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Mensajes del libro «Experiencia que tenemos de Cristo, La»
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CAPÍTULO SIETE

LA EXCELENCIA DEL CONOCIMIENTO DE CRISTO Y LA MANERA DETALLADA DE EXPERIMENTAR A CRISTO

  Como ya mencionamos, el libro de Filipenses trata acerca de la experiencia que tenemos de Cristo. Ésta es la única Epístola en todo el Nuevo Testamento que nos habla acerca de la experiencia que tenemos de Cristo. Aunque ya estamos familiarizados con la expresión experimentar a Cristo, es difícil explicar cómo podemos experimentarlo. Ya vimos que experimentar a Cristo es un asunto misterioso, debido a que Cristo es misterioso e invisible. Sin embargo, sí es posible experimentarlo. Él es una persona muy real y que se puede experimentar; no obstante, es invisible. Es por ello que es difícil encontrar un versículo en el Nuevo Testamento que nos diga cómo experimentar a Cristo. Aunque el libro de Filipenses nos habla acerca de la experiencia que tenemos de Cristo y aunque en este libro encontramos la manera en que podemos experimentarle, dicha manera es muy misteriosa, pues no se halla en la superficie del libro de Filipenses. Por lo tanto, a fin de hallar la manera de experimentar a Cristo, debemos adentrarnos en las profundidades de este libro.

  En el mensaje anterior vimos que la manera de experimentar a Cristo consiste en repudiar todo lo que somos por naturaleza. Todo lo que tenemos, todo lo que podemos hacer y todo lo que somos, debemos rechazarlo y abandonarlo. En tanto que cierto aspecto nuestro sea natural, debemos repudiarlo por bueno que sea. Independientemente de si nuestra constitución natural sea muy buena o muy pobre, debemos negarnos a ella. Si una persona tiene un yo que es de la peor condición, toma poco esfuerzo negarlo pero si su yo es de la mejor condición, le requerirá muchísima energía negarlo. Quizás usted haya valorado su yo por muchos años. Todos sus amigos y familiares admiran su yo, y usted también lo aprecia y lo tiene en muy alta estima. Y ahora usted escucha la exhortación a repudiar este yo a fin de experimentar a Cristo.

  Después que nos hayamos rechazado a nosotros mismos, descubriremos que algo quedará. Este excedente es Cristo. Como este excedente, Cristo es muy misterioso. Cuando nosotros cooperamos con el Cristo misterioso, no sólo lo experimentamos, sino que también lo disfrutamos. Este disfrute nos hace sentir muy contentos y emocionados.

CINCO ASUNTOS CRUCIALES

  En Filipenses 3:8 Pablo habla de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús su Señor. Esta excelencia sobrepasa la esfera de la física, la ciencia y las matemáticas. De hecho, lo sobrepasa todo. Dudo que haya muchos cristianos que sepan en qué consiste la excelencia del conocimiento de Cristo.

  En Filipenses 3 encontramos un contraste entre dos clases de justicia: la justicia que procede de la ley y la justicia procedente de Dios. La justicia que procede de la ley se obtiene por guardar la ley. Por ejemplo, la ley nos manda que honremos a nuestros padres; si honramos a nuestros padres, entonces esto llegará a ser nuestra justicia según la ley. Asimismo la ley nos manda que no robemos; si nos abstenemos de robar, entonces seremos justos según la ley en cuanto a robar. La segunda clase de justicia que vemos en Filipenses 3 es la justicia procedente de Dios, basada en la fe. Así pues, una clase de justicia es la justicia que procede de la ley, y la otra clase de justicia es la justicia procedente de Dios. La ley consiste de letras muertas, pero Dios es viviente. Por consiguiente, una clase de justicia procede de letras muertas, y la otra clase de justicia procede del Dios vivo.

