
Lectura bíblica: Ef. 2:21; 4:16; Col. 2:19
Ya vimos que para tener la plenitud de Dios, necesitamos tener la autoridad de Dios, y que para tener la coordinación propia del Cuerpo, debemos asirnos a la Cabeza. Cuando vemos estos dos asuntos juntos, llegamos a la siguiente conclusión: hay orden en el Cuerpo y la coordinación del Cuerpo se encuentra principalmente en este orden.
Toda la creación de Dios expresa Su autoridad soberana. En otras palabras, vemos la autoridad soberana de Dios en toda Su creación. Por ejemplo, en la astronomía las revoluciones de las estrellas o de los planetas demuestran la absoluta autoridad de Dios. Hebreos 1:3 dice que Cristo sostiene y sustenta “todas las cosas con la palabra de Su poder”. En el universo vemos la soberanía de Dios en los asuntos de mayor trascendencia, como por ejemplo en la astronomía, así como también en los asuntos más insignificantes, como el crecimiento de una hoja de hierba. Muchas leyes y principios nos hablan de la soberanía de Dios. Sin Su soberanía, no podría haber leyes ni principios. Las leyes y los principios del universo dependen de la autoridad de Dios y son la expresión de la autoridad de Dios.
Si en un lugar todo estuviera en caos, ciertamente no habría ninguna autoridad, ninguna soberanía. Sin embargo, cuando todo está limpio y en orden, esto indica que hay autoridad, que hay soberanía. A pesar de que el universo fue corrompido, en cierta medida aún se conserva en orden; todo funciona como es debido y se encuentra en buen orden. Esto nos habla de la autoridad soberana de Dios. Donde hay orden, allí hay autoridad. Asimismo, lo más crucial en el Cuerpo de Cristo es que esté en buen orden. Cuando hay orden, hay coordinación y no hay confusión. El asunto del orden está relacionado con la autoridad.
Si no hay orden, un cuerpo deja de ser un cuerpo; se desplomará y no podrá permanecer de pie. Una persona es más fuerte cuando está en posición vertical, es decir, es más poderosa cuando está de pie. Estar de pie es estar en posición vertical. Cuando una persona está sentada, no está completamente en posición vertical; y cuando se acuesta está aún menos en posición vertical, de hecho, está en posición horizontal. Cuando un cuerpo humano se desploma, ya no está más en posición vertical, sino que yace tendido, y ninguno de sus miembros cumple ninguna función. Un cuerpo que yace en el suelo no sólo carece de poder, sino que además ha perdido su función. Un cuerpo fuerte está en posición vertical. Para estar en posición vertical, un cuerpo requiere de orden, y este orden es la autoridad.
Aparentemente es el cuerpo el que sostiene la cabeza; sin embargo, el cuerpo no podría estar en pie si le quitaran la cabeza. Esto es maravilloso. Por consiguiente, es difícil determinar si el cuerpo sostiene la cabeza, o si la cabeza es la que mantiene al cuerpo. Si le cortáramos un brazo al cuerpo, el cuerpo aún podría estar de pie, pero si le cortáramos la cabeza, el cuerpo no podría seguir en pie. Por consiguiente, el cuerpo subsiste en virtud de la cabeza. Si la cabeza perdiera su posición y orden, no habría autoridad en el cuerpo, y el cuerpo entonces quedaría paralizado, se desplomaría, y sería completamente inútil. Esto no sólo se aplica a la relación entre el cuerpo y la cabeza, sino aún más a la relación entre todos los miembros del cuerpo. No podemos poner los pies encima de los hombros; ni tampoco poner los hombros debajo de los pies. Si alguien intentara hacer esto, su cuerpo se desplomaría. Por consiguiente, el ejemplo del cuerpo humano nos muestra claramente que el asunto del orden existe en el Cuerpo de Cristo.
Todos los creyentes deben someterse a la Cabeza y permanecer sujetos a la autoridad de la Cabeza. Efesios 4:15 y Colosenses 2:19 dicen que debemos asirnos a la Cabeza; esto implica autoridad. La manera en que nos sometemos a la autoridad de la Cabeza es asirnos a la Cabeza y crecer en todo en aquel que es la Cabeza. Si estos dos versículos no hicieran referencia a la autoridad, no habría necesidad de hablar de la Cabeza; simplemente bastaría hablar de Cristo. Sin embargo, estos versículos no hablan de Cristo únicamente con relación a la vida, sino que nos hablan de la Cabeza en relación con la autoridad. Ser la Cabeza está relacionado con el asunto de la autoridad. Debemos crecer en Cristo y también en aquel que es la Cabeza. Crecer en aquel que es la Cabeza es la manera en que nos sometemos a la autoridad de la Cabeza, permitiendo que la Cabeza tenga autoridad en todo.
