
En Filipenses 3:10 vemos que Pablo deseaba ser configurado a la muerte de Cristo; y en el versículo 11 habla de la superresurrección de entre los muertos. En estos dos versículos se mencionan la muerte y la resurrección. La muerte de la que se habla en el versículo 10 no es una muerte negativa, la muerte de Adán, sino una muerte positiva y preciosa, la muerte de Cristo el Salvador. Además, la resurrección mencionada en el versículo 11 no es una resurrección cualquiera, sino una resurrección extraordinaria, una resurrección sobresaliente. Es por ello que Pablo la llama la superresurrección. Así que, los versículos del 8 al 11, los cuales son una larga frase en griego, dan por resultado dos cosas: la muerte preciosa de Cristo y la superresurrección de entre los muertos.
En el versículo 8 Pablo habla de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús el Señor. A fin de obtener la excelencia del conocimiento de Cristo, necesitamos recibir la visión, la revelación, de Cristo. Si recibimos esta visión, veremos que no hay ningún punto de comparación entre Cristo y la ley. También estimaremos todas las cosas como pérdida a fin de ganar a Cristo y ser hallados en Él en una condición en la cual no tenemos una justicia procedente de nosotros mismos, sino una justicia que es Dios mismo manifestado en nuestro vivir. Entonces conoceremos a Cristo por experiencia, y también conoceremos el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Todo esto da por resultado la muerte preciosa de Cristo y la superresurrección de entre los muertos. Los cristianos hoy en día no conocen adecuadamente la preciosa muerte de Cristo ni la resurrección extraordinaria. Sin embargo, si queremos experimentar a Cristo de una manera adecuada, debemos conocer estos asuntos.
En este mensaje quisiera compartirles acerca la muerte de Cristo que logró todo. La muerte de Cristo es preciosa porque logró muchas cosas por nosotros. Entre los cristianos se predica principalmente el aspecto redentor de la muerte de Cristo, pero casi no se menciona ningún otro aspecto. Sin embargo, conforme al Nuevo Testamento, Su muerte tiene más que un solo aspecto. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Este versículo muestra que el Cordero de Dios, nuestro Redentor, moriría en la cruz para quitar nuestros pecados. Nosotros creemos en esto, y alabamos al Señor por ello. De hecho, en nuestro himnario tenemos muchos himnos que hablan de la muerte redentora de Cristo. Creemos firmemente que Cristo, el Cordero de Dios, murió en la cruz como nuestro sustituto para quitar nuestros pecados. Sin embargo, en el Evangelio de Juan también encontramos otros aspectos de la muerte de Cristo.
En Juan 3:14 el Señor Jesús le dijo a Nicodemo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. La serpiente de bronce tenía sólo la forma de una serpiente, mas no su naturaleza venenosa. Según las palabras del Señor, la serpiente de bronce tipificaba al Señor mismo. En otras palabras, Él iba a ser levantado en la cruz como la serpiente de bronce fue levantada en un asta (Nm. 21:8-9). Por lo tanto, el Evangelio de Juan revela que Cristo iba a morir como el Cordero para quitar nuestros pecados y lograr nuestra redención, y también revela que Él iba a morir en la forma de una serpiente para eliminar el veneno de la serpiente en nosotros. Este aspecto de la muerte de Cristo está relacionado con el pecado. No tiene que ver con la redención, sino que elimina la naturaleza venenosa de la serpiente, Satanás; elimina la naturaleza satánica de nuestro ser.
