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Mensajes del libro «Gran misterio: Cristo y la iglesia, El»
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El gran misterio: Cristo y la iglesia

Sección uno: Considerar nuestra visión

PREFACIO

  Estos mensajes fueron dados por el hermano Witness Lee en Hong Kong, Taipéi, Taiwán y en Tokio, Japón durante el periodo del 31 de octubre al 30 de noviembre de 1981. Los mensajes se incluyen en cuatro secciones. Los mensajes hallados en los capítulos del 1 al 4 forman la sección uno y fueron dados en una conferencia en Hong Kong del 31 de octubre al 8 de noviembre. Los mensajes hallados en los capítulos del 5 al 8 forman la sección dos y fueron dados en una conferencia en Taipéi que tuvo lugar del 14 al 22 de noviembre. Los que se hallan en los capítulos del 9 al 12 forman la sección tres y fueron dados en una conferencia que se celebró en Tokio del 28 al 30 de noviembre. Los capítulos del 13 al 16 forman la sección cuatro, la cual se compone de mensajes y comunión dados en Taipéi y Tokio el 25 y 26 de noviembre y el 30 de noviembre, respectivamente. Los capítulos del 1 al 13 fueron publicados en chino en The Ministry of the Word de 1982 a 1984.

LA MAYORÍA DE LOS CRISTIANOS ENTIENDEN SÓLO LA REVELACIÓN HALLADA EN LA SUPERFICIE DE LA BIBLIA

  En 1 Corintios 2 se nos dice que Pablo habló la sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría que había estado oculta, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció (vs. 7-8), y que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre (v. 9). Pablo dijo esto a los griegos que buscaban la sabiduría y la filosofía, y parecía decir que ni siquiera el mayor filósofo griego podía imaginar el misterio de Dios. Este misterio estaba oculto en la Biblia, pero Pablo habló de este misterio a los santos. Cuando predicó el evangelio a los pecadores, les habló de la revelación hallada en la superficie; sin embargo, una vez que ellos fueron salvos, les habló del profundo misterio oculto en la Biblia. Hoy en día una persona que lee la Biblia varias veces puede pensar que conoce el contenido de la Biblia; sin embargo, es posible que no conozca el misterio oculto en la Biblia.

  Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, los fariseos y los escribas leían el Antiguo Testamento, hablaban del mismo e incluso se adornaban con los versículos del Antiguo Testamento. Ellos creían conocer la Biblia. Un día, sin embargo, le hicieron al Señor Jesús una pregunta difícil, y Él les dijo que ellos no conocían las Escrituras ni el poder de Dios (Mt. 22:29). Los fariseos y los escribas pensaron que conocían las Escrituras, pero el Señor les dijo que no las conocían. Conocían la letra de las Escrituras, pero no conocían el poder de Dios. El poder de Dios es un misterio. Las Escrituras contienen no sólo letras, sino también el poder de Dios. Una persona que cree conocer la Biblia tal vez solamente la entienda según la letra. Muchos profesores seminaristas, misioneros, pastores y eruditos bíblicos exponen la Biblia y escriben comentarios sobre ella, pensando que la entienden. Sin embargo, temo que el Señor Jesús diría que ellos no conocen las Escrituras. Algunos de entre nosotros han leído la Biblia muchas veces e incluso han desgastado varias Biblias, pero el Señor Jesús también podría decirles: “No conocéis las Escrituras”. Es posible conocer las cosas que están en la superficie de la Biblia, sin conocer las cosas profundas que ella contiene.

  Nací y fui educado en una familia cristiana, y todas las escuelas a las que asistí desde la primaria hasta la escuela técnica fueron escuelas cristianas. Dado que tenía tal trasfondo cristiano, yo estaba muy familiarizado con la revelación hallada en la superficie de la Biblia. Cuando yo era joven, mi madre nos contaba la historia de José de tal manera que sentíamos compasión y llorábamos por José. Mi madre también nos narraba las historias de los Evangelios. Las volví a escuchar cuando asistía a la escuela dominical. Luego, el pastor nos habló de las mismas historias durante el servicio del domingo. Después que fui salvo, volví a escucharlas otra vez. Sin embargo, yo no conocía el profundo misterio oculto en la Biblia.

