
Lectura bíblica: Ro. 5:10-17; 8:2-3, 6, 9-11, 14-16, 29-30
En el mensaje anterior empezamos a estudiar la impartición divina de la Trinidad Divina en el libro de Romanos. Aunque en este libro no se usa la palabra impartir, el hecho de la impartición divina sin duda se encuentra en esta epístola. Este hecho lo vemos en la palabra “vivificará” de 8:11. Hemos visto, que en Romanos 8 está incluida la Trinidad Divina, el proceso por el cual pasó el Dios Triuno y nuestra experiencia de la impartición divina. Dicha impartición involucra nuestro ser tripartito, esto es, nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo. Debemos abrir nuestro ser a la impartición divina a fin de ser empapados del Dios Triuno.
El pensamiento central del libro de Romanos es que Dios está produciendo hijos para que sea formado el Cuerpo de Cristo. Este libro revela que Dios está haciendo de pecadores hijos por causa del Cuerpo. Todos los miembros del Cuerpo de Cristo son hijos de Dios. Si alguien no ha sido regenerado, si no ha nacido de nuevo, no es un hijo de Dios y, por ende, no es un miembro del Cuerpo de Cristo. Una persona que no ha sido regenerada puede ser miembro de un grupo religioso en particular, pero no podrá ser un miembro del Cuerpo viviente de Cristo. El Cuerpo de Cristo es viviente y orgánico. Solamente por medio de la regeneración podemos llegar a ser miembros vivientes y orgánicos del Cuerpo de Cristo, el cual es un organismo, no una organización.
Podemos usar como ejemplo la dentadura postiza para mostrar que todo miembro del Cuerpo de Cristo debe ser viviente y orgánico. Aunque una persona puede usar dientes postizos, éstos no son orgánicamente parte de su cuerpo. Debido a que la dentadura postiza no es viviente ni orgánica, a uno se le puede caer. De hecho, la dentadura postiza es un objeto extraño en el cuerpo humano. Sin embargo, todo miembro genuino del cuerpo físico de una persona es viviente, orgánico y está unido al cuerpo. Debido a que los oídos son tales miembros vivientes del cuerpo, no se caen del cuerpo. De manera semejante, nosotros que hemos sido regenerados del Espíritu no somos “objetos extraños” en el Cuerpo de Cristo. No somos “dientes postizos” que no poseen vida ni son orgánicos; al contrario, por ser miembros del Cuerpo, somos vivientes y orgánicos.
Una persona viva con su cuerpo es muy diferente de un robot. Un robot puede actuar de forma mecánica, pero una persona actúa de una manera que es viviente y espontánea porque está llena de vida y cada parte de su ser es viviente y orgánica. De igual manera, todos los hijos de Dios poseemos la vida divina en nuestro interior. Esta vida nos hace miembros vivientes y orgánicos del Cuerpo de Cristo.
En Romanos 8 Pablo habla de los hijos de Dios. Por ejemplo, el versículo 14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Pero además en el capítulo 12 de Romanos Pablo habla acerca del Cuerpo de Cristo. En 12:5 él dice: “Así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y miembros cada uno en particular, los unos de los otros”. Los muchos hijos de Dios mencionados en el capítulo 8 son los muchos miembros del Cuerpo de Cristo del capítulo 12. La verdadera iglesia es este Cuerpo. El Cuerpo viviente y orgánico de Cristo es la iglesia del Dios viviente. Esta iglesia del Dios viviente es producida mediante la impartición del Dios Triuno en nuestro ser.
Sería muy útil dar algunos ejemplos prácticos de la necesidad que tenemos de recibir la impartición de la Trinidad Divina para practicar la vida de iglesia. Supongamos que un grupo de hermanos viven juntos en una casa de hermanos. Estos hermanos serán probados mientras vivan juntos. De hecho, esta casa de hermanos podríamos llamarla una casa de prueba. Supongamos que uno de ellos nota que está lavando los platos con más frecuencia que los demás y, por ende, empieza a quejarse de su situación. Sin embargo, mientras se queja, siente en lo profundo de su ser que, de manera práctica, no está en la vida de iglesia, porque el “interruptor” en su interior se ha apagado y no experimenta más la impartición divina. Sencillamente el hecho de que este hermano se queje por tener que lavar los platos tan a menudo hace que él pierda la impartición divina de la Trinidad Divina. Como resultado, cuando este hermano viene a la reunión de la iglesia, no puede alabar al Señor, y ni siquiera puede decir: “Amén”. Ésta es una prueba muy clara de que, de manera práctica en su experiencia, él no está en la vida de iglesia.
