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Mensajes del libro «Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos)»
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SEGUNDA SECCION — LA CARNE

CAPITULO TRES

LA CRUZ Y EL ESPIRITU SANTO

  Muchos creyentes, puede decirse que la mayoría, no fueron llenos del Espíritu Santo en el momento en que creyeron en el Señor. Durante muchos años después de haber creído, todavía siguen en las redes del pecado y han llegado a ser cristianos carnales. Lo que trataremos en la siguiente sección acerca de la manera en que un cristiano carnal puede ser salvo de su carne, se basa en la experiencia de los creyentes de Corinto y de otros en la misma condición. No estamos diciendo que el creyente primero debe creer en la obra substitutiva de la cruz y después creer su obra de identificación. Ya que muchos creyentes no tienen una revelación clara acerca de la cruz desde el principio, sólo han creído la mitad de la verdad, y por esta razón necesitan otra oportunidad para creer la otra mitad. Si el lector ya creyó en los dos aspectos de la obra de la cruz, esta sección no estará relacionada muy estrechamente con él. Pero si como la mayoría, únicamente creyó la mitad de la verdad, esta sección le será de incalculable ayuda. Sin embargo, queremos que el lector entienda claramente que no es necesario creer en los dos aspectos de la cruz por separado. Debido a la falta de fe del hombre, es necesario volver a creer.

LA SALVACION QUE LA CRUZ TRAE

  En Gálatas 5, después de enumerar muchos aspectos de la carne, el apóstol añade: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias” (v. 24). He ahí la salvación. A lo que los creyentes prestan atención es muy diferente a lo que Dios presta atención. Los creyentes se preocupan por “las obras de la carne” (v. 19) que son acciones de la carne. Prestan atención a pecados aislados: el enojo de hoy, los celos de mañana y la disputa de pasado mañana. El creyente se lamenta por un pecado en particular y anhela conseguir la victoria sobre él. Sin embargo, todos estos pecados son frutos del mismo árbol. Mientras se corta una fruta, crece otra. Crecen una tras otra sin parar, hasta que finalmente no hay ningún día de victoria. Dios presta atención a la carne (v. 24), no a las obras de la carne. Si un árbol está muerto, ¿acaso esperamos que lleve fruto? Los creyentes hacen planes para acabar con las ofensas (los frutos), y se olvidan de acabar con la carne (la raíz). Por eso, es inevitable que antes de resolver algún pecado, ya ha surgido otro. Necesitamos ir a la raíz del pecado.

  Los que son niños en Cristo necesitan conocer más profundamente el significado de la cruz, ya que aún son carnales. La obra de Dios consiste en crucificar juntamente con Cristo el viejo hombre de los creyentes, ya que los que son de Cristo “han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. No importa si se trata de la carne o de sus poderosos deseos, todo ello fue clavado en la cruz. Por medio de la cruz del Señor los pecadores obtuvieron la regeneración y supieron que habían sido redimidos de sus pecados. Ahora, también por medio de la cruz los creyentes que son niños carnales, aunque tal vez hayan sido regenerados hace muchos años, pueden obtener la salvación y ser librados del dominio de la carne, para poder andar según el Espíritu Santo y ya no andar según la carne; de este modo podrán llegar a ser hombres espirituales en poco tiempo.

  La caída del hombre está en contraste con la obra de la cruz, ya que la salvación que ésta proporciona es justamente el remedio para aquélla. Una es la enfermedad, y la otra es la cura; así que, se contraponen la una a la otra. Por un lado, el Salvador murió en la cruz por el pecador a fin de redimirlo de su pecado para que el Dios santo pueda perdonarlo legalmente; por el otro, el pecador, habiendo muerto junto con el Salvador en la cruz, ya no es gobernado por la carne. Sólo esto puede hacer que el espíritu del hombre recupere su propio dominio, que el cuerpo sea su servidor externo y que el alma sea su intermediario. De este modo, el espíritu, el alma y el cuerpo son restaurados a su condición original.

  Si desconocemos el significado de la muerte que describimos en este versículo, no podremos recibir la salvación. El Espíritu Santo debe revelarnos esto.

