
Aunque en Filipenses 3:8-11 se abarcan muchos asuntos, sólo sobresale uno de ellos: ser configurados a la muerte de Cristo, a fin de que de alguna manera logremos llegar a la superresurrección de entre los muertos. Para ello, primeramente necesitamos adquirir la excelencia del conocimiento de Cristo. Como resultado de adquirir este conocimiento excelente, estaremos dispuestos a estimar todas las cosas como pérdida a fin de ganar a Cristo y ser hallados en Él en una condición en la cual no tenemos nuestra propia justicia, que es por la ley, sino una justicia que es Dios mismo expresado en nuestro vivir. Entonces conoceremos por experiencia a Cristo, también conoceremos el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Además seremos configurados a Su muerte, a fin de llegar a la superresurrección de entre los muertos.
Llegar a la superresurrección significa que todo nuestro ser ha sido gradual y continuamente resucitado. El día en que el Espíritu de Dios entró en nosotros para regenerar nuestro espíritu, comenzó este proceso de resurrección. Primeramente, Dios resucitó nuestro espíritu que estaba amortecido. Desde ese momento, Él ha venido operando en nuestro interior para resucitar cada parte de nuestro ser: nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Finalmente, aun nuestro cuerpo será resucitado y transfigurado. Esto significa que nosotros seremos completamente resucitados y no estaremos más en nuestro viejo ser sino en la nueva creación. Ésta es la economía de Dios, la intención de Dios, la meta de Dios. Por medio de este proceso Cristo será plenamente forjado en nuestro ser. Es de esta manera que experimentamos a Cristo.
Experimentar a Cristo no es simplemente un asunto de disfrutar Su amor, Su gracia y Su ayuda. Experimentar a Cristo equivale a que Cristo sea forjado en nuestro ser, de modo que seamos resucitados para salir de nuestro viejo ser y entrar en la nueva creación. Cuando venga la Nueva Jerusalén con el cielo nuevo y la tierra nueva, cada parte de nuestro ser será una nueva creación. La manera en que llegamos a ser la nueva creación es que permitamos que nuestro ser pase por el proceso de resurrección, el cual nos conduce de la vieja creación a la nueva. Todos nosotros hemos sido resucitados en parte; esto significa que otra parte de nuestro ser aún no ha sido renovada y todavía permanece en la vieja creación. Por consiguiente, estamos en el proceso de resurrección, el cual nos renueva y traslada de la vieja creación a la nueva. Este proceso de resurrección nos capacita para participar de Cristo y para ser partícipes de Él. Ésta es la experiencia que tenemos de Cristo.
Experimentar a Cristo no es algo superficial como el simple hecho de recibir gracia, obtener ayuda o disfrutar del amor del Cristo que está en los cielos o del Cristo que está en nosotros. Experimentar a Cristo es ser configurados a Su muerte. En esta muerte experimentamos el proceso de resurrección por el cual pasamos de la vieja creación a la nueva. Finalmente, la nueva creación será simplemente Cristo mismo quien ha sido forjado en nuestro ser y agrandado en nosotros.
En el versículo 12 Pablo dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya sido perfeccionado; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Aquí Pablo parecía estar diciendo: “Todavía no he llegado a la meta, sino que todavía me encuentro en el proceso. Aunque pueda ir delante de todos ustedes, no lo he alcanzado todavía ni he sido perfeccionado. Aún me encuentro en el camino”. Aunque el apóstol Pablo era ya una persona muy madura cuando escribió la Epístola a los Filipenses, él dijo que aún no había sido perfeccionado.
En el versículo 12 Pablo dice que proseguía por ver si lograba asir aquello para lo cual había sido también asido por Cristo Jesús. Estas palabras no son fáciles de entender. Cuando Pablo aún era Saulo de Tarso, él era celoso por la ley. Era tan celoso que incluso perseguía a la iglesia. La palabra griega traducida “prosigo” podría traducirse también perseguir. Por lo tanto, cuando Saulo de Tarso perseguía a la iglesia, él la perseguía en un sentido negativo. Mientras iba camino a Damasco, de repente él vio una luz del cielo y fue derribado a tierra. Entonces escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:4). Ese mismo día Saulo de Tarso fue asido por Cristo. Él fue asido por Cristo a fin de que se asiera de Él. Por lo tanto, en Filipenses 3:12 Pablo parecía decir: “Cristo se asió de mí a fin de que yo me asiera de Él. Para Él fue fácil asirse de mí. En una sola ocasión, mientras yo iba camino a Damasco, Él se asió por completo de mí. Pero me requiere mucho tiempo asirme de Él. Desde el día en que Él se asió de mí, yo he estado haciendo lo posible por asirme de Él. Desde entonces, todos estos años he estado asiéndome de Cristo”.
