
En este capítulo consideraremos algunos puntos básicos que son cruciales en nuestro servicio al Señor y en la obra que realizamos para el Señor. También consideraremos las condiciones básicas para servir al Señor. Muchas personas que sirven al Señor no saben que desatienden estos puntos básicos y que incluso hacen caso omiso de ellos.
Una persona que no presta atención a estos puntos, será conocida por su fruto. El Señor Jesús dijo: “Por el fruto se conoce el árbol” (Mt. 12:33). Podemos conocer si un árbol es un duraznero o un albaricoquero, o si es un árbol bueno o malo, por su fruto. No podemos llamarle duraznero a un árbol de albaricoques, y tampoco podemos decir que es un árbol bueno si sus frutos son ácidos, agrios, pequeños y secos. Pero si su fruto es dulce y jugoso, todos sabremos que es un albaricoquero bueno. Asimismo, la medida que tenga la obra de una persona depende del fruto, no de sus sentimientos ni de la evaluación de los demás.
Algunos han estado sirviendo por más de diez años. Les exhorto a pasar un tiempo delante del Señor, pidiéndole que les muestre qué clase de fruto han producido en su servicio. No es necesario que digan que su fruto es bueno o incluso corrupto; en vez de ello, permitan que el Señor se lo revele. El Antiguo Testamento habla de una ofrenda que es “conforme al siclo del santuario” (Éx. 30:13). Ésta es una forma de medida. El peso de la ofrenda que una persona traía ante Dios no se basaba en la norma de los otros, sino en el siclo del santuario. Una persona que tiene un alto concepto de sí misma podría pensar que su ofrenda pesa un talento. Sin embargo, según la norma del santuario, quizás sólo pese un gera, que representa la vigésima parte de un siclo (v. 13), y cada talento es de tres mil siclos. En contraste, una persona que ha recibido el trato disciplinario del Señor podría pensar que su ofrenda ni siquiera llega a medio gera, pero después que es pesada en el santuario, quizás pese más de medio talento. Por tanto, nuestra obra no se mide según nuestra propia evaluación ni según la evaluación de otros. Necesitamos ir delante del Señor y, sin ninguna consideración ni predisposición, pedirle que nos muestre el fruto de nuestra obra.
Según mi experiencia, hay cuatro puntos básicos que determinan la eficacia de nuestra obra delante del Señor.
Primero, necesitamos saber si nuestra obra produce iglesias. Los que han estado en la obra del Señor por algún tiempo deben preguntarse si ellos han establecido iglesias locales, o si su servicio ha edificado a algunas iglesias locales. Las iglesias se establecen y edifican de una manera determinada, así como una casa se edifica de cierta manera determinada. Si un contratista dice que él no ha edificado ninguna casa, pero que ha clavado algunos clavos y ha suplido materiales de edificación para que otros edifiquen las casas, tendría que haber un problema con este contratista, y su compañía desaparecería del mercado. Un contratista calificado, quien ha trabajado más de diez anos, ciertamente puede indicar las casas que ha edificado. Nadie negará las obras de dicho contratista si él puede mostrar las casas que ha edificado. Su obra probará que él es un contratista calificado.
Hemos estado laborando para el Señor por muchos años, pero no tenemos claridad respecto a la situación de nuestra obra, ni a la situación de la obra de los demás. Debemos tener claridad respecto a nosotros mismos, antes de poder ayudar a los demás que participan en la obra. Cuando entendemos cómo evaluar nuestra propia obra, no seremos engañados por otros. Si la gente habla de nuestra obra de una manera noble, halagadora, o aun ambigua, nosotros tendremos todo bien claro. No importa lo que una persona diga de sí misma, sólo deberíamos preguntarnos: “¿Dónde está su fruto? ¿Su servicio ha causado que una iglesia sea edificada, o dicha persona se aprovecha del esfuerzo de otros y hace alarde de la obra de éstos?”. El primer punto básico al que debemos prestar atención en nuestro servicio al Señor es saber si hemos establecido o edificado una iglesia local.
