
Lectura bíblica: Fil. 3:7-10
Filipenses 3:7-9 dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”. Ser hallado en Cristo es un gran asunto. Estamos en Cristo, pero es posible que la gente no nos halle en El. Hay millones de cristianos en los Estados Unidos, pero muchas veces no podemos reconocerlos, debido a que no viven a Cristo. Pablo quería ganar a Cristo primero, y luego, que otros lo hallaran en Cristo. Cuando Pablo escribió la Epístola a los Filipenses él estaba encarcelado en Roma. El anhelaba que sus compañeros de prisión, y aun la casa de César (4:22) lo hallaran en Cristo.
El versículo 10 agrega: “A fin de conocerle...” La excelencia del conocimiento de Cristo (v. 8) que Pablo tenía era según la revelación que había recibido y por dicha revelación. Antes de ser salvo, Pablo estaba ciego espiritualmente. El tenía celo y era muy diligente para con el Dios a quien sus padres adoraban. Sin embargo, en el camino a Damasco, el Señor le salió al encuentro (Hch. 9:1-9). En esa ocasión él recibió una revelación directa de parte del Señor (Gá. 1:15-16) en cuanto al Cristo maravilloso, la misma habitación corporal del Dios a quien sus padres adoraban. El conocimiento de Cristo que Pablo recibió por revelación dio como resultado la excelencia del conocimiento de Cristo. No obstante, después de recibir este conocimiento excelente por revelación, él todavía buscó más conocimiento, un conocimiento no por revelación, sino por experiencia.
“Conocer” es un verbo en infinitivo, lo cual indica que los asuntos mencionados en los versículos que anteceden son los requisitos que Pablo tenía que llenar para conocer más a Cristo en experiencia. Los requisitos eran: 1) Considerar como pérdida por amor de Cristo, las cosas religiosas que eran ganancia; 2) también considerar todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo; y 3) ser hallado en Cristo, teniendo la justicia de Dios que se basa en la fe. Es posible que tengamos la excelencia del conocimiento de ciertas comidas con sólo mirar el menú, pero puede darse que nunca las hayamos probado. Probar la comida requiere ciertos requisitos. Pablo estaba calificado para conocer a Cristo al estar en la posición y en la condición correctas. El repudió lo pertinente a la religión tradicional, incluyendo su condición anterior en el judaísmo (Fil. 3:5-7). Más aún, él contaba todas las cosas como pérdida por amor de Cristo para ganar a Cristo y ser hallado en El, no teniendo su propia justicia, que era por la ley, sino la justicia que era de Dios. Los judíos se hallaban con la justicia de la ley mosaica, pero Pablo vivía en una condición en la que tenía la justicia de Dios, la cual es Dios mismo en Cristo quien es Su incorporación. Por estar en semejante condición, Pablo estaba calificado para conocer a Cristo en experiencia.
El versículo 10 dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Cuando Pablo escribió la Epístola a los Filipenses, él tenía el conocimiento en experiencia de Cristo, y estaba experimentando el poder de Su resurrección. Mientras estaba en la prisión romana, posiblemente atado en el cepo bajo la amenaza de ser decapitado o arrojado a las bestias en el anfiteatro. En esa situación él necesitaba conocer el poder de la resurrección de Cristo. El poder de la resurrección de Cristo es Su vida de resurrección, la cual le levantó de los muertos (Ef. 1:19-20). Es el Cristo resucitado y el Cristo que resucita. Este poder estaba en Pablo como el abundante suministro del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). La realidad del poder de la resurrección de Cristo es el Espíritu (Ro. 8:11), y el abundante suministro del Espíritu es el poder de resurrección. La naturaleza de la resurrección de Cristo es el Espíritu de Jesucristo. Sin el Espíritu de Jesucristo no hay resurrección.
Hoy en día, el Espíritu está en nuestro espíritu humano. La manera de conocer en experiencia el poder de resurrección, es tornarnos a nuestro espíritu y permanecer en nuestro espíritu. Tal vez no sea necesario orar para mantenernos en nuestro espíritu. Podríamos simplemente alabar, cantar aleluyas y aclamar triunfalmente. Esta es la manera de experimentar el poder de la resurrección de Cristo.
A fin de experimentar el poder de resurrección, somos sometidos a sufrimientos. Pablo experimentó el poder de resurrección en la prisión romana. Si nosotros no experimentamos sufrimientos, no podemos conocer este poder. En este sentido, el poder de resurrección requiere una “prisión”. La vida matrimonial es un ejemplo de este tipo de encarcelamiento. En un buen sentido, nuestro matrimonio no nos introduce en una fiesta sino en una “prisión”.
