
Lectura bíblica: Ap. 4:2-3; 22:1-2, 5; 21:11
La obra que Dios realiza en el universo consiste en usar la plenitud que se expresa en Su Hijo para edificar la iglesia como el Cuerpo de Su Hijo, la cual es la plenitud de Cristo. El resultado de esta obra es la mezcla de Dios y el hombre mediante la cual Dios logra obtener una expresión. Por consiguiente, la condición normal de una iglesia local es que ella se mezcla con Dios y expresa a Dios. Si conocemos la iglesia, veremos que ella es el lugar donde Dios se mezcla con el hombre y donde el hombre expresa a Dios. Si una iglesia local no expresa a Dios, ella no es la iglesia de Dios. La iglesia de Dios es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 1:22-23). Es únicamente cuando la iglesia está llena de Dios que ella puede expresar a Dios.
La Nueva Jerusalén, según se revela en el libro de Apocalipsis, es la máxima expresión de la iglesia, la manifestación de la iglesia en la plenitud de los tiempos. La Nueva Jerusalén nos describe la condición apropiada de una iglesia local. En Apocalipsis 21 el universo se halla en una condición nueva. La Nueva Jerusalén es el conjunto de todos los creyentes de todas las generaciones, el cuerpo colectivo de todos los creyentes que han existido en todas las generaciones en el universo. Todo lo que pertenece a Dios se encuentra en este cuerpo colectivo, y por medio de él se expresan el esplendor y la gloria de Dios. El contenido de la ciudad es Dios mismo, la plenitud de Dios; la expresión de la ciudad es también Dios mismo, la gloria de Dios. Por lo tanto, podemos ver claramente a la luz del Espíritu Santo que el contenido de la Nueva Jerusalén es la plenitud de Dios y que la semejanza de la Nueva Jerusalén es la gloria de Dios. Internamente la ciudad está llena de Dios, y externamente expresa a Dios mismo. Esto es un cuadro que describe cómo debe ser una iglesia local.
En condiciones normales una iglesia puede alcanzar el punto de ser la plenitud de la Nueva Jerusalén. Una iglesia local debe ser tan nueva como la Nueva Jerusalén. Toda la vieja creación pasará y vendrá a ser nueva en Dios. De este modo, tendremos la mezcla de Dios con el hombre, la mezcla del Creador con las criaturas. La plenitud del Creador vendrá a ser el contenido de las criaturas, y la gloria del Creador llegará a ser la expresión de las criaturas. Así que, ya sea que examinemos la iglesia externamente o percibamos lo que hay en ella internamente, lo que veremos y percibiremos será Dios mismo. Ésta debe ser la condición de la iglesia. No importa cuánto hablemos acerca de la iglesia, debemos ver que la iglesia es la mezcla de Dios con el hombre.
Desde Génesis 1 hasta el final de Apocalipsis, Dios ha venido laborando y revelándose a Sí mismo continuamente, y lo que Él desea obtener al final es la Nueva Jerusalén. La iglesia es una miniatura de la Nueva Jerusalén. Si queremos conocer la iglesia, es preciso que conozcamos el significado de la Nueva Jerusalén. La iglesia es del todo algo nuevo creado en Dios. El contenido de la iglesia es la plenitud de Dios, y la expresión de la iglesia es la gloria de Dios. En la Nueva Jerusalén vemos la mezcla de Dios con el hombre y vemos que Dios puede expresarse a través del hombre. Esto es maravilloso. El Creador y la criatura —Dios y el hombre— son inseparables en la experiencia. En la Nueva Jerusalén, ¿quién podrá determinar qué parte pertenece al hombre y qué parte pertenece a Dios? Esto se debe a que Dios y el hombre son una sola entidad: Dios está en el hombre, y el hombre está en Dios. Dios llega a ser el contenido del hombre, y el hombre llega a ser la expresión de Dios.
¿Cómo puede Dios mezclarse con la iglesia y expresarse por medio de ella? A fin de ver claramente la mezcla de Dios con el hombre, tenemos que prestar atención a Apocalipsis 22. Apocalipsis 21 no nos muestra claramente la mezcla de Dios con el hombre. Pero en el capítulo 22 el trono de Dios es el centro de la ciudad, un río de agua de vida sale del trono, y a uno y otro lado del río de agua de vida está el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto (vs. 1-3). Por consiguiente, el trono es el factor que causa que se efectúe la mezcla de Dios con el hombre. El factor principal para que se produzca la mezcla de Dios con el hombre es la autoridad de Dios, y el trono de Dios es Su autoridad. Dondequiera que esté el trono de Dios, allí estará la autoridad de Dios. Dios puede mezclarse con el hombre en la iglesia debido a que el trono de Dios con Su autoridad está en la iglesia.