El día en que fuimos salvos, fuimos asidos por Cristo. Él se asió de nosotros a fin de que nosotros nos pudiéramos asir de Él. ¡Cuán bueno es ser asidos por Cristo! ¿Se dan cuenta ustedes que incluso ahora mismo Él se aferra de ustedes para que ustedes puedan asirse de Él? Les repito nuevamente que para Él es fácil asirse de nosotros. En una sola ocasión Él se asió de todos nosotros. Pero nosotros no podemos asirnos de Él de una vez por todas; este es un proceso continuo. Cuando observo la situación de los cristianos de hoy, me siento muy desilusionado. Pero cuando observo a los hermanos y hermanas en las iglesias, me siento muy animado, pues muchos de ellos han venido asiéndose de Cristo. Poco a poco y continuamente, diariamente y a cada hora, necesitamos asirnos más de Él. Cuanto más nos asimos de Él, más somos resucitados. En otras palabras, cuanto más nos asimos de Cristo, más somos renovados y transformados de la vieja creación a la nueva. Debido a que esto es un proceso continuo, Pablo dijo que aún se encontraba en el camino y que aún procuraba asirse de Cristo. Él todavía no había obtenido todo lo de Cristo.
Filipenses 3:13 y 14 dicen: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. En estos versículos Pablo parecía estar diciendo: “Todavía no he llegado al final del proceso en la economía de Dios, pero prosigo hacia la meta. Cuando aún era Saulo de Tarso, yo perseguí a la iglesia con propósitos negativos, pero ahora persigo a Cristo de una manera positiva”. Indudablemente Pablo tenía un carácter muy firme y resuelto cuando era Saulo de Tarso y también lo tenía después, cuando llegó a ser Pablo, el apóstol. Debido a que tenía un carácter tan resuelto, Pablo no dejaba nada a medio hacer. Como Saulo de Tarso, él perseguía la iglesia con propósitos negativos, y una vez que llegó a ser el apóstol Pablo, perseguía a Cristo de una manera muy positiva.
A fin de experimentar a Cristo, es necesario perseguirlo de este modo. Si alguien nos escucha decir esto probablemente diga: “Es una herejía decir que los que amamos a Cristo debemos perseguirle”. Sin embargo, esto es así; debemos perseguir a Cristo. Debemos decir: “Señor Jesús, no me importa si quieres o no, Tú tienes que ser mío. Incluso si dices que no estás listo para que yo te experimente, te perseguiré hasta que estés listo”. Si vemos esto de una manera positiva, estaremos de acuerdo en que no nos estamos yendo a ningún extremo. María Magdalena es el ejemplo de una persona que persiguió al Señor Jesús de manera positiva. Ella lo buscó en la madrugada del día de Su resurrección; ella persiguió al Cristo resucitado y lo obligó a hacer algo que Él no quería hacer. Todos tenemos que buscar al Señor de esta manera.
¿Ha perseguido usted al Señor Jesús de una manera positiva? Probablemente no. ¿Ha buscado alguna vez al Señor persiguiéndolo hasta que Él haga lo que usted le pide? Cada vez que usted lo persiga de una manera tan positiva, se olvidará de lo que queda atrás. Únicamente aquellos que son tibios, que no son fríos ni calientes al amar al Señor, consideran las cosas del pasado y recuerdan sus experiencias de años atrás. Pero cuando usted persigue al Señor, no tiene tiempo para pensar en las cosas del pasado. Por lo tanto, la mejor manera de olvidar el pasado es estar completamente ocupados persiguiendo al Señor hoy. Si no estamos ocupados de esta manera, nuestro ser estará continuamente ocupado con las cosas del pasado, sean éstas positivas o negativas. Debemos estar ocupados yendo en pos del Señor y persiguiéndolo de una manera positiva. Si usted capta el espíritu de Pablo, se dará cuenta de cuán ocupado él estaba persiguiendo a Jesús y obligándolo a ser su disfrute. Su mente no tenía capacidad alguna para pensar en las cosas del pasado. Les repito una vez más que reflexionar en el pasado es una señal de que somos tibios. Cuando ustedes son fervientes y persiguen al Señor Jesús de manera positiva, su mente no tiene capacidad alguna para pensar en las cosas del pasado; al contrario, ustedes están plenamente ocupados prosiguiendo a la meta.
