
La mayoría de maestros del cristianismo sabe que Filipenses trata de la experiencia, especialmente nos habla de la experiencia que tenemos de Cristo. Según el orden en que fueron dispuestos los libros del Nuevo Testamento, Filipenses viene después de Efesios, un libro que nos habla acerca del Cuerpo, y antes de Colosenses, un libro que nos habla acerca de la Cabeza. Así que, en medio del Cuerpo y la Cabeza, tenemos la experiencia de Cristo. Esto significa que si queremos avanzar del Cuerpo a la Cabeza, debemos experimentar a Cristo. Esto es un indicio muy claro de que si hemos de conocer la Cabeza, es preciso que experimentemos a Cristo.
En Filipenses Pablo habla acerca de experimentar a Cristo de una manera muy particular. Según nuestros conceptos, a fin de experimentar a Cristo tenemos que resolver los problemas de nuestro pasado, consagrarnos a Cristo, abrir nuestro ser a la unción interior y obedecer la unción. Además de esto, debemos orar mucho y tener comunión con el Señor y unos con otros. Este concepto que tenemos de experimentar a Cristo no está errado; es normal y muy común. Sin embargo, en Filipenses Pablo no está hablando de experimentar a Cristo de esta manera. Me tardó más de cuarenta años entender la manera en que Pablo habla de experimentar a Cristo en Filipenses.
Filipenses 1:5 dice: “Por vuestra comunión en el progreso del evangelio, desde el primer día hasta ahora”, y el versículo 6 añade: “Confiando en esto, que el que comenzó en vosotros una buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. Estos versículos nos muestran que la comunión en el progreso del evangelio es una buena obra, una obra iniciada por Cristo. Cristo llevará a cabo esta obra hasta el día de Cristo Jesús. Filipenses revela el hecho de que la experiencia que tenemos de Cristo es la comunión en el evangelio que tendremos hasta que el Señor Jesús regrese. Observen que en el versículo 5 Pablo no habla de la predicación del evangelio, sino de la comunión en el evangelio. ¿Alguna vez notaron que en el Nuevo Testamento se encuentra la expresión la comunión en el evangelio? Sin duda alguna ustedes escucharon hablar acerca de la comunión del Espíritu, pues es una expresión bastante común. La comunión del Espíritu es un concepto que ya tenemos, mas no la comunión en el evangelio. Desde el momento en que somos salvos hasta cuando el Señor Jesús regrese, nuestra vida cristiana debe ser una vida que predica el evangelio. No estamos aquí para obtener una educación, un trabajo, una familia, ni estamos aquí para ganar dinero ni para obtener una buena reputación o posición. No, estamos aquí para llevar una vida que predica el evangelio, una vida que predica a Cristo. Nuestro vivir debe ser nuestra predicación. Si alguien le pregunta cuál es su ocupación, usted debe responder diciendo: “Mi profesión es la predicación del evangelio”. Por consiguiente, nuestra vida debe ser primordialmente una vida que predica el evangelio. Independientemente de si hablo o estoy en silencio, mi vida, mi vivir, mi ser y toda mi persona debe ser una predicación de Cristo.
Además, la vida que llevamos al predicar el evangelio no debe ser una vida individualista, sino una vida corporativa. Es por eso que tenemos comunión en la predicación del evangelio. La palabra comunión tiene una connotación muy rica. La palabra griega traducida “comunión” es koinonía, que significa comunicación, un intercambio mutuo. En lo que se refiere a la predicación del evangelio, la situación actual es muy deplorable, pues los cristianos no predican el evangelio o lo hacen de manera individualista, no de manera corporativa. Todos los evangelistas son individualistas. Pareciera que cuanto más evangelistas son las personas, más individualistas son. En su predicación del evangelio no tienen comunión. Debido a que no tienen comunión en el evangelio, no experimentan a Cristo.
Aun si resolvemos todos los problemas de nuestro pasado, nos consagramos al Señor y obedecemos la unción interior, no necesariamente experimentaremos mucho a Cristo. Pero si predicamos el evangelio de manera corporativa, experimentaremos a Cristo en gran manera. El libro de Filipenses no habla acerca de resolver los problemas del pasado, de la consagración ni de la unción, pero sí nos habla acerca de la comunión en el evangelio. Me siento muy contento de que entre nosotros hay muchos que son fervientes al predicar el evangelio en las universidades. Sin embargo, me pregunto si al predicar el evangelio tienen la comunión en el evangelio. Si únicamente nos dedicamos a predicar el evangelio, no experimentaremos mucho a Cristo. No experimentamos a Cristo principalmente en la predicación, sino en la comunión. Por lo tanto, necesitamos predicar el evangelio en comunión. Mientras ustedes tengan comunión en su predicación del evangelio, experimentarán a Cristo.