Todos los problemas que existen en el universo se deben a la oposición a la autoridad de Dios. Todos los hijos de Dios deben ver que éste es el problema básico en el universo. Satanás se rebeló para derribar el trono y la autoridad de Dios. Conforme a su maligna intención, Satanás hizo que el hombre se rebelara contra Dios y Su autoridad. La humanidad cayó al grado de edificar de manera colectiva la torre de Babel a fin de hacerse un nombre para sí misma, y de ese modo, rechazó a Dios pública y desvergonzadamente para establecer su propio trono (Gn. 11:3-4). Éste fue el último acto de rebelión contra Dios y fue la manera en que el hombre negó la autoridad de Dios al máximo. En toda la historia de la humanidad, lo que más ofende a Dios es que el hombre niegue Su autoridad, que rechace Su autoridad. Como resultado de la rebelión, la humanidad entró en un largo periodo de oscuridad y caos, perdió la bendición de Dios, produjo toda clase de corrupción y abrió la puerta al sufrimiento, a la muerte y al desastre.
El Señor Jesús vino entonces a la tierra para efectuar la obra de redención. Durante Su vida en la tierra, Él fue completamente sumiso a la autoridad de Dios. Jesús el Nazareno vivió y anduvo en la tierra completamente sujeto a la autoridad de Dios. Todas Sus palabras y acciones estaban sujetas al gobierno de Dios, y Él reconocía plenamente la autoridad de Dios. Él era un hombre que tenía mucho más que un buen comportamiento; Él era una persona que se sometía completamente al gobierno de Dios. En los Evangelios vemos cómo Él se sujetaba completamente a la autoridad de Dios. Estando sujeto a la restricción y gobierno de Dios, Él pasó por la experiencia de la muerte y la resurrección para salvar a un grupo de personas que llegaría a ser la iglesia. En el Día de Pentecostés Él hizo que estas personas se sometieran a la autoridad de Dios, tal como Él lo había hecho. Esto estableció el trono de Dios entre ellos. La presencia de Dios estaba plenamente en medio de ellos, por cuanto reconocían Su trono.
En la torre de Babel la humanidad desechó a Dios por completo y negó Su autoridad. Sin embargo, en el Día de Pentecostés algunos recibieron a Dios en ellos y reconocieron plenamente la autoridad de Dios. En el Día de Pentecostés el trono y la autoridad de Dios fueron establecidos en la iglesia. Cuando la autoridad de Dios está en la iglesia, la iglesia está llena de luz, no de tinieblas; está llena de vida, no de muerte; y está llena de la bendición de Dios, no de maldición.
Una iglesia debe ser el lugar donde Dios gobierna entre los hombres para que Su trono sea establecido. En 1 Corintios 11 el apóstol Pablo mostró que el significado de que las hermanas se cubran la cabeza en la iglesia es declarar que Dios es la Cabeza del universo. Dios es la Cabeza del universo, y Él tiene Su autoridad en el universo. El versículo 3 dice: “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Cubrirse la cabeza no es, pues, una forma externa, sino una verdadera señal en la que declaramos que por la gracia de Dios reconocemos la autoridad de Dios y nos sujetamos a Su autoridad y a que Él establezca Su trono entre nosotros. Es por eso que la iglesia es bendecida. La razón principal por la cual la iglesia puede mezclarse con Dios y puede expresar a Dios es que ella permite que Dios se siente en el trono y gobierne en la iglesia. Éste es un principio inalterable.
Si en una iglesia local no está el trono de Dios, Su autoridad, no podremos ver en ella Su plenitud, Su mezcla ni Su expresión. Aun cuando veamos mucho entusiasmo y emoción en una iglesia local, la autoridad de Dios estará ausente. Los jóvenes no estarán sujetos a los mayores, y los mayores aún no habrán aprendido a sujetarse a la autoridad de Dios. El resultado es que todos sirven en su entusiasmo y fervor. Si bien podremos percibir emoción y entusiasmo, no podremos percibir a Cristo ni a Dios porque entre ellos no están el trono de Dios ni la autoridad de Dios. El amor que manifiestan los unos por los otros se origina en su parte emotiva, no en la autoridad de Dios, y su servicio ferviente procede de la voluntad, no de la autoridad de Dios. Sin embargo, hay algunas iglesias que verdaderamente han sido bendecidas. Ellas han sido disciplinadas por Dios y, por lo tanto, reciben la dirección de Dios y se sujetan a la autoridad de Dios. El amor que manifiestan los unos por los otros se halla bajo la restricción, el gobierno y la autoridad de Dios. Incluso su entusiasmo y diligencia se encuentran bajo la autoridad de Dios, pues son restringidos y gobernados por Dios.
