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Mensajes del libro «Experiencia y el crecimiento en vida, La»
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LA EXPERIENCIA Y EL CRECIMIENTO EN VIDA

MENSAJE QUINCE

LA EXPERIENCIA DE VIDA

(8)

  Lectura bíblica: Fil. 4:5-8

HACER QUE NUESTRAS PETICIONES SEAN CONOCIDAS DELANTE DE DIOS

  Filipenses 4:5-6 dice: “Vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada tengáis ansiedad, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (gr.). La oración es general y su esencia es la adoración y comunión; la petición es especial para necesidades específicas. Tanto nuestra oración como nuestra petición deben ir acompañadas con acción de gracias al Señor. La frase española delante de en la expresión “delante de Dios” equivale a la preposición griega pros. Muchas veces esta preposición se traduce “con” (Jn. 1:1; Mr. 9:19; Mt. 26:55; 1 Co. 16:6; 1 Jn. 1:2). Denota movimiento hacia cierto objeto, en el sentido de una unión y comunión viva; así que, implica comunión. Por lo tanto, el significado de “delante de Dios” en este versículo es “en comunión con Dios”. Juan 1:1 usa la preposición pros en la expresión “el Verbo era con (pros) Dios”. Tal palabra transmite el pensamiento de tráfico, algo que va y viene. Denota movimiento hacia algún objeto, lo cual produce una transacción en el sentido de una unión viva. A base de esta unión, hay comunión, la cual es una comunicación.

  Cada vez que oramos y hacemos nuestra petición de modo adecuado, debe haber tráfico entre nosotros y Dios. Algo debe salir de nosotros e ir hacia Dios, haciendo que Dios responda a nosotros. Esta acción de ir y venir es comunión. Este es el significado correcto de la palabra comunión. En realidad, la comunión es el dispensar de Dios con el propósito de que el hombre lo reciba. Por el lado de Dios, la comunión que tenemos con El es Su acción de dispensar, y, por nuestro lado, es nuestra acción de recibir. El dispensa y nosotros recibimos. Mientras más comunión tenemos, más recibimos de Dios por medio de Su dispensar.

  Cuando carecemos de algo, es posible que nos inquietemos. Pero no debemos soportar esta inquietud solos. Debemos hacer que Dios sepa, dirigiendo nuestras peticiones a El, por medio de oración y petición con acción de gracias. Esta es la clase de petición que debemos tener. No necesitamos orar rogándole a Dios para que haga ciertas cosas a favor nuestro. Sólo debemos decirle qué es lo que nos falta, es decir, debemos darle a conocer todo y no guardarnos nada. Si tenemos alguna preocupación o ansiedad, simplemente debemos decirle. Avisarle de eso es nuestro movimiento hacia El. Luego, Su respuesta es dispensarse, mezclándose con nosotros aun antes de que conteste nuestra petición. Este mezclar de divinidad con humanidad es la mezcla de dos entidades, la divina y la humana.

  Aparentemente Filipenses 4:6 es un versículo muy sencillo, porque allí se nos exhorta a que no nos inquietemos y que hagamos que Dios conozca nuestras peticiones. No obstante, la realidad que esta palabra revela no es algo tan sencillo o superficial. La electricidad también parece ser muy sencilla. Si necesitamos calor o luz, nada más tocamos el botón y lo obtenemos. Si queremos aire frío, simplemente tocamos otro botón. La aplicación de la electricidad es muy sencilla, pero la ciencia de la electricidad no es tan sencilla. Si la electricidad fuera dispensada en usted sin ningún limite, usted moriría por causa de la corriente eléctrica. Cuanto más intensa fuera la corriente eléctrica, más rápido moriría. Pero en cuanto a la “electricidad divina”, el dispensar divino, cuanto más usted recibe de Dios, más vive. Por un lado, mientras usted recibe esta electricidad divina, el viejo hombre muere, pero por otro, el nuevo hombre vive. El dispensar divino también es una ciencia, y el estudio del dispensar divino nunca puede ser agotado.

