
Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 29, 31-33; 3:5-6, 34; 4:14, 23-24; 6:63; 7:37-39; 14:16-20; 15:26; 16:13-15; 20:19-22
Durante siglos los creyentes no han visto o no se les han revelado ciertos aspectos de la verdad acerca de las reuniones del pueblo de Dios. Las reuniones cristianas en su mayoría son tradicionales, naturales, religiosas o simplemente conformadas al gusto del hombre. Si soy una persona tranquila, asistiré a una reunión calmada. Si soy entusiasta, asistiré a alguna reunión que esté rebosante de júbilo.
En los mensajes anteriores abarcamos tres temas cruciales y básicos. Pero lo más importante es que Dios, en Su redención, desea obtener un pueblo en la tierra que se reúna para celebrarle fiesta a El, lo cual El ordenó en Exodo 12:14. Esto significa que el pueblo debía festejar ante El y con El.
La fiesta conlleva dos elementos principalmente: una reunión y un banquete. Primero, es necesario que el pueblo se reúna. Uno no puede hacer una fiesta solo, ni siquiera con la esposa. Una fiesta requiere una asamblea, y cuanta más gente haya, mejor. La fiesta también denota la idea de comida. Si nos reunimos sin nada de comer, no tendremos ninguna fiesta; será algo vano o vacío. Cuando el pueblo de Dios salió de Egipto, se componía de unos dos millones de personas. Así que cuando se juntaban para celebrar una fiesta, ¡era una fiesta en grande!
Esta fiesta era para el Señor. Ellos festejaban ante Dios y con El. Ahora en las reuniones de la iglesia hacemos lo mismo. Cuando celebramos fiesta ante el Señor, Dios se alegra, y nosotros nos regocijamos.
En segundo lugar, esta fiesta en la que se reúnen delante de Dios y con El, necesita dos cosas: la morada y las ofrendas. En el relato de Exodo, primero celebraban fiesta en el desierto, donde no había casas ni cabañas; por eso, se necesitaba el tabernáculo, que era la morada de Dios, donde habitaban tanto Dios como Su pueblo.
Exodo nos muestra que en el desierto los hijos de Israel viajaban o se detenían a acampar. Cuando acampaban, lo hacían alrededor del tabernáculo de Dios, que era llamado la tienda de reunión y estaba rodeada de todo el campamento, el cual, a su vez, era una reunión. Mientras acampaban, Dios acampaba entre ellos.
Cuando estuvieron en el desierto, pasaron mucho tiempo construyendo un tabernáculo maravilloso con todo su mobiliario y sus utensilios. Este tabernáculo representaba a Cristo y también al pueblo de Dios, el cual como colectividad era la morada de Dios y de todos los que le amaban y le servían.
Para entrar en esta morada, se necesitaban las ofrendas debido a que Dios es Dios, y el hombre es el hombre. Puesto que el hombre cayó, se creó un vacío entre él y Dios, y surgió la necesidad de ofrendas que establecieran un puente entre ellos, a fin de conducir al hombre del altar al tabernáculo. Las principales ofrendas eran el holocausto, la ofrenda de harina, el ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Las ofrendas secundarias eran la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, la libación, los votos y las ofrendas voluntarias. Todas ellas son puentes que nos llevan al otro lado, es decir, al tabernáculo.
El tercer punto crucial que vimos es que Cristo, el Dios encarnado, es el tabernáculo y también las ofrendas. El evangelio de Juan, en el Nuevo Testamento, muestra que el Dios encarnado, Cristo, es el tabernáculo. En Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. En dicho evangelio, Juan usó la expresión fijó tabernáculo en vez de morar. En el griego se usa la palabra tabernáculo en forma verbal para indicar lo que el Dios encarnado deseaba. El quería ser el tabernáculo.
