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Mensajes del libro «Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La»
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CAPÍTULO TRECE

LA OBRA DEMOLEDORA DE DIOS Y SU OBRA DE EDIFICACIÓN

  Lectura bíblica: Ef. 4:11-13, 15-16; Col. 3:10-11; Ef. 2:15b

LA IGLESIA COMO LA PLENITUD DE CRISTO

  La iglesia es la plenitud de Cristo que expresa a Cristo; siempre que Cristo sea expresado, la realidad de la iglesia estará presente allí. Sin embargo, Cristo no puede ser expresado por medio de un grupo de creyentes que apenas son salvos. Las epístolas de Pablo nos muestran que la iglesia, como la plenitud de Cristo, necesita experimentar mucha edificación. Los creyentes que aún no han sido edificados por Dios solamente han sido salvos. Aunque puedan llamarse la iglesia en nombre y en posición, carecen de realidad y de expresión. Los creyentes que no hayan pasado por un buen número de experiencias en las que Dios se ha edificado en ellos, no pueden ser la plenitud de Cristo, y la expresión de Cristo entre ellos será muy limitada. Es posible que no expresen a Cristo en sus reuniones aun cuando sean muy fervientes y diligentes.

LOS ELEMENTOS NATURALES NO SON DE CRISTO

  En las organizaciones sociales hay personas que se entusiasman mucho con poder brindar una asistencia social, y le prestan un servicio al público con diligencia. Este tipo de cualidades, que provienen del ser natural del hombre, no contienen el elemento de Cristo; en lugar de ello, contienen el elemento de Adán. Todo lo que tenemos en lo natural proviene de Adán. No sólo los elementos negativos provienen de Adán, sino también los positivos. Por lo general pensamos que una vez que somos salvos, debemos rechazar los elementos negativos de Adán y conservar los positivos, e incluso introducirlos en la iglesia. Así pues, si por naturaleza somos personas mansas, compasivas, magnánimas, caritativas, diligentes y condescendientes, introducimos tales cosas en la iglesia después de que somos salvos porque pensamos que estas cualidades agradan a Dios. Sin embargo, estos elementos aún pertenecen a Adán. Quizás los demás nos elogien y nos sintamos agradecidos con Dios, pensando que estas virtudes son el resultado de la operación de Dios en nosotros. Pero eso no es cierto. Debemos comprender que los elementos que poseíamos antes de ser salvos son naturales, no espirituales, pues provienen de Adán, un ser creado, y no del Cristo resucitado. Por consiguiente, nunca debemos pensar que nuestras cualidades naturales provienen de Cristo.

  La salvación de Cristo se puede ver hasta cierto punto en un hermano recién salvo; sin embargo, hablando con propiedad, es difícil detectar el elemento de Cristo en él. Aunque Cristo vive en él y él posee la vida de Cristo, debemos reconocer que no hay mucho de Cristo que haya sido forjado en él ni se expresa por medio de él. Aunque la salvación que ha experimentado por medio del arrepentimiento lo ha librado de los pecados más graves, él aún es incapaz de expresar mucho del elemento de Cristo. Aunque se siente agradecido con Dios, ama la iglesia y le gusta relacionarse con los santos, no tiene mucho del elemento de Cristo que se manifieste en él. Esto se debe a que no ha sido edificado, a que no tiene mucho de Cristo edificado en él. Si bien se ha arrepentido y es un creyente, sin embargo, Cristo no ha sido edificado en él ni tampoco se expresa por medio de él.

  Por un lado, reconocemos el hecho de que es salvo y testificamos que esto es la obra que Cristo, por Su gracia, ha hecho en él; por otro, debemos comprender que no hay mucho de Cristo en él. Su gozo y exultación son la obra de Cristo, pero sólo tienen una pequeña medida de Cristo. Supongamos que un hermano recién salvo da un testimonio, muy lleno de regocijo y exultación. No obstante, si alguien le dijera: “Tú acabas de ser salvo, y ahora necesitas leer más la Biblia y orar más”, probablemente su semblante le cambiaría y se sentiría descontento. Este cambio en su semblante es la expresión de Adán. Mientras testificaba, podíamos ver a Cristo en él, pero ahora que se muestra descontento, nos damos cuenta de que no tiene mucho del elemento de Cristo.