LA MESURA ES LA SUMA TOTAL DE LAS VIRTUDES HUMANAS

  Filipenses 4:5-8 forman una sección en la cual el primer punto tratado es la mesura. La mesura comprende todas las virtudes humanas que se mencionan en el versículo 8. La mesura es la suma total de nuestras virtudes humanas. Es la virtud más excelente porque es todo-inclusiva. En fin, la mesura simplemente es Cristo mismo.

  En el versículo 5 se nos anima a expresar a Cristo como nuestra mesura. Pero lo que se opone a la mesura es nuestra ansiedad (v. 6). La ansiedad es lo contrario de la mesura. Si usted vive a Cristo, la característica de su expresión será la mesura. Pero si usted es una persona que está llena de ansiedad, la característica de su expresión será preocupación. Nuestra ansiedad puede ser convertida en mesura por medio de traer toda necesidad, toda petición, a Dios (v. 6) y por medio de conversar con El. Conversar implica cierto tráfico, en ambas direcciones. Cada mañana, no importa cuán ocupados estemos, necesitamos experimentar tal tráfico entre nosotros y Dios. Tal tráfico introduce el dispensar divino, disminuye nuestra ansiedad, y aumenta nuestra mesura. Por medio de este tráfico, es decir, la comunión entre nosotros y Dios, disfrutamos el dispensar divino.

  Cuando usted esté lleno de mesura, le será difícil enojarse o condenar o criticar a otros. Tampoco hablará de la gente con alabanza excesiva. En cada aspecto usted será una persona idónea. Como visita en el hogar de alguien, tal vez se le sirva té. Si usted es una persona llena de mesura, ya sea que el té esté caliente, frío o tibio, usted no expresará nada. Lo mismo debe ser en la vida de la iglesia. Si usted es una persona llena de mesura, aunque la vida de la iglesia esté llena de desórdenes, el sentir de usted como persona mesurada será que la vida de la iglesia es maravillosa. Este sentir tal vez parezca contrario a los hechos, pero conforme al sentido de la mesura que usted tiene, la iglesia es verdaderamente maravillosa. La iglesia siempre es maravillosa en cuanto a su naturaleza, pero en cuanto a su condición a veces no es tan maravillosa. No importa cuál sea su condición, siempre debemos estar de acuerdo con la iglesia en cuanto a su naturaleza. El padre de usted es su padre por nacimiento, no por su condición. Es posible que a veces la condición de él no sea muy buena, pero de todos modos sigue siendo su padre.

  Tener mesura es ser muy moderado y muy natural, ni muy ardiente ni muy frío. Con mesura, podemos llevarnos bien con cualquier persona, a pesar de su temperamento o disposición. Sin embargo, si nos movemos y actuamos sólo conforme a nuestros propios gustos y disgustos, no tenemos una vida de mesura. Cuando hemos aprendido las lecciones de la vida divina, fácilmente podemos acomodarnos a otro en su situación, sin queja alguna. Si él camina rápido, nosotros caminamos rápido. Si él camina despacio, nosotros caminamos despacio. Si él se detiene, nosotros nos detenemos. Si él se sienta, nosotros nos sentamos. La mesura es la verdadera prueba de qué clase de vida estamos viviendo. Muchas veces, por ejemplo, mientras el esposo maneja, la esposa no puede sentarse en el carro sin quejarse de su manera de manejar. Es muy difícil que la esposa sea mesurada mientras su esposo maneja.

TODO LO HONORABLE

  Una virtud que se menciona en Filipenses 4:8 es la de ser “honorable” (gr.). Honor significa dignidad. En cuanto a Dios en Su divinidad, es un asunto de Su gloria, pero en cuanto a nosotros en nuestra humanidad, es un asunto de honor o de dignidad. Cuando Cristo ascendió a los cielos, fue coronado de gloria y de honor (He. 2:7) porque es una persona que es divina así como humana. En Su divinidad recibió gloria, y en Su humanidad recibió honor y dignidad.