  “Los que son de Cristo Jesús” son todos los que creen en el Señor. Todos los que creen en El y fueron regenerados le pertenecen. No importa cuál sea su nivel espiritual ni cuánto se esfuerce, si ya fue libre del pecado ni si fue plenamente santificado ni si ha sido vencido por la lujuria; lo que cuenta es si uno está unido a Cristo en la esfera de la vida. En otras palabras, ¿fue regenerado? ¿Creyó en el Señor Jesús como Salvador? Si uno creyó, no importa cuál sea su condición espiritual, si es victorioso o está derrotado, ya crucificó la carne.

  Lo importante no es la ética ni la espiritualidad, ni el conocimiento ni las obras; sólo cuenta si uno pertenece a Cristo o no. Si uno le pertenece a El, ya crucificó la carne; no es que está crucificando ni que crucificará, sino que ya crucificó la carne.

  Necesitamos la perspectiva correcta. Este versículo no habla de la experiencia, independientemente de cuál sea, sino que establece un hecho. “Los que son de Cristo Jesús”, ya sean débiles o fuertes, “han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Uno podrá decir que todavía peca, que el mal genio persiste y que las pasiones siguen siendo muy fuertes; pero Dios dice que ya fuimos crucificados. No prestemos atención a nuestras experiencias presentes. Fijemos nuestra atención en lo que Dios dice. Si no escuchamos ni creemos Su Palabra, y nos centramos en nuestras experiencias diarias, jamás viviremos la realidad de que nuestra carne ya fue crucificada. No prestemos atención a nuestros sentimientos ni a lo que experimentamos. Dios dice que nuestra carne fue crucificada, esto significa que es un hecho que lo fue. Primero tenemos que escuchar y creer la Palabra de Dios, después lo experimentaremos personalmente. Dios dice que nuestra carne ya fue crucificada. Debemos responder: “¡Amen! Sí, mi carne fue clavada en la cruz”. Al hacer esto, veremos que nuestra carne verdaderamente fue crucificada.

  Entre los creyentes de Corinto había adulterio, celos, pleitos, divisiones, litigios, y practicaban muchos otros pecados. Eran carnales, pues eran niños en Cristo; aún así, seguían siendo de Cristo. ¿Se puede decir que la carne de estos creyentes había sido verdaderamente crucificada? Sí, hasta la carne de estos creyentes tan carnales fue crucificada. ¿Cómo puede ser eso?

  Tengamos presente que la Biblia no nos dice que nos crucifiquemos. Sólo nos dice que fuimos crucificados. No necesitamos crucificarnos a nosotros mismos, pues ya lo fuimos con el Señor Jesús (Gá. 2:20; Ro. 6:6). Si fuimos crucificados juntamente con Cristo cuando El fue clavado en la cruz, entonces nuestra carne también fue clavada en la cruz. Esto no significa que nos crucificamos a nosotros mismos, sino que cuando El Señor Jesús fue crucificado nos llevó en Su cruz. Por lo tanto, a los ojos de Dios, nuestra carne ya fue crucificada; esto ya se llevó cabo y es un hecho. No importa si la persona lo experimenta o no, la Palabra de Dios dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne”. Si deseamos tener la experiencia de la crucifixión de la carne, no debemos prestar atención a nuestras experiencias. Por supuesto, tener experiencias no es malo, pero pueden estorbar para que no asumamos nuestra posición. Debemos creer la Palabra de Dios. El dijo que mi carne ya fue crucificada. Creo que mi carne verdaderamente fue crucificada. Dios lo afirma, y yo confieso que la Palabra de Dios es verdad. Así tendremos la experiencia. Primero debemos prestar atención al hecho que Dios estableció, y luego prestamos atención a la experiencia personal.

