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Mensajes del libro «Gran misterio: Cristo y la iglesia, El»
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CAPÍTULO CUATRO

CRISTO LO ES TODO EN EL NUEVO HOMBRE

  En este capítulo seguiremos hablando de Cristo, el misterio de Dios. En el libro de Colosenses el apóstol Pablo revela al Cristo misterioso. Pablo también nos revela la manera de experimentar a tal Cristo. Ver es el comienzo de toda experiencia. Por consiguiente, después de ver la visión de Cristo, debemos experimentarle a Él. Así pues, Colosenses se ocupa no sólo de la revelación y de la visión, sino también de la experiencia.

EL APÓSTOL REDUJO TODO A NADA Y SE ENTREGÓ A CRISTO

  Con respecto a la experiencia de Cristo, hay dos perspectivas: la perspectiva del apóstol y la perspectiva de los santos. El apóstol Pablo trabajó e incluso luchó a fin de remover los velos para poder presentar una visión de Cristo (1:29). La palabra trabajo no alude a una labor ligera; se refiere a un gran esfuerzo y a un arduo trabajo. El trabajo de Pablo incluía una lucha. La palabra lucha implica pelea, combate y contienda. Pablo no sólo trabajó, sino que también peleó y contendió, debido a la existencia de enemigos y de fuerzas que se oponían a Cristo. En los tiempos de Pablo, todo —incluyendo raza, política, religión y cultura— estaba en contra de Cristo, de quien él predicaba. El judaísmo y la filosofía griega fueron para Pablo un obstáculo, y la atmósfera cultural, los conflictos políticos y la ideología nacionalista de las naciones alrededor del mar Mediterráneo también eran obstáculos que se interponían en el camino de Pablo. Por esta razón, él trabajó y luchó.

  Había muchas naciones alrededor del mar Mediterráneo. En el este estaban los judíos en la Tierra Santa, al oeste estaba el Imperio romano, al norte estaban los bárbaros y al sur se encontraba Egipto. Pablo luchó contra la cultura griega, la religión judía, la política romana y las fuerzas barbáricas. Él quería traer la voluntad de Dios a la tierra e impartirla en el hombre, pero todos estos pueblos le eran contrarios. La religión judía, la filosofía griega, la política romana, las ideologías nacionalistas y las costumbres de las naciones le eran contrarias. Aparentemente, ellos estaban en contra de Pablo, pero en realidad estaban en contra de Cristo. La religión, la filosofía, la política, la cultura y el barbarismo eran contrarios a Cristo. Todo estaba en contra de Cristo. Pedro fue el pionero en esta lucha y pelea, pero después se debilitó y se retrajo al judaísmo (Gá. 2:12). Cuando Pablo escribió el libro de Colosenses, parecía que él era el único que luchaba y peleaba por revelar a Cristo.

  Con respecto al nuevo hombre, esto es, la iglesia como producto de la experiencia que los santos tienen de Cristo, Pablo dice: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (3:11). Los santos en Hong Kong probablemente me tendrían aversión si les dijera que en la iglesia no hay cantoneses. Si les dijera a los santos en Chifú que en la iglesia no hay Shantungeses, me acusarán de haber olvidado mis raíces. Sin embargo, esto es lo que Pablo predicó. Cuando él dijo que no había griego, los judíos debieron haber aplaudido y vitoreado. Pero cuando dijo que no había judíos, éstos debieron haberle acusado de olvidarse de sus raíces. Cuando Pablo dijo que no había circuncisión, los gentiles debieron haber aplaudido. Sin embargo, Pablo también dijo que no había incircuncisión. En otras palabras, no hay religión ni falta de religión, porque las dos cosas carecen de valor. Pablo echó todo a tierra.

  Pablo también dijo que no hay bárbaro ni escita. Puede ser que muchos piensen que escita se refiere a un pueblo muy culto. Sin embargo, según las fuentes más fidedignas de la historia, los escitas eran el pueblo más barbárico que existía, y vivían en Europa. Pablo negó a griegos y judíos, a religiosos y a quienes no son religiosos, a cultos y bárbaros, y también a esclavos y libres. Él negó a todas las personas excepto a Cristo, porque en el nuevo hombre sólo hay Cristo.