VIRTUD Y ALABANZA

  Filipenses 4:8 concluye con los dos asuntos de virtud y alabanza. La virtud tiene que ver con nosotros mismos, mientras que la alabanza tiene que ver con Dios. Los ocho puntos mencionados en el versículo 8 están divididos en dos categorías. Los primeros seis puntos están en la categoría de “todo lo que es”; los dos últimos, la virtud y la alabanza, están en la categoría de “si hay alguna”. Esto indica que los dos últimos puntos son un resumen de los seis puntos anteriores, en los cuales se encuentra alguna virtud o excelencia y algo digno de alabanza. Los seis primeros puntos: la veracidad, el honor, lo justo, lo puro, lo amable, y el asunto de ser de buen nombre, son virtudes humanas que se suman en la frase “si hay virtud alguna”. “Si algo digno de alabanza” resume todo el versículo, incluyendo todos los puntos anteriores. La “alabanza” se refiere a la expresión de Dios. La alabanza significa que Dios es expresado a tal punto que otros alaban a Dios. La expresión de Dios hace que otros alaben a Dios. La virtud y la alabanza indican que la humanidad con sus virtudes expresa a Dios. Finalmente, estos siete puntos en Filipenses 4:8 tienen como consumación la alabanza.

  Al escribir estas palabras, el apóstol Pablo debe de haber considerado mucho. De entre cientos de virtudes humanas, Pablo escogió sólo seis. Luego, como conclusión, usó sólo dos asuntos, la virtud y la alabanza. La virtud resume los seis puntos anteriores, y la alabanza concluye toda la sección. Cuando nuestras virtudes humanas expresan los atributos divinos de Dios, se ofrece alabanza a Dios. Esto es exactamente el mismo pensamiento que el de Mateo 5:16. Cuando otros ven nuestras buenas obras (virtudes humanas), ellos glorifican (alaban) a nuestro Padre que está en los cielos. La vida cristiana es una vida que siempre expresa a Dios en las virtudes humanas. A consecuencia, tal vida siempre trae gloria y alabanza a Dios.

  La manera de vivir una vida que esté llena de virtudes que expresen a Dios y que le traigan gloria y alabanza, está en Cristo, quien es Aquel que nos fortalece (Fil. 4:13). Los eruditos chinos en la ética enseñaron acerca del desarrollo de las virtudes humanas. Pero el desarrollo de las virtudes humanas que ellos enseñaron nunca podría producir nada de gloria ni alabanza para Dios. Cuando amemos a nuestros padres y los honremos, nuestro amor y nuestro honor deben ser diferentes del honor enseñado por los eruditos chinos en la ética. El honor de ellos no tiene ningún sabor de lo divino. Nuestro honor para con nuestros padres debe estar lleno de humanidad, y también debe tener el sabor de divinidad. Este sabor de Dios es la diferencia entre el honor del incrédulo y el honor del creyente. El honor del cristiano tiene el olor y el sabor de los atributos divinos. Muchas veces en nuestra experiencia parece que nuestro honor carece de esta característica de divinidad. Esto se debe a que no vivimos a Cristo. Si no vivimos a Cristo, es posible que todavía honremos a nuestros padres, pero este honor no tendrá nada del sabor divino. Por lo tanto, necesitamos crecer en la vida divina y vivir a Cristo. Entonces, el honor para con nuestros padres tendrá el sabor divino.

  Cuando los misioneros de occidente fueron a China, los eruditos chinos les preguntaron por qué debían convertirse en cristianos cuando su propia enseñanza acerca del honor era más fuerte que la de la Biblia. Tal vez muchos de los misioneros no sabían qué ni cómo contestar. Sin embargo, hoy en día tenemos la respuesta. No importa cuán alta sea la enseñanza ética china acerca del honor, todavía no tiene en ella nada divino. Aunque el honor cristiano parezca un poco más bajo que el de los eruditos chinos, en realidad, el honor cristiano adecuado es mucho más alto, porque tiene el sabor divino.