  Ante Dios, la carne de los corintios había sido crucificada con el Señor Jesús, pero ellos no habían tenido esa experiencia. Quizás esto se debía a su ignorancia de los hechos establecidos por Dios. Por lo tanto, el primer paso para que recibamos la salvación es ponerle fin a la carne en conformidad con el punto de vista de Dios. No es que la carne va a ser crucificada, sino que ya fue clavada en la cruz, no según lo que vemos, sino lo que creemos, a saber, la Palabra de Dios. Si estamos firmes en el hecho de que la carne fue crucificada podremos, en nuestra experiencia, ponerle fin. Si no abandonamos nuestro interés por progresar espiritualmente y si no permanecemos firmes en este hecho, dando por sentado que en toda circunstancia nuestra carne ya fue crucificada, no podremos experimentar ese hecho. Los que quieran tener la experiencia, no deben centrarse primeramente en sus experiencias; sólo deben creer la Palabra de Dios. De esta manera, pueden obtener la experiencia.

EL ESPIRITU SANTO Y LA EXPERIENCIA

  “Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones por los pecados ... operaban en nuestros miembros a fin de llevar fruto para muerte. Pero ahora estamos libres ... por haber muerto...” (Ro. 7:5-6). A esto se debe que la carne ya no pueda dominarnos.

  Ya creímos y confesamos que nuestra carne fue crucificada. Sólo ahora, y no antes, podemos prestar atención a nuestra experiencia. Aunque ahora ponemos atención a la experiencia, aún así, nos aferramos firmemente a los hechos que tenemos ante Dios, ya que lo que Sus logros y la experiencia que tenemos de ellos, son dos cosas inseparables.

  Dios ya hizo lo que podía hacer; ya lo logró todo. Ahora nos preguntamos qué haremos con lo que El logró y cuál será nuestra actitud ante lo que El llevó a cabo. El crucificó nuestra carne, no en teoría, sino en realidad. Si creemos y ejercemos nuestra voluntad para escoger lo que Dios hizo por nosotros, eso mismo se convertirá en nuestra experiencia en vida. No se nos pide que hagamos nada, porque Dios ya lo hizo todo. No se nos exige que crucifiquemos nuestra carne, porqueDios la crucificó. Ahora la pregunta es: ¿Creemos que esto es verdad? ¿Queremos que se lleve a cabo en nuestra vida? Si lo creemos y lo deseamos, debemos cooperar con el Espíritu Santo para obtener esta experiencia. En Colosenses 3:5 dice: “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales”. Esta es la manera de llegar a la experiencia. La palabra “pues” comunica este versículo con lo anterior. El versículo 3 dice: “Porque habéis muerto”. Esto fue lo que Dios logró para nosotros. “Porque habéis muerto”. “Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales”. La primera afirmación es un hecho que nos concede dicha posición en Cristo. La segunda oración es la experiencia que tenemos. Podemos ver la relación entre estas dos. El fracaso que los creyentes tienen en la carne se debe a que no ven la relación de estas dos muertes. Algunos sólo quieren poner fin a su carne, prestando atención primeramente a las experiencias que tienen de la muerte, pero cuanto más tratan de dar muerte a su carne, más se aviva ésta. Otros reconocen la verdad de que su carne fue crucificada juntamente con Cristo, pero no buscan la realidad práctica de ello. En ninguno de estos casos llegan a experimentar la crucifixión de la carne.

  Si deseamos hacer morir nuestros miembros, debemos tener una base. De no ser así, aunque anhelemos tal experiencia, confiando vanamente en nuestros propios esfuerzos, no la obtendremos. Los creyentes que saben que la carne murió con el Señor y no aplican lo que el Señor logró por ellos, descubrirán que el conocimiento solo también es inútil. Para hacer morir nuestra carne, debemos primero identificarnos con la muerte de Cristo. Sobre dicha identificación, debemos hacer morir nuestra carne. Estos dos pasos deben ir juntos y se respaldan el uno al otro. Si sólo estamos satisfechos con conocer el hecho de nuestra identificación con Su muerte, pensando que todo es espiritual y que la carne ya llegó a su fin, nos engañamos a nosotros mismos. Del mismo modo, si al hacer morir las obras malignas de la carne, les prestamos demasiada atención y no tomamos la actitud de que nuestra carne murió, esto también será en vano. Si al hacer morir la carne, olvidamos que la muerte ya tuvo lugar, no podremos hacer morir nada. “Habéis muerto”. Yo ya morí con el Señor Jesús porque cuando El murió, crucificó allí mi carne. “Haced morir, pues”, ahora debe ser parte de nuestra experiencia, aplicando la muerte del Señor Jesús, haciendo morir todas las prácticas de nuestros miembros. “Haced morir” está basado en “habéis muerto”. Haced morir significa aplicar la muerte del Señor Jesús para ejecutar la sentencia de muerte sobre cada miembro. La muerte del Señor es la muerte que tiene mayor autoridad, es la más letal, y nada que se le enfrente puede sobrevivir. Ya que estamos identificados con esa muerte, si alguno de nuestros miembros es tentado y la lujuria comienza a activarse, podemos aplicar esta muerte para darle fin a ese miembro y hacer que muera instantáneamente.

