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Mensajes del libro «Iglesia como el Cuerpo de Cristo, La»
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CAPÍTULO DOS

LA IGLESIA TIENE LA IMAGEN, Y LA AUTORIDAD DE DIOS

  Lectura bíblica: Mt. 16:18-19; 18:17-20; Ef. 3:16-21; Ap. 12:5

  Hay dos libros importantes en el Nuevo Testamento que hablan acerca de la iglesia. Uno de ellos es Mateo, el cual pertenece a los Evangelios, y el otro es Efesios, el cual pertenece a las Epístolas. En los cuatro Evangelios, el Señor Jesús habló de la iglesia únicamente en el Evangelio de Mateo. Debemos prestar especial atención al hecho de que el Señor hablara de la iglesia en el Evangelio de Mateo, que es el evangelio del reino. En el Evangelio de Mateo, un libro que trata sobre el señorío, el dominio, de Dios y Su reino, el Señor Jesús habló acerca de la iglesia. Además, cuando el Señor habló sobre la iglesia en 16:18 y 18:17, también tocó el asunto de la autoridad. Después de decir que Él edificaría la iglesia sobre Sí mismo como la roca, habló del reino de los cielos, al decirle a Pedro que Él le daría las llaves del reino de los cielos (16:18-19). Un reino tiene que ver con el dominio; por lo tanto, el reino de los cielos tiene que ver con el dominio de Dios. Así pues, las llaves del reino de los cielos denotan la autoridad del reino de los cielos. En el versículo 19 el Señor dijo: “Lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos; y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos”. Esto tiene que ver con la autoridad.

  En el capítulo 18 el Señor, después de haber hablado de la iglesia por segunda vez, nuevamente habló de la autoridad (vs. 17-20). Algunos piensan que en el capítulo 16 la autoridad fue dada únicamente a los apóstoles que fueron designados de manera especial. Este punto de vista lo defiende la Iglesia Católica. Sin embargo, el capítulo 18 muestra que la autoridad que el Señor dio a Pedro en el capítulo 16 también fue dada a la iglesia. Esto significa que la autoridad de la iglesia no pertenece a los apóstoles como individuos, sino que pertenece a la iglesia corporativamente. El Evangelio de Mateo nos muestra claramente que el reino está relacionado con la iglesia. Si la iglesia no existiera, tampoco existiría el reino. Esto también significa que el dominio y la autoridad de Dios han sido dados a la iglesia.

  A fin de entender lo relativo a la autoridad de Dios, debemos remitirnos a Génesis 1; sin embargo, no podremos entender completamente Génesis 1 a menos que entendamos el Evangelio de Mateo. Puesto que Dios quería que un hombre gobernara por Él en la tierra, creó a Adán, a fin de tener a alguien a quien le pudiera confiar Su autoridad en la tierra. En Génesis 1 la autoridad de Dios le fue confiada al hombre; sin embargo, en el Evangelio de Mateo vemos que la autoridad le fue confiada a la iglesia. A medida que Dios gana a la iglesia, Su autoridad puede ser ejercida en la tierra. En Mateo 16 el Señor Jesús se refirió a las llaves del reino de los cielos y a la iglesia, contra la cual las puertas de Hades no pueden prevalecer. Así pues, Dios le ha confiado las llaves del reino a un grupo de personas sobre la tierra, y ese grupo es la iglesia.

  En Génesis 1 nos podría parecer que la autoridad de Dios le fue confiada a un solo hombre. Pero en Mateo vemos que este hombre tiene que ser un hombre corporativo, a saber, la iglesia. La autoridad de Dios no se le puede confiar a un solo hombre; a fin de que se le pueda confiar la autoridad, este hombre tiene que ser la iglesia que es edificada sobre la roca que es Cristo. Para que la autoridad, el dominio y el reino de Dios puedan ejercerse en la tierra, la iglesia tiene que ser edificada sobre Cristo como fundamento. A la iglesia le ha sido confiado el dominio de Dios; la iglesia es también el lugar donde la autoridad divina está unida a los cielos y donde ésta se ejerce en la tierra. Quizás hasta ahora no hayamos visto el grado al cual el reino está relacionado con la iglesia. Sin la iglesia, la autoridad de Dios no puede ejercerse en la tierra.

