
Lectura bíblica: Ef. 5:25-32
Durante los últimos sesenta años el Señor nos ha dado una revelación en cuanto a Cristo y la iglesia, y hemos publicado muchas revistas y libros que contienen mensajes relacionados con Cristo y la iglesia.
La Biblia revela que Cristo no sólo es todo-inclusivo, sino también profundo y vasto. Él es insondablemente profundo e ilimitadamente vasto. Aunque Efesios habla de la iglesia, tal revelación de la iglesia es conforme a Cristo. En Efesios 3:18 Pablo se refiere a Cristo usando las palabras anchura, longitud, altura y profundidad. Nada es más ancho que Cristo, nada es más largo que Cristo, nada es más alto que Cristo y nada es más profundo que Cristo. Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del universo. Cristo no solamente es todo-inclusivo, sino que también lo abarca todo. Nuestro Cristo es en verdad inagotable.
Cristo es universalmente grande, y así es la iglesia, la cual es Su Cuerpo. Si mi cabeza fuera mayor que mi cuerpo, yo sería un monstruo. Lamentablemente, en el cristianismo actual se habla de Cristo, pero no se habla mucho de la iglesia, el Cuerpo. Algunos incluso consideran erróneamente que la iglesia es como una capilla. La Biblia muestra que la iglesia es el Cuerpo de Cristo; es un misterio inagotable. La visión que hemos visto en los pasados sesenta años no es simple ni superficial. Esta visión incluye no sólo la revelación que se halla en la superficie, sino también la visión central, el misterio profundo oculto en la Biblia.
Efesios 3 presenta tres puntos cruciales: el misterio de Cristo (vs. 4-6), las inescrutables riquezas de Cristo (v. 8) y que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones hasta que llegamos a ser la plenitud de Dios (vs. 17-19). El capítulo 4 también presenta tres puntos cruciales. El primer punto crucial es que la iglesia es el Cuerpo de Cristo porque está mezclada con el Dios Triuno. El Dios Triuno se mezcla con la iglesia: el Espíritu es la esencia del Cuerpo, el Hijo es el fluir del Cuerpo y el Padre es la fuente del Cuerpo. Se habla del Dios Triuno en los versículos del 4 al 6, y sólo en el versículo 6, que dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” está implícito el Dios Triuno: sobre todos se refiere a Dios el Padre como fuente, por todos se refiere a que Dios el Hijo, como Señor y Cabeza, es el Realizador, y en todos se refiere a que Dios el Espíritu, como Espíritu vivificante, es el Ejecutor en nosotros. Por tanto, en esta referencia acerca del Padre en el versículo 6, podemos ver los aspectos del Padre, Hijo y Espíritu. Él es sobre todos, por todos y en todos. Sobre se refiere a la fuente, por se refiere al proceso y en se refiere al resultado, el fruto, que es el Dios Triuno y el Cuerpo de Cristo plenamente mezclados como una sola entidad.
El segundo punto crucial es que el Cuerpo necesita ser edificado, aun cuando se ha mezclado con el Dios Triuno en una sola entidad. El Cuerpo se edifica mediante el crecimiento en vida, y el crecimiento en vida depende del aumento del elemento de Dios en nosotros. Cuanto más aumente el elemento de Dios en nosotros, más crecemos. El hecho de crecer todos juntos equivale a la edificación. Debemos crecer en vida a fin de realizar nuestra función y edificar el Cuerpo en amor (vs. 13-16).
El tercer punto crucial es que el Cuerpo necesita ser transformado al despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo hombre. La transformación produce el nuevo hombre. El Cuerpo está relacionado con la vida, y el nuevo hombre se relaciona con la persona. Necesitamos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre, para que el Cuerpo llegue a ser el nuevo hombre (vs. 22-24).
También debemos estudiar Efesios 5. En la superficie el capítulo 5 trata sobre la ética y la moralidad, al incluir asuntos pertinentes a los esposos y las esposas, tales como el que las casadas deban estar sujetas a sus maridos y los maridos deban amar a sus mujeres (vs. 22, 25). Pablo, sin embargo, usa este tema para seguir exponiendo el profundo misterio de Cristo y la iglesia. En Efesios Pablo presenta muchos puntos cruciales con respecto a la iglesia. En el capítulo 1 él habla de que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Cristo (vs. 22b-23). En el capítulo 2 él habla de que la iglesia es la obra maestra de Dios, la familia de Dios, el reino de Dios y la morada de Dios (vs. 10, 19-22). En el capítulo 3 habla de que la iglesia es la plenitud de Dios (v. 19). En el capítulo 4 habla de que la iglesia es el nuevo hombre y que Cristo es la persona del nuevo hombre (v. 24). En el capítulo 5 habla de que la iglesia es el complemento de Cristo (v. 25). La iglesia no solamente es el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre, sino también el complemento de Cristo.
