
Lectura bíblica: 1 Co. 12:26-27; 2 Co. 11:28-29
Con relación a la coordinación del Cuerpo hay cuatro asuntos importantes: debemos estar unidos a la Cabeza, debemos cumplir nuestra función, no debemos extralimitarnos y debemos estar sujetos a la autoridad. Estos cuatro asuntos están estrechamente relacionados con la coordinación. Cada vez que hablemos acerca de la coordinación del Cuerpo, debemos prestar atención a estos cuatro asuntos. Si descuidamos cualquiera de ellos, surgirán problemas en nuestra coordinación.
Consideremos ahora lo que significa tener conciencia del Cuerpo. Aunque no podemos encontrar la misma expresión en la Biblia, según lo que nos enseña la Biblia y conforme a nuestra experiencia, existe algo que podemos llamar tener conciencia del Cuerpo. En 1 Corintios 12:26-27 dice: “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. Además, 2 Corintios 11:28-29 dice: “Además de otras cosas no mencionadas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?”. Estos dos pasajes abarcan respectivamente un campo muy amplio y uno reducido. El campo reducido se presenta en 1 Corintios 12, donde se nos dice que todos los miembros se duelen cuando un miembro padece y que todos los miembros se gozan cuando un miembro recibe honra (v. 26). Esto claramente hace referencia a la sensibilidad propia del Cuerpo. Esto lo podemos entender fácilmente si observamos nuestro cuerpo. Si alguien nos golpeara la oreja, la oreja sentiría dolor y todos los demás miembros de nuestro cuerpo también sentirían dolor. No es posible que sólo la oreja sienta dolor y que los demás miembros no sientan nada. Esto es muy fácil de entender.
El campo mayor se presenta en 2 Corintios 11:28-29, donde el apóstol Pablo expresa la preocupación que sentía por todas las iglesias. Su preocupación, e incluso su debilidad, se debían a la conciencia que él tenía del Cuerpo. De manera que cuando una iglesia estaba débil, el apóstol lo sentía; y cuando una iglesia tenía problemas, el apóstol se ponía muy ansioso. Éste era el sentir del apóstol con respecto a las iglesias y con respecto a los santos en particular. Él llevaba a todas las iglesias en sus hombros y era muy sensible con respecto a todo lo que les sucedía a las iglesias.
Las epístolas escritas por el apóstol Pablo, incluyendo Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, y aquellas dirigidas a personas en particular, muestran que él tenía una sensibilidad muy aguda con respecto a las iglesias y los santos. Puesto que él llevaba sobre sus hombros a las iglesias y a los santos, podía sentir todo lo que tuviera que ver con las iglesias y los santos. Esto es lo que significa tener conciencia o sensibilidad del Cuerpo. En 2 Corintios 11 se nos muestra una conciencia que abarca un esfera muy grande y amplia, mientras que en 1 Corintios 12 vemos una conciencia o sensibilidad de un campo más reducido y detallado.
Con respecto a tener conciencia del Cuerpo, primero debemos empezar a hablar de la sensibilidad propia de la vida espiritual. Hemos hablado mucho acerca de la sensibilidad de la vida espiritual. Ya dijimos que la vida divina en nosotros tiene sentimientos, y que nuestro espíritu regenerado también tiene sentimientos. Al decir esto nos basamos en Romanos 8:6, que dice: “La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Este versículo habla claramente de una sensibilidad interna. Es muy sencillo saber si la mente de una persona está puesta en el espíritu o no; lo único que tenemos que hacer es preguntarle si siente paz en su interior. Esta paz tiene que ver con esta sensibilidad. Si una persona pone su mente en el espíritu, en su interior sentirá tranquilidad, alivio y paz.
La vida divina ciertamente es algo relacionado con el sentir. Una persona que pone la mente en el espíritu se sentirá satisfecho, fortalecido, brillante, fresco y vivo. Esto significa que su ser interior toca la vida. Pero siempre que ponemos la mente en la carne, interiormente nos sentimos secos y sombríos; esto es muerte. Por consiguiente, esto ciertamente está relacionado con nuestro sentir.