  En Mateo 6:10 el Señor oró, diciendo: “Venga Tu reino”. ¿Cómo puede venir el reino de Dios? Apocalipsis 12 revela que el reino de Dios viene a la tierra cuando la iglesia gobierna por Dios (vs. 5, 10). Mateo revela que la autoridad de Dios viene a la tierra por medio de la iglesia, por obra de la iglesia y en la iglesia. Así pues, a fin de entender la autoridad mencionada en Génesis 1, es preciso que entendamos el Evangelio de Mateo.

  La predicación del evangelio por parte de la iglesia también es un asunto relacionado con la autoridad. En Mateo 28 el Señor dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (vs. 18-19ª). La iglesia tiene tanto la obligación como la capacidad de predicar el evangelio gracias a esta autoridad. La verdadera predicación del evangelio consiste en llevar la autoridad de Dios a todos los hombres, a todo lugar, a cada familia y a cada grupo de personas. Podemos “[ir, y hacer] discípulos a todas las naciones” sobre la base de esta autoridad, con esta autoridad y por causa de esta autoridad. Si queremos conocer la autoridad, debemos conocer la iglesia; la iglesia es el lugar donde se ejerce la autoridad de Dios. Esto es lo que nos muestra el Evangelio de Mateo.

  El libro de Efesios también tiene que ver con la iglesia. Sin embargo, este libro no presenta la iglesia en el aspecto de la autoridad sino principalmente en el aspecto de la imagen, el aspecto relacionado con la vida. En otras palabras, Efesios da énfasis al hecho de que la iglesia sea llenada de la vida y la naturaleza de Dios. El libro de Efesios no recalca el aspecto de la autoridad. Este libro presenta el contenido de la iglesia, que es el Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien es Dios mismo. Cuando Cristo mora en nosotros por medio de la fe, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Eso significa que todo lo que es de Dios está en nosotros, y nosotros podemos ser semejantes a Dios. Esto es lo que significa ser semejantes a Dios y tener la imagen de Dios. Por consiguiente, a fin de entender Génesis 1 debemos también entender el libro de Efesios. Génesis nos presenta la imagen y la autoridad. La imagen se nos presenta claramente en Efesios, y la autoridad en Mateo. En la iglesia vemos la imagen como también la autoridad.

EL GOBIERNO DE DIOS INTRODUCE LA GLORIA DE DIOS

  Estos dos asuntos, la autoridad y la imagen, están relacionados. Según el orden en que se presentan en Génesis, la imagen viene primero y después la autoridad; sin embargo, en el Nuevo Testamento, siempre se menciona la autoridad antes de la imagen. Debemos prestar atención a este principio importante en la Biblia: la imagen de Dios es Dios expresado; únicamente cuando Dios es expresado puede manifestarse Su imagen. Por ejemplo, cuando Dios se dio a conocer en Apocalipsis 4, se menciona una imagen, y esa imagen es gloria (v. 3). Efesios nos dice que Dios llega a ser el todo en el hombre y que Dios es glorificado en la iglesia (3:16-21). Siempre que Dios se da a conocer, Él es glorificado. Cuando Dios es glorificado, se expresa Su imagen.

  Supongamos que Dios sea expresado en nuestro vivir cotidiano como resultado de la comunión cabal que tenemos con Él. Las personas tal vez sientan que Dios es glorificado en nosotros, o que Dios es glorificado por medio de nosotros; hasta les parecería ver la semejanza de Dios en nosotros. La gloria que se expresa es la imagen de Dios. El Nuevo Testamento nos habla primeramente de la autoridad, no de la imagen. Dios puede darse a conocer únicamente a través de aquellos que se sujetan a Su autoridad. Cuando nos sujetamos a la autoridad de Dios, Su gloria puede ser vista en nosotros, y Su imagen es expresada en Su gloria.