Un tercer aspecto de la muerte de Cristo se halla en Juan 12:24, que dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Con relación a la muerte de Cristo, Juan usa tres figuras: el Cordero, la serpiente de bronce y el grano de trigo. El grano de trigo alude al aspecto multiplicador de la vida hallado en la muerte de Cristo. Por lo tanto, tenemos el aspecto de la redención, el aspecto de quitar el veneno serpentino y el aspecto de la multiplicación de la vida divina. El grano de trigo que cae en la tierra y muere multiplica la vida divina. Debido a que somos seres pecaminosos, necesitamos a Cristo como el Cordero. Debido a que tenemos una naturaleza serpentina, lo necesitamos a Él en la forma de una serpiente para que destruya la naturaleza de Satanás que se encuentra en nuestro ser. Sin embargo, si Él simplemente quitara nuestros pecados y nuestra naturaleza serpentina, y no impartiera nada en nosotros, seguiríamos vacíos. Por consiguiente, necesitamos el tercer aspecto de la muerte de Cristo, el aspecto que libera la vida contenida en Él y la imparte en nosotros. Cuando nuestros pecados son quitados, cuando nuestra naturaleza serpentina es eliminada y cuando la vida divina es impartida en nuestro ser, ya no estamos vacíos. Todo esto es el resultado de la muerte de Cristo. Debido a que la muerte de Cristo incluye tantos aspectos, la podemos describir como la muerte que todo lo logró. Ahora debemos ver detalladamente mas de lo que logró la muerte de Cristo por nosotros.
Además de lograr la redención, la muerte de Cristo logró doce cosas por nosotros. La primera de ellas es que la muerte de Cristo liberó la vida divina. Considere un grano de trigo. Si guardamos un grano de trigo en un recipiente, éste quedará solo; nada le sucederá. A fin de que la vida contenida en el grano de trigo pueda ser liberada y multiplicarse, el grano tiene que morir. Hemos mencionado que en Juan 12 Cristo estaba en el mejor momento de su ministerio. Él había realizado un gran milagro al levantar a Lázaro de entre los muertos, y a causa de ello muchos judíos habían creído en Él. Cuando Él estaba cerca y listo para entrar en Jerusalén, salió a recibirlo una gran multitud muy entusiasmada. Incluso los fariseos pensaron que habían perseguido al Señor en vano porque ahora todo el mundo iba tras Él (v. 19). A todo predicador del cristianismo le gustaría tener un número tan grande de seguidores. Sin embargo, el Señor Jesús no se sintió emocionado con la bienvenida que le dio la multitud. Por ello, cuando Felipe le dijo que los griegos querían verle, respondió: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. El Señor Jesús parecía estar diciendo: “Felipe, esa bienvenida no me importa. En lugar de ello, estoy dispuesto a caer en la tierra y morir”.
Si yo hubiera sido Felipe, me habría sentido muy desilusionado y probablemente habría dicho: “Señor, me siento muy emocionado porque ésta es Tu época dorada. Por tres años y medio, Tú has sido rechazado, atacado, despreciado y perseguido, y ahora las multitudes te dan la bienvenida. Lázaro está aquí como un gran testimonio, y todos están convencidos y subyugados. Incluso los griegos desean verte. Pero Tú, en vez de mostrarte emocionado, hablas de un grano de trigo que cae en la tierra y muere. ¿Qué quieres decir con esto?”.
Aunque en efecto había una gran multitud, la pregunta que debemos hacernos es esta: ¿Hay algo de vida en esa multitud, en ese gran número de seguidores? No, la vida que estaba en el Señor como grano de trigo aún no había sido liberada e impartida en ellos. Por lo tanto, el Señor parecía decir: “Yo tengo vida en Mí mismo, pero esta vida aún no ha sido liberada e impartida en ellos. Yo soy el grano de trigo que contiene vida, pero la multitud no tiene vida. Únicamente por medio de la muerte puede la vida que está en Mí ser liberada y ser impartida en ellos. Felipe, no hay otra manera. Tú te sientes muy emocionado con esa bienvenida, con esa multitud de seguidores; pero no debes prestar atención a todo ese entusiasmo ni a esa multitud. Es necesario es que Yo muera para que la vida que está en Mí pueda ser liberada e impartida en ellos. Felipe, incluso tú necesitas Mi muerte. Aunque has estado siguiéndome por tres años y medio, todavía no tienes Mi vida dentro de ti. La vida divina está encerrada y confinada en Mí. Así que debo caer en la tierra y morir para que dicha vida pueda ser liberada y producir muchos granos. Yo ahora soy el único grano; pero después de Mi muerte, todos ustedes vendrán a ser granos igual que Yo. Felipe, no te sientas emocionado por todo lo que está sucediendo. Lo que necesitas es la vida. Tú necesitas que Yo muera para que puedas tener vida”.
