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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO ONCE

LA IMPARTICIÓN DEL PADRE

  Lectura bíblica: Jn. 7:29; 16:27b; 5:24, 30, 36-38, 43; 4:34; 13:20; 14:24; 1:29; 3:14; Ro. 8:3; 9, 1 Jn. 4:10; 16:15, Jn. 16:32; 8:29; 6:46; 17:8; 14:10-11a; Col. 2:9; Jn. 3:16; 14:23; 1 Jn. 3:24; 4:13

  El Evangelio de Juan es un escrito divino y, debido a que es divino, es misterioso. Cuando leemos el Evangelio de Juan, es fácil captar muchos asuntos superficiales, muchas cosas que se encuentran en la superficie, pero no es fácil sumergirnos en las profundidades hasta llegar a la realidad divina. En este libro no se revela nada de religión; al contrario, la religión es condenada. Tampoco encontramos ningún pensamiento natural ni ética alguna. ¿Qué entonces se revela en este libro? Es difícil decir porque las cosas que se revelan pertenecen completamente al Dios Triuno mismo. Ningún otro libro en la Biblia nos revela al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tan clara y detalladamente como el Evangelio de Juan.

  En el capítulo 1, versículo 1 Dios es revelado: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. Después del capítulo 1, empieza a revelarnos a Dios el Padre. En ningún otro libro en la Biblia aparece el término Padre tantas veces como en el Evangelio de Juan. En primer lugar, este libro revela al Padre, y luego revela al Hijo. El Hijo viene después del Padre. Después de esto, revela al Espíritu. En el capítulo 14 el Padre es revelado en el Hijo, y el Hijo es revelado como alguien que es uno con el Padre (vs. 9-10). Después de esto, se nos revela otro Consolador: el Espíritu de realidad (vs. 16-17).

  Al final del Evangelio de Juan, tenemos el pnéuma santo. Después de la resurrección y en la resurrección, el Hijo de Dios, quien pasó por la muerte y entró en la resurrección, regresó a Sus discípulos como pnéuma, es decir, como Espíritu. Él sopló en ellos y les mandó que lo recibieran a Él como el pnéuma, el Espíritu (Jn. 20:22). Por ello, no es de extrañar que algunos de los grandes maestros que estudiaban la persona de Cristo hubieran usado la expresión el Cristo pneumático para referirse al propio Cristo que llegó a ser el pnéuma santo.

  Por lo tanto, este Evangelio nos presenta un cuadro muy claro del Dios Triuno: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Finalmente, el pnéuma santo, el Espíritu Santo, llega a nosotros no en forma objetiva, sino de manera subjetiva al entrar en nuestro ser. Él entra en nosotros en calidad de Espíritu. Después que entró en los discípulos en Juan 20, nunca los abandonó. Es por ello que no se habla de una ascensión oficial de Cristo en el Evangelio de Juan. Tanto Marcos como Lucas escribieron sobre la ascensión visible de Cristo (Mr. 16:19; Lc. 24:51). En ambos Evangelios se nos dice que los discípulos vieron a Cristo ascender a los cielos. Aquélla fue Su ascensión visible y oficial; pero en el Evangelio de Juan no se deja constancia de dicha ascensión. ¿Adónde fue el Cristo resucitado? Él entró en los discípulos, e incluso hoy todavía está en Sus discípulos.

  Este Evangelio tampoco tiene una conclusión. No tiene un final porque el Cristo resucitado todavía vive en la tierra en Sus creyentes. Hoy el Evangelio de Juan tiene muchos más capítulos, y los capítulos se siguen escribiendo. Esto se debe a que esta persona maravillosa, quien es Dios y el Padre, el Hijo y el Espíritu, y quien es ahora el Cristo pneumático, vive en nosotros. Su vivir desde el día de la resurrección no ha cesado y continúa hasta el día de hoy; Él está con nosotros e incluso en nosotros.