La vida divina y nuestro espíritu regenerado tienen su propia conciencia. Toda forma de vida tiene conciencia; si no tiene esta capacidad, no es un organismo vivo ni tiene vida. Siempre y cuando sea un organismo vivo, la vida en él tendrá una conciencia o sensibilidad. Cuanto más elevada sea la forma de vida, más aguda será su sensibilidad. Nosotros, quienes fuimos regenerados, recibimos la vida de Dios, la cual posee los sentimientos más ricos y agudos. Más aún, nuestro espíritu regenerado no sólo está mezclado con la vida de Dios, sino que además en él habita el Espíritu de Dios. Nuestro espíritu regenerado es el espíritu “tres en uno” mencionado en Romanos 8: nuestro espíritu mezclado con la vida de Dios y con el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios entra en nuestro espíritu junto con la vida de Dios, y se mezcla con nuestro espíritu. Por consiguiente, nuestro espíritu no solamente es un espíritu vivo, sino también un espíritu fuerte y enriquecido.
El sentir de vida en nuestro espíritu, o el sentir espiritual, es muy agudo y muy rico. Este sentir de vida espiritual que tenemos dentro de nosotros, es a menudo la norma que determina nuestras acciones espirituales y lo que pone a prueba nuestro vivir espiritual. Pone a prueba si vivimos en el Señor o en nosotros mismos, y si nuestra mente está puesta en el espíritu o en la carne. No hace falta que nadie nos lo diga, pues tenemos dentro de nosotros este sentir. No necesitamos que nadie nos diga si las palabras que hablamos por el Señor las dijimos conforme al espíritu o conforme a la carne, pues este sentir en nosotros nos lo hace saber. Este sentir espiritual lo podemos comparar a un termómetro. Si nos examinamos con este termómetro, sabremos dónde estamos y sabremos cuál es nuestra verdadera condición.
Cada vez que estemos tranquilos y nos volvemos a nuestro espíritu para percibir el sentir interior, permitiendo que este sentir discierna nuestro ser, sabremos dónde estamos, es decir, sabremos si nos condujimos conforme a la carne o conforme al espíritu. Este sentir es crucial para nuestra experiencia espiritual. Nuestro progreso espiritual depende de este sentir espiritual. No es posible seguir al Señor y al mismo tiempo ignorar este sentir espiritual. Este sentir espiritual es distinto de los sentimientos que provienen de nuestra alma. No debemos cuidar de los sentimientos que provienen de nuestra alma, pues dichos sentimientos nos confundirán. En lugar de atender a los sentimientos humanos de nuestra alma, debemos prestar atención al sentir de vida en nuestro espíritu.
Debemos atender al sentir interior que nos comunica la vida divina, si hemos de experimentar paz en lo profundo de nuestro ser. Si el sentir de paz está ausente, eso indica que hay un problema. Este sentir no es externo, sino interno. En todo lo que hagamos, ya sea predicar el evangelio, ministrar la palabra o hacer buenas obras, no debemos hacerlo sin el sentir de paz en lo profundo de nuestro ser. Algunos santos no experimentan paz, y con sus propios esfuerzos procuran obtener este sentir de paz. Otros incluso intentan llenarse de diferentes cosas para sentirse tranquilos. Sin embargo, todos sus esfuerzos son vanos e inútiles.
Por ejemplo, una persona que no tiene paz puede valerse de justificaciones para tranquilizarse, aunque en su interior el problema persiste. Esta clase de esfuerzo es inútil; no servirá de nada porque el sentir de paz es algo espontáneo. Todo lo que tenga que ver con la vida no requiere el esfuerzo humano, la ayuda humana ni un esfuerzo deliberado. La paz no es algo que podemos producir; debemos sentirnos en paz de una manera natural y espontánea. Ésta es la paz que nos describe Romanos 8:6. La paz interna de algunos santos pareciera que necesita ayuda. Como no tienen paz, se valen de razonamientos para tranquilizarse. Sus razonamientos podrán funcionarles por dos días, o incluso por dos meses, pero no para siempre. A la postre, no tendrán paz. Todos hemos tenido experiencias relacionadas con este sentir espiritual. Debemos, por tanto, prestar atención a este sentir.