En Lucas 12:50 el Señor Jesús dijo: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”. Son muy pocos los cristianos que entienden este versículo. Cuando el Señor Jesús salió a ministrar, Él fue bautizado por Juan. Pero en este versículo dijo que Él aún necesitaba ser bautizado de un bautismo y que se angustiaba hasta que éste se cumpliera. La palabra angustio en este versículo significa constreñir. Mientras el Señor Jesús estaba en Su humanidad, Él estaba constreñido, es decir, se encontraba en un lugar estrecho. Esto significa que Él estaba restringido y que no podía ser liberado. Dentro de Él se encontraba algo ilimitado, inconmensurable y eterno. Esto era la vida divina. La vida divina que estaba en Él estaba comprimida, puesta en estrecho, constreñida y confinada. En otras palabras, estaba limitada. Esta limitación sólo podía ser quitada mediante el bautismo de la muerte en la cruz. Sólo entonces la vida divina, ilimitada y eterna que estaba en el Señor podría ser liberada.
En 1933 el hermano Nee me regaló un libro que se titulaba The Release of the Lord [La liberación del Señor]. Este libro era acerca de Juan 12:24 y Lucas 12:50. No tengo palabras para expresar cuánta ayuda recibí de ese libro. El día que lo leí sentí que la muerte de Cristo no sólo tenía como fin la redención, sino también liberar e impartir la vida divina que estaba dentro de Él. Su muerte no solamente liberó la vida de Dios que estaba encerrada en Él, sino que también la impartió en nosotros, de modo que llegásemos a ser granos de trigo iguales a Él. El Señor Jesús dijo que si el grano de trigo caía en la tierra y moría, produciría muchos granos. Sin duda alguna los muchos granos son iguales al único grano. Por lo tanto, nosotros, los granos que fueron producidos por la muerte de Cristo, somos iguales a Cristo. ¡Aleluya, Él era el único grano y nosotros somos los muchos granos!
La única diferencia entre el único grano y los muchos granos es que Él estuvo dispuesto a caer en la tierra, y nosotros no. En lugar de caer en la tierra para morir, nosotros deseamos ser enaltecidos. Sin embargo, si somos enaltecidos, no podrá haber multiplicación. La única manera en que un grano puede multiplicarse es que caiga en la tierra y muera. De lo contrario, permanecerá solo, aunque quizás en un lugar muy encumbrado. Todos los verdaderos cristianos son granos, pero no muchos están dispuestos a caer en la tierra para morir. Hace algunos años había miles del “pueblo de Jesús”, pero, ¿dónde se encuentran todos ellos hoy? Había una multitud muy numerosa, pero había muy poca vida, debido a que muy pocos habían experimentado la muerte de Cristo.
Una estrofa de uno de nuestros himnos dice así:
Cuando vemos la cosecha Tan dorado su esplendor Nos recuerda las semillas Que la tierra consumió
A fin de obtener una cosecha, se requiere que muchas semillas caigan en tierra y mueran. Sin embargo, ¿quién está dispuesto a morir? En lugar de morir, la mayoría prefiere recibir gloria. Por esta razón, la vida no es impartida en otros. Es fácil congregar a una gran multitud, pero es difícil impartir vida a los demás, pues para ello hay que morir. Ésa es mi carga en este mensaje. En el recobro del Señor no necesitamos una multitud, sino la muerte que libera la vida. Necesitamos experimentar este aspecto de la muerte de Cristo.