Segundo, necesitamos saber si lo que ministramos en nuestra obra es Cristo. ¿Alguna vez hemos ayudado a los santos en sus asuntos prácticos? ¿Hemos ministrado Cristo a los santos? Deberíamos dejar que el Señor, como Cirujano espiritual, abra nuestro ser y nuestra obra para que veamos si hemos ministrado Cristo a los santos en los asuntos prácticos. Si realmente ministramos Cristo a los santos en sus asuntos prácticos, entonces aquellos que tienen contacto con nosotros serán liberados del mundo y serán llenos del Espíritu Santo. Ellos conocerán la carne, conocerán la cruz y sabrán cómo vivir en el espíritu. Independientemente de que seamos enviados por disposición de los colaboradores o que salgamos debido a nuestra propia carga, debemos estar atentos a que Cristo sea lo que ministramos y a prestar ayuda en los asuntos prácticos. Éste es un punto básico.
Tercero, necesitamos saber si nuestra obra tiene un impacto decisivo en los santos. Necesitamos ministrar a los santos y edificarlos de una manera definitiva; no debemos ser descuidados. Si ayudamos a las personas, habrá un impacto decisivo. Dar ayuda que no es decisiva ni sólida puede compararse con el escarbadero de los pollos en la tierra. Pareciera que hubiera pollos por ahí, pero no se puede hacer una conclusión definitiva. Debemos ayudar a las personas de una manera sólida y decisiva.
Un carpintero incompetente no puede determinar si una pieza de madera es buena o mala. Él podría dejar a un lado un buen trozo de madera y desperdiciar la función que éste tiene. Aun si tiene en sus manos el mejor material, será incapaz de producir algo de calidad y, en cambio, producirá un objeto de mala calidad. Un carpintero incompetente o desperdiciará un trozo de madera, haciéndolo inútil, o producirá algún objeto de pobre calidad. Cuando servimos al Señor y cuidamos de los santos, no deberíamos ser carpinteros incompetentes que desperdician la función que otros tienen; más bien, deberíamos brindarles una ayuda sólida a fin de que desarrollen su utilidad delante del Señor.
Cuarto, debemos considerar si nuestra obra tiene resultados prevalecientes. Ya sea al establecer iglesias, ministrar a los santos o al perfeccionar a los colaboradores, nuestra obra debe ser prevaleciente. En otras palabras, nuestra obra debe producir iglesias prevalecientes, santos prevalecientes y colaboradores prevalecientes. ¿Qué significa esto? Una iglesia prevaleciente tiene una postura clara respecto al terreno, es rica en vida, está llena del impacto propio de la vida y brilla intensamente. Un santo prevaleciente no es descuidado ni se deja engañar, pues posee discernimiento espiritual. Un colaborador prevaleciente es capaz de servir y producir muchas personas útiles. Una obra prevaleciente puede compararse con los colores bien definidos e inconfundibles de una pintura: los azules son azules, los verdes son verdes, los rojos son rojos y los amarillos son amarillos. Si queremos llevar a cabo alguna obra, deberemos hacer una obra prevaleciente.
Al laborar para el Señor, tenemos que prestar atención a los resultados de estos cuatro puntos básicos. ¿En nuestra obra se establecen iglesias? ¿Es Cristo lo que se ministra en nuestra obra? ¿Las personas reciben ayuda decisiva en nuestra obra? ¿Produce nuestra obra resultados prevalecientes?
Si permitiésemos que el Señor nos midiera y examinara según estos cuatro puntos, hallaríamos que la mayoría de nosotros no llegamos a la norma. Si nuestras respuestas a estos puntos básicos no son positivas, entonces nuestra obra pasada ha sido un fracaso. No debemos seguir laborando de esa manera. Esto no significa que deberíamos retirarnos de la obra. Más bien, indica que no debemos seguir laborando como lo hemos hecho en el pasado, porque nuestra vieja manera no fue efectiva; solamente causó retraso en los santos y en nosotros mismos.
Algunos que han laborado y trabajado arduamente por muchos años se sienten frustrados y desanimados. En vez de frustrarnos y desanimarnos, deberíamos mirar los resultados. Deberíamos consolarnos, y agradecer y alabar al Señor si en nuestra obra hay algún atisbo de estos puntos. Sin embargo, hay otros que han servido por años y se engañan a sí mismos, y no tienen resultados prevalecientes. Piensan que han hecho un buen trabajo y que deben seguir laborando de la misma manera, pese a que no tienen resultados definitivos. Ellos se han engañado a sí mismos y han atrasado a los demás. Tenemos que venir delante del Señor y permitir que Él nos mida a nosotros y a nuestra obra. Nunca deberíamos confiar en el tiempo de antigüedad que llevamos laborando, pensando que sabemos más que otros porque hemos servido por más tiempo. Cuanto más confiemos en nuestra antigüedad o nos jactemos de ella, menos valiosos seremos. Los que confíen en su antigüedad o se jactan de ella serán descalificados. La antigüedad no tiene valor en la obra del Señor. Lo que importa es nuestra efectividad.
