
Lectura bíblica: Ef. 6:10-24
En el capítulo 1 de Efesios la impartición divina redunda en el Cuerpo de Cristo. Finalmente, el Cuerpo se desarrolla hasta ser el hombre de plena madurez mencionado en el capítulo 4. Este hombre de plena madurez es el nuevo hombre con gracia y verdad que lleva a cabo el propósito de Dios. En el capítulo 5 el nuevo hombre se desarrolla hasta ser la novia con amor y luz. Por lo tanto, cuando llegamos al capítulo 5, Cristo se expresa por medio de Su Cuerpo, el propósito de Dios se cumple por medio del nuevo hombre, y Cristo es satisfecho con la novia.
El Cuerpo, el nuevo hombre y la novia están relacionados con asuntos de aspecto positivo. Sin embargo, todavía queda algo por el lado negativo, un problema que necesita resolución: el enemigo de Dios en este universo. Por lo tanto, en el capítulo 6 tenemos un desarrollo adicional, y la iglesia es presentada como el que pelea, un guerrero. Como guerrero, la iglesia ha recibido la comisión de enfrentarse con el enemigo de Dios. Finalmente, la iglesia se desarrollará plenamente como este guerrero.
Hemos visto que con respecto al nuevo hombre hallado en el capítulo 4 necesitamos gracia y verdad, y que con respecto a la novia presentada en el capítulo 5 necesitamos amor y luz. En el capítulo 6 se nos presentan otros dos elementos básicos con respecto a la iglesia en calidad de guerrero. Estos elementos son el poder y la armadura de Dios (6:10-11, 13). El poder es interno, y la armadura es externa. Interiormente somos llenos del poder divino, la dínamo o electricidad divina, y exteriormente somos vestidos de la armadura divina. Esto nos fortalece y equipa para pelear la guerra espiritual a favor del reino de Dios.
Todo el libro de Efesios está relacionado con la impartición divina que produce el Cuerpo. Comenzando a partir del capítulo 1, el Cuerpo avanza, se desarrolla, hasta que alcanza el pleno crecimiento y llega a ser el nuevo hombre, cuyo fin es cumplir el propósito de Dios, y la novia, cuyo fin es satisfacer a Cristo. A estas alturas, lo único que a la iglesia le queda por hacer es enfrentarse con el enemigo de Dios. La iglesia como guerrero debe asumir la responsabilidad de derrotar al enemigo de Dios al ser fortalecida interiormente y vestida exteriormente con la armadura. Por esta razón, en el capítulo 6 tenemos el poder y la armadura. Si tenemos el poder interiormente y la armadura exteriormente, seremos fortalecidos y equipados para pelear la batalla por Dios.
Muchos cristianos hoy en día no tienen una comprensión cabal de que Dios necesita un guerrero, que necesita un ejército. John Bunyan en su maravilloso libro, El progreso de un peregrino, asemeja al cristiano a un guerrero, como el que se revela en Efesios 6. Sin embargo, este entendimiento no es acertado. Cuando Bunyan escribió este libro hace trescientos años, él no tenía la luz que le permitiera ver que Efesios 6 no habla de un guerrero individual, sino de un guerrero corporativo.
En realidad, el libro de Efesios no tiene que ver principalmente con los creyentes individualmente, sino con la iglesia como entidad corporativa. El Cuerpo de Cristo es una entidad corporativa. El nuevo hombre también es una entidad corporativa, puesto que se compone de dos pueblos, judíos y gentiles. Asimismo, la novia es una entidad corporativa, no individual. Aplicando este mismo principio, el guerrero descrito en el capítulo 6 también debe de ser una entidad corporativa. Por lo tanto, en Efesios tenemos un Cuerpo corporativo, un nuevo hombre corporativo, una novia corporativa y un guerrero corporativo.
La posición que todos debemos adoptar es la del Cuerpo, y no la de individuos. Si nuestra posición es la de individuos, seremos derrotados. Si nos separamos del Cuerpo, seremos derrotados. Mi mano es muy útil porque está unida a mi cuerpo; pero si fuese cortada, o sea, separada, de mi cuerpo, perdería su utilidad. Esto es un ejemplo de la situación que impera entre muchos cristianos hoy: ellos están separados del Cuerpo. Esto es lo que sucede con la gran mayoría de cristianos.
