
Lectura bíblica: Col. 1:12, 15, 18-19, 25-27; 2:2-3, 9-10, 16-17; 3:4, 10-11
Los eruditos de la Biblia saben que en el Nuevo Testamento hay un libro que se centra en Cristo y otro libro que se centra en la iglesia. Sin embargo, la mayoría de la gente se conforma únicamente con esta revelación; no miran el misterio profundo oculto en estos dos libros.
Debido a que desde temprana edad me enseñaron que Colosenses trata de Cristo y que Efesios trata de la iglesia, leí estos dos libros desde esta perspectiva. Aun cuando leí estos libros muchas veces e incluso dividí sus versículos en secciones, sólo vi la revelación que estaba en la superficie; no percibí ningún misterio profundo. En mi estudio no mencioné la palabra misterio, porque no lo vi. Aunque vi muchos puntos cruciales en estos dos libros, tales como la elección y la predestinación por parte del Padre, el hecho de ser salvos por gracia y de que nos vestimos de toda la armadura de Dios, no vi el misterio.
Como le sucede a la mayoría, tenemos un problema común: cuando leemos un libro, vemos y entendemos rápidamente lo que ya sabemos, pero no vemos ni aprehendemos lo que desconocemos. La razón por la que no vemos ni entendemos la palabra misterio es que no estamos familiarizados con éste. Para leer un libro con velocidad, por ejemplo, una persona debe estar familiarizada con el material; de lo contrario, le será difícil leer una sola oración.
Efesios trata de que la iglesia es el misterio de Cristo, pero las personas han leído este libro muchas veces y no han visto que la iglesia es el misterio de Cristo. Antes bien, ven que los esposos necesitan amar a sus esposas y que las casadas deben estar sujetas a sus propios maridos (5:25, 22). Es sorprendente ver que las hermanas no ven que dice: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos”; en vez de ello, les impresiona la frase: “Maridos, amad a vuestras mujeres”. Toda hermana dice un “amén” cuando lee Efesios 5:25; ellas oran por su esposo según este versículo. Es igualmente increíble que cuando los hermanos leen Efesios 5, quedan impresionados con las palabras: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos” (v. 22). Todo hermano dice un “amén” a este versículo, e incluso ora: “Señor, gracias por darnos esta palabra. Por favor, ilumina a mi esposa para que vea que necesita someterse”. No obstante, Efesios 5 tiene que ver con un misterio: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (v. 32). Dado que esta palabra no figura en los conceptos de los hermanos ni de las hermanas, ellos no la ven.
Resulta fácil ver la revelación que está en la superficie, pero es difícil percibir el misterio profundo. Si el Señor no tuviera misericordia de nosotros para darnos un corazón sincero y la disposición de pagar el precio, pasaríamos nuestra vida entera como cristianos superficiales que sólo conocen la revelación hallada en la superficie. La revelación que se halla en la superficie no puede cumplir la intención de Dios. Su intención recae en el misterio profundo. Cerca de dos mil años atrás el Señor dijo: “Vengo pronto” (Ap. 22:20), pero Él aún no ha venido. Esto es evidencia de que Su deseo aún no se ha cumplido. Durante los últimos dos mil años han sido salvos millones de personas que aman al Señor, leen la Biblia y conocen la revelación que se halla en la superficie. Pero según la historia de la iglesia, pocos creyentes han visto este misterio profundo. Por tanto, el Señor sigue esperando. El Señor no desea que demos más mensajes acerca de la revelación hallada en la superficie; por tanto, dejamos de darlos ya hace más de cuarenta años. No estoy siendo orgulloso al decir que tengo mucho qué exponer acerca de las profecías y tipologías, pero por cuarenta años no he tenido la carga de hablar sobre estas cosas. En vez de ello, he hablado en cuanto a estos dos misterios: el misterio de Dios y el misterio de Cristo. Si no hablo acerca de estos dos misterios, no tengo nada que decir.
