
En el mensaje anterior vimos que en Filipenses 3 se mencionan cinco asuntos cruciales: la excelencia del conocimiento de Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe, el poder de la resurrección de Cristo, la comunión en los padecimientos de Cristo y el ser configurados a la muerte de Cristo. Estos cinco asuntos están relacionados con un concepto: vivir por Cristo a fin de asirlo. La palabra asir mencionada en Filipenses 3:12 alude a la experiencia y disfrute que tenemos de Cristo. Asir a Cristo significa obtenerlo o tomar posesión de Él. Cristo lo es todo para nosotros; Él es nuestra porción, nuestro destino e incluso nuestra meta. Por consiguiente, nosotros debemos asirnos de Él y tomar posesión de Él.
Esto es semejante a la manera en que los hijos de Israel tomaron posesión de la buena tierra. Esta tierra había sido destinada para ellos y les había sido asignada, pero aún era necesario que ellos tomaran posesión de ella poco a poco. Cuanto más tomaban ellos posesión de la tierra, más obtenían de ella; y cuanto más experimentaban la tierra, más la disfrutaban. La tierra es un tipo completo del Cristo todo-inclusivo. Cristo, nuestra porción, nos ha sido asignado, y ahora nosotros tenemos que conquistarlo, ganarlo y obtenerlo.
En el versículo 8 Pablo dice: “Para ganar a Cristo”. Según el griego, en el versículo 12 Pablo habla acerca de asir aquello para lo cual había sido asido por Cristo Jesús. La palabra griega traducida “asir” se usa de dos maneras aquí: la primera se refiere al hecho de obtener algo de manera ordinaria, y la segunda se refiere a obtener algo de manera intensificada. Esto significa que nosotros no simplemente debemos obtener a Cristo de una manera ordinaria, sino de una manera intensificada.
La mejor forma de obtener a Cristo es experimentarlo. Debemos considerar cómo experimentar a Cristo y disfrutarlo de manera práctica. Como ya señalamos, en el versículo 8 Pablo habla de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Antes de que Cristo viniera, los hijos de Israel eran el pueblo de Dios sobre la tierra. Ellos eran el único pueblo que había recibido algo directamente de parte de Dios. Lo que ellos recibieron directamente de Dios fue la ley. La ley era algo tremendo, y los judíos se sentían muy orgullosos de la ley y se jactaban de ella. La ley era su gloria y excelencia. A diferencia de los judíos, los gentiles no podían jactarse de haber recibido algo directamente de Dios; pero los judíos podían decir: “Todas las naciones son perros; nosotros, en cambio, somos el pueblo escogido por Dios, Su posesión adquirida. Nosotros tenemos la ley de Dios”. Nadie puede decir que la ley no es buena. Sin embargo, unos mil quinientos años después de que fue dada la ley, Jesús de Nazaret se manifestó. A pesar de que no tenía ninguna belleza ni hermosura, Él vino a cierto pueblo y les dijo: “Síganme”. Esto significaba que aquellos que le seguían tenían que olvidarse de la ley. La palabra síganme produjo un gran alboroto. Algunos probablemente dijeron: “Hemos seguido a Moisés por todos estos siglos. ¿Quién eres tú, un nazareno, para decirnos que te sigamos?”. Sin embargo, algunos jóvenes pescadores llamados Pedro, Andrés, Jacobo y Juan dejaron sus barcas y sus redes, y siguieron a Jesús, quien era un poderoso imán que los atraía a Sí mismo. Aquellos que le siguieron no eran fariseos, escribas ni saduceos, sino pescadores incultos. Quienes le siguieron, no eran los líderes en la sociedad judía.
Un día el Señor Jesús trajo a Sus discípulos a Cesarea de Filipo y les preguntó quién decían las personas que Él era. Ellos le dijeron que unos decían que Él era Elías, Jeremías, Juan el Bautista o uno de los profetas. Sin embargo, cuando Él les preguntó quién creían ellos que Él era, enseguida Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Esto significaba que Jesús, el nazareno, era el Cristo, el Mesías, Aquel a quien Dios había ungido y designado. Pedro parecía decir: “Tú, Jesús de Nazaret, eres Aquel a quien Dios ha ungido y designado. Tú también eres el Hijo del Dios viviente”.
