado. La economía de Dios en el Nuevo Testamento es diferente a la del Antiguo Testamento. Según la economía de Dios en el Antiguo Testamento, Su pueblo tenía que guardar la ley a fin de ser justos delante de Sus ojos. Pero en el Nuevo Testamento Dios no nos exige guardar los mandamientos de la ley, sino que más bien Él ha mandado que seamos sepultados. Eso significa que Él exige que seamos eliminados y germinados. Esto es lo que Dios manda en el Nuevo Testamento. Si alguien en la era de la economía neotestamentaria de Dios se niega a ser bautizado, es una persona que se rebela al mandato de Dios. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento ser bautizados es cumplir la justicia más elevada.
Es por ello que en Mateo 3 el Señor Jesús dijo que tenía que ser bautizado a fin de cumplir toda justicia (v. 15). De joven, me inquietaba mucho este pasaje de la Palabra, pues no podía entender por qué Jesús, el Hijo de Dios, tenía que hacer algo para cumplir toda justicia. Me parecía que Él ya era perfecto y completo, y no necesitaba ser bautizado. Pero Dios, en Su economía neotestamentaria, desea que nosotros seamos eliminados a fin de que recibamos a Aquel que nos hará germinar. En otras palabras, en el Nuevo Testamento la justicia que Dios exige es que nosotros vivamos, no por nosotros mismos, sino por Dios.
Una vez más, usemos el ejemplo de la vida matrimonial. Supongamos que una esposa guarda los mandamientos de su esposo y hace todo conforme a ellos. Ella hace todo lo que su esposo le pide que haga. Aunque esta persona puede ser muy buena esposa, con todo, no es muy dulce ni afable. La esposa más afable es aquella que no sólo guarda los mandamientos de su esposo sino que además vive por la vida de él. Entre estas dos cosas hay una gran diferencia. Sin embargo, es imposible que una esposa pueda vivir por la vida de su esposo debido a que él no puede entrar en ella y ser su vida. Pero nuestro Esposo divino, el Señor Jesús, ha entrado en nosotros para ser nuestra vida. En el Nuevo Testamento Dios no nos manda que hagamos esto o aquello, sino simplemente que vivamos por Él. Moisés vino con los mandamientos de Dios, pero Jesucristo vino con el propio Dios. Por consiguiente, lo único que Dios quiere es que nosotros vivamos por Él.
Vivir por Dios exige que muramos. Mientras nosotros sigamos viviendo, nos será imposible vivir por la vida de otra persona. Algunas esposas son muy buenas y legalistas, y hacen todo lo que sus esposos les dicen que hagan; pero muchas veces tienen una actitud crítica para con sus esposos. La mejor esposa es la que vive en la persona de su esposo, que es conforme al corazón y deseo de su esposo. Una esposa así no vive ni hace nada por su propia cuenta, sino que vive y hace las cosas en su esposo y en virtud de él. Aunque su esposo literalmente no puede entrar en ella y ser su vida, con todo, ella vive por él. La esposa que vive de esta manera es una esposa dulce y encantadora.
En el Antiguo Testamento, Dios envió a Moisés al pueblo con diez mandamientos. Pero en el Nuevo Testamento Dios envió a Su Hijo y lo introdujo en Su pueblo para que ellos vivan, no por sí mismos, sino por Dios. Este vivir es la justicia más elevada, la justicia que se requiere para entrar al reino de los cielos, la justicia que supera la justicia de los fariseos y la justicia que es según la ley de Dios (Mt. 5:20). Esta justicia supera la justicia de los fariseos porque es conforme a Dios mismo. De hecho, es Dios mismo manifestado en nuestro vivir.