  Nuestra unión con Cristo en Su muerte se convierte en una realidad en nuestro espíritu. (La muerte de Cristo es la muerte más poderosa y activa). Ahora lo que debe hacer el creyente es echar mano de la muerte que se encuentra en su espíritu, para ponerle fin a todas las actividades en sus miembros, ya que la lujuria que hay en ellos puede operar en cualquier momento. Esta muerte espiritual no se produce de una vez por todas. Si el creyente no está alerta y pierde la fe, la carne opera de nuevo. Si un creyente desea ser totalmente conformado a la muerte del Señor, debe hacer morir sin cesar las prácticas de sus miembros, para que lo que está en su espíritu se extienda a su cuerpo.

  Pero, ¿cómo podemos tener el poder para aplicar la muerte del Señor a nuestros miembros? En Romanos 8:13 dice: “Si por el Espíritu hacéis morir lo hábitos del cuerpo...” Si el creyente desea hacer morir las prácticas del cuerpo, debe depender del Espíritu Santo para hacer que su identificación con la muerte de Cristo llegue a ser su experiencia; y cuando hace morir las prácticas de su cuerpo por medio de la muerte del Señor, debe creer que el Espíritu Santo hará que la muerte de la cruz sea real en esas prácticas. La crucifixión de la carne de los creyentes juntamente con Cristo es un hecho consumado. No hay necesidad de crucificar la carne de nuevo. Pero si las prácticas malignas del cuerpo parecen surgir de nuevo, el Espíritu Santo aplicará la muerte que la cruz del Señor Jesús obtuvo en nuestro favor, para que cada práctica maligna sea eliminada por el poder de la muerte del Señor. Las prácticas malignas de la carne están listas para manifestarse continuamente y en todo lugar. Por lo tanto, si el Espíritu no llena con el poder de la santa muerte del Señor Jesús al creyente, éste no podrá vencer. Pero si el creyente da muerte de esta manera a las prácticas de su carne, entonces el Espíritu Santo que lo habita logrará el propósito de Dios en él, que consiste en que el cuerpo de pecado sea anulado (6:6). Cuando uno que es niño en Cristo conoce esta cruz, puede ser librado del dominio de la carne y unirse al Señor Jesús en la vida de resurrección.