En Ezequiel 37 tenemos la visión de los huesos secos que están dispersos en un valle. Esto no sólo es un cuadro descriptivo del Israel de la antigüedad, sino también de la verdadera condición de los cristianos de hoy. Debido a que tantos cristianos son como huesos secos y desconectados, el Señor necesita de un recobro. El propósito del recobro del Señor no consiste simplemente en recobrar algunas doctrinas, sino en recobrarnos a nosotros por medio de la vida, por medio del aliento divino. Necesitamos el aliento divino a fin de ser vivificados. De este modo, en virtud de esta vida, seremos unidos, conectados, unos con otros y llegaremos a ser una sola entidad. La principal sustancia que recibimos mediante la impartición divina es la vida. En virtud de la vida divina que recibimos mediante la impartición divina, somos hechos uno. Alabado sea el Señor porque en Su recobro la mayoría de los santos están verdaderamente unidos unos a otros en el Cuerpo. Es una vergüenza si los cristianos en el recobro del Señor son individualistas. Si alguien continúa siendo individualista, su condición será deplorable. El guerrero presentado en Efesios 6 es absolutamente una entidad corporativa.
A fin de pelear la batalla por el reino de Dios y derrotar a Su enemigo, necesitamos poder. Necesitamos el poder divino, no el poder humano. En Efesios 6:10 Pablo dice: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”.
Podemos afirmar que este poder es una dínamo divina que interiormente nos infunde energía. Podemos usar la electricidad como un ejemplo de este poder. Sería absurdo que apagáramos la electricidad en nuestros hogares e intentáramos hacer que funcionen los electrodomésticos con nuestro propio esfuerzo. Puesto que la electricidad ya ha sido instalada, lo único que tenemos que hacer es activar el interruptor, y enseguida los electrodomésticos tendrán poder. De manera semejante, no debemos tratar de combatir al enemigo en nosotros mismos ni con nuestra propia fuerza; más bien, debemos permanecer en el Cuerpo, donde “el interruptor” siempre se mantiene activado. Si permanecemos en el Cuerpo y con el Cuerpo, seremos fortalecidos. Pero si no asistimos a las reuniones de la iglesia ni tenemos comunión con los santos, nos debilitaremos. Si venimos a las reuniones, seremos fortalecidos.
Además de este fortalecimiento interior, necesitamos vestirnos externamente de la armadura de Dios. Esta armadura es maravillosa y se compone de varias piezas: en primer lugar, tenemos la verdad con la cual ceñir nuestros lomos; segundo, tenemos la justicia, la coraza que protege nuestro pecho; tercero, tenemos el evangelio de la paz, el calzado que protege nuestros pies; cuarto, tenemos la fe en calidad de escudo; quinto, tenemos la salvación, que es el yelmo que cubre nuestra cabeza. Cuando tenemos todas estas piezas de armadura, y nuestra cabeza está cubierta con el yelmo de la salvación, todo nuestro ser estará bajo su protección y nosotros disfrutaremos de una salvación completa.
Los cinco aspectos de la armadura que acabamos de mencionar sirven para defendernos. Cuando tenemos estas cinco piezas, estamos completamente protegidos y podemos defendernos. Sin embargo, además de esto, necesitamos algo con lo cual pelear. Necesitamos un arma ofensiva, una espada, que es la palabra de Dios, con la cual damos muerte a los enemigos.
Veamos ahora cada una de las piezas que componen esta armadura. Hemos visto que el primer elemento es la verdad, o la realidad, con la cual ceñimos nuestros lomos (6:14). Según Efesios 4, la verdad se refiere a Dios como realidad en nuestra vida diaria. Si vivimos por Dios, nuestra vida diaria será una vida de realidad, no una vida de vanidad. Vivir en vanidad sin Dios implica tanto falsedad como vaciedad. Los incrédulos que pasan el tiempo complaciéndose con entretenimientos mundanos llevan una vida de vanidad. No hay nada real en su vivir. Todo es falso, vacío. Pero nosotros los que amamos a Dios y buscamos a Cristo debemos tener un vivir diario que, de manera concreta, esté lleno de Dios como realidad. Esto significa que debemos vivir a Dios. Si le vivimos, el Dios a quien vivimos será nuestra realidad. Todo lo relacionado con Él es real y verdadero. Con respecto a Él no hay ninguna falsedad ni ninguna vaciedad. Debemos ceñirnos con tal verdad, con tal realidad.