  En las sociedades del mundo occidental, se tiene en gran estima el asunto de amar al prójimo. Puede ser que hasta los ateos hablen de amar a otros. Algunos hombres ricos han dado algo de sus riquezas a hospitales u otras causas nobles. Tal vez amen a otros por medio de donar sus riquezas a hospitales o escuelas, pero no hay sabor de Dios en su donación. En vez de eso, tiene el sabor de la vanagloria. Esto se debe a que quienquiera que done dinero al hospital tal vez reciba algún reconocimiento de su donación en forma de una piedra conmemorativa que sirve de memorial de su donación. Esta clase de amor carece del sabor de Dios. Sin embargo, es posible que un hermano que no tiene mucho dinero muestre su amor por medio de dar a un santo en necesidad la mayor parte de sus ahorros sin que nadie lo sepa. Esta clase de amor conlleva el sabor de Dios, y es diferente del mero amor humano. La diferencia consiste en la naturaleza y la fuente del amor. Tener el amor que tiene el sabor de Dios depende de la persona que hace una cosa, no del hecho. Pero si uno lo hace en sí mismo, no hay sabor de Dios. Si uno lo hace mediante Dios y si Dios lo hace por medio de uno, hay mucho sabor de Dios.

  Filipenses 4:8 comienza con lo verdadero y termina en alabanza. La vida cristiana es una vida llena de virtudes humanas que producen gloria y alabanza para Dios. Los versículos 5 al 8 nos muestran que la adecuada vida cristiana es una vida llena de la mezcla de la divinidad con la humanidad.

EL HOMBRE TIENE LA IMAGEN DE DIOS PARA EXPRESAR LOS ATRIBUTOS DIVINOS DE AMOR, LUZ, SANTIDAD Y JUSTICIA

  Génesis 1:26 es uno de los versículos más significativos de toda la Biblia, especialmente del Antiguo Testamento. Después de que Dios creó los cielos y la tierra, El dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. “Hagamos” indica que hubo una conversación entre la Trinidad divina —el Padre, el Hijo y el Espíritu— con respecto a la creación del hombre. Este versículo transmite un gran misterio. El folleto titulado El misterio de la vida humana da mucho énfasis al misterio de Génesis 1:26. El misterio de la vida humana es que el hombre fue hecho a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. La imagen denota lo que Dios es, y la semejanza denota cierta forma.

  El hombre fue hecho a la imagen de lo que Dios es. Dios en Su naturaleza es Espíritu (Jn. 4:24), mientras que Dios en Su imagen es amor, luz, santidad y justicia. La naturaleza de un anillo de oro es oro, pero su imagen, es decir, su forma, es un anillo. El hecho de que Dios es Espíritu se refiere a Su naturaleza, y el hecho de que Dios es amor, luz, santidad y justicia se refiere a Su imagen.

  En el Antiguo Testamento, los Diez Mandamientos son un retrato de lo que Dios es, un retrato de Aquel que dio la ley. Las leyes usadas en la mayoría de las sociedades humanas de hoy se basan en la ley romana. La ley romana principalmente se basa en los Diez Mandamientos. Los elementos que constituyen los Diez Mandamientos son el amor, la luz, la santidad y la justicia. Estos cuatro elementos son los atributos de la imagen de Dios. Dios en Su imagen es amor, luz, santidad y justicia. Por lo tanto, cuando Dios hizo al hombre a Su imagen, Dios hizo al hombre conforme al amor, conforme a la luz, conforme a la santidad y conforme a la justicia. Los seres humanos, sean cristianos o no cristianos, poseen amor, luz, santidad y justicia. A nadie le gusta estar en tinieblas; a todos les gusta estar en la luz. A nadie le gusta ser común; a todos les gusta ser diferentes y únicos. A nadie le gusta equivocarse; a todos les gusta tener la razón. Los animales no tienen tal carácter, pero nosotros los seres humanos sí.