A menudo vemos hermanos y hermanas que se aman con un amor que es ferviente y al mismo tiempo desenfrenado. Su amor no es restringido ni controlado; en lugar de estar sujeto a la autoridad de Dios, es como un caballo salvaje. No le temen a nada ni les importa nada cuando aman a otros de esta manera. Al tratar de ayudarlos, quizás respondan: “¿Qué tiene de malo amar a los hermanos y hermanas?”. Por lo tanto, debemos mostrarles que su amor es descontrolado, que no tiene nada de la autoridad de Dios. Según el mismo principio, no podemos conducirnos en nuestro servicio como caballos salvajes desenfrenados e indómitos, ya sea que prediquemos el evangelio, visitemos a las personas o incluso limpiemos el local. El servicio que rendimos en virtud de nuestro hombre natural es la carne misma. Este servicio proviene de Ismael, es como un asno salvaje (Gn. 16:12); no proviene de Isaac, de la gracia. Aunque dicho servicio es hecho con entusiasmo, carece de autoridad, pues es desenfrenado e indómito. En lo relacionado con las ofrendas materiales, también debemos sujetarnos al trono y a la autoridad de Dios.
Imaginémonos que hay una hermana muy educada y adinerada, de un cargo muy elevado, y que ella tiene siervos que trabajan en su casa. No obstante, cuando escucha el anuncio de venir a limpiar el salón de reuniones, ella viene a limpiarlo porque ama mucho al Señor. Aunque esto es muy bueno, debemos fijarnos si ella tiene la autoridad de Dios. Si ella es una persona que es restringida por Dios y conoce la autoridad, aceptará cualquier cosa que un hermano responsable le asigne cuando venga a limpiar. Si ella no es así, cuando el hermano responsable del servicio de limpieza le diga que limpie las ventanas de cierta manera, ella se molestará y en su interior murmurará, diciendo: “Yo vine aquí para limpiar las ventanas porque realmente amo al Señor, y quiero mostrar que soy una persona muy buena. ¿Por qué critica usted la manera en que limpio las ventanas?”. Quizás al principio no exprese su resistencia, pero cuando el hermano responsable le haga notar sus errores con firmeza, ella no podrá soportarlo y no volverá a servir.
Por un lado, todos los ancianos y hermanos responsables deben permitir que los santos sirvan al Señor con libertad; pero, por otro lado, todos los servidores deben comprender que el servicio está relacionado con la autoridad, no con lo correcto e incorrecto. No es nada agradable ver a una persona que ama fervientemente al Señor, pero al mismo tiempo se resiste a sujetarse a la autoridad de Dios. Lo más hermoso que uno puede ver en la casa de Dios es el trono de Dios y el gobierno de Dios. Las hermanas que limpian las ventanas deben estar sujetas al trono de Dios, y los ancianos que asumen el liderazgo también deben sujetarse al trono de Dios. Una iglesia local no es un lugar donde los ancianos toman las decisiones, sino donde Dios puede ejercer Su autoridad; esto no tiene que ver con la posición de los ancianos, sino con el trono de Dios.
En todo lo que hacemos y en todo nuestro servicio debemos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Está el trono de Dios realmente en esto? ¿Reconozco yo la autoridad de Dios? ¿Es esto hecho conforme a mi opinión o conforme a la autoridad de Dios? ¿Estoy entronizando yo a Dios o me estoy entronizando a mí mismo?”. La iglesia es la plenitud de Cristo, que tiene a Cristo como el contenido que expresa a Dios. La clave central para que la iglesia sea la plenitud de Cristo es la presencia del trono de Dios. Dondequiera que esté el trono de Dios, allí estará el contenido y la expresión de Dios. Únicamente el trono y la autoridad de Dios son eternos. El entusiasmo, la emoción, la piedad y la diligencia humanos pasarán; al final, todo es vanidad.
