
Lectura bíblica: 14, Jn. 1:16; 11:25; 8:12; 14:6
Efesios 1:23 nos dice que la iglesia es la plenitud de Cristo, y Colosenses 2:9 dice: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Todo lo que pertenece a Dios está en Cristo, y todo lo que pertenece a Cristo está en la iglesia; por lo tanto, la iglesia es un asunto extremadamente importante. Todo lo que se encuentra en la Deidad se expresa por medio de Cristo, y todo lo que está en Cristo se expresa por medio de la iglesia. Así como todo lo que le pertenece a Dios está en Cristo, todo lo que le pertenece a Cristo está en la iglesia; y así como Cristo expresa a Dios, la iglesia expresa a Cristo. Por consiguiente, todo lo que no es Dios no es Cristo, y todo lo que no es Cristo no es la iglesia.
¿Quién es Cristo? Cristo es Dios expresado en el hombre. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es Cristo expresado en el hombre. Dios expresado desde el interior del hombre es Cristo, y Cristo expresado desde el interior del hombre es la iglesia. Por lo tanto, la iglesia es algo muy especial. Sin embargo, eso no significa que el cristianismo sea la iglesia. A los ojos de Dios, la iglesia es la plenitud de Cristo. La iglesia es únicamente el Cristo que se manifiesta desde el interior del hombre en el vivir de éste. Todo lo que difiera de esto no es la iglesia, aun cuando la diferencia sea mínima. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Cristo.
¿Cuáles son los elementos que constituyen el contenido de la plenitud? El Evangelio de Juan es el primer libro en la Biblia que habla de la plenitud. Según un principio básico en la Biblia, la primera vez que un asunto se menciona en las Escrituras establece la definición y el principio de dicho asunto. La primera vez que la Biblia nos habla de la plenitud que está en Cristo ocurre en Juan 1:1-18, que es una introducción al Evangelio de Juan y nos da acceso a todo el libro.
El Evangelio de Juan empieza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (1:1). El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y al decirnos que el Verbo se hizo carne, la Biblia dice que este Verbo estaba “lleno de gracia y de realidad” (v. 14). Esto nos muestra que la gracia y la realidad constituyen el contenido de la plenitud. El versículo 16 añade: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Esto nos muestra que la plenitud y la gracia están relacionadas. El versículo 17 continúa diciendo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Esto nos muestra una vez más que la gracia y la realidad están relacionadas con la plenitud. Basándonos en este capítulo debemos reconocer que los elementos que constituyen el contenido de la plenitud son la gracia y la realidad.
¿Qué son la gracia y la realidad? Aparentemente parecen ser dos cosas diferentes. En Juan 14:6 el Señor Jesús dijo que Él era “el camino, y la realidad, y la vida”; no dijo que era la gracia. No podemos encontrar ningún pasaje de la Biblia que nos diga explícitamente que el Señor Jesús es la gracia, pero sí encontramos algunas porciones que nos dicen que Él es la realidad. Juan 1 menciona juntos la gracia y la realidad, lo cual nos permite ver que la gracia y la realidad no son dos cosas diferentes, sino que en realidad son una misma cosa. La gracia es Dios quien se da al hombre para que éste le disfrute. Cuando Dios se da a nosotros, esto es gracia. Cualquier cosa que Dios nos dé aparte de Sí mismo no podemos llamarlo gracia; es únicamente cuando Él se da a Sí mismo a nosotros que podemos hablar de la gracia.
Cada vez que la Biblia nos habla de la gracia, se refiere a Dios, a la vida de Dios o a asuntos relacionados con la vida y la redención. La gracia es un término muy específico en la Biblia, aun cuando nosotros lo usamos muy libremente. Algunos dicen que el nacimiento de un hijo, o el hecho de comprar una buena casa es gracia. Tal vez esto sea la bondad de Dios para con nosotros, pero por favor, recuerden que la Biblia jamás usa la palabra gracia al hablar de cosas como éstas. La Biblia las llama bendiciones o beneficios de Dios, pero nunca utiliza la palabra gracia para referirse a tales bendiciones o beneficios. Tal parece que la Biblia deliberadamente a apartado la palabra gracia para referirse a Dios y a la vida de Dios. En particular, Juan 1 nos presenta que la venida de la gracia era Dios mismo que venía para que el hombre lo recibiera (vs. 14, 17). En el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y por medio de Él vino la gracia. Debemos comprender, por tanto, que la gracia es Dios mismo para ser recibido por el hombre.
