
Lectura bíblica: Lv. 3:1-5, 6, 7, 11, 13, 17; 7:11-14, 28-34
Examinemos lo que es la ofrenda de paz. Anteriormente estudiamos esta ofrenda, pero en esta ocasión vamos a hacerlo aplicándola a las reuniones.
Necesitamos ver los tres tipos principales presentados en el Antiguo Testamento: el tabernáculo, las ofrendas y los sacerdotes. Estos tres abarcan la mayor parte de los tipos del Antiguo Testamento. El Exodo revela principalmente el tabernáculo con todos sus utensilios y su mobiliario, aunque también describe las vestiduras y la dieta de los sacerdotes. El Levítico, el libro siguiente, describe las ofrendas y las actividades o servicios de los sacerdotes.
Profundizar en los detalles de la tipología sería como internarnos en una selva grande. Es profunda, vasta y misteriosa. Cuanto más nos adentramos, más fácilmente podemos perdernos y enfrentarnos a muchos enigmas. Una vez que nos metemos en la selva, fácilmente podemos perdernos. Por tanto, al abordar la tipología, debemos mantenernos a cierta distancia para ver un panorama amplio, de tal modo que no nos sea difícil entenderla.
Cada uno de estos tipos presenta aspectos diferentes de Cristo. ¡Cristo es muy rico y tiene muchos aspectos! ¡El es muy extenso! Por eso necesitamos estos tres tipos diferentes para presentarlo.
El tabernáculo nos muestra cómo Cristo vino de Dios, lo cual vemos en el primer capítulo de Juan. Vemos en Juan 1:1: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Más adelante, en el versículo 14, dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto indica que Cristo es el tabernáculo. Para ello, El debía proceder de Dios. De hecho, El vino como Dios. ¡Esto es un misterio! ¿Es Dios el tabernáculo o es el que habita en él? ¡El es ambos! Dios en Cristo como carne es el tabernáculo, y como Espíritu es el morador. Dios fijó tabernáculo para morar allí.
Cristo como tabernáculo es el Dios que viene a nosotros. Cuando Cristo vino, Dios vino. Si no hubiera venido, Dios no podría tener contacto con el hombre. Dios era Dios y estaba muy lejos del hombre, y éste, a su vez, estaba muy lejos de Dios. Luego Dios mismo se hizo un tabernáculo; es decir, El vino como tabernáculo. El vino y fijó tabernáculo entre los hombres, un tabernáculo tangible para que el hombre se relacionara con El. ¿Deseamos nosotros relacionarnos con Dios? Vayamos al tabernáculo, pues éste es tangible y accesible. Inclusive, podemos entrar en él, recorrerlo y disfrutar de lo que hay él. Podemos alimentarnos de los panes de la proposición que están sobre la mesa, ser iluminados por el candelero, disfrutar de la comunión que se halla en el arca, y del altar del incienso para hablar con Dios.
En el tabernáculo, el cual es Cristo mismo, tenemos a Dios, podemos tocarle, relacionarnos con El y aun entrar en El. Podemos desplazarnos en Dios, vivir en El y permanecer en El. Podemos disfrutar lo que allí hay de Dios, lo cual se expresa principalmente en tres muebles: la mesa de los panes de la proposición, los cuales nos suministran vida, el candelero que nos trae la iluminación de la vida, y el arca, que nos conduce a la comunión de la vida. Si disfrutamos estas tres cosas, el altar del incienso llegará a ser el centro de nuestra experiencia, ya que es el centro de la experiencia y del disfrute que se tiene de todo lo que hay en Dios. Esta es la razón por la cual el altar del incienso no se incluyó en la lista de los muebles del tabernáculo; y está aislado. Si hacemos un diagrama de la mesa de los panes de la proposición, del candelero y del arca, veremos que forman un triángulo, en cuyo centro se halla el altar del incienso. ¡Esto tiene mucho significado! Es el resultado del deleite que hallamos estando dentro de este triángulo. También motiva al pueblo a tocar a Dios, a entrar en El, a caminar por obra de El y a disfrutarlo a El. De este disfrute brotará una vida de oración. Ese es el altar del incienso. La vida de oración siempre proviene del deleite y la experiencia que tenemos de Dios al comer los panes que están sobre la mesa, al recibir la luz del candelero y al permanecer ante Dios en comunión. De este modo, llegamos a ser compañeros de Cristo en Su ministerio de intercesión. Ese es el altar del incienso.