Después de que Pedro declaró que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos que Él sería crucificado y resucitaría al tercer día. Pero los seguidores del Señor no pudieron creerlo. Ellos reconocían que Él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, pero no creyeron que sería crucificado y resucitado. Finalmente, el Señor fue traicionado, arrestado, juzgado y crucificado. Los discípulos se sintieron muy desilusionados porque el Hijo del Dios viviente había sido muerto y sepultado. Sin embargo, al tercer día fue resucitado. La resurrección no fue descubierta por Pedro, sino por una hermana que amaba al Señor. Ella vio la tumba vacía e incluso tocó al Cristo resucitado. Entonces el Señor le mandó a ella que les dijera a los discípulos que se reuniría con ellos en Galilea. De este modo, después de la resurrección de Cristo, todos los discípulos llegaron a conocer la excelencia de Cristo Jesús el Señor.
Sin embargo, muchos de los “perros principales” entre los judíos no conocieron a esta persona excelente. Uno de estos “perros” era un joven llamado Saulo de Tarso. Saulo apreciaba la ley a lo sumo, y hacía todo lo posible por hacerle daño a las iglesias. Sin embargo, un día el Jesús excelente se le apareció de los cielos de una manera misteriosa, e incluso lo llamó por nombre. Saulo vio la luz y escuchó la voz, pero no vio a nadie. ¡Qué sacudida debió haber sentido Pablo al descubrir que quien le hablaba era Jesús! Según su concepto, Jesús estaba enterrado en la tumba; sin embargo, ahora escuchaba a Jesús hablarle desde los cielos. En ese momento, el velo le fue quitado, y Saulo de Tarso recibió la visión del Señor Jesús. Esta visión le permitió recibir la excelencia del conocimiento de Cristo.
Por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo, Pablo llegó a estar dispuesto a abandonarlo todo. Él comprendió que no había ningún punto de comparación entre Cristo y la ley. ¿Cómo podían los diez mandamientos compararse con esta persona viviente y maravillosa? Todas las cosas que anteriormente habían sido ganancia para Pablo, él ahora las estimaba como pérdida por la excelencia de Cristo.
Pablo también deseaba ganar a Cristo, asirlo y tomar posesión de Él. La mejor forma de tomar posesión de algo es comerlo. Los dietistas dicen que uno es lo que come. Por consiguiente, cuando comemos a Cristo, Cristo entra en nosotros y luego se expresa por medio de nosotros. Cuando Cristo entra en nosotros, Él es nuestro suministro de vida. Pero cuando brota de nosotros, Él es la justicia procedente de Dios basada en la fe. Cuando comemos a este Cristo, Él llega a ser el suministro de vida en nosotros. De este modo, Cristo se manifestará en nuestro vivir. Cuando Él hace esto, llega a ser nuestra justicia viviente. Ésta es la justicia de Dios.
Además, cuando nosotros recibimos a Cristo comiéndole, Cristo llega a ser el Resucitado que está en nosotros. En este Cristo resucitado está el poder de la resurrección que nos motiva y vigoriza. Debido a que somos vigorizados por el poder de la resurrección, no podemos estar callados. Al contrario, nos sentimos emocionados e incluso alocados con gozo. Éste es el poder de la resurrección. Éste es Cristo, no en doctrina sino en nuestra experiencia.
Aunque la comida ya haya sido preparada y puesta en la mesa, es posible que no sepamos como comerla. En Filipenses 3 encontramos una manera particular de comer a Cristo. La mejor manera de comerle es negándonos a algo. A fin de comer a Cristo, debemos negarnos a todo lo demás, incluyendo a nosotros mismos, nuestra mente, nuestra astucia, nuestro conocimiento y todas nuestras cualidades. Incluso debemos negarnos a las experiencias que tuvimos de Cristo el día de ayer. Pablo dijo que estimaba todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. Esto significa que él se negaba a todo. Debido a que Cristo era todo para él, él se negaba a todo lo que no era Cristo.