  Cuando yo tenía casi veinte años de edad, un famoso predicador nacional pasó una gran parte de su tiempo en el norte de China. Un día él vino a mi pueblo natal y dio un mensaje respecto a que el Señor Jesús había venido para que el hombre tuviera vida, y la tuviera en abundancia (Jn. 10:10). Yo nunca había oído un mensaje sobre ese tópico; parecía que era un nuevo lenguaje, una verdad nueva para mí. Sin embargo, después del mensaje yo seguía confundido en cuanto a qué es la vida y qué quería decir tener vida en abundancia.

  Después de ser salvo, amé al Señor y la Biblia en gran manera. Leí la Biblia y desgasté muchas de ellas. También fui en busca de la verdad. Un día acudí a la secta más estricta de la Asamblea de los Hermanos, quienes eran conocidos por sus exposiciones bíblicas. Allí tuve en alta estima todo lo que escuchaba. Lo primero que escuché estaba relacionado con las setenta semanas en Daniel 9. Las setenta semanas estaban divididas en siete semanas, sesenta y dos semanas, y la última semana (vs. 24-27). La última semana puede dividirse en dos partes: los primeros tres años y medio, y los últimos tres años y medio. Cada parte se compone de cuarenta y dos meses, que equivale a mil doscientos sesenta días. Puesto que me agradó lo que escuchaba, permanecí con los Hermanos por siete años y medio, y escuché acerca de las profecías y la tipología. En cuanto a las profecías, ellos hablaban de la gran imagen humana mencionada en Daniel 2, la cual tenía cabeza de oro, brazos de plata, vientre de bronce, dos piernas de hierro, dos pies que eran en parte de hierro y en parte de barro cocido, y diez dedos (vs. 31-45). También hablaron de las cuatro bestias descritas en Daniel 7 y de la cuarta bestia de cuya cabeza salían diez cuernos (vs. 3-7). Ellos decían que los diez dedos de la gran imagen humana equivalían a los diez cuernos de la cuarta bestia. Además de las profecías, también hablaban de la tipología. Aprendí mucho con respecto a los numerosos tipos que se hallan en la Biblia.

  Sin embargo, no escuché nada del Espíritu, ni de la vida ni de que Cristo vive en mí. No oí que la iglesia es el Cuerpo de Cristo ni que el Cuerpo es el nuevo hombre. Fui salvo en 1925, pero no fue sino hasta 1932 que comencé a ver el misterio profundo oculto en la Biblia. Para entonces yo tenía más de veinticinco años. Nací en una familia cristiana, fui educado en escuelas cristianas y desde joven había oído sermones en el cristianismo; sin embargo, únicamente conocía la revelación hallada en la superficie de la Biblia. No conocía el misterio profundo oculto en la Biblia.

EL MISTERIO PROFUNDO OCULTO EN LA BIBLIA

  Al considerar nuestra visión, no estudiaremos la revelación hallada en la superficie de la Biblia, puesto que muchos pueden recitar tal revelación. Lo que necesitamos es estudiar el misterio profundo oculto en la Biblia.

  Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Luego, se nos habla de lo que Dios creó en el primer día. El capítulo 1 también habla de la restauración y de la creación adicional efectuadas por Dios. Podemos entender lo que Dios creó cuando leemos estos versículos. Sin embargo, en este capítulo hay un misterio, porque el versículo 26 comienza con las palabras: “Dijo Dios: Hagamos...”. Aquí el pronombre Nosotros, implícito en el verbo hagamos, constituye un misterio. ¿Hay un solo Dios o muchos Dioses? Decir que hay muchos Dioses es herejía. Pero ¿cómo puede Dios referirse a Sí mismo como “Nosotros”? Esto es un misterio.