Debemos cultivar el estar conscientes del Cuerpo, al tener más comunión con el Señor. Nuestra sensibilidad interna espontáneamente se desarrollará a medida que tengamos más comunión con el Señor. Además, si añadimos obediencia a esta comunión, nuestro sentir interno se hará cada vez más agudo y más rico. Así que, cuando surja en nosotros algún sentir, debemos obedecerlo lo más que podamos. Si el sentir interno nos indica que debemos detenernos, debemos detenernos; si nos indica que prosigamos, debemos proseguir. De este modo, nuestro sentir interno se hará muy agudo y se enriquecerá. Nuestro sentir interno se desarrolla mediante nuestra comunión con el Señor y mediante nuestra obediencia a Él. Por consiguiente, en todo momento debemos ejercitar este sentir. Eso significa que siempre debemos usar este sentir al discernir los asuntos espirituales.
Por ejemplo, cuando la iglesia se dispone predicar el evangelio, además de laborar junto con los demás hermanos y hermanas, debemos dar un paso adicional, que es, corroborar nuestra predicación del evangelio con nuestro sentir espiritual interno. En comunión con el Señor, debemos preguntar cuánto espacio tiene Él en nosotros y cuánto del elemento espiritual está presente en nuestra predicación del evangelio. Debemos tocar la predicación del evangelio con el sentir que tenemos en nuestro espíritu. Asimismo, cuando nos encontramos con un hermano, no debemos simplemente contactarlo de modo superficial, sino discernirlo con nuestro espíritu; es decir, debemos observar si él nos está hablando según su hombre natural, según su mente, o si nos habla conforme a su espíritu. Debemos ejercitar el sentir propio de nuestro espíritu para percibir si esa persona es humilde y pura delante de Dios y si la autoridad de Dios está en ella. Debemos discernir estas cosas con nuestro espíritu. Estos asuntos están relacionados con el ejercicio de nuestro sentir espiritual interior.
Lamentablemente, muchos hermanos y hermanas nunca han sido entrenados a usar su sentir espiritual interno. Por ejemplo, yo puedo ser una persona muy interesada en la construcción de casas. Aunque nunca he estudiado ingeniería civil ni he adquirido un contrato para un proyecto, me interesa todo lo relacionado con la construcción de casas. Por esta razón, siempre me muestro interesado en saber cómo un edificio fue construido, y me fijo especialmente en las puertas, las ventanas, las esquinas y las vigas. También pregunto si el edificio fue construido usando concreto y acero o madera y ladrillo. Pese a que nunca recibí educación formal en este campo, mi observación es muy precisa debido a que por mucho tiempo he estado entrenando mis ojos a ver estas cosas. De igual manera, el sentir espiritual interno depende del entrenamiento que recibamos.
Otro ejemplo es el de una persona entrenada, quien puede dar las dimensiones precisas de un edificio con sólo mirarlo. Él podría decir que el edificio tiene cien pies de largo y cincuenta de ancho. En cambio, una hermana que no ha sido adiestrada en esto podría decir respecto al mismo edificio que mide doscientos pies de largo y sesenta de ancho. A veces hablamos de esta manera, es decir, sobreestimamos las cosas o las subestimamos porque no hemos recibido suficiente entrenamiento.
Ejercitar nuestro sentir espiritual interno es como ejercitar nuestra perspicacia. Algunas personas tienen una vista muy aguda; si pusiéramos oro en sus manos de inmediato podrían decirnos cuánto de ello es oro puro. Esto se debe a que han sido entrenadas. Algunos hombres de negocios son excelentes en esto. Supongamos que pusiéramos en sus manos tres artículos del mismo producto: uno hecho en Hong Kong, otro en los Estados Unidos y otro en Japón, el cual es una imitación del artículo hecho en los Estados Unidos. Para nosotros, todos se ven iguales. Sin embargo, los que han sido adiestrados, ni siquiera tienen necesidad de verlos; pues simplemente con tocar los artículos, podrán decirnos cuál fue hecho en Japón, cuál fue hecho en Hong Kong y cuál fue hecho en los Estados Unidos. Nosotros no somos capaces de ver la diferencia, pero ellos sí pueden verla claramente porque han sido entrenados.
