
Este libro es una traducción de los mensajes dados por el hermano Witness Lee en reuniones de habla china en Anaheim, California los días del Señor de febrero a abril de 1983.
Romanos 1:20 dice: “Porque las cosas invisibles de Él, Su eterno poder y características divinas, se han visto con toda claridad desde la creación del mundo”. Aquí, la frase características divinas denota los rasgos especiales, las características, como manifestaciones externas de la naturaleza o sustancia de Dios, las cuales pueden ser vistas y apreciadas por los hombres. Si usted desea conocer a Dios, sencillamente mire el universo con todas las cosas creadas, puesto que todo el universo expresa las características divinas. Cuando usted ve que el universo está lleno de luz, usted sabe que Dios es luz; el universo es hermoso, así que Dios es un Dios de hermosura; el universo está lleno de vitalidad, así que Dios está rebosante de vida; el universo es ordenado junto con los cuerpos celestes que giran en sus órbitas apropiadas, así que Dios es ordenado y sin confusión alguna. Por lo tanto, usted conoce las características de lo que Dios es mediante las manifestaciones de todas las cosas creadas en el universo. Aunque las personas informadas podrían conocer a Dios como el Creador del universo al observar el universo mismo, ellos no conocen verdaderamente quién Dios es y qué es la Deidad, porque su conocimiento de Dios es meramente conforme a la expresión exterior del universo.
¿Quién es este Dios con la Deidad? Es menester que esto sea explicado y expresado por el Señor Jesucristo. Cuando el Señor Jesús vino, Él no sólo nos mostró las características manifestadas de Dios, sino que más aún declaró plenamente a Dios mismo con la Deidad. Esto se debe a que toda la plenitud de la Deidad habitaba corporalmente en este Jesús encarnado (Col. 2:9). Dios era la Palabra en la eternidad pasada (Jn. 1:1). Aunque Él tenía la plenitud de la Deidad, a simple vista esta Deidad no es concreta, no es “corporal”. No fue sino hasta el momento en que la Palabra se hizo carne como Jesús de Nazaret, quien vivió en la tierra entre los hombres, que la Deidad fue manifestada en Él corporalmente. Antes que Dios llegara a ser carne, Él era la Palabra sin una forma corporal; cuando Él llegó a ser carne, Él tomó una forma corporal. Cristo es el misterio de Dios, la corporificación de Dios, porque toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Él.
Colosenses 3:4 dice: “Cristo, nuestra vida”. Aquí dice que Cristo es nuestra vida; no dice que Cristo ha de ser nuestra vida. Quizás en el chino se escuche mejor si decimos que experimentamos a Cristo para que sea nuestra vida, pero esta expresión no es exacta. La manera exacta de decirlo es que experimentamos a Cristo como nuestra vida. El libro de Colosenses abarca el asunto de Cristo como nuestra vida en el aspecto de la verdad. Por lo tanto, es necesario que el libro de Filipenses continúe a decirnos cómo Cristo es nuestra vida y de qué modo podemos experimentar a este Cristo como nuestra vida.
Filipenses 1:19 dice: “Por [...el] Espíritu de Jesucristo”. El Espíritu de Jesucristo es Jesucristo. Con respecto a Dios, Cristo es Su misterio; con respecto a nosotros, Cristo es el Espíritu. El misterio de Dios, Cristo, nos alcanza como Espíritu. El Espíritu de Jesucristo no significa que Cristo es una persona y el Espíritu es otra persona. En el griego la expresión el Espíritu de Jesucristo significa que “el Espíritu es Jesucristo”; por tanto, el Espíritu de Jesucristo es Jesucristo. De forma similar, 2 Corintios 3:17 dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. La primera parte del versículo dice: “El Señor es el Espíritu”, y la segunda parte dice: “El Espíritu del Señor”. Si usted no entiende el significado espiritual de este versículo, o si su estudio del texto original no es adecuado, usted pensará que estas dos declaraciones se contradicen la una a la otra. La primera parte dice: “El Señor es el Espíritu”, lo que significa que el Señor y el Espíritu son uno solo; luego el versículo continúa diciendo: “El Espíritu del Señor”, lo que pareciera implicar que el Señor y el Espíritu han llegado a ser dos entidades. En realidad no es así. “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay...” nos muestra que la construcción de esta oración es correcta. En contraste, no es fluido ni gramaticalmente correcto decir: “El Señor es el Espíritu donde hay...”. Además, en el versículo 18b Pablo también dice que “somos transformados [...] como por el Señor Espíritu”. Esto comprueba que el Señor y el Espíritu son una sola entidad. El título compuesto el Señor Espíritu no quiere decir que el Señor es una persona y que el Espíritu es otra persona. El Señor Espíritu es una sola persona, no dos. Esto es exactamente igual al título compuesto el Padre Dios, que indica que Dios y el Padre son una sola persona, no dos.