Aparentemente algunos hermanos y hermanas son de un mismo parecer, oran juntos y se dicen amén el uno al otro cuando se reúnen; al parecer, se ven muy gozosos. Sin embargo, ellos están llenos de levadura y miel, como se menciona en el Antiguo Testamento y, por tanto, no tienen la autoridad de Dios. Sin la autoridad de Dios únicamente se expresará el entusiasmo y la emoción humanos. Tarde o temprano, mientras alguno de ellos ora, alguien sacudirá la cabeza en señal de desacuerdo, y mientras uno de ellos cante alabanzas al Señor, otro hermano apretará los labios para mostrar su descontento. Algunos hermanos y hermanas que son más “refinados” en vez de sacudir la cabeza y apretar los labios, simplemente se quedarán callados para mostrar su descontento. De este modo, la atmósfera de unanimidad que inicialmente había entre ellos, desaparecerá. Por consiguiente, debemos saber si tener un mismo parecer y los mismos gustos es algo que está en conformidad con el trono de Dios. Todo lo que no esté en conformidad con el trono de Dios sólo requiere de tiempo para que se manifieste.
A veces vemos a dos hermanas que tienen una relación muy estrecha, al punto en que una tercera hermana puede llegar a sentir celos. Una cuarta hermana puede compadecerse de la hermana que está celosa y ponerse de su lado. Esto formará dos grupos que son contrarios. Éste es el resultado del entusiasmo y el servicio que no provienen del trono de Dios ni de Su autoridad. En nuestra predicación del evangelio y en las reuniones de la iglesia, no debemos simplemente tener actividades y discusiones sin tener en cuenta el trono de Dios y Su autoridad. El principal factor que causa que la plenitud de Dios disminuya entre nosotros es la ausencia del trono de Dios. Si deseamos que la plenitud de Dios esté entre nosotros, la única clave es el trono de Dios.
Apocalipsis 22 nos muestra que el trono de Dios es el centro de la Nueva Jerusalén. De este trono sale el río de agua de vida, el cual cumple la función de regar, refrescar y apagar la sed. El río de agua de vida que fluye del trono representa el fluir de vida. Esto significa que dondequiera que el trono de Dios esté, allí se encontrará el fluir de vida, dondequiera que esté la autoridad de Dios, allí estará el fluir de vida. Cuando el río de agua de vida fluye, el resultado es que riega, refresca y apaga la sed. “A uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto” (v. 2).
Esto nos permite ver que cada iglesia local debe ser un lugar donde las personas son alimentadas, nutridas, refrescadas y satisfechas. Sin embargo, esto no es lo que sucede en muchas iglesias locales, debido a que el trono de Dios está ausente en dicha localidad. Cuando el trono de Dios se establece en una iglesia, la vida fluye. Tan pronto como la vida fluye, ésta riega, refresca y apaga la sed. Cuando las personas tienen contacto con una iglesia así, tocan el agua viva y la vida, y espontáneamente son satisfechas.
El árbol de la vida crece a ambos lados del río de agua de vida, produciendo doce frutos al año y manifestando plenitud y abundancia. La plenitud y abundancia en una iglesia depende del trono de Dios y de Su autoridad. Únicamente cuando Dios sea entronizado y gobierne en una iglesia local, la plenitud se hará presente; el entusiasmo y la diligencia no pueden traer la plenitud de Dios. La autoridad de Dios trae consigo la vida, y la vida trae consigo la plenitud. Si el trono de Dios está ausente, también estará ausente el río de agua de vida. Si el río de agua de vida no está presente, el árbol de la vida estará ausente como también estará ausente la abundancia de vida. Cuando en una iglesia local abundan los frutos de vida, produciendo nuevo fruto cada mes, la abundancia de la vida se manifestará plenamente. Así pues, la abundancia de vida fluye del trono.
Además, únicamente hay un solo río y una sola calle en toda la Nueva Jerusalén; tanto el río como la calle están en singular. Esta única calle, este único camino, pasa por las doce puertas, ascendiendo en espiral hasta llegar al trono. Esto es un símbolo de la unidad de la iglesia. Si hay doce ancianos en una iglesia local que no tienen el trono de Dios en su reunión de ancianos, ellos tendrán doce tronos, doce opiniones y doce caminos. Esto será muy difícil para la iglesia y creará mucha confusión entre los santos. Aunque hay doce puertas en la Nueva Jerusalén, únicamente hay una sola calle porque sólo existe un solo trono. La calle no sólo llega hasta el trono, sino que también procede del trono.