  Es necesario que la obra de edificación opere mucho en una persona para que Cristo se manifieste en ella. No podemos esperar que alguien que ha sido salvo en la mañana exprese a Cristo al mediodía. Probablemente exprese a Cristo en la mañana, y manifieste a Adán en la tarde, y luego exprese la carne en la noche. En 2 Corintios 5:17 dice: “Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. Sin embargo, Colosenses 3:10a dice: “Y vestido del nuevo, el cual [...] se va renovando”. Un creyente debe experimentar la obra de edificación de Dios. Podemos comparar esto al nuevo hombre, el cual, aunque ya nos fue puesto, aún se está renovando.

  Desde la perspectiva de Dios todo es nuevo, y la Nueva Jerusalén ya ha sido edificada; sin embargo, desde la perspectiva humana, aún no nos hemos despojado completamente del viejo hombre, sino que seguimos vestidos de él. Por consiguiente, es necesario que pasemos por un proceso. Si bien es cierto que somos salvos y tenemos a Cristo en nuestro interior, externamente seguimos siendo Adán. Podemos comparar a Adán a una gruesa capa de caucho que nos envuelve. Sin embargo, hay un tesoro escondido en nosotros, que es Cristo mismo. En un instante Cristo entra en nosotros en el momento de nuestra salvación, pero no es tan sencillo que Cristo salga y se manifieste en nosotros. Para ello es necesario que nos sean quitadas las capas de la vieja creación, una por una. Sólo entonces Cristo podrá salir de nosotros y expresarse por medio nuestro.

CRISTO SE EDIFICA EN NOSOTROS AL DERRIBARNOS

  La edificación que Cristo realiza en nosotros es problemática para Dios y complicada para la iglesia. En las Epístolas la edificación se refiere a que Cristo se forje en nuestro ser y se exprese por medio de nosotros. El Cristo que hemos ganado no sólo tiene la plenitud dentro de Sí, sino que Él mismo es la plenitud. Así que, la plenitud ahora está en nosotros; sin embargo, la pregunta es si la plenitud puede expresarse. La plenitud no podrá expresarse simplemente porque oremos o porque ofrezcamos palabras de alabanza y acciones de gracias. Para que la plenitud pueda manifestarse por medio nuestro, primero tenemos que ser edificados. Sin la edificación, la plenitud no podrá ser expresada.

  El aspecto más importante de la edificación es la obra demoledora. Si nada es derribado en nosotros, Cristo jamás podrá expresarse por medio de nosotros; si nada es derribado en nosotros, la plenitud de Cristo que está dentro de nosotros no podrá expresarse; si nada es derribado en nosotros, Cristo no podrá ser edificado en nosotros. Efesios 4 nos muestra que Dios dio a la iglesia diferentes personas, diferentes dones, con sus respectivos ministerios, para la edificación del Cuerpo de Cristo, esto es, para que Cristo sea edificado en nosotros y pueda expresarse por medio de nosotros. Así pues, Él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, y a otros como pastores y maestros (v. 11). La única obra que realizan en la iglesia es la de edificar el Cuerpo de Cristo.

  Por lo tanto, la edificación de Dios en nosotros se lleva a cabo por medio de estos cinco dones. Muchos hermanos y hermanas sirven al Señor con mucho entusiasmo y de una manera viviente después de ser salvos. Ellos pueden testificar de la presencia y la bendición del Señor. No obstante, aunque manifiestan mucho entusiasmo y fervor, una persona que conoce al Señor puede sentir que entre ellos no se manifiesta mucho de la plenitud de Cristo. Esto significa que el Cuerpo de Cristo no se manifiesta mucho entre ellos. Si una persona posee un ministerio, ha sido comisionada por Dios y tiene experiencia en el Señor, por haber sido disciplinada y quebrantada por Dios, de tal modo que Dios se ha edificado en ella, dicha persona podrá discernir entre el entusiasmo y Cristo, y entre el fervor y Cristo. Podrá discernir si el entusiasmo humano es simplemente el fervor que tiene alguien que ama al Señor o si es Cristo mismo.

