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Mensajes del libro «Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesia»
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CAPITULO DOS

NOS REUNIMOS PARA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS Y CUMPLIR SU PROPOSITO

  Lectura bíblica: Ex. 15:13, 17; Dt. 12:11; Sal. 73:16-17; 1 Co. 14:26; He. 10:25

  Aparentemente los versículos mencionados tienen poca relación con el tema de las reuniones, pero en realidad sí tratan de dicho tema. Sabemos que Exodo 15 constituye una sección de alabanzas de victoria que el pueblo libertado ofreció a Dios. El pueblo de Israel ofreció una alabanza al Señor cuando fue rescatado de Egipto y libertado de la tiranía de Faraón, después de cruzar el mar Rojo y de ver al ejército egipcio ahogarse en las profundidades del mar.

A DONDE NOS GUIA DIOS

  Leemos en el versículo 13: “Condujiste en Tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a Tu santa morada”. ¿Hemos observado alguna vez que el destino adonde Dios nos conduce es Su santa morada? Hacia allá nos guía El. El conduce a Su pueblo redimido, y lo guía a ese destino, Su santa morada. Sabemos que es donde Dios mora. Primero fue la tienda o tabernáculo. Más adelante, fue el templo. Dios habitaba tanto en el tabernáculo como en el templo y dirigía Su pueblo a este destino. Hacia allá nos conduce y nos guía Dios, a Su santa morada.

LA MORADA DE DIOS

  ¿Podemos comprender que la morada de Dios es la asamblea de Su pueblo redimido? Por eso aparece un término que combina estas dos cosas: el tabernáculo de reunión. El tabernáculo se refiere a la morada de Dios, e indudablemente la reunión se refiere a la congregación del pueblo de Dios. Esto indica que la reunión del pueblo de Dios es la morada de Dios.

  En el Antiguo Testamento, resultaba difícil describir en qué manera el pueblo de Dios era Su morada. En la tipología del Antiguo Testamento vemos la morada de Dios tipificada por la tienda o el tabernáculo, como el centro de la reunión del pueblo. Al mismo tiempo descubrimos que el pueblo de Dios se reunía alrededor de la tienda.

UNA ASAMBLEA DE PERSONAS LLAMADAS A SALIR

  Debemos entender que en el Nuevo Testamento, la morada de Dios es la iglesia. La palabra griega ekklesia, denota una asamblea. Es una reunión de los llamados a salir. Cuando se reúnen los que Dios llama a salir, tenemos la iglesia, la cual es la reunión de un pueblo, de los creyentes.

LA IGLESIA EN LA PRACTICA

  A la luz del Nuevo Testamento, ¿es acaso posible que los santos que vivan en una localidad sean la iglesia y no sientan la necesidad de reunirse? Debemos estar conscientes de que sin las reuniones de los creyentes en su localidad, no hay vida de iglesia. La vida práctica de la iglesia se compone de las reuniones de los santos en la localidad donde vivne. Si viven en Huntington Beach sin reunirse, no habrá iglesia allí, a pesar de haber numerosos santos en esa ciudad.

  La iglesia se hace tangible y practica cuando los creyentes se reúnen. Esta es una ekklesia. La ekklesia es la reunión de todos los santos, lo cual constituye una asamblea. Tengamos presente que ésta es la morada de Dios. Por lo tanto, la iglesia no es otra cosa que la tienda de reunión, la cual representa la morada de Dios; las reuniones representan la asamblea, o sea, la reunión, de todos los santos. Exodo 15:13 habla de la reunión del pueblo que Dios redimió. ¿Qué debía hacer éste después de ser redimido? Dios los guió a reunirse.

EL SEÑOR NOS CONDUCE Y NOS LLEVA

  Observemos que en Exodo 15:13 se usan dos verbos. Primero leemos que el Señor los condujo, y luego El los llevó. ¿Qué diferencia hay entre ser conducido y ser llevado? Hace algunos años cuando estuve en Elden Hall oí que alguien oró diciendo: “¡Señor, condúcenos y llévanos!” Esto es muy significativo y me impresionó bastante.

  Primero, el Señor nos conduce, y luego nos lleva. Observemos el cuadro que vemos en la tipología. Cuando los hijos de Israel iban por el desierto, una columna de nube o de fuego los conducía siempre. Si se paraba la columna de nube o de fuego, el pueblo no se movía. Mientras el Señor tomaba la iniciativa, El los llevaba al mismo tiempo. El estaba con ellos, y entre ellos llevándolos. En nuestra peregrinación o carrera cristiana, el Señor siempre nos conduce y al mismo tiempo El nos lleva.