Supongamos que un hermano se complace en cierta práctica y luego oculta esto de los demás. Esto demuestra tanto falsedad como vaciedad. La falsedad y la vaciedad harán que este hermano esté débil, y debido a esta debilidad no podrá testificar en las reuniones por cierto tiempo. Dicho hermano no tiene el cinto alrededor de sus lomos, es decir, no tiene a Dios como realidad en su vida diaria.
Todos necesitamos ceñirnos con la verdad. Si estamos ceñidos con la verdad, con la realidad, podremos levantarnos con confianza en las reuniones y testificar como personas que están llenas de vigor.
En 6:14 Pablo también nos dice que debemos vestirnos con la coraza de justicia. Cuando estamos ceñidos con la verdad, el resultado será la justicia. La justicia proviene de la verdad, que es Dios mismo como realidad. La justicia que procede de la realidad luego llega a ser la coraza que cubre nuestro pecho. El pecho simboliza la conciencia. Por lo tanto, la coraza de justicia cubre nuestra conciencia.
El enemigo sutil siempre nos acusa. Incluso si en un pequeño detalle estamos mal, él nos acusará. Mientras oramos, es posible que él nos acuse con respecto a la actitud que tuvimos con nuestro cónyuge. Como resultado, no podremos continuar orando. Además, al ponernos de pie para testificar en la reunión, el enemigo vendrá a acusarnos de nuevo. Si no tomamos medidas con respecto a estas acusaciones, permitiremos que se produzca una grieta en nuestra conciencia, por donde se escaparán nuestra fe y nuestra paz. Es debido a las constantes acusaciones del enemigo que necesitamos la coraza de justicia. Es necesario que estemos bien con Dios y con los hombres. Sin embargo, nosotros mismos no podemos conseguir esta justicia. Pero la Biblia declara que Cristo ha sido hecho nuestra justicia (1 Co. 1:30).
Es posible que a veces le confesemos cierta falta al Señor, o nos disculpemos con alguien si es necesario y experimentemos la limpieza de la sangre del Señor. No obstante, Satanás aún nos acusará. Debido a que la falta ya ha sido enmendada, esta clase de acusación es falsa. Cada vez que Satanás nos acuse falsamente, debemos declarar: “Satanás, tú me muestras mis errores, pero yo te muestro a Cristo. Cristo es mi justicia”. Si hacemos esto, experimentaremos a Cristo como la coraza de justicia que cubre nuestra conciencia.
Efesios 6:15 dice: “Y calzados los pies con el firme cimiento del evangelio de la paz”. Una vez que nuestro pecho esté cubierto con la coraza de justicia, nuestra conciencia estará en paz. La paz le sigue a la justicia. La verdad produce justicia, y la justicia produce paz.
Nuestros pies necesitan ser calzados con el firme cimiento del evangelio de la paz. Las palabras “firme cimiento” aluden a una posición firme. Al pelear contra el enemigo, necesitamos tener una base firme. Debemos tener algo sólido sobre lo cual podamos estar firmes. Si no tenemos una base firme, seremos debilitados y no podremos pelear apropiadamente. Es por ello que los soldados usan botas resistentes y pesadas. Los zapatos livianos no les proveen un cimiento firme. Los soldados necesitan estar en una posición firme.
Nuestro firme cimiento, nuestra posición firme, es el evangelio de la paz. La paz mencionada en 6:15 se refiere a la paz que Cristo hizo en la cruz cuando reconcilió con Dios a los judíos y gentiles. Este evangelio es nuestra paz. Es la paz que tenemos con Dios y unos con otros.
Esta paz tan completa se experimenta en el Cuerpo. Pero cada vez que hay problemas entre los creyentes, no tenemos un firme cimiento para pelear contra el enemigo. Entre nosotros en el recobro del Señor, tenemos personas de diversas formaciones y razas. Sin embargo, tenemos paz con Dios y unos con otros. Esta paz fue lograda por el Señor Jesús. Él quitó los pecados y el pecado, y clavó en la cruz los mandamientos expresados en ordenanzas que en otro tiempo nos separaban de los demás. Por lo tanto, Él ha logrado una paz completa por nosotros. Nuestro evangelio es el evangelio de esta paz. El evangelio de la paz es ahora nuestra base firme.