Ser configurados a la muerte de Cristo es experimentar a Cristo de forma real y práctica. Experimentar a Cristo al máximo grado implica morir y ser configurados a Su muerte. Al ser configurados a la muerte de Cristo experimentamos al Cristo que liberó Su vida divina. No debemos contentarnos simplemente con el incremento numérico; más bien, debemos preocuparnos por cuánta vida reciben los nuevos creyentes por medio de nuestro impartir, y por cuánta vida estamos infundiendo en los demás. Esta infusión de vida no depende de nuestra destreza, fuerza ni enseñanza, sino más bien de que seamos configurados a la muerte de Cristo. Necesitamos ser configurados a Su muerte a fin de que la vida divina que está dentro de nosotros pueda ser liberada e impartida en otros. El tiempo confirmará cuánta vida impartimos en los demás. Tal vez podamos conmover y entusiasmar a la gente, pero lo que verdaderamente cuenta es cuánta vida permanece en ellos después de algunos años.
La vida es duradera, es perdurable. Todo lo que no permanece no es vida, sino algo de las emociones o el entusiasmo. Quisiera subrayar que al Señor Jesús no lo entusiasmaban las multitudes; Él prefirió caer en la tierra y morir para que la vida pudiera ser impartida en otros. Él tenía que pasar por un bautismo, y se angustiaba hasta que esto se cumpliera. El Señor parecía estar diciendo: “Yo estoy oprimido, limitado y confinado. La vida divina que está en Mí es eterna e inconmensurable, pero se encuentra confinada en la cáscara de Mi humanidad. Por esta razón, necesito ser bautizado, a fin de que la cáscara de Mi humanidad sea quebrantada y la vida divina que está en Mi interior pueda ser liberada”. Este mismo principio se aplica a nosotros hoy; no hay otra manera de experimentarlo que ser configurados a Su muerte.
En el cristianismo de hoy se llevan a cabo grandes campañas de avivamiento, en las cuales miles o incluso millones de personas afirman haber sido salvas. Pero, ¿dónde está el poder de la llamada iglesia? Realmente tiene tan poco poder, debido a su escasez de vida. Es difícil determinar quién es cristiano y quién en realidad no lo es. No debemos repetir la historia del cristianismo. La única manera de evitar ser parte de esa historia es que muramos. Debemos orar, diciendo: “Señor, concédeme la gracia para estar dispuesto a morir. Señor, deseo seguirte. Tú has prometido que dondequiera que estés, allí también estarán Tus siervos. Señor, ya que Tú estás en muerte, también nosotros debemos estar en ella”. ¡Cuánto necesitamos que la vida divina que está en nuestro interior sea liberada! Por esta razón, todos necesitamos morir. Yo tengo que ser bautizado de un bautismo, y me siento comprimido hasta que esto se cumpla. Necesito ser liberado mediante la muerte, al caer en la tierra y morir. ¡Aleluya, Cristo murió! Y por medio de la muerte, este único grano llegó a ser los muchos granos.
La muerte del Señor no sólo libera la vida divina, sino que también la multiplica. Lamento que a través de años no les he ministrado suficiente vida, y por eso aún estamos carentes de vida. Esta carencia de vida probablemente se debe al hecho de que yo no he muerto lo suficiente. La vida proviene de la muerte. La vida divina se encuentra en nosotros, pero la medida en que esta vida se multiplica depende de cuánto hemos experimentado la muerte. Cuanto más experimentamos la muerte, más vida será liberada de nosotros. Únicamente la muerte puede producir la multiplicación de la vida divina; el poder no puede lograrlo. Los cristianos de hoy centran su atención en el poder, y no en la vida. Pero solamente la muerte de Cristo puede multiplicar la vida.
A través de la muerte de Cristo, el Padre es glorificado (Jn. 12:28; 13:31). La muerte de Cristo glorificó al Padre debido a que ella liberó la vida divina. La liberación de la vida divina desde el interior de Jesús, fue la glorificación de Dios. La gloria es Dios liberado y expresado. Por tanto, cada vez que se libera la vida divina dentro de nosotros, Dios es glorificado. La única manera en que podemos glorificar a Dios es morir. Cuanto más somos configurados a la muerte de Cristo, más glorificamos al Padre. A muchos cristianos se les ha enseñado que la manera de glorificar a Dios es comportarse correctamente. Sin embargo, cuanto mejor se comporta una persona, más gloria recibe ella misma, y no le da ninguna gloria a Dios. La única manera en que podemos glorificar a Dios es que seamos configurados a la muerte de Cristo. Entonces espontáneamente la vida divina que está en nuestro interior será liberada, y Dios el Padre, la fuente de esta vida, será glorificado.