La gracia es Dios mismo, y la realidad también es Dios mismo. La gracia consiste en ganar a Dios, mientras que la realidad consiste en que hemos visto a Dios. Aparte de Dios, todo lo que vemos y tocamos es vano, falso e irreal; únicamente esta Persona, Dios, es real. En otras palabras, el Evangelio de Juan nos revela a Dios, lo cual es la realidad; y también nos da a Dios, lo cual es gracia. Los capítulos del 1 al 21 del Evangelio de Juan hablan de los aspectos de Dios como realidad y como gracia. El que se encarnó y expresó a Dios ante los hombres; esto es realidad. Y por medio de Su muerte y resurrección Él impartió a Dios en el hombre para que el hombre pudiera recibir a Dios; esto es gracia.
El Evangelio de Juan también nos habla de la vida. En Juan 3:15 dice: “Todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”. El versículo 36 dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Sin la luz de Dios es muy poco lo que podemos ver. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos ilumina, vemos que el Evangelio de Juan revela que el Verbo, quien se hizo carne, nos dio a conocer al Dios invisible; sólo Él ha dado a conocer a Dios. Dios se expresó por medio del Señor Jesús, y este Dios expresado es llamado realidad. Cuando las personas tuvieron contacto con Él, tocaron la realidad.
Al expresar a Dios, Jesucristo hizo posible que las personas vieran a Dios; más aún, Él hizo posible que las personas recibieran a Dios. El Dios que se nos manifiesta es la realidad, y el Dios que recibimos es la gracia. Esto es lo que nos muestra el Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan nos da vida. Este evangelio dice que en el principio era el Verbo, y que el Verbo estaba con Dios. El Verbo se hizo carne y expresó a Dios ante los hombres; lo que Él expresó es la realidad. Él también hizo posible que nosotros recibiéramos al Dios que habíamos visto; el Dios expresado desea entrar en nosotros para ser nuestra posesión. Una vez que Él entra en nosotros, llega a ser la gracia en nuestro interior.
Pablo dijo que había trabajado mucho más que todos los demás apóstoles mediante la gracia de Dios que estaba con él (1 Co. 15:10). Esta gracia no es algo muerto; es el Dios viviente. Este Dios viviente está con nosotros; de hecho, está dentro de nosotros. Por ello, los saludos y la bendición que el apóstol escribió al final de Filipenses, declaraban: “La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu” (4:23). Puesto que la gracia del Señor Jesucristo está en nuestro espíritu, la gracia no debe ser algo que está fuera de nosotros, sino más bien algo viviente que está en nuestro interior, en nuestro espíritu. Esta gracia es Dios que hemos recibido.
La gracia es Dios, y la realidad también es Dios. La plenitud de Dios o la plenitud de Cristo es Dios mismo. En otras palabras, la plenitud es la gracia y la realidad, y la gracia y la realidad son Dios mismo; por lo tanto, esta plenitud es Dios mismo. La plenitud del Señor Jesús es Dios mismo, y también es toda la plenitud de la Deidad. Todo lo que es de Dios está en Cristo y es la plenitud.
¿Cuál es el contenido de la plenitud? En Juan 11:25 el Señor dijo muy claramente que Él es la vida. Esto indica que el primer elemento que se incluye en la plenitud es la vida. Si tocamos la plenitud, ciertamente tocaremos la vida. Si no tocamos la vida, entonces no hemos tocado la plenitud. Quizás alguien preguntara: ¿qué es la vida? La vida es algo viviente. La primera expresión de la vida es que ella es algo viviente; es decir, todo lo que posea vida tiene que ser algo viviente. Esto no se refiere a algo animado, sino más bien a algo que tenga vida, que esté vivo y lleno de vigor.
Con respecto a algunos hermanos, su bondad es algo que procede de ellos mismos, pero con respecto a otros santos, su bondad proviene de Dios. Podemos decir que la bondad de algunos santos es simplemente un comportamiento adquirido, mientras que la bondad de otros santos es vida. La diferencia es que la bondad de algunas personas no tiene vigor; es igual a algo que está muerto, carente del aliento de vida. Pero la bondad de otros está llena de vigor, llena de vida. En otras palabras, la bondad de unas personas está muerta, mientras que la bondad de otras es viviente. A menudo tenemos contacto con un grupo de hermanos y hermanas quienes son buenos, pero su bondad bien podría compararse a un trozo de madera sin vigor. Cuando tocamos su bondad, no tocamos en ella ningún vigor ni vida. Sin embargo, al leer las Epístolas del Nuevo Testamento, siempre que prestamos atención a la bondad de los apóstoles, tenemos contacto con la vida.