A fin de ser nuestra vida, Cristo tuvo que llegar a ser el Espíritu, y de hecho Él ha llegado a ser el Espíritu. “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante” (1 Co. 15:45). Jesús se hizo carne, vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, murió en la cruz y resucitó; en resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Muchos cristianos se pierden aquí debido a que no tienen la luz.
El Señor Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la virgen María con un cuerpo que era físico y pertenecía a la vieja creación. Él vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, y fue crucificado, pero Dios lo resucitó de los muertos. Luego de pasar por el proceso de muerte y resurrección, Su cuerpo, el cual pertenecía a la vieja creación y era físico, llegó a ser un cuerpo resucitado y espiritual. Este asunto se explica claramente en 1 Corintios 15. Por medio de la resurrección, el cuerpo de la vieja creación del cual el Señor Jesús se había vestido, fue introducido en el Espíritu. Por lo tanto, después de Su resurrección, Su cuerpo llegó a ser un cuerpo espiritual. Por consiguiente, hoy Cristo, quien es el Espíritu, es nuestra vida.
Filipenses 1:19 dice: “Por [...] la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. Independientemente de nuestras circunstancias, el Espíritu vivificante llega a ser nuestra salvación mediante Su abundante suministración. Por ejemplo, si un hombre cae al agua, yo puedo salvarlo al arrastrarlo fuera del agua. Esta clase de salvación meramente lo libera de ahogarse; él no me gana a mí. Él es salvo, pero no me gana a mí como su salvación. Lo que este versículo significa es que cuando un hermano está en medio de aflicciones, puesto que el Espíritu del Señor está en él, él es fortalecido al invocar: “¡Oh, Señor!”. Cuanto más él invoca, más fortalecido es. A la postre, cuando es lleno del Espíritu Santo, él es fortalecido y revestido de poder para vencer la opresión que sufre a causa de las aflicciones. De este modo el Señor llega a ser su salvación en él. Aquí podemos ver que este hermano no sólo es salvo, sino que más aún ha experimentado al Espíritu en él como su salvación. Muchos cristianos, al leer esta palabra que dice: “Esto resultará en mi salvación”, lo interpretan como una salvación objetiva. No obstante, que el Espíritu de Jesucristo resulte ser nuestra salvación es algo subjetivo. Él no sólo nos salva externamente, sino que más aún Él llega a ser nuestra salvación internamente.
Que Cristo en nosotros llegue a ser nuestra salvación podría compararse a que la vida en nuestro cuerpo sea nuestra salvación diaria. Por ejemplo, si sus pies se quedan atrapados en el lodo y usted es una persona hecha de madera, una persona sin vida, o si usted es un debilucho, entonces necesita que otros lo saquen del lodo. Pero siempre y cuando usted sea una persona viviente con el poder de la vida en su interior, la vida que está en usted lo capacitará para extraer sus pies del lodo. Por ende, la vida que está en su cuerpo es su salvación. Cuando los médicos diagnostican enfermedades, siempre les dicen a los pacientes que la medicina ayuda a sanar una enfermedad, pero que la verdadera cura para la enfermedad de alguien es la vida que está en el cuerpo. Si su vida física es saludable y fuerte, ella lo sana a usted cada día hasta que su cuerpo se recupere plenamente. De este modo, la vida en su cuerpo es su salvación; ésta no es una salvación objetiva y externa, sino más bien una salvación subjetiva e interna. El Señor Jesús ha llegado a ser el Espíritu de vida en nuestro espíritu como nuestra salvación subjetiva.