Cristo es tipificado por el tabernáculo, pero sin ofrendas, no podría haber pan en la mesa. El pan que se ponía sobre la mesa provenía de las ofrendas. Por lo tanto, se necesita una segunda categoría de figuras: las ofrendas. El tabernáculo describe cómo Cristo nos conduce a Dios y cómo nos ofreció a Dios para que entremos en El y lo disfrutemos. Pero el tabernáculo no puede entrar en nosotros, ya que no podría ser nuestro alimento; sólo puede ser nuestra morada. Podemos comparar el tabernáculo con nuestra casa, la cual nos sirve de residencia. Cristo vino para ser nuestro tabernáculo. El vino con Dios para presentarnos ante El, y nosotros entramos en Dios. Ahora tenemos una morada. Pero si nuestra casa no tiene alimentos, seguimos vacíos y hambrientos. Entramos en la casa, pero en nosotros no ha entrado nada.
Cristo como tabernáculo vino a nosotros trayendo consigo a Dios. Como ofrenda El va a Dios llevándonos con El. Este es un tráfico de doble sentido. El vino a nosotros con Dios, y vuelve a Dios con nosotros. Como tabernáculo El vino a nosotros con Dios, y ahora como ofrendas El regresa a Dios con nosotros.
Son pocos los creyentes que han visto y experimentado debidamente estos dos aspectos. Muchos tienen solamente a Cristo como tabernáculo para entrar en El y experimentarlo, mas no lo tienen como ofrendas que puedan disfrutar, ni lo toman como su alimento. Hoy en día son pocos los creyentes que hablan de la manera de disfrutar a Cristo. A veces hablan de algo que experimentan de Dios o de Cristo, pero en muy raras ocasiones usan la palabra experimentar. Raras veces dirían: “Experimenté a Cristo”. Esto significa que no entienden correctamente que Cristo está en ellos. En nuestra experiencia, estar en Cristo significa experimentarlo como el tabernáculo. Podemos viajar por El y en El, pero tenerlo en nosotros es otro asunto. Tener a Cristo en nosotros no solamente es la esperanza de gloria, sino también el alimento de hoy. No se trata solamente de la gloria futura, sino del alimento diario. Cristo en nosotros es nuestro alimento diario.
En la actualidad muchos creyentes carecen de esto. Inclusive, algunos se oponen a nuestra declaración de que Cristo está en nosotros. Tienen el concepto de que Cristo es demasiado grande para estar en uno. Hay un himno famoso intitulado “Cuán grande es El”, que me agrada bastante; sin embargo, nosotros escribimos un himno con la misma música sobre lo pequeño que es El. El es tan pequeño que podemos comerlo (Jn. 6:57). El no solamente es grande, sino también lo suficientemente pequeño para ser ingerido; El lo es todo.
El tabernáculo sólo es una de las categorías de los tipos que muestran que Cristo vino con Dios para permitirnos entrar en El. Ahora El es las ofrendas de las que podemos participar y que podemos comer. Entrar en una casa no es lo mismo que ingerir alimentos. No compramos una casa todos los días, pero sí comemos varias veces al día.
Estos ejemplos nos muestran que muchas realidades espirituales tienen el mismo principio que las cosas físicas. Necesitamos morar en una casa física y comer alimentos físicos; del mismo modo, necesitamos que Cristo sea no solamente el tabernáculo, nuestra morada, sino también las ofrendas, nuestra comida. Si tenemos el tabernáculo sin las ofrendas, nos falta algo. Entrar en una casa puede considerarse algo más o menos permanente, pero las ofrendas son una necesidad cotidiana. Se hacía una ofrenda por la mañana y otra por la tarde (Ex. 29:39). Sucede algo parecido con nuestras comidas.
El tabernáculo conlleva principalmente la idea de que Dios está disponible para que lo experimentemos, no para disfrutarlo ni ingerirlo. Como tabernáculo, El está disponible para que entremos en El, pero no está disponible para ser ingerido. Para esto se necesitan las ofrendas, las cuales tipifican al Dios al cual podemos comer.
