
Lectura bíblica: 1 Co. 4:15; 3:6-12, 16; 6:17, 19; 7:40
En este mensaje examinaremos algunos versículos del capítulo 3 de 1 Corintios.
El versículo 6 dice: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Plantar, regar y dar el crecimiento está relacionado con la vida. Esto muestra que los creyentes son la labranza de Dios donde se cultiva a Cristo. Los ministros de Cristo solamente pueden plantar y regar. Sólo Dios puede dar el crecimiento. Los creyentes corintios estimaban demasiado al que planta y al que riega, y pasaban por alto a Aquel que da el crecimiento. Por eso, no crecían en el Cristo que era Su vida.
Los corintios habían pasado por alto a Dios, quien es la fuente del crecimiento. La fuente de su crecimiento no era ni Pablo ni Apolos. Sin embargo, los corintios les estaban prestando más atención a ellos que a Dios mismo, quien era la fuente de su crecimiento en vida.
Los creyentes corintios, bajo la influencia predominante de la sabiduría filosófica de los griegos, prestaban atención excesiva al conocimiento, descuidando así la vida. En este capítulo la intención de Pablo era hacer volver la atención de ellos del conocimiento a la vida, señalándoles que para ellos él era quien alimentaba y plantaba, Apolos era quien regaba, y Dios era quien daba el crecimiento. En 4:15 incluso les dijo que él era su padre espiritual, quien los había engendrado en Cristo por medio del evangelio. Desde el punto de vista de la vida, la perspectiva divina, ellos eran la labranza de Dios donde Cristo había de ser cultivado. Esto es completamente un asunto de vida, algo que ignoran por completo los creyentes que son dominados por la vida natural de su alma, la cual está bajo la influencia de su propia sabiduría natural.
En 3:7 Pablo añade: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento”. En lo que al crecimiento en vida se refiere, todos los ministros de Cristo, sean los que plantan o los que riegan, no son nada; Dios lo es todo. Nosotros debemos dejar de poner nuestros ojos en ellos y ponerlos en Dios solamente. Esto nos libra de la división que resulta de estimar más a un ministro de Cristo que a otro.
En el capítulo 3 de 1 Corintios, Pablo estaba tratando de hacer que los creyentes, quienes estaban bajo la influencia de la filosofía griega, se volvieran del conocimiento de la mente a la vida en su espíritu. En primer lugar, les hizo notar que les había dado a beber leche (3:2); por lo tanto, él era quien les suministraba el alimento. Luego, dijo que él había plantado y que Apolos había regado. Además, Pablo les dijo que, con respecto al crecimiento en vida, ni el que planta ni el que riega son nada, sino que Dios, quien da el crecimiento, lo es todo. Sin embargo, los cristianos a menudo tienen mucho aprecio por cierto orador y lo elevan por encima de otros. Por lo tanto, debemos comprender que ningún ministro de Cristo puede ser jamás la fuente de nuestro crecimiento en vida. La fuente es Dios mismo.
En el versículo 8 Pablo dice: “Ahora bien, el que planta y el que riega uno son; pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor”. Esta recompensa es un incentivo para los ministros de Cristo que laboran plantando y regando en la labranza de Dios.
En el versículo 9a Pablo testifica, diciendo: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios”. Esto muestra que Dios también es un obrero. Mientras los ministros de Cristo, Sus colaboradores, laboran en Su labranza, Él también está laborando. ¡Qué privilegio y gloria es que los hombres puedan ser colaboradores de Dios que laboran junto con Dios en Su labranza para cultivar a Cristo!
El versículo 9b dice: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. La palabra griega traducida “labranza” literalmente significa “tierra cultivada”. Los creyentes, quienes fueron regenerados en Cristo con la vida de Dios, son la tierra cultivada de Dios, una labranza en la nueva creación de Dios donde se cultiva a Cristo a fin de que se produzcan los materiales preciosos para el edificio de Dios. Por consiguiente, no sólo somos la labranza de Dios, sino también el edificio de Dios. En nosotros, la iglesia de Dios, una entidad corporativa, Cristo fue plantado. Cristo también tiene que crecer en nosotros no para producir fruto, sino para, en el sentido de este capítulo, producir a través de nosotros los materiales preciosos de oro, plata y piedras preciosas para la edificación de la habitación de Dios en la tierra. En este sentido, el edificio de Dios, la casa de Dios, la iglesia, es el aumento de Cristo, el agrandamiento del Cristo ilimitado.