Hasta ahora, hemos hablado de la verdad, la justicia y la paz. Si tenemos verdad, justicia y paz, también tendremos fe. La fe es el conjunto total de la verdad, la justicia y la paz. Esta fe es un escudo que protege todo nuestro ser de los dardos de fuego del maligno (v. 16).
En el versículo 17 Pablo nos dice: “Recibid el yelmo de la salvación”. Nuestra cabeza necesita estar cubierta con el yelmo de la salvación. La verdad da origen a la justicia, y la justicia produce la paz. Si tenemos estas tres cosas, tendremos fe. Además de esto, también tendremos la salvación. Cuando la verdad, la justicia, la paz y la fe se combinan, el resultado es la salvación. Esta salvación es el yelmo que cubre nuestra cabeza.
Cada una de las cinco partes de la armadura es Cristo. Cristo es la realidad, la justicia y la paz. Él también es el Autor y Perfeccionador de la fe (He. 12:2). Esto significa que la fe no se origina en nosotros mismos, sino en Cristo. La salvación también es Cristo. Por lo tanto, el guerrero corporativo presentado en Efesios 6 está interiormente fortalecido con Cristo y vestido exteriormente de Cristo. En otras palabras, este guerrero está mezclado con Cristo. Necesitamos que Cristo nos fortalezca interiormente como nuestro poder, y sature cada parte de nuestro ser. Cuando Cristo, la dínamo celestial, nos fortalece, al mismo tiempo nos satura y nos hace vigorosos. Esto está relacionado con la impartición divina.
La suma de los diferentes aspectos de Cristo como nuestra armadura es la armadura de Dios. La armadura de Dios que nos protege es la totalidad de Cristo. Cristo es nuestra verdad, nuestra realidad. Él es también nuestra justicia, nuestra paz, nuestra fe y nuestra salvación. La suma de todos estos aspectos de Cristo es la armadura de Dios. Cuando Dios en Cristo como verdad, justicia, paz, fe y salvación llega a ser real para nosotros, tenemos la armadura. Por lo tanto, la armadura es en realidad Dios en Cristo hecho real para nosotros en todos estos aspectos. El poder en nosotros es Cristo, y la armadura que nos cubre exteriormente es Dios hecho real para nosotros en Cristo. Esto está completamente relacionado con la impartición divina del Dios Triuno.
Una vez más, podemos usar la electricidad como ejemplo. Cuando usted activa el interruptor, la electricidad funciona. Es de esta manera que la electricidad se imparte. El movimiento de la corriente de electricidad en los electrodomésticos es la impartición de la electricidad en ellos. El Dios Triuno como la electricidad celestial ha sido instalado en nosotros. Por lo tanto, cada vez que el “interruptor” está activado, la corriente de la electricidad celestial fluye. Este fluir es la impartición del Dios Triuno para fortalecernos interiormente y para vestirnos exteriormente de la armadura. Por medio de esta impartición, el guerrero corporativo se mezcla con el Dios Triuno tanto interior como exteriormente.
El Hijo de Dios es el poder que está en nosotros; Dios el Padre quien se hace real para nosotros en el Hijo es la armadura de la cual nos vestimos; y Dios el Espíritu es la espada, que es la palabra de Dios. El hecho de que el Espíritu como palabra de Dios sea nuestra espada revela que nosotros peleamos al hablar. Todos necesitamos aprender a hablar la palabra de Dios. Todos necesitamos hablar la palabra y presentar la verdad que hemos escuchado. Este hablar de la palabra divina es la espada que aniquila al enemigo. Nosotros, como guerrero corporativo que ha sido fortalecido interiormente y cubierto exteriormente, debemos ahora usar la espada para pelear contra el enemigo de Dios.
Efesios 6 concluye con estas palabras: “Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en incorrupción” (vs. 23-24). Estos versículos indican que finalmente la iglesia estará en tal condición que disfrutará de paz y amor con fe y gracia. En el capítulo 1 disfrutamos la gracia que redunda en paz. Por lo tanto, en el capítulo 6 ya estamos en paz. Aquí nosotros continuamos disfrutando de paz y amor con fe y con gracia adicional. Éste es el resultado, el fruto, de la impartición divina de la Trinidad Divina.