  En el versículo 26 Dios dijo: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza”. ¿Hemos visto la imagen de Dios o Su semejanza? ¿Sabemos que fuimos hechos a la imagen de Dios, conforme a Su semejanza? Esto es un misterio. La Biblia dice que nadie ha visto a Dios y que Dios es invisible (Jn. 1:18; Col. 1:15; 1 Ti. 1:17). ¿Cómo puede tener el Dios invisible una imagen? Si Él tiene una imagen, ¿puede ser visto por los hombres? Además, ¿cuál es la distinción entre imagen y semejanza? Los teólogos no pueden investigar este asunto cabalmente, ni pueden proporcionar una clara explicación al respecto. Así que, los expositores de la Biblia no pueden explicar el pronombre Nosotros, implícito en “Hagamos”, en Génesis 1:26, ni tampoco pueden explicar las palabras imagen y semejanza. Esto prueba que en Génesis 1 hay un misterio que no es fácil de expresar.

  Debemos preguntarnos, ¿acaso es hecho el hombre a la imagen de Dios o a la imagen del hombre? ¿Es hecho conforme a la semejanza de Dios o conforme a la semejanza del hombre? Es correcto decir que somos hombres, pero el hombre tiene la imagen de Dios y la semejanza de Dios. Algunos teólogos pensarán que afirmar esto es una herejía, una blasfemia. ¿Cómo puede un humilde hombre atreverse a decir que él porta la imagen y semejanza de Dios? Pero nosotros sabemos que esto no es blasfemia; es la revelación de un misterio oculto en la Biblia.

  Génesis 1 dice que las plantas y animales son “según su especie” (vs. 11-12, 21, 24-25). Los perros son según la especie canina, los caballos son según la especie equina, y el ganado vacuno es según la especie de este ganado. Lo mismo sucede con la hierba, las flores y los árboles. Los duraznos son según la especie del durazno, los melocotones son según la especie del melocotón, las peonías son según la especie de la peonía y los crisantemos son según la especie del crisantemo. Todo es según su propia especie. Sin embargo, ¿según qué clase de especie es el hombre? ¿Es el hombre según la especie humana o según la especie de Dios? La Biblia dice que el hombre fue hecho a la imagen de Dios, conforme a la semejanza de Dios. Por consiguiente, el hombre fue creado según la especie de Dios. Se nos ha criticado por hablar conforme a la Biblia y decir que el hombre es hecho según la especie de Dios. La gente dice que hablamos herejía. Los que nos critican dicen que puesto que el hombre es hombre, y no Dios, ¿cómo puede ser el hombre según la especie de Dios? Ellos dicen que sólo Dios es conforme a la especie de Dios; por esta razón, el hombre no puede ser conforme a la especie de Dios. No obstante, la Biblia dice que el hombre fue hecho a la imagen de Dios, según la especie de Dios. El hecho de que el hombre es según la especie de Dios es un misterio oculto en la Biblia.

  No es nada simple entender la verdad contenida en la Biblia. La revelación superficial de la Biblia es fácil entender, pero el misterio oculto en la Biblia es difícil de entender. He impartido muchos mensajes en los Estados Unidos con respecto a la mezcla de Dios y el hombre. Hay quienes dicen que estos mensajes son una herejía, porque digo que el hombre puede ser Dios. Sin embargo, la Biblia dice que el hombre fue hecho a la imagen de Dios, conforme a la semejanza de Dios. Usemos un guante como ejemplo. Un guante es hecho a la imagen de una mano con el propósito de contenerla. Dios hizo al hombre a Su propia imagen con el propósito de entrar en el hombre. Romanos 11 revela que los creyentes han sido injertados en Dios (vs. 17-24), y el capítulo 9 dice que el hombre es un vaso cuya función es contener a Dios (vs. 23-24). Nadie pondría un objeto cuadrado en una caja redonda. Un vaso es conformado según el objeto que ha de contener. El comienzo de la Biblia habla de que Dios hizo al hombre a Su propia imagen, conforme a Su propia semejanza, lo cual indica que un día Dios llegaría a ser uno con el hombre.

