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Mensajes del libro «Hechos, la fe y nuestra experiencia, Los»
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Los hechos, la fe y nuestra experiencia

PREFACIO

  A lo largo de toda su vida de ministerio al servicio del Señor, Watchman Nee demostró haber hallado el equilibrio apropiado entre conocer objetivamente las verdades bíblicas y experimentar subjetivamente las realidades contenidas en la revelación divina. En los inicios de su ministerio, él publicó un artículo titulado: “Los hechos, la fe y nuestra experiencia”. Entre 1925 y 1934, durante los primeros años de su ministerio, el hermano Nee impartió numerosos mensajes sobre estos temas. En ellos él habla acerca de ciertos hechos divinos, tales como la certeza y seguridad de la salvación, la vigencia eterna de la obra que Cristo efectuó en la cruz y el papel que juega la fe en la aprehensión de estas realidades divinas. Además, mediante estos mensajes, nuestro hermano nos provee también de discernimiento y dirección para experimentar y disfrutar los logros obtenidos por Cristo.

  Este libro comienza con el artículo titulado: “Los hechos, la fe y nuestra experiencia”. Las siguientes secciones contienen mensajes relacionados con cada uno de estos temas. El mensaje final, titulado: “Los dos aspectos de la verdad: el subjetivo y el objetivo”, sirve adecuadamente como conclusión para esta compilación de mensajes, pues nos muestra el equilibrio que conseguimos en nuestra vida cristiana cuando las realidades contenidas en la Biblia, que son objetivas para nosotros, adquieren vida por medio de la fe y comienzan a operar eficazmente en nuestra experiencia. Estos mensajes son simples y muy apropiados para nuevos creyentes pero, al mismo tiempo, contienen revelaciones profundas que son de gran ayuda para creyentes más maduros.

DEFINICIONES

Los hechos

  Podemos considerar como hechos las promesas de Dios, la redención que El efectuó, las obras realizadas por El y los dones que El otorga gratuitamente.

La fe

  La fe se refiere a la manera en que el hombre cree en Dios, confía en Su obra y en Su redención, y reclama las promesas de Dios para sí. La fe, pues, es cierta acción y actitud por medio de la cual los hechos realizados por Dios, vienen a formar parte de la experiencia del hombre.

La experiencia

  La experiencia es el vivir apropiado de los creyentes, el cual ellos obtienen al creer en Dios. La experiencia es la expresión de la vida de Cristo, practicada por los creyentes en su vida diaria. Así, la experiencia consiste en que todas las victorias de Cristo y Sus logros llegan a ser reales para nosotros en nuestro vivir. La experiencia es la aplicación concreta, la manifestación y nuestra vivencia cotidiana de los hechos divinos. Todas las historias registradas en la Biblia que relatan las vidas de los santos, pertenecen a esta categoría.

  No sólo los maestros bíblicos sino todos los creyentes deben conocer la relación que existe entre los hechos, la fe y la experiencia. De otro modo, estarán confundidos no sólo respecto a sus propias vidas cotidianas, sino también en cuanto a lo que enseñan. Aún más, al leer la Biblia, habrán de encontrar muchas contradicciones y desacuerdos aparentes.

  Temo que hasta aquí no les he presentado las enseñanzas bíblicas claramente. Por eso, quiero mostrarles como evidencias de todo lo dicho hasta este punto, algunas de las más importantes verdades en la Biblia.

  Los cristianos hemos creído en la muerte vicaria del Señor Jesús y hemos experimentado Su obra redentora. La redención es una experiencia reservada para los pecadores; nosotros los cristianos ya fuimos redimidos. Para nosotros, la redención es una experiencia que pertenece al pasado. Pareciera incluso que ya no necesitamos hablar más al respecto. Sin embargo, a fin de ilustrar mejor la relación que hay entre los hechos, la fe y nuestra experiencia, así como para mostrar la vigencia de estos tres elementos y la importancia que ellos revisten, primero usaré como ejemplo una experiencia que nosotros ya hemos tenido.

LA REDENCION

  La redención es una verdad de gran importancia, por lo cual debemos entenderla cabalmente. La redención, efectuada por el Señor Jesús, es vigente para todo el mundo. Contamos con los siguientes versículos para comprobar esto:

  “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! (Jn. 1:29).

  “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito...” (Jn. 3:16).

  “Y El mismo es la propiciación ... por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2).

  “El cual se dio a Sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:6).

  “...Es el Salvador de todos los hombres” (1 Ti. 4:10).

  Al leer estos versículos, comprendemos que Jesús efectuó la redención para todo el mundo. Así que, todos los hombres pueden ser salvos, puesto que la redención efectuada por Jesús es un hecho consumado.