  Ésta es también la secuencia que encontramos en la última frase de la oración que hizo el Señor en Mateo 6:13, que dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Dondequiera que esté el gobierno de Dios, Dios será expresado, y la imagen de Dios, la gloria de Dios, estará presente. Al final de Apocalipsis vemos que toda la ciudad de la Nueva Jerusalén expresa la imagen de Dios. En Apocalipsis 4:3 vemos que el Dios que estaba sentado en el trono era semejante a piedra de jaspe; y en 21:11 vemos que la luz de la ciudad de la Nueva Jerusalén era semejante a piedra de jaspe. Esto nos muestra que la expresión de la Nueva Jerusalén es la imagen de Dios, la gloria de Dios. La base sobre la cual Dios es glorificado por medio de la Nueva Jerusalén es el establecimiento del dominio de Dios en la tierra. En otras palabras, Su gloria es mantenida por la ciudad; y la ciudad representa el dominio de Dios, la autoridad de Dios. Todo el que trate de hacerle daño a la ciudad estará atentando contra la gloria de Dios; y todo el que le intente hacerle daño a la ciudad estará impidiendo que la gloria de Dios sea expresada. En esto vemos la relación que hay entre la autoridad y la imagen.

  Sin embargo, la imagen y la autoridad son la expresión externa, no la fuente interna. La autoridad es una expresión externa, y la gloria es también una expresión externa; ni la autoridad ni la expresión son la fuente interna. La fuente interna es la vida. Apocalipsis 21 y 22 nos muestra que externamente la Nueva Jerusalén expresa la gloria, pero que en su interior se encuentran el río de agua de vida y el árbol de la vida. Génesis 1 menciona los asuntos externos de la imagen y la autoridad (vs. 26-28), mientras que en el capítulo 2 vemos el árbol de la vida y el río que se reparte en cuatro brazos (vs. 9-14). Esto nos muestra que a fin de tener autoridad y expresar la gloria, es imprescindible que tengamos la vida interior; debemos permitir que la vida fluya en nosotros. La vida de Dios, la cual procede del trono de donde Dios reina, trae consigo la autoridad (Ap. 22:1). La vida divina lleva la autoridad a todo aquel que recibe el fluir. Es únicamente cuando la vida divina fluye en el hombre con la autoridad divina que éste puede gobernar por Dios, y es únicamente entonces que la gloria de Dios puede expresarse por medio del hombre.

  Debemos ver que Dios se ha propuesto ganar un lugar y un medio en la tierra donde Su autoridad pueda ser ejercida, de manera que Su imagen se pueda expresar y Él pueda ser glorificado. La iglesia es ese lugar y ese medio. Es imposible obtener la autoridad y la imagen de Dios si menospreciamos la iglesia. Sin la iglesia no podemos tener la autoridad de Dios, y sin la iglesia tampoco podemos tener la expresión de Dios. Tanto la autoridad como la expresión de Dios están en la iglesia; sin la iglesia, no podrán estar presentes la autoridad ni la expresión de Dios.

  Examinemos ahora nuestra condición. En una iglesia todo depende de la autoridad; no depende del lugar donde ella esté ni del número de creyentes que la compongan. No depende de si dichos creyentes son poderosos, emotivos, efusivos o fervientes; más bien, todo lo relacionado con la iglesia depende de la autoridad de Dios. Esta autoridad es el regir de Dios; es la autoridad de Dios que se expresa por medio del hombre. Nosotros podemos ser fervientes y no expresar la autoridad de Dios. Podemos ser emotivos y no expresar la autoridad de Dios. Incluso podríamos dar la impresión de que somos espirituales y, aun así, no expresar la autoridad de Dios. Podemos ser esto o lo otro, y no dar a otros la sensación de temor, de asombro y del dominio de Dios.