  En el norte de China algunos hermanos jóvenes que amaban al Señor predicaron el evangelio para mantener el testimonio del Señor. Algún tiempo después decidieron alquilar un local para tener reuniones, a fin de servir al Señor juntos. Sin embargo, tuvieron problemas porque algunos insistían en alquilar un edificio de dos plantas, mientras que otros insistían en alquilar uno de una sola planta. Así pues, hubo una discusión entre ellos respecto a si debían alquilar un edificio de dos plantas o de una sola planta. Ambas partes fueron tan insistentes que terminaron por no seguir reuniéndose juntos. Así que, además de no alquilar el edificio, dejaron de reunirse juntos. ¿Qué es esto? Ellos eran un grupo de santos fervientes que amaban al Señor y estaban muy deseosos por predicar el evangelio y dar testimonio de Cristo por causa del Señor, pero se dividieron como resultado de las diferencias que tuvieron en sus opiniones. Esto nos muestra que el celo que tenían para predicar el evangelio no era Cristo; no era el Cristo que se había edificado en ellos y se expresaba por medio de ellos.

  Por favor, tengan presente que nuestro amor fervoroso por el Señor y nuestro servicio diligente no necesariamente provienen de Cristo. Si nuestras acciones provienen de Cristo, podremos resistir cualquier prueba, oposición, represión o disciplina. Si nuestras acciones son nacidas de Cristo, seremos condescendientes con los demás. Cuanto más nuestras acciones sean nacidas de Cristo, más podremos complacer a los demás, de tal modo que podremos reunirnos en un edificio de una sola planta o en un edificio de dos plantas; cualquiera de estas dos opciones nos parecerá bien. Podremos complacer a los demás al grado de no tener más opiniones ni sentimientos propios; de hecho, no insistiremos en nada.

  El hecho de que Cristo brote de nuestro interior no es algo que forma parte de nuestra constitución natural, ni es algo que obtenemos en el momento de nuestra salvación. En el momento en que somos salvos, sentimos gozo y paz, y también amamos al Señor. Sin embargo, esto quizás no sea el Cristo que brota de nosotros. Para tener el elemento de Cristo, necesitamos pasar por la edificación. Una persona que ha sido quebrantada por el Señor puede sentir si el entusiasmo y el fervor de los hermanos y hermanas son como nubes que con el tiempo desaparecen. Pero cuando ella habla por el Señor, pone su confianza en la gracia del Señor y en el poder del Espíritu Santo para que sean derribados su entusiasmo, fervor y amor natural que tiene para el Señor. Esta clase de hablar producirá dos resultados. El primero es que algunos santos reciben misericordia en su interior y son iluminados por el Espíritu Santo, de tal modo que se dan cuenta de que su entusiasmo, su fervor, su diligencia y su amor, proceden de su ser natural, y no de Cristo. Al ser iluminados de esta manera, ellos son quebrantados y derribados, pues condenan el fervor, el entusiasmo y la diligencia. Ven que estas cosas no proceden de Cristo mismo, sino que han reemplazado a Cristo, han usurpado el lugar que le corresponde a Cristo y aun están en contra de Cristo. Los santos que reciben misericordia de parte del Señor son alumbrados en su interior, de tal modo que ven lo que procede del hombre y lo que procede de Cristo.

  El segundo resultado es que otros santos rechazarán la gracia y estarán en desacuerdo con el mensaje. Probablemente piensen: “¿Qué hay de malo con amar al Señor? ¿Qué hay de malo con que nos sintamos entusiasmados? ¿Qué de malo hay con que seamos fervientes?”. Pero apenas estos santos afronten oposición, dejarán de estar entusiasmados y fervientes, y en lugar de ello, se deprimirán y simplemente se apartarán. Por consiguiente, después de ver la luz, el hombre natural de algunos santos se deprimirá y derrumbará. Otros, por el contrario, por rechazar la luz, también se deprimirán y se derrumbarán, y como resultado, ya no sentirán más su entusiasmo natural.