  En el versículo 10 Pablo habla del poder de la resurrección de Cristo y de la comunión en Sus padecimientos. En el capítulo 1 se menciona la comunión en el evangelio y en el capítulo 2, la comunión de espíritu. Ahora aquí se menciona la comunión en los padecimientos de Cristo. En el versículo 10 Pablo habla de ser configurados a la muerte de Cristo. La muerte de Cristo es un molde, y nosotros somos el barro que ha sido presionado y puesto en dicho molde. Al final, el barro adquiere la forma del molde. Esto es un cuadro de lo que es ser configurados a la muerte de Cristo. En este mensaje examinaremos estos cinco asuntos cruciales: la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, la justicia procedente de Dios basada en la fe, el poder de la resurrección de Cristo, la comunión en los padecimientos de Cristo y el ser configurados a la muerte de Cristo.

  En el versículo 11 encontramos otra expresión poco usual: la superresurrección de entre los muertos. Ésta no es una resurrección cualquiera, sino una resurrección extraordinaria. Se refiere a algo sobresaliente. Hablaremos de esto en otro mensaje.

LA LEY Y CRISTO

  A fin de saber lo que significa la excelencia del conocimiento de Cristo, es necesario que veamos que la principal comparación que se hace en el capítulo 3 es entre la ley y Cristo. El versículo 5 dice: “En cuanto a la ley, fariseo”, y el versículo 6 añade: “En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, llegué a ser irreprensible”. En estos dos versículos la frase en cuanto aparece tres veces: en cuanto a la ley, en cuanto a celo y en cuanto a la justicia que es en la ley. Luego, en los versículos 7 y 8 Pablo usa estas tres expresiones: por amor de Cristo, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús y por amor del cual [Cristo]. Así que, en el versículo 5 Pablo dice: “En cuanto a la ley”, pero en el versículo 7 dice: “Por amor de Cristo”. En esto vemos el contraste entre la ley y Cristo.

  Una segunda comparación se hace entre el celo por la ley y el conocimiento de Cristo. La tercera comparación es entre la justicia que es en la ley y la justicia procedente de Dios basada en la fe. Sin embargo, el punto central de estas tres comparaciones es la comparación entre la ley y Cristo. El conocimiento mencionado en el versículo 8 no es el conocimiento de la ley, sino el conocimiento de Cristo. Este conocimiento es excelente debido a que Cristo es excelente.

  ¿Cree usted todavía que la ley es excelente? Si dice que no, le diría que compare la ley del Antiguo Testamento con la ley del Imperio Romano. Si hace esta comparación, verá que la ley del Antiguo Testamento es excelente, puesto que supera la ley romana. Pero si compara la ley del Antiguo Testamento con Cristo, verá que ésta no tiene excelencia alguna.

LA EXCELENCIA DEL CONOCIMIENTO DE CRISTO

  Cristo es la corporificación de Dios. Toda la plenitud de la Deidad está corporificada en Cristo y mora en Él. ¿Qué podría ser más excelente que la plenitud de la Deidad, y Cristo como el misterio de Dios? Según el Nuevo Testamento, nadie puede conocer adecuadamente a Cristo debido a que Él es tan excelente. En Mateo 11:27 el Señor Jesús dijo: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. Por lo tanto, es imposible que conozcamos a Cristo plenamente, puesto que Él sobrepasa todas las cosas y supera nuestro entendimiento. Sin embargo, un día el Señor llevó a Sus discípulos a Cesarea de Filipo y les preguntó quién decía la gente que era Él. Ellos dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o uno de los profetas” (Mt. 16:14). Estas eran respuestas sin sentido. Entonces, el Señor les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? (v. 15). De repente Pedro respondió y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). No hay ningún punto de comparación entre el Hijo del Dios viviente y Elías o ninguno de los otros profetas. Por lo tanto, después de que Pedro hizo esta declaración en cuanto a Cristo, el Señor Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (v. 17). El Señor Jesús parecía decirle: “Simón, tú eres hijo de Barjona, es decir, hijo de un hombre de carne. Sin embargo, has recibido una revelación celestial. Esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Yo no soy simplemente un nazareno, el hijo de María, sino que soy el Hijo del Dios viviente”. Con Jesús el nazareno no había ninguna excelencia, pero con respecto al Hijo del Dios viviente, hay excelencia. Nadie se compara con Él.

