
En cuanto al tema de la experiencia de Cristo, el libro de Filipenses es la epístola más maravillosa del Nuevo Testamento. Filipenses 1:20 indica que en cualquier situación Cristo puede ser magnificado en nosotros. En el versículo siguiente Pablo dice: “Porque para mí el vivir es Cristo”. Luego el capítulo 2 nos lleva a experimentar a Cristo de una manera más profunda, pues los versículos 12 y 13 revelan que debemos obedecer la obra interna que Dios hace en nosotros. Dios realiza en nosotros el querer así como el hacer por Su beneplácito (v. 13); sin embargo, nosotros diariamente aún debemos llevar a cabo nuestra salvación. Día tras día, necesitamos ser salvos, rescatados y librados. Llevamos a cabo esta salvación diaria al obedecer a la obra que Dios realiza en nosotros. En el capítulo 3 Pablo prosigue a decirnos que necesitamos obtener la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús el Señor (v. 8). Esto significa que debemos obtener la excelencia en cuanto a conocer a Cristo. Por causa de esta excelencia, debemos estimar todas las cosas como pérdida. Además, debemos perderlo todo y tenerlo por basura a fin de ganar a Cristo y ser hallados en Él. Pablo era una persona que estaba absolutamente en Cristo. Por esta razón, en 2 Corintios 12:2 refiriéndose a sí mismo dijo que era “un hombre en Cristo”. Como un hombre en Cristo, su deseo era ser siempre hallado en Cristo. Siendo hallado en Cristo, él no tendría su propia justicia, sino la justicia que es Dios mismo manifestado en su vivir. Debido a que vivía en tal condición, él podía conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Todo esto le permitía ser configurado a la muerte de Cristo para que, de alguna manera, pudiese llegar a la superresurrección de entre los muertos.
En Filipenses 4 Pablo dice que él había aprendido el secreto de tener abundancia así como a padecer necesidad (v. 12). En todas las cosas y en todo él había aprendido el secreto. Por lo tanto, Pablo pudo declarar: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (v. 13). Así pues, al final del libro de Filipenses vemos a un hombre que podía hacerlo todo en Cristo.
El secreto para poder hacerlo todo es estar en Cristo. Juan 15:5 nos presenta la otra cara de la moneda. En este versículo el Señor dice: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Por consiguiente, Filipenses 4:13 dice que podemos hacerlo todo en Él, y Juan 15:5 dice que separados de Él nada podemos hacer. Todos debemos aprender a decir: “Separado de Él, no puedo hacer nada, pero en Él puedo hacerlo todo”. El secreto estriba en estar en Él.
Me preocupa que muchos de nosotros no sepamos cómo estar en Cristo. Tal vez digamos: “Hoy todos nosotros estamos en Cristo”. Es cierto que doctrinalmente todos estamos en Él, pero es posible que en términos de la experiencia no estemos en Él. En 1 Corintios 1:30 dice que es por Dios que estamos en Cristo. Además, Romanos 6:3 y Gálatas 3:27 dicen que nosotros fuimos bautizados en Cristo. Por consiguiente, todos hemos sido puestos en Cristo. Sin embargo, la Biblia también dice que después de que hemos sido puestos en Cristo, debemos morar, permanecer, quedarnos en Él (Jn. 15:4). Así pues, una cosa es ser puestos en Cristo, y otra, permanecer en Cristo. Ser puestos en Cristo no depende de nosotros, ya que esto es un acto soberano de Dios. ¡Cuánto le damos gracias a Dios porque estamos en Cristo! Sin embargo, depende de nosotros, no de Dios, que permanezcamos en Cristo. Dios nos ha puesto en Cristo, y ahora debemos permanecer en Él. Es posible que después de haber sido puestos en Cristo, nos quedemos allí sólo por cierto tiempo y no permanezcamos en Él.