Independientemente de nuestra edad, si deseamos servir al Señor de manera apropiada y ser eficaces en nuestra obra para el Señor, debemos conocer y satisfacer las siguientes siete condiciones básicas.
Primero, es imprescindible tener una visión. Necesitamos orar para que el Señor nos dé una visión. La obra en el recobro del Señor no se centra en la predicación del evangelio, en la enseñanza de la Biblia, ni en la búsqueda de la espiritualidad. Más bien, nuestra obra se centra en Cristo y la iglesia. A lo largo de la historia muchos cristianos han sido celosos en cuanto a predicar el evangelio; han hecho del evangelio el centro de su obra. Algunos cristianos han tenido tanta carga por enseñar las verdades de la Biblia que establecieron grupos de estudio de la Biblia, clases sobre el estudio de la Biblia, escuelas de la Biblia e incluso seminarios. Sin embargo, el centro de su obra era meramente la enseñanza de la Biblia; no les interesaba otra cosa, y estaban contentos sólo cuando podían enseñar la Biblia. Otros cristianos incluso afirmaron ser espirituales, y ayudaban a las personas a ser espirituales. Dichos cristianos tomaron como centro sus experiencias de la vida interior. Sin embargo, el centro del recobro del Señor no recae en tales búsquedas. El centro del recobro del Señor es Cristo y la iglesia, esto es, que Cristo sea ministrado y la iglesia sea edificada. Todos los santos deben recibir esta visión.
Si nuestra obra no produce iglesias, ni ministra Cristo a los santos, ni tiene un impacto decisivo, ni resultados prevalecientes, se debe a que estamos escasos de una visión básica o a que infringimos o desatendemos dicha visión. Si tenemos una visión básica, seremos obedientes a esta visión en nuestra obra y obtendremos resultados apropiados. Los argumentos son inútiles. Necesitamos ver si tenemos resultados. Si valoramos la visión fundamental, habrá cierto resultado. El resultado que obtenemos en nuestro servicio comprueba que servimos conforme a una visión.
Segundo, necesitamos ser purificados a fin de ser limpios y puros. Nuestro hombre natural no es puro; por tanto, necesitamos pedirle al Señor que nos purifique cada día hasta que seamos limpios y puros, al igual que el oro y la plata son purificados de toda escoria. Cuando nuestro corazón, nuestros motivos y nuestros objetivos sean puros, no pediremos nada que no sea del Señor. Nuestro mayor temor al servir al Señor debería ser que sirvamos sin una visión. Si tenemos una visión, nuestro mayor temor debería ser que nuestro corazón no sea puro. Si tenemos una visión, pero no somos de corazón puro, habremos fracasado en lo que se refiere a la obra. Un motivo impuro es como un gusano que envenena todo nuestro ser. Por tanto, debemos pedirle al Señor que nos purifique diariamente. Cuando comencé a servir al Señor, cada mañana oraba sobre esto específicamente, diciendo: “Señor, purifícame. Escudríñame”. Las malas acciones no siempre tienen gran significado, pero es terrible tener una mala intención en nuestro corazón. Durante dos o tres años le pedí al Señor que me purificara y me escudriñara. Viendo en retrospectiva, veo que el Señor oyó mi oración. Necesitamos ser purificados. Ésta es la segunda condición básica para servir al Señor.
Tercero, necesitamos tomar la cruz y ser quebrantados. Es fácil que un vaso se quiebre, pero es difícil que nosotros seamos quebrantados. Un vaso se quiebra cuando se nos cae una sola vez, pero una sola experiencia de ser quebrantados no basta para que nosotros nos “rompamos” por completo. Después de pasar por una experiencia de quebrantamiento, con frecuencia volvemos a nuestra condición anterior. Puedo testificar que es posible experimentar el quebrantamiento del Señor por lo menos diez veces en un solo día. No deberíamos pensar que una sola experiencia de ser quebrantados en la mañana nos bastará para pasar todo el día. Es imposible. Es probable que una persona que experimenta el quebrantamiento de parte del Señor en la mañana vuelva a su condición anterior antes de la noche. Cuando se levanta a la mañana siguiente, él una vez más está “entero”; como si nunca hubiera sido quebrantado. Constantemente necesitamos recibir el quebrantamiento de la cruz en nuestro ser.