  Sin embargo, la Biblia afirma que no todos en el mundo son salvos. Si una persona no ha entendido claramente la enseñanza con respecto a la “fe”, podría pensar que aunque alguien crea o no en la muerte vicaria del Señor, de todos modos es salvo. A esta persona podría parecerle que ya que Jesús murió por todo el mundo, los hombres ya no tienen que morir, y por lo tanto, no hay necesidad de preocuparnos por si una persona cree o no en el Señor. Esto puede parecer bastante lógico, pero en realidad no es razonable, pues implicaría que todos los pecadores quedan absueltos de toda responsabilidad. Y si éste fuera el caso, ya no habría necesidad de que los creyentes predicaran el evangelio.

  Si bien la Biblia afirma que Cristo murió por todo el mundo, también proclama que sólo aquellos que creen, serán salvos. Los siguientes versículos dan testimonio de esto:

  “Para que todo aquel que en El cree...” (Jn. 3:15).

  “El que en El cree... pero el que no cree...” (Jn. 3:18).

  “Cree en el Señor Jesús...” (Hch. 16:31).

  “...Por medio de la fe de Jesucristo para todos los que creen” (Ro. 3:22).

  “...Justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:26).

  “...Vuestros pecados os han sido perdonados por causa de Su nombre” (1 Jn. 2:12).

  Podríamos citar muchos otros pasajes, pero los mencionados arriba son suficientes para demostrar que el hombre tiene que creer. Esto quiere decir que si bien Cristo murió por todos los hombres, aún es necesario que ellos apliquen la muerte de Cristo y la tomen como su propia muerte. De otra manera, no habría vínculo alguno entre ellos y la muerte de Cristo. Si bien las Escrituras dicen: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”, la Biblia no se detiene allí, sino que añade: “Para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. En 1 Timoteo 4:10 dice: “...El Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres”. Dios envió a Su Hijo al mundo para morir por todos los hombres. Por tanto, El puede ser el Salvador de todos los hombres. El es el “Salvador ... mayormente de los que creen”. Esto hace referencia a aquellos que han creído.

  Después de creer, viene la experiencia. Si uno cree en los hechos divinos, ciertamente experimentará tales hechos. Tomemos en cuenta los siguientes versículos:

  “El que en El cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Jn. 3:18).

  “El que ... cree ... tiene vida eterna” (Jn. 5:24).

  “...Todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

  “Justificados, pues, por la fe...” (Ro. 5:1).

  Por tanto, cuando el hombre cree que la salvación que Dios preparó para él es un hecho, y cuando el hombre aplica dicha salvación, entonces es salvo.

MORIR JUNTAMENTE CON EL SEÑOR

  Expliquemos ahora estos tres factores —los hechos, la fe y nuestra experiencia— con relación a morir juntamente con el Señor. Para los creyentes, conocer este asunto tiene tanta importancia como la que tiene para los incrédulos conocer acerca de la redención.

  El hecho: Cuando Cristo murió en la cruz, El no solamente murió por los pecadores sino que, además, los pecadores murieron juntamente con El. Así pues, El no solamente murió por los pecados sino que, además, trajo la muerte a los pecadores. Es un hecho que, en Dios, los pecadores han muerto juntamente con Jesús en la cruz. Los siguientes pasajes de las Escrituras lo demuestran:

  “...Uno murió por todos, por consiguiente todos murieron” (2 Co. 5:14).

  “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” (Ro. 6:6).

  “...Los que hemos muerto al pecado” (Ro. 6:2).

  Al leer estos versículos, podemos darnos cuenta de que, a los ojos de Dios, los creyentes ya han sido crucificados juntamente con Cristo en la cruz. Si un creyente no está consciente de este hecho, tratará de crucificarse día tras día y descubrirá que, no importa cuánto se esfuerce por morir, no lo conseguirá. ¡Qué lejos está de darse cuenta de que ya hemos muerto en Cristo! Así que, no tenemos que crucificarnos a nosotros mismos; más bien, simplemente tenemos que aplicar la muerte de Cristo por medio de la fe y contar Su muerte como la nuestra. El bautismo es la demostración y el reconocimiento de la fe, pues mediante el bautismo reconocemos y manifestamos el hecho consumado. Romanos 6:3 dice que “hemos sido bautizados en Su muerte”. Por tanto, ser “sepultados juntamente con El en Su muerte por el bautismo” (v. 4) es la demostración y el reconocimiento de nuestra aplicación, por medio de la fe, de dicha muerte.

