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Mensajes del libro «Experimentar a Cristo como vida para la edificación de la iglesia»
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CAPITULO DOS

EL CRECIMIENTO EN VIDA AL PERMITIR QUE EL SEÑOR TOQUE EL ALMA

  Lectura bíblica: Jn. 10:10; 3:5-6, 14-15, 29-30; 6:44-45; 7:17; 14:21, 23; 21:15-19; 12:25

EL SEÑOR VINO PARA QUE TUVIERAMOS VIDA A FIN DE PRODUCIR LA NOVIA

  En Juan 10:10 el Señor dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Tal vez conozcamos este versículo y aun lo hayamos experimentado, pero debemos preguntarnos: “¿Por qué vino el Señor para darnos vida?” El Señor vino para darnos vida con el único propósito de que la novia fuera producida.

  Podemos comprobar esto con Juan 3. En este capítulo las palabras habladas por el Señor son pocas y sencillas, pero son profundas. El Señor vino para que tuviéramos vida pero, ¿cómo podemos tener esta vida? Juan 3 nos muestra que podemos tener vida al ser regenerados, al nacer de nuevo. Por medio de la regeneración recibimos a Cristo como vida. La manera de nacer de nuevo es nacer de agua y del Espíritu (v. 5). “Agua” es el concepto central del ministerio de Juan el Bautista, a saber, terminar con las personas de la vieja creación. “Espíritu” es el concepto central del ministerio de Jesús, a saber, hacer germinar a las personas en la nueva creación. El agua trata con todas las cosas negativas del pasado sepultando toda nuestra vieja historia. El agua sepulta la vieja vida, y el Espíritu trae vida nueva.

  La vida que recibimos al nacer de nuevo es una vida en la cual entramos en el reino de Dios (v. 3). Déjenme darles un ejemplo para ayudarles a entender esto. En la tierra tenemos muchos reinos. Tenemos el reino de las plantas, el reino de los animales y el reino de los seres humanos. La única manera en la cual se puede entrar en un reino es tener la vida de ese reino. Entramos en el reino de los seres humanos al nacer de padres humanos. Si no hubiéramos nacido de padres humanos, nunca habríamos visto el reino de los seres humanos ni habríamos entrado en él.

  En el universo hay otro reino, a saber, el reino de Dios. La única manera en que podemos entrar en este reino es nacer de Dios. Tenemos el reino del hombre, el reino de los seres humanos, y tenemos el reino de Dios, el reino de la divinidad. Nacimos en el reino de los seres humanos, pero necesitamos entrar en el reino de la divinidad naciendo de Dios. Nicodemo pensó que nacer de nuevo significaba volver al vientre de su madre (v. 4), pero nacer de nuevo significa nacer de agua y del Espíritu. Esto quiere decir sepultar nuestra vieja historia en el agua y tener un nuevo comienzo, una nueva vida, una nueva historia, un nuevo día, un nuevo comienzo de vida, por el Espíritu Santo. Entramos en el reino de Dios por un nuevo nacimiento, por la regeneración, al nacer de agua y del Espíritu.

  Juan 3 continúa para decirnos que Jesús sería levantada tal como la serpiente de bronce fue levantado por Moisés en el desierto (v. 14). Cuando El fue levantado en la cruz, era el Cordero (1:29), pero tenía la forma de una serpiente. En Juan 1 tenemos el Cordero, y en Juan 3 tenemos la serpiente. El fue levantado en la cruz como el Cordero de Dios para quitar nuestro pecado, y fue levantado en la forma de la serpiente para tratar con Satanás, la serpiente antigua, a fin de que tuviéramos la vida divina y eterna (v. 15).

  El hecho de que fue levantado ciertamente servía para cumplir la redención, pero eso no es la meta. La redención es el procedimiento que lleva a la meta. La redención tiene como objeto la vida. Por medio de la redención recibimos vida. Alabado sea el Señor, porque hoy no sólo somos redimidos sino que también nacimos de nuevo. El pasado ya pasó, y ahora nuestra porción es una vida nueva. Tenemos la vida eterna, la cual consiste en Dios que fluye en nosotros. La vida es simplemente Dios mismo en Cristo como el Espíritu que fluye en nosotros.