  Algunos creen que la Biblia trata de que Dios creó al hombre, que Dios envió a Su Hijo para salvar al hombre caído, que los pecados del hombre fueron perdonados, que el hombre se arrepiente, cree y es salvo y que finalmente se va al cielo. Sin embargo, esto corresponde a la superficie de la Biblia. La Biblia alude a una revelación más profunda. El primer capítulo de la Biblia revela que un día Dios se uniría al hombre, llegaría a ser uno con el hombre. Dios quiere ser el contenido del hombre; por esta razón, Él hizo al hombre a Su propia imagen y semejanza de modo que el hombre fuera un vaso que le contuviera a Él. Cuando Dios entra en el hombre, Él se une al hombre, llega a ser uno con el hombre. Una taza que contiene café es una taza de café. De igual manera, un hombre que contiene a Dios es un Dios-hombre.

  A menos que una persona contenga a Dios, ella está vacía, sin contenido alguno. Aquellos que no son salvos no tienen contenido, y sus vidas carecen de significado. Pero los que son salvos no están vacíos, no son personas sin propósito, o sin contenido. Nosotros estamos llenos de contenido y nuestro contenido es Dios mismo. Esto no indica que somos orgullosos; esto es un hecho. Creer en Jesús no es un asunto de ser salvo e irse al cielo; antes bien, creer en Jesús es un asunto de ser salvos y contener a Dios. Cuando contenemos a Dios, llegamos a ser Dios-hombres. Nuestros vasos anteriormente estaban en desorden, sucios y corruptos. Pero ahora que la sangre preciosa del Señor Jesús nos ha redimido, hemos sido lavados, estamos limpios y la vida divina ha entrado en nosotros para ser nuestro contenido. Somos vasos que contienen a Dios. Éste es el misterio profundo oculto en la Biblia.

  En Génesis 2 Dios puso al hombre frente a un árbol. Ese árbol tiene un nombre especial; se le llama el árbol de la vida (vs. 8-9). Al poner al hombre frente al árbol de la vida, Dios parecía decirle al hombre: “Tú tienes Mi imagen y Mi semejanza, pero no tienes Mi vida. Cuando mucho, eres una fotografía de Mí”. El hombre que Dios había hecho era como una fotografía de Dios; éste no tenía la vida de Dios. El hecho de que Dios quería que el hombre tomara del árbol de la vida indica que Él quería entrar en el hombre para ser la vida del hombre.

  La verdad hallada en la Biblia es que Dios quiere que el hombre le reciba. El Evangelio de Juan dice: “En el principio era la Palabra [...] y la Palabra era Dios” (1:1). Un día la Palabra se hizo carne (v. 14). Esta Palabra encarnada vivió como hombre entre Sus discípulos y dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre” (6:51). Al unir estos versículos con Génesis 2, vemos que Dios creó al hombre como un vaso con la intención de que el hombre le recibiera. Por esta razón, el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57).

  Comer al Señor también es un misterio que la mayoría de los cristianos no conoce. Estuve en Taipéi en 1958 y hablé sobre Juan 6:57. Desde ese día hemos hablado de comer, beber y disfrutar a Dios. En una ocasión, después de una reunión, un hermano que es profesor me dijo: “Hermano Lee, su mensaje hoy fue bueno, pero hubo una palabra de bárbaros. Es de salvajes hablar de comer a Jesús”. Yo le dije: “Hermano, yo no soy el bárbaro. Esto es lo que el propio Señor Jesús dijo”. Esto muestra que aun cuando conocemos la Biblia en la superficie, en realidad no conocemos la Biblia. Muchos cristianos no conocen la verdad respecto a comer a Jesús.

  Los que estudian nutrición dicen: “Uno es lo que come”. En otras palabras, somos la totalidad de los alimentos que ingerimos. El arroz, el pan, la carne, los huevos, los vegetales y las frutas que comemos llegan a ser nosotros mismos después que las digerimos. El misterio está en la Biblia: Dios quiere ser el pan de vida para el hombre. Sólo después de ser nuestro pan de vida, Él puede ser nuestro verdadero contenido.

  El comienzo de la Biblia concuerda con el final de la Biblia. En Apocalipsis 2 el Señor prometió: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios” (v. 7). Al final de Apocalipsis el Señor también prometió: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida” (22:14). El árbol de la vida es Dios mismo. Lavar las vestiduras significa mantener una conducta limpia, lavándose en la sangre del Cordero (7:14; 1 Jn. 1:7). Es así como somos hechos aptos para disfrutar a Dios. Éste es un misterio profundo oculto en la Biblia; no es la revelación hallada en la superficie.