Algunos santos permiten que el Señor tenga autoridad sobre el servicio que le rinden a Dios y al Señor, mas no le permiten tener autoridad sobre sus finanzas ni en su vida familiar. Ellos permiten que el Señor tenga autoridad sobre algunos asuntos, pero no en otros. Aunque simplemente somos humanos, para Dios somos personas difíciles y complicadas, pues difícilmente cedemos a la autoridad del Señor en cada asunto. Es posible que permitamos que el Señor rija sobre la ropa que vestimos, mas no sobre nuestros zapatos. No obstante, a medida que avancemos en el Señor, creceremos en todo en aquel que es la Cabeza y le permitiremos tener autoridad sobre nosotros. Si deseamos conocerlo como la Cabeza, debemos conocer Su autoridad. Si hay algún asunto que no esté bajo Su autoridad, algún asunto en el que Él no sea la Cabeza, esto indica que nosotros somos los que tenemos la autoridad y que nos hemos entronizado a nosotros mismos. Si no nos sometemos a la Cabeza en todas las cosas tendremos problemas en el Cuerpo de Cristo. Si no mantenemos el orden apropiado en nuestra relación con la Cabeza, si el asunto de nuestra posición con respecto a la Cabeza no es completamente resuelto, tendremos problemas en el Cuerpo.
Lo que determina si nuestra coordinación con los demás miembros del Cuerpo es armoniosa o no, es nuestra posición con respecto a la Cabeza. ¿Nos sometemos a Su autoridad, o nos ubicamos en el mismo nivel que Él? ¿Nos sometemos completamente a Él o sólo en parte? Si tenemos algún problema con la Cabeza, tendremos problemas con el Cuerpo. No podemos esperar tener una buena relación con los miembros si no tenemos una buena relación con la Cabeza. Únicamente cuando nuestra relación con la Cabeza sea apropiada, también lo será nuestra relación con los demás miembros. Efesios 4:15 dice que debemos crecer “en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo”. Esto implica autoridad. Debemos conocer la Cabeza, honrar la Cabeza y permitirle que Él sea el Señor, y tenga autoridad y derecho sobre nosotros. Si este asunto no se resuelve, tendremos problemas con el Cuerpo. Incluso si estamos en paz unos con otros en la iglesia, en nuestro interior aún habrá quejas y problemas.
No sólo debemos someternos a la autoridad de la Cabeza, sino también mantener una relación apropiada con todos los demás miembros. Todo miembro del Cuerpo está bajo el control y autoridad de la Cabeza. Como tal, ningún miembro debe aislarse; antes bien, debe relacionarse con los demás miembros. Efesios 4:16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido”. Consideremos cómo cada miembro del Cuerpo está bien unido con los demás. En nuestro cuerpo podemos ver que todos los miembros están perfectamente unidos entre sí. Por ejemplo, nuestro rostro es verdaderamente una obra maestra de Dios; la cabeza de una vaca, o la cabeza de un caballo, o incluso una flor no es tan hermosa como el rostro humano. Sería espantoso poner las cejas donde están los ojos y los ojos donde están las cejas, y poner los oídos donde está la boca y la boca donde están los oídos. Esto nos muestra que el orden y lo que Dios dispuso no pueden ser alterados por el hombre. Cualquier intento por cambiar el orden establecido por Dios proviene de la carne, del esfuerzo del hombre, lo cual es desagradable.
Aquellos que sirven al Señor pero contienden unos con otros en una iglesia local, son semejantes a la nariz que trata de estar por encima de las cejas o a los ojos que quieren estar encima de la cabeza. Esto no es hermoso. Bajo la autoridad y disposición soberana de Dios, algunos santos están por encima de nosotros, pero las envidias y contiendas pueden llevarnos a querer estar por encima de los demás. Esto es desagradable, y demuestra que no hemos visto el orden del Cuerpo ni la belleza de este orden. Sin embargo, nunca debemos suponer que este orden tiene que ver con el hecho de que entre los miembros del Cuerpo algunos sean nobles o humildes, importantes o insignificantes. En el cuerpo no hay distinción entre los ojos y la nariz ni entre los oídos y la boca, pues no existen miembros nobles ni viles, ni miembros superiores ni insignificantes. Todos ellos conservan la posición y el orden que Dios les asignó conforme a Su soberanía.