  Dios se dispensó en nosotros al fluir en dos pasos: en la encarnación y en la resurrección. La encarnación cumplió la redención, y la resurrección nos imparte vida. Por el paso de la encarnación El se hizo hombre (Jn. 1:14). Como hombre fue el Cordero de Dios levantado en la cruz en la forma de una serpiente que quita el pecado y trata con Satanás al cumplir la redención. Luego resucitó para hacerse el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Cristo como Cordero de Dios está en el primer capítulo de Juan. Cristo como el aliento, como el Espíritu vivificante, está en el capítulo veinte. Después que resucitó, regresó a Sus discípulos, sopló en ellos y les dijo que recibieran el Espíritu Santo (v. 22). Cuando nosotros creemos en El, le recibimos inhalándole. Ahora lo tenemos como nuestra vida en nuestro interior.

  Finalmente, en Juan 3:29 Cristo se revela como el Marido quien está dedicado a la novia. Nosotros somos la novia. Quizás nos preguntemos cómo nosotros los pecadores caídos podamos ser parte de la novia gloriosa de Cristo. Llegamos a ser parte de esta novia gloriosa por la redención y la regeneración. Juan 3 nos muestra el comienzo de la vida y la consecuencia de la vida. El comienzo de la vida consiste en ser regenerados al recibir la redención La consecuencia de la vida consiste en entrar en el reino y ser parte de la novia. Al ser redimidos y regenerados, entramos en el reino de Dios y somos parte de la novia.

SOMOS TRANSFORMADOS AL BEBER DE CRISTO, ALIMENTARNOS DE EL, PERMANECER EN EL E INHALARLO

  Después de ser regenerados, necesitamos ser transformados. Podemos ser transformados bebiendo de Cristo, alimentándonos de El, permaneciendo en El e inhalándolo todo el tiempo. El cuarto capítulo de Juan nos explica cómo beber de El. El capítulo seis nos explica cómo alimentarnos de El. Luego los capítulos catorce y quince nos explican cómo permanecer en El. Finalmente, el capítulo veinte nos explica cómo inhalarlo. Al inhalarlo, somos refrescados. Cristo es el verdadero refrigerio. Debemos ser refrescados por Cristo de día en día. Al beber, comer, permanecer y respirar, crecemos en la vida divina. Si usted realmente bebe de Cristo, se alimenta de El, permanece en El y lo inhala día tras día, tendrá el crecimiento.

TRATAR CON LA VIDA DEL ALMA

  Ahora quiero presentar otro aspecto del crecimiento en vida. Aunque nacimos del Espíritu, todavía tenemos la carne. Tenemos la carne por fuera y el Espíritu por dentro. Crecer en vida significa que el Espíritu en su interior crece todo el tiempo y que la carne, algo exterior, disminuye todo el tiempo. Colosenses 3 dice que en el nuevo hombre, el Cuerpo de Cristo, la iglesia, no hay persona natural (vs. 10-11). En otras palabras, no hay americano, chino, canadiense, japonés, mexicano ni otra raza en el nuevo hombre, sino que Cristo es el todo, y en todos.

  En la carne todos somos como gusanos feos, pero por dentro tenemos algo hermoso, que es la “mariposa” divina, espiritual y celestial. El Señor vino para que tuviéramos vida con el propósito de que produzcamos el Cuerpo, y en el Cuerpo no hay nada viejo. Sin embargo, somos viejos en nuestro hombre natural, así que necesitamos ser transformados. Por eso necesitamos beber del Señor, comerle, permanecer en El e inhalarlo todo el tiempo. Pero tenemos que tratar con la vida de nuestra alma si queremos ser transformados. En cuanto a nuestra mente, parte emotiva y voluntad —nuestra alma completa— tenemos que permitir que el Señor trate con ellas.

  En Juan 6:44-45 el Señor dijo: “Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le atrae; y Yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: ‘Y serán todos enseñados por Dios’. Todo aquel que ha oído al Padre, y aprendido de El, viene a Mí”. El Padre nos lleva a Su Hijo, el Señor Jesucristo, iluminando nuestra mente. El verdadero significado del arrepentimiento radica en tener un cambio en la mente. Hoy todavía necesitamos que nuestra mente cambie. Nuestra mente nos puede estorbar para que no acudamos a Cristo. Día tras día, día y noche, necesitamos que nuestra mente cambie. Necesitamos la iluminación del Padre para que nos demos cuenta de nuestra vejez. Necesitamos que nuestra mente sea renovada. Nuestra mente necesita recibir instrucciones del Padre cada mañana.