  De aquí en adelante, el creyente debe andar por el Espíritu y así no satisfará los deseos de la carne (Gá. 5:16). Debemos comprender que no importa cuánto ha sido arraigada y cimentada en nuestra vida la muerte del Señor, no podemos pensar ni por un momento que ya no tenemos que vigilar a fin de impedir que las prácticas de nuestros miembros nos perturben. Cuando un creyente no anda por el Espíritu ni es guiado por El, inmediatamente anda en la carne. La verdadera condición de la carne, según lo revela Dios en Romanos 7 después del versículo 5, es la condición típica del creyente. Si por un momento el creyente deja de andar por el Espíritu, inmediatamente llega a ser la clase de persona allí descrita. Ya que Romanos 7 se encuentra entre el capítulo seis y el capítulo ocho, algunos afirman que una vez que el creyente ha pasado por el capítulo siete y ha experimentado el Espíritu de vida en el capítulo ocho, el capítulo siete llega a ser historia. Pero en realidad el capítulo siete y el capítulo ocho son paralelos y simultáneos. Si el creyente no anda según el Espíritu Santo, según el capítulo ocho, automáticamente se encuentra en la experiencia del capítulo siete. El apóstol Pablo dice en Romanos 7:25: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. “Así que”, es la conclusión a la descripción de las experiencias relatadas antes de 7:25. Antes del versículo 24 él era un fracaso. Llega a ser victorioso en el versículo 25. Pero sólo después de fracasar y obtener la victoria dice: “Con la mente yo mismo sirvo a le ley de Dios”, lo cual significa, que lo que Dios desea es esta nueva vida. “Con la carne a la ley del pecado” significa que a pesar de servir a la ley de Dios con su mente, de todos modos su carne siempre sirve a la ley del pecado. Independientemente del grado al que había sido librado de la carne, ésta seguía sirviendo a la ley del pecado (v. 25). Esto indica que la carne siempre es carne. No importa cuánto haya crecido uno ni cuánto haya sido cimentada nuestra vida en el Espíritu Santo, la naturaleza de la carne no cambia, pues sigue sirviendo a la ley del pecado. Así que, aunque no andemos según la carne y seamos guiados por el Espíritu de Dios (8:14) y seamos librados de la opresión de la carne, necesitamos constantemente hacer morir las prácticas del cuerpo y andar en conformidad con el Espíritu Santo.

LA EXISTENCIA DE LA CARNE

  Necesitamos comprender que aun cuando podamos hacer morir la carne y anularla (en el griego el significado es “destruir” en Ro. 6:6), de todos modos sigue existiendo. Es un grave error pensar que ya eliminamos la carne y que el pecado fue desarraigado de nosotros. Esta doctrina desvía a las personas. La vida regenerada no modifica a la carne. Es decir, nuestra crucifixión juntamente con Cristo no hace que la carne desaparezca. El Espíritu Santo, quien mora en nuestro espíritu, no obliga a las personas a que dejen de andar según la carne. La carne o “la naturaleza carnal”, como la llaman algunos, siempre existe en el creyente. Siempre que el creyente cree las condiciones para que actúe, ella opera inmediatamente.

  Ya vimos cómo el cuerpo del hombre está asociado con la carne. Mientras estemos unidos a este cuerpo, no podremos separarnos de nuestra carne a tal grado que no tenga posibilidad de operar de nuevo. Lo que es nacido de la carne, carne es. Antes de la transfiguración de este cuerpo corrupto que recibimos de Adán, no hay manera de que la carne sea erradicada de nuestro interior. Nuestro cuerpo aún no ha sido redimido (Ro. 8:23). Por lo tanto, tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor para experimentar esta redención (1 Co. 15:22-23, 42-44, 51-56; 1 Ts. 4:14-18; Fil. 3:20-21). Por eso, mientras permanezcamos en este cuerpo, ni por un día debemos dejar de velar en contra de las actividades de la carne en él.

  Debemos estar conscientes de que nuestro andar puede ser, cuando mucho, como el de Pablo, quien dijo: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne” (2 Co. 10:3). Debido a que aún estaba en su cuerpo, seguía andando en la carne. Pero debido a la corrupción y la perversidad de la carne y su naturaleza, el no militaba según la carne. Aunque aún estaba en la carne, no andaba según la carne (Ro. 8:4). A menos de que un creyente sea librado de su cuerpo físico, no le será posible, por ningún medio, separarse de su carne. El vive físicamente en la carne (Gá. 2:20). Desde la perspectiva espiritual, él no milita según la carne. Si Pablo aún tenía una carne según la cual militar (aunque no lo hacía), ¿quién se atrevería a afirmar que no tiene carne? En consecuencia, vemos que la cruz y el Espíritu Santo son necesarios en todo momento.