  ¡Esto es divino sobremanera! ¡Y debido a que es tan divino, también es muy misterioso! Aunque Su vivir en nosotros es divino y misterioso, es una realidad. La palabra realidad es una traducción de la palabra griega alétheia. Ha sido traducida en la mayoría de las versiones de la Biblia como “verdad”. Pero, de hecho, en Juan no debiera traducirse “verdad” porque la palabra verdad es ambigua, pues puede significar “realidad” o puede significar “un hecho o una doctrina verdadera”. Pero en el Evangelio de Juan de ninguna manera significa “doctrina verdadera”. Juan 1:17 dice: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Si la palabra verdad simplemente se refiere a una doctrina verdadera, entonces el versículo estaría diciendo que la ley fue dada por medio de Moisés, pero que la gracia y la verdadera doctrina vinieron por medio de Jesucristo. Esta traducción, por supuesto, no es acertada en su significado. En el Evangelio de Juan esta palabra significa “realidad”.

  Nosotros fuimos hechos como vasos para contener a Dios (Ro. 9:21, 23). Si no tenemos al Dios Triuno como nuestro contenido, no somos más que un recipiente vacío, un cascarón vacío. Sin Dios, incluso el universo entero, incluyendo los cielos y la tierra, llega a ser un cascarón vacío y universal. Aparte de Dios, nada es real; todo es vanidad. No es de extrañar que el sabio rey Salomón dijera que todo lo que estaba bajo el sol era vanidad (Ec. 1:14). La realidad, el verdadero contenido, y el verdadero significado del universo entero es Dios. Dios es también el verdadero contenido y el verdadero significado de nuestro ser. Si no tenemos a Dios en nosotros como nuestro contenido, no tenemos la realidad. Según la Biblia, Dios es realidad, el Hijo de Dios es realidad, el Espíritu de Dios es realidad, la Palabra de Dios es realidad, toda la Biblia con su contenido es realidad e incluso las creencias que tenemos son realidad.

  Ahora quisiera que prestemos suma atención a la palabra impartición. Ésta no es una palabra nueva en el diccionario, pero puede ser una nueva palabra en los oídos de los cristianos. Antes que usted viniera al recobro, probablemente jamás llegó a escuchar un mensaje en el que se usara la palabra impartición con respecto a la Trinidad Divina. Pero probablemente sí escuchó otra palabra, la palabra dispensación, que es semejante a impartición. ¿Cuál es la diferencia entre dispensación e impartición? En primer lugar, la palabra dispensación es la forma sustantivada del verbo dispensar [o impartir]. La primera connotación de la palabra dispensación es que es equivalente a impartición. Pero en la teología la palabra dispensación no ha sido usada en este sentido. En segundo lugar, la palabra dispensación significa la manera en que Dios se relaciona con Su pueblo. Tercero, dispensación alude a una especie de plan o de arreglos. En este sentido la palabra dispensación llega a ser equivalente a la palabra griega oikonomía, de donde proviene la palabra economía. Esto se refiere al plan de Dios, a Sus arreglos, a Su manejo o administración domésticos. La primera parte de la palabra oikonomía, oiko, significa “casa” o “familia”. La segunda parte de esta palabra, nomía, significa “una ley que regula la casa”. Por lo tanto, se refiere al manejo o administración de una familia, es decir, a una administración, a ciertos arreglos, a un plan, para llevar a cabo cierto proyecto. Éste es el significado correcto de la palabra dispensación, que se usa en las enseñanzas teológicas. Dichas enseñanzas usan esta palabra para denotar las diferentes maneras en las cuales Dios se relaciona con la humanidad.

  Podríamos considerar que de Génesis 1 a Apocalipsis 22 hay siete maneras en las que Dios se relaciona con los seres humanos. La primera dispensación es la de la inocencia, desde la creación del hombre hasta la caída del hombre. La segunda es la dispensación de la conciencia, desde la caída del hombre hasta la época de Génesis 9. La tercera es la dispensación del gobierno humano, que fue instituido en la época de Noé. La cuarta es la dispensación de la promesa, que va desde los tiempos de Abraham, Isaac y Jacob hasta la ley. La siguiente es la dispensación de la ley, que se extiende desde Moisés hasta Cristo. Después viene la dispensación de la gracia, la cual tiene lugar durante la era de la iglesia. Finalmente tenemos la dispensación del reino, los mil años del milenio. Éstas son las siete maneras o los siete aspectos en que Dios se relaciona con el hombre. Éste es el significado de la palabra dispensación.