En el Occidente a los cristianos les agrada el libro de Salmos; por tanto, cuando se publica el Nuevo Testamento en el Occidente, el libro de Salmos está incluido al final. El Nuevo Testamento que se publica en la China incluye Salmos y Proverbios. Los chinos aman el libro de Proverbios más que el de Salmos, porque ellos aman las máximas, y Proverbios es un libro de máximas. Si yo publicara el Nuevo Testamento, no incluiría ni Salmos ni Proverbios. Mejor imprimiría Colosenses y Efesios en un tamaño de letra muy grande y usaría una letra más pequeña para los demás libros. Además, Colosenses aparecería en color rojo, y Efesios en color verde; el rojo se refiere a Cristo, y el verde a la iglesia. También resaltaría la palabra misterio cada vez que apareciera en estos dos libros. Sin embargo, los versículos de Efesios que se relacionan con la ética y la moralidad, tales como el que los esposos deban amar a sus esposas y el que las casadas deban estar sujetas a sus propios maridos, los mandaría a imprimir en letras del mismo tamaño que un bosquejo. Necesitamos una Biblia en la que se indique claramente el principio, el final, los énfasis y los puntos secundarios. La mayor parte de la gente está confundida con respecto al principio, el final, los énfasis y los puntos secundarios hallados en la Biblia. Por esta razón, es necesario corregir nuestros conceptos.
Quizás algunos digan que siendo un maestro de la Biblia cometo un error al no hablar de ética ni de moralidad. Sin embargo, yo diría que la gente tiene un entendimiento erróneo de la moralidad. El amor es la máxima expresión de la moralidad; el amor es la primera virtud. La Biblia dice que Dios es amor (1 Jn. 4:8). Por tanto, la verdadera moralidad es Dios. El hombre tiene valores morales porque es hecho a la imagen de Dios (Gn. 1:26). Dios es amor, y el amor es la imagen de Dios. De hecho, toda virtud no es sino Dios mismo. Sin Dios, todas las virtudes son como una cáscara que no tiene contenido. Solamente Dios es la realidad de la moralidad.
Confucio dijo que el camino al gran aprendizaje consiste en desarrollar la virtud brillante. Esto indica que la moralidad más alta es el desarrollo de la virtud brillante. La virtud brillante de Confucio equivale a la conciencia que Dios creó dentro del hombre. Dar a conocer la conciencia y magnificarla equivale a desarrollar la virtud brillante, es decir, desarrollar la virtud brillante equivale a magnificar el conocimiento innato del bien y la capacidad innata de hacer el bien. El conocimiento innato del bien y la capacidad innata de hacer el bien fueron creados por Dios en el interior del hombre. Sin embargo, son solamente una imagen, así como un guante está hecho según la imagen de una mano. No son sino un guante, y sólo Dios puede ser su contenido. Dios es la “mano” que debe entrar en el hombre. Confucio no conocía esta revelación. Él no sabía que si una persona no es salva, su conciencia carece de un verdadero contenido, está vacía y no puede desarrollarse.
En Colosenses 1:25 Pablo dice: “Fui hecho ministro, según la mayordomía de Dios que me fue dada para con vosotros, para completar la palabra de Dios”. A Pablo se le encomendó una mayordomía a fin de ser un mayordomo en la gran familia de Dios. En la antigüedad la costumbre griega era similar a la costumbre china. Las grandes familias acaudaladas tenían un abundante suministro de todo; tenían un suministro abundante de alimentos, vestidos y de todas sus necesidades diarias. Por tanto, el amo de la casa designaba un mayordomo para que manejara y distribuyera los suministros. Pablo dijo que él recibió la gracia de ser un mayordomo que distribuía las riquezas. Era un mayordomo de las riquezas de Cristo, las cuales son un misterio. El contenido de este misterio es las riquezas de Cristo. A Pablo se le encomendaron estas riquezas, y él escribió sobre ellas para completar la palabra de Dios, la revelación de Dios. Este misterio, que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora nos ha sido manifestado, es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria (vs. 26-27).