Según estos versículos, el crecimiento en la vida divina produce los materiales preciosos —oro, plata y piedras preciosas— para la edificación de la morada de Dios. Esta morada, la iglesia, es el aumento y agrandamiento del Cristo ilimitado. El crecimiento en vida depende totalmente de la impartición continua de la vida divina en nuestro ser.
Es importante que comprendamos lo que es la vida práctica de una iglesia local. La vida de iglesia práctica no es otra cosa que el aumento continuo de Cristo en nuestro crecimiento en vida mediante la impartición divina de la vida divina en nuestro ser. Quizás años atrás determinada iglesia haya tenido una medida pequeña de la vida divina, pero ahora, gracias a la impartición de la vida divina en los santos, es posible que la medida de Cristo en esa iglesia haya aumentado. Éste es el aumento de Cristo obtenido mediante el crecimiento en vida, el cual a su vez se debe a la impartición divina de la vida divina.
En 3:10 Pablo continúa diciendo: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica”. En Mateo 16:18 el Señor dice que edificará Su iglesia; pero aquí el apóstol dice que él es un edificador, aún más, un sabio arquitecto. Esto indica que el Señor no edifica la iglesia directamente, sino a través de Sus ministros, e incluso a través de cada uno de los miembros de Su Cuerpo, como se revela en Efesios 4:16. Aunque en 1 Corintios 3:6-7 el apóstol reconoció que no era nada, en el versículo 10 pone en claro franca y fielmente el hecho de que por la gracia de Dios él era un sabio arquitecto que había puesto el único fundamento, que es Cristo, sobre el cual otros edificarían.
La iglesia, la casa de Dios, debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas, los materiales preciosos producidos a través del crecimiento de Cristo en nosotros. Sin embargo, existe un gran riesgo de que edifiquemos con madera, hierba y hojarasca, los cuales producimos al estar en la carne. Por lo tanto, cada uno de nosotros, cada miembro del Cuerpo, debe mirar cómo sobreedifica, es decir, con qué material edifica.
En el versículo 11 Pablo dice: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. Por ser el Cristo y el Hijo del Dios vivo, el Señor Jesucristo es el único fundamento puesto por Dios para la edificación de la iglesia (Mt. 16:16-18). Nadie puede poner otro fundamento.
El versículo 12 añade: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca”. Aquí encontramos dos categorías de materiales. La primera categoría está compuesta del oro, de la plata y de las piedras preciosas, mientras que la segunda se compone de la madera, de la hierba y de la hojarasca. Puesto que el único fundamento ya ha sido puesto, la pregunta que ahora se nos plantea es qué clase de materiales estamos usando para edificar sobre este fundamento. ¿Qué materiales está usted usando para edificar la iglesia? ¿Está usted edificando con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, hierba y hojarasca?
El fundamento es único, pero la edificación puede diferir porque los diferentes edificadores tal vez usen materiales diferentes. Todos los creyentes corintios habían aceptado a Cristo como el fundamento. Sin embargo, algunos creyentes judíos entre ellos trataron de edificar la iglesia con logros adquiridos en el judaísmo, y algunos creyentes griegos trataron de usar su sabiduría filosófica. No eran como los apóstoles, los cuales edificaban con su conocimiento excelente y sus ricas experiencias de Cristo. La intención de Pablo en esta epístola era advertir a los creyentes corintios que no edificaran la iglesia con cosas que provienen de su formación natural. Ellos debían aprender a edificar con Cristo, tanto en lo que concierne al conocimiento objetivo como a la experiencia subjetiva.
Dos fuentes de problemas en la iglesia en Corinto eran la filosofía griega y la religión judía. Edificar la iglesia con cosas de la filosofía griega o de la religión judía es edificar con madera, hierba y hojarasca, y no con oro, plata y piedras preciosas.