Usemos la vida matrimonial como ejemplo. Supongamos que un hermano no está contento porque su esposa le hizo una mala cara en casa antes de la hora de la reunión. Así que cuando llega a la reunión, él todavía se siente molesto por lo sucedido en casa con su esposa. El interruptor se ha apagado en su interior, y él no puede orar. Esto es una señal de que algo dentro de él se ha desconectado y que en su experiencia la impartición divina se ha interrumpido. Ésta no es una simple enseñanza o doctrina, sino nuestra verdadera experiencia.
Según el hecho divino, cuando nosotros creímos en el Señor Jesús, Él, la corporificación misma del Dios Triuno, entró como Espíritu en nuestro espíritu. En 8:9-11 estos tres títulos divinos se usan de modo intercambiable: “el Espíritu de Dios”, “el Espíritu de Cristo” y “Cristo”. Por lo tanto, Cristo es el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo es el Espíritu de Dios. Estos tres títulos, usados de modo intercambiable, están relacionados con el Dios Triuno. Además, dichos títulos nos hablan del hecho de que la persona divina ahora mora en nuestro espíritu.
Hoy en día muchos cristianos prestan atención solamente a las enseñanzas objetivas y no a la experiencia subjetiva. Pero en el recobro del Señor no sólo nos interesa el entendimiento apropiado de la Palabra de Dios, sino también la experiencia subjetiva de Cristo. Si no tenemos ninguna experiencia subjetiva, entonces somos reducidos a nada en lo que se refiere a la vida cristiana, y nos quedamos solamente con una doctrina. ¡Alabamos al Señor porque podemos experimentar al Dios Triuno! Debido a que Cristo está en nosotros, tenemos al Dios Triuno en nuestro ser. En 8:10 Pablo dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Ahora este Dios Triuno que mora en nuestro espíritu está impartiéndose en todo nuestro ser. Durante todo el día, Él desea impartirse en nosotros. Debido a que la impartición divina de la Trinidad Divina está tan estrechamente relacionada con nuestra experiencia y disfrute diario del Señor, dicha impartición es sumamente crucial y vital.
¿Saben ustedes por qué necesitamos pasar tiempo con el Señor temprano en la mañana? Necesitamos pasar tiempo con el Señor a fin de recibir la impartición divina. Sin embargo, si no nos interesa esta impartición ni estamos conscientes de su importancia, es posible que desperdiciemos nuestro tiempo de vigilia matutina prestando atención a otras cosas. Como resultado, no recibiremos ningún alimento de parte del Señor.
Durante el tiempo que pasamos con el Señor por la mañana, debemos hacer a un lado nuestra preocupación por otras cosas y dedicar toda nuestra atención a la impartición divina. Debemos orar: “Señor Jesús, límpiame una vez más. Esta mañana te tomo como mi ofrenda por el pecado y como mi ofrenda por las transgresiones. Señor, te agradezco porque Tu sangre preciosa me limpia. Mi deseo es tener contacto contigo en mi espíritu. Oh Señor Jesús, te amo, te adoro y me abro a Ti. Señor, te doy libertad para que te impartas en mi ser y me satures. Oh Señor, necesito de Tu impartición todo el día”. Si oramos de esta manera, seremos refrescados, nutridos y alumbrados. A veces es posible que el Señor nos reprenda, y otras veces seamos reconfortados y fortalecidos.
Esta experiencia no se obtiene simplemente al aprender algunos versículos de la Biblia. Somos refrescados, nutridos, fortalecidos, alumbrados, reconfortados y enriquecidos como resultado de que el Dios Triuno se imparta a nuestro interior de manera práctica. Necesitamos recibir esta impartición cada mañana y durante todo el día. Minuto a minuto debemos permanecer en la impartición divina. Es muy grave que esta impartición divina se interrumpa. Si esta impartición divina cesa, entonces estaremos en una situación de muerte, lo cual es muy peligroso.
En 8:2 Pablo dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. En este versículo la “ley” no se refiere a la ley mosaica ni a un mandamiento en particular; más bien, se refiere a un principio que opera automática y espontáneamente. Pablo tenía una comprensión científica de la función que cumple la ley del Espíritu de vida. Así como la ley de la gravedad hace que los objetos caigan de nuevo a la tierra, y así como la ley de la digestión regula la digestión del alimento que ingerimos, de igual manera hay una ley relacionada con la vida divina que ha sido impartida en nosotros. Esto significa que la impartición divina opera espontáneamente por una ley, por un principio que actúa de forma automática. A través de la operación de esta ley, son impartidas a nuestro ser la esencia, el elemento y las riquezas de la vida divina.