  Por ejemplo, podemos asistir a un concierto y sentirnos emocionados, efusivos y alegres, pero aun así, no percibir la autoridad. Sin embargo, si entramos en el palacio presidencial, podemos percibir algo que es completamente diferente de la sala de conciertos. En la oficina del presidente, de inmediato percibiremos autoridad. Lo mismo debe suceder en la iglesia. En una reunión apropiada de la iglesia debemos poder percibir la autoridad de Dios. Lamentablemente, algunas personas sienten como si hubieran entrado a una sala de conciertos o, peor aún, a un lugar de contiendas. Lo único que perciben allí son las opiniones, las disensiones y la carne de los hombres, mas no la autoridad de Dios. Por supuesto, debemos condenar toda opinión, disensión y la carne; sin embargo, incluso las cosas aparentemente positivas como son la efusividad y la armonía también estarán por debajo de la norma si no manifiestan el dominio de Dios ni Su autoridad.

EL GOBIERNO DE DIOS LE HA SIDO CONFIADO A LA IGLESIA

  Las disputas y las opiniones en una iglesia local son el resultado de las relaciones humanas y de la carne del hombre. Sin embargo, una iglesia en la que los santos son muy efusivos y están en armonía, pero que al mismo tiempo no comunica a otros el dominio o el gobierno de Dios, puede también contener únicamente el elemento humano y las cosas de los hombres. Es posible que no tenga el elemento de Dios. Es correcto que amemos, pero el amor debe ir acompañado de autoridad. El amor sin autoridad es levadura o miel; no proviene de Dios ni de la autoridad de Dios. El verdadero amor no es ni levadura ni miel, sino sal.

  Cuando los santos en una iglesia local se aman unos a otros en Dios, los demás pueden percibir la autoridad de Dios. Podemos comparar esto a la sal que se añadía a la ofrenda de harina. La sal en la ofrenda de harina es algo de Dios y de la cruz; es algo eterno. No es levadura, la cual se corrompe, ni miel, la cual procede de nuestra parte emotiva. Detrás del verdadero amor está la autoridad. Siempre que alguien tenga contacto con este amor, tendrá contacto con la autoridad; y dondequiera que esté esta clase de amor, allí siempre estará la autoridad de Dios.

  Los hermanos y hermanas pueden decir: “Todos nos amamos los unos a los otros, y la iglesia está llena de amor”. Sin embargo, si todo el mundo está contento y se conduce descuidadamente, esa clase de amor simplemente puede provenir de nuestra parte emotiva. El amor que es del espíritu y que procede del amor del Señor es la corporificación de la autoridad; dicho amor es la corporificación de la autoridad. Asimismo, cualquier expresión en la iglesia que sea apropiada debe también ser la corporificación de la autoridad.

  El hecho de que una iglesia sea normal o reúna los requisitos de Dios se pone a prueba por la autoridad; puede probarse por la presencia de la autoridad y el gobierno de Dios en la iglesia. Cuando las personas tienen contacto con dicha iglesia, ¿entran ellas en contacto con la autoridad de Dios y perciben que Dios está rigiendo y está en el trono, o perciben que allí gobierna la voluntad del hombre y las cosas del mundo? Esto es algo que pone a prueba a la iglesia. Muchas veces el fervor, el entusiasmo o incluso la obra por el Señor es lo que está “entronizado”. En la vida de iglesia a menudo percibimos estas cosas en lugar de percibir el dominio de Dios. Es únicamente cuando somos iluminados delante de Dios que verdaderamente vemos que el gobierno de Dios le ha sido confiado a la iglesia.

  Debemos permitir que Dios gobierne en nuestra obra, en nuestro amor por los hermanos y hermanas, y en nuestro fervor por la vida de iglesia. Hay algo dentro de nosotros que fluye desde el trono celestial; este fluir introduce la autoridad de Dios en nuestro ser y entre nosotros. Así, cada vez que las personas tengan contacto con nosotros, deben tener contacto con el gobierno de Dios. Espero que todos podamos ver que esto es la iglesia; que ésta es la condición apropiada del Cuerpo de Cristo en la tierra. En esta condición tenemos la gloria y la imagen de Dios, y también podemos percibir la presencia de Dios.