  Estamos muertos, hemos sido crucificados juntamente con El, y tanto nuestra muerte como nuestra crucifixión juntamente con El son hechos consumados; sin embargo, la Palabra de Dios nos insta, diciéndonos: “Consideraos muertos al pecado” (Ro. 6:11). Este acto de considerarnos muertos es un acto de fe. No nos consideramos muertos porque hacer esto es imposible para nosotros. Tal vez nos esforcemos día y noche por considerarnos muertos, pero ¿cómo podríamos en realidad considerarnos muertos? Cuanto más lo intentamos, más nos damos cuenta de que estamos vivos y que somos capaces de pecar, incluso que somos propensos a pecar. La única manera de lograr esto es considerarnos muertos en Cristo. La muerte de Cristo es nuestra muerte. Si creemos esto, tendremos la experiencia de morir juntamente con el Señor. En la Biblia, Pablo es un buen ejemplo de una persona que experimentó morir juntamente con el Señor. El declaró: “...La cruz ... por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14). El también dijo: “A fin de conocerle ... y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10) y nuevamente dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20). Si un creyente ha de tener la experiencia —la experiencia de vida— de morir juntamente con el Señor, no lo conseguirá valiéndose de sus propios métodos; la única manera de lograrlo es seguir el camino dispuesto por Dios, es decir, seguir el camino de los hechos, la fe y la experiencia.

  Es un hecho que los creyentes han sido crucificados juntamente con Cristo en la cruz. ¿Creen ustedes en tal hecho? ¿Están dispuestos a aceptar este hecho y considerarse muertos? Si creen, tendrán la misma experiencia que Pablo tuvo en cuanto a morir juntamente con el Señor.

  Todas las enseñanzas de la Biblia respecto a la manera en que Dios se relaciona con el hombre, se ajustan a este orden: los hechos, la fe y la experiencia. Todo cuanto Dios ha realizado es perfecto. La manera en que El se relaciona con el mundo es que realiza todo cuanto el mundo necesita, de tal manera que los hombres no tengan que valerse de métodos humanos sino, más bien, únicamente reciban y reclamen por fe los hechos ya consumados. Ya que ahora Dios se relaciona con el hombre por medio de la gracia, Dios no requiere ninguna obra de parte de los hombres (Ro. 4:4). Este mismo principio se aplica a verdades tan cruciales como la “santificación” y la “victoria”.

LA SANTIFICACION

  La santificación no es algo que nosotros realizamos. La santificación es realizada por Dios en beneficio nuestro. La Biblia dice: “...Para santificar al pueblo mediante Su propia sangre” (He. 13:12). “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (10:14). La santificación es, pues, un hecho consumado. Debido a que Jesús ha muerto, todos nosotros hemos sido santificados. No obstante, en 1 Pedro 1:16 se nos exhorta a ser “santos”. ¿Por qué se nos exhorta de esta manera? La razón para ello es que, si bien los creyentes ya han sido santificados, tal santificación es simplemente un hecho ante Dios; aún no forma parte de la experiencia cotidiana de los creyentes. A fin de ser santificados, tenemos que aplicar la santificación lograda por medio de la muerte de Jesús y hacerla nuestra. Sólo entonces habremos de llevar vidas santificadas.

LA VICTORIA SOBRE EL MUNDO

  Lo mismo es cierto con respecto a la victoria sobre el mundo. Primero, tenemos la obra que Cristo realizó, la cual constituye un hecho divino. Jesús dijo: “Yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Segundo, tenemos nuestra fe, puesto que “...ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5:4). Cuando un hombre toma la victoria de Cristo como suya, vence al mundo. Esta experiencia en vida ocurre una vez que hemos creído. Los hechos son las obras de Dios; la fe es nuestra confianza en las obras realizadas por Dios; mientras que la experiencia consiste en los hallazgos espirituales durante nuestra vida. No sólo la santificación sigue este principio, sino que muchas otras verdades centrales con respecto a la manera en la que Dios se relaciona con el hombre, también se conforman a este principio.

  Todos los hechos divinos son las obras efectuadas por Dios mismo; ninguno de ellos proviene del esfuerzo humano. Los hechos divinos, tales como la santificación y la victoria, no pueden ser realizados mediante las oraciones, el trabajo, el rechazo del yo, la santidad, las donaciones caritativas ni la planificación por parte de los creyentes. Los hechos divinos son realizados únicamente por Dios. Dios ha confiado todas sus empresas a Cristo. Solamente por la fe podemos apropiarnos de estos hechos; no hay otra manera.