  En 1958 cuando estuve en Jerusalén, teníamos un guía. El no era solamente un guía, sino también el líder del grupo. Cuando fuimos al templo y a otros lugares, él nos llevaba. Cuando teníamos problemas, de inmediato se convertía en el guía. El se nos unía y permanecía con nosotros, nos hablaba y nos daba explicaciones. Conducir es algo general, pero llevar es específico.

  Ahora el Señor nos conduce de manera general dándonos una dirección general. Pero algunas veces El viene y nos lleva adelante explicándonos los detalles. Al conducir al pueblo, El lo llevó en Su fuerza hasta Su santa morada. Conducir al pueblo equivale a encaminarlo, pero llevarlo es trasladarlo a un lugar específico, en este caso, a la morada de Dios. Queridos santos, dicha morada es la congregación o reunión de los creyentes. Por lo tanto, después de redimir a Su pueblo, lo conduce y lo lleva a la reunión.

  Podemos confirmar esto con nuestra experiencia. Inmediatamente después de ser salvos, ¡todo era maravilloso y excelente! Pero no sentíamos que ya hubiésemos llegado. Llegamos a nuestro destino cuando fuimos traídos a una reunión. Al entrar en esa reunión, nos sentimos como en casa; nadie nos tuvo que decir nada. Cuando empezamos a asistir a la reunión, sentimos que ése era el lugar apropiado para nosotros. Esa era la morada de Dios, pero también era nuestra reunión.

EL FIN DE NUESTRO VIAJE ES LA MORADA DE DIOS

  Los creyentes, por lo general, no entienden lo que significa reunirse. Piensan que su reunión es un culto de adoración. No se dan cuenta de que la reunión cristiana es el destino al que deben llegar. Cuando llegan, ese lugar se convierte en la morada de Dios. Cuando Dios no tiene donde morar, nosotros andamos a la deriva. Cuando El no tiene casa, nosotros tampoco la tenemos, pero si El tiene donde morar, esta morada se convierte en nuestra morada. La casa de Dios es nuestra casa. Muchas veces uno se siente en casa cuando va a la reunión. Si se ausenta de la reunión durante un par de meses, se sentirá errante y sin hogar. Pero al volver a reunirse se siente en casa. Esto demuestra que nuestra reunión es la morada de Dios, y ésta, a su vez, es nuestro hogar.

EN CASA CON NUESTRO PADRE

  Cuando Dios halla una morada, nosotros también. Esta morada es nuestra reunión. Menciono esto para destacar la importancia de nuestra reunión. No se trata de una liturgia ni de un culto de adoración ni una reunión para estudiar la Biblia u orar; es mucho más. ¡Es la morada de Dios en la tierra! Cuando nos juntamos somos la morada de Dios, en la cual nos hallamos en casa con Dios; estamos en casa con nuestro Padre, pues al congregarnos somos una familia.

  Leemos en el versículo 17: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado”. El monte de Sion es la tierra santa, y ésta es la heredad de Dios. Por consiguiente, la herencia del monte de Dios es el monte de Sion. Este versículo enseña que Dios quería plantar a los hijos de Israel en el monte de Sion. Quizás pensemos que geográficamente resultaría imposible establecer a todos los hijos de Israel en el monte de Sion, lo cual no es más que nuestra comprensión natural. A los ojos de Dios y en Su mente, todos los hijos de Israel ya fueron establecidos en ese monte. Por lo menos tres veces al año, en las fiestas de la Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos, todos los varones se reunían en ese monte. Por lo tanto, a los ojos de Dios todos los hijos de Israel estaban plantados en ese monte.

UN TIEMPO DE REGOCIJO PARA DIOS

  Tengamos presente que este pueblo allí plantado era la congregación y la morada de Dios. Durante aquellas fiestas, todos los hijos de Israel permanecían en ese monte día y noche. Si la fiesta duraba siete días, se quedaban allí siete días. Cuando Dios miraba al monte de Sion y veía que todo Su pueblo escogido y redimido se asentaba allí, se regocijaba en gran manera. Aquella reunión era la morada de Dios en la tierra. Todo Su pueblo escogido y redimido se congregaba a El en ese monte, lo cual era una reunión y a la vez una morada. Era la morada de Dios y de Su pueblo escogido.