  No usamos la palabra dispensación, porque puede ser malinterpretada. En vez de ello, preferimos usar la palabra impartición. Impartir significa distribuir. Dios se imparte a usted así como usted les serviría el alimento a sus invitados. Muchos de los que leen la Biblia se han dado cuenta de que en el Evangelio de Juan el Padre es revelado, el Hijo es revelado y el Espíritu también es revelado; pero no muchos han visto que en el Evangelio de Juan, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— se revela con el fin de impartirse a Sí mismo en nosotros primeramente como vida, luego como suministro de vida y finalmente como el todo. Yo no descubrí este asunto de la impartición de Dios en nosotros sino hasta hace veinte años. Desde entonces he venido usando mucho la palabra impartir. Dios se imparte a Sí mismo en Sus hijos. Esto no es demasiado difícil de entender.

  El capítulo 1 de Juan dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (vs. 12-13). Estos hijos de Dios nacieron de Dios. Cuando un niño nace de un padre, ¿qué indica eso? Indica que el padre ha impartido su vida en su hijo. Al comienzo solamente había un hombre, Adán, pero hoy en día hay millones de seres humanos sobre la tierra. A través de las generaciones la vida de Adán se ha impartido en sus descendientes. Éste es un entendimiento apropiado de la palabra impartición.

  En este mensaje abarcaremos la impartición del Padre, y en los mensajes subsiguientes hablaremos de la impartición del Hijo, de la impartición del Espíritu y de la consumación de la impartición divina. Les ruego que profundicen en todos los versículos que aparecen en la lectura bíblica al comienzo de cada capítulo. Aparentemente algunos de los versículos son de poca importancia. Por ejemplo, Juan 7:29 dice: “Yo le conozco, porque de Él procedo, y Él me envió”. Aparentemente este versículo no es tan importante como Juan 3:16, que dice que de tal manera Dios amó al mundo. Pero en realidad estas palabras —De Él procedo, y Él me envió— son sumamente importantes. Simplemente consideren esto: ¿quién es la persona que habla en este versículo? Sin duda es Cristo, pero ¿quién es Cristo? Si regresamos al capítulo 1 de este Evangelio descubriremos que Cristo es Dios.

  Consideren también de dónde vino Cristo. Él dijo que vino del Padre (Jn. 6:46) y que el Padre le había enviado (Jn. 5:36). No muchos cristianos tienen claro que Cristo, el Hijo de Dios, vino del Padre. Según la mentalidad natural de la gente, Cristo vino del cielo. ¿Alguna vez llegaron a pensar que Cristo vino del Padre? Su fuente era el Padre.

COMO FUENTE, COMO INICIADOR

  El Padre es la fuente misma, el iniciador, porque el Hijo procedió de Él (Jn. 7:29; 16:27b). En Juan 16:27 el Señor Jesús dijo: “Vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo salí de Dios”. No dice solamente que yo vine de Él, sino que yo salí de Él. El Hijo salió de una fuente, y dicha fuente era el Padre. Por lo tanto, el Padre es la fuente y como tal es el iniciador. Él es también el inicio, el origen. El universo entero fue iniciado en este inicio, quien es una persona divina.

ENVIÓ AL HIJO

  Esta fuente, este iniciador, envió al Hijo (Jn. 5:24, 30, 36-38; 13:20; 14:24). Hay dos palabras griegas que han sido traducidas “enviar”, y una de ellas significa ser enviado con una comisión especial. Esto indica que la fuente, el Padre, envió al Hijo como un enviado con una comisión especial. El Hijo fue enviado por el Padre con una comisión particular de hacer tres categorías principales de cosas.

Para que condenara el pecado en la semejanza de carne de pecado

  En primer lugar, el Padre envió al Hijo para que quitara el pecado, para que condenara el pecado. A fin de hacer esto, 2 Corintios 5:21 nos dice que el Hijo, quien no conoció pecado, se hizo pecado. En realidad, Él solamente tomó semejanza de carne de pecado. Él no tenía la naturaleza pecaminosa. Esto queda claramente ilustrado por la serpiente de bronce en Juan 3:14. La serpiente de bronce sólo tenía la forma, la apariencia y la semejanza de una verdadera serpiente, mas no su naturaleza venenosa.