  Aunque Pedro recibió la revelación de Mateo 16, en Mateo 17 actuó de manera insensata en el monte de la Transfiguración. Cuando Moisés y Elías aparecieron, Pedro dijo: “Señor, bueno es que nosotros estemos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (17:4). Las palabras de Pedro ofendieron a los cielos. Por esta razón, una voz del cielo dijo: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd” (v. 5). La voz parecía decir: “Pedro, no sugieras hacer tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para el Señor Jesús. Escucha únicamente al Hijo de Dios”. Esta voz sorprendió mucho a Pedro, y junto con los otros dos discípulos, él se postró sobre su rostro. Pero ellos cuando alzaron sus ojos “nadie vieron sino a Jesús solo” (v. 8). Jesucristo, la corporificación de la plenitud de Dios, es excelente. Su excelencia sobrepasa muchísimo la excelencia de Moisés y de Elías.

  Cuando Pablo era aún Saulo de Tarso, no conocía nada de la excelencia de Cristo. Más bien, él creía que la ley era maravillosa y, como judío que era, se sentía orgulloso de ella y era celoso por la ley; la apreciaba a lo sumo. En su celo por la ley, él perseguía a la iglesia. Sin embargo, un día mientras iba camino a Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo, el cual lo derribó a tierra. En ese momento él recibió una visión acerca de Alguien que era más excelente que la ley: el Hijo del Dios viviente. A partir de ese momento, Pablo sabía que Cristo era infinitamente superior a la ley. La ley fue dada por Dios y de parte de Dios, pero era únicamente una ley de letra muerta. Ahora Pablo había visto a una persona viva que era la corporificación de Dios. ¿Podría la ley compararse con esta Persona viva? ¡Imposible! Podemos comparar a esta Persona viva con el oro, y a la ley con el barro. Antes de conocer el oro, es posible que apreciemos el barro, pero en cuanto vemos el oro, recibimos la excelencia del conocimiento del oro. Este ejemplo nos muestra la experiencia que tuvo Pablo al recibir la excelencia del conocimiento de Cristo. La excelencia del conocimiento de Cristo es la excelencia de Cristo que nos ha sido hecha real a nosotros.

  Un día un hermano me trajo una piedra grande y redonda. Era tan fea que ni siquiera me importó tocarla. Entonces el hermano me dijo: “Hermano Lee, usted ha dicho que Cristo no tenía ninguna belleza ni hermosura externa, pero que era hermoso en Su interior. Esta piedra es como Cristo en ese aspecto. Por fuera es fea, pero por dentro es muy hermosa”. Entonces el hermano cortó la piedra, y por dentro había un cristal hermoso y transparente. Antes de que cortara la piedra, yo no tenía ningún conocimiento del cristal que estaba por dentro. De hecho, no la aprecié y tuve ganas de tirarla porque me parecía muy fea. Pero después que la piedra fue cortada, la belleza que estaba por dentro quedó a la vista, y yo pude obtener la excelencia del conocimiento del cristal.