Filipenses 1:20 dice: “Como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. Aunque el Señor Jesús como Espíritu que mora en nuestro espíritu es abstracto, impalpable e invisible, Él de hecho nos salva internamente. El Señor Jesús ha llegado a ser el Espíritu vivificante que está en nosotros como nuestra vida y nuestra salvación.
Cristo ha llegado a ser el Espíritu vivificante como vida y suministro de vida en nuestro espíritu. Por ende, debemos vivir en nuestro espíritu a fin de experimentar la salvación y la abundante suministración del Espíritu. El hombre está constituido de tres capas: la capa exterior es el cuerpo; dentro del cuerpo está la segunda capa, la cual es el alma; y dentro del alma está la tercera capa, la cual es el espíritu. Hoy Cristo es el Espíritu, y en nosotros también tenemos un espíritu; por lo tanto, podemos experimentarlo. Los dos espíritus —el Espíritu del Señor y nuestro espíritu— están mezclados y tienen comunión el uno con el otro. Esto podría compararse a un metal que conduce electricidad. Si pecamos, viene un aislante entre nosotros y el Señor, y entonces la “electricidad” no puede pasar. En tal momento necesitamos abrirnos a Él en nuestro espíritu para arrepentirnos y confesar nuestros pecados. De este modo la barrera del pecado es quitada; podemos tener comunión con el Señor Espíritu de inmediato y una vez más experimentar Su salvación en nosotros. Entonces el Señor Jesús ya no es una doctrina para nosotros, sino una realidad. Como Espíritu, Él ahora mora en nuestro espíritu, de modo que a diario lo podemos experimentar como nuestra salvación.
Aunque tenemos un espíritu, ¿acaso vivimos por medio de este espíritu en nuestra vida diaria? Éste es nuestro problema. Ciertamente tenemos el espíritu en nosotros, pero no vivimos conforme al espíritu. Estamos acostumbrados a vivir conforme a nuestra alma en nuestra vida diaria. Nos deleitamos en usar nuestra mente para considerar, nuestra parte emotiva para amar o aborrecer y nuestra voluntad para decidir, y estamos acostumbrados a ello. Cada día vivimos conforme a nuestra alma en vez de vivir conforme al espíritu que está en nosotros. Antes de ser salvos, hablábamos imprudentemente y mentíamos. Pero ahora que nos hemos arrepentido y hemos creído en el Señor, nos percatamos de que deberíamos comportarnos de forma diferente. Por ende, no cometemos pecados externos ni mentimos. No obstante, así como mentir era algo propio de nosotros mismos, ahora el hecho de que ya no mentimos también es algo propio de nosotros mismos; anteriormente nuestro comportamiento imprudente procedía de nosotros mismos, pero ahora nuestro comportamiento apropiado también procede de nosotros mismos. No vivimos conforme al espíritu, sino conforme a nosotros mismos. Por consiguiente, aunque el Señor Jesús vive en nuestro espíritu, Él está firmemente confinado y restringido en nosotros; no permitimos que Él sea manifestado en nuestro vivir. Más bien, aún manifestamos en nuestro vivir a nuestros viejos hábitos y nuestro viejo yo.