  Romanos 8:3 dice que por lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. Esto corresponde con la serpiente de bronce, la cual tenía la semejanza de una serpiente venenosa. El Hijo fue enviado en semejanza de carne de pecado para que condenara el pecado. El pecado fue condenado. El pecado es algo que está en el universo entre el linaje humano, pero éste ya fue condenado. El gobierno divino ha condenado el pecado. Usted no debe preocuparse por el pecado. Cuando la ley redundó en fracaso, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado para que condenara el pecado. Éste es el significado de Juan 1:29, que dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. El pecado en este versículo está en singular, y el mundo aquí se refiere a la humanidad. El Hijo de Dios fue enviado por el Padre para que llevara a cabo esta comisión, esto es, resolver el problema del pecado, quitar el pecado, condenar el pecado por medio de Su muerte en la cruz.

Para que fuese una propiciación por nuestros pecados

  No solamente tenemos el pecado en nuestra naturaleza, sino que también tenemos muchos pecados en nuestra conducta. Por esta razón, Dios envió a Su Hijo para que fuese hecho propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:10). Él condenó el pecado presente en nuestra naturaleza; Él llegó a ser la propiciación para resolver el problema de todos nuestros pecados, ofensas y transgresiones. Cada pecado, cada ofensa y cada transgresión crean un problema entre nosotros y Dios. Por lo tanto, entre nosotros y Dios hay muchos conflictos. Pero el precioso Hijo de Dios murió en la cruz por nuestros pecados y fue hecho propiciación a fin de calmar todo conflicto. Hacer propiciación simplemente significa hacer la paz. Usted tenía un problema con Dios, y no tenía posibilidad alguna de hacer la paz, pero el Hijo de Dios fue hecho la propiciación que apacigua a Dios y calma todo conflicto entre usted y Dios. Por lo tanto, Él ha condenado el pecado y también ha calmado el conflicto causado por nuestros pecados. Ahora tenemos paz con Dios.

Para que nos impartiera la vida divina

  El Hijo de Dios también fue enviado por el Padre para que nos impartiera la vida (1 Jn. 4:9). En su evangelio, Juan utiliza tres ejemplos acerca de la muerte de Cristo: el Cordero de Dios (1:29), la serpiente de bronce (3:14) y el grano de trigo (12:24). El Cordero de Dios y la serpiente de bronce tienen como propósito poner fin al pecado y a nuestra naturaleza pecaminosa, pero el grano de trigo tiene como finalidad la impartición de la vida. El grano de trigo muere a fin de producir muchos granos; muere para impartir su vida en muchos granos. El Hijo fue enviado por el Padre con esta comisión triple: quitar nuestro pecado, hacer propiciación por nuestros pecados y luego impartir la vida divina en todos Sus creyentes a fin de que ellos nazcan de Dios.

VINO CON EL HIJO

  El Padre envió al Hijo, y también vino con el Hijo (Jn. 17:8 y la nota 2). No somos capaces de explicar esto. Por lo general, si yo lo envío a usted, usted va por mí y yo me quedo en casa. Pero cuando el Padre envió al Hijo, no sucedió lo mismo, pues Él vino con el Hijo. La preposición griega pará significa no sólo “de”, sino “de con”. J. N. Darby en su nota de Juan 6:46 dice que pará significa “de con”. Esto nos muestra que cuando el Hijo vino, vino con el Padre. El Padre envió al Hijo, y vino con el Hijo. En Juan 16:32 el Señor dijo: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Aquí el Señor nos dijo claramente que Él no estaba solo, sino que el Padre que lo había enviado estaba con Él. El Señor antes había dicho lo mismo en 8:29: “Porque el que me envió, conmigo está; Él no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada”.

VIVE Y OBRA EN EL HIJO

  El Padre no sólo viene con el Hijo, sino que después que el Hijo viene a vivir y a obrar en la tierra, el Padre vive juntamente con Él y hace las obras con Él. Cuando el Hijo vive, el Padre vive; cuando el Hijo obra, el Padre también obra. El Evangelio de Juan nos dice claramente que cuando el Hijo habla, el Padre hace Sus obras (14:10-11).