Antes de la encarnación, Dios era invisible y misterioso, pero después, había algo concreto, visible y palpable: el tabernáculo. ¡Podemos entrar en Cristo como tabernáculo! El es visible, sólido y palpable, y además podemos entrar en El; podemos entrar en Dios como tabernáculo. Puedo testificar que durante muchos años, he entrado en Dios y he viajado en El. ¡Es algo muy maravilloso! “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:1, 14). ¡Cuán maravilloso es esto! El Dios misterioso e invisible se hizo concreto y visible; además, podemos tocarlo y entrar en El. Podemos morar en El como tabernáculo y viajar por El día y noche.
En Juan 14:2, el Señor Jesús dijo: “En la casa de Mi Padre, muchas moradas hay”. ¿Qué o quién es la casa del Padre? Primero la casa del Padre es el Cristo encarnado, quien es la corporificación de Dios; El es la casa de Dios. Dios mismo hizo Su hogar en Cristo. La encarnación era la casa de Dios. Cuando Cristo estaba en la tierra, Dios mismo hizo Su hogar en El. El era la casa del Padre.
Además, en Juan 2:19, el Señor Jesús les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Esto significaba que Su cuerpo físico iba a levantarse en resurrección. Al resucitar, Cristo levantó Su propio cuerpo, la casa de Dios que había sido destruida, y también la iglesia, Su Cuerpo místico.
El Nuevo Testamento en Timoteo 3:15 también nos muestra que la iglesia es la casa de Dios. Debemos relacionar este versículo con Juan 14:2, donde leemos: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. Las muchas moradas de Juan 14 son “la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente”, la cual vemos en 1 Timoteo 3.
Estos versículos nos enseñan que Dios es tan palpable que podemos entrar en El; sin embargo, necesitamos algunos medios que sirvan de puente: las ofrendas. A eso se debe eso que en Juan 1 dice que Dios fija tabernáculo y se habla del Cordero de Dios (v. 29). Tenemos el tabernáculo, que es Cristo y, por otra parte, tenems el Cordero de Dios, lo cual indica que Cristo es las ofrendas.
Examinemos la realidad presente del cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas. Ya establecimos que Cristo es el tabernáculo y todas las ofrendas. Pero nos preguntamos ¿dónde está el tabernáculo hoy en día? ¿Dónde están todas las ofrendas en la actualidad? Sin la realidad, esto no sería más que doctrinas vacías y palabras. Necesitamos la realidad. La palabra realidad se usa de manera muy específica en el evangelio de Juan. En Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. En el Antiguo Testamento, la gloria llenaba el tabernáculo y estaba sobre el mismo. En el Nuevo Testamento, Cristo el Dios encarnado llegó a ser el tabernáculo, y la gloria de Dios estaba sobre El. El estaba lleno de gracia y de realidad; por eso se usa la palabra realidad en el capítulo uno.
Luego, en el capítulo cuatro, la mujer samaritana habló con el Señor Jesús acerca de adorar a Dios. El Señor Jesús le dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad [o en realidad]; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (vs. 23-24). El Padre busca cierta clase de adoración, una adoración en espíritu y en la realidad.
En el capitulo ocho, el Señor Jesús habló nuevamente de la realidad: “Y conoceréis la verdad, y la realidad os hará libres” (v. 32). Es la realidad lo que libera al hombre.
El Señor Jesús menciona nuevamente la realidad en el capítulo catorce: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará con vosotros” (vs. 16-17). El Consolador que el Señor había de enviar es el Espíritu de realidad. ¿Qué es la realidad? Es simplemente el Espíritu.
Lo explico de esta manera. Supongamos que tengo un libro sobre la electricidad; trata de la electricidad desde la primera página hasta la última. Supongamos que yo doy clases de este libro y enseño muchas cosas acerca de la electricidad. Pero si los oyentes no tienen electricidad, carecen de la realidad de la misma. La electricidad es la verdadera realidad de ese libro y de sus enseñanzas. Si tenemos solamente el libro sobre la electricidad, sin tener la electricidad, eso sería vano. Una vez instalada la electricidad, viene la realidad, no antes. Cuando la electricidad es instalada, obtenemos la realidad del libro y de la enseñanza.