Los viejos hábitos son muy difíciles de cambiar. Permítanme contarles una historia verídica. En mis primeros años, en mi ciudad natal de Chifú, había lámparas y teléfonos eléctricos, pero sólo muy pocas personas los tenían instalados en sus hogares. Siempre que llegábamos a casa luego de haber oscurecido, buscábamos un fósforo para encender la lámpara de queroseno; hacíamos esto cada día, de modo que llegó a ser nuestro hábito. En 1939 al fin mi casa tuvo lámparas eléctricas. Sin embargo, durante el primer par de meses, cuando llegaba a casa al cabo de un día ocupado y me percataba de que la habitación estaba oscura, de todos modos buscaba un fósforo espontáneamente para encender la lámpara de queroseno. Mis hijos se reían de mí. Ésta también es la historia de nuestra vida diaria. Nuestro hablar y nuestros pensamientos podrían compararse a encender una lámpara de queroseno. La lámpara de queroseno es nuestro yo, mientras que la lámpara eléctrica es el Espíritu. Aunque tenemos la lámpara eléctrica procedente del cielo instalada en nosotros, todavía somos controlados por nuestro viejo hábito. En vez de apropiarnos de la lámpara eléctrica al activar el interruptor, nuestro espíritu, encendemos nuestra lámpara de queroseno. No utilizar lo que uno ya tiene es equivalente a no tener nada en lo absoluto. Como creyentes, tenemos al Señor Jesús en nuestro espíritu, pero nuestro problema es que no utilizamos nuestro espíritu. Estamos acostumbrados a vivir conforme al alma y no conforme al espíritu.
Pablo fue un buen modelo de uno que vivió conforme al espíritu, uno que vivió a Cristo. Él siempre permitía que Cristo fuese magnificado en su cuerpo bajo cualquier circunstancia, fuese tranquila o áspera, buena o mala, o por vida o por muerte (Fil. 1:20b). ¿Qué quiere decir esto? Esto significa que él ignoraba su mente, parte emotiva y voluntad, pero que se preocupaba únicamente por el espíritu en su interior, abriéndose siempre al espíritu. De este modo Cristo fue expresado por medio de su vivir y fue magnificado en su cuerpo. Primero Cristo entró en él, y luego Cristo fue expresado por medio de su vivir. Cristo era manifestado en su vivir, y de ese modo era magnificado. Como resultado de ello, él pudo decir: “Porque para mí el vivir es Cristo” (v. 21a). Cuando Pablo vivía, su vivir era Cristo; ésta era su experiencia. Es por esto que quiero hablarles acerca de nuestra experiencia. Desde que hablé acerca de vivir a Cristo hace tres o cuatro años, muchas veces me han preguntado: ¿En qué consiste vivir a Cristo? Nosotros acuñamos la frase vivir a Cristo. La mayoría de los cristianos dirían vivir por Cristo, pero esta clase de afirmación no es adecuada. La palabra vivir en la frase vivir a Cristo es un verbo, no un adjetivo. Vivir a Cristo significa expresar a Cristo en nuestro vivir; por ende, el vivir es Cristo.
Hace poco alguien me preguntó: “¿Cómo puedo vivir a Cristo?”. Daré una respuesta general a esta pregunta. En primer lugar, veamos la experiencia que tienen los cristianos con respecto a vivir a Cristo. Muchos cristianos viven conforme a sí mismos en su vida diaria. Cuando es hora de ir a la reunión, un cristiano se recuerda a sí mismo: “Ahora voy a la reunión, así que tengo que ejercitar mi espíritu”. Luego, puede que él ore un poco para pedirle al Señor que bendiga la reunión. Su esposa puede que también le recuerde, diciendo: “Siempre hablas con prisa. Está bien hablar apresuradamente cuando estamos sentados a la mesa del comedor, ¡pero en la reunión deberías ser más precavido!”. Por ende, en la reunión él intenta ser cauteloso y le ora al Señor, diciendo: “Oh Señor, tócame por Tu Espíritu”. Luego, cuando siente inspiración, dice: “¡Oh Señor! ¡Ciertamente eres mi vida!”. Éste es uno que vive a Cristo únicamente durante las reuniones. Otro quizás viva a Cristo de otra forma: una esposa, por ejemplo, podría haber estado molestando a su marido durante los últimos días, o un esposo quizás haya estado mostrando su desagrado hacia su esposa, y la situación ha llegado a ser intolerable, y éste es constreñido a volverse al Señor y decir: “Oh Señor, estoy con temor y temblor sencillamente porque me temo que perderé la paciencia y entraré en un intercambio de palabras o incluso una disputa. Quiero vivir por Ti en temor y temblor”. Éste es uno que vive a Cristo sólo en tiempos de dificultad. Estos ejemplos comprueban que usted no vive a Cristo cuando no hay reuniones o dificultades. En nuestra vida diaria, todos vivimos a nosotros mismos en vez de vivir a Cristo. Vivimos a Cristo únicamente cuando es hora de ir a las reuniones o cuando necesitamos depender de Él en medio de las dificultades. Ésta es la verdadera situación de nuestro vivir diario.