De la misma manera, en algunos cristianos percibimos la bondad y también la vida. Algunos tienen una mansedumbre que puede compararse a la mansedumbre de una estatua de piedra; aunque ciertamente son mansos, la vida no está presente en su mansedumbre. En cambio, algunos poseen una mansedumbre que intrínsecamente posee vida; cuando observamos esta mansedumbre, tenemos contacto con la vida. ¿Cómo podemos discernir si la mansedumbre y la bondad de una persona proceden del yo o de Cristo? Todo lo que proviene del yo carece de vida, mientras que todo lo que procede de Cristo posee vida. Lo que procede del yo está muerto; pero lo que procede de Cristo está vivo. Si entendemos este principio, fácilmente reconoceremos estas dos cosas cuando tengamos contacto con ellas. Por ejemplo, ¿cómo podemos distinguir entre una verdadera flor y una flor artificial cuando ambas tienen el mismo color y la misma forma? La diferencia estriba en que la una no tiene vida, mientras que la otra sí.
A veces nos encontramos con un santo que es muy amoroso y diligente, pero lo único que percibimos es muerte; no recibimos ningún suministro de vida ni percibimos la unción. Cuanto más nos expresa su amor, más incómodos nos sentimos; cuanta más cortesía nos muestra, más intranquilos nos sentimos; cuanta más diligencia y bondad nos muestra, más secos nos sentimos interiormente, sin ninguna unción. Esto se debe a que su amor, cortesía y diligencia carecen de vida; todo ello procede de él mismo y forma parte de su comportamiento. En otra situación una persona viene a reprendernos, y nos habla con severidad. Aunque sentimos que nos duele, con todo, la unción está presente en ello, y podemos contactar a Dios y ser refrescados. En ese momento nos damos cuenta de que esta reprensión proviene de la vida. Por consiguiente, el primer elemento que se incluye en la plenitud es la vida.
Todos sabemos que la iglesia es la plenitud de Cristo, pero ¿cómo podemos saber si una iglesia en particular posee la plenitud? Si en una localidad percibimos la unción, la frescura y la vitalidad, debemos percatarnos de que la plenitud, la iglesia, está en dicha localidad. Sin embargo, es posible tener contacto con un grupo de santos fervientes en una localidad, y no sentir entre ellos la plenitud ni el desbordamiento de la vida.
Por ejemplo, en una reunión de la mesa del Señor dos o tres hermanos oran tan fuertemente que todo el mundo puede oírlos, aun sin necesidad de micrófonos; sin embargo, aquellos que disciernen la vida se darán cuenta de que la vida no está presente en su voz. Aun cuando sus voces resuenen en la reunión, no logran tocar el espíritu de las personas ni hacer que la unción esté en sus espíritus. Como consecuencia, aun cuando la voz sea fuerte y clara, muy pocas personas responderán con un “Amén”, y algunos ni siquiera podrán decir “Amén” porque la oración no posee vida; carece de algo viviente y le falta la unción.
Todas nuestras actividades, incluso nuestra predicación del evangelio, deben ceñirse a este principio. Si lo que hacemos procede de nosotros mismos, es simplemente un comportamiento adquirido. No sólo nos sentiremos muertos interiormente, sino que además de esto, no recibiremos la unción. Si nuestra persona ha sido quebrantada y Cristo ha sido edificado en nosotros, entonces lo que hagamos procederá de Cristo y será la plenitud. El primer elemento, la primera señal, de la plenitud, es la vida. Sabemos que dondequiera que percibamos el vigor, la frescura y la unción, allí también estará la vida; tener contacto con la vida es tener contacto con la plenitud.
El Evangelio de Juan es un libro que trata acerca de la plenitud, y nos presenta la vida como el primer elemento que contiene la plenitud. El Señor vino para que tuviéramos vida (10:10), y Él mismo es la vida (11:25). En la plenitud hay algo llamado vida, y esta vida se halla en el Señor. La vida es real. Aun cuando el hombre no pueda tocar la vida, definitivamente no puede negarla. Si alguien muere, todos de inmediato se darán cuenta de ello, porque la persona que muere ya no tiene vida. La vida es real. Si la vida está presente, está presente, y si está ausente, está ausente. Si es entonces es, y si no es entonces no es. Cuando ponemos dos flores una al lado de la otra, las personas rápidamente pueden darse cuenta de cuál es real y cuál es artificial porque la vida es muy real.