Tanto la meta como el premio son Cristo mismo. Cristo está en nosotros, pero al mismo tiempo Él es la meta que tenemos delante nuestro al final de la carrera que estamos empeñados en alcanzar. Decir que Cristo es la meta significa que Él es el disfrute más elevado. El Cristo que está en nosotros y del cual disfrutamos hoy, no es la meta. La meta es el más elevado disfrute de Cristo, es decir, la superresurrección. No importa cuánto experimentemos a Cristo hoy, todavía no hemos alcanzado la meta del más elevado disfrute de Cristo. Esta experiencia de Cristo todavía está delante de nosotros. Tan pronto lleguemos a la meta, ésta de inmediato se convertirá en nuestro premio. Cuando usted reciba el premio, gritará de gozo ante la más elevada experiencia de Cristo. En ese momento, la superresurrección será su máximo disfrute. Por lo tanto, lo que disfrutamos es Cristo, lo que experimentamos es Cristo, la meta es Cristo y el premio es Cristo. Cristo es el disfrute en lo profundo de nuestro ser, y Cristo es la meta puesta delante de nosotros. Debemos proseguir hacia la meta a fin de obtener el premio.
Para perseguir a Cristo de esta manera necesitamos ser decididos y ejercitarnos mucho en ello. Nadie que sea indolente puede ser un perseguidor de Cristo. Todos los que verdaderamente persiguen a Cristo tiene un carácter enérgico. Les repito una vez más que todos nosotros debemos buscar a Cristo persiguiéndole. Debemos orar: “Señor Jesús, he decidido perseguirte. Durante todo el día seré Tu perseguidor. Te obligaré a complacerme y a ser mi experiencia”. ¿Ha orado usted alguna vez de esta manera? Debemos orar así, diciéndole al Señor que le perseguiremos hasta que le lleguemos a experimentar. Si hacemos esto, al final llegaremos a la meta y recibiremos el premio.
El premio mencionado en Filipenses 3:14 es el premio del llamamiento a lo alto que Dios nos hace. Dios está en los cielos llamándonos. No sólo nos ha llamado, sino que aún continúa llamándonos. Además, mientras nosotros corremos la carrera y proseguimos hacia la meta, los ángeles con aplausos y gritos nos alientan a seguir adelante. ¡Cuán impresionante es este cuadro!
Si realmente tomamos en serio las cosas con el Señor, debemos ser perseguidores de Cristo. Todos los que aman a Jesús deben ser perseguidores Suyos. Debemos decir: “Señor Jesús, debido a que te amo, te perseguiré hasta que te convenza que seas para mi”. El Señor Jesús aprecia esto. Por ejemplo, a todo esposo le gustaría que su esposa lo persiguiera de esta manera tan amorosa. Supongamos que una esposa le dijera a su esposo: “Te perseguiré hasta que te quedes en casa conmigo para que pueda amarte. Te amo y no quiero perder tu presencia. Tienes que quedarte en casa para que disfrutes de mi amor”. Ciertamente cualquier esposo valoraría mucho una esposa así. Ésta es la mejor manera de amar al Señor y de buscarle. Debemos decir: “Señor, aun si quisieras irte, no te dejaré ir. Tienes que quedarte conmigo”. La buscadora en Cantar de los cantares perseguía al Señor de esta manera. Incluso si Él le hubiera rogado que lo dejara ir, ella se habría negado a hacerlo. ¡Oh, que todos persigamos al Señor de esta manera!
El versículo 15 dice: “Todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios”. No debemos pensar en otras cosas, sino solamente tener este único pensamiento: experimentar a Cristo. No importa en qué etapa de vida estemos, todos debemos pensar lo mismo, esto es, ir en pos de Cristo al máximo.