El primer secreto del cual hablaremos en este mensaje es que a fin de poder hacer todas las cosas, necesitamos estar en Cristo; el segundo secreto es que para estar en Cristo necesitamos permanecer en Él. Con respecto a nosotros, estar en Él es morar, permanecer, quedarnos en Él. Ahora debemos aprender el secreto de cómo permanecer en Él. Estar en Él es un secreto, permanecer en Él es otro y saber cómo permanecer en Él también es otro. En cuanto a este asunto de permanecer en Cristo, el Nuevo Testamento no nos deja a oscuras, pues el mismo apóstol que nos habló de permanecer en Cristo en su Evangelio, también nos habló de lo mismo en su primera Epístola. Según 1 Juan 2:27, permanecemos en Cristo al hacerle caso a la unción, puesto que la unción nos enseña a permanecer en Él. Por lo tanto, el secreto para permanecer en Cristo es hacer caso a la unción. Debemos permanecer en Él según la enseñanza de la unción.
Supongo que ya todos sabemos que la unción es el Espíritu todo-inclusivo que se mueve y opera dentro de nosotros. El Espíritu todo-inclusivo es el Espíritu compuesto tipificado por el ungüento compuesto mencionado en Éxodo 30:22-33. El ungüento compuesto descrito allí nos muestra el contenido del Espíritu todo-inclusivo. Uno de estos ingredientes alude a la muerte todo-inclusiva de Cristo, y otro alude a la resurrección. Este Espíritu compuesto está muy activo en nosotros; Él está moviéndose, operando y obrando. Su mover en nosotros es una especie de enseñanza, y esta enseñanza es como una señal o indicador. Por ejemplo, cuando usted maneja su auto, ve luces rojas y verdes, así como muchas otras señales de tráfico. Estas señales le indican cuándo y cómo debe manejar. Asimismo, la enseñanza del Espíritu compuesto en nosotros nos muestra cómo permanecer en Cristo. Permanecemos en Él al recibir la enseñanza de la unción interior.
Hemos visto que el secreto para poder hacer todas las cosas es estar en Él, que el secreto para estar en Él es permanecer en Él, y que el secreto de permanecer en Él es hacer caso a la unción interior. Ahora debemos aprender el secreto de cómo hacer caso a la unción. Toda persona que ha sido salva tiene la unción en su interior. Sin embargo, día a día y hora tras hora, la mayoría de ellas no presta atención a la unción. Antes de proseguir, permítanme darles un ejemplo de cómo desatendemos a la unción. Supongamos que los hermanos que viven en una casa de hermanos son todos muy naturales y hablan entre sí de manera natural. No es necesario que ellos se propongan hablar de esta manera, pues las palabras simplemente les salen de la boca sin ningún control. Temprano por la mañana, un hermano puede preguntarle a otro algo acerca de su compañero de cuarto. En cuanto los dos empiezan a hablar, su conversación abre las puertas del Hades. Mientras estos hermanos hablan, algo en su interior les dice: “No hables más”. Estas breves palabras son la enseñanza de la unción, la cual no es nada menos que el Cristo vivo que mora y opera en ellos. Sin embargo, los hermanos pueden continuar la conversación y, de ese modo, desobedecen a la unción.
Aunque el Cristo que mora en nosotros vive en nosotros, son muchas las veces que nosotros no vivimos con Él. Él vive a Su manera, y nosotros vivimos a la nuestra. Cuando nos levantamos por la mañana, Él desea vivir Su vida, pero nosotros vivimos nuestra vida. Esto causa una discrepancia, y esta discrepancia es una situación anormal. En condiciones normales, Cristo debe vivir en nosotros, y nosotros debemos vivir conforme a Su vivir. De este modo, nosotros vivimos por Él. Sin embargo, esto no debe ser una simple doctrina para nosotros, sino que debe ser nuestro diario vivir. Por ejemplo en lugar de hablar de manera natural, debemos hablar cuando Él habla. Él habla en nuestro interior, y nosotros expresamos Su hablar. Si Él no habla, entonces nosotros tampoco hablamos. De esta manera Él habla en nuestro hablar. Esto es una vida que proviene de dos personas. Nosotros, como la primera persona, somos la expresión de la persona interna, quien es Cristo.