Otro logro que se obtiene por la muerte de Cristo es la salvación de nuestra alma (Jn. 12:25). La única manera de salvar nuestra alma es morir. Cuanto más morimos con Cristo, más salvamos nuestra alma.
Por medio de la muerte de Cristo, la gente es atraída a Él. Después de decir a Felipe que moriría como un grano de trigo que cae en la tierra, el Señor añadió: “Yo, si soy levantado de la tierra, a todos atraeré a Mí mismo” (Jn. 12:32). La palabra levantado hace referencia a la muerte del Señor en la cruz. Por medio de Su muerte, el Señor iba a atraer los hombres a Sí mismo. El verdadero factor que atrae a otros es la muerte. Cuando nosotros experimentamos la muerte de Cristo y somos configurados a ella, nos convertimos en un imán que atrae las personas a Cristo. La muerte de Cristo en la cruz es atractiva y encantadora. Esta atracción, la atracción apropiada, no consiste en conmover los sentimientos de las personas, sino que más bien es una atracción producida por la liberación de la vida. Cuando las personas tengan contacto con nosotros, ellas deben sentirse atraídas por la vida divina, y notar que en nosotros hay algo diferente que nunca han visto en las personas mundanas. Hay algo celestial y divino dentro de nosotros, y ese algo es la vida crucificada con su poder atrayente. Toda persona crucificada es un imán. Dondequiera que estemos debemos experimentar a Cristo de esta manera.
La muerte de Cristo también juzga el mundo. En Juan 12:31 el Señor Jesús dijo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. El mundo es un sistema satánico, una organización satánica. Lo único que puede juzgar este sistema satánico es la muerte de Cristo. Cuando Cristo murió en la cruz, Su muerte espontáneamente juzgó el sistema satánico de la organización mundial.
Además, como dice Juan 12:31, la muerte de Cristo echa al príncipe de este mundo. Cuando Cristo murió en la cruz, Él echó a Satanás. Si nosotros por nuestra propia fuerza procuramos rechazar el mundo o luchar en contra del príncipe de este mundo, fracasaremos. La mejor manera de vencer el mundo y de derrotar a Satanás es ser configurados a la muerte de Cristo. Si estamos dispuestos a ser configurados a la muerte de Cristo, seremos victoriosos sobre el mundo y Satanás.
Hebreos 2:14 revela que la muerte de Cristo destruye al diablo. Este versículo dice: “Por cuanto los hijos son participantes de sangre y carne, de igual manera Él participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Por medio de la muerte, Cristo no sólo destruyó al diablo, sino también la muerte. Puesto que el que tenía el imperio de la muerte fue destruido, la muerte también ha sido destruida. Esto fue logrado por medio de la muerte de Cristo en la cruz.
La muerte de Cristo también anuló las ordenanzas (Col. 2:14). No es nada sencillo renunciar a las ordenanzas. Si renunciáramos a una ordenanza, de inmediato crearíamos otra. Si no existiera el yo ni la carne, sería imposible que hubiera ordenanzas. Por esta razón, la mejor manera de anular las ordenanzas es crucificar la carne y el yo. Cada ordenanza es establecida por la carne o por el yo. Esto indica que el problema en realidad no son las ordenanzas, sino el yo y la carne. Por medio de Su muerte en la cruz, Cristo anuló todas las ordenanzas que eran conforme a la ley. A fin de que el nuevo hombre fuera creado, las ordenanzas tenían que ser anuladas (Ef. 2:15). Sin embargo, son pocos los cristianos que han visto esto. Es por ello que hay tantas ordenanzas en el cristianismo de hoy. Con el paso de los años, el yo y la carne han ido creando más y más ordenanzas. Debemos, por tanto, tomar medidas en cuanto a la carne y el yo para que no haya más ordenanzas. Si somos configurados a la muerte de Cristo, todas las ordenanzas serán anuladas.