El Señor Jesús fue el primero en vivir de esta manera; Él no vivió por Sí mismo, sino por Dios. Por ello, cuando salió a llevar a cabo Su ministerio, lo primero que hizo fue ir a Juan el Bautista para guardar el mandamiento de Dios de ser terminado en el bautismo. Esto era un símbolo de Su muerte, la cual puso fin a Su vida humana. Su muerte puso fin a Su vida humana para que la vida divina pudiera actuar en Él. En todos los años que estuvo en la tierra, Él vivió, se comportó, actuó y procedió en todo por Dios, no por Sí mismo. En el bautismo Él sepultó Su vida humana y fue resucitado en la vida divina. Por consiguiente, Él era una persona que mantenía Su vida humana en la muerte del bautismo, la cual sepultaba Su vida humana y lo resucitaba a Él en la vida divina. Al respecto el Señor Jesús no vivió conforme a la ley, pues vivió por Dios mismo. En Juan 6:57 Él dijo: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Esto no tiene que ver con el hecho de conducirse conforme a leyes y preceptos, sino con el hecho de vivir por Cristo. Vivir de esta manera indica que nos encontramos en el molde de la muerte de Cristo.
El Señor Jesús tenía una vida humana; sin embargo, al responder a lo establecido por Dios, Él no vivió por Su vida humana, sino en virtud de Dios mismo. En lugar de guardar la ley, Él vivía por Dios, pues lo único que le interesaba era Dios mismo, no cumplir ciertos requisitos, preceptos o mandamientos. El Señor Jesús no vivía simplemente conforme a los mandamientos de Su Padre, sino que vivía conforme al Padre mismo. Vivir de esta manera exige que se nos de fin. Éste es el modelo, el molde, de la muerte de Cristo al cual estamos siendo conformados.
Si vemos esto, comprenderemos cuán lejos de la meta se encuentran los cristianos hoy en día. La mayoría de ellos se encuentra todavía en la economía del Antiguo Testamento, sujetos a lo que Dios decretó en el pasado. Pero en el Nuevo Testamento no debemos someternos más al viejo decreto, sino más bien cumplir el nuevo decreto, según el cual no debemos vivir más por nosotros mismos, sino por Cristo. Mientras vivamos por Cristo, todo lo que hagamos y adondequiera que vayamos estará bien, porque en realidad no somos nosotros quienes hacen cierta cosa o van a cierto lugar, sino Cristo quien vive en nosotros. En el pasado muchos de nosotros pensábamos que ser cristiano simplemente consistía en hacer todo lo que Dios nos ha pedido hacer. Pero eso es según la economía del Antiguo Testamento, no según la economía del Nuevo Testamento. En la economía neotestamentaria Dios no nos pide que hagamos ciertas cosas, sino que vivamos por Él. Si hacemos las cosas conforme a los mandamientos de Dios, eso no nos exige morir, puesto que aún somos necesarios para hacer algo. Sin embargo, vivir por Dios exige que nosotros muramos, no que hagamos algo. En cierto sentido, Dios nos necesita, pero en otro sentido, Él no nos necesita. Él no necesita que hagamos nada, pero sí que nosotros muramos. Dios sólo necesita que vayamos a la cruz y muramos. Para aprender esta lección no busque a un catedrático para ser instruido; más bien, vaya a Juan el Bautista para que se le de fin.
El Señor Jesús no fue la excepción a esto. Cuando vino a Juan el Bautista, Juan al principio quiso negarse a bautizarlo, pero el Señor le dijo: “Permítelo por ahora, pues conviene que cumplamos así toda justicia” (Mt. 3:15). El Señor Jesús tenía que ser sepultado y resucitado por Dios para vivir, no por Sí mismo, sino por Dios. Ésta era la justicia más elevada. Por ejemplo, la mejor esposa es la que vive por su esposo, no por sí misma. Esto es lo que Dios desea hoy. Él quiere que no hagamos nada; lo único que Él desea es que nosotros muramos a nuestra propia vida y expresemos Su vida. Ésta es la justicia que es Dios mismo.