  Debemos prestar atención especial a este punto. De no ser así, los creyentes caerán en la hipocresía o en la negligencia, pensando que su carne ya fue terminada y que, por ende, son perfectamente santos y no tienen que vigilar. Es un hecho que los hijos de padres regenerados y santificados también son carne y necesitan ser regenerados igual que todos los demás. Nadie puede decir que los hijos de padres santificados no son carne y que no necesitan ser regenerados. El Señor Jesús dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). Esto prueba que el que engendra ¡también es carne! La carne sólo da a luz carne. El hecho de que los hijos son carne demuestra que los padres todavía no son libres de la carne. La razón por la cual los santos transmiten la naturaleza caída a sus hijos es que ésa es su naturaleza originalmente. No es posible que transmitan la naturaleza divina que recibieron en la regeneración, ya que no les pertenece, pues la obtuvieron individualmente mediante la gracia de Dios. Los hijos de los creyentes poseen la naturaleza pecaminosa porque los creyentes mismos tienen una naturaleza pecaminosa que les transmiten. Esto prueba que la naturaleza pecaminosa aún existe en los creyentes.

  Desde esta perspectiva, vemos que una nueva creación en Cristo nunca recupera, en esta vida, la posición que Adán tenía antes de la caída, por el simple hecho de que su cuerpo no ha sido redimido (Ro. 8:23), sin mencionar otras cosas. Inclusive, una persona que está en la nueva creación todavía tiene tanto la naturaleza pecaminosa como la carne. Algunas veces sus sentimientos y sus deseos no son perfectos y son menos nobles que los de Adán antes de que pecara. A menos que la carne del hombre sea eliminada desde su interior, nunca podrá tener sentimientos, deseos ni amor perfectos. El hombre jamás puede llegar a estar por encima de la posibilidad de pecar, puesto que la carne todavía existe. Si el creyente no anda según el Espíritu Santo y le da lugar a la carne, ésta de nuevo ejercerá su dominio. Sin embargo, no debemos menospreciar la salvación lograda por Cristo. Hay muchos pasajes en la Biblia que nos dicen que todo lo que es nacido de Dios no puede pecar. Esto significa que todo aquel que nace de Dios y se llena de Dios no está inclinado a pecar, lo cual no significa que no haya posibilidad de pecar. Cuando decimos que la madera flota, significa que la madera no tiende a hundirse, no que sea imposible sumergirla, ya que si se remoja por varios días, puede hundirse. Hasta la mano de un niño puede hundirla. Pero la madera por naturaleza tiende a flotar. De la misma manera, Dios nos salvó hasta el punto de que no estamos inclinados a pecar, pero no nos ha salvado hasta el punto en que seamos incapaces de pecar. Si un creyente permanece inclinado al pecado, ello demuestra que aún es carnal y que no ha experimentado la salvación completa. El Señor Jesús opera en nosotros para que no estemos inclinados al pecado, pero al mismo tiempo, nosotros debemos estar alerta, pues si somos contaminados por el mundo y tentados por Satanás, existe la posibilidad de que pequemos.

  El creyente debe darse cuenta de que, por un lado, es una nueva creación en Cristo, el Espíritu Santo mora en su espíritu, la muerte de Jesús opera en él y además tiene la vida santificadora, pero, por otro lado, todavía posee la carne pecaminosa y puede experimentar su existencia y su inmundicia. Posee una vida santificadora debido a que el Espíritu Santo juntamente con la muerte de la cruz hacen morir las prácticas de sus miembros para que la carne no actúe, mas esto no indica que la carne no esté en él. Después de ver el hecho de que un creyente transmite su naturaleza pecaminosa a sus hijos, comprendemos que lo que obtenemos no es la perfección natural que tenía Adán cuando aún no había pecado. Y también sabemos que la existencia de la carne no impide que los creyentes sean santificados.