Sin esta ley de vida, es imposible que seamos santificados o transformados. Es imposible que ocurra algún cambio metabólico en nuestro ser sin la ley de vida. Sin embargo, en la vida divina existe un elemento que opera automáticamente, y por esta ley podemos ser santificados y transformados, es decir, podemos ser cambiados metabólicamente. Mediante la operación de esta ley, también seremos conformados a la imagen de Cristo y finalmente seremos glorificados en Su elemento divino. La doctrina no puede lograr esto. Ni siquiera las doctrinas bíblicas apropiadas pueden santificarnos, transformarnos, conformarnos a la imagen de Cristo ni glorificarnos. Lo único que sí puede santificarnos, transformarnos, conformarnos y glorificarnos es la ley de la vida divina. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos una ley tan maravillosa operando en nosotros! Ahora lo importante es que no interrumpamos la operación de esta ley divina. A medida que esta ley divina opera en nosotros, experimentaremos la impartición divina de la Trinidad Divina.
Aquello de lo cual estamos hablando no es una superstición, sino un hecho divino. Por medio de la redención y gracias a la regeneración, tenemos al Dios Triuno viviendo en nuestro espíritu. El Dios Triuno en nosotros es más real que el aire que respiramos. No es necesario que ayunemos o clamemos al Señor a fin de recibir la impartición divina. Así como respiramos el aire para mantener nuestra existencia física, de igual manera debemos simplemente inhalar al Dios Triuno a fin de experimentar Su impartición. Según las palabras de Pablo en Romanos 10, la palabra está cerca de nosotros, en nuestra boca y en nuestro corazón (v. 8). En 10:12 Pablo dice: “El mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan”. Por lo tanto, nosotros simplemente tenemos que invocar el nombre del Señor, y Él será rico para con nosotros. El aire está disponible para que todos nosotros lo respiremos. Al respirar el aire, somos enriquecidos con él. De manera semejante, al invocar el nombre del Señor, somos enriquecidos con el Dios Triuno.
Debido a que la redención fue efectuada y la sangre de Cristo fue derramada sobre el propiciatorio, nosotros los creyentes de Cristo tenemos al Dios Triuno en nuestro espíritu. No es necesario que ayunemos ni esperemos a fin de experimentarlo. Simplemente tenemos que decir: “Señor, te doy gracias por Tu provisión. Te doy gracias por la sangre y por el Espíritu. También te doy gracias, Señor, por ser tan real en mí”. Cuando usted ora de esta manera, la impartición divina ocurrirá dentro de usted. Por medio de esta impartición usted será saturado del Dios Triuno, y de ese modo todo su ser será santificado. Mediante esta impartición somos empapados del Dios Triuno. Mientras creamos en el Señor Jesús, invoquemos Su nombre y apliquemos Su sangre redentora a nuestra situación, podremos experimentar esta impartición divina.
La salvación del Señor no tiene que ver con mejorar nuestra ética. Confucio fue alguien que enseñó a las personas a superarse desarrollando algo en su interior que él llamaba la virtud resplandeciente. Pero la salvación del Señor no tiene que ver con mejorarnos, cultivarnos ni desarrollar la así llamada virtud resplandeciente; más bien, el deseo del Señor es que nosotros disfrutemos lo que Él ha logrado por nosotros y lo que Él es para nosotros.
Cristo es el Dios procesado. Él pasó por el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección. Después de haber pasado por este proceso, Él ahora está en ascensión. Además, por medio de Su resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Por consiguiente, nosotros ahora podemos disfrutar lo que Él logró por medio de Su encarnación, crucifixión y resurrección, y disfrutarlo a Él como el Espíritu vivificante. Esto equivale a disfrutarlo como el Dios Triuno que mora en nosotros. ¡Aleluya, el Espíritu de Dios mora en nosotros! Además, según Romanos 8, el Espíritu de Cristo y Cristo también están en nosotros. Es un hecho que, según 8:11, el Espíritu de Aquel que levantó al Señor Jesús de los muertos mora en nuestro espíritu. ¡Cuán glorioso es este hecho! ¿Qué nos queda por hacer ahora? No nos queda más por hacer que disfrutar al Señor. Disfrutemos lo que Él ha logrado, lo que Él ha obtenido y lo que Él ha alcanzado. Disfrutemos todo lo que Cristo es. Cristo es nuestra redención y nuestra santificación, nuestra vida y nuestro suministro de vida. Él es nuestro alimento, nuestra bebida y nuestro todo. Él es viviente, rico y subjetivo para nosotros. Ésta es la persona que nosotros experimentamos y disfrutamos por medio de la impartición divina de la Trinidad Divina.