Antes de empezar Su ministerio, el Señor Jesús experimentó este tipo de muerte. Durante todo el tiempo que estuvo en la tierra, Él no vivió por Sí mismo, sino que en vez de ello, vivió siempre por el Padre y dijo: “No puedo Yo hacer nada por Mí mismo” (Jn. 5:30). El Señor había sido sepultado. ¿Cómo puede hacer algo una persona que ha sido sepultada? Supongamos que usted hubiera sido sepultado. ¿Qué podría hacer? Si todavía puede hacer algo, eso indicaría que no ha sido sepultado. Nuestro estatus debe ser el de una persona que ha sido eliminada y sepultada, alguien que no puede hacer nada por sí misma. El Señor Jesús parecía decir: “No puedo hacer nada por Mí mismo. Cuando salí a ministrar, Yo fui bautizado, sepultado, bajo el agua. Ahora, puesto que he sido sepultado, ¿cómo podría hacer algo?”.
¡Aleluya, pues donde hay sepultura, hay resurrección! Lo que es sepultado es la vida humana, y lo que es resucitado es la vida divina. Debido a que Él fue sepultado y resucitado, el Señor Jesús no vivió por Su vida humana sino por la vida divina. El Señor Jesús lo hizo todo por el Padre que vivía en Él (Jn. 14:10), viviendo como alguien que había sido sepultado. De este modo, el poder de la resurrección siempre lo acompañaba.
Al final de Su ministerio, el Señor Jesús murió físicamente en la cruz. Cuando los dos hijos de Zebedeo se acercaron a Él buscando que les concediera una posición privilegiada, Él dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que Yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?” (Mr. 10:38). Cuando ellos le dijeron: “Podemos”, Jesús les dijo: “La copa que Yo bebo, la beberéis, y con el bautismo con que Yo soy bautizado, seréis bautizados” (v. 39). En el libro de Hechos vemos que los apóstoles en efecto fueron bautizados de esta manera. Todos ellos fueron sepultados y resucitados. Por ejemplo, en Hechos Pedro no vivió por su vida humana, sino por la vida divina. Él permanecía en la muerte de Cristo y era continuamente conformado a ella.
Ya vimos que al final de Su vida, el Señor Jesús literalmente entró en la muerte y fue sepultado. Pero después de Su sepultura física, en donde se le dio fin de forma absoluta y completa, Él fue resucitado corporalmente. Mediante Su resurrección, la vida divina que estaba en Su interior fue completamente liberada. De este modo, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Luego, como Espíritu vivificante, Él entró en los discípulos e infundió en ellos Su vida, la vida que siempre vivió bajo la muerte de cruz. Esto los capacitó para que vivieran según la forma, el modelo, el molde, de la muerte de Cristo. Fue así como el apóstol Pablo pudo declarar: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Pablo vivía, no por su propia vida, sino por Cristo, quien era su vida.
Es importante que veamos la diferencia entre hacer algo y morir a fin de vivir a Cristo. Hacer cosas es conforme al viejo decreto, pero morir para vivir a Cristo es conforme al nuevo decreto. Como ya vimos, hoy Dios no desea que hagamos nada; lo único que Él desea es que nosotros muramos a fin de vivir a Cristo. Eso es lo que significa ser configurados a la muerte de Cristo. Esta visión debe regularnos. Por ejemplo, cuando usted va a expresarle su amor a alguien, debe considerar si lo ama por usted mismo o si lo ama por Cristo. Lo mismo se aplica al hecho de predicar el evangelio. ¿Predica usted el evangelio por usted mismo o por Cristo? Dios no quiere que usted predique el evangelio por sí mismo, sino que lo predique por Cristo. Usted debe poder decir: “No soy yo quien predica el evangelio, sino Cristo”. Debemos llevar una vida en la que continuamente experimentemos la muerte de Cristo hasta la redención de nuestro cuerpo, hasta que literal y completamente hayamos sido terminados y hayamos entrado en la resurrección con la vida divina. Hasta que eso suceda, debemos vivir regidos por el principio de permitir que nuestra vida humana sea sepultada a fin de vivir por la vida divina, que es Cristo mismo. Hacer esto es ser configurados a la muerte de Cristo.