  Sin embargo, es posible que las personas no perciban la presencia de Dios cuando ven el fervor. Por ejemplo, podemos tener contacto con personas que laboran fervientemente y sirven diligentemente en la vida de iglesia, y aun así no percibir la presencia de Dios entre ellos. Creo que todos hemos tenido esta experiencia. Sin embargo, cada vez que tenemos contacto con la autoridad de Dios, de inmediato tenemos que inclinar nuestras cabezas y adorar al Señor, diciendo: “Señor, te adoro porque Tú estás aquí”. Cuando percibimos la autoridad, percibimos al Señor mismo. El fervor no puede representar al Señor, ni tampoco es el Señor. Todos debemos tener claro que la autoridad no sólo representa al Señor, sino que es el Señor mismo. La expresión normal de una iglesia incluye la presencia de la autoridad.

EN LA IGLESIA EL SEÑOR ES ENTRONIZADO Y REINA

  Algunos hermanos responsables podrían decir: “Nosotros somos la autoridad en la iglesia”. No se debe decir esto a la ligera; aquellos que hablan de esta manera necesitan ser quebrantados y disciplinados por hablar tonterías. Según la revelación contenida en la Biblia, los hermanos responsables en sí mismos no son la autoridad. Cuando ellos permiten que Dios reine en ellos, el Dios que se expresa por medio de ellos es la autoridad. Cuando ellos y la iglesia en la cual ellos sirven permiten que Dios reine, la expresión de la autoridad de Dios estará en medio de ellos. En esto consiste la autoridad en la iglesia.

  La autoridad no es nada menos que Dios mismo expresado entre nosotros. Cualquier iglesia local que no tenga la expresión de Dios no posee autoridad. La autoridad humana ejercida por medio de la organización o las disposiciones humanas, o por tener un nombre o posición es algo vergonzoso y es hipocresía. La verdadera autoridad viene cuando un grupo de hijos de Dios se someten al señorío de Dios y permiten que Dios reine. Cuando Dios sea entronizado en medio nuestro, la autoridad se hará manifiesta entre nosotros. Los hermanos responsables en la iglesia son autoridades delegadas que el Señor ha establecido, pero si el Señor no puede sentarse en el trono ni reinar en determinada iglesia, esa iglesia no tendrá autoridad. Tal vez haya hermanos responsables allí, pero la autoridad estará completamente ausente. La verdadera autoridad de la iglesia radica en que Dios tenga la posición debida para reinar en la iglesia. Entonces la autoridad automáticamente se expresará en la iglesia.

  Quiera el Señor concedernos Su gracia para que no pensemos que ya hemos recibido luz simplemente después de haber leído un mensaje sobre la autoridad o de haber escuchado un mensaje sobre el Cuerpo de Cristo. Espero que la gracia del Señor nos toque a todos en lo más profundo para que veamos cuál es nuestra verdadera condición. ¿En qué medida la autoridad de Dios verdaderamente se hace manifiesta entre nosotros? ¿En qué medida la autoridad de Dios está presente en nuestras reuniones? Dios está haciendo estas preguntas, y nosotros también debemos hacérnoslas. Es preciso que veamos este principio básico: la autoridad de Dios no se expresa por medio de un solo hombre, sino por medio de un hombre corporativo; este hombre corporativo es el Cuerpo, la iglesia. No debemos quedarnos en Génesis 1, sino que debemos proseguir al Evangelio de Mateo para ver que la autoridad se expresa en la iglesia. Debe haber un grupo de personas que sean salvas por Dios y lleguen a ser la iglesia, a la cual le es confiada la autoridad. En otras palabras, solamente un grupo de personas que hayan sido edificadas como el Cuerpo de Cristo podrán expresar la autoridad de Dios. El requisito de la autoridad recae sobre la iglesia.