Para entender el significado de lo que es un complemento, debemos examinar la primera pareja hallada en la Biblia: Adán y Eva. Eva procedió de Adán. Cuando Dios creó la humanidad, solamente creó un hombre, Adán (Gn. 2:7). Luego, Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, tomó una costilla del costado abierto de Adán y de la costilla edificó una mujer (vs. 21-22). Por consiguiente, Eva procedió de Adán. Esto significa que los dos tenían la misma vida y la misma naturaleza. Cuando Dios le dio a Eva a Adán, los dos llegaron a ser una sola carne. El hombre solamente puede ser considerado como la mitad de una persona; una mujer representa la otra mitad. Una pareja está formada por dos mitades que han llegado a ser una unidad.
Efesios 5 muestra que la iglesia procede de Cristo, así como Eva procedió de Adán. Cuando Cristo fue puesto a “dormir”, a muerte, en la cruz, Su costado fue traspasado, y salió sangre y agua con el fin de producir la iglesia (Jn. 19:34) —la sangre efectúa la redención y el agua imparte la vida. Por tanto, la iglesia tiene la misma vida y naturaleza de Cristo, y la iglesia es un solo espíritu con Cristo (Ef. 4:4).
El capítulo 5 nos muestra además cómo este complemento llega a ser un complemento glorioso, una hermosa esposa. La Biblia usa frases como gloriosa, santa y sin defecto para describir la iglesia (v. 27), lo cual indica que Cristo desea obtener una iglesia hermosa. Un defecto no tiene que ver con la inmundicia. Una piedra preciosa, tal como el jade finísimo o el diamante, puede estar limpia y libre de inmundicia, y a la vez tener defectos, si está manchada, astillada o con colores mezclados. Podemos lavarnos el rostro y estar libre de inmundicias, y a la vez seguir teniendo manchas y arrugas. Cristo quiere que Su iglesia sea gloriosa y santa, sin ninguna mancha, arruga ni defecto. Hoy en día, el Señor Jesús está removiendo las manchas y arrugas de la iglesia a fin de que la iglesia sea santa y sin defecto.
El Señor puede producir tal iglesia porque Él ama a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella (v. 25). El Señor Jesús murió en la cruz no sólo para derramar Su sangre a fin de redimirnos, sino también para liberar la vida divina. Cuando Él murió, de Su costado traspasado salió sangre y agua (Jn. 19:34). La sangre nos redimió del pecado, y el agua representa la vida de Dios. El agua que salió de Su costado traspasado es semejante al agua que salió de la roca herida en el Antiguo Testamento (Éx. 17:6). Además, en Juan 4:13-14 el Señor Jesús dijo: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que brote para vida eterna”, y en 7:38 Él dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Apocalipsis 22:1 habla de “un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle”. El agua en estos versículos es el agua de vida, la cual se refiere al fluir de la vida de Dios. El Señor Jesús murió en la cruz a fin de liberar esta vida.
El Señor también hace que la iglesia sea santa y sin defecto por el lavamiento del agua en la palabra (Ef. 5:26). El agua de vida está contenida en la palabra. Cristo ama a la iglesia y se dio a Si mismo por ella a fin de liberar Su vida y hacer que la iglesia sea santa. Cristo con Su sangre no sólo limpió a la iglesia del pecado, Él también la está lavando de toda mancha y arruga con Su vida. Esta vida fue liberada en la cruz y está corporificada en las palabras de la Biblia. Los libros seculares pueden proveerle a la gente sólo conocimiento; estos libros no pueden dar vida, porque en ellos no está la vida. Sin embargo, la vida de Dios es transmitida por medio de la Biblia, la cual es viviente y puede ministrar la vida. Todas las personas que leen la Biblia pueden testificar que ésta es la diferencia entre la Biblia y otros libros.