Hay un hermano que tiene un yerno que está en la marina. Una vez él y su yerno se fueron a la orilla del mar para divisar cualquier cosa que apareciera en el horizonte. Aunque el hermano no podía ver nada, su yerno le dijo que se acercaba un barco naval. Puesto que su yerno había sido entrenado en la marina, su sentir de la vista era muy agudo, y era capaz de ver lo que el común de la gente no puede ver. Después de un rato, apareció el barco naval. Esto es un ejercicio. De igual manera, el sentir espiritual requiere que lo ejercitemos. Algunos hermanos y hermanas nunca han ejercitado su sentir espiritual interno, nunca les ha interesado hacerlo y jamás lo han cultivado. Por esta razón, siempre andan confundidos en cuanto a la obra del Señor, en cuanto a otros e incluso en cuanto a ellos mismos. A ellos no les importa si deben decir algo o no, ni tampoco si en su interior sienten paz; simplemente hablan como les place. Tales personas no son toscas y no les interesa su sentir interno. Aquellos que ignoran su sentir espiritual interno no han sido entrenados ni han sido abiertos; más aún, ellos no tienen un corazón que se interese por Dios. Una persona que ama a Dios y se preocupa por las cosas de Dios tiene un corazón para con Dios y se conduce cuidadosamente, siempre está consciente de las cosas que están en la casa de Dios, como también de la situación en que se encuentran los hermanos y hermanas.
Todos los que sirven a Dios, los que sirven a los pecadores y los que administran la iglesia deben ejercitarse, para tener un sentir espiritual agudo. Si no nos ejercitamos en esto, no tendremos mucha utilidad espiritual. Reconocemos que a menudo la ayuda que brindamos a las personas se basa en la fe; no necesitamos tener mucha claridad. Cuando entendemos claramente la condición de las personas, de hecho, nos impide ayudarlas. No obstante, al mismo tiempo, no debemos ser insensatos. Cuando las personas se acercan a nosotros, debemos ser capaces de discernir su condición después de que nos hayan dicho tres o cinco frases. Incluso si ellos describen algo, nuestro espíritu debe ser capaz de discernir cuál es la verdadera situación. Esta clase de ejercicio es necesaria. Aunque parezca que simplemente estamos escuchando a un hermano o hermana, internamente debemos ejercitarnos para tener el sentir de cuál es su verdadera situación.
En cierta ocasión varios hermanos y yo tuvimos comunión con otro hermano que decía que su esposa era muy buena y que él se sentía satisfecho de su relación matrimonial. Más tarde, cuando nos reunimos para evaluar las cosas, dos de nosotros sentimos que este hermano estaba contento y no tenía ningún problema con su esposa. Sin embargo, en mi espíritu percibí que había problemas. Si me preguntan cómo lo supe, no sabría decirles. Es como si alguien nos preguntara cómo sabemos que la comida que ingerimos sabe bien. Esto nadie nos lo puede enseñar. Lo único que podemos responder es que sabe bien.
Nuestro sentir espiritual interno es por lo general muy acertado. Es por ello que algunos dicen que es posible engañar a un siervo del Señor en los asuntos prácticos, pero no en los asuntos espirituales. Los asuntos espirituales son reales; no pueden fingirse, como tampoco podemos fingir cierta condición de vida. Cualquier cosa puede ser falsificada excepto la vida; nadie puede fingir que tiene cierta clase de vida si realmente no la tiene. Sencillamente, la vida no puede ser falsificada. La condición espiritual de una persona delante de Dios es la que tiene y no otra; ella no puede fingir tener otra condición. Una persona con un sentir espiritual entrenado tiene una percepción muy aguda. Con tan sólo escuchar unas cuantas frases de una persona, de inmediato puede discernir la condición interna de dicha persona. Aunque quizás le esté hablando del oriente, ella sabe que en realidad le está hablando del occidente. Tal vez le diga que no hay ningún problema, pero ella sabe que hay un problema. Ella conoce la verdadera condición del hombre, y nadie la puede engañar; es posible que las personas la engañen en los asuntos prácticos, mas no en las cosas espirituales. Esto tiene que ver con el sentir espiritual interno. Este sentir proviene del Espíritu de Dios y de la vida de Dios en nuestro espíritu. Este sentir es llamado el sentir de vida, y también es el estar conscientes del Cuerpo.