Las ofrendas también indican que Dios puede mezclarse con nosotros. Cuando entramos en el tabernáculo, quedamos unidos a él, pero no estamos mezclados con él, ya que tal cosa no es posible. Pero cada vez que ingerimos algún alimento, nos mezclamos con el mismo. Comer no produce una especie de unión, sino una saturación y una mezcla. Esta es la razón por la cual Levítico 7:10 y 12 menciona que algunas tortas eran amasadas con aceite. Todo lo que comemos va nuestras células y se mezcla con nuestrso tejidos. Si comemos algo inorgánico, como por ejemplo, una piedra, ésta no podría mezclarse con nosotros. Pero, si comemos algo que se origina en la vida, algo orgánico, lo digeriremos y asimilaremos, y llenará nuestro ser. Se mezclará plenamente con nuestro ser y se convertirá parte de nosotros. Por eso los dietistas afirman que uno es lo que come. Todo lo que comemos se convierte en nosotros mismos. La noción de la mezcla es profundo y se halla por toda la Biblia.
En Génesis 2 vemos que Dios creó al hombre y lo puso frente al árbol de vida, lo cual significa que Dios mismo había de ser su provisión de vida. Por tanto, el concepto de la comida ya estaba presente en Génesis 2. Cierto alimento había de llenar nuestro ser y mezclarse con nosotros. Más adelante, en Juan 6, cuando vino el Señor Jesús, afirmó que era el pan de vida (v. 35). En el versículo 57 se añade que todo aquel que lo coma vivirá por El.
Pablo continúa con el tema de la mezcla y dice que “el que se une al Señor, un espíritu es con El” (1 Co. 6:17). ¿Cómo podemos ser un solo espíritu con El? Porque El es el Espíritu, y nosotros también tenemos espíritu. Por la regeneración los dos espíritus se mezclan en uno solo. Si El se mezcla con nosotros, dicha mezcla tiene que ser del Espíritu. El concepto de la mezcla es muy profundo y se revela claramente en la Biblia. Sin embargo, el hombre ha sido cegado y sus ojos velados por el concepto natural, por las enseñanzas religiosas y por la teología tradicional. Pero ¡aleluya! Nuestro Dios es comestible y es nuestro alimento. Por ser el tabernáculo podemos entrar en El, y por ser las ofrendas El puede entrar en nosotros. Debemos testificar firmemente que estamos en Dios, y que El está en nosotros. Cristo es nuestro tabernáculo y también nuestras ofrendas.
Es necesario que alguien prepare los alimentos que serán ofrecidos. Un hombre soltero necesita una casa, alimentos y, además, necesita una esposa que le prepare los alimentos. Cristo en calidad de Sumo Sacerdote es el cocinero. Nosotros debemos aprender a cocinar como El. Dejemos que El tome la iniciativa en la preparación de la comida, y hagamos lo que El hace.
Cristo es nuestro tabernáculo y las ofrendas que comemos; también es nuestro Sacerdote y nos prepara la comida. Supongamos que tenemos el tabernáculo y las ofrendas, pero no tenemos sacerdote. Esto significa que no tenemos cocinero. Es como una casa llena de alimentos, pero sin cocinero. Me temo que muchos cristianos hoy se encuentran en esa situación. Sólo tienen una esquina del tabernáculo sin casi nada que ofrecer y sin sacerdote que les prepare la comida. Están acostumbrados a adorar a Dios en esa esquina y no están acostumbrados a adorarle con un tabernáculo erigido completo y perfecto ni a tener nada que ofrecer a Dios. Tampoco están acostumbrados, como los sacerdotes competentes, a preparar la comida.
En los últimos años he comprado muchos pianos, pero nunca aprendí a tocarlo correctamente. Me gusta tocar el piano de manera natural. Del mismo modo, a todos nos gusta adorar a Dios del modo natural al que estamos acostumbrados, pues nos resulta fácil. Traemos nuestro himnario y nos sentamos a cantar himnos; nos parece demasiado difícil traer a Cristo como ofrenda por las transgresiones, como ofrenda por el pecado, como holocausto o como alguna otra ofrenda. Aparentemente es difícil cultivar a Cristo y luego traerlo a las reuniones. Nos gusta depender de los demás y dejar que sean nuestros sacerdotes. Los dejamos orar por nosotros en las reuniones para no tener que hacer nada.
Un día yo estaba en San Francisco, y un hombre me dijo que ahora en el siglo veinte todo es especializado. Dijo que si uno quiere enseñar la Biblia o enseñar a cantar, debe ir a un seminario y convertirse en especialista. Los demás están ocupados con sus empleos o sus estudios y no disponen de tiempo para aprender estas cosas. El domingo deberían descansar y dejar que los especialistas, los que fueron al seminario, hagan el trabajo que les corresponde. Me dijo que no deberíamos pedirles a los creyentes que eleven una oración, porque ellos no han aprendido a hacerlo debidamente. Este concepto es el método natural y es la práctica que predomina entre los cristianos de hoy.