  El propósito por el cual Pablo trabajaba era ministrar Cristo a las personas. Por esta causa, a Pablo le fue dada una mayordomía; Dios le confió los tesoros de Su casa y la llave de Su almacén. Pablo abrió este almacén y ministró las riquezas que éste contenía, es decir, ministró Cristo a los judíos, a los griegos, a los romanos y a todos los pueblos alrededor del mar Mediterráneo. Cristo es contrario a todas las cosas. En el nuevo hombre no hay griego ni judío, religión o falta de religión, culto ni bárbaro, esclavo ni libre, rico ni pobre. No hay nada que no sea Cristo. Así pues, al presentar a Cristo, Pablo despertó la oposición. Pablo no trataba de ofender a nadie; mientras Cristo era lo que Pablo ministraba, él confrontaba oposición, porque Cristo no era bien acogido. Ya sea que las personas fuesen cultas o barbáricas, ricas o pobres, religiosas o no religiosas, ellas se oponían a Cristo. Por tanto, siempre que Pablo presentaba a Cristo había problemas. Es por esto que Pablo, al llevar a cabo su obra, trabajó, peleó y luchó. Cristo pudo ser impartido en muchas personas debido a que Pablo luchó de esta manera.

EL APÓSTOL AMONESTA Y ENSEÑA A LAS PERSONAS CON CRISTO

  El apostolado de Pablo, que también era su mayordomía, consistía en ministrar Cristo a las personas (Ef. 3:2, 8). Pablo anunció y predicó a Cristo, y luego amonestó y enseñó a las personas en toda sabiduría según Cristo (Col. 1:28). Confucio amonestaba y enseñaba a las personas con respecto a la moralidad y a las relaciones humanas apropiadas, y los filósofos amonestan y enseñan valiéndose de sus filosofías, pero Pablo amonestaba y enseñaba con Cristo. Debemos preguntarnos cómo nosotros amonestamos y enseñamos a otros.

  Supongamos que una pareja recién casada tiene algunos problemas. ¿Cómo deberíamos amonestarlos? Según lo que he observado, es común que los esposos tengan problemas. Algunas parejas los tienen desde antes que termine su luna de miel. Nuestro Dios es maravilloso; Él creó a los varones de una manera completamente diferente de las mujeres, y hace que dos personas diferentes sean una pareja. En más de cincuenta años de servicio, he notado que se da la misma situación en todas partes. Tanto en el Oriente como en el Occidente, no importa la nacionalidad, hay problemas entre el esposo y la esposa. Dios usualmente no pone juntas a dos personas rápidas, ni a dos personas lentas. Más bien, de manera maravillosa complementa a una persona lenta con una persona rápida, y a una persona afable con una persona áspera.

  Cuando comencé a servir al Señor, muchas veces miraba a un hermano y a una hermana y pensaba que serían idóneos el uno para el otro. Siempre que actuaba en este respecto, salía teniendo problemas y tenía que arrepentirme. Por tanto, finalmente dejé de hacer tales sugerencias porque descubrí que mi juicio no era exacto. Tal vez consideraba que un hermano y una hermana harían una buena pareja, pero ellos no estaban de acuerdo conmigo. Orábamos según los principios hallados en la Biblia y considerábamos la condición social, la educación y la edad del hermano y de la hermana. Pero cuando los presentábamos el uno al otro, no simpatizaban. Finalmente, ellos escogían su propia pareja, y aun así sufrían. Hay muchas historias como éstas.

  Debemos amonestar y enseñar a las parejas que tienen problemas. Los hermanos que administran la iglesia y guían a los santos necesitan aprender a amonestar y enseñar. Deberíamos aprender de Pablo, quien es nuestro modelo. Pablo dice que él anunciaba a Cristo, “amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la operación de Él, la cual actúa en mí con poder” (vs. 28-29). Pablo no solamente escribió epístolas y dio mensajes; también amonestó y enseñó a las personas con Cristo. Por experiencia sabemos que cuando hay discordia entre un esposo y su esposa, necesitamos amonestarles con Cristo y enseñarles con Cristo, no con doctrinas. Impartirles tal amonestación y enseñanza requiere que tengamos experiencias de Cristo. Si no experimentamos a Cristo, no podemos amonestar ni enseñar a las personas con Cristo.