LA AUTORIDAD DE DIOS DEPENDE DEL ELEMENTO DE CRISTO

  Tal vez algunos hermanos y hermanas piensen que mientras haya una iglesia, allí estará la autoridad. En realidad, esto no es así de sencillo. La norma de la iglesia es bastante elevada y rigurosa. A fin de satisfacer la norma de la iglesia es necesario que abandonemos el pecado, el mundo y la carne; también es necesario que seamos completamente aniquilados. Aunque hay opiniones entre las iglesias de Taiwán, hablando de un modo general, los santos están en unanimidad. Sin embargo, aún debemos confesar que no hemos visto mucho el asunto de la autoridad.

  No hemos percibido lo suficiente la autoridad en las iglesias, debido a que en la iglesia abundan nuestra tolerancia, paciencia, mansedumbre, amabilidad u otras virtudes humanas. Todas estas virtudes proceden del hombre y pertenecen al hombre. Es posible que todas estas virtudes positivas simplemente sean elementos humanos. Si ésta es nuestra situación, la salvación de Dios en nosotros sigue siendo superficial y carece de profundidad. Nuestra persona, nuestro yo, debe ser subyugado, quebrantado y anulado por Dios porque en nosotros aún existen muchas cosas que no han sido edificadas sobre la roca que es Cristo y porque, de hecho, todas ellas son ajenas a Cristo.

  Cuando elementos que son ajenos a Cristo están en nosotros, no puede estar presente la autoridad. Es posible que tengamos cosas buenas, recibamos alabanzas de los hombres, seamos dóciles y mansos, e incluso seamos fervientes en nuestra obra; sin embargo, no tenemos autoridad. La autoridad se halla en la iglesia, y la iglesia es sostenida por Cristo. En otras palabras, la iglesia es edificada sobre Cristo, y Cristo mismo es el material con el cual la iglesia es edificada. La medida en la que el elemento del “hombre” esté presente en la iglesia, en esa misma medida se reducirá la autoridad. La cantidad del elemento de Cristo que haya en nosotros determinará la medida de autoridad que tengamos. Es posible que algunos piensen que si oran mucho, tendrán mucha autoridad; esto está equivocado. Tal vez reciban un poco de poder después de haber orado, pero no recibirán autoridad. El verdadero poder se halla en la autoridad. Por favor, recuerden que la autoridad proviene de lo que se ha edificado sobre Cristo; la medida de autoridad que tengamos dependerá de cuánto hayamos sido edificados sobre Cristo.

  Ser edificados sobre Cristo equivale a edificar con Cristo como el material. La medida de autoridad presente en la iglesia depende del grado al cual la iglesia haya sido edificada con Cristo como el material. No debemos desechar solamente las cosas negativas que hay en nosotros, sino también las cosas positivas. Debemos aprender a ser disciplinados y quebrantados por Dios. Esto no debe ser simplemente una cuestión de doctrina, sino de experiencia. A medida que el Señor nos ilumine, Él nos tocará poco a poco, para mostrarnos que algunas cosas que son buenas y correctas en nosotros no han sido edificadas sobre Cristo, es decir, no han sido edificadas con Cristo como el material ni tampoco por Cristo en nuestro interior. Tales cosas pueden ser buenas, pero proceden de nosotros, no de Cristo.

  Algunos santos dicen que es difícil estar en unanimidad porque quienes son más hábiles y competentes no muestran mucho interés en ellos. Incluso si tuvieran esta clase de “unanimidad”, ello no tendría ningún valor. La verdadera unanimidad depende de cuánto hayamos sido tocados por Dios; si nuestra competencia, debilidad, capacidad o incapacidad ha sido tocada por Dios, tendremos la verdadera unanimidad. Únicamente aquella parte de nuestro ser que ha sido edificada sobre Cristo, es decir, edificada con Cristo como el material, tiene verdadero valor. Únicamente el área de nuestro ser que ha sido quebrantada por Dios está relacionada con la iglesia, y únicamente en dicha área está presente la autoridad: una esfera en la cual Dios gobierna.