Hermanos y hermanas, tenemos que ir en contra de nuestros hábitos. No deberíamos esperar a vivir a Cristo hasta que vayamos a las reuniones, hablemos en las reuniones o nos encontremos con situaciones difíciles o con persecuciones. Más bien, en nuestra vida diaria, con nuestra esposa, nuestros hijos o cualquiera, deberíamos vivir y andar conforme al espíritu y no conforme al alma, que incluye la mente, la parte emotiva y la voluntad. En esto consiste vivir a Cristo en nuestro vivir diario.
Si un cristiano espera hasta estar en una reunión para actuar como si viviera a Cristo, entonces eso equivale a tener una verdadera religión formal de primera clase. Estar en una religión consiste en actuar una clase de vida en las reuniones que es diferente a la vida diaria que uno lleva. Si usted no vive a Cristo en su vida diaria, pero intenta actuar algo cuando asiste a la supuesta adoración dominical, eso es religión. Hoy en día el Señor no quiere religión; lo que Él desea es que vivamos a Cristo, sea en nuestra vida diaria o en las reuniones.
Hoy en día el Señor está en nuestro espíritu como nuestra vida. Por ende, debemos ejercitar nuestro espíritu a diario a fin de que Cristo pueda ser expresado por medio de nuestro vivir. Del mismo modo en que hablo en el espíritu en las reuniones delante de los ancianos, también hablo en el espíritu a mi esposa y mis hijos cuando estamos sentados a la mesa de comedor. Cada día vivo y ando conforme al espíritu. Entonces esto no es religión, sino un vivir espiritual. Ésta es la clase de vivir que debiéramos tener; en esto consiste vivir a Cristo. Por medio de esto, experimentamos la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, la cual resulta en nuestra salvación en todas las cosas. El Espíritu que mora en nosotros junto con la abundante suministración nos salvará de la vieja creación y del vivir que es propio de la vieja creación. Si vivimos por el espíritu y conforme al mismo en todo, incluyendo las cosas grandes y las pequeñas, y no sólo en las reuniones, entonces tenemos a Cristo en vez de la religión. Necesitamos ver que hoy estamos en el recobro del Señor, no en la religión. Por ende, necesitamos vivir a Cristo y no adherirnos a la religión.
¿Cómo podemos tener tal vivir espiritual? El secreto yace en nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. Él es nuestro Dios, nuestro Creador, nuestro Redentor, nuestro Salvador y el Señor de todo, pero hoy en día Él ha llegado a ser el Espíritu vivificante que mora en nosotros de forma verdadera y viviente a fin de ser nuestra vida. Por lo tanto, no deberíamos hablar, comportarnos, vivir o movernos conforme a nuestra alma, sino conforme a nuestro espíritu. Además, deberíamos permanecer en nuestro espíritu. El espíritu que está en nosotros es viviente y sensible; debemos ejercitarnos y aprender a vivir y andar conforme al sentir del espíritu en todo momento y en todo lugar. Además, deberíamos establecer una vida en la que vivimos a Cristo. Entonces podemos decir como Pablo dijo: “Para mí el vivir es Cristo”.