Por medio de la impartición del Señor, nosotros experimentamos la limpieza de la sangre del Señor y el poder de Su resurrección. En esta impartición nosotros recibimos el elemento de la santificación, la sustancia misma de la santidad de Dios. En esta impartición nosotros también recibimos la vida divina, el amor divino y la luz divina. Por medio de la impartición de la Trinidad Divina, recibimos todas las virtudes divinas. ¡Cuán maravilloso es que todas estas virtudes divinas se hallen en el Espíritu vivificante y todo-inclusivo!
¡Alabado sea el Señor porque el Espíritu vivificante ahora se mueve en nosotros, actúa en nosotros y nos unge! Podemos comparar la unción del Espíritu a la acción de pintar. Así como aplicamos una capa tras otra de pintura a una silla, de igual manera por medio de la unción del Espíritu todo-inclusivo el elemento divino con la esencia divina es aplicado a nosotros. El Espíritu continuamente nos unge interiormente, continuamente nos “pinta” con la “pintura” divina, la esencia divina. El Espíritu Santo como el ungüento es la pintura, y esta pintura incluye la santidad divina y todas las virtudes y atributos divinos. La unción es el mover de este Espíritu en nuestro interior. Esta unción es, de hecho, la impartición. Ya sea que lo llamemos unción o impartición, esto es el Dios Triuno procesado aplicado a nosotros en nuestra experiencia. Lo único que debemos hacer es simplemente mantenernos bajo esta unción, bajo esta impartición. Mantengámonos bajo la impartición divina y empapémonos de la Trinidad Divina.
Debido a que nuestra necesidad es ser empapados del Dios Triuno, no debemos tomar la resolución de mejorarnos. Por ejemplo, todos tenemos problemas con nuestro enojo. ¿Cree que usted es la excepción y que tiene muy buen genio y nunca se enoja? Es un hecho que con respecto al problema del enojo, todos somos iguales. Así como las ranas tienen una vida que croa y los perros tienen una vida que ladra, nosotros tenemos una vida que se enoja con facilidad. ¿Sabe por qué usted se queja y se enoja? Porque tiene esa clase de vida. Debido a que somos lo que somos, no debemos tomar la resolución de ser diferentes. Una rana no puede dejar de croar, un perro no puede dejar de ladrar, y nosotros tampoco podemos mejorar nuestro temperamento. Este problema está arraigado en nuestra naturaleza. En lugar de tratar de cambiar su naturaleza, simplemente reciba usted la unción divina, la impartición divina, de parte del Señor. Manténgase abierto a esta impartición. Si continuamente recibe la impartición divina, vencerá su enojo.
De hecho, vencer nuestro enojo o los pecados que nos asedian no es en sí algo tan importante. Lo que realmente importa es que seamos saturados del elemento divino por medio de la impartición divina.
Esta saturación efectuada con el elemento divino mediante la impartición de la Trinidad Divina es una verdadera santificación y transformación. Finalmente, esta impartición redundará en la conformación y consumará en la glorificación. Esto significa que por medio de la impartición divina nosotros seremos semejantes a Cristo. ¡Aleluya, nosotros seremos como Él es no sólo en gloria externamente, sino también con el elemento divino interiormente! Seremos iguales a Él en elemento, esencia y sustancia. Éste será el resultado de ser saturados con Él. Año tras año y día tras día, necesitamos ser empapados del elemento divino. En esto consiste la experiencia de la impartición divina.
Romanos 8:10 afirma que debido a que Cristo está en nosotros, nuestro espíritu es vida. Conforme al versículo 6, si ponemos la mente en el espíritu, la mente también llegará a ser vida. Además, según el versículo 11, si el Espíritu de Aquel que levantó a Jesús de los muertos mora en nosotros, este Espíritu vivificará nuestros cuerpos mortales. Estos versículos muestran que la acción de empapar, la acción de saturar, empieza a partir de nuestro espíritu, se extiende a nuestra mente y finalmente alcanza nuestro cuerpo mortal. ¡Aleluya, nuestro espíritu es vida! Nuestra mente también puede ser vida, y nuestro cuerpo puede recibir la vida.
El Dios que se imparte en nuestro ser es Aquel que se extiende en nuestro ser. Él se extiende de nuestro espíritu a nuestra alma, y a través de nuestra mente a nuestro cuerpo. Nuestro Dios no sólo vive en el trono que está en los cielos, sino también en nosotros, en nuestro ser. Él se está extendiendo a cada parte de nuestro ser y nos está saturando consigo mismo hasta que seamos completamente empapados de todo lo que Él es. ¡Cuán glorioso es esto! Ésta es la salvación completa que Dios efectúa.
La meta de la salvación de Dios es hacernos hijos de Dios a fin de que seamos miembros vivientes del Cuerpo de Su Hijo, Jesucristo. ¡Aleluya por la impartición de la Trinidad Divina! ¡Aleluya por la meta de la salvación de Dios!