El versículo 16 añade: “En aquello a que hemos llegado, andemos conforme a la misma regla”. Incluso aquellos que son jóvenes y no han llegado a la plena madurez deben andar conforme a la misma regla. Algunos tal vez piensen que Pablo fue aquí muy dominante y que hablaba como un dictador, diciéndoles a los santos lo que debían pensar. Él les dijo que aun si ellos eran jóvenes o viejos, de mucha experiencia o inexpertos, todos debían andar conforme a la misma regla. Debemos leer este versículo a la luz del capítulo 2, versículo 2, que dice: “Completad mi gozo, tened todos el mismo pensamiento, con el mismo amor, unidos en el alma, teniendo este único pensamiento”. Además, en Filipenses 4:2 Pablo dice: “Exhorto a Evodia y exhorto también a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor”. El problema que existe entre los cristianos de hoy en día es que casi todos piensan de manera diferente. Es difícil encontrar a un predicador que sea reconocido y a la vez labore con otro. Al contrario, cada uno tiene su propio imperio, y piensa y habla sus propias cosas. Ésta es la razón por la cual no hay otra cosa que división y confusión en el cristianismo actual. No debemos repetir la historia del cristianismo. La única manera de ser guardados de repetir esta triste historia es que tengamos este único pensamiento. El único pensamiento que debemos tener es el que se revela en Filipenses 3:7-15, el pensamiento de que Cristo sea nuestra experiencia, nuestro disfrute, nuestra meta y nuestro premio.
Quizás algunos al escuchar que debemos tener un mismo pensamiento, pregunten qué pensamos acerca de asuntos tales como el lavamiento de los pies y el hablar en lenguas. Si ustedes quieren practicar el lavamiento de los pies o el hablar en lenguas, siéntanse en libertad de hacerlo; pero no obliguen a otros a seguir tales prácticas. Con respecto a asuntos como éstos, no debemos imponernos ni tampoco oponernos, ya que hacer esto sólo causará problemas.
En 1963 algunos que habían salido de un grupo pentecostal y otros que habían estado en un grupo bajo la influencia de la Asamblea de los Hermanos propusieron que debíamos reunirnos juntos en Los Ángeles para poner en práctica la vida de iglesia en unidad. Yo les dije que era maravilloso que cristianos que provienen de diferentes grupos se reunieran para practicar la vida de iglesia, pero que para poder hacer eso todos teníamos que renunciar a nuestras diferencias. Les dije que si queríamos tener de manera práctica el Cuerpo que se nos describe en Romanos 12, teníamos que aprender las lecciones de Romanos 14. Sin Romanos 14 nos sería imposible tener la realidad de Romanos 12. Además de esto, les dije que los cristianos han sido divididos y continúan siendo divididos a causa de las diferentes prácticas. Por consiguiente, les dije que si verdaderamente queríamos tener la unidad en la vida de iglesia apropiada, teníamos que renunciar a todas las diferencias. Los hermanos de cada uno de estos grupos dijeron que les parecía muy bien esto y prometieron renunciar a sus diferencias. Sin embargo, al cabo de sólo unas semanas empezaron a surgir problemas relacionados con los asuntos de hablar en lenguas y con el hecho de tocar la pandereta en las reuniones. Los hermanos que venían del grupo que había estado bajo la influencia de la Asamblea de los Hermanos sencillamente no pudieron tolerar estas cosas. Finalmente, ni los que estaban a favor del hablar en lenguas o de tocar la pandereta, ni los que se oponían a estas prácticas, estuvieron dispuestos a escuchar que no debían insistir en su propia manera de hacer las cosas. Finalmente, aquella reunión acabó por desbandarse.
No debemos oponernos a nada a menos que esté relacionado con la idolatría o la fornicación. Algunos me han preguntado acerca de la supuesta práctica santa de rodar por el suelo. Yo les he dicho: “Si alguien se siente tan arrepentido por sus pecados que quiere rodar por el suelo, eso está bien y no debemos oponernos a ello. Pero si alguien insiste en esto o trata de imponérselo a otros, tal persona es facciosa. Debemos tolerar o permitir cualquier práctica siempre y cuando no sea pecaminosa o cause división”.
En 1966 empezamos a practicar el orar-leer, y en 1968, el invocar del nombre del Señor. Puedo testificar que nunca insistí en estas prácticas. Sin embargo, en cierto lugar dieron mensajes uno tras otro en contra de las prácticas de orar-leer y de invocar el nombre del Señor. Como cristianos, debemos ver que no estamos aquí para defender una práctica particular o cierta manera de hacer las cosas. En lugar de ello, estamos aquí con un solo propósito: ir en pos de Cristo. Todos debemos pensar en esta única cosa y andar conforme a esta misma regla. Si alguien se sintiera tan contento en una reunión que empezara a saltar y brincar, yo no me opondría a ello. Sin embargo, si alguien quisiera imponerles a otros esta práctica, insistiendo en que todos los santos y todas las iglesias deben adoptarla, no estaría de acuerdo con ello, porque no estamos aquí para brincar sino para ir en pos de Cristo. No debemos imponer nada ni oponernos a nada; en vez de ello, estamos aquí simplemente para ir en pos del Cristo todo-inclusivo. No estamos aquí para insistir en cierta práctica ni en una manera particular de hacer las cosas; sino que estamos aquí únicamente para ir en pos del Señor y ser configurados a Su muerte.