Una persona puede ser humilde y otra puede ser osada. La que es humilde ha sido así desde el día en que nació, y no es necesario enseñarle a ser humilde. Ella sencillamente no sabe que existe algo llamado orgullo. Por otra parte, la persona que es osada nació con la capacidad de liberar su espíritu. A esta persona le resulta natural hacer esto. Así que, para la persona que es humilde es muy difícil liberar su espíritu, mientras que para la que es osada tratar de ser humilde es como si la mataran. Supongamos que una tercera persona es muy inteligente y que es así por nacimiento. La humildad, la osadía y la inteligencia son la herencia que estas personas recibieron por nacimiento. Una cuarta persona puede ser muy dulce y amable. Supongamos que un día estas cuatro personas llegan a creer en el Señor Jesús y a ser partícipes de Cristo, y que un siervo del Señor las visita y les dice que nuestro único destino es ganar a Cristo. A fin de ganar a Cristo, tenemos que estimar todas las cosas como pérdida. Sin embargo, el hermano humilde puede estimar todas las cosas como pérdida menos su humildad. En principio, lo mismo le puede ocurrir al hermano que es osado, así como también al que es inteligente y al que es amable. Debido a que el hermano humilde no ha estimado su humildad como basura por amor de Cristo, él ejercitará su humildad en la vida de iglesia cada vez que tiene oportunidad. Aunque es humilde, no hay nada de Cristo en su humildad. Él secretamente valora su humildad y de ese modo reemplaza a Cristo. Lo mismo se aplica a la osadía, inteligencia y a la amabilidad natural. Todas estas cosas no son más que aspectos de la carne.
Por lo tanto, si deseamos participar de Cristo, experimentar a Cristo y disfrutar a Cristo, debemos repudiar la carne. Lo que más nos impide disfrutar a Cristo es nuestra herencia natural. Por ejemplo, para un hermano que es por naturaleza muy manso con los demás, el mayor obstáculo es su mansedumbre, porque probablemente él repudia todas las cosas menos esto. Aunque hemos disfrutado a Cristo a cierto grado, todos hemos sido estorbados y obstaculizados por nuestra herencia natural. El mayor obstáculo que nos impide experimentar a Cristo y disfrutarle es el aspecto positivo de nuestra carne.
Supongamos que una persona es elocuente por naturaleza y tiene mucho impacto en la audiencia. Si dicha persona se hace cristiana, podría llegar a ser un predicador excelente y atraer a una gran multitud. Debido a su elocuencia natural, él puede ejercer mucha influencia en otros y tener gran impacto en la audiencia; sin embargo, para ello no necesitará a Cristo ni al Espíritu. Con su elocuencia natural puede ganar muchos seguidores. Si yo fuera un orador así de elocuente, todos ustedes me apreciarían. Alabarían al Señor por haber traído al recobro del Señor a un hermano tan capaz; sin embargo, es muy difícil que un orador tan elocuente como éste disfrute a Cristo al hablar, pues, para ello no necesita a Cristo.
Supongamos que haya otra persona que no nació con la capacidad de elocuencia, sino que, en lugar de ello, habla de manera lenta y torpe. Cuando esta persona se extiende por más de unos minutos todos se duermen. Supongamos que esta persona un día se salva y, debido a que ama al Señor y a la iglesia, siente la carga de hablar la palabra por el Señor. Puesto que no confía en sí mismo, de manera espontánea se repudia a sí mismo y pone toda su confianza en Cristo. Posiblemente ayune y ore desesperadamente al Señor, diciendo: “Señor, si no eres Tú quien habla, no podré hablar. Si Tú no haces nada con lo que he de compartir, estaré acabado”. Cuando se pone en pie para hablar, lo hace con temor y temblor, y debido a que ha repudiado su ser, a medida que habla, experimenta a Cristo y lo disfruta.
Un hermano que por naturaleza es elocuente puede tener la misma experiencia, porque con respecto a sí mismo, el mismo principio se aplica. Él puede orar de esta manera: “Señor, estoy con temor y temblor de que mi elocuencia e inteligencia puedan reemplazarte y que mi capacidad pueda estorbarte e impedir que te disfrute. Señor, mientras hablo no confío en mi capacidad natural”. De esta manera, él se niega a sí mismo y repudia su capacidad, elocuencia, inteligencia y conocimiento. Por consiguiente, a medida que habla, también experimenta a Cristo y lo disfruta.
Independientemente de si somos inteligentes o no, debemos rechazar todo lo que somos. No debemos permitir que nada natural reemplace a Cristo. Todo lo natural que sea bueno nos impedirá disfrutar a Cristo.