El misterio oculto es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. Al encontrarnos unos con otros por la mañana, no debemos decirnos: “Buenos días”, sino: “¡Cristo en ti!”. Una hermana no debe esperar que su esposo la ame, ni un hermano debe esperar que su esposa lo ame. Antes bien, un hermano debe decirle a su esposa: “¡Cristo en ti!”, y la hermana debe decirle a su esposo: “¡Cristo en ti!”. Los padres se ponen muy contentos cuando sus hijos son obedientes. Sin embargo, los padres deben decirles a sus hijos: “¡Cristo en ti!”. Deberíamos hablar sobre Cristo hasta que estemos desquiciadamente embelesados con Cristo. Deberíamos decir: “¡Aleluya, alabado sea el Señor! ¡Cristo está en nosotros!”.
Durante el avivamiento que hubo en Chifú en 1942, cuando los santos iban camino a las reuniones, ellos sólo hablaban de lo que habían oído en las reuniones. La ciudad de Chifú no era muy grande, y no disponía de muchos transportes públicos. Por tanto, todos solían caminar a las reuniones, y lo hacían junto con sus vecinos y su familia, no solos. Mientras andaban, solían hablar del último mensaje que habían oído en la reunión, y cuando iban de regreso a su casa, hablaban del contenido de la reunión. Ellos no chismorreaban, ni comentaban sobre el clima; sólo hablaban de la palabra del Señor, la cual es Cristo. Necesitamos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros y cambie nuestros conceptos, nuestros sentimientos y nuestro tono, de modo que dejemos de hablar palabras vanas. Lo que necesitamos es hablar de Cristo y de que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. ¡Cuán hermoso y dulce es hablar de este Cristo! La verdadera “virtud brillante” es Cristo, y el verdadero desarrollo de esta “virtud brillante” es vivir a Cristo.
Los primeros tres capítulos de Colosenses tratan de Cristo. Sin embargo, la revelación con respecto a Cristo en estos tres capítulos no se halla en la superficie, ni tampoco es la revelación de Cristo de la que generalmente hablan los cristianos. En estos tres capítulos, Cristo es profundo y misterioso. Aunque nací en una familia cristiana y fui educado en escuelas cristianas, todo lo que escuché se hallaba en la superficie de la Biblia. El pastor nos enseñaba la Biblia con regularidad y narraba las historias de los cuatro Evangelios, pero todo lo que decía se relacionaba con la revelación hallada en la superficie de la Biblia. Nunca oí acerca del misterio.
Uno de los colaboradores que vive en los Estados Unidos creció en una familia católica. Cuando era un niño, veía al sacerdote católico ofrecer incienso, y él le servía al sacerdote. Cuando estaba en la escuela secundaria, este hermano escuchó el evangelio y recibió al Señor Jesús. El hermano estaba tan contento que le dijo a su familia: “¡Ahora tengo al Señor Jesús!”. Su abuela le respondió: “¿Qué tiene eso de especial? Hemos tenido un retrato de Jesús en la pared de la cocina desde hace mucho tiempo”. Esto muestra la condición superficial en que se encuentra el cristianismo.
En Colosenses 1:12 este Cristo misterioso es la porción asignada de los santos. En la versión China Unida de la Biblia la palabra porción es traducida “herencia”. La mayor parte de los cristianos entiende que esta herencia consiste en ir al cielo. Ellos creen que en el cielo hay un Dios que nos ha preparado una herencia inmarcesible, incorruptible e imperecedera en el cielo y que un día recibiremos dicha herencia junto con los santos en la luz. Esta herencia tiene una calle de oro, puertas de perla y muros de piedras preciosas. Sin embargo, si entramos en las profundidades de Colosenses, veremos que Cristo es la porción asignada de los santos. Dios determinó darnos a Su Hijo, el Cristo todo-inclusivo. Nosotros somos los santos, y Dios nos ha dado a Cristo como nuestra porción bendita.