Cuarto, necesitamos disfrutar a Cristo. Debemos adentrarnos en la Biblia y disfrutar genuinamente a Cristo con un espíritu de oración. Esto no sólo se refiere a leer la Biblia, ni a orar en tiempos establecidos; necesitamos llegar a ser personas que habitan en las palabras de la Biblia. Tal vez otros no nos vean leyendo la Biblia, pero deberíamos habitar en la palabras de la Biblia. Quizás otros no sepan que oramos todo el tiempo, pero deberíamos vivir en un espíritu de oración. Debemos permanecer en las palabras del Señor y en el Espíritu del Señor. Debemos practicar leer la Biblia y orar hasta que todo nuestro ser entre en la palabra del Señor y en la oración.
Sería beneficioso si pudiésemos leer la Biblia de manera consistente y orar todos los días, pero probablemente nuestro entorno y nuestro tiempo no nos lo permiten. Por tanto, tenemos que ser personas que se hallan en la Palabra y en un espíritu de oración. Hay muy buenos cristianos que predican el evangelio, pero lamentablemente ellos hacen muchas cosas espirituales sin tocar la realidad de ellas. Ellos no leen la Biblia de manera genuina, ni oran con solidez. No queremos leer la Biblia según la letra impresa, ni queremos orar según la letra. Necesitamos leer la Biblia hasta que todo nuestro ser entre en la palabra del Señor, y necesitamos orar hasta que todo nuestro ser entre en un espíritu de oración. Ser personas vivientes, ricas y nuevas depende de que entremos en la palabra del Señor y permanezcamos en ella, y de que entremos en un espíritu de oración y permanezcamos delante del trono. Ésta es la manera de disfrutar al Señor. A fin de que nuestra obra produzca resultados, debemos prestar atención a nuestro disfrute del Señor.
Quinto, necesitamos tener perspicacia sin opiniones. Una persona que sirve al Señor debe tener perspicacia, mas no opiniones. La perspicacia se relaciona con la visión. Si no tenemos una visión, no tendremos perspicacia, la cual nos permite ministrar Cristo a los santos y edificar la iglesia. Siempre que ministremos Cristo a los demás y edifiquemos la iglesia, no tendremos opiniones. No tener opiniones equivale a no tener ningún problema con la manera en que se hacen las cosas, siempre y cuando Cristo sea ministrado y la iglesia sea edificada. No deberíamos tener una opinión acerca de edificar un gran salón de reunión, o uno pequeño, o un hermoso salón de reunión o una choza. Nuestra única preocupación debería ser ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia. No deberíamos tener una opinión respecto a cuándo reunirnos por distritos y cuándo reunirnos de manera corporativa. No deberíamos tener una opinión respecto a que hable una sola persona o a que hablen todos. No deberíamos tener opiniones, debido a que tenemos una sola visión y una sola meta, lo cual es ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia. Siempre que podamos ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia, no deberíamos tener opiniones respecto a cómo llevar a cabo los asuntos. A fin de servir al Señor, tenemos que ministrar Cristo a los demás. Así estemos en una choza o en un hermoso salón de reunión, lo único que nos debe interesar es que Cristo sea ministrado y la iglesia sea edificada. Así no insistiremos ni discutiremos durante nuestra coordinación y nuestro servicio, y no habrá muestras de enojo. Que todos recordemos que necesitamos tener perspicacia sin opiniones.