  Necesitamos las instrucciones del Padre, y no las enseñanzas del hombre. Las instrucciones del Padre iluminan nuestra mente, y así podemos ver lo que está en nuestros conceptos y entendimiento que reemplaza a Cristo. Tal vez tengamos algo bueno en nuestra mente que reemplaza a Cristo; por eso, tenemos que arrepentirnos. Debemos tener un cambio de mente, un cambio en nuestro concepto. Usted no debe estar satisfecho nunca con lo que entiende. Nunca debe permanecer en su viejo concepto. En Juan 5 el Señor les dijo a los judíos que tenían el conocimiento del Antiguo Testamento, pero no querían acudir al Señor Jesús para recibir vida (vs. 39-40). Necesitamos ser iluminados, y nuestra mente necesita ser renovada una y otra vez.

  En Juan 6 se encuentra la renovación de la mente. Luego en Juan 7 vemos el asunto de tratar con la voluntad. El Señor Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá...” (v. 17). Esto significa que si queremos conocer a Cristo, y si queremos saber cuál es la intención de Dios, tenemos que someternos a la voluntad del Padre. Luego veremos que el Padre desea que disfrutemos a Su Hijo, el Señor Jesucristo.

  Tal vez bebamos del Señor, lo comamos, permanezcamos en El y lo inhalamos, pero en muchos aspectos no queremos que nuestra mente cambie y no queremos someter nuestra voluntad a la del Padre. Así que, tal vez tengamos la alimentación pero no la digestión adecuada. Quizás usted disfrute al Señor, pero no quiere ser iluminado en su mente ni quiere someterse en la voluntad. Como resultado, le es difícil participar del Señor de manera completa. También le es difícil saber cuán importante el Hijo de Dios es para usted. El beber y el comer apropiados tiene que ser hechos reales al tener usted un cambio en la mente y una voluntad sumisa y sometida.

  El crecimiento en vida consiste en el aumento de Cristo en usted y la disminución de usted todo el tiempo. Si Cristo ha de aumentarse en usted y si usted ha de disminuir, necesita un cambio de mente en su concepto y necesita una voluntad sumisa. Cuanto más somos cambiados en la mente y sometidos en la voluntad, más Cristo se aumentará en nosotros. Esto es el crecimiento en vida para la iglesia local.

  Podemos tener la realidad de la vida de la iglesia sólo por el crecimiento en vida. Si carecemos del crecimiento en vida, carecemos de la edificación. La edificación de la vida de la iglesia depende absolutamente del crecimiento en vida. El verdadero crecimiento en vida no es el aumento de conocimiento, de dones ni de poder. Es el aumento de Cristo en nuestro interior. El aumento de Cristo en nosotros requiere que nuestra mente sea cambiada y renovada y que nuestra voluntad sea sojuzgada.

  Juan 14 muestra que necesitamos permitir que el Señor trate con nuestra parte emotiva. El Señor dijo: “El que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él ... El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (vs. 21, 23). Uno ama con la emoción que está en el corazón. Entonces, en Juan 6 la mente es iluminada, en el capítulo siete la voluntad es sometida, y en el capítulo catorce la parte emotiva es avivada por el Señor. El verdadero amor del Señor lo traerá a El a usted. Si lo ama, El se manifestará a usted. Si usted lo ama, El y el Padre irán a usted y harán una morada mutua con usted. Esto está relacionado con la parte emotiva. Nuestra mente tiene que ser renovada, nuestra voluntad tiene que ser sojuzgada y nuestra parte emotiva tiene que ser avivada para amar al Señor.

  Al final del Evangelio de Juan, el Señor Jesús trató con Pedro de manera simple. El Señor resucitado y glorificado le preguntó: “Simón, ¿me amas?” Cuando Pedro le dijo que sí, el Señor dijo: “Apacienta Mis corderos” (21:15). Cuando uno ama al Señor, la vida fluye del interior de éste para alimentar a otros, para ministrarles a Cristo como vida. Quizás digamos que disfrutamos al Señor, pero nuestra mente no cambia, nuestra voluntad no se ha sometido y nuestra parte emotiva no ha sido tocada por el Señor ni avivada por El. Ciertamente necesitamos beber, comer, permanecer y respirar, pero también necesitamos permitir que el Señor toque nuestra alma. Si queremos disfrutar al Señor, debemos tener un cambio en la mente, nuestra voluntad tiene que ser sojuzgada y nuestra parte emotiva debe ser avivada para amar al Señor.