El desbordamiento de la vida de Cristo es la expresión del Cuerpo de Cristo. La conciencia que tenemos del Cuerpo es el sentir de la vida de Cristo dentro de nosotros. Si usamos frecuentemente este sentir, no sólo conoceremos nuestra propia condición delante del Señor, sino también la condición de otros y los asuntos tocantes al Cuerpo de Cristo. Si continuamente ejercitamos, cultivamos, entrenamos y usamos este sentir, éste nos hará capaces de detectar los problemas que hay en el Cuerpo.
En el caso de un creyente que ha sido salvo recientemente, este sentir podrá permitirle percibir únicamente su propia condición o situación delante de Dios. Pero si él presta atención a este sentir, cultivándolo por medio de tener comunión con Dios y obedecer el sentir interior, dicho sentir se desarrollará. Él entonces podrá percibir su condición espiritual y la condición espiritual de los hermanos y hermanas. Este sentir poco a poco se desarrollará y crecerá, permitiéndole percibir la condición de la reunión, del servicio en la iglesia y de la obra del Señor. Eso significa que este sentir ha crecido, pues al principio sólo le permitía discernir su condición, luego la condición de otros, y finalmente la condición de la iglesia y de las reuniones de la iglesia.
Si prestamos atención a las cosas espirituales, mostrando interés y aprendiendo gradualmente, surgirán en nosotros sentimientos cuando asistamos a las reuniones. Percibiremos si un hermano ha escogido un himno conforme a su deseo y si un hermano o hermana está ofreciendo una oración conforme al Espíritu. Seremos capaces de percibir si una reunión empezó conforme al Espíritu, si prosiguió de la misma manera y si hubo algo que interrumpió el progreso la reunión, por lo que necesita ser recobrada. Nuestro sentir espiritual se desarrollará al punto en que percibiremos si los obreros del Señor llevan a cabo una obra en el Espíritu, es decir, si la presencia del Señor está con ellos. Más aún, también podremos percibir si la situación en la iglesia, el oficio de los ancianos y el servicio de los diáconos son espirituales y si se llevan a cabo conforme a la vida divina. El sentir espiritual que ha crecido en nosotros nos hará aptos para discernir adecuadamente todos estos asuntos. Este sentir es el sentir del Cuerpo.
Si empleamos y ejercitamos este sentir con frecuencia, y si amamos a Dios y nos preocupamos por la iglesia, este sentir vendrá a ser la conciencia o sensibilidad del Cuerpo. De este modo, sabremos cuándo otros miembros están pasando por dificultades, cuándo ellos están débiles, contentos o victoriosos en el Señor, y compartiremos con ellos los mismos sentimientos. Puesto que percibimos su carga, su carga llegará a ser nuestra; puesto que percibimos su experiencia, su experiencia vendrá a ser nuestra; y puesto que percibimos sus dificultades, sus dificultades vendrán a ser nuestras dificultades. De este modo, seremos parte de un solo Cuerpo.
Si nos ejercitamos en tener conciencia del Cuerpo, sucederá algo muy positivo. Un miembro que esté pasando por una situación difícil no podrá llevar su carga solo, sino que otros miembros llevarán la carga junto con él. Ya no oraremos por alguien simplemente porque nos lo haya pedido, sino que más bien oraremos motivados por la carga que hay en el Cuerpo. Algunas veces la oración de una persona no es suficiente y se necesita verdaderamente la oración del Cuerpo; sin embargo, esta oración sigue siendo espontánea. Por ejemplo, una persona que tiene conciencia del Cuerpo puede percibir que cierto hermano tiene una dificultad y que cierta hermana está llevando una carga pesada. La sensación de la dificultad de dicho hermano le es comunicada a él, y la sensación de opresión de la hermana, también le es añadida a su espíritu. Así que él comparte el mismo sentimiento del hermano y de la hermana. Este sentimiento lo presiona y lo obliga a acudir al Señor y a orar por el hermano y la hermana. Esta intercesión es una intercesión que proviene del sentir que tiene el Cuerpo. En el Cuerpo existe tal cosa que indica si somos débiles o fuertes interiormente, así como también el grado de preocupación que sentimos por los hijos de Dios, los miembros de Cristo.