En la iglesia no debemos fijarnos solamente en la apariencia externa de las cosas; debemos tocar el contenido intrínseco de la iglesia. En otras palabras, debemos tocar la unción y la vida internas; debemos tocar la presencia viva del Señor. Ésta es la clave que responde todas las preguntas, y nos capacita para saber si una localidad es la iglesia en la experiencia y si ella es la plenitud de Cristo. Si la plenitud de Cristo está presente en una localidad, la vida también estará presente. Éste es el primer elemento que contiene la plenitud.
En el Evangelio de Juan el Señor Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 25). El Señor no sólo es la vida, sino también la resurrección. Sin duda alguna, la resurrección y la vida están relacionadas, pues sin la vida no puede haber resurrección. Sin embargo, la resurrección es un paso adicional a la vida. Aunque la vida es vida, no es nada más que vida, y no ha pasado por la prueba, el golpe o la muerte. Sin embargo, la resurrección es la vida que ha pasado por la prueba, el golpe y la muerte. Por lo tanto, la vida que ha progresado es la resurrección.
Antes de pasar por la experiencia de muerte, la vida es simplemente vida, pero después de que pasa por la experiencia de la muerte, es la resurrección. La vida que se manifiesta después de haber pasado por la experiencia de la muerte se llama resurrección. Por favor, recuerden que la vida, que es el primer elemento que contiene la plenitud, es una vida capaz de resistir la prueba de la muerte, una vida que puede manifestarse aun después de la muerte.
Por ejemplo, la oración de un hermano puede llevarnos a tocar la vida, a sentir la unción y a tocar al Señor. Sin embargo, nuestros sentidos a veces se equivocan; así que hay otro indicador que nos permite saber si esto procede de la vida. Si su oración procede de la vida, seguirá orando después de que él haya sido probado o herido. La oración que procede de la vida nunca muere como resultado de las pruebas o de los golpes. Todo aquello que muere después de las pruebas y golpes, definitivamente no proviene de la resurrección. Únicamente lo que permanece sin cambiar después de las pruebas y golpes es la resurrección. Un santo que sirve en la iglesia puede ser muy devoto y diligente. Si percibimos la unción y la presencia del Señor cuando estamos con él, podremos concluir que esto debe proceder de la vida. Sin embargo, si los ancianos llegan a tratarlo con severidad, él podría tropezar y dejar de asistir a las reuniones. Probablemente sienta que los ancianos no deben tratarlo de esa manera porque, después de todo, él venía a servir a la iglesia; y como consecuencia, es posible que se retire. Esto indicaría que su diligencia y su devoción no son algo que se halla en la plenitud, pues carece de la resurrección. Todo lo que pertenezca a la resurrección soportará las pruebas, los golpes y la muerte.
Si algo no pasa por la experiencia de la muerte, no tendrá fuerza, riquezas ni plenitud, pero una vez que pasa por la experiencia de la muerte, se vuelve fuerte, rico y pleno. Por dos mil años los cristianos han sido continuamente perseguidos y muertos. La persecución y la muerte sólo puede destruir lo que no pertenece a la resurrección. Todo lo que pertenece a la resurrección puede resistir la prueba de la persecución y la muerte.
Ciertas condiciones se han manifestado en la iglesia por algún tiempo, y luego han desaparecido. Esto muestra que dichas condiciones no estaban relacionadas con la plenitud. Únicamente aquello que puede soportar las tribulaciones y las pruebas, aquello que puede resistir las aflicciones, aquello que vive después de la muerte y se manifiesta después de vencer la represión de la muerte, es la resurrección. En esta condición de resurrección, la plenitud estará aquí; la resurrección es una señal de la plenitud y uno de los elementos que están contenidos en la plenitud.