Los seres humanos no somos personas sencillas, sino complicadas y complejas. En el capítulo 1 de Filipenses, un capítulo que nos habla acerca de la comunión en el evangelio, Pablo dice que algunos predicaban a Cristo por envidia, por contienda y por ambición egoísta o rivalidad (vs. 15-16). Algunos dirán: “El mes pasado yo traje más personas al Señor que usted. Además, uno de los que traje al Señor es un catedrático y el otro es un estudiante muy brillante”. Incluso los que se reúnen en la misma iglesia pueden llegar a contender entre ellos en cuanto a la predicación del evangelio. Además, también es posible que compitamos con iglesias que están en otras ciudades. Por consiguiente, después de las contiendas viene la rivalidad. Incluso en algo que es divino como la predicación del evangelio, es posible que haya rivalidades.
Es posible que los que laboran en la predicación del evangelio en una misma universidad compitan entre sí con respecto a quién será el líder. Los que no puedan ser el primero, al menos desearán ser el segundo. ¡Cuán desilusionados se sentirían si se quedaran de último! Este tipo de rivalidad está escondido dentro de nosotros. Cuando esta rivalidad se presenta, no tenemos comunión en el evangelio. Está bien que seamos celosos con respecto a ser los primeros en la escuela, pero no en cuanto a la predicación del evangelio. Al contrario, en la predicación del evangelio, debemos estar dispuestos a no ser nada. Los que predican a Cristo por envidia, por contienda y por rivalidad definitivamente no tienen comunión en el evangelio. No obstante, si no tenemos comunión, no podremos experimentar a Cristo.
Me siento muy contento de que los jóvenes sean tan fervientes para predicar el evangelio en las universidades. Pero ahora debo preguntarles si en la predicación del evangelio ellos están experimentando a Cristo. Pues ello dependerá de si tienen o no comunión en el evangelio. No es nada sencillo tener esta comunión, pues esto exige que nos neguemos a nosotros mismos, así como también a nuestra ambición, reputación o posición. Esto verdaderamente nos mata. La comunión en el evangelio aniquila el yo, la carne y el hombre natural. También pone fin a nuestra ambición, deseos personales, preferencias y gustos. Es por esta razón que la comunión en la predicación del evangelio nos lleva a experimentar a Cristo. Por consiguiente, en las palabras del apóstol Pablo en Filipenses, experimentamos a Cristo primeramente en la comunión en el evangelio.
En segundo lugar, experimentamos a Cristo por medio de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). Observen que en Filipenses 1:19 Pablo no habla del Espíritu de Dios, ni del Espíritu de Jesús, ni del Espíritu de Cristo, sino del Espíritu de Jesucristo. No muchos cristianos conocen el significado de este título. En Génesis 1:2 encontramos la expresión el Espíritu de Dios. En otros libros del Antiguo Testamento se nos habla acerca del Espíritu de Jehová. El Espíritu de Jehová vino sobre ciertos profetas. (La versión King James siempre lo traduce “el Espíritu del Señor”). En el Nuevo Testamento encontramos la expresión el Espíritu Santo. Esta expresión no se usa en el Antiguo Testamento, puesto que está relacionada con la encarnación de Cristo. Cuando Cristo fue concebido en el vientre de María, el ángel dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1:35). Según Mateo 1:20, el ángel del Señor le dijo a José que lo que había sido engendrado en María era del Espíritu Santo. Por consiguiente, primero tenemos el Espíritu de Dios, luego el Espíritu de Jehová y después el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios está relacionado con la creación de Dios, el Espíritu de Jehová con la relación que Dios tiene con el hombre, y el Espíritu Santo con el hecho de que el Hijo de Dios llegara a ser un hombre. Además, Juan 7:39 dice: “No había el Espíritu”. ¿A qué Espíritu se refiere? Se refiere al Espíritu del Jesús glorificado, el cual aún “no había” como tal hasta el momento en que Jesús resucitó. Después de la glorificación de Jesús, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Jehová y el Espíritu Santo, llegó a ser el Espíritu de Jesucristo.
Conforme al griego, en Hechos 16:7 encontramos la expresión el Espíritu de Jesús, y en Romanos 8:9, la expresión el Espíritu de Cristo. Si ustedes leen Hechos 16, se darán cuenta que el Espíritu de Jesús está relacionado principalmente con la predicación del evangelio. No fue el Espíritu de Dios ni el Espíritu de Cristo, sino el Espíritu de Jesús, quien no les permitió ir a Misia. El Espíritu de Cristo se halla en Romanos 8, un capítulo acerca de la vida de resurrección. Por consiguiente, el Espíritu de Cristo está relacionado con la resurrección. En Filipenses 1:19 estas dos expresiones, el Espíritu de Jesús y el Espíritu de Cristo, se combinan en una sola expresión: el Espíritu de Jesucristo. El Espíritu de Jesucristo nos es dado para que experimentemos a Cristo.