PUESTO QUE LE DA AL HIJO TODO LO QUE TIENE, ESTÁ CORPORIFICADO EN EL HIJO

  Antes que el Señor Jesús fuera a morir en la cruz, Él habló con Sus discípulos de este modo: “Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber” (Jn. 16:15). Este versículo nos dice que todo lo que el Padre tiene es del Hijo. El Hijo no viene en nombre de Sí mismo, sino que viene en nombre del Padre (Jn. 5:43). El Hijo no busca Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre (Jn. 5:30). Él no habla Sus propias palabras, sino las palabras del Padre (Jn. 14:24), y hace la obra del Padre (Jn. 4:34), no Su propia obra. ¿Quién es Él? Es el Hijo con el Padre. El Padre estaba con el Hijo, y el Padre le dio todo al Hijo. Por consiguiente, el Padre estaba corporificado en el Hijo (Col. 2:9).

NOS DA AL HIJO

  Después que el Padre le dio al Hijo todo lo que tenía y de ese modo fue corporificado en el Hijo, Él nos dio a Su Hijo (Jn. 3:16). No sólo el Hijo nos ha sido dado, sino el Hijo con el Padre. El Padre está con el Hijo, y el Padre se ha dado al Hijo. Por lo tanto, cuando el Padre nos da al Hijo, nosotros recibimos a ambos.

MORA EN NOSOTROS CON EL HIJO Y POR EL ESPÍRITU

  La consumación de la impartición del Padre es que el Padre mora en nosotros con el Hijo y por el Espíritu (Jn. 14:23; 1 Jn. 3:24; 4:13). El Padre nunca puede morar en nosotros por Sí mismo. Él mora en nosotros con el Hijo y por el Espíritu. Cuando Uno viene, tenemos a los Tres. Éste es el Padre en el Hijo por el Espíritu. ¡Todos necesitamos de una visión para ver esto! La economía de Dios consiste en que Dios nos sea revelado como el Padre con el Hijo y por el Espíritu como persona viviente. Esta persona divina ha llegado a ser un regalo o don para usted. Este don divino jamás puede ser agotado. Él está en usted, permanece en usted y mora en usted para ser su vida, su suministro de vida y su todo.

  Usted no necesita ninguna enseñanza religiosa. La vida no necesita ninguna enseñanza. No es necesario educar a un duraznero para que no produzca bananas. A medida que el duraznero crezca producirá duraznos, y no bananas. El Evangelio de Juan no nos enseña cómo comportarnos. En este Evangelio se nos exhorta primeramente a creer en Él, y luego a amarle. El Señor Jesús dijo: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23). Éste es el significado de que Él more en nosotros para ser nuestra vida.

  Independientemente de cuántos mensajes de estudio-vida usted haya estudiado o de cuántas conferencias haya asistido, me temo que, inconscientemente, aún tiene un pensamiento religioso y natural. Es decir, todavía desea ser una mejor persona, tener más éxito, corregirse y enmendarse. Ésta es la levadura que hemos heredado de nuestra formación. Mi carga es quitarle de encima toda esa levadura. Quiera el Señor alumbrar su hombre interior para que vea. Él no desea corregirlo; antes bien, desea regenerarlo. Él quiere transformarlo; quiere vivir en usted como su vida, como su suministro de vida y como su todo.

  Primeramente, el Padre viene con el Hijo y luego permanece en usted con el Hijo y por el Espíritu. Cuando permanece en usted, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— permanece en usted para ser su vida, su suministro de vida y su todo. No es necesario que trate de enmendarse. No necesita tratar de ser una mejor persona. Lo que necesita es que el Padre permanezca en usted con el Hijo y por el Espíritu. ¡Aleluya! Tenemos al Padre, y también tenemos al Hijo y al Espíritu. ¡Tenemos al Dios Triuno y Él permanece en nuestro ser! Espero que todos recibamos esta visión. Ésta es la impartición del Padre.

  Todos los puntos que abarcamos en este mensaje —la fuente, la acción de enviar, el hecho de venir con el Hijo, el hecho de vivir y obrar en el Hijo, el hecho de que el Padre le haya dado todo lo que tiene al Hijo, el hecho de darnos al Hijo y el hecho de morar en nosotros con el Hijo y por el Espíritu— tienen como finalidad que el Padre sea impartido en nuestro ser. ¡Aleluya! Esta impartición está ocurriendo en nuestro interior. El Padre mora en nosotros con el Hijo y por el Espíritu.

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