  Una persona que es dotada y tiene un ministerio debe realizar la obra de derribar, como también la obra de edificar. Debe derribar las cosas que provienen del hombre, y debe edificar las cosas que provienen de Cristo. Cuando un grupo de santos experimentan la obra demoledora de Dios, quizás no se sientan muy vivientes ni entusiasmados, ni amen al Señor como solían hacerlo. Sin embargo, después de cierto periodo de tiempo, tocarán algo de Cristo, algo sólido en su interior. Ésta es una porción del elemento de la plenitud de Cristo que se expresa por medio de ellos.

  Cuando los santos se reúnen juntos, a menudo se muestran muy entusiasmados y activos. Este entusiasmo y afán es muy perjudicial para los cristianos. Cuando una persona no ama al Señor, se muestra indiferente a todo, pero tan pronto como se despierta en ella el amor hacia el Señor, lo que más puede perjudicarlo es que se entusiasme mucho y se vuelva activo. A menudo las personas consideran que estar entusiasmados y activos es una señal de espiritualidad, y no se dan cuenta de que Dios realiza en nosotros la obra de derribar todo nuestro entusiasmo y actividad. Cristo es viviente, no es uno que está ocupado; Cristo es fuerte, no es uno entusiasmado. Una persona puede estar llena de Cristo, llena de Su vigor, mas no estar ocupada ni entusiasmada. Si entendemos los asuntos espirituales, podremos discernir lo que es espiritual y lo que es entusiasmo, como también lo que proviene de Cristo mismo y lo que proviene del entusiasmo. Aquello que no ha sido derribado es únicamente entusiasmo y afán. Únicamente aquello que ha sido derribado y edificado es algo sólido, espiritual, y que proviene de Cristo.

LA OBRA DE EDIFICACIÓN QUE DIOS REALIZA

  La obra en la iglesia que realizan los que ministran la palabra, los que tienen el don del ministerio, por un lado, consiste en derribar, y por el otro, en edificar; al derribar ellos edifican. Una gran parte de su obra consiste en derribar. Derriban todo lo que es natural, lo que no es de Cristo, lo que el Espíritu Santo no ha forjado en la constitución intrínseca, y lo que Cristo no ha forjado en el hombre. Lo que ellos hablan es para derribar; sin embargo, el resultado de esta demolición es la edificación.

  Si somos bendecidos por el Señor, todas nuestras reuniones tendrán un efecto demoledor. Ellas derribarán todo lo que se opone a Cristo, todo lo que reemplaza a Cristo y todo lo que usurpa la posición que tiene Cristo. Estas cosas son naturales; no son del Espíritu ni han sido edificadas por Cristo. La Palabra de Dios revela que la obra de aquellos que ministran la palabra consiste en edificar el Cuerpo de Cristo; esta edificación involucra la obra de demolición. Tales personas conocen a Cristo, han sido quebrantadas y tienen mucha experiencia. Ellas saben que la obra que Dios realiza en la iglesia tiene como fin forjar el elemento de Cristo en los santos y que la edificación se basa enteramente en la obra de derribar todo lo que es natural. Ésta es la obra de edificación que realiza el ministerio.

  Es posible que las personas no vean la luz inmediatamente cuando escuchan la palabra de Dios y cuando la luz resplandece sobre ellas. Algunas personas se tardan mucho tiempo antes de ser alumbradas. Pero cuando una persona es alumbrada, verá su verdadera condición; verá aquellas cosas que están en él que no son de Cristo. Verá que es él, en lugar de Cristo, quien asume la responsabilidad; que es él, y no Cristo, quien se muestra ferviente para ayudar a los santos; y que es él, y no Cristo, quien sirve a la iglesia con diligencia. Cuando la luz de Dios ilumina, el hombre ve su propia condición. Descubre que muchas de las cosas que anteriormente justificaba en sí mismo o que otros elogiaban, no son Cristo en absoluto, que ninguna de estas cosas ha experimentado la obra de demolición y edificación. Se da cuenta de que todas estas cosas provienen completamente del yo y que son naturales, que son cosas que él ya tenía antes de ser salvo, y que ninguna de ellas son fruto de la obra de edificación de Cristo ni de la obra del Espíritu Santo.