  Todos los creyentes deben admitir que aún los que son más santos también tienen momentos de debilidad. Pueden entrar pensamientos pecaminosos inadvertidamente en sus mentes; pueden proferir palabras indeseables sin querer; pueden sentir que es difícil someter su voluntad al Señor, y pueden incluso confiar en sí mismos. Todo ello es obra de la carne. Si el creyente se mantiene sujeto a Cristo, y no da lugar a la carne, su experiencia de vencer a la carne perdurará. El creyente debe saber que la carne puede volver en cualquier momento a ejercer su poder. La carne no es erradicada del cuerpo, pero como nos presentamos al Señor (Ro. 6:13), el cuerpo ya no está bajo el dominio de la carne y es regido por el Señor. Si un creyente anda según el Espíritu Santo (esto se refiere a no permitir que el pecado domine nuestro cuerpo, v. 12), no importa qué planee el pecado, no podrá hacerle tropezar, y se mantendrá siempre libre. De este modo, el cuerpo no es gobernado por la naturaleza pecaminosa y es libre para ser el templo del Espíritu Santo y llevar a cabo la obra santa de Dios. La manera en que los creyentes obtienen su libertad es la misma que los mantiene libres. Los creyentes obtienen la libertad debido a que respondieron a Dios con un fuerte “sí”, y a la carne con un fuerte “no”, aceptando la muerte del Señor. Durante el transcurso de esta vida, mientras estén en el cuerpo, este “sí” a Dios y “no” a la carne debe continuar. Ningún creyente puede llegar al punto donde no pueda ser tentado. Debido a esto, es necesario un buen discernimiento, velar, orar y, algunas veces, ayunar para saber cómo andar según el Espíritu Santo.

  Sin embargo, el creyente no debe restringir el propósito de Dios, ni disminuir su propia esperanza. Aunque no debe pecar es posible que peque. El Señor Jesús murió por nosotros y crucificó nuestra carne juntamente con El, y el Espíritu Santo mora en nosotros a fin de manifestar en nosotros la realidad de lo que el Señor Jesús logró. Tenemos la posibilidad de no ser gobernados por la carne. Su existencia es un llamado a velar, pero no debe hacer que nos rindamos. La cruz eliminó por completo la carne. Si estamos dispuestos a hacer morir, por el Espíritu Santo, las prácticas de nuestro cuerpo, experimentaremos lo que logró la cruz. “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir, mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis” (Ro. 8:12-13). Puesto que Dios nos concedió semejante gracia y tan grande salvación, si cometemos el error de vivir según la carne, la responsabilidad recae sobre nosotros. Ya que tenemos tal salvación, no somos deudores a la carne ni estamos obligados a pagarle nada. Si todavía vivimos según la carne, es porque queremos, no porque tengamos que hacerlo.

  Muchos santos que ya tienen cierta madurez tiene largos períodos de victoria completa. La carne existe, pero sus efectos son anulados. Su vida, naturaleza y actividad, ha sido eliminada por los creyentes, quienes son uno con la muerte del Señor mediante el Espíritu Santo, para que la carne, aunque exista, sea como si no existiera. Dado que la obra de hacer morir la carne es tan profunda y tan aplicable, y ya que el creyente es tan fiel en seguir al Espíritu Santo de una manera constante, la carne no tiene poder para resistir y no tiene mucha fuerza para estimular al creyente, aunque ella sigue presente en él. Esta victoria completa sobre la carne está al alcance de todos los creyentes.

  He aquí una advertencia: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Puesto que la salvación es completa, no hay excusa alguna para rechazarla. Todo lo mencionado en este versículo depende de esas dos condiciones. Dios por Su parte no puede hacer nada más, pues ya lo logró todo. Ahora todo depende del hombre y de su respuesta a la obra de Dios. Aunque hayamos sido regenerados, si vivimos conforme a la carne, moriremos, perderemos nuestra vida espiritual y viviremos como si estuviéramos muertos. Si vivimos por el Espíritu, también debemos morir en la muerte de Cristo. Si por la muerte de Cristo hacemos morir todas las prácticas de la carne, experimentaremos la verdadera muerte. Pero si no morimos de esta manera, moriremos de la otra. De todos modos moriremos. ¿Cuál muerte preferimos? Cuando la carne vive, el Espíritu Santo no puede vivir. Entonces, ¿cuál de los dos deseamos que viva? Dios dispuso que nuestra carne con todo su poder y sus actividades queden bajo el poder de la muerte del Señor Jesús en la cruz. Lo único que necesitamos es la muerte. Hablemos menos de la vida y mencionemos primero la muerte, porque si no hay muerte, no hay resurrección. ¿Estamos dispuestos a obedecer la voluntad de Dios? ¿Estamos dispuestos a permitir que la cruz de Cristo sea nuestra experiencia? Si es así, debemos, por medio del Espíritu Santo, hacer morir todas las prácticas del cuerpo.

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