Sexto, no debemos ejercer control; esto es, no deberíamos tener nada en nuestras manos. Mantener algunas cosas en nuestras manos equivale a controlar y regir. A todos les gusta tener el control y mantener las cosas en sus manos. Los colaboradores deben aprender a hacer una obra prevaleciente y efectiva sin tener la obra en sus manos. No es necesario tener la obra en sus manos. Si alguno desea ser rey, que lo sea, pero nosotros no debemos ser reyes; más bien, lo único que desearíamos es laborar. Esto no es fácil. Aun a cada joven le gusta tener las cosas bajo su mano. He estado llevando a cabo la obra del Señor por muchos años. Ya sea en China, en Taiwán, en los Estados Unidos o en otros lugares, son muy pocas las personas que no retienen nada en sus manos. Nada aniquila tanto la obra de una persona como ejercer esta clase de control. Sin embargo, cuanto más una persona quiere tener las cosas bajo su control, menos autoridad tiene y menos gana, debido a que el mantener las cosas en nuestras manos infringe el principio espiritual de ser los menores. Si queremos ser grandes, primero debemos ser los menores. Somos grandes cuando nos volvemos menores. Una persona que asume ser grande, nunca lo será. Esto es semejante al principio espiritual de que debemos dar para obtener algo. No podemos obtener nada si no damos. Cuando damos, ganamos.
Tener el absurdo deseo de gobernar y mantener las cosas en las manos de uno proviene de nuestra naturaleza humana caída. En la obra únicamente preguntamos si hemos hecho lo mejor. No queremos ni gobernar ni aferrarnos a nada. Tan pronto deseemos gobernar o aferrarnos a alguna cosa, habremos fracasado. Los principios hallados en la Biblia nos dicen que debemos dar en vez de recibir, que debemos ser el menor en vez del mayor y que debemos ser humildes en vez de exaltarnos a nosotros mismos (Hch. 20:35; Lc. 22:24-27; Mt. 11:29; Jac. 4:6). Controlar y mantener las cosas en nuestras manos implica buscar ganancia, ser grandes y exaltarnos a nosotros mismos, en vez de dar, ser menores y ser humildes. Esto viola el principio hallado en la Biblia con respecto a la bendición del Señor. Aquellos que nos han abandonado porque querían ser grandes y ganar el mundo no recibieron bendición alguna en su obra; en vez de ello, ésta se desvaneció rápidamente. Así que, no deberíamos controlar las cosas, retenerlas ni exaltarnos a nosotros mismos; en vez de ello, debemos laborar con humildad. Yo nunca me exaltaría a mí mismo a fin de ganarme el respeto de otros. Cuanto más una persona se exalte a sí misma, menos respeto recibirá de otros. Cuanto más se humille una persona, más respeto recibirá de los demás.
La última condición es que solamente sabemos laborar, ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia, sin desear nada para nosotros mismos.
Si practicamos estos siete puntos con diligencia, nuestra obra no será un fracaso; en vez de ello, será una obra eficaz, y seremos preservados. De lo contrario, nuestra obra no será eficaz ni perdurará, y la senda de nuestro servicio al Señor sufrirá daños. Entre el primer grupo de jóvenes que hubo en Taiwán, había unos cuantos que eran muy prometedores y que nos infundían esperanza. Sin embargo, ellos se arruinaron a medio camino. Éste no era el resultado que deseábamos. Estos jóvenes no tenían una meta ni una visión claras; eran como las tropas que luchan sin causa razonable. Como resultado, no pudieron continuar, y otros no vieron la bendición del Señor en ellos. No queremos hacer una obra vana; queremos ser fructíferos. Por tanto, debemos practicar con diligencia según una visión, así como ser purificados, ser quebrantados, disfrutar a Cristo, tener perspicacia sin opiniones, no ejercer control, y solamente saber laborar, ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia. Tal práctica ha de traer la bendición del Señor. Sin embargo, si somos descuidados en cualquiera de estos puntos, surgirán los problemas.
Pregunta: Me parece que estos siete puntos están muy difíciles. ¿Qué debo hacer?
Respuesta: A usted le parece que estos puntos son difíciles, porque no los ha puesto en práctica. Si comienza a practicarlos, ya no lo sentirá difícil. No se concentre en unos cuantos puntos; practique todos los siete puntos. Entonces dejará de creer que son difíciles. Los problemas en nuestro servicio al Señor se deben a que no practicamos estos siete puntos. Si recibimos la visión acerca de ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia, esta visión llegará a ser nuestra perspicacia. Sin embargo, ocasionaremos problemas en el servicio si insistimos en nuestras opiniones, en vez de ejercitarnos y practicar estos puntos. Si nos arrepentimos y confesamos ante el Señor, y renunciamos a nuestra insistencia y opiniones, los problemas desaparecerán. El problema no son los otros servidores ni nuestro entorno. Los problemas se suscitan porque no practicamos lo que hemos oído. Por ejemplo, digamos que un hermano sabe que no debe retener nada en sus manos ni ejercer el control, pero durante la coordinación él se aferra a las cosas y toma el control. Él se excusa diciendo que no quiere que otros echen a perder las cosas. Es probable que aquellos que toman el control y mantienen las cosas en sus manos lleguen a ser como Uza, que extendió su mano para sostener el Arca (2 S. 6:6-7). Ellos experimentarán la muerte espiritual. Con frecuencia, los demás no enredan las cosas, pero tan pronto como tomamos el control, las cosas se vuelven un caos.