Es posible que tengamos muy claro este asunto en doctrina, pero no lo practiquemos en nuestra vida cotidiana. No me preocupa la doctrina, sino la manera en que ustedes viven. En su vida diaria, ¿viven la misma vida que Cristo vive dentro de ustedes? Quizás al levantarse por la mañana, ustedes quieran decir algo, pero Él no. En tal caso surge una discrepancia entre su vivir y el de Él. En condiciones normales, su vivir y el vivir de Él deben ser uno solo. Pero en lugar de ello, cuando usted habla muchas veces son dos personas que llevan dos vidas, en lugar de ser dos personas que llevan una sola vida. Por lo tanto, cuando usted va a hablarle a cierto hermano, el Señor, quien no quiere decir nada, actúa en su interior para comunicarle cierto sentir. Aunque usted siente algo que opera en su interior, muchas veces desatiende dicho sentir interior. Así, aunque el Señor no quiere hablar, usted de todos modos procede a hablar, y a veces chismea por más de una hora. Toda esta conversación es una desobediencia a la operación interna de Dios. Cuando usted chismea de esta manera, no está obedeciendo a la unción.
El problema aquí es que en nuestro hablar muchas veces descendemos de la cruz. Cuando Cristo estuvo en la cruz, Él fue tentado a descender de la cruz para demostrar que era el Hijo de Dios (Mt. 27:40). Aunque el Señor no descendió de la cruz, nosotros hacemos esto muy a menudo; incluso muchas veces en un solo día. Debo confesarles que ésta ha sido mi propia experiencia. Yo conozco muy bien esta enfermedad porque yo he padecido de esto por muchos años. Por esta razón, puedo usar como ejemplo mi propia experiencia. Tal vez temprano en la mañana yo hable mucho y diga muchas cosas y luego, sintiéndome condenado por lo que he dicho, no pueda desayunar tranquilo y tenga que ir a mi cuarto a confesarme delante del Señor, diciendo: “Señor, te confieso cuán natural soy. Te pido que me perdones. Aborrezco mi hombre natural y mi locuacidad. Señor, pon mi lengua en la cruz”. Toda clase de arrepentimiento y confesión es una experiencia de aniquilación. Después de haber sido aniquilado de esta manera, vuelvo nuevamente a estar en la cruz. Sin embargo, supongamos que después durante el día unos hermanos vienen a visitarme y de nuevo me encuentro hablando más de lo debido. Aunque algo en mi interior me dice que me calle, continúo hablando. Pareciera que mi “auto espiritual” no tiene frenos. Así que, más tarde me siento arrepentido de haber hablado tanto y vuelvo a confesarme delante del Señor. Esta vez me es difícil hablarle al Señor, porque me siento muy avergonzado en Su presencia. Sin embargo, le pido que me perdone una vez más. Al hacer esta confesión, regreso nuevamente a la cruz. Creo que ésta no es solamente mi experiencia, sino también la suya.
El problema es que descendemos de la cruz. Aunque ciertamente es un hecho que hemos sido crucificados juntamente con Cristo, ¿estamos en este momento en la cruz? Por consiguiente, el secreto para hacer caso a la unción interior es permanecer en la cruz.
Esto nos conduce a otro secreto, el secreto de permanecer en la cruz. Debido a que no podemos hacer esto por nosotros mismos, necesitamos encontrar el secreto para poder hacerlo. El secreto de permanecer en la cruz es que Cristo está en nosotros como el poder de la resurrección. Recuerden que Filipenses 3:10 nos habla acerca de conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, y también nos habla de ser configurados a Su muerte. La experiencia de ser configurados a Su muerte viene después de conocer el poder de la resurrección de Cristo. Por medio del poder de la resurrección que está en nosotros, somos configurados a Su muerte. Aunque por nosotros mismos no podemos mantenernos en la cruz, dentro de nosotros está el poder de la resurrección, y mediante este poder nosotros podemos permanecer en la cruz. Cuando estamos en la cruz, no cometemos ningún suicidio, puesto que no es por nosotros que nos quedamos allí, sino que el poder de la resurrección nos mantiene allí.