Todos estamos en el proceso de ser configurados a la muerte de Cristo. La muerte de Cristo es el modelo, el molde, que debemos aplicar a nuestro vivir diario. Nuestro propio ser debe ser configurado a Su muerte. Esto significa que nuestra vida humana debe estar siempre bajo la muerte, a fin de no comportarnos más según nuestra vida humana, sino conforme a Cristo.
A medida que seamos configurados a la muerte de Cristo, nos sobrevendrán tentaciones que nos inducirán a vivir por nosotros mismos, no por la vida divina que está en nosotros. En Juan 12 el Señor Jesús afrontó este tipo de tentación. Después de la resurrección de Lázaro, muchos judíos habían llegado a creer en Él. Las multitudes que estaban en Jerusalén para celebrar la Pascua escucharon de este milagro e incluso vieron a Lázaro resucitado. Cuando el Señor Jesús vino a Jerusalén, le dieron una bienvenida muy cálida. Incluso los fariseos dijeron que todo el mundo ahora iba tras Él (Jn. 12:19). Aparentemente, aquello fue un periodo dorado para el Señor Jesús, el hombre de Nazaret. Algunos judíos que habían venido de Grecia querían verle, y como no se atrevían a acercarse al Señor directamente, le pidieron a Felipe que hablara por ellos. Cuando el Señor Jesús escuchó que ellos deseaban verle, dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (v. 24). El Señor Jesús no se sintió emocionado con la cálida bienvenida que le habían dado. En lugar de ello, dijo que Él caería en la tierra y moriría. Él había venido a Jerusalén, no para que le dieran la bienvenida, sino para morir a fin de que los muchos granos pudieran ser producidos.
En Juan 12:25 el Señor Jesús dijo: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará”, en el versículo siguiente añadió: “Si alguno me sirve, sígame; y donde Yo esté, allí también estará Mi servidor”. El Señor Jesús está en la muerte, y todos aquellos que deseen servirle deben seguirle allí. El énfasis del Señor era que nosotros en todo momento debemos vivir, actuar y proceder bajo la muerte a fin de terminar nuestra vida humana, para ser germinados con la vida divina a fin de vivir en la manera que Dios desea. Ésta es la clase de vida que nosotros debemos vivir hoy. En esto consiste la justicia más elevada.
Incluso el Señor Jesús fue tentado a vivir conforme a Su vida humana en lugar de vivir conforme a la vida divina. Mientras estamos en el proceso de ser configurados a Su muerte, seremos tentados una y otra vez a alejarnos de la vida crucificada. El objetivo de las tentaciones es inducirnos a que dejemos la vida crucificada y vivamos nuevamente por nuestra vida natural. Cuando seamos tentados, debemos decir: “Yo no soy la excepción. Si no muero, no podré llevar fruto ni liberar la vida divina. A menos que muera, no podré expresar a Cristo en mi vivir ni decir: ‘Para mí el vivir es Cristo’. Por lo tanto, debo mantenerme continuamente bajo la muerte del bautismo y ser configurado a la muerte de Cristo”.
Ser configurados a la muerte de Cristo es el resultado de todo lo que hemos mencionado en Filipenses 3. Lamento que sean tan pocos los cristianos que han visto esto. Cuanto más obtengamos la excelencia del conocimiento de Cristo, más seremos configurados a Su muerte. Cuanto más lo conozcamos a Él, así como también el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, más seremos configurados a la muerte de Cristo. Es cuando somos configurados a la muerte de Cristo que disfrutamos a Cristo, la vida divina, y expresamos a Dios en nuestro vivir como nuestra justicia. Es de esta manera que experimentamos a Cristo.