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA CON CRISTO COMO EL MATERIAL

  Teóricamente, todos los santos deben tener muy claro este punto; sin embargo, después de haber servido en la iglesia por cierto periodo de tiempo, comprobaremos que aún tenemos el elemento del yo. Aparentemente, tal vez no tengamos muchos pecados ni mucho del mundo, ni de la carne; no obstante, los elementos de nuestro propio ser siguen presentes en nosotros. Es preciso que el Señor nos muestre que nuestro ser es el mayor enemigo de Cristo y el mayor obstáculo para Cristo; nosotros impedimos que la autoridad de Dios sea expresada, y anulamos la iglesia, para que no pueda ser formada.

  Cierta iglesia local frecuentemente ha sido muy elogiada y considerada como una iglesia verdaderamente maravillosa, y nosotros también consideramos que es bastante buena cada vez que vamos allí; sin embargo, no tiene mucho del elemento de Cristo. ¿Qué significa esto? Significa que aunque la iglesia es buena, todas las cosas allí contienen el elemento del hombre. Aunque no son cosas malas, todas ellas contienen el elemento del hombre. Percibimos que es el hombre y no Cristo quien está allí presente y que la iglesia en ese lugar ha sido edificada con el hombre y no con Cristo como el material.

  Todos debemos aprender la lección de pasar por la experiencia de la cruz y ser filtrados por la cruz. Cuando sentimos que Dios nos toca, debemos tomar medidas conforme a dicho sentir; esto es muy valioso. Cuando tenemos un sentir con respecto a determinado asunto, debemos permitir que el Señor nos juzgue. Mientras experimentamos a Dios y le servimos, es posible que tengamos el sentir de que Él está tocando algo en nosotros, mostrándonos un elemento particular de nuestro yo. Él nos muestra algo que no ha sido edificado por Cristo, que no ha sido edificado con Cristo, y que no ha sido edificado sobre Cristo. Si no ignoramos este sentir, la luz en nuestro interior aumentará cada vez más. Si damos un paso adicional y tomamos medidas con respecto a este sentir, seremos liberados. Podemos experimentar esto en momentos cruciales de nuestra vida a medida que Dios nos hace pasar por estas situaciones. Aun si llegamos a caer y sentimos que no podemos levantarnos, la gracia de Dios vendrá a ser nuestro suministro, a fin de ayudarnos a estar en pie nuevamente.

  Lamentablemente, cuando Dios nos ilumina y conmueve nuestros sentimientos, muchas veces somos negligentes y dejamos que el sentimiento pase sin darle ninguna importancia. En gran parte, ésta es la razón por la cual los servicios y las actividades en las iglesias todavía continúan tan llenos de los elementos del hombre. No son muchos los que han sido tocados por Dios o se han postrado delante de Dios. Debemos estar dispuestos a decir: “Señor, perdóname. Esto proviene de mí; estoy usando mi yo como el material. No estoy edificando sobre Cristo ni por medio de Cristo”. Si dijéramos esto más a menudo, todas las iglesias serían diferentes. Cualquier iglesia en la cual podemos tocar la autoridad de Dios es una verdadera iglesia, una iglesia que es edificada con Cristo. Una iglesia no puede existir si los santos de esa localidad no son edificados por Cristo, sobre Cristo ni con Cristo. Tal vez se reúnan juntos y lleven a cabo ciertas actividades, pero la realidad de la iglesia no estará presente.