Con base en este principio, en una iglesia únicamente debe haber un solo trono. Todos los ancianos deben someterse al trono de Dios y avanzar juntos como un solo hombre, como un solo anciano. No debe haber ideas, opiniones ni puntos de vista personales, ni nadie debe aferrarse a sus propias ideas. En vez de ello, únicamente debe haber una sola calle y una sola autoridad, la autoridad de Dios. Tales ancianos no necesitan ejercitar tolerancia ni deben tragarse su orgullo para procurar adaptarse a los demás, debido a que están sujetos al trono de Dios y Su autoridad, al permitir que el Espíritu Santo reine entre ellos. Estos ancianos pueden decir que toman todas sus decisiones en sujeción a la autoridad del Espíritu Santo. Más aún, todos en esa localidad tendrán un camino despejado por donde avanzar, y jamás nadie se sentirá perdido o inseguro respecto a lo que debe hacer. No habrá necesidad de guiar a otros en esta calle porque la calle es la guía. Mientras nos encontremos en esta calle, estaremos sometidos al trono de Dios.
La calle y el río de agua de vida están compenetrados como una sola entidad. En medio de la calle está el río de agua de vida, y el árbol de la vida se halla a ambos lados del río (vs. 1-2). Aquí tenemos el camino donde podemos andar, el río de agua de vida del cual podemos beber, y el fruto del árbol de la vida, del cual podemos comer; éstos tres son muy ricos y significativos. Ésta debe ser la condición normal de una iglesia. Las personas que no tienen un camino por donde avanzar pueden encontrar el camino y recibir dirección cuando entran en la iglesia. Ellas encuentran el agua viva en esta calle, disfrutan ricamente del fruto del árbol de la vida, son refrescadas y satisfechas, y su sed es apagada. Por consiguiente, todo el suministro que el hombre necesita y todo su vivir dependen del trono de Dios.
Por esta razón, debemos preguntarnos: “¿Está el trono de Dios entre nosotros y entre los hermanos responsables? ¿Estamos bajo la autoridad de Dios? ¿Hay una calle con un río de vida y un árbol de vida entre el pueblo de Dios?”. Una iglesia local que no manifiesta esta condición no se ajusta al principio de la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén hay un solo trono, y de dicho trono sale una sola calle; en medio de la calle hay un río, y el árbol de la vida crece a ambos lados del río, produciendo doce frutos. Éste es un cuadro muy hermoso. Por consiguiente, la clave de la vida de iglesia estriba completamente en el trono de Dios, en la autoridad de Dios. Aunque quizás muchos hermanos y hermanas estén sirviendo entre nosotros, sólo existe un solo trono. No es cuestión de que usted se someta a mi autoridad o de que yo me someta a su autoridad, ni tampoco de que yo lo obedezca a usted y usted a mí; en lugar de ello, el trono, la autoridad de Dios, está entre nosotros. Si el trono no está en medio de los hermanos y hermanas, es como si careciéramos de un centro, de un eje. Sin el eje, todo pierde su punto de sostén y equilibrio, y todo se desintegra y se derrumba.
La expresión que tenga la santa ciudad depende del trono, de la calle, del río y del crecimiento del árbol de la vida. La condición de la Nueva Jerusalén depende del trono. Si el trono desapareciera, toda la ciudad desaparecería. La manifestación de la Nueva Jerusalén tiene interiormente al trono de Dios, y exteriormente a la gloria de Dios. Eso significa que la autoridad de Dios y la imagen de Dios son expresadas. En Apocalipsis 4 vemos el trono de Dios y la imagen de Dios; Aquel que está sentado en el trono es semejante a piedra de jaspe (v. 3). Únicamente cuando tenemos el trono de Dios la imagen está presente, y únicamente entonces Dios puede ejercer Su autoridad y ser expresado. Todas las bendiciones están relacionadas con el trono.
Puesto que el trono está en la Nueva Jerusalén, no habrá más noche, sino únicamente el resplandor; no habrá más muerte, sino únicamente la vida, y los santos reinarán en la ciudad por los siglos de los siglos. Es necesario que todos comprendamos que la condición normal de una iglesia depende de la autoridad de Dios; no depende de nuestros métodos, ni de nuestras ideas, ni de nuestro entusiasmo o diligencia, sino que más bien depende enteramente del trono de Dios, de Su autoridad. Espero que podamos tener entre nosotros el trono de Dios y Su autoridad.