En la plenitud no sólo se encuentra la vida, sino también la vida que ha pasado por la experiencia de la muerte, ésta es la resurrección. Todo lo que aún permanezca en pie es fortalecido, enriquecido e ingresa en un nivel más elevado e incluso después de haber sido probado, reprimido, perseguido y aniquilado, entra en una nueva esfera. Esto es la resurrección, la señal más poderosa de la plenitud. La expresión de una iglesia debe ser la resurrección. Si el Señor tiene misericordia de nosotros y nos hace pasar por pruebas, veremos cuánto de nosotros aún permanece después de la prueba de la muerte. Nuestros afanes no podrán resistir la prueba de la muerte, nuestro entusiasmo no sobrevivirá después de los golpes y muchas de nuestras virtudes se desvanecerán completamente una vez que pasemos por las aflicciones. Esto demuestra que todas estas cosas provienen de nosotros mismos y no de Cristo. Esto también prueba que no hay ninguna expresión de la iglesia ni ninguna expresión de la plenitud de Cristo.
En Juan 8:12 el Señor dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. La plenitud tiene otro elemento, el cual es la luz, y otra señal, que es el resplandor. Lo que determina si una persona está en la plenitud es si ella está llena de luz. Asimismo, lo que determina si una iglesia es la expresión del Cuerpo es si esa localidad está llena de luz. En la Nueva Jerusalén no hay nada de oscuridad. Allí todo es resplandeciente. No sólo eso, en la Nueva Jerusalén todo es glorioso; hasta el oro es transparente. Lamentablemente, los ojos de muchos de los que están en grupos cristianos no son muy resplandecientes. Sin embargo, en la Nueva Jerusalén incluso el oro será transparente. La transparencia es una expresión de la vida y es una señal de la plenitud. Ésta es una condición que se expresa a través del Cuerpo.
A veces cuando asistimos a la reunión de cierta iglesia local, sentimos que es semejante a un refugio antiaéreo, es decir, todo allí es muy oscuro y sombrío. Parece que hubiéramos entrado en un túnel profundo, rodeado por impenetrables muros de bronce y de hierro. Cuando entramos en una reunión así, sentimos que hemos entrado en las tinieblas, y que todo allí es opaco. Sin embargo, a veces nosotros mismos estamos interiormente en una condición sombría y miserable, pero cuando asistimos a la reunión de la mesa del Señor, empezamos a sentirnos resplandecientes, transparentes y refrescados. Ésta es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, la plenitud.
A veces cuando tenemos comunión con algunos hermanos responsables, sentimos que interiormente todo se oscurece. Antes de tener comunión, mientras orábamos en casa, sentíamos que había un rayo de luz; pero cuanto más comunión teníamos con ellos, más confundidos nos sentíamos y menos luz teníamos. En esos momentos, debemos darnos cuenta de que la plenitud, el Cuerpo y la expresión del Cuerpo no están presentes. También podemos tener la experiencia de sentirnos tristes, como andando a tientas en la oscuridad, sin saber cómo proceder. Ni siquiera nuestras oraciones son claras. Sin embargo, después de tener comunión con los ancianos, sentimos que nuestro ser resplandece y está lleno de luz. A veces ni siquiera tenemos necesidad de hablar, pues en cuanto nos sentamos a tener comunión, sentimos que nuestro ser se abre y resplandece. Luego, después de decir unas cuantas palabras, sentimos que somos transparentes y que la iglesia, el Cuerpo y la plenitud están presentes. Si el Cuerpo está presente, también estará presente la plenitud, y en esta plenitud estará la luz.
Algunos santos viven en el Cuerpo. Hay personas que viven en la plenitud. Cuando se ponen de pie en la reunión, notamos que todo su ser es transparente. Cuando abren su boca y empiezan a compartir, hacen que las personas vean todo con claridad y resplandezcan. Sin embargo, hay otros que parecen tener una habilidad especial de confundir a las personas. Después de escucharlos, perdemos la poca luz que teníamos y nos quedamos sin saber cómo proceder. ¿Los mensajes que otras personas dan nos llevan a tocar a Dios o nos hacen sentir más confundidos? Dios es luz. No hay ningún mensaje que nos lleve a tocar a Dios, y al mismo tiempo carezca de luz. Por ejemplo, un mensaje que nos hace sentir que todo es aceptable —por ejemplo, que entrar en el reino es casi lo mismo que ir al lago de fuego— no proviene de la Nueva Jerusalén sino del abismo. En la Nueva Jerusalén todo es resplandeciente. Sólo en el abismo, hay tinieblas sobre la faz del abismo y tinieblas por todas partes.