  El propósito de amonestar a las personas con Cristo no es hacer que ellas se lleven bien, sino presentar a todo hombre perfecto en Cristo. La amonestación adecuada conduce a los santos a crecer hasta llegar a la madurez. No deberíamos corregir a los santos; más bien, deberíamos ministrar Cristo a ellos y ayudarles a comer, beber y disfrutar a Cristo. Hay una gran diferencia entre la práctica de amonestar y enseñar con doctrinas, como se acostumbra en el cristianismo, y la manera en que Pablo ministraba Cristo a las personas.

  Los problemas entre los esposos y las esposas se deben a que están escasos de Cristo y necesitan recibir el suministro de Cristo. Este mismo principio se aplica a todos los problemas que existen entre los santos: los problemas son el resultado de nuestra escasez de Cristo y de que necesitamos el suministro de Cristo. Por ejemplo, si un anciano tiene un problema con un diácono, tanto el anciano como el diácono carecen de Cristo. Si dos hermanas tienen un problema y no pueden servir juntas, ambas carecen de Cristo. Toda clase de problemas surge cuando los santos están escasos de Cristo. Los problemas en las iglesias se deben a una escasez del suministro, es decir, a que hay escasez de Cristo. Espero que Cristo sea lo que todos los que están en el recobro del Señor ministren y sirvan a las personas.

  Pablo dice que él trabajó y luchó para ministrar Cristo a las personas. El propósito de dicha ministración no es resolver los problemas de las personas, sino ayudarles a crecer hasta la madurez de modo que cada una de ellas pueda ser presentada perfecta en Cristo a Dios (v. 28). La palabra presentar en el versículo 28 es la misma palabra que se emplea en Efesios 5:27: “A fin de presentársela a Sí mismo, una iglesia gloriosa”. La misma palabra se usa en la frase presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo (Ro. 12:1). Pablo luchó por presentar a todo santo perfecto en Cristo. Es una vergüenza si los colaboradores sirven durante muchos años, y que en sus localidades haya muy pocos santos perfeccionados. Siempre deberíamos ministrar Cristo a los necesitados, no para resolverles sus problemas, sino para ayudarles a crecer en vida hasta la madurez de modo que puedan ser presentados a Dios.

ANDAR EN CRISTO

  Con respecto a la experiencia de Cristo, los santos deben andar en Cristo (Col. 2:6). Necesitamos andar en Cristo en vez de enfocarnos en nuestras palabras persuasivas (v. 4). El cristianismo se centra en la elocuencia. Si una persona es elocuente e instruida, será exitosa. Sin embargo, las palabras elocuentes que no ministran Cristo a las personas son palabras persuasivas. En la iglesia no nos interesamos por lo que la gente dice, ni por la manera en que ellos hablan; nuestra única preocupación es que lo que se hable ministre Cristo a los demás y nos posibilite andar en Cristo. Si estamos en casa o en el extranjero, debemos estar en Cristo en las cosas grandes y pequeñas. Hemos sido arraigados en Él y estamos siendo sobreedificados en Él (v. 7). Así pues, mi única preocupación es estar en Cristo. Si yo hago algo, tiene que ser porque Cristo lo está haciendo, y si digo algo, tiene que ser porque Cristo lo está diciendo. No debemos prestar oídos a los discursos persuasivos, ni nos deben interesar la filosofía, ni las huecas sutilezas, ni las tradiciones de los hombres; sólo necesitamos ser según Cristo (v. 8). Deberíamos hacerlo todo según Cristo y en Cristo. Nuestro vivir y andar tiene que ser en Cristo. Éste es el deseo de Dios.