La cruz de Cristo se puede comparar a un molde para cocinar. Cuando la masa se presiona en el molde que tiene cierta forma y es cocinada, el resultado es un pastel o una repostería con la forma del molde. Nosotros somos la “masa” que ha sido puesta en el “molde” de la cruz por el poder de resurrección. Nuestra vida matrimonial es parte de ese molde. En un sentido, la vida de casado no es una vida de disfrute; es una vida de sufrimiento. Pablo dijo que aquellos que se casan tendrán aflicción de la carne (1 Co. 7:28). Sin embargo, el matrimonio ha sido soberanamente ordenado por el Señor. A menos que uno haya recibido un don especial de parte del Señor (Mt. 19:10-12), no debe permanecer sin casarse. Nuestros hijos son también parte del molde de la cruz. He visto a muchos padres sufrir por causa de sus hijos.
Para conocer en nuestra experiencia el poder de la resurrección de Cristo, es necesario que seamos puestos en el molde del sufrimiento. En Filipenses 3:10 Pablo habla de la participación de los padecimientos de Cristo. El Señor Jesús nos llama a seguirlo a El en Sus sufrimientos, llevando la cruz (Mt. 16:24). Llevar la cruz es disfrutar la participación de los sufrimientos del Señor Jesús.
Filipenses 3:10 habla primero de Cristo como de una persona maravillosa. Nunca podemos acabar de decir quién es El. En segundo lugar, habla de conocer el poder de Su resurrección y la participación de Sus sufrimientos. Luego, al estar disfrutando en experiencia la comunión de Sus sufrimientos, somos conformados a Su muerte. La muerte de Cristo es un molde. Vivimos en este molde de la muerte. La muerte de Cristo debe ser el molde de nuestra vida. Con el tiempo todos declararemos: “Yo no sólo estoy viviendo; estoy muriendo. Muero a todas las cosas; soy una persona que muere. Mi vida está en el molde de la muerte de Cristo”.
No somos conformados a la muerte de Adán. La muerte de Adán es una cosa terrible, pero la muerte de Cristo es dulce. Mientras vivimos, morimos en el molde de Su muerte. Disfrutamos conocer a Cristo en experiencia; disfrutamos conocer el poder de Su resurrección; y disfrutamos conocer la participación de Sus sufrimientos. Mientras estamos en el disfrute de este conocimiento en experiencia, somos conformados al molde de Su muerte.
El himno #631 del himnario [en inglés] dice:
Si de Cristo conociera el Poder de resurrección, Amaría la cruz de Cristo y Vida fluirá en mí.
En la muerte sí, Vida brotará; Sólo al morir con Cristo; Vida fluirá.
Para Cristo en mí formarse, Debo ya no vivir yo, Junto a la cruz por siempre, Mi alma y vida allí dejar.
Si en la cruz clavado fuese Con mi precioso Señor; Su muerte así obraría, Vida fluiría de mí.
Somos personas que están a la sombra de la cruz de Cristo. La vida cristiana es a la vez una vida que vive y una vida que muere. Vivimos, pero vivimos en el molde de la muerte de Cristo. Cuando el Señor Jesús vivió en la tierra, El era crucificado cada día. Todos los días El vivía una vida crucificada. También nosotros podemos vivir tal vida porque tenemos el poder de Su resurrección. Como hemos visto, este poder es la persona de Cristo, y Cristo hoy es el Espíritu de Jesucristo, quien está en nuestro espíritu. Al permanecer en nuestro espíritu, experimentamos este poder a la sombra de la muerte de Cristo. Cada día, nuestro cónyuge y nuestros hijos son “sombras de muerte” para nosotros. Nuestros hijos quizá sean un gran disfrute para nosotros al principio. Sin embargo, un día ellos llegan a ser sombras, y cuanto más crecen, más oscura se podría tornar la sombra. Finalmente, nuestros hijos nos ponen en el molde de la cruz. Nosotros sencillamente debemos quedarnos allí y decir: “¡Aleluya!”
No sólo nuestra vida matrimonial y nuestra vida familiar son el molde de la cruz, sino que incluso la vida de la iglesia se nos convierte en el molde de la cruz. Tal vez ciertos santos se pregunten por qué hay dificultades en la “gloriosa vida de la iglesia”, y con el tiempo tal vez la vida de la iglesia deja de parecerles tan gloriosa. Cada hermano y hermana parece ser una “sombra oscura”. Esto podría hacer que algunos consideraran la posibilidad de cambiarse de localidad. Sin embargo, es posible que descubran que la iglesia a la cual se cambien es aún más oscura. Es más, si ellos dejan la iglesia, su situación se volverá todavía más oscura. No tenemos ningún lugar al cual podamos escapar. Todas las localidades son una cruz. Este es nuestro destino. Estamos destinados a pasar por la cruz. Solamente cuando estemos en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y en la tierra nueva estaremos fuera de la sombra de muerte. En la Nueva Jerusalén no habrá noche ni sombra alguna (Ap. 21:25). No obstante, hoy hay sombras de la cruz por todas partes.
Alabado sea el Señor que en nosotros está el poder de resurrección. Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Aquel que me fortalece es el poder de resurrección. Por El podemos vivir una vida que expresa y magnifica a Cristo (Fil. 1:20).