  El Señor Jesús continuó y tocó la voluntad fuerte que tenía Pedro, pero lo hizo de manera muy sabia. No regañó a Pedro ni le dijo que su voluntad era fuerte y obstinada y que algún día su voluntad sería sojuzgada. Al contrario, el Señor dijo: “Cuando eras más joven, te ceñías, y andabas por donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará adonde no quieras” (v. 18). Esto muestra cómo madura la vida, la madurez en vida, no meramente cómo crece la vida.

  Cuanto más maduro llegue a ser, más sumiso será. Cuando está joven, está obstinado en su voluntad, y le es muy fácil debatir y discutir con otros. Pero si está creciendo en el Señor, vendrá el día cuando será muy sumiso. Cuando madure en la vida de Cristo, nunca discutirá con los hermanos. Será unánime con los demás. Incluso cuando le ponen en la cruz, dirá: “Amén”. Ser unánime con otro miembro necesita el crecimiento en vida y la madurez en vida.

  El Señor predijo que un día Pedro sería una persona sumisa sin resistencia, no sólo a la voluntad de Dios, a la mano de Dios, sino también a todas sus circunstancias. Si tenemos la madurez en vida, podemos decir: “No importa lo que me pase, no me resistiré”. Necesitamos a las personas maduras en la vida de la iglesia. Los jóvenes saben pelear, pero no saben cómo ser coordinados. Ser coordinado requiere cierta madurez. Si tenemos sólo la vida, y no el crecimiento, habrá peleas en la vida de la iglesia todo el tiempo. Necesitamos el crecimiento en vida para la madurez en vida.

  Pedro era un hombre valiente y fuerte, pero el Señor le dijo que un día vendría en que alguien le ceñiría y le llevaría a un lugar adonde no le gustaría ir, pero de todas maneras tendría que ir. Luego el Señor dijo: “Sígueme” (21:19). Si amamos al Señor, la vida fluirá de nosotros y podremos ministrar vida a los demás. Pero ser sumiso en la voluntad nos da la capacidad de seguir al Señor. Si queremos seguirle, necesitamos que nuestra voluntad sea sometida.

  Usted necesita una voluntad sumisa, pero eso no sucede de la noche a la mañana. Necesita el crecimiento en vida, poco a poco, hasta que tenga la madurez en vida. La iglesia local no sólo es el lugar donde se recibe la vida, sino también donde se puede crecer en vida y así madurar en vida. Por el lado positivo, el verdadero crecimiento en vida consiste en el aumento de Cristo en usted, y por el lado negativo, consiste en la disminución de usted. Esta disminución consiste en el cambio de su mente, el sometimiento de su voluntad y el avivamiento de su parte emotiva.

  En Juan 12:25 el Señor dijo: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará”. Tenemos que perder la vida de nuestra alma, la vida psujé, para poder participar de la vida eterna, la vida zoé. Perdemos la vida del alma y la cambiamos por la vida divina. Tenemos que perder la vida del alma, la vida natural, en tres direcciones: en el cambio de la mente, en el sometimiento de la voluntad y en el avivamiento de la parte emotiva. Día tras día necesitamos la fresca renovación de nuestra mente, el sometimiento de nuestra voluntad, y el avivamiento de nuestra parte emotiva, para que esa parte esté ferviente por el Señor. Esto debe suceder continuamente hasta que lleguemos a ser personas maduras en la vida divina. Cuando más sea usted madurado, más sumiso será en su voluntad hacia el Señor, hacia las circunstancias, hacia la iglesia y hacia todos los hermanos y hermanas a su alrededor. Luego no se encontrará problemas en la vida de la iglesia.

  Tenemos que crecer en vida bebiendo al Señor, alimentándonos de El, permaneciendo en El e inhalándole. También debemos tener continuamente un cambio de mente, nuestra voluntad debe estar sometida y nuestra parte emotiva debe ser avivada. Debemos perder la vida del alma por el bien de la vida divina. Entonces día tras día la vida de la iglesia será fortalecida y edificada.

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