Los primeros dos capítulos de Filipenses están relacionados con el Espíritu de Jesús, y los últimos dos están relacionados con el Espíritu de Cristo. Los capítulos 1 y 2 no están relacionados con la resurrección, sino con Jesús. Pero los capítulos 3 y 4 están relacionados con la resurrección. Por ejemplo, Filipenses 3:10 dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección”. Además Filipenses 4:13 dice: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder”. Éste es el Espíritu de Cristo, quien está relacionado con la resurrección. En el primer capítulo de Filipenses se nos habla de la predicación del evangelio. Para poder predicar el evangelio necesitamos al Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús se nos muestra claramente en los primeros dos capítulos. El Espíritu de Jesús no contiende con nadie, ni tampoco rivaliza con otros ni está en enemistad con ellos. Cuando Jesús, el nazareno, estuvo en la tierra, en Él no había ninguna envidia, contienda ni rivalidad. Estas tres cosas negativas se mencionan en el capítulo 1. En este capítulo también hay algunas cosas positivas, tales como la comunión y el hecho de estar en un mismo espíritu y unánimes. ¿Cómo podemos ser uno en el espíritu y en el alma? Esto no se logra por medio de nuestro espíritu, puesto que nuestro espíritu es un espíritu de envidia. Cuando vemos a otros ejercer el liderazgo, nos sentimos envidiosos, y de inmediato empezamos a contender con un espíritu de rivalidad. Aunque nuestro espíritu es así, el Espíritu de Jesús no lo es. Considere la vida que llevó Jesús, la cual se nos presenta en los Evangelios. Su vida era una vida en la cual no había envidias, contiendas ni rivalidades. Así que, únicamente podemos estar unidos en un mismo espíritu y en una sola alma cuando estamos en el Espíritu de Jesús.
Estar unidos en una sola alma significa ser uno en el modo de pensar. La razón por la cual los cristianos no pueden ser uno en el alma es que cada uno desea ser el primero y ninguno está dispuesto a ser el último. Sin embargo, en virtud del Espíritu de Jesús es posible que seamos uno en el alma. Si decimos: “Deseo estar en el Espíritu de Jesús”, de inmediato experimentaremos a Cristo y seremos uno en el espíritu y en el alma con los demás. Entonces combatiremos juntos por el evangelio. La palabra “juntos” [como se usa en algunas versiones] que aparece en Filipenses 1:27 significa que estamos coordinados y que no actuamos de forma individualista, sino corporativa. Cuando todos estemos en el Espíritu de Jesús y estemos unánimes, combatiremos juntos.
Aunque el primer capítulo de Filipenses es más bien largo, podemos resumirlo de una manera sencilla. Este capítulo nos habla acerca de tener comunión en el evangelio mediante el Espíritu de Jesús, sin ninguna envidia, contienda ni rivalidad. Es de esta manera que experimentamos a Cristo. Esto no tiene que ver simplemente con el hecho de resolver los problemas de nuestro pasado, ni con el hecho de consagrarnos y obedecer la unción interior. Ése no es el camino que nos lleva del Cuerpo a la Cabeza. A fin de llegar a la Cabeza, necesitamos tener comunión en el evangelio mediante el Espíritu de Jesús, sin ninguna envidia, contienda ni rivalidad. En nuestra vida de predicación del evangelio no debemos tener ninguna envidia, contienda ni rivalidad, ni siquiera con los opositores. En lugar de ello, simplemente debemos predicar el evangelio en virtud del Espíritu de Jesús. Mientras esté presente el menor indicio de rivalidad, no podremos estar en el Espíritu de Jesús. Más aún, si no estamos en el Espíritu de Jesús, no participaremos en la comunión en el evangelio, y estaremos acabados en lo que se refiere a experimentar a Cristo. A fin de experimentar a Cristo, necesitamos tener comunión en el evangelio en virtud del Espíritu de Jesús, sin ninguna envidia, contienda ni rivalidad.
Ahora llegamos al capítulo 2 de Filipenses. El primer versículo dice: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión de espíritu, si algún afecto entrañable y compasiones”. Me tardó más de treinta años entender este versículo. El versículo 2 nos da a entender que con estas palabras el apóstol Pablo les rogaba a los santos de Filipos que completaran su gozo. Él parecía decirles: “Por favor, completen mi gozo. ¿Tienen algún afecto entrañable? ¿Me tienen ustedes alguna compasión? Sus contiendas y sus rivalidades me han entristecido. Si ustedes tienen alguna consolación y confianza, si tienen algún consuelo de amor para conmigo, y si tienen alguna comunión de espíritu, les ruego que completen mi gozo”.