Del mismo modo, la Biblia nos enseña muchas cosas maravillosas. Nos enseña que Cristo es el tabernáculo y las ofrendas. Pero ¿qué o quién es la realidad? ¡Es el Espíritu! Si no tenemos el Espíritu, todo esto sería solamente una teoría. El tabernáculo no sería más que un término, al igual que las ofrendas. Sin el Espíritu como realidad, serían palabras vanas. Una vez instalada la electricidad en un edificio, lo único que se necesita es saber dónde están los interruptores y a qué está conectado cada uno de ellos. Eso ya no es una enseñanza vacía, sino la enseñanza de la realidad. Cristo es el cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas, pero si El no fuese el Espíritu, todas estas cosas serían vanas.
En Juan 14 el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El se iba por el bien de ellos (vs. 2-3). Esto los turbó bastante. El Señor Jesús había estado con ellos más de tres años, y ellos estaban muy bien con El. De repente, les dice que se va: “Voy a preparar lugar para vosotros. Y si voy a preparar lugar para vosotros vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. Si el Señor Jesús no se hubiera ido, los discípulos no habrían podido entrar en Dios. El propósito de Su partida era preparar el camino para que ellos estuviesen donde El estaba, es decir, en el Padre. El estaba en el Padre, pero ellos no.
El Señor Jesús estaba entre ellos, mas no en ellos. El no quedó satisfecho con eso, y quería estar en ellos. Ellos necesitaban estar en Dios, y el Señor necesitaba estar en ellos. ¿Cómo se podían cumplir estos dos pasos? Solamente con la partida del Señor, por Su muerte en la cruz y Su regreso en resurrección. A los discípulos les convenía que El se fuera (16:7). El se fue al morir en la cruz como las ofrendas, lo cual solucionó todos los problemas y estableció un puente entre ellos y Dios. También abrió el camino y la puerta, ya que quitó todos los obstáculos a fin de que ellos entraran en Dios.
A los tres días el Señor resucitó para liberar todas las riquezas divinas que estaban en El y las impartió en ellos. En aquel día, el día de la resurrección, sabrían que El estaba en el Padre, que ellos estaban en el Señor, y que el Señor estaba en ellos (14:20). ¡Qué maravilla! Cristo el Hijo está en el Padre; nosotros estamos en Cristo el Hijo; por lo tanto, estamos también en el Padre. Ahí no para el asunto; ¡el Hijo que está en el Padre también está en nosotros! ¡Esto extremadamente admirable!
El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El iba a seguir el camino de la muerte y la resurrección. De ese modo, El tomaría otra forma; llegaría a ser el Espíritu vivificante. En 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho ... el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Cuando El llegó a ser el Espíritu, éste llegó a ser la realidad del cumplimiento del tabernáculo y de todas las ofrendas. Cristo, el cumplimiento mismo del tabernáculo y de las ofrendas, fue hecho Espíritu vivificante. El Verbo que era Dios, primero se hizo carne, y después fue hecho el Espíritu vivificante por medio de la muerte y la resurrección.
¿Qué cualidades tiene el Espíritu vivificante? El es el tabernáculo y todas las ofrendas. Por ejemplo, un profesor necesita su diploma para enseñar matemáticas. El Espíritu vivificante es simplemente el Cristo que es competente. Cristo era apto por ser el tabernáculo y todas las ofrendas. Como tal, fue hecho el Espíritu vivificante. En la actualidad, el Espíritu vivificante es la realidad de todo lo que Cristo es. Esto se puede entender claramente.
La palabra griega traducida Espíritu es pneuma, la cual también se puede traducir aire, aliento o viento, según el contexto. Cuando El resucitó, se presentó de noche a Sus discípulos en el lugar donde se habían refugiado por temor a los judíos. Aunque la puerta estaba cerrada, El entró y se puso en medio de ellos. Les mostró Sus manos y Su costado para que vieran que El era el Señor crucificado y luego “sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” o el pneuma santo (Jn. 20:22). ¿Qué es el pneuma santo? ¡Es Cristo mismo como Espíritu vivificante!