La Biblia es la palabra de Dios, y en la palabra de Dios está la vida (Jn. 6:63). Si Jesús no hubiera muerto en la cruz, lo cual liberó Su vida, la Biblia hoy estaría vacía. Sin embargo, Él murió y liberó la vida de Dios. Esta vida no sólo está en el Espíritu Santo, sino también en la palabra de Dios. Siempre que leemos la palabra de Dios, la vida fluye en la palabra a fin de abastecernos. Esta vida nos abastece interiormente como un manantial y fluye por todo nuestro ser, lavándonos así con su agua.
Nuestro cuerpo funciona conforme a una ley metabólica. Recibimos el alimento dentro de nuestro ser, y los nutrientes hallados en los alimentos circulan por nuestra corriente sanguínea. Esta función metabólica, por una parte le suministra a nuestro cuerpo los nutrientes que necesita y, por otra, remueve los desechos de nuestro cuerpo. Tal lavamiento quita todos los desechos que hay en nuestro cuerpo.
Cuando leemos la Biblia con oración y con nuestro espíritu, la vida en las palabras de la Biblia lava las cosas viejas ocultas en nuestro interior y de forma “metabólica” nos quita nuestras manchas y arrugas. Nunca deberíamos leer la Biblia sin orar. Cuando leemos Efesios 5:25, que dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella”, podemos orar así: “Oh Señor, maridos. Oh, maridos. Señor, yo necesito esta palabra. Amad a vuestras mujeres. Amad; oh, amad. Señor, gracias por darme una vida de amor, una capacidad para amar y un deseo por amar. Así como Cristo amó a la iglesia. Oh Señor, Tú amaste a la iglesia. Este amor está en mí a fin de que pueda amar a mi esposa, así como Tú amaste a la iglesia”. Cuando oramos-leemos de esta manera, la vida circulará en nuestro ser interior y en unos minutos no sólo recibiremos una enseñanza en nuestra mente, sino que también seremos abastecidos en nuestro espíritu. Esta vida circulante motivará en nosotros un amor por nuestra esposa y lavará cualquier “mancha” de descontento que tengamos hacia nuestra esposa.
Además, el Señor hace que la iglesia sea santa y sin defecto al sustentarla y cuidarla con ternura (v. 29). En griego, la palabra traducida “sustentar” significa “nutrir, alimentar”. Cuidar con ternura equivale a acoger como una ave madre, que cuida de sus polluelos cubriéndolos bajo sus alas, abrigándolos cálidamente y cuidando de sus necesidades. Una madre que sostiene y amamanta a su hijo en su regazo, lo está sustentando y cuidando con ternura. Como resultado de ello, el niño es suplido con el alimento y se le mantiene abrigado y consolado. A un niño muy satisfecho no le hace falta nada. Éste es el significado de sustentar y cuidar con ternura.
Cristo no sólo murió por nosotros e impartió Su vida en nosotros para que fuésemos santificados; Él también puso la vida en Su palabra mediante el Espíritu. Cuando tenemos contacto con Su palabra al orar-leerla, el agua en la palabra circula dentro de nosotros, quitando así las arrugas, manchas y defectos en nuestro ser y haciendo que seamos renovados y transformados. Él también nos sustenta y cuida con ternura, sosteniendo a la iglesia en Su regazo, a fin de darnos protección, consuelo, suministro y todo lo que necesitemos. Como resultado, la iglesia llega a ser gloriosa, pues es santa y sin defecto. Cristo obtendrá esta iglesia santa, gloriosa y sin defecto, y la presentará a Sí mismo como Su hermoso complemento.
Para que Cristo lleve a cabo esta obra, se necesita la muerte, la resurrección, la vida, la palabra y el Espíritu, y es necesario que estemos abiertos a Él y que estemos dispuestos a echarnos en Su regazo al orar-leer Su palabra y vivir en comunión con Él. De esta manera disfrutaremos de Su vida y recibiremos el lavamiento del agua en Su palabra. Al mismo tiempo, seremos atendidos y cuidados con ternura, así como sustentados y alimentados, mediante Su palabra y el Espíritu. Cuando le disfrutamos a Él como nuestro todo, llegamos a ser santos y gloriosos, una iglesia que puede ser presentada a Él, pues ella está libre de manchas, arrugas o defectos. Ésta es la razón por la que no podemos meramente predicar el evangelio o enseñar sobre la Biblia conforme a la revelación que yace en su superficie. Tenemos que liberar el misterio profundo oculto en la Biblia a fin de que las personas puedan ver el Cuerpo de Cristo, ser transformadas y renovadas en el nuevo hombre universal, y ser el amado y glorioso complemento de Cristo, complemento que es santo y sin defecto.