El problema más grave en la iglesia es no conocer el orden establecido por Dios ni conocer que la coordinación depende del orden. Cuando los santos no ejercen su función, no puede haber coordinación; y cuando se extralimitan en su función, se presentan problemas en la coordinación. La coordinación depende del orden. Sin el debido orden, la coordinación se derrumbará; sin el debido orden, el Cuerpo se desplomará. La coordinación del Cuerpo depende completamente del orden. Este orden no es obra del hombre ni algo dispuesto por el hombre, sino el resultado de estar bien unidos y entretejidos (Ef. 4:16; 2:21; Col. 2:19). Los santos que tienen una relación muy estrecha e íntima deben guardar su distancia. Otros hermanos y hermanas, en cambio, tienen una relación muy distanciada, pues son demasiado formales con los demás y nunca son capaces de establecer una relación con otros. No es posible coordinar con estos santos. Ellos temen que si tienen mucho contacto con los demás, causarán problemas; pero no se dan cuenta de que guardar su distancia de los demás no los hace que sean cristianos “trascendentes”. Como resultado, ellos tienen problemas en la coordinación y hacen que el Cuerpo se divida.
Algunos santos, a pesar de haber sido salvos por muchos años, no son capaces de coordinar con los demás; ellos son como personas extrañas y se comportan en la iglesia como si fueran invitados. En cambio, otros santos sirven en la iglesia y gradualmente llevan más cargas porque aman y buscan más del Señor. Aunque estos santos se someten a lo que el Señor ha dispuesto y a la comisión que les ha dado, aún necesitan aprender a coordinar con los demás y a estar bien unidos cuando todos los santos se reúnen para servir.
Es de crucial importancia que seamos capaces de estar bien unidos con los demás miembros; pero ello dependerá de que nosotros nos sometamos a la autoridad que está en otros, y que ellos se sometan a la autoridad que está en nosotros. En primer lugar, debemos someternos a la autoridad de la Cabeza. Luego debemos saber a qué autoridad debemos someternos y quién tiene una posición de autoridad sobre nosotros. Aunque sabemos que debemos someternos a la autoridad de los ancianos y de los santos de más edad, muchas veces no hay nada que pueda obligarnos a sujetarnos a ellos. Nuestra capacidad para sujetarnos a la autoridad depende de las lecciones que hayamos aprendido directamente del Señor, en las cuales el Señor nos haya derribado. Si no hemos aprendido muchas lecciones en las que hemos sido quebrantados por el Señor, la autoridad y el orden serán un imposible, y la coordinación prácticamente será inexistente. Ninguno de los que se conducen como “invitados” en la iglesia participa en la coordinación del Cuerpo. Aunque la salvación que recibimos nos puso en el Cuerpo, según nuestra verdadera situación vivimos fuera del Cuerpo.
Un creyente que puede coordinar con otros en la iglesia es alguien que ha sido disciplinado por la mano del Señor y ha aprendido muchas lecciones delante del Señor. Si deseamos coordinar con otros en la iglesia y estar bien unidos con los santos en el Cuerpo, debemos ser edificados en las manos del Señor. Efesios 2:21-22 dice: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Estos versículos nos muestran que nosotros somos un edificio. Todo el edificio bien acoplado hace referencia a la coordinación. Las piedras tienen que ser labradas a martillo y quebrantadas para que puedan unirse a otras de forma apropiada; de lo contrario, simplemente serán piedras amontonadas.
En la iglesia local, ¿son los santos como un montón de piedras que no han sido edificadas, o han sido quebrantados por Dios para llegar a ser piedras que pueden unirse a otras? Sin el quebrantamiento y la edificación, es imposible tener la coordinación. Si no podemos estar bien acoplados, será imposible que haya orden y autoridad. Cuando una persona ha sido edificada por Dios, es decir, cuando ha sido disciplinada y quebrantada por Dios, podrá estar en el lugar que le corresponde en el orden del Cuerpo, y estará unida a los otros miembros. Por consiguiente, la verdadera coordinación es el resultado de la edificación y el quebrantamiento; es el resultado de haber sido disciplinados por la mano del Señor.