Pregunta: En una ocasión reprendí a un hermano porque manejó cierto asunto indebidamente, pero él no prestó oídos. ¿Qué debo hacer?
Respuesta: Si usted debe hacer algo depende de si usted es responsable por ese asunto. Si alguien más es el responsable, usted debería olvidarse del asunto. Si un hermano obedece o no obedece, usted no debe insistir. En vez de ello, debe considerar si usted ha sobrepasado sus límites. Por ejemplo, según usted es mejor que la cubierta de nuestros libros tenga ángulos curvos, y les pregunta a los servidores por qué ellos no imprimen los libros con ángulos curvos. Si usted estuviera encargado de imprimir los libros, todos estarían así. No obstante, estos hermanos están a cargo de la impresión, por lo cual nuestros libros no tienen ángulos curvos. No deberíamos insistir en nuestras propias opiniones. Si nuestros libros tienen ángulos curvos o no, nuestro propósito es ministrar Cristo a los demás. En general, no debemos discutir con otros, y debemos orar por el servicio y por los servidores. Sólo debemos ministrar vida, ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia. Si alguien más está sentado tras el volante, dejémosle que él decida cómo conducir. Aun cuando él se pierda constantemente, usted no es quien conduce el auto. Cuando usted conduzca el auto puede conducirlo como quiera. Si sus pasajeros tienen opiniones, no necesita discutir con ellos; sólo continúe manejando según su conocimiento de la materia, no según las opiniones de ellos. Cuando usted llega a su destino, ellos cerrarán la boca. Ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia son nuestra meta principal.
Nunca debemos discutir. Aun si estamos en lo correcto y los demás están equivocados, no debemos discutir. Siempre que cumplamos la meta de ministrar Cristo a otros y edificar la iglesia, los demás no tendrán nada que decir. Por consiguiente, no debemos confundir cuál sea nuestra meta. En nuestro servicio, la meta no es descubrir quién tiene la razón ni ganar los argumentos. Así que, tenemos que aprender la lección de no argumentar con los demás acerca de lo correcto e incorrecto. No debemos tener opiniones, pero necesitamos perspicacia. Debemos mantenernos enfocados en la meta de ministrar Cristo a los demás y edificar la iglesia. Entonces no habrá problemas. Si tenemos bien claro que nuestro servicio es ministrar Cristo a otros, no debatiremos con los demás. Sin importar lo que ellos digan, podemos seguir predicando el evangelio, visitando a los santos, ministrando Cristo a otros y trayendo a los creyentes a la iglesia de manera sólida. No deberíamos oponernos a la iglesia, ni criticar a los ancianos, ni acusar a los santos, y tampoco debemos dejar nuestro servicio. Simplemente debemos poner lo mejor de nuestra parte.
Pregunta: ¿Qué quiere decir mantener las cosas en nuestras manos? ¿Puede darnos un ejemplo?
Respuesta: Tomemos como ejemplo el servicio de la imprenta. Suponga que se ha dispuesto que usted sirva junto con otros en la imprenta. Si usted no mantiene las cosas en sus manos, se esforzará al máximo en su labor sin desalentar a los demás para que no tengan que participar. Sin embargo, muchas veces cuando hacemos algo, lo mantenemos en nuestro bolsillo. Esto es un problema. Cuando otros quieren participar, los alejamos. Esto es lo que significa mantener las cosas en nuestras manos. Los hermanos disponen que unos cuantos hermanos se coordinen con usted. En lugar de coordinarse con ellos, usted culpa a los hermanos diciendo que ellos no conocen la situación y asignan a demasiada gente que no sabe cómo servir. Además, probablemente diga que los hermanos a quienes se les pidió que se coordinaran con usted sólo causarán perjuicio. Éstas son excusas. El hecho de que usted no permita que los otros participen comprueba que usted mantiene las cosas en sus manos. Además, cuando los hermanos tienen comunión con usted y expresan el deseo de incluir a los otros, usted les dice que no necesita ayuda. Esto es tomar las cosas en nuestras manos. Esto describe nuestra condición de hombres caídos. Cuando tomamos cuidado de un asunto, queremos conservarlo en nuestras manos y bajo nuestro control.