¿Qué es la plenitud? La plenitud es el resplandor. De la plenitud de Cristo todos hemos recibido. El Señor dijo: “El que me sigue, jamás andará en tinieblas” (v. 12). Todos sabemos que los que han recibido de Su plenitud están en la luz. Su ser interior resplandece. No tenemos necesidad de preguntarles a los demás si hemos percibido la plenitud ni tampoco si estamos en la plenitud. Todo depende de si nuestro ser interior resplandece o está en tinieblas, de si hay claridad o confusión. Esto no es una doctrina profunda ni gran sabiduría; cualquier creyente puede tocar esto. Cristo es la plenitud de Dios, y hay algo en esta plenitud que se llama luz. Cada vez que contactamos la plenitud, percibimos la luz y resplandecemos interiormente.
Todo aquel que toca la plenitud de Cristo es una estrella, una lámpara o al menos una vela. Un candelero es algo que resplandece, y también que ilumina a otros. La iglesia es un candelero. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos permita ver si estamos en tinieblas o en la luz. Esto determina si en experiencia somos Su Cuerpo. Siempre que en una iglesia los santos niegan el yo y tocan la plenitud de Cristo, esa iglesia es la plenitud de Cristo en la experiencia. Quizás no haya muchos santos en dicha localidad, ni haya muchos que sean inteligentes o competentes, pero cuando uno entra en medio de ellos, la gente percibirá que dichos creyentes son transparentes y resplandecientes, y que hay luz entre ellos, pues han tocado la plenitud.
En Juan 14:5 Tomás dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”. Muchos malinterpretan esto pensando que se refiere al camino que conduce al cielo. Sin embargo, Juan 14 no habla del camino al cielo, sino del camino que conduce al Padre. Juan 14 no habla de cómo podemos ir al cielo, sino de cómo podemos entrar en el Padre. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo nosotros hemos entrado en Dios. Puesto que Tomás le preguntó al Señor acerca del camino, Él le respondió: “Yo soy el camino” (v. 6). El Señor mismo es el camino. En esta plenitud no sólo se encuentra la vida, la resurrección y la luz, sino también el camino.
Por favor, no debemos olvidar que todo aquel que contacta la plenitud posee el camino. Cuando una iglesia toca la plenitud, dicha iglesia tiene el camino. En las reuniones de algunas localidades parece que lo que estaba claro ahora ya no está claro, y que es difícil encontrar el camino. Sin embargo, en las reuniones de otras localidades tenemos contacto con el camino que nos permite contactar al Señor. En tales localidades está la plenitud, y uno de los elementos de la plenitud se llama el camino. Por consiguiente, cuando no tengamos un camino por donde avanzar, debemos tocar una iglesia que sea la plenitud; es aquí donde encontraremos el camino. Asimismo, cuando no sepamos por dónde ir, debemos contactar a un hermano que haya tocado la plenitud. Después que hayamos tenido comunión con él, el camino estará dentro de nosotros. Yo creo que todos hemos tenido este tipo de experiencias con otros, y que otros han experimentado esto con nosotros.
Los ancianos apropiados son aquellos que hacen posible que los santos que no tienen un camino por donde avanzar, encuentren un camino. Tales ancianos a menudo son personas con quienes los hermanos y hermanas se sienten en libertad de discutir sus problemas. Quizás una persona no pueda superar cierto problema, pero de repente piensa en ir a tener comunión con los ancianos. Después de estar con ellos por media hora o por una hora, parece que la frustración que sentía se ha ido, y como consecuencia, hay un camino dentro de él.
Esto sucede frecuentemente en relación con los asuntos espirituales. A veces no podemos superar algo, y no tenemos un camino por donde avanzar, no importa cuánto busquemos, indaguemos y exploremos. Pero si nos sentamos con un creyente por un rato, a menudo se nos manifestará un camino, aun sin haber dicho nada. ¿Qué es esto? Esto es la plenitud de Cristo. En algunos santos, una persona puede tocar el camino espontáneamente cuando acude a ellos, debido a que ellos viven en la plenitud. Si todos los ancianos de las iglesias viviesen en la plenitud y tuviesen el camino en la plenitud, la iglesia, por ser la plenitud de Cristo, espontáneamente tendrán el camino.
Si deseamos saber si una localidad es el Cuerpo de Cristo y si es una expresión del Cuerpo, debemos fijarnos si allí se encuentra la vida, la resurrección, la luz y el camino. Estas pruebas son contundentes.