En el mensaje anterior examinamos Gálatas 5:24, que dice que los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Esta crucifixión de la carne la lleva a cabo el Espíritu. Esto lo confirma el hecho de que en el versículo siguiente dice que si vivimos por el Espíritu, debemos también andar por el Espíritu. Esto implica que el Espíritu que está en nosotros es quien crucifica la carne. Por consiguiente, en realidad no somos nosotros quienes crucificamos nuestra carne, sino que esta obra la realiza el Espíritu como el poder de la resurrección. Con respecto a esto debemos recordar Romanos 8:13, que dice que es por el Espíritu que hacemos morir los hábitos del cuerpo. Nosotros tenemos al Espíritu en nuestro interior. Por débiles que seamos, Él está en nosotros como la fuente que da origen a nuestra experiencia de la crucifixión. Nosotros no podemos crucificar la carne ni tampoco podemos hacer morir los hábitos del cuerpo, pero el Espíritu sí puede hacerlo. Es por ello que, como dijimos en el mensaje anterior, necesitamos cooperar con el Espíritu que mora en nosotros.
También vimos que Mateo 16:24 dice que debemos negarnos a nosotros mismos. Sin embargo, ni siquiera podemos negarnos a nosotros mismos por nosotros mismos; al contrario, esto lo hace Él, quien vive en nosotros. Por medio de Él, nos es fácil negarnos a nosotros mismos. Pero aparte de Él es imposible. Con respecto a negar al yo, hay una Persona en nosotros que siempre está a la espera de nuestra cooperación. Si decimos “¡Amén!” Él hará la obra y nos mantendrá en la cruz.
Esta experiencia de la cruz no es un sufrimiento sino un disfrute. Disfrutamos de la misericordiosa obra del Espíritu que mora en nosotros. Hora tras hora y día a día, este Espíritu que mora en nuestro ser nos mantiene en la cruz. Por consiguiente, por el Espíritu como el poder de la resurrección, estamos siendo configurados a la muerte de Cristo. El resultado de esto es que llegamos a la superresurrección de entre los muertos (Fil. 3:11). El poder de la resurrección opera para configurarnos a la muerte de Cristo. Entonces, al ser configurados a Su muerte, la superresurrección llega a ser nuestra porción. De este modo, la resurrección nos da la experiencia de la muerte, lo cual a su vez nos lleva a la experiencia de la superresurrección. Ésta es la razón por la cual A. B. Simpson pudo decir en uno de sus himnos: “Dulce es morir con Cristo Si vivo en resurrección”. Debido a que la vida de resurrección está en nosotros, no nos es difícil morir. En otro de sus himnos A. B. Simpson dice: “¡Oh, qué dulce es morir con Cristo!”. Debido a que Cristo está en nosotros, es dulce morir con Él. El Cristo resucitado que está en nosotros es Aquel que experimentó la crucifixión. Por lo tanto, no nos es difícil morir; al contrario, es dulce morir con Él porque al morir con Él le disfrutamos.
La resurrección nos introduce en la muerte, y la muerte nos conduce a una resurrección más elevada, incluso a la resurrección sobresaliente. Nuestra vida natural, nuestros deseos, intenciones e inclinaciones son crucificados; no obstante, esto no lo hacemos por nosotros mismos sino por el Espíritu que mora en nosotros. Ésta es la manera de hacer caso a la unción interior. Al obedecer a la unción interior, permanecemos en Él; al permanecer en Él, estamos en Él; y al estar en Él, podemos hacerlo todo.
En este mensaje vimos cinco secretos: el primero es que para hacer todo necesitamos estar en Él; el segundo es que para estar en Él necesitamos permanecer en Él; el tercero es que para permanecer en Él debemos hacer caso a la unción; el cuarto es que para hacer caso a la unción debemos permanecer en la cruz; y el quinto es que para permanecer en la cruz debemos depender del Espíritu que mora en nosotros. Aunque ya hemos visto estos cinco secretos, debemos considerar un sexto, que es el secreto de cómo disfrutar al Espíritu que mora en nuestro ser. En 1 Tesalonicenses 5:16 al 18 dice: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para con vosotros”. Al final de las oraciones de los versículos 16 y 17 en lugar de puntos debe haber comas. Este cambio en la puntuación indica que estar siempre gozosos, orar sin cesar y dar gracias en todo son la voluntad de Dios en Cristo Jesús para con nosotros. Dios tiene una voluntad en cuanto a nosotros, y dicha voluntad es que continuamente nos regocijemos, oremos y demos gracias. Éste es el sexto y último secreto, el secreto práctico. Sin él, todos los demás secretos no significan nada.