Si observamos el tabernáculo, vemos que allí no hay nada natural. Para actuar correctamente en el patio exterior, debemos abandonar nuestros métodos naturales. Debemos aprender a inmolar los sacrificios y derramar la sangre, a comer el pecho y el hombro del sacrificio, a preparar la comida y a entrar en el lugar santo donde se prepara la mesa de los panes de la proposición y donde está el candelero. Hay un precepto para cada cosa. Si no actuamos ni nos movemos ni nos conducimos según lo establecido, moriríamos en seguida. Los dos hijos de Aarón murieron por esto (Lv. 10:1-2). En el tabernáculo no se permite nada natural ni ningún método natural.
Hoy en día casi todos los cultos de los cristianos están llenos de métodos y actividades naturales. A esto obedece tanta pobreza entre los cristianos hoy. Las riquezas están en la Biblia, pero las han descuidado.
Examinemos la ofrenda central y más significativa: la ofrenda de paz. Todas las demás ofrendas apuntan a ésta, pues es el centro y la meta de las demás ofrendas. Existen cinco ofrendas principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de paz se encuentra en el centro de las ofrendas.
En las experiencias espirituales, el holocausto conduce a la ofrenda por el pecado. Si Cristo no se hubiera dado incondicionalmente a Dios, no habría sido nuestra ofrenda por el pecado. Por darse incondicionalmente, El era apto para ser nuestra ofrenda por el pecado. Vemos claramente en Hebreos 10:9 y en las profecías del salmo 40 que El vivía exclusivamente para Dios. Cada parte de Su ser, Su propia respiración y hasta la última gota de Su sangre, servían incondicionalmente a Dios. Por esta razón El era apto para ser nuestra ofrenda por el pecado y para quitar los pecados que habíamos heredado por nacimiento. Esto no es ni superficial ni fácil, pues requiere que alguien lleve una vida dedicada incondicionalmente a Dios. Por consiguiente, la ofrenda por el pecado se apoya en el holocausto, el cual a su vez respalda a aquella. Por eso vemos que en las cinco ofrendas a veces la ofrenda por el pecado se convierte en holocausto (Lv. 5:7, 10). El hecho de que Cristo sea la ofrenda por el pecado se apoya en que El es el holocausto, Aquel que vive incondicionalmente para Dios. El holocausto es la base de la ofrenda por el pecado. Sin holocausto, no puede haber sacrificio por el pecado.
Del mismo modo, la ofrenda de harina conduce a la ofrenda por las transgresiones y es figura de la humanidad de Cristo. Su vida humana es como la harina fina, tan equilibrada, tan perfecta, tan excelente y sin defecto ni aspereza alguna. Por consiguiente, El es apto para ser nuestra ofrenda por las transgresiones, las cuales son los defectos de nuestra vida humana. Tenemos muchos defectos, imperfecciones, deficiencias y cometemos muchos errores y maldades. Necesitamos a Aquel que en Su vida humana es perfecto, equilibrado y excelente, quien no tiene nada burdo ni áspero ni duro. Por eso, El puede ser nuestra ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de harina sustenta la ofrenda por las transgresiones.
Podemos conocer todo esto por experiencia. Cuando aplicamos a Cristo como nuestro sacrificio por las transgresiones, al principio es posible que no entendamos que Cristo es la ofrenda de harina, pero gradualmente empezaremos a entender que nuestro andar diario está lleno de defectos, errores, imperfecciones y transgresiones. Al mismo tiempo, veremos que el Señor Jesús es perfecto, completo y equilibrado. En El no hay ninguna imperfección. Por esta razón, nos percatamos de que El puede ser nuestra ofrenda por las transgresiones. Empezaremos a entender cómo nuestro Señor Jesús, el hombre, podía morir en la cruz como nuestra ofrenda por las transgresiones. Por la sencilla razón de que El era perfecto. Al leer los cuatro evangelios, vemos que Su vida humana era equilibrada y perfecta; así como la harina fina.