  De igual manera, antes de la experiencia que tuvo Pablo camino a Damasco, él no tenía la excelencia del conocimiento de Cristo; al contrario, él pensaba que Jesús era simplemente un hijo ilegítimo de María que había nacido y crecido en Nazaret. Pablo valoraba la ley como un tesoro, pero menospreciaba a Jesús. Sin embargo, mientras iba camino a Damasco, se apareció ante él la excelencia de Jesús, y al encontrarse con el Señor quedó atónito. El Jesús que Pablo pensaba que estaba enterrado en una tumba, ahora se le había aparecido desde los cielos. Ese día, él supo que Jesús no era una persona terrenal, sino una persona celestial y divina. De este modo, él llegó a ver la excelencia de esta persona maravillosa. Por causa de la excelencia de este conocimiento de Cristo, Pablo supo que la ley no podía compararse con Él. Por lo tanto, probablemente dijo: “Después de comparar a Jesús con la ley, he decidido tomar a Cristo. Estimo todas las cosas como pérdida por causa de la excelencia del conocimiento Cristo”.

  ¿Alguna vez usted ha comparado a Cristo con todas las demás personas y cosas? ¿Lo ha comparado alguna vez con su diploma universitario o con su esposa o esposo e hijos? Como cristianos que somos, debemos hacer esta comparación. Si usted compara la suma total de todas las personas y cosas con Cristo, recibirá la excelencia del conocimiento de Cristo, y Cristo vendrá a ser más precioso para usted, y usted estará dispuesto a renunciar a todas las personas y cosas por amor de Cristo. Algunos a lo mejor piensen que es terrible estimar todas las cosas como pérdida por causa de Cristo. Pero les digo en serio que todo lo demás debe irse y sólo Cristo debe quedar. Cuando todas las demás cosas se hayan ido, ése será el momento en que podremos experimentar a Cristo como el excedente. Cristo como excedente será incomparablemente dulce y precioso. Éste es el Cristo que podemos experimentar.

  Aunque el Cristo que queda cuando hemos estimado todas las demás cosas como pérdida puede ser muy pequeño, es muy precioso. Siempre que experimento a Cristo y renuncio a todo lo demás, queda Cristo como el excedente. Este excedente aparentemente es muy pequeño, pero es perfecto para nuestro apetito.

EXPERIMENTAR UN POCO DE CRISTO A LA VEZ

  Cuando algunos cristianos hablan acerca de experimentar a Cristo, se vuelven muy ambiciosos y desean engullir de un solo golpe todo lo que Cristo es. Pablo se tardó más de treinta años en disfrutar a Cristo. Sin embargo, algunos de los jóvenes son impacientes con respecto a experimentar a Cristo y se quejan de que disfrutan sólo un poco de Él a la vez. No intente experimentar demasiado de Él a la vez; más bien, continúe experimentándolo y disfrutándolo cada día. Con respecto al asunto de experimentar a Cristo, debemos calmarnos un poco y comprender que necesitaremos toda la eternidad para disfrutarlo. Día a día debemos experimentar un poco más de Él. Disfrutar a Cristo es un asunto eterno. Él es inagotable y nosotros no podremos agotar la experiencia que tenemos de Él, ni siquiera durante toda nuestra vida.

LA JUSTICIA PROCEDENTE DE DIOS BASADA EN LA FE

  Ahora hablaremos de la segunda clase de justicia mencionada en Filipenses 3, esto es, la justicia procedente de Dios basada en la fe. Como ya vimos, la justicia procedente de la ley nos exige guardar la ley. Cuanto más obedezcamos la ley, más justicia tendremos que procede de la ley. Por consiguiente, la justicia procedente de la ley depende de nuestro esfuerzo y comportamiento. Pero, la justicia procedente de Dios es diferente, pues no depende de nuestra conducta; de hecho, la justicia procedente de Dios es sencillamente Dios mismo que vive y se manifiesta en nuestro vivir. Cuando Dios vive en nosotros y luego se manifiesta en nuestro vivir, Él llega a ser nuestra justicia. Por ejemplo, ya no seremos nosotros quienes honramos a nuestros padres ni nos abstenemos de robar, sino que más bien, el Dios justo es quien vivirá y se expresará en nuestro vivir. Al manifestarse en nuestro vivir, Él mismo llega a ser nuestra justicia viviente. Cuando intentamos guardar la ley, nos esforzamos por honrar a nuestros padres. Incluso cuando nos enojamos, sabemos que estamos obligados a honrar a nuestros padres, y por ello controlamos nuestro enojo. La justicia procedente de Dios basada en la fe pertenece a otra categoría. Debido a que Dios vive en nosotros, nosotros estamos llenos de gozo y resplandecemos. La justicia procedente de la ley es muerta, pero la justicia que procede de Dios es viviente. Nosotros experimentamos esta justicia únicamente cuando nos repudiamos a nosotros mismos y disfrutamos a Cristo como lo que queda. En ese momento, Dios vive y se manifiesta en nosotros. De este modo, la expresión de Dios se encontrará en muchos aspectos de nuestro vivir.