Cristo es nuestra porción. Esta porción es el Hijo amado de Dios, la imagen de Dios, la expresión de Dios. Cristo es el Primogénito de toda creación (v. 15); Él toma la delantera entre todas las cosas en expresar a Dios. Cuando todo fue afectado por la caída, Él derramó Su sangre a fin de restaurar y reconciliar todas las cosas con Dios. Cristo también resucitó de los muertos para llegar a ser el Primogénito de los muertos, a fin de introducir a todos Sus redimidos en la resurrección. Así pues, Cristo es el Primogénito de toda creación y también es el Primogénito de los muertos. Él tiene la preeminencia en la creación realizada por Dios así como en la nueva creación de Dios (v. 18).
Cristo puede ser el Primogénito de toda creación porque Él es de la misma especie que Sus criaturas, y es el primero entre Sus criaturas. Si Él fuese de una especie diferente, no podría ser el Primogénito. Si no fuese una criatura, no podría ser el Primogénito de toda creación. Sin embargo, Él se hizo un hombre de carne y sangre. El hombre es una criatura, y le fue creado un cuerpo de carne y sangre. Una persona que no confiesa que Cristo es una criatura, no confiesa que Cristo se hizo hombre. En 1 Juan 4:3 se nos dice: “Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo”. Debemos poner atención a esta palabra. Cristo se hizo hombre, y el hombre es una criatura. Esto significa que Cristo es de la misma especie de la creación y, por tanto, Él puede ser el Primogénito de toda creación.
Por ser el Primogénito de toda creación, la creación efectuada por Dios es una expresión de Cristo. Romanos 1:20 dice: “Las cosas invisibles de Él, Su eterno poder y características divinas, se han visto con toda claridad desde la creación del mundo, siendo percibidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”. Esto hace referencia a que Cristo toma la delantera entre toda la creación en expresar a Dios. Sin embargo, tal expresión se halla en la superficie. Cuando Cristo resucitó de los muertos, Él trajo la nueva creación, la cual es por completo un asunto en el espíritu. Debido a que nosotros los redimidos resucitamos de los muertos cuando Cristo resucitó de los muertos, pertenecemos a la misma especie de Cristo. De manera que, Cristo es la Cabeza de la nueva creación y, como tal, en la nueva creación Él es el primero en expresar a Dios.
Vemos aquí dos clases de expresiones: la expresión del universo y la expresión de la iglesia. El universo es la expresión de la creación realizada por Dios, y la iglesia es la expresión de la nueva creación de Dios. Cristo nació como hombre para ser de la misma especie del hombre en la creación de Dios, y Cristo resucitó de los muertos para ser de la misma especie de la nueva creación. Cristo es el Primogénito de toda creación porque Él es de la misma especie que la creación, y Él es el Primogénito de los muertos porque Él es de la misma especie de la nueva creación. Cristo es el Primogénito de dos creaciones. Él es el Primogénito en la creación, y Él es el Primogénito en la nueva creación. Él expresa a Dios en toda la creación, y Él expresa mucho más a Dios en la nueva creación. Por esta razón, “agradó a toda la plenitud habitar en Él” (Col. 1:19). La palabra plenitud denota expresión. Toda la plenitud se refiere a la plenitud de Dios tal como se expresa en la creación y a la plenitud de Dios en la nueva creación. En otras palabras, agradó a toda la expresión de Dios en la vieja creación y en la nueva creación habitar en Cristo. Este Cristo es nuestra porción. Él es el Hijo amado de Dios, la imagen de Dios, el Primogénito de toda creación y el Primogénito de entre los muertos. Él es la expresión de Dios, y Él ha entrado en nuestro ser.