  Si la realidad de la iglesia no está presente, tampoco estará presente la autoridad. No podemos separar la iglesia de Cristo, ni tampoco podemos separar la iglesia de la autoridad. Solamente cuando toquemos a Cristo y lo expresemos en nuestro vivir, la iglesia estará presente. Únicamente cuando permitamos que Cristo sea edificado en nuestro ser, la iglesia será real. Éstas son palabras de experiencia y no expresiones doctrinales. Doctrinalmente hablando, la iglesia siempre existe; sin embargo, conforme a la experiencia, la iglesia no existe si somos edificados únicamente con las cosas del yo, las cosas del hombre, y no con Cristo. No necesitamos ser provocados en nuestra carne ni involucrarnos en disputas para que la iglesia sea anulada; pues entre tanto que edifiquemos con el yo, la iglesia no estará presente. Cuando la iglesia no está presente, la autoridad tampoco está presente, y las personas no podrán percibir la autoridad en la iglesia. Quiera el Señor mostrarnos que únicamente podrá haber autoridad en aquella iglesia que sea edificada por Cristo, en virtud de Cristo y con Cristo mismo como el material.

ASUMIR LA RESPONSABILIDAD PARA RECIBIR MISERICORDIA Y SER ILUMINADOS

  Además de esto, debemos prestar especial atención a un asunto. Debido a que nuestra reunión es un tiempo en el que recibimos bendición, a menudo nos sentimos entusiasmados; es difícil evitar por completo una atmósfera animada, debido a que somos humanos. Sin embargo, debemos tener presente que esta alegría, este entusiasmo, a menudo es un velo que impide que seamos iluminados. En Mateo 11:29 el Señor expresó Su deseo por que nosotros fuéramos mansos y humildes de corazón, tomáramos Su yugo y aprendiéramos de Él. Cuando nos reunimos, no debemos emocionarnos mucho, porque esto fácilmente puede hacer que nos comportemos descuidadamente. Así como dejamos nuestras obligaciones personales y nuestros quehaceres domésticos para reunirnos, buscar a Dios y aprender algo de Dios, de la misma manera debemos estar dispuestos a evitar toda conversación innecesaria que pueda convertirse en una distracción. Por supuesto, esto no significa que debamos descuidar las verdaderas necesidades espirituales.

  Ser iluminados es algo que depende de la misericordia de Dios; no necesariamente seremos iluminados cada vez que pidamos que esto suceda. Sin embargo, sí debemos asumir parte de la responsabilidad de ser iluminados. En un día despejado y con sol, algunos reciben luz, mientras que otros no. Recibir la luz del sol es la responsabilidad del hombre. Si estamos sumamente entusiasmados, hablamos demasiado o desbordamos de ánimo, estaremos edificando un “muro alto” que impedirá que la “luz del sol” penetre. Todos debemos aprender a estar calmados. Por supuesto, eso no significa que no podamos orar en voz alta, pero debemos tener cuidado si nuestra voz perturba a otros en su espíritu. Los chinos suelen decir que la poesía es la forma más bella de escribir; en el ámbito espiritual, las oraciones y las alabanzas son lo más hermoso. Las palabras que expresamos en nuestras alabanzas son palabras hermosas, mientras que las palabras que expresan enojo son las más desagradables. Si nuestra voz es demasiado fuerte o si el tono con que hablamos es demasiado alto, perturbaremos el espíritu. El espíritu es la parte más tierna y delicada del hombre. Si damos libertad a nuestras emociones y nos dejamos llevar por nuestros impulsos, el espíritu no será liberado. Sin embargo, si estamos en el espíritu y tocamos el espíritu, habrá un eco de este espíritu en lo más profundo de los santos.

  Espero que lo que hemos compartido nos ayude a comprender que la razón por la cual perdemos la bendición del Señor es que a menudo nos distraemos. Cuando asistamos a las reuniones en distintas localidades, no debemos dedicar mucho tiempo a hacer compras o a visitar familiares y amigos. Estas cosas pueden ofender al Señor y hacer que perdamos Su bendición. Perderemos la bendición del Señor si gastamos todo nuestro tiempo haciendo compras o visitando a nuestros familiares y amigos. Debemos entender que la misericordia de Dios no depende de cuánto queramos o corramos; en lugar de ello, debemos asumir parte de la responsabilidad para estar en una condición que nos conduzca a recibir misericordia. Quiera el Señor concedernos Su gracia.

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