EL CUMPLIMIENTO DE LA TIPOLOGIA

  Este es el panorama y el tipo que nos presenta el Antiguo Testamento, cuyo cumplimiento hoy son nuestras reuniones. En el pasado teníamos un lema: Cristo es nuestra vida, y la iglesia es nuestra manera de vivir. Debemos cambiar iglesia por reunión y decir: Cristo es nuestra vida, y la reunión es nuestra manera de vivir.

  Todos los seres humanos se hallan en una condición lamentable. Lo vemos cuando bailan, van a la playa o juegan con el balón, cuando se entregan a comer, a beber, a apostar o a robar. Ya sea en su fuerza o en su debilidad, se hallan en una condición miserable. ¿Qué podemos decir de nosotros? ¿Estamos en esa misma condición? Si no nos reunimos, ¿estamos tristes o nos sentimos bien? Puedo testificar que a veces me siento muy bien en mi casa, pero muchas veces no tanto. Sin embargo, cuando voy a la reunión, tengo la garantía de estar alegre. En los cincuenta años que llevo en la vida de iglesia no recuerdo una sola reunión en la cual haya estado triste. A veces he estado triste en mi casa, pero nunca en la reunión.

EL LUGAR MAS AGRADABLE

  ¿Por qué nos sentimos tan bien en las reuniones? A veces me parecía que la reunión se alargaba demasiado. Hace poco la reunión de la mesa del Señor duró dos horas y cuarenta minutos. Me sentía bastante cansado después de estar sentado durante ciento sesenta minutos. Pero no estaba triste. Estaba cansado, pero me sentía contento. Por un lado, quería irme a casa, pero por otro, quería permanecer allí. No sabía si irme o quedarme. Sé que mientras esté en la reunión, me sentiré bien, pero si vuelvo a casa, tal vez me sienta triste. Tengo la certeza de que me sentiré bien mientras esté en la reunión.

  Debemos dedicar más tiempo al estudio de nuestra vida de reunión si queremos ver algo profundo. En cierto sentido, no estoy insistiendo en que tenemos que asistir a la reunión, sino que quisiera destacar la diferencia que existe entre ir o no a la reunión. Debemos elegir entre la vida y la muerte. Esta es una decisión que cada uno debe tomar. Si uno quiere morir, quédese en casa. Si quiere vivir, asista a la reunión. Fuera de la reunión uno se muere. Pero si asiste a la reunión tendrá la certeza de que vivirá. Además es agradable estar allí. Mi experiencia me ha mostrado que la reunión de los creyentes es el lugar más agradable de la tierra.

  A veces uno traslada su condición lamentable de su casa a las reuniones por causa de los problemas personales que tiene. No debemos echar la culpa de esto a la reunión, sino a nuestra propia insensatez. A veces he llevado mis problemas hasta la puerta del salón de reuniones, pero una vez allí, les he dicho: “¡No me sigan! ¡Váyanse!” Entonces entro a la reunión libre de mi deplorable condición.

  En la vida humana, el único tiempo placentero y el único lugar agradable es la reunión de los creyentes. Algunos dirán que su boda fue el momento más placentero y el lugar más agradable. Tal vez así sea, pero aún así, sucedió una sola vez en toda la vida. Sin embargo, el placer de la reunión es algo que podemos experimentar continuamente.

  Nuestra reunión es el lugar y el momento más agradables. Los incrédulos no tienen esta clase de reuniones; por lo tanto, nunca disfrutan de un lugar tan especial. ¡Pero nosotros sí! Si me preguntan cuál es el momento y el lugar más agradables que conozco, contestaría que es la reunión de la iglesia.

  Me agrada Estados Unidos, pero francamente sin las reuniones de la iglesia este país no sería un lugar agradable. ¿Qué haría aquí? ¿Pasaría el día frente al televisor? ¡Eso sería horrible! ¿Escucharía música? ¡Sería una pena! ¿Qué haremos? Creemos que el Señor Jesús nos conducirá y nos llevará a Su morada, a la reunión de la iglesia.

PERMANEZCAMOS EN LA MORADA DE DIOS

  ¿En qué me baso para afirmar que en el versículo 17 el monte se refiere al monte de Sion? Sencillamente porque se refiere a la morada de Dios. Dios mora en un santuario, en el templo. Primero Dios formó el monte de Sion; después edificó allí el templo. El monte de Sion y el templo, Su santuario, eran el lugar de reunión de los hijos de Israel, quienes debían subir allá tres veces al año, y no solamente de visita, sino para permanecer allí, y durante siete días no moraban allí solos sino con Dios. En la Biblia el número siete indica un ciclo completo. Esto significa que durante todo el curso de nuestra vida debemos permanecer en la congregación con Dios. Debemos permanecer en la morada de Dios, es decir, en las reuniones de la iglesia.