  Veamos ahora un ejemplo para comprender la gran diferencia que existe entre los hechos divinos y la experiencia humana. Según los hechos realizados por Dios, la iglesia en Corinto había sido santificada en Cristo (1 Co. 1:2). Ella era templo del Espíritu Santo (6:19) y había sido lavada (v. 11). No obstante, en términos de su experiencia, era un completo “fracaso”, pues dichos creyentes habían agraviado y defraudado (vs. 7-8) y pecaban contra Cristo (8:12). La causa de todo esto era que ellos no habían aplicado la gracia (el hecho) que Dios les había provisto. El resultado de ello fue una gran pérdida. La posición tan elevada en la que nos encontramos no ha sido lograda por nuestro propio esfuerzo, diligencia, disciplina ni resoluciones propias. No obtenemos esta experiencia valiéndonos de nuestros propios esfuerzos. A fin de experimentar la realidad de los hechos realizados por Dios en beneficio nuestro, lo único que tenemos que hacer es ejercitar nuestra fe para reclamar lo que el Señor ha realizado por nosotros y considerarlo nuestro. La fe genuina y perfecta es aquella que diariamente reconoce las obras (los hechos) realizadas por Dios. Aquí, reclamar significa reconocer diariamente como válido todo cuanto el Señor ha realizado a nuestro favor; esto es, reconocer que todos Sus logros tienen efecto en nosotros. Entonces, cuando la tentación nos acose, viviremos estos logros como habiendo ya conseguido la posición (el hecho) en la cual el Señor nos ha colocado. Si hacemos esto, nuestra experiencia vendrá a continuación.

  Un creyente que obtiene logros espirituales elevados, no los obtiene por sí mismo, sino que los reclama para sí. Las experiencias espirituales de los creyentes no constituyen asuntos aislados. Con esto queremos decir que hay cierta base para dichas experiencias; ninguna de estas experiencias existe por sí misma ni se desarrolla en función de sí misma. Las experiencias en la vida espiritual de los creyentes están totalmente basadas en lo que Dios ha hecho en beneficio de ellos. Estos hechos son el cimiento, la experiencia de estos hechos constituye el resultado, y el proceso requerido para lograr esto es la fe. En otras palabras, los hechos son la causa, la fe es el camino, y la experiencia es el resultado. Así pues, la experiencia de la vida espiritual de los creyentes es simplemente el resultado, el logro final. A fin de que los creyentes lleven una vida espiritual verdaderamente elevada, es indispensable que primero se haya efectuado la obra perfecta del Señor Jesús como la fuente de dicho vivir. Es absolutamente imposible que un creyente, valiéndose de sus propios esfuerzos, sea santificado, venza o muera juntamente con Cristo. La santificación, la victoria, la muerte y demás logros, son experiencias que no se producen como fruto de nuestro propio esfuerzo. Más bien, se producen: (1) al reconocer como válidas en el Señor Jesucristo nuestra santificación, victoria y muerte del yo, y (2) al practicar o aplicar estos hechos creyendo que estamos unidos al Señor Jesús en la vida divina y que, por tanto, estaremos muertos al yo y seremos santos y victoriosos, al igual que el propio Señor Jesús. El Señor Jesús ya ha experimentado todas y cada una de las realidades que nosotros hemos obtenido y que obtendremos. Así pues, reclamar los hechos por fe equivale a reconocer como nuestro todo cuanto el Señor Jesús posee, y aplicar con una actitud y conducta de fe, todo cuanto consideramos como gracia.

  Acerca de esto, nunca debemos olvidar la función que desempeña el Espíritu Santo. ¿Por qué los hechos divinos pasan a formar parte de nuestra experiencia por medio de la fe? Esto se debe a la obra del Espíritu Santo. Si creemos en los hechos divinos revelados en la Biblia y los reclamamos como nuestros, el Espíritu Santo habrá de aplicar a nuestro ser todas las gracias que, en beneficio nuestro, Dios en Cristo ha realizado, haciendo que ellas sean reales para nosotros en nuestra vida diaria. De este modo, los hechos divinos llegan a ser nuestras experiencias personales. Así pues, la fe que reconoce y reclama tales hechos, abre la puerta al Espíritu Santo para que El obre y aplique en nuestras vidas todo lo que el Señor Jesús ha logrado, de modo que obtengamos las experiencias concretas. La obra del Espíritu Santo, pues, está basada en los hechos realizados por Dios. El Espíritu Santo no realiza ningún hecho en beneficio nuestro; El simplemente hace real y práctico en nuestras vidas todo lo que ya ha sido logrado. En Cristo, Dios lo hizo todo y realizó todos los hechos. Lo único que nosotros tenemos que hacer es reconocer y reclamar estos hechos, confiando en que el Espíritu Santo habrá de aplicar en nuestras vidas lo que Dios ha logrado, a fin de que tengamos tales experiencias espirituales.

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