Muchos pueden testificar que yo viajo extensamente y laboro diligentemente todo el año, pero que nada está en manos mías. Por la misericordia del Señor comprendí al comienzo de mi servicio que debemos poner nuestro mejor esfuerzo en la obra, pero abstenernos de ejercer el control. Los hermanos que coordinaban y servían en Chifú sabían que yo era muy estricto en la dirección de la iglesia en Chifú y que allí había una obra prevaleciente. Todos los asuntos relacionados con la oficina de los diáconos estaban bien arreglados y ordenados. Sin embargo, por muy estricto que yo fuese, ningún asunto relacionado con la iglesia en Chifú estaba en mis manos. Más tarde, cuando caí enfermo, les dije a los hermanos responsables que ya no podía seguir atendiendo los asuntos de la iglesia, pero esto no creó ningún problema a la iglesia en Chifú, puesto que los hermanos tenían la responsabilidad en todo y nada estaba en mis manos. He servido en muchas iglesias. La iglesia en Taipéi es otro ejemplo. Tengo una profunda relación con la iglesia en Taipéi, pero ningún asunto relacionado con la iglesia en Taipéi está en mis manos. Ni siquiera la Librería Evangélica de Taiwán, que yo establecí, está en mis manos. Esto muestra que yo no conservo nada en mis manos y que no quiero imponer mi autoridad. Siempre y cuando nos esforcemos al máximo por ministrar Cristo a los santos y edificar la iglesia, otros nos escucharán. Los colaboradores en algunos lugares no tienen comunión con otros y son muy reservados respecto a las cosas que están haciendo. Ellos no quieren compartir los secretos de su obra, pues todo está en sus manos. Esto es lo que significa mantener las cosas en nuestras propias manos.
Cuando servimos, debemos tanto servir como buscar que otros participen. Si en Chifú hubiera habido algunos que organizaran la oficina de los diáconos, yo no me habría involucrado. Sin embargo, no tuve más opción, ya que inicialmente nadie podía hacerlo. Por tanto, nadie decía nada al respecto. Si sabemos cómo hacer algo, debemos hacerlo de una manera que podamos enseñarles a los demás cómo hacerlo. Si no sabemos cómo hacer algo, debemos aprenderlo de los otros. Ésta es la manera de tener éxito en todo lo que hagamos.
Alguien que no sabe cómo conducirse, tampoco sabe cómo hacer las cosas y, por tanto, no sabe cómo laborar. Tenemos que aprender primero a cómo conducirnos, luego a cómo hacer las cosas y luego a cómo laborar. Este principio se aplica a todo. Aquellos que sean exitosos deben ser humildes y estar dispuestos a que otros les enseñen; deben estar dispuestos a aprender de los demás. Muchas veces otros tienen métodos superiores, así que debemos aprender de ellos. En el mundo, la gente le teme a la competencia, pero en la obra del Señor no deberíamos temerle. Si tenemos temor de que otros compitan con nosotros, no tenemos un corazón apropiado. Las iglesias alrededor del mundo pueden testificar que nada está en manos mías. Por tanto, soy bien recibido y me mantengo muy ocupado. Si yo conservara algo en mis manos, nadie me recibiría bien.
Pregunta: Cuando laboramos junto con otros, ¿cómo se toman las decisiones con base en la comunión?
Respuesta: Muchas veces pensamos que la comunión supone una votación con el fin de seguir la opinión de la mayoría. Éste es un concepto errado acerca de la comunión. Nuestra obra debe tener apertura. Si otros poseen mayor perspicacia en cuanto a la obra, deberíamos seguir su manera. Si nuestra perspicacia es mejor, no se necesita discutir. Cuando la obra se haya efectuado, nadie dirá nada. La comunión no necesariamente significa que abandonamos nuestra manera porque nadie está de acuerdo con nuestra propuesta. La Biblia revela que Pablo insistió en ciertas cosas. Por ejemplo, él no quería llevar a Marcos, pero Bernabé quería llevarlo. Pablo insistió en este asunto (Hch. 15:36-39), pero no lo hizo debido a su opinión al respeto, sino más bien debido a su perspicacia. Por tanto, la comunión no es asunto de votar y seguir la opinión de la mayoría.