EL LUGAR QUE EL SEÑOR ESCOGIO

  Leemos en Deuteronomio 12:11: “Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando; vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová”. Este versículo se refiere a un lugar específico. Dios exhortó a los hijos de Israel a que después de entrar en la buena tierra no se reuniesen en cualquier sitio. Había un solo lugar donde debían congregarse. Era el monte de Sion, donde se encontraba el templo de Dios. Tres veces al año ellos debían llevar el mejor producto de la tierra a ese lugar. Allí permanecían con Dios. Esa era la reunión de ellos. Allí se congregaban todos los años. Sabemos que éstos son diferentes aspectos de una sola cosa, es decir, de nuestra reunión. Así deberían ser nuestras reuniones ahora.

NOS REUNIMOS PARA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS Y CUMPLIR SU PROPOSITO

  ¿Cómo podemos comprobar que reunirnos equivale a hacer la voluntad de Dios y cumplir Su propósito? Leamos Salmos 73:16-17: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos”. Cuando el salmista pensaba en ciertos asuntos, no los podía entender, hasta que entró en el santuario de Dios.

  Creo que anteriormente, muchos de nosotros buscábamos la voluntad de Dios con respecto a nuestras familias, a nuestro matrimonio, a nuestro trabajo, a nuestros estudios. Muchas veces nos era difícil. Anhelábamos conocer la voluntad de Dios con respecto a estas cosas, pero era difícil. No obstante, descubrimos que se nos aclaraban muchas dudas con el simple hecho de entrar en la reunión. Lo dicho en la reunión no se relacionaba con nuestro dilema, y ningún testimonio aludió al mismo; sólo fuimos a la reunión, nos sentamos allí, y todo se aclaró. En muchos casos, los testimonios nos ayudan a entender, y los mensajes nos iluminan. Pero podemos atestiguar que ir a la reunión es el mejor lugar y el mejor momento para conocer la voluntad de Dios. Son pocos los que llegan a conocer la voluntad del Señor fuera de las reuniones; pero muchos la descubren en las reuniones de la iglesia. Repetidas veces hemos orado en cuanto a algunos asuntos con el deseo de conocer la voluntad del Señor, pero no logramos entenderla. No obstante, cuando llegamos a la reunión, todo se aclara. Hacer la voluntad de Dios depende primeramente de que la conozcamos. Si uno sabe cuál es la voluntad del Señor, lo demás no será problema. Conocer la voluntad de Dios equivale prácticamente a hacerla.

  Cuando nos reunimos, surge en nosotros el deseo de orar, adorar, servir, escuchar un mensaje, aprender, ser exhortados, fortalecidos, consolados y alentados. Ese es nuestro anhelo. En realidad, queridos santos, nuestras reuniones contienen muchas cosas maravillosas. Cuando participamos en ellas, recibimos mucho beneficio. Esto muestra que no valoramos la reunión como deberíamos ni le damos la importancia que merece.

LO MAS CRUCIAL

  Tengamos presente que, aparte de nuestra relación íntima con el Señor, no existe nada más crucial, más importante ni más provechoso que reunirnos. Créanme que un día podremos testificar que perder el empleo no tiene tanta importancia como perder una reunión de la iglesia. Faltar a una reunión es una verdadera pérdida. La pérdida del empleo no es una pérdida muy significativa. No soy supersticioso al afirmar que si uno se reúne como debe, el Señor preservará el empleo que uno tiene. Si uno se reúne como lo hacían los hijos de Israel y se queda sin trabajo, es posible que el Señor le mande maná. Pero si uno dice: “Ya que tal es el caso, dejemos nuestros empleos y hagamos de este salón de reuniones nuestro monte de Sion, y reunámonos todos los días”. Eso sí es superstición.

LA RECOLECCION DEL MANA

  Recordemos que en 2 Corintios 8, Pablo considera nuestro empleo secular como la recolección del maná. Conocemos la historia de la recolección del maná. Algunos glotones recogían más, pero no les sobraba nada. Entre nosotros son muchos los que quieren recoger más, pero finalmente nunca logran acumular nada. Aquellos que recogen más no les sobra nada, y a los que recogen menos no les falta nada. La medida viene a ser la misma. Aun cuando uno trate de recoger lo máximo con todas las energías, no recogerá más que otros.