En ese momento Cristo entró en Sus discípulos en calidad de Espíritu vivificante. Desde entonces nunca se apartó de ellos discípulos y permaneció en ellos; inclusive vivía en ellos.
He vivido en los Estados Unidos los últimos veinte años, durante los cuales quizás haya dado unos tres mil mensajes; la mayoría de éstos giran en torno a un solo tema: Cristo es el Espíritu vivificante. Parece que me es imposible agotar este tema. ¿Quién es Cristo? ¿O qué es Cristo? ¡El es simplemente este aire, este aliento, este Espíritu, este pneuma! ¿Dónde está El ahora? ¡El no está solamente en los cielos, sino también en usted y en mí! “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 14:20). Este “Yo” que está en “vosotros” es el Espíritu de realidad. ¡Cuán maravilloso es esto!
En el capítulo uno del evangelio de Juan se presentan el Verbo y Dios. Desde ese capítulo hasta el veinte, vemos muchas otras cosas. Vemos que el Verbo se hace carne y llega a ser el tabernáculo de Dios (1:14); vemos al Cordero de Dios en 1:29, la serpiente de bronce en 3:14, el agua viva en 4:14, el pan de vida en 6:35 y 51, la puerta en 10:9, los pastos en 10:9. Aunque vemos tantas cosas, lo último que descubrimos en este libro se halla en el capítulo veinte: el pneuma, el aliento. El Espíritu Santo, el aliento santo, incluye todo lo demás. Todas las otras cosas están concentradas en el pneuma santo, o sea, el Espíritu Santo.
Ahora el Espíritu está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). ¡Cuán bueno es tener un espíritu! Como Espíritu, El está tan disponible como el aire, y está en nuestro espíritu. El tabernáculo y todas las ofrendas se hallan en el Espíritu. Pero ¿cómo podemos tomarlo? ¿Cómo podemos aplicarlo? Necesitamos emplear nuestro espíritu. Tal vez sepamos esto, pero no es lo mismo saberlo que vivirlo y practicarlo.
Permítanme usar otro ejemplo. He experimentado muchos fracasos. Durante años he sabido que este Espíritu maravilloso está en mi espíritu, pero aun ayer fracasé en este punto. ¿Por qué nos pasa esto? Tenemos un espíritu en el cual mora el maravilloso Espíritu vivificante, lo cual es un hecho glorioso. El hecho no presenta ningún problema, pero en casi ningún detalle de nuestra vida diaria prestamos atención a este hecho. Actuamos, hablamos, nos conducimos, andamos y laboramos principalmente apoyándonos en nosotros mismos, por nuestra propia cuenta y con nosotros mismos.
Por ejemplo, mi esposa me preguntó: “¿Vas a hablar cuarenta minutos o una hora esta mañana? No hables más de cuarenta minutos”. Me disgusté en seguida. Aunque no le dije nada, dentro de mí, decía: “¡Estás exagerando!” Ella no lo oyó, porque no lo dije en voz alta, pero el Espíritu vivificante sí lo oyó en mi espíritu. Entonces le respondí a mi esposa: “Tal vez una hora”. Después de decir esto, tuve que decir: “Señor, perdóname. Te necesito como mi ofrenda por las transgresiones”. ¿Por qué tuve que confesar esto? Porque, en primer lugar, cuando mi esposa me dice algo, yo no debo reaccionar con mis sentimientos. De inmediaato debo volverme a mi espíritu y decir: “Señor, responde Tú. Afronta Tú esta situación. Este es Tu problema; es asunto Tuyo, no mío. Señor Jesús, encárgate de esto”. Este es el camino correcto, pero no es fácil.