  No solamente el comienzo de la Biblia concuerda con su final, sino que toda la Biblia es coherente. En Juan 15 el Señor dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él...” (v. 5). Esto es un misterio. Esto es un cuadro que nos muestra el injerto. El Señor es la vid, y nosotros los pámpanos. Según nuestro nacimiento natural, no somos pámpanos que permanecen en el Señor; fuimos injertados en Él en el momento de nuestra regeneración (cfr. Ro. 11:17, 24). El injerto une la vida de dos árboles y hace que se mezclen entre sí a fin de que lleven fruto. El injerto es un ejemplo simple, pero la realidad contenida en él no es nada simple. Dicha realidad es la manera en que permanecemos en el Señor y Él en nosotros. Nosotros los seres humanos permanecemos en Dios y el Dios Triuno permanece en nosotros. Esto es un misterio.

  Después del Evangelio de Juan y el libro de Hechos llegamos a las epístolas escritas por Pablo. La primera epístola de Pablo es la Epístola a los Romanos. Romanos 6:5 dice: “Si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. Esto es un misterio dentro de un misterio. El erudito de la Biblia F. L. Godet dijo una vez que en este versículo las palabras siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él se refieren a una unión en vida. En virtud de tal unión en vida podemos participar de la vida y las características de Cristo, y así crecer en vida. Esto es un misterio profundo, y no una revelación superficial.

  En el capítulo 8 Pablo habla de la ley del Espíritu de vida (v. 2). Éste es un misterio más profundo. Hay una ley que nos regula desde nuestro interior. Esta ley es la ley del Espíritu de vida, y el Espíritu de vida es el Dios Triuno. El Dios Triuno es el Espíritu de vida, y Él ha llegado a ser una ley en nuestro interior. Esto es sumamente misterioso. En las epístolas escritas por Pablo se usa muchas veces la palabra misterio. Pablo dice que Cristo es el misterio de Dios, que la iglesia es el misterio de Cristo y que Cristo y la iglesia son un gran misterio (Col. 2:2; Ef. 3:4; 5:32). Estos son asuntos propios del Espíritu, por cuanto el Dios Triuno ha llegado a ser el Espíritu vivificante que ahora mora en nuestro espíritu (1 Co. 15:45; Ro. 8:11).

  En Apocalipsis Juan nos habla de los siete candeleros de oro, los cuales son las siete iglesias (1:20). Esto también es un misterio. En Apocalipsis el Espíritu de Dios es los siete Espíritus (v. 4), y los siete Espíritus son los siete ojos del Cordero (5:6). Esto es mucho más misterioso. La manifestación consumada del Dios Triuno es el Espíritu vivificante, quien es los siete Espíritus, y los siete Espíritus son los siete ojos de la segunda persona de la Trinidad. La iglesia fue producida en la era del Nuevo Testamento. La iglesia es un candelero, y el candelero es el misterio de la iglesia. Finalmente, la iglesia llega a ser la Nueva Jerusalén, la cual es el misterio de misterios, la totalidad de todos los misterios. En la Nueva Jerusalén se halla el árbol de la vida, el río de agua de vida, el Dios que crea al hombre y el hombre creado. La Nueva Jerusalén constituye la totalidad, la suma total, de todos los misterios. Éste es el misterio oculto en la Biblia.

  ¿Tenemos los cristianos meramente la revelación que está en la superficie de la Biblia, o conocemos este misterio profundo? El hecho de ser cristianos también es un misterio. Finalmente, llegaremos a ser la totalidad de los misterios, la Nueva Jerusalén. Entonces disfrutaremos de todos los misterios. Éste es el misterio profundo oculto en la Biblia. Pablo dijo a los corintios que él predicaba este misterio, el cual ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre, y aun así Dios nos lo reveló a nosotros (1 Co. 2:9-10). Ésta no es la revelación en la superficie de la Biblia, sino el misterio oculto en la Biblia. Esto es lo que el Señor desea recobrar en Su recobro hoy.

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