No es posible coordinar con los hermanos y hermanas en nuestro ser natural. Nuestra coordinación en el Cuerpo no depende de nosotros, sino de la mano de Dios y de Su obra de edificación. Nuestro hombre natural está intacto y es indisciplinado; una persona que está intacta y es indisciplinada no puede coordinar con otros. Aquellos que pueden coordinar con los demás son personas que han sido probadas, subyugadas, quebrantadas y disciplinadas por Dios. Al menos son personas que han estado en las manos de Dios. Aquellos que nunca han estado en las manos de Dios no pueden coordinar con los demás. No se trata de que nosotros mismos seamos capaces de acoplarnos bien a los demás; más bien, es cuando hemos sido disciplinados, quebrantados y edificados por la mano de Dios que podemos ser puestos juntos en coordinación. Ésta es la autoridad soberana de Dios.
Todos, inclusive los ancianos y los diáconos, necesitan ser disciplinados, derribados y edificados por la mano de Dios. Sólo entonces podremos coordinar delante de Dios. Según la manera en que Dios dispone las cosas, tal parece que Él rara vez pone juntas a dos personas con temperamentos similares. Al contrario, muchas veces Él pone juntas a dos personas que son incompatibles, para que limen sus asperezas y se perfeccionen mutuamente. Un maestro de escuela que no pueda llevarse bien con otros maestros puede pedir una transferencia a otra escuela; no obstante, si nosotros no nos llevamos bien con otros creyentes, no podemos pedir que nos transfieran a otra localidad. La iglesia, por lo tanto, es un lugar donde las personas son disciplinadas a lo sumo; puesto que todo viene de la mano de Dios, debemos aceptarlo no importa si somos capaces o no de soportarlo.
Si somos seres humanos, debemos ser cristianos, y si somos cristianos, no tenemos más alternativa que estar en la iglesia. Así pues, ser cristiano acarrea sus dificultades. Es por eso que siempre deseamos estar cómodos y procuramos nuestra propia “libertad”. Si una iglesia local no nos gusta, tal vez pensemos que simplemente debemos mudarnos a otro lugar. Sin embargo, incluso si nos mudáramos a otra localidad, no nos sentiríamos tranquilos a largo plazo. Al principio, podríamos sentir que todo es fresco y apropiado, simplemente porque estamos en un lugar nuevo. Sin embargo, después de dos o tres meses no podremos soportar más la situación, debido a que no hemos pasado por la mano de Dios ni hemos sido quebrantados.
No debemos esperar que la iglesia cambie; en vez de ello, debe producirse un cambio en nosotros. Los cambios externos no sirven de nada; necesitamos experimentar un cambio interno en nuestro ser. La Cabeza tiene que laborar en nosotros; Él desea quebrantarnos. Si no somos quebrantados, no podremos coordinar con los demás. Muchos santos que son jóvenes, debido a que piensan que la iglesia en su localidad no es muy buena, continuamente desean mudarse a otra localidad. Pero después de que se mudan, descubren que la localidad donde estaban era mejor. Por lo tanto, el problema no se encuentra afuera, sino adentro, es decir, está en ellos mismos.
Pese a que hemos sido salvos, seguimos intactos, enteros y sin ser quebrantados. Si somos “redondos”, queremos que la iglesia sea “redonda” a fin de encajar perfectamente; sin embargo, esto es imposible. Si somos “redondos”, Dios nos pondrá en una iglesia “cúbica”, y si somos “cúbicos”, nos pondrá en una iglesia “redonda”. En esto consiste la obra de Dios que nos quebranta y disciplina. Por consiguiente, los colaboradores y los hermanos responsables que coordinan en una iglesia deben experimentar el quebrantamiento de la cruz.
La coordinación en la iglesia exige que experimentemos el quebrantamiento y la disciplina; sólo alguien que ha sido quebrantado y disciplinado conoce su lugar en el Cuerpo y el orden del Cuerpo. Él sabe qué es lo que Dios ha dispuesto en el Cuerpo, y sabe que él está bajo la Cabeza y también bajo ciertos miembros. Alguien que haya aprendido esta lección ha sido quebrantado por Dios y conoce su lugar en el Cuerpo y el orden del Cuerpo. Por lo tanto, no se atreve a competir, y ni siquiera le viene el pensamiento de competir. De hecho, confesaría como pecado cualquier pensamiento de estar por encima de aquellos que son puestos delante de él. Él tiene el Espíritu y la vida, o podemos decir que la autoridad que está en él lo gobierna y lo lleva a conocer su lugar en el Cuerpo y el orden del Cuerpo. Según lo dispuesto por Dios, él se sujeta a los miembros así como la mano se sujeta al hombro y al brazo.