En la obra se han presentado varios asuntos importantes en los cuales los hermanos no me podían seguir el paso, pero yo seguí adelante. Como resultado, la iglesia fue bendecida, y los hermanos no tuvieron nada que decir. Sin embargo, en otra ocasión en 1959, propuse que debíamos tomar cierta medida con respecto a los hermanos que habían causado un conflicto, pero algunos colaboradores no tuvieron el mismo sentir. Por tanto, yo me callé. Después comprendí que si hubiera tratado ese asunto enérgicamente, el resultado habría sido indeseable.
Si tenemos una clara visión en nuestro servicio y podemos determinar que nuestras acciones no acarrearán serios problemas ni afectarán la situación de forma negativa, podremos seguir adelante. Tenemos que conocer el destino y saber que estamos tomando el camino correcto. Podemos seguir conduciendo si conocemos la meta y sabemos que nuestras acciones no complicarán los asuntos ni afectarán negativamente la situación. Si nuestras acciones complicarían el asunto o afectarían negativamente la situación, no deberíamos insistir en nuestra manera. Antes de operar a un paciente, un cirujano primero debe conocer la condición física de éste. Si la cirugía causara serias complicaciones, el cirujano la cancelaría de inmediato. La comunión no es un medio para descubrir cuál es la opinión de la mayoría; la comunión es un medio para dar a conocer las cosas a los miembros del Cuerpo, a fin de que ellos puedan funcionar conforme a su medida. Si se necesita hacer algo que los hermanos no pueden, podemos seguir adelante. Tal acción no es contraria a la comunión que ellos dan, y nadie deberá ofenderse. Pero si hacemos caso omiso del sentir de los demás en nuestra comunión y no les permitimos que participen, crearemos conflictos.
Pregunta: ¿Qué deberíamos hacer si alguien insiste en su propia opinión?
Respuesta: Así seamos jóvenes o más viejos, necesitamos abstenernos de insistir en nuestras opiniones. La actitud más dañina es amar ser el primero, querer ser la cabeza y menospreciar las sugerencias de los demás. Éste es el principio rector de Diótrefes (3 Jn. 9). En tal situación no hay remedio, y la iglesia resulta perjudicada. Además, las personas así sufren destrucción. Por tanto, necesitamos confiar en que el Señor nos guardará para que no nos volvamos un Diótrefes.
Necesitamos ayudar a los hermanos a ministrar Cristo a los demás y edificar a la iglesia conforme a la visión. Es muy agradable ver que todos tienen un espíritu fuerte y que el ambiente de las reuniones está lleno de apoyo mutuo y de oración. Espero que crezcamos en el Señor. Entendemos con claridad que la manera de crecer es entrar en la palabra del Señor. La palabra del Señor es viviente; Sus palabras son espíritu y son vida (He. 4:12; Jn. 6:63). Debemos entrar en la palabra al orar-leer. También tenemos que ejercitar nuestro espíritu, compenetrarnos en el espíritu, mezclarnos en el espíritu y vivir en nuestro espíritu. Al tocar la Palabra y el Espíritu, seremos vivientes, gozosos y enriquecidos, y creceremos. Además, debemos hablar y ejercer nuestra función en las reuniones para que la iglesia sea edificada.
Muchos santos ya ancianos no están muy por detrás de los santos más jóvenes, pues procuran ejercitar su espíritu y hablar en las reuniones. Esto es bueno. La atmósfera actual de hablar y orar en las reuniones en Taiwán ha cambiado. Ya no se da una extensa palabra de introducción ni una conclusión tediosa. Ya no hay una introducción ni una conclusión, para que todos puedan comer y ser satisfechos. Mientras más hablen todos, más viviente y rica es la reunión. Un testimonio muy extenso hace que la reunión decaiga. Ahora sabemos que la manera de la vida es que todos los santos entren en la palabra del Señor, disfruten y experimenten al Señor en su espíritu, y hablen en las reuniones. Ésta es la manera en que todos son vivientes y perfeccionados, y la iglesia es edificada.