Del mismo modo, podemos ver algo de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones. Es posible que uno haya nacido de nuevo hace veinticinco años y haya crecido en el Señor; sin embargo, se da cuenta de que todavía es pecaminoso. El pecado, esta cosa tan horrible y molesta, está todavía en la naturaleza de uno. Espontáneamente aplicaremos el Señor Jesús como nuestra ofrenda por el pecado. Al mismo tiempo comprenderemos que El se da incondicionalmente a Dios y que nosotros no. Veremos que nuestra consagración es parcial y llena de reservas. Descubriremos que El es apto para eliminar nuestro pecado y poner fin a nuestra naturaleza, para clavarlos en la cruz. Esto significa que en nuestra oración mencionamos algo de Cristo como la base y el respaldo de la ofrenda por el pecado y que cuando le experimentamos como tal, al mismo tiempo nos damos cuenta de que El es el holocausto, ya que se entrega sin reservas a Dios. La perfección de Su vida humana lo hace apto para eliminar nuestras transgresiones, y Su consagración incondicional a Dios le permite poner fin a nuestro pecado.
No recibamos esto como una doctrina; lo debemos practicar continuamente. Necesitamos conocer las verdades, no solamente como enseñanzas, sino por experiencia, particularmente en nuestras oraciones. La clase de oración que ofrecemos depende de nuestra experiencia.
Las primeras dos ofrendas, el holocausto y la ofrenda de harina, sustentan las últimas dos, que son la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Esto nos muestra la estructura en que se presentan las ofrendas. Pero la otra perspectiva es el deleite que tenemos de las ofrendas.
En nuestra experiencia no disfrutamos las ofrendas comenzando con las dos primeras, a saber, el holocausto y la ofrenda de harina, sino con las dos últimas, que son las ofrendas por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Primero disfrutamos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones. Inclusive, en el momento de en que nos convertimos experimentamos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones. En 1 Pedro 2:24 se nos muestra que El llevó nuestros pecados, nuestras transgresiones, en el madero. Sin embargo, después de experimentar a Cristo como la ofrenda por las transgresiones, descubrimos que seguimos siendo pecaminosos. Nuestra naturaleza está llena de pecado. Por eso acudimos a Cristo como la ofrenda por el pecado. Esta es la experiencia que Pablo describe en Romanos 7. El descubrió que en su carne no había nada bueno (v. 18), que el pecado moraba en su carne (v. 17). Entonces empezó a disfrutar a Cristo como la ofrenda por el pecado. Pablo descubrió su naturaleza pecaminosa en Romanos 7 y experimentó a Cristo como ofrenda por el pecado en el capítulo ocho. Romanos 8:3 afirma que “Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. En las notas que John Nelson Darby, él escribe sobre Romanos 8:3 e indica que la frase “a causa del pecado” se refiere a un sacrificio por el pecado. Romanos 8 trata del pecado que mora en nuestra carne y en nuestra naturaleza, y no de los pecados de nuestra conducta. Cuando experimentamos esto y disfrutamos estas cosas, entendemos espontáneamente que Cristo debe ser perfecto como la ofrenda de harina para ser una ofrenda completa por las transgresiones. Cristo también debía estar consagrado incondicionalmente como holocausto para Dios, a fin de quitar el pecado de nuestra naturaleza.
Esta es la razón por la cual debemos dejar que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Entonces veremos que El es nuestro holocausto, el cual llega a ser la ofrenda por el pecado y que también es nuestra ofrenda de harina y que viene a ser nuestra ofrenda por las transgresiones.
Supongamos que hemos experimentado todas estas cosas. Entonces llegamos a la ofrenda de paz, la cual es un compendio de las cuatro ofrendas anteriores. En la ofrenda de paz una parte es quemada delante de Dios en holocausto (Lv. 7:30, 31), y parte se presenta como ofrenda de harina (7:11-13).
Además, dentro de la ofrenda de paz está implícita la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de paz se compone de la vida animal y la vida vegetal. Primero, se necesita un sacrificio en el que se derrame sangre, la cual es parte de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones. La sangre vertida está presente tanto en la ofrenda por el pecado como en la ofrenda por las transgresiones.
Luego vemos la vida vegetal en las tortas de harina fina usadas en la ofrenda de harina. En el altar también se quema parte de la ofrenda de paz en holocausto, lo cual significa que en esta ofrenda central y especial, la ofrenda de paz, se incluyen las demás ofrendas. En otras palabras no podemos disfrutar a Cristo como ofrenda de paz, si no lo hemos disfrutado como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones, las cuales se basan en el holocausto y en la ofrenda de harina.