Debido a que somos tan olvidadizos, siempre debemos recordar todos estos secretos. Por lo tanto, repasémoslos una vez más. El primer secreto es que para hacer todas las cosas necesitamos estar en Cristo. El segundo secreto es que para estar en Él, debemos permanecer en Él. El tercer secreto es que para permanecer en Él, debemos hacer caso a la unción interior. El cuarto secreto es que para hacer caso a la unción interior, debemos permanecer en la cruz. Hemos visto que en nosotros mismos no podemos permanecer en la cruz; más bien, muchas veces nos bajamos de la cruz. Por consiguiente, necesitamos conocer el quinto secreto: permanecemos en la cruz por medio del Espíritu que mora en nosotros. Sin embargo, todo esto no servirá de nada si no sabemos el sexto secreto, el secreto de cómo disfrutar al Espíritu que mora en nosotros. Este secreto es que estemos siempre gozosos, oremos sin cesar y demos gracias en todo.
Supongamos que mientras ministro la palabra, un hermano se pone de pie y dice: “Hermano Lee, no estoy de acuerdo con lo que usted está diciendo. Deje de hablar”. En ese momento necesito regocijarme. Si no me regocijo, estaré descendiendo de la cruz. Por lo tanto, si un hermano me reprende y me dice que deje de hablar, debo decir: “¡Alabado sea el Señor! ¡Aleluya! ¡Cuán contento estoy!”. Las hermanas deben hacer lo mismo cuando sus esposos las provoquen. Hermanas, en lugar de molestarse con sus esposos, regocíjense en el Señor. Cada vez que dejamos de regocijarnos, descendemos de la cruz. El Espíritu que mora en nosotros opera junto con nosotros cada vez que nos regocijamos.
Por muchos años he animado a los santos a liberar el espíritu y a ejercitar su espíritu. Ahora quisiera decirles que la mejor manera de liberar el espíritu es regocijarse. Regocijarse no significa simplemente estar contento, sino dar voces de júbilo. Cuando estamos gozosos, nos regocijamos.
En 1 Tesalonicenses 5 la frase “estad [...] gozosos” es modificada por la palabra siempre, y la palabra orad es modificada por las palabras sin cesar. Además, en todo debemos dar gracias a Dios. Eso significa que aun si una hermana es provocada por su esposo, ella debe alabar al Señor. Estar siempre gozosos, orar sin cesar y dar gracias en todo es la voluntad de Dios. Estas tres cosas, las cuales Dios ha establecido, son como los tornillitos de una máquina, sin los cuales toda la maquinaria no podrá funcionar.
Cada vez que dejamos de dar gracias en algo, el Espíritu que mora en nosotros es asfixiado. En 1 Tesalonicenses 5 el asunto de no apagar el Espíritu está relacionado con el hecho de estar siempre gozosos, orar sin cesar y dar gracias en todo. Si ustedes no se regocijan, estarán apagando al Espíritu. Si no oran ni dan gracias, también estarán apagando al Espíritu. La manera de avivar la llama del Espíritu es que estemos siempre gozosos, oremos sin cesar y demos gracias en todo. El Espíritu mencionado aquí es el poder de la resurrección. Aunque ya tenemos a este Espíritu en nosotros, muchas veces el Espíritu es asfixiado porque no nos regocijamos ni oramos ni damos gracias.
A fin de estar saludables, debemos guardar cuatro prácticas de forma legalista: comer, beber, respirar y dormir. Aunque los cristianos a menudo condenan las legalidades, debemos ser legalistas en cuanto a estos asuntos. En muchas otras cosas no debemos ser legalistas, pero con respecto a comer, beber, respirar y dormir, debemos ser legalistas. Al escuchar esto tal vez algunos hermanos digan: “Hermano Lee, no puedo darle gracias al Señor por una esposa como la que tengo. Usted no sabe cuán terrible es ella. Si tuviera una esposa así, se compadecería de mí”. Sin embargo, no importa qué clase de esposa tenga ese hermano, él debe regocijarse y dar gracias en todo. Cada uno de nosotros debe hacer esto por sí mismo. Así como no podemos comer, beber ni respirar por otros, tampoco podemos orar, regocijarnos ni dar gracias por otros.