Cuando oímos que alguien llama a la puerta, debemos decir: “Señor Jesús, ve a abrir Tú la puerta. Espíritu, abre Tú la puerta”. Por lo general no es eso lo que hacemos. Cuando tocan a la puerta, nos precipitamos a abrir. En todo lo que se nos presenta, de inmediato nos adelantamos como lo hizo Pedro reiteradas veces. En los evangelios vemos que Pedro iba adelante y dejaba a Cristo atrás (Mt. 17:24-27); nosotros somos iguales a él. En nuestra vida cotidiana, casi siempre nos adelantamos al Señor Jesús y no usamos nuestro espíritu.
La llave radica en que cuando se nos presente algo, no debemos tomar la iniciativa. Digamos, más bien: “Señor Jesús, ve Tú, y yo te sigo. Señor, toma la delantera y yo te seguiré”. No es muy fácil, pero si lo practicamos, tocaremos la realidad del cumplimiento del tabernáculo y las ofrendas. Puedo testificar que si practicamos esto, enseguida seremos trasladados al tabernáculo, porque estaremos en el Espíritu. Además, si estamos en el Espíritu, Cristo será todas las ofrendas para nosotros. El es nuestra ofrenda por las transgresiones, nuestra ofrenda por el pecado, nuestra ofrenda de paz, nuestra ofrenda de harina y nuestro holocausto. Si tenemos el Espíritu, tenemos la realidad de todas estas cosas. ¡Debemos ver lo que es el Espíritu! Es el destino final al que debemos llegar: el Espíritu en nuestro espíritu.
Esto es muy práctico. Por ejemplo, tengo que tomar precauciones en cuanto a la comida. Me gusta comer mucho, pero mi esposa me restringe. A veces me pregunta qué cantidad quisiera comer, lo cual me incomoda. Cuando me especifica la cantidad que debo comer, expreso mi descontento, pero cada vez que lo hago, me siento mal. ¿Por qué? Porque me le adelanté al Señor Jesús, me moví antes que el Espíritu lo hiciera. Durante muchos años he estado aprendiendo esta lección. Ahora cuando mi esposa me pregunta cuánto voy a comer, no tengo ninguna reacción. Prefiero no decir nada. Más bien digo: “Espíritu, esto es trabajo Tuyo. Contéstale Tú; esto es asunto Tuyo”. No estoy bromeando; les estoy revelando el secreto de vivir a Cristo. Esta es la manera de ser un solo espíritu con el Señor.
Si practicamos esto cada día, experimentaremos la realidad del cumplimiento del tabernáculo y de todas las ofrendas. Espero que el Señor les conceda la gracia de poner en práctica todo esto que han escuchado acerca de las reuniones para que tomen al Señor como todas las ofrendas, a saber: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Mediante las ofrendas podemos entrar en el Dios Triuno como tabernáculo y morar en El, para disfrutar el suministro de vida que hay la mesa de los panes de la proposición, y la iluminación que procede del candelero y para tener un firme testimonio por medio del arca. Finalmente seremos uno con Cristo en el altar del incienso, donde oraremos como El oró al Padre en Juan 17.
Es necesario que entendamos que la meta del Dios Triuno, según se ve en el evangelio de Juan, es introducirnos en Sí mismo para que moremos en El, disfrutemos todas las riquezas de Cristo, le tomemos a El como nuestra morada y dejamos que El nos tome a nosotros como Su morada. Al hacer esto, podemos ser uno con El y experimentar la vida eterna con el santo nombre del Padre, y experimentar la santificación de la Palabra de Dios; también podemos participar de la gloria del Padre para expresarlo solamente a El, y a nadie más, para ser perfectamente uno en el Dios Triuno, a fin de que el Hijo sea glorificado en la iglesia y de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Esta es la meta eterna del Dios Triuno.
Entonces tendremos la superabundancia que nos proporcionan las experiencias de Cristo y exhibiremos a Cristo en las reuniones para ofrecerlo a Dios y disfrutarlo con Dios en mutualidad unos con otros, a fin de que Cristo sea plenamente expresado en esta era como testimonio a los principados, las potestades, las autoridades de los aires y a todos los ángeles. Esto cumplirá el propósito eterno de Dios y lo satisfará a El y a nosotros por todo la eternidad.