BUSCAMOS PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS

  Los que llevamos una vida en torno a las reuniones somos sustentados por el maná. No vivamos por nuestro trabajo. Cumplamos con nuestro deber, pero no vivamos por él. Vivamos sustentados por el maná. Nuestro propio trabajo es el maná. Dios puede retirar todo el maná. Con un solo dedo Suyo El puede tocar la economía de los Estados Unidos y dejar todo el país sin trabajo. Cuando desaparecen los empleos, se acaba el maná. Uno piensa que se trata de un empleo secular, pero en realidad es el maná que Dios le manda.

  La palabra del Señor es verdadera, y El nos dice que no nos preocupemos por el día de mañana. El mañana está fuera de nuestras manos. No llevemos una vida de preocupación pensando en el día de mañana; ocupémonos del presente. Busque primeramente Su reino. Entonces el Padre nos dará por añadidura lo que necesitemos para vestirnos, comer y beber. El nos dará primero el reino que buscamos, y como añadidura lo necesario para el sustento (Mt. 6:31-34). Esto es el maná. Perder el empleo no debería preocuparnos, pero faltar a una reunión sí.

  Llevo unos cincuenta años sirviendo al Señor. No perdí mi empleo al principio, sino que lo dejé. Tenía un buen trabajo, pero lo dejé. Cuando estaba a punto de tomar la decisión de dejar mi trabajo, me parecía un dilema descomunal. Pero después de cincuenta años puedo ver que la palabra del Señor es fidedigna. Ciertamente no debemos preocuparnos por nuestro sustento ni llenarnos de ansiedad en cuanto a nuestras necesidades cuando lo buscamos a El.

LA VIDA PRACTICA DEL REINO

  Tengamos en mente que las reuniones de la iglesia constituyen la vida práctica del reino. Si buscamos el reino de Dios, sin reunirnos, ¿qué reino sería ese? El reino práctico es la vida de reuniones. Reunirnos o asistir a la reunión equivale a buscar primeramente el reino.

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

  Examinemos de nuevo lo que es hacer la voluntad de Dios. Vivimos en la tierra, y nuestra meta es cumplir la voluntad de nuestro Padre. ¿Cómo podemos conocer Su voluntad? Sólo asistiendo a las reuniones. Puedo asegurar que resultaría muy difícil conocer la voluntad del Señor sin ir a las reuniones. Cuando uno empieza a ausentarse de las reuniones, empieza a perder de vista la voluntad de Dios y vuelve a caer en esa deplorable vida bajo la tiranía de Satanás, de la cual había sido rescatado.

  Por tanto, debemos hacer lo posible por no faltar a ninguna reunión. No importa si al hacerlo arriesgamos nuestro empleo. La reunión debe ser lo primero. Nunca he visto a ningún santo sufrir por haber ido a una reunión. Por el contrario, puedo testificar que he visto a miles de personas que el Señor bendijo espiritual y materialmente porque asistieron a las reuniones. El Señor es fiel, y Su promesa es verdadera.

NUESTRO DESTINO

  Cobremos ánimo y confianza. Esto no es solamente la senda correcta, sino el único camino. No tenemos otra alternativa. Todo hombre debería ser creyente, y todo creyente debería asistir a las reuniones. Este es nuestro destino, para eso fuimos salvos. Nuestro Padre nos predestinó para esto. Nuestro destino es reunirnos. Si proseguimos según nos predestinó Dios, sin duda El nos bendecirá. De lo contrario, estaremos dando coces contra el aguijón, y sufriremos.

  Algunos dirán que dedican demasiado tiempo a las reuniones. Quizás juzguen que ganarían más dinero si usaran ese tiempo trabajando. Inténtelo durante cuatro o cinco años; al cabo de éstos verá el sufrimiento. He visto muchos casos de éstos. Este pensamiento es bastante engañoso. Debemos permanecer en lo que afirman las santas Escrituras. Debemos confiar en la promesa de Dios, y obedecer Su mandato de ir a las reuniones. Si vamos a la reunión acatamos lo que El predestinó y tendremos un destino bienaventurado. Uno mismo recibirá el beneficio, y posiblemente aun la tercera generación. Nosotros y nuestros hijos estaremos bajo la bendición de Dios.

  Este es nuestro destino. Reunirnos no es algo insignificante. No nos queda otra alternativa, pues es así como conocemos y hacemos la voluntad de Dios y como cumplimos Su propósito.

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