Es muy sencillo saber qué hermano o hermana está en una posición de autoridad; no necesitamos que nadie nos lo diga. Si después de discutir con cierto hermano o hermana, usted inmediatamente siente que la comunión en su interior se ha detenido, que la unción ha desaparecido y se siente inseguro de sí mismo, entonces esa persona con la que discutió es la autoridad a la que usted debe someterse. Nunca debemos considerar la autoridad en la iglesia como algo semejante a la autoridad en el mundo. La autoridad en la iglesia es espiritual y está relacionada con la vida. Algunas personas critican y calumnian a los apóstoles libremente y, a pesar de ello, se sienten tranquilas y en paz, pero aquellos que han recibido gracia, después de haber expresado algunas palabras de crítica o juicio, no podrán orar. Por consiguiente, esto no es algo que el hombre puede hacer por sí mismo, pues es del todo una obra interna. Si queremos determinar si una persona es la autoridad que Dios ha puesto sobre nosotros, basta con que la desobedezcamos o nos opongamos un poco a ella, y lo sabremos. Si en nuestro interior sentimos una intranquilidad o inquietud que nos impide orar, entonces hemos tocado la autoridad, es decir, esa persona es la autoridad a la cual debemos someternos. No debemos someternos simplemente porque dicha persona sea un anciano, un colaborador o alguien de más edad, más bien, nuestra sumisión debe ser completamente una cuestión de coordinación y orden.
Si podemos someternos a un santo de más edad, también debemos ser capaces de someternos a los santos que están a nuestro lado. Según la manera en que Dios dispone las cosas, Él frecuentemente nos pone bajo los santos que nos rodean. Todos nos sentiríamos muy contentos y dispuestos a sujetarnos al Señor Jesús; sin embargo, no nos resulta fácil sujetarnos a los hermanos y hermanas que están a nuestro lado. Tal vez pensemos que si el hermano que está a nuestro lado fuese el apóstol Pablo, nos someteríamos a él sin reservas; pero como es un hermano igual que nosotros, nos resulta muy difícil someternos a él. Sin embargo, tan pronto rehusamos a sujetarnos, nuestra oración deja de ser placentera, nuestra comunión deja de ser diáfana y todo en nuestro interior entra en un estado de confusión. Por lo tanto, si no somos capaces de sujetarnos al miembro que está a nuestro lado, tampoco podremos sujetarnos a la Cabeza. Muchas veces, los miembros que han sido puestos a nuestro lado son iguales a nosotros, no obstante, ellos a menudo son la autoridad que está sobre nosotros. Esto es una verdadera prueba para nosotros.
Algunas personas dicen: “Es demasiado complicado ser cristiano, pues cuando no hay cristianos a nuestro alrededor, nos sentimos solos, pero cuando los tenemos a nuestro alrededor, ellos son una atadura para nosotros”. Éste es un concepto equivocado. Los hermanos y hermanas no nos atan, ni tampoco son un problema para nosotros; en lugar de ello, nuestros problemas se deben a que no queremos ser quebrantados, y a que nos endurecemos con el Señor al no estar dispuestos a someternos a Su autoridad. Si no nos sometemos a la autoridad del hermano que el Señor ha puesto a nuestro lado, no tendremos una buena relación con la Cabeza y, por tanto, no podremos orar. Debemos darnos cuenta de que si ofendemos la autoridad presente en los miembros, ofenderemos también la autoridad de la Cabeza. Cada uno de los miembros tiene la autoridad que proviene de la Cabeza. Debemos comprender que aquellos hermanos que son más avanzados y más profundos en el Señor que nosotros, tienen una medida de autoridad que proviene de la Cabeza.
Esto no depende de enseñanzas. En tanto que vivamos en la vida divina, espontáneamente tendremos estas experiencias. Nuestra coordinación no es fuerte debido a que no conocemos debidamente la autoridad de la Cabeza. A menudo experimentamos dificultades en nuestra coordinación debido a que ofendemos esta autoridad. Es posible que en lugar de someternos a la autoridad ejercitemos nuestra paciencia y tolerancia, o que nuestra sujeción a la autoridad tenga el sabor del mundo. Esto indica que no nos sometemos a la autoridad de la Cabeza, pues no aceptamos Su quebrantamiento. Debemos sujetarnos a la autoridad de la Cabeza y también a la autoridad de los hermanos y hermanas. Si hemos visto lo que Dios ha dispuesto para nosotros y también la autoridad de la Cabeza en los hermanos y hermanas, y si nos sujetamos a la Cabeza y a los hermanos y hermanas, espontáneamente seremos acoplados y entretejidos juntamente con los demás, y nuestra coordinación será fuerte.