DESPOJARSE DEL VIEJO HOMBRE Y VESTIRSE DEL NUEVO HOMBRE

  En Colosenses 3 Pablo quitó de en medio a griegos, a judíos, a la circuncisión, a la incircuncisión, a bárbaros, escitas, esclavos y libres, y los redujo a nada (v. 11). Esto indica que en la iglesia debemos quitar de en medio todo lo que no sea Cristo. Debemos despojarnos del viejo hombre cada día (v. 9). Un hermano de Shantung que aún conserva el sabor de Shantung, no se ha despojado del viejo hombre. Despojarse del viejo hombre incluye despojarse del elemento característico de Shantung, del elemento característico de Hong Kong y del elemento característico de Japón. Algunos podrían pensar que únicamente el odio, los celos y las injusticias son elementos constitutivos del viejo hombre y que despojarse del viejo hombre consiste en hacer el bien y amarse unos a otros. Sin embargo, éste es un pensamiento superficial. No importa dónde hayamos nacido, ni donde fuimos educados, ni cuál sea nuestra nacionalidad, somos el viejo hombre del cual tenemos que despojarnos. Si no nos despojamos del viejo hombre, el misterio de Dios no puede ser expresado.

  Para despojarnos del viejo hombre, primero debemos despojarnos de nuestra persona, y luego de lo que está oculto en nuestro interior. Pablo parecía referirse a despojarnos de los elementos judíos, griegos, chinos, británicos y estadounidenses. Sin embargo, él está diciendo que deberíamos despojarnos del viejo hombre escondido en nuestro interior. Necesitamos despojarnos del viejo hombre para poder vestirnos del nuevo hombre, el cual es Cristo. El Señor no tiene un camino libre en la tierra a menos que halle un camino en nosotros. Hay algo escondido en nuestro interior. Este algo es nuestro propio ser, nuestro viejo hombre, y éste ocupa el lugar que el Señor debe tener en nosotros. Decimos que estamos consagrados al Señor, que tomaremos el camino del Señor y que permitiremos que Él obre en nosotros. Sin embargo, el Señor no puede hacer nada con nuestro viejo hombre. Si nos despojamos de nuestro viejo hombre, no será difícil que el Señor halle un camino en nosotros.

  Hay muchas personas salvas que no aman al Señor. Hay también quienes aman al Señor, pero su viejo hombre sigue intacto. Los tales tienen la apariencia del nuevo hombre, pero interiormente todavía son el viejo hombre. Como resultado, habrá muchas iglesias locales, pero no muchas bendiciones. No contamos con más bendiciones, porque les es difícil a los creyentes despojarse del viejo hombre escondido dentro de ellos. Si no podemos despojarnos del viejo hombre, no podemos vestirnos del nuevo hombre, y la vida de iglesia no tendrá mucho peso.

LA PAZ DE CRISTO Y LA PALABRA DE CRISTO

  En Colosenses 3 Pablo también habla de la paz de Cristo y de la palabra de Cristo. En el versículo 15 Pablo dice: “La paz de Cristo sea el árbitro en vuestros corazones”. Interiormente, somos muy complicados, pues siempre estamos comparando y sopesando las cosas para ver si convienen o si son correctas. En tales ocasiones, necesitamos que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestro ser. En lugar de escuchar una voz externa, deberíamos escuchar lo que nos dice la paz de Cristo en nuestro interior. La paz de Cristo debe ser una fuerza estabilizadora, un equilibrio y un árbitro en nuestro ser. Fuimos llamados a esta paz en el único Cuerpo. En el Cuerpo de Cristo debe haber paz, y esta paz surge del arbitraje de Cristo.

  La palabra de Cristo es el suministro. En el versículo 16 Pablo dice: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría”. Aquí la palabra more significa “haga hogar”. Que la palabra de Cristo haga su hogar en nosotros equivale a permitir que la palabra de Cristo tenga suficiente cabida en nosotros y sea el Señor en nosotros. Entonces esta palabra nos suministrará, iluminará, fortalecerá, establecerá y perfeccionará. La palabra de Cristo llegará a ser todo en nosotros. Esta palabra no es meramente las palabras que Cristo habló en los Evangelios. Todas las palabras de las Epístolas son parte de la palabra de Cristo, porque las palabras de las Epístolas son las que Cristo habló en los apóstoles. Siempre deberíamos permitir que estas palabras tengan suficiente cabida en nosotros, se establezcan y hagan su hogar en nosotros y sean el Señor en nosotros. Es de esta manera que la palabra nos suministra, ilumina, fortalece y perfecciona, y también nos edifica. Entonces Cristo será expresado en nuestro vivir.

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