Si nos examinamos a nosotros mismos desde esta perspectiva, debemos reconocer que nuestro servicio es débil por cuanto la conciencia que tenemos del Cuerpo es débil y deficiente. Es posible ver a un hermano que está bajo mucha presión, y que los demás hermanos que viven con él no tengan el sentir de estar presionados. Es posible que una hermana no sea capaz de salir de una crisis, y ninguna de las hermanas que viven con ella tengan el mismo sentir. Eso indica que no somos normales en el Cuerpo; que aún no hemos tocado la realidad del Cuerpo. Esto muestra que entre nosotros todavía no tenemos una medida suficiente del elemento del Cuerpo, y que cuando estamos juntos no vivimos en Cristo lo suficiente. Es por ello que aunque vivimos con otros hermanos, no estemos conscientes de las cargas que ellos llevan. Quizás un hermano esté ayunando debido a una crisis espiritual, y los demás hermanos puedan comer tranquilamente. Esta situación es anormal. Esto muestra que hay un verdadero problema, una gran carencia, entre nosotros. No podemos estar a la par con el sentir del Cuerpo; es decir, nos falta el sentir del Cuerpo.
Si nuestra condición es la apropiada, deberíamos sentirnos muy turbados y oprimidos cuando un hermano que sirve con nosotros es incapaz de salir de una crisis o de resolver cierto problema espiritual. Si un miembro sufre, los demás miembros deben sufrir con él. Si él está sufriendo y nosotros no sufrimos, hay un problema con relación a nosotros. Si nuestra condición es normal, mientras él sufra, nosotros también sufriremos; si él tiene una carga, nosotros también sentiremos esa carga; y si él está atravesando por una crisis, nosotros también estaremos en crisis. Una vez que él haya superado su crisis y su espíritu haya sido liberado, nuestro espíritu se sentirá liberado; y cuando él se sienta contento, también nosotros nos sentiremos contentos. Tendremos el mismo sentir. Esto es el Cuerpo. No es posible que el pie se sienta cómodo mientras la mano sufre; esto jamás sucedería. Cuando un miembro del Cuerpo sufre, todos los demás miembros se sienten incómodos. Lo mismo debe suceder cuando servimos juntos. Cuando una persona experimenta una dificultad, todos los demás deben sentir lo mismo; y cuando una persona se goza, todos los demás también se gozan. Ésta es la condición normal.
Si alguien me golpea la mano, los demás miembros de mi cuerpo lo sentirán. Si ellos no pueden sentirlo, algo anda mal en mi cuerpo. Muchas veces cuando algo anda mal entre nosotros, lo único que nos interesa es lo nuestro, pues amamos nuestra obra particular, conservamos nuestros vínculos con el mundo y toleramos los pecados que hay en nosotros. Debido a que lo único que nos interesa es lo nuestro, nuestro sentir espiritual interno es suprimido, y aunque tuviésemos algún sentir, lo ignoramos. A menudo ignoramos el sentir del Cuerpo cuando éste viene a nosotros, y a fuerza lo suprimimos, debido a que estamos ocupados con nuestros propios asuntos. Esta condición es completamente anormal.
No debiéramos pensar que nuestra condición es normal simplemente porque no discutimos mucho. Es posible que en el aspecto positivo todavía tengamos muchas carencias y deficiencias. Muchos santos entre nosotros están pasando por grandes apuros, y aquellos que sirven con ellos no se compadezcan en lo más mínimo de ellos, ni ninguno les ayuda a llevar su carga. No oramos mucho por ellos, y cuando lo hacemos, nuestras oraciones son superficiales. No tocamos su carga, ni tampoco sentimos ningún dolor en nuestro interior. No tenemos el sentir de estar turbados u oprimidos. Esto demuestra que nuestro sentir de estar en el Cuerpo no es adecuado y que aún permanecemos en nosotros mismos.