EL PODER DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

  En el versículo 10 vemos que Pablo quería conocer el poder de la resurrección de Cristo. Este poder es el Cristo resucitado que vive en nosotros. Nuestro Cristo hoy en día es el Cristo resucitado. Él es la resurrección y, como tal, vive en nosotros. Al igual que una dínamo, el Cristo resucitado vive en nosotros como nuestra fuente de poder. Cuando repudiamos nuestra carne y nuestro hombre natural, a menudo sentimos que este poder está operando en nosotros. Cristo como el restante es como un motor que nos suministra poder interiormente. Éste es el poder de Su resurrección.

  Debido a que tenemos el poder de la resurrección, nos es fácil morir con Cristo. La segunda estrofa de un himno escrito por A. B. Simpson dice así:

  Dulce es morir con Cristo Si vivo en resurrección, Y llevar Sus sufrimientos Si rebosa el corazón. En resurrección Él mora En mi ser con gran poder, Y por eso muy contento Al Calvario yo iré.

  A. B. Simpson ciertamente conocía a Cristo como el poder de la resurrección. Él sabía que el Cristo resucitado vivía dentro de él como el poder de la resurrección. Mediante este poder de resurrección, nosotros podemos vencer todas las cosas negativas, incluyendo a Satanás mismo. La vida cristiana es una vida que se vive en virtud del poder de la resurrección. Si queremos experimentar el poder de la resurrección de Cristo es necesario que repudiemos la carne, el yo y el hombre natural. Una vez que hagamos esto, experimentaremos el poder de la resurrección en nuestro interior. Por medio de este poder, nosotros podemos experimentar todas las riquezas de Cristo.

LA COMUNIÓN EN LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO

  Ahora hablaremos acerca de la comunión en los padecimientos de Cristo. Los padecimientos que se mencionan aquí son diferentes de los sufrimientos que comúnmente experimentamos. La mayoría de nuestros sufrimientos no son los padecimientos de Cristo. A fin de conocer la comunión en los padecimientos de Cristo, es preciso que primero conozcamos la diferencia entre los padecimientos de Cristo y nuestros sufrimientos cotidianos. Los padecimientos de Cristo tenían como meta el cumplimiento del propósito de Dios. Cristo no padeció para ningún otro propósito. Nosotros, en cambio, sufrimos no porque estemos dispuestos a llevar a cabo la voluntad de Dios, sino porque hemos cometido muchos errores. Por ejemplo, supongamos que cierto hermano es muy perezoso, y que por quedarse dormido, pierde el autobús que lo lleva a la escuela. Debido a que llega tarde, en cuanto llega a la escuela tiene que sufrir la disciplina que le administran allí. Este sufrimiento no es el sufrimiento de Cristo, sino el sufrimiento que nos sobreviene por los errores que cometemos.

  Es necesario que tengamos claro cuáles son los padecimientos de Cristo. Supongamos que un hermano es estudiante, y tiene un testimonio genuino y viviente en la escuela. Debido a este testimonio, él es perseguido por causa de Cristo. Esta persecución es el sufrimiento de Cristo. Si uno permanece en esta clase de sufrimiento, participa en la comunión en los padecimientos de Cristo a fin de cumplir el propósito de Dios. El sufrimiento que experimentamos al ser perseguidos por dar un testimonio vivo del Señor pertenece a la misma categoría de los padecimientos que Cristo experimentó para llevar a cabo el propósito de Dios. Todos debemos permanecer en esta clase de padecimientos. Ésta es la comunión en Sus padecimientos.