Les contaré a modo de ejemplo algo que pasó hace años en mi ciudad natal. Cierta hermana fue embaucada y decidió dejar de comer para dedicarse todo el día a la oración. Hicimos lo posible por convencerla de que comiera, diciéndole que nos preocupaba que ella se fuera a morir si continuaba absteniéndose de comer. Sin embargo, ella continuó rehusando la comida. Aunque sus intenciones de orar por la iglesia y por los santos eran buenas, debido a que se negó a comer finalmente murió. Nosotros podíamos hacer muchas cosas por ella, pero no podíamos comer por ella. Comer es una práctica que cada uno por sí mismo debe guardar de forma legalista. De igual manera, si ustedes no oran ni se regocijan ni dan gracias, entonces no sabré que hacer por ustedes. Lo mejor que podré hacer es pedirle al Señor que ponga en ustedes la disposición de orar, regocijarse y dar gracias.
Sin embargo, no me cabe duda de que los santos están dispuestos a orar, a regocijarse y a dar gracias. En cuanto a regocijarnos, debemos ejercitarnos para no sólo estar gozosos de vez en cuando sino siempre. Lo mismo se aplica a orar. No sólo debemos orar de vez en cuando sino orar sin cesar. Respirar es para nuestra vida física como lo es orar para nuestra vida espiritual. Respirar es más necesario que comer, beber y dormir. Orar debe ser lo primero en nuestra vida espiritual. Debemos respirar orando sin cesar. Para orar no es necesario que estemos solos en nuestro cuarto. Incluso mientras hablamos con alguien, escuchamos a alguien o estamos ocupados haciendo otras cosas, podemos orar. En todo lo que hacemos, siempre podemos respirar. La ciencia médica ha aprendido que respirar profundo es muy beneficioso para la salud. Con respecto a nuestra respiración espiritual, no debemos orar de una manera superficial, sino orar desde lo profundo de nuestro ser. Cuando oramos de esta manera, despertamos nuestro espíritu y avivamos el fuego que está en nosotros. Entonces nos regocijaremos y daremos gracias al Señor. Si hacemos estas tres cosas, el Espíritu que mora en nuestro ser arderá. Por medio de este Espíritu que arde en nuestro interior, estaremos dispuestos a permanecer en la muerte y mantendremos la carne, el yo y la vida natural en la cruz. Esta experiencia de muerte nos conducirá a la resurrección.
Como hemos mencionado, la muerte es la entrada que conduce a la resurrección. Cuanto más profundo entremos en la muerte, mejor será nuestra experiencia de la resurrección. Cuando experimentemos una muerte sobresaliente, también experimentaremos una resurrección sobresaliente. La manera en que podemos experimentar esta muerte sobresaliente, es que estemos siempre gozosos, oremos sin cesar y demos gracias en todo. Cuando hagamos estas cosas, estaremos en Él y en Su resurrección. En Filipenses 3 Pablo nos habla acerca de conocer a Cristo y el poder de Su resurrección. Cristo aquí equivale al poder de la resurrección. Por lo tanto, cuando estamos en Él, estamos en el poder de la resurrección, y en este poder de la resurrección podemos hacerlo todo. Ésta es la experiencia que tenemos de Cristo según el libro de Filipenses. En el capítulo 1 Pablo dijo que Cristo sería magnificado en él, o por vida o por muerte, y en el capítulo 4 dijo que podía hacerlo todo en Aquel que lo revestía de poder. A fin de estar en Aquel que nos reviste de poder es necesario que nos regocijemos, oremos y demos gracias. Si hacemos estas cosas, el Espíritu obrará para que experimentemos la muerte, y esta muerte nos conducirá a la resurrección. De este modo, finalmente llegaremos a la superresurrección de entre los muertos.