El sentir del Cuerpo es muy misterioso. Si permitimos que este sentir crezca en nosotros, llegará a ser un sentir universal. Hablando con propiedad, este sentir del Cuerpo ya es universal, pero cuando entra en nosotros, lo limitamos. La vida de Cristo es universal, y el Espíritu de Dios también es universal. Una vez que esta vida y este Espíritu entran en nuestro ser, deberíamos tener un sentir del Cuerpo también universal. La conciencia del Cuerpo es inmensa y abarca mucho; sin embargo, cuando entra en nosotros, nosotros la limitamos. En el momento de nuestra salvación este sentir que teníamos del Cuerpo nos hizo darnos cuenta de nuestra condición. Sin embargo, debido a que aún no hemos sido muy quebrantados, este sentir no puede salir de nosotros. Poco a poco, conforme aprendamos las lecciones, cuanto más seamos quebrantados, más se desarrollará este sentir al grado de que podemos cuidar de otros, de la iglesia y de la obra del Señor. Cuanto más experimentemos el quebrantamiento del Señor, aprendiendo lecciones más profundas y siendo liberados de nosotros mismos, más descubriremos que este sentir es universal.
Una vez, un hermano británico contó la historia de lo que le pasó cuándo vino a los Estados Unidos a predicar el evangelio. Mientras predicaba la palabra, él se sentía muy turbado; pero debido a que no sabía por qué, intentó suprimir este sentir. Trató de resistirlo por medio de oración y de aplicar la sangre del Señor, pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Mientras andaba intranquilamente de un lado a otro dentro de su cuarto en el hotel, de repente tuvo cierto sentir y le pidió al Señor que le explicara lo que significaba. Él recibió la claridad en su interior y oró: “Yo aplicaré, por la fe, la oración que están haciendo por mí los hermanos de Londres”. Inmediatamente que utilizó la eficacia de esa oración, la inquietud que sentía desapareció. Cuando regresó, él les contó esta experiencia a los hermanos de Londres, y ellos le preguntaron cuándo le había sucedido esto. Cuando les indicó, los hermanos de Londres le dijeron que pese a que hay cinco horas de diferencia entre la costa oriental de los Estados Unidos y Londres, ellos habían percibido que él estaba pasando por dificultades justamente en la misma hora en que él se sentía oprimido y turbado. Así que oraron por él en Londres. A pesar de que él se encontraba a un lado del océano Atlántico y los hermanos de Londres estaban al otro lado, ellos estaban conectados con él mediante un sentir interno y pudieron saber lo que él estaba experimentando en un lugar lejano. Aunque externamente nadie podía explicar claramente la situación, todos ellos sintieron lo mismo en el espíritu. ¡Cuán precioso es esto!
En 1900, cuando ocurrió la rebelión de los Bóxers, muchos misioneros del occidente fueron perseguidos y sufrieron el martirio por el Señor. El transporte y las comunicaciones de ese entonces no eran tan avanzados como hoy. Cuando la persecución ocurrió en China, había en Londres un grupo de personas que vivía en la presencia del Señor y oraba cada vez que se reunía. En ese tiempo en particular ellos sintieron una opresión en su espíritu, y sintieron que estaba relacionado con algo poco usual. Este sentimiento de opresión no era ordinario, sino extraordinario. Aunque no podían explicar esto, según su experiencia espiritual, ellos sintieron que el Cuerpo de Cristo, que es Su iglesia, estaba pasando por dificultades en la tierra. Así que oraron para liberar delante del Señor la carga que sentían en su interior. Después de cierto tiempo, cuando las noticias de China llegaron a Europa, ellos entendieron lo sucedido. Ellos calcularon la fecha y la hora, y descubrieron que ellos habían empezado a sentir una fuerte opresión en su espíritu exactamente en el momento en que los bóxers chinos empezaron a masacrar a los misioneros occidentales. Aunque se encontraban muy lejos en otra tierra, ellos en su espíritu sintieron la persecución que afrontaban los creyentes en China. Éste es el sentir del Cuerpo, el cual es universal. Por consiguiente, nunca debemos menospreciar la vida que hemos recibido. El sentir que tenemos de esta vida es una gran cosa. Lamentablemente, hemos suprimido esta sensibilidad a causa de nuestros propios sentimientos y opiniones. Estas cosas se han convertido en un factor de restricción dentro de nosotros.