  Siempre que usted repudie su carne y su yo, experimentará a Cristo y le disfrutará. Sin embargo, debido a su disfrute de Cristo, usted experimentará oposición y sufrirá persecución. Será perseguido porque el mundo hoy se opone a la economía de Dios y al testimonio de Jesús. Cuando usted sufra oposición y persecución, participará en la comunión de los padecimientos de Cristo.

SER CONFIGURADOS A LA MUERTE DE CRISTO

  En este versículo Pablo también habla de ser configurados a la muerte de Cristo. La humanidad de Cristo era como una cáscara, y Él, como la corporificación de Dios, quedó escondido y confinado en dicha cáscara. Aparentemente Él no tenía ninguna gloria, pero interiormente estaba lleno de la gloria de Dios. ¿Cómo podía resplandecer aquella gloria que estaba en Su interior? La única manera era la muerte. La muerte de Cristo fue lo que quebró la cáscara externa de Su humanidad. Por medio de Su muerte, Su cáscara humana fue quebrada, y la gloria divina fue liberada; en otras palabras, Su muerte quebrantó Su humanidad y liberó Su divinidad.

  Como seres humanos que somos, también tenemos nuestra humanidad, la cual es una cáscara. Por supuesto, dicha cáscara no es pura como la de Cristo. Debido a que hemos nacido de nuevo, la vida divina está en nosotros. Sin embargo, esta vida está escondida dentro de la cáscara de nuestra humanidad. Por consiguiente, necesitamos experimentar la clase de muerte que rompe la cáscara de nuestra humanidad y libera la gloria de la vida divina que está en nosotros. Para que esto suceda, necesitamos ser configurados a la muerte de Cristo. La muerte de Cristo es la muerte que quebranta la cáscara humana y libera la gloria divina. Necesitamos experimentar esta muerte día a día.

  Cada vez que repudiamos nuestra carne y todo lo que somos por naturaleza, Cristo queda en nosotros como nuestro disfrute. Mientras le disfrutamos, debemos estar preparados para experimentar la muerte que quebranta nuestro hombre natural. De esta clase de muerte no tenemos escapatoria. La muerte de Adán es terrible, pero la muerte de Cristo es preciosa. Por lo tanto, todos debemos amar la muerte de Cristo y estar dispuestos a ser configurados a ella.

  Cada día mientras experimento a Cristo, dicha experiencia me conduce a una situación de muerte. Sin embargo, esta situación de muerte es encantadora y de ningún modo espantosa. Incluso Dios ama la muerte de Cristo. Esta situación de muerte puede estar relacionada con nuestra esposa, con nuestro esposo, o con los ancianos de la iglesia. Al experimentar esta muerte, el hombre natural que hemos repudiado y desechado es aniquilado. Algunas veces Cristo pareciera decir: “Puesto que has repudiado tu carne, permíteme ahora aniquilarla”. Esta aniquilación es la manera en que somos configurados a la muerte de Cristo. Finalmente, seremos completamente configurados a la muerte de Cristo. Cuando esto suceda, los demás podrán ver en nosotros y sobre nosotros la operación de la muerte que aniquila nuestra carne, el yo y el hombre natural. Esta muerte quebranta el cascarón externo y libera la gloria que está en nuestro interior.

  Todos los cinco puntos que hemos abarcado en este mensaje forman parte de la manera detallada en que podemos experimentar a Cristo. Si experimentamos estos cinco asuntos, un día llegaremos a la superresurrección de entre los muertos. Este tema lo abarcaremos más adelante en otro mensaje.

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