Mediante Su muerte que todo lo logra, el Señor Jesús despojó a los principados y potestades (Col. 2:15). Los poderes de las tinieblas están relacionados con nuestra carne. Incluso podemos decir que éstos se resumen en nuestra carne y nuestro yo. En el yo están Satanás y el poder de las tinieblas. No discuta diciendo que los poderes de las tinieblas están en los aires. Es cierto que están en los aires, pero también están relacionados con nuestro yo y con nuestra carne. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él clavó la carne y el yo en la cruz. Al hacer esto, Él también despojó a los principados y potestades.
Supongamos que yo tengo puesta una camisa blanca, y esta tiene unas manchas sucias. La mejor manera de deshacerme de esas manchas es que me quite la camisa. Si me quito la camisa, me quitaré también las manchas. Nuestra carne y nuestro yo son como una camisa blanca. Dios creó esta camisa blanca, pero Satanás hizo que sobre ella aparecieran manchas sucias, las cuales son los principados y potestades. La mejor manera de deshacernos de estas manchas es quitarnos la camisa, es decir, eliminar la carne y el yo.
Usemos nuevamente el ejemplo de la vida matrimonial. Los hermanos a menudo vienen a contarme los problemas que tienen con sus esposas. Así que les digo: “La única forma de eliminar el problema es que usted vaya a la cruz. No trate de corregir a su esposa problemática; más bien, resuelva el problema de su yo que se molesta con ella. Ella tiene un yo que fácilmente se molesta y usted también. Así que en lugar de acabar con el problemático yo de su esposa, resuelva primero el problema de su problemático yo. Si a usted lo entierran en una tumba, ya no se molestará más con su esposa. La razón por la cual usted se molesta con ella es que su yo todavía está muy activo. Su yo quiere tener una esposa maravillosa que haya sido quebrantada por el Señor. Pero yo no me pondré del lado suyo; más bien, me pondré del lado de su esposa para darle muerte a usted, a fin de que su yo sea sepultado. Hermano, si usted está dispuesto a ser sepultado, no habrán problemas”.
La razón por la cual Satanás y los principados y potestades lo perturban a usted es que todavía tiene puesta esa “camisa sucia”. Si se quita esa “camisa” y la deja en la tumba, los poderes malignos también serán despojados. Es de esta manera que Cristo, por medio de Su muerte se despojó de todos los principados y potestades. Cuando Él fue a la cruz en su carne, todos los principados y potestades le siguieron. El Señor parecía decir: “Principados y potestades, síganme. Voy a ir a la cruz. Por medio de Mi muerte en la cruz, los despojaré a ustedes”. Éste es el significado de Colosenses 2:14 y 15.
Por medio de Su muerte, Cristo también crucificó nuestro viejo hombre (Ro. 6:6). Cristo no sólo murió por nuestros pecados, sino también por causa de nuestro yo, que es nuestro viejo hombre, nuestro viejo hombre pecaminoso. Los pecados son la expresión de nuestro viejo hombre, mientras que nuestro viejo hombre es la fuente de nuestros pecados. Este viejo hombre fue crucificado en la cruz de Cristo.
Cuando Cristo fue crucificado, Él también crucificó nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias (Gá. 5:24).
La muerte de Cristo logró muchas cosas positivas y negativas. Todas las cosas negativas fueron eliminadas por la cruz de Cristo. Ésta es la muerte todo-inclusiva, la muerte que todo lo logra. Cuando somos configurados a esta muerte y estamos dispuestos a experimentar este bautismo, todos los aspectos positivos de la muerte de Cristo vendrán a ser una realidad para nosotros, y todas las cosas negativas serán terminadas. Si estamos dispuestos a vivir en esta muerte, no tendremos problemas.