Por ahora, ni siquiera hablemos del hemisferio oriental ni del hemisferio occidental, ni de Europa ni de Asia. Simplemente tomemos a Taiwán como ejemplo. La iglesia en Tainan a menudo se muestra indiferente a lo que le sucede a la iglesia en Taizhong, y la iglesia en Taipéi se muestra indiferente a lo que le sucede a la iglesia en Tainan. Cuando la iglesia en Taizhong recibe una bendición, la iglesia en Tainan no se goza. Cuando la iglesia en Tainan experimenta un avivamiento, la iglesia en Taipéi se muestra indiferente y hasta siente cierta envidia. Además, es probable que los santos de Tainan digan: “El avivamiento que experimentamos en esta ocasión es mayor que el avivamiento que hubo en Taizhong”. Luego, es posible que al escuchar esto, los santos de Taizhong se sientan descontentos, y digan: “Esperen ustedes, ya verán. En medio año la iglesia en Taizhong será más fuerte que la iglesia en Tainan”. Muchas veces, aunque los santos no hablen de esta manera, sí tienen tales sentimientos. Por consiguiente, no hay Cuerpo, y el sentir del Cuerpo disminuye.
¿Alguna vez nos hemos regocijado a causa de otra iglesia local aparte de la nuestra? Con frecuencia estamos encerrados en nosotros mismos, y cuando vemos que otra iglesia local es bendecida, no nos gozamos con ella. Y si nos regocijamos, nuestro regocijo es muy tacaño, no es generoso. Después que los santos de Keelung se enteran de que Tamsui tiene un salón de reuniones bonito, tal vez digan: “Alabado sea el Señor”, pero no se sienten muy contentos. Aunque la iglesia en Sanchung ha construido un salón de reuniones bonito, los hermanos de las otras localidades no se sienten muy contentos. Estas cosas suceden entre nosotros. Esto muestra que no estamos en el Cuerpo, y que en nuestra experiencia no tenemos el sentir del Cuerpo.
Si tenemos el sentir del Cuerpo, cada vez que cualquier miembro del Cuerpo de Cristo sea bendecido, no importa si es de nuestra localidad o no, nos sentiremos contentos porque otra iglesia ha sido bendecida. Independientemente de si es nuestra localidad o no, mientras los santos tengan dificultades o hayan sido bendecidos, nos sentiremos identificados con ellos y sentiremos la misma dificultad o bendición. Si podemos llegar a esta etapa, la sensibilidad que tenemos con respecto al Cuerpo será muy rica. Ya no seremos afectados únicamente por lo que sucede en nuestra localidad, sino también por lo que sucede fuera de nuestra localidad. El suministro que recibe el Cuerpo de Cristo a causa de esta clase de sensibilidad es indescriptible.
Si podemos traer las riquezas universales al Cuerpo de Cristo, nuestra utilidad con respecto al Cuerpo será universal. Así que tal vez sirvamos en un lugar, pero el efecto de nuestro servicio será universal, y no simplemente local. A menudo nos hallamos encerrados en nosotros mismos. Y aun después que salimos de nuestro egocentrismo, permanecemos encerrados en nuestra localidad y no permitimos que el Señor nos ensanche. El Cuerpo es universal, y la vida que está en nosotros también es universal. El Espíritu que está en nosotros es universal, el sentir que está en nosotros es universal, y el suministro también es universal. De este modo, sin importar cuál localidad sea bendecida, en tanto que el Cuerpo de Cristo sea bendecido, nos gozaremos, y si el Cuerpo de Cristo tiene un problema, sentiremos el dolor. Al igual que Pablo podremos decir: “¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?” (2 Co. 11:29). Nos sentiremos de esta manera debido a la preocupación que tenemos por todas las iglesias. Esto no está relacionado simplemente con un solo miembro, sino con todas las iglesias. Este sentir nos salvará y hará que el Cuerpo reciba el suministro.