Colosenses 2 dice que el misterio de Dios es Cristo y que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en Cristo (vs. 2-3). Toda la plenitud de la Deidad, es decir, todo lo que expresa la Deidad, habita corporalmente en Cristo, y nosotros estamos llenos en Él (vs. 9-10). Este Cristo es el cuerpo de todas las cosas positivas, incluyendo las regulaciones dietéticas, días de fiesta, luna nueva y Sábados, todo lo cual son sombras (vs. 16-17). Después de la luna nueva viene la luna creciente, cuando la luna comienza a brillar. Esto representa un nuevo comienzo. El día Sábado es un día de reposo. Los días de fiesta son días que la gente disfruta, y comer y beber tienen como finalidad que el hombre sea satisfecho. Sin embargo, todo esto es sombra; el cuerpo es de Cristo. Cristo es nuestra verdadera luna nueva, nuestro verdadero Sábado, nuestro verdadero día de fiesta y nuestra verdadera comida y bebida. Cristo lo es todo. Él es nuestra comida, nuestro vestido y nuestro aliento. Él es nuestra paz, reposo, gozo y fiesta. Él es nuestra satisfacción y disfrute. Éste es el Cristo que está en nosotros hoy.
La oposición surgió cuando hablé de esto en los Estados Unidos. La gente me condenó de que enseñaba panteísmo porque dije que Dios es nuestra luna nueva, nuestro Sábado, nuestros días de fiesta y nuestra comida y que Él es la realidad de toda cosa positiva. Yo no enseño panteísmo; yo ministro Cristo a otros. No dije que la luna nueva llega a ser Dios, ni que el Sábado llega a ser Dios, ni que los días de fiesta llegan a ser Dios, ni que los alimentos que ingerimos llegan a ser Dios. Dije que todas las cosas positivas son una sombra, mas el cuerpo es de Cristo. Por esta razón, el Señor les dijo a Sus discípulos que Él es el pan de vida que descendió del cielo (Jn. 6:33-35, 51). Él también dijo: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar” (Mt. 11:28). El Sábado es una sombra, y sólo Cristo es el cuerpo. Cristo es también la luz (Jn. 8:12; 1 Jn. 1:5). La luz solar es una sombra, pero Cristo es nuestra luz verdadera. Por tanto, todo lo que disfrutamos es un cuadro que nos muestra Cristo, quien es nuestro todo. Muchos pueden testificar que Cristo es todo para ellos. Tal Cristo es nuestra porción; Él está en nosotros no solamente como nuestra esperanza futura (Col. 1:27), sino como nuestra vida hoy. Nada es más importante que la vida. Cristo es nuestra vida. Cuando Él se manifieste, nosotros también seremos manifestados con Él en gloria (3:4). Probablemente algunos ya saben que Cristo es vida, pero puede ser que no sepan que Cristo es nuestra vida según Colosenses 1 y 2. Si vemos la revelación hallada en Colosenses, sabremos que este Cristo que está en nosotros como vida es misterioso y rico.
Colosenses 3 dice que nos hemos vestido del nuevo hombre (v. 10), el cual es la iglesia. El versículo 11 dice que en el nuevo hombre no hay griego ni judío, lo cual indica que no hay raza alguna; tampoco hay circuncisión ni incircuncisión, lo cual indica que no hay religión alguna; asimismo dice que no hay bárbaro ni escita, lo cual indica que no hay cultura alguna, y que no hay esclavo ni libre, lo cual indica que no existen las clases sociales. Todo dejó de existir en el nuevo hombre. Todo lo que hay es Cristo. Sólo Cristo es el todo, y en todos. Las palabras todo y todos se refieren a todas las personas que se hallan en la iglesia, esto es, los miembros que constituyen el nuevo hombre. En el nuevo hombre no hay cantoneses, ni shandongeses, ni usted ni yo; únicamente hay Cristo. ¿Quién es usted? ¡Cristo! ¿Cómo se llama usted? ¡Cristo! ¡Nuestro nombre es Cristo! Cristo es el todo y en todos. El misterio de Dios es Cristo, y el misterio de Cristo es la iglesia.