  Cuando la luz resplandece en una persona, ella debe pasar por un periodo de tiempo para permitir que la luz opere en su interior. Durante este periodo de tiempo, la luz en su interior puede mostrarle muchas cosas todos los días. Por ejemplo, ella puede darse cuenta de que su manera de hablar es natural y que en ella no se encuentra nada del Espíritu, y que su conducta es natural y no contiene nada del Espíritu. Cuando por la gracia una persona permanece bajo este resplandor, en el cual es redargüida, y acepta la luz, en esos momentos se lleva a cabo la demolición.

  A menudo el hombre necesita que el Espíritu de Dios y la luz de Dios lleven a cabo una obra drástica en su interior que la mano del hombre no puede realizar. En estas condiciones, una persona puede sentirse muy incómoda desde la mañana hasta la noche, pues le parece que ella es quien lo hace todo. Independientemente de si está de pie o está sentada, si visita a alguien o no visita a nadie, si lee la Biblia o si no la lee, le parece que todo proviene de sí misma. Esta condición parece ser negativa, pero en realidad es una buena señal. Todo aquel que desee ser edificado debe pasar por un proceso en el que permita que la luz brille en su interior cada día. Esta luz le revelará su manera natural de hablar y su carne, y lo capacitará para ver que con relación a sí mismo todo es natural. Una persona es realmente bendecida si pasa por esta experiencia tan dolorosa. Ésta es una demolición poderosa, y un resplandor muy intenso.

  Durante este tiempo, inconscientemente se producirá un aumento de Cristo. Cristo es edificado en dicha persona y se expresa a través de ella; esto es maravilloso. Así que, cuando tal persona tenga que dar un mensaje por el Señor, su manera de hablar será diferente. Sus palabras ya no serán una enseñanza externa que exhorta o perfecciona a las personas, sino que serán palabras que derriban y edifican. Cuando hable, Cristo se manifestará, y algo sólido, que no es una vana doctrina, tocará a las personas. Cuando comparta la palabra, podrá tocar el corazón de las personas, conocerá las dificultades que ellas afrontan y también tendrá presente la actividad que realiza el enemigo de Cristo. De esta manera, ella podrá hacer una buena obra por el Señor. Cuando salga a visitar a los santos y tenga comunión con ellos, podrá tocar sus dificultades y también percibirá al enemigo, quien es una frustración para Cristo dentro de ellos. Dicha persona será un buen obrero en las manos de Dios, que le permitirá a Dios edificar a los santos por medio de ella. Éste es el resultado de que haya sido iluminada.

  Nuestro Dios siempre sabe cómo hacer las cosas. Además de hablarle al hombre por medio de la palabra del ministerio y por medio del resplandor de la luz, Él también utiliza la disciplina del Espíritu Santo al disponer las circunstancias para que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos que han recibido gracia (Ro. 8:28). Si Dios se preocupa por nosotros, sin duda realizará la obra de derribarnos. Dios puede propiciar cualquier circunstancia; Él puede usar los cielos y la tierra, como también cosas grandes y pequeñas para perfeccionarnos. Todo aquello que encontramos en nuestro camino involucra la disciplina del Espíritu Santo. En nuestro entorno Dios dispone diferentes personas, asuntos y cosas; nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros familiares, y los hermanos y hermanas, todos ellos, son puestos para suplir nuestra necesidad. Sin embargo, aunque Dios suele hablarnos, a menudo lo ignoramos. Con frecuencia damos coces contra el aguijón, preguntándonos: “¿Por qué recibo estos castigos? ¿Por qué estoy en esta situación, en esta familia y en este grupo de hermanos y hermanas?”. Debemos tener claro que todas estas cosas cumplen el propósito de quebrantarnos y edificarnos para que Cristo pueda brotar de nuestro interior.