El versículo 2 dice: “Completad mi gozo, tened todos el mismo pensamiento, con el mismo amor, unidos en el alma, teniendo este único pensamiento”. En este versículo Pablo estaba suplicándoles a los filipenses que todos tuvieran el mismo pensamiento y el mismo amor. No debemos tener amistades especiales, sino tener el mismo amor los unos para con los otros. En sus últimos años, el apóstol Pablo, quien estaba próximo a ser derramado en libación delante del Señor, les pedía a los filipenses que completaran su gozo teniendo el mismo amor para con todos. Si Pablo hubiera escuchado que los filipenses tenían el mismo amor, él se habría sentido muy contento. Sin embargo, debido a que ellos tenían un amor diferente para varias personas, él estaba afligido, puesto que esa clase de amor los llevaba a perder la unidad y los excluía de la comunión del evangelio.
El versículo 2 habla de ser uno en el alma. Ser uno en el alma significa ser uno en nuestros afectos, en nuestro amor, en nuestros pensamientos y en nuestras decisiones. Esta unidad es muy práctica. Si queremos experimentar a Cristo, es menester que seamos uno en el alma. Si no somos uno en nuestros afectos, pensamientos y decisiones, no seremos uno en el alma. En tanto no seamos uno en el alma, no participaremos en la comunión en el evangelio.
El versículo 3 dice: “Nada hagáis por ambición egoísta o por vanagloria; antes bien con una mentalidad humilde, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo”. Desear tener una posición elevada entre los santos es vanagloria. No debemos hacer nada por rivalidad ni por vanagloria, procurando nuestra propia gloria. En lugar de ello, con una mentalidad humilde, debemos estimar a los demás como superiores a nosotros mismos. Ésta es la manera de experimentar a Cristo y de mantenernos en la comunión en el evangelio. Aunque tal vez prediquemos el evangelio, es posible que no tengamos comunión en el evangelio debido a que nos consideramos superiores a los demás.
En el versículo 4 Pablo dice: “No considerando cada uno sus propias virtudes, sino cada cual también las virtudes de los otros”. La palabra virtudes en este versículo también significa atributos o cualidades. Por lo general, estamos acostumbrados a considerar nuestras propias virtudes, no las de los demás. Por esta razón, Pablo dijo que no debemos simplemente considerar nuestras propias cualidades, sino también las cualidades de los demás.
Los versículos 5 y 6 continúan diciendo: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús, el cual, existiendo en forma de Dios, no estimó el [que fuera un robo, en la versión King James] ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. Cristo era igual a Dios; Él no le robó a Dios Su posición. Sin embargo, muchas veces nosotros robamos. Por ejemplo, es posible que queramos ser el primero, pero no reunamos los requisitos necesarios para serlo. De esta manera le robamos a otros lo que les pertenece. Tal vez un hermano no esté calificado para ser anciano; con todo, desea ser anciano. Al hacer esto, está robando a aquellos que sí están calificados para ser ancianos, debido a que desea algo que no corresponde a su nivel. Pero si alguien está en el nivel que corresponde a un anciano y desea serlo, ello no sería un robo. Cristo era Dios; por lo tanto, con relación a Él, ser igual a Dios no era un robo. Sin embargo, si nosotros deseáramos ser un apóstol como Pablo, eso sería un robo. Al desear esto, le estaríamos robando a Pablo su apostolado.
En los versículos del 7 al 9 se nos dice que Cristo se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, y que se hizo semejante a los hombres. Luego, hallándose en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Éste es el Espíritu de Jesús. En el versículo 9 Pablo dice que Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Por consiguiente, según el versículo 10 dice: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla”. Todo esto está relacionado con el Espíritu de Jesús. A fin de predicar el evangelio, necesitamos a este Espíritu.
Nuestra vida debe ser una vida que predica el evangelio. En nuestra predicación del evangelio, necesitamos al Espíritu de Jesús. En este Espíritu no hay envidia, contiendas, rivalidades, robo ni tampoco consideramos nuestras propias virtudes. En lugar de ello, en el Espíritu de Jesús, nosotros consideramos las cualidades de los demás. Éste es el Espíritu de Jesús, en virtud del cual experimentamos a Cristo. Si tenemos a este Espíritu, participaremos en la comunión en el evangelio, y nuestra predicación del evangelio será exitosa y fructífera. Además, nuestra comunión estará llena del disfrute de Cristo. Ésta es la manera en que podemos disfrutar a Cristo y experimentarlo todo el día. Esto es posible mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Cuando entre nosotros no hay envidias, contiendas ni rivalidades, sino que, en lugar de ello, continuamente disfrutamos del suministro abundante del Espíritu de Jesucristo, no tenemos que esforzarnos por experimentar a Cristo, ya que espontáneamente lo experimentaremos.