En todo lo que hagamos, no importa lo que sea, debemos ser configurados a la muerte de Cristo. Si hacemos todo de esta manera, no habrá problemas y ciertamente tendremos el mismo pensamiento. Cristo debe ser nuestra experiencia, nuestra meta y nuestro premio. Cristo lo es todo. En el recobro del Señor no debe haber nada que no sea Cristo mismo. Éste es el único camino que debemos seguir en el recobro del Señor.
Aunque la situación en Filipos era muy positiva —muy diferente de la situación de Corinto—, aún persistía un problema porque no todos los santos allí tenían el mismo pensamiento. Por esta razón, Pablo les rogó a Evodia y Síntique, dos colaboradoras suyas en el evangelio, que tuvieran un mismo sentir. Es probable que una de las hermanas estuviera a favor del judaísmo. Aunque no sabemos que éste fuera el caso, el hecho es que ellas no tenían el mismo pensamiento. Según Filipenses 1, había envidias y rivalidades aun en la predicación del evangelio (vs. 15-16). Ciertamente esto era un indicio de que algunos no tenían el mismo pensamiento. Es por ello que Pablo en el capítulo 2 les pidió a los santos de Filipos que completaran su gozo. Si de parte de ellos había alguna comunión de espíritu, algún consuelo de amor, algún afecto entrañable y compasiones, ellos debían completar el gozo de Pablo. Pablo quería que ellos completaran su gozo teniendo el mismo pensamiento, amando con el mismo amor y estando unidos en el alma.
Todos debemos aprender a tener el mismo pensamiento, es decir, debemos estar ocupados con el pensamiento de seguir a Cristo. No deben preocuparnos asuntos tales como el lavamiento de los pies, la práctica de cubrirse la cabeza, el hablar en lenguas ni otros asuntos semejantes. Abandonemos todas estas cosas y pensemos solamente en experimentar y disfrutar a Cristo. Debemos orar así: “Señor, enséñame a perseguirte. No me importan otras cosas; lo único que me interesa es perseguirte”. No se dejen perturbar por cosas tales como el hecho de tocar la pandereta en las reuniones. Tocar una pandereta no es la meta, el premio ni el disfrute. Nuestro disfrute, nuestra experiencia, nuestra meta y nuestro premio son Cristo mismo. Si los demás desean tocar la pandereta, yo no me opondré a ello, pues después de que hayan tocado la pandereta por un buen rato, tendré la oportunidad de compartirles de Cristo. Este ejemplo sirve para mostrarnos que todos debemos aprender que sólo debe importarnos una sola cosa, Cristo como nuestra experiencia, nuestro disfrute, nuestra meta y nuestro premio. No debemos insistir en nada ni oponernos a nada. Si seguimos este camino, mantendremos un buen espíritu en las iglesias en el cual experimentaremos y disfrutaremos a Cristo.
Debemos honrar a Cristo y permitir que Él lo haga todo. No persigamos a Cristo con relación a asuntos tales como el hablar en lenguas, el lavamiento de los pies o la práctica de tocar la pandereta. En lugar de ello, persigámoslo hasta que Él llegue a ser nuestra experiencia. Debemos decir: “Señor, no me corresponde a mí decidir si Tu pueblo debe hablar en lenguas o no. Señor, te persigo con la intención de que Tú seas mi experiencia. Señor en cuanto tenga una oportunidad en la reunión, deseo compartirles a Tus santos algo de lo que he experimentado de Ti”. Esto es lo único que necesitamos hacer. Hagamos todos lo mismo y tengamos este mismo pensamiento. No tengamos otro pensamiento, ni nos dejemos perturbar por todas las diferentes prácticas. Sólo hay una cosa que debemos hacer: ir en pos de Cristo y permitir que Él llegue a ser nuestra experiencia, nuestro disfrute, nuestra meta y nuestro premio.