  Los elementos de nuestro ser natural y de nuestro yo no tienen ningún valor a los ojos de Dios. Sin embargo, hasta que nuestros ojos sean abiertos, no podremos ser librados de estas cosas. Aquellos que no hayan sido librados del yo, sino que más bien permanezcan en su ser natural no tienen la expresión del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, el Cristo que se ha forjado en nosotros y se expresa por medio de nosotros. El yo, nuestro ser natural, es la dificultad que Cristo encuentra en nosotros. Nuestro Dios es el Señor que tiene la autoridad y conoce el camino; Él no sólo nos da la palabra y la vida, sino que además dispone nuestras circunstancias. Lo que nosotros consideraríamos el matrimonio más problemático a menudo resulta ser lo más apropiado a los ojos de Dios; un aparente error no es un error a los ojos de Dios. Dios ha preparado cada persona, cada asunto y cada cosa que encontramos. Nuestro Padre Dios nunca puede equivocarse; Él conoce cada una de nuestras necesidades. Por lo tanto, no debemos murmurar contra Él ni culpar a otros; tal vez un buen entorno no sea una bendición para nosotros, ni un entorno adverso sea una pérdida para nosotros. Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de aquellos cuyos corazones están inclinados a Él. Este “bien” se refiere a que Dios nos haga conformes a la imagen de Su Hijo (v. 29). Esto también es la manera en que Dios nos derriba para que Su Hijo pueda ser edificado en nosotros.

  Si experimentamos la demolición y la edificación, expresaremos el Cuerpo de Cristo. Todo aquel que no haya sido derribado por Dios no posee la realidad del Cuerpo de Cristo, ni tampoco posee la plenitud de Cristo, la expresión de Cristo. Aunque tal vez exprese ciertas virtudes o cualidades, no expresa a Cristo ni a Su Cuerpo. Dios, por tanto, tiene que realizar en nosotros una obra demoledora. Él no sólo nos da Su palabra y resplandece en nosotros, sino que además tiene Su mano sobre nosotros. A menudo Su mano acompaña a Su palabra y Su resplandor. Además de estas tres cosas, Dios también puede reprendernos. Los santos que están llenos de la gracia y tienen experiencia en el Señor conocen nuestra condición y muchas veces pueden hablarnos con franqueza para mostrarnos aquello que no es de Cristo en nosotros. Esta clase de reprensión trae consigo luz y salvación. Efesios dice: “Todas las cosas que son reprendidas, son hechas manifiestas [...] y te alumbrará Cristo” (5:13-14). Si una persona está dispuesta a ser reprendida y a recibir la luz, Cristo resplandecerá en él. Dicha persona será resucitada de los muertos y se levantará en su interior, dejando atrás la muerte para entrar en la resurrección.

  También podemos experimentar una reprensión silenciosa. En nuestra experiencia, es posible que mientras estamos sentados junto a ciertos santos, interiormente seamos reprendidos. Sin que nadie nos diga ni una palabra, podemos sentir que somos demasiado naturales, que nuestras acciones proceden de la carne, que nuestras intenciones y motivos son impuros, y que Cristo no tiene mucha libertad para obrar en nosotros. Simplemente por el hecho de estar sentados junto a estos santos, somos reprendidos en nuestro interior. Esto es maravilloso. Asimismo, en las reuniones podemos ser reprendidos interiormente aun cuando los hermanos y hermanas no se dirijan específicamente a nosotros. Éste es el resultado de la manifestación de la plenitud de Cristo en una reunión. Cuando el elemento de la plenitud se manifiesta, es inevitable que seamos iluminados y reprendidos. El que experimenta una reprensión silenciosa puede sentirse incapaz de soportar esto, pero la gracia del Señor lo sustenta lo lleva a pedirle al Señor que le conceda Su misericordia y salvación, y condene en él todo lo que el Señor condena.

  Así pues, la obra de edificación de Dios se lleva a cabo por medio de la palabra del ministerio, el resplandor de la luz en el interior del hombre, las dificultades de nuestro entorno, y la reprensión audible o silenciosa que recibimos de aquellos santos que son del Señor y que realizan la obra de derribar y edificar. Esta obra de edificación quebrantará todo aquello que proviene del ser natural del hombre y edificará a Cristo desde su interior. La realidad del Cuerpo de Cristo se manifestará únicamente cuando Cristo sea edificado a partir del interior de aquellos que reciben la gracia.

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