El apóstol Pablo dijo: “Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Cristo se asió de nosotros a fin de que nosotros nos asiéramos de Él. Un día nosotros nos arrepentimos y creímos en Cristo. A nuestro parecer, nosotros fuimos salvos, pero según la perspectiva de Cristo, nosotros fuimos capturados por Él. Cristo tomó posesión de nosotros, no para que nos fuéramos al cielo o fuéramos buenos cristianos, sino para que le ganáramos a Él. Debemos ir en pos de Cristo, a fin de asir aquello para lo cual fuimos también asidos por Cristo. Por lo tanto, debemos decir: “Señor, te doy gracias por haberme ganado. Tú me ganaste para que yo te pudiera ganar a Ti. Éste fue Tu propósito al tomar posesión de mí”.
Como ya mencionamos, la mejor manera de ganar a Cristo es comerle. Él desea que nosotros le comamos cada vez más. A fin de comer a Cristo, debemos negarnos a todo lo que somos, tenemos y podemos hacer. Ésta es la manera de asirnos de aquello para lo cual fuimos asidos por Cristo.
No es simplemente un asunto de aprender a Cristo, sino de tomar posesión de Él. Al negarnos a todo lo que somos por naturaleza, nosotros tomamos posesión de Él. No sólo debemos negarnos a nuestro odio sino también a nuestro amor; no sólo a nuestro orgullo sino también a nuestra humildad; no sólo a nuestra torpeza sino también a nuestra inteligencia. La manera de disfrutar a Cristo es que nos neguemos a todo lo que somos por naturaleza.
Según Filipenses 3, negarnos a todo equivale a estimar todas las cosas como pérdida por amor de Cristo, por la excelencia del conocimiento de Cristo. ¡Cuán excelente es Cristo! Este conocimiento excelente nos motivará a estimar todas las cosas como pérdida. Incluso debemos negarnos a nuestro conocimiento de la Biblia. Llevo más de cincuenta años estudiando la Biblia, y he adquirido mucho conocimiento bíblico; sin embargo, si confío en mi conocimiento mientras doy un mensaje, ese mensaje no tendrá ningún valor. Por ello, cada vez que hablo la palabra he aprendido a decirle al Señor: “Señor, no tengo nada. Incluso si tuviera algo, eso no cuenta. Señor, Tú tienes que venir para serlo todo. Señor, deseo que Tú seas mi hablar, el bosquejo, los puntos, las palabras que me vienen en el momento que hablo y todo el mensaje”. Cuando hablo de esta manera, predico algo nuevo vez tras vez, y soy el primero en ser nutrido. Sin embargo, si confío en mi conocimiento, incluso en el conocimiento que recibí el día anterior, no recibiré ningún alimento. En ese caso, estaré confiando en algo que es bueno pero que no es Cristo.
Les repito una vez más que la manera de disfrutar a Cristo es que nos neguemos a todo lo que tenemos y todo lo que somos por naturaleza. Incluso debemos renunciar a las mejores experiencias espirituales que hemos tenido. La manera de comer a Cristo es negarnos a todo y acudir a Él con las manos vacías. Si usted vacía todo su ser, Cristo será algo nuevo para usted.
Pablo no sólo estimaba todas las cosas como pérdida por amor de Cristo, sino que tenía todas las cosas por basura. Según su estimación, todas las cosas eran lo mismo que nada. Debido a que él siempre estimaba todas las cosas como pérdida por amor de Cristo, continuamente disfrutaba a Cristo. Cuanto mayor sea el numero de cosas a las cuales usted se niegue, más usted será reemplazado por Cristo y más Cristo vendrá a ser Su experiencia y disfrute. Nuestro lema debe ser este: “¡Oh, qué yo pueda ganar a Cristo!”. Oh, que nosotros podamos asir aquello para lo cual fuimos asidos por Cristo. La manera de asir a Cristo, la manera de ganarlo, experimentarlo y disfrutarlo es que nos neguemos a todo cuanto somos, tenemos y somos capaces de hacer. No le traiga nada a Cristo. Él no necesita nada de lo que usted es o tiene, pero usted sí lo necesita a Él. En todas las cosas Cristo desea reemplazarnos con Su propio Ser. Nosotros ya fuimos asidos por Cristo, a fin de que pudiéramos asirnos de Él. Ahora Él está esperando que nosotros nos neguemos a todas las cosas y estimemos todas las cosas como pérdida por amor de Él, a fin de que podamos experimentarlo y disfrutarlo.