  Por medio de la caída de Adán, estos aspectos de nuestro carácter humano fueron arruinados por el maligno cuando entró en nosotros. Debido a esto, muchas veces hay una batalla dentro de nosotros. Por un lado, amamos a nuestros padres, pero por otro, cuando perdemos la paciencia, tal vez nos enojemos mucho con ellos. Esto es la batalla. Nos gusta ser honrados, pero frecuentemente, cuando nos encontremos en ciertas circunstancias, puede ser que mintamos. Aunque a veces ganamos la batalla, con frecuencia, en nuestra condición caída, no somos suficientemente fuertes para resistir los elementos negativos. En Romanos 7:19-20 Pablo dijo: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. El pecado es personificado, actuando como persona dentro de nosotros.

  Por medio de la salvación de Dios nosotros fuimos puestos en Dios, y Dios también entró en nosotros. Ahora dentro de nosotros hay una mezcla de divinidad con humanidad. Un guante que tiene a una mano como su contenido es uno con la mano. La mano y el guante se han hecho una sola entidad. La mano está dentro del guante, y el guante está fuera de la mano. El guante expresa la mano, y la mano fortalece y da poder al guante, haciendo que el guante sea muy palpable. Esto es la vida cristiana. Como cristianos debemos recordar que somos personas complicadas. Somos personas que han sido mezcladas con la Persona divina, lo cual nos ha hecho un espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Aunque es válido decir que Cristo es nuestro contenido y que somos Su expresión, nuestra relación con Cristo es aun más profunda y más alta que eso. Hemos sido mezclados con Cristo. Esto es semejante a un injerto, en el cual la rama de un árbol crece y vive junto con otro árbol (Ro. 11:24).

  La vida cristiana es la mezcla de la divinidad con la humanidad. Cuando amemos, debemos amar con nuestro amor, teniendo éste el amor de Dios como contenido y realidad. Aparentemente, sólo es el amor humano; pero en realidad, es el amor divino. No es solamente el amor divino como el contenido con el amor humano como su apariencia, sino también el amor divino mezclado con el amor humano, de modo que estas dos clases de amor lleguen a ser un solo amor. Así que es difícil decir si es el amor humano o el amor divino. En Filipenses 4:8 el amor humano está incluido en los seis puntos mencionados, es decir, en lo verdadero, lo honorable, lo justo, lo puro, lo amable y en el asunto de ser de buen nombre, y el amor divino es expresado en el último punto, la alabanza.

  La mezcla práctica de la divinidad y la humanidad se lleva a cabo por medio del tráfico descrito en el versículo 6. Debemos acudir a Dios frecuentemente mediante la oración. Esta es la razón por la cual el Nuevo Testamento nos dice que oremos sin cesar (1 Ts. 5:17). Orar es respirar a Dios. Orar también es tener un tráfico entre nosotros y Dios. Este tráfico es nuestra unión y comunión. La corriente eléctrica es el tráfico y la comunión de la electricidad. Sin la corriente de la electricidad, no podríamos disfrutar la operación de los aparatos eléctricos tales como las lámparas. Es lo mismo con respecto a nosotros y Dios. Dentro de nosotros siempre debe haber un tráfico, una corriente, entre nosotros y Dios. Cuando dejamos de orar, se detiene el tráfico. Luego, todo lo que hagamos será algo hecho en nosotros mismos, sin Dios. Cuando oramos sin cesar, manteniéndonos en la corriente, la comunión, es decir, el tráfico, disfrutamos la mezcla de la divinidad con la humanidad. Entonces, mientras ejercemos nuestro amor, expresamos el amor de Dios. Nuestro amor es nuestra virtud mezclada con el amor de Dios, el atributo de Dios. Entonces llegamos a ser una entidad mezclada, un Dios-hombre, teniendo la divinidad mezclada con nuestra humanidad.

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