El oro, la plata y las piedras preciosas representan las diferentes experiencias de Cristo en las virtudes y atributos del Dios Triuno. Con estos materiales los apóstoles y todos los creyentes espirituales edifican la iglesia sobre el único fundamento, Cristo. El oro puede representar la naturaleza divina del Padre con todos los atributos de ésta, la plata puede representar al Cristo redentor con todas las virtudes y atributos de Su persona y obra, y las piedras preciosas pueden representar la obra transformadora del Espíritu con todos los atributos de dicha obra. Todos estos materiales preciosos son producto de nuestra participación de Cristo y de nuestro disfrute de Él en nuestro espíritu por medio del Espíritu Santo. Sólo éstos sirven para el edificio de Dios.
El pensamiento de Pablo en 3:12 es profundo. ¿Por qué él menciona tres materiales preciosos en lugar de dos o cuatro? La razón debe ser que los materiales apropiados para el edificio de Dios están relacionados con el Dios Triuno, con la Trinidad de la Deidad: la naturaleza del Padre, la obra redentora del Hijo y la obra transformadora del Espíritu.
Por ser la labranza de Dios donde se planta, se riega y se da el crecimiento, la iglesia debiera producir plantas; pero los materiales adecuados para la edificación de la iglesia son oro, plata y piedras preciosas, los cuales son minerales. Por lo tanto, la idea de transformación está implícita aquí. No sólo necesitamos crecer en vida, sino también ser transformados en vida, según lo revelan 2 Corintios 3:18 y Romanos 12:2. Esto corresponde al pensamiento en las parábolas del Señor en Mateo 13 con respecto al trigo, el grano de mostaza y la harina, todos los cuales son de la vida vegetal, y con respecto al tesoro escondido en la tierra: el oro y las piedras preciosas, todos los cuales son minerales. (Véanse las notas 311, 333 y 441 de Mateo 13).
Ya hicimos notar que las palabras de Pablo en estos versículos de 1 Corintios 3 implican la noción de transformación. En primer lugar, Pablo nos dice que la iglesia es la labranza de Dios. Ya que una labranza produce plantas, ¿cómo podemos obtener los minerales necesarios para el edificio de Dios? ¿Cómo pueden las plantas producidas en la labranza llegar a ser minerales? Las plantas pueden convertirse en minerales mediante el proceso de la transformación. Un ejemplo de este proceso es la transformación de la madera de ciertos árboles en madera petrificada. Como resultado de este proceso, la madera es transformada en piedra.
Necesitamos crecer en vida y ser transformados en vida. La transformación es un asunto muy profundo. La transformación es más profunda y más elevada que el crecimiento. ¡Qué maravilla es que la madera pueda ser transformada en piedras preciosas! ¡Cuán maravillo es esto!
En 2 Corintios 3:18 Pablo escribe en cuanto a la experiencia de la transformación: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Cuando contemplamos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde los elementos de lo que Él es y ha hecho. De este modo, somos transformados metabólicamente para ser conformados a la forma de Su vida mediante el poder de vida, que incluye Su esencia de vida.
Esta transformación ocurre principalmente mediante la renovación de nuestra mente. En cuanto a esta renovación Pablo dice en Romanos 12:2: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Hoy en día estamos en el proceso de transformación a fin de ser hechos piedras preciosas para el edificio de Dios.
En 3:12 Pablo no sólo habla de oro, plata y piedras preciosas, sino también de madera, hierba y hojarasca. La madera, la hierba y la hojarasca representan el conocimiento, la comprensión y los logros que provienen de la formación natural de los creyentes (como por ejemplo el judaísmo u otras religiones, la filosofía o la cultura) y la manera natural de vivir (la cual principalmente se vive en el alma y la vida natural). La madera puede estar en contraste con el oro y representar la naturaleza del hombre natural; la hierba puede estar en contraste con la plata y representar al hombre caído, el hombre de la carne (1 P. 1:24), quien no ha sido redimido por Cristo; y la hojarasca puede estar en contraste con las piedras preciosas y representar la obra y el vivir que provienen de una fuente terrenal y que no han sido transformados por el Espíritu Santo. Todos estos materiales sin valor son el producto del hombre natural de los creyentes junto con lo que ellos han acumulado en sus diversos trasfondos. En la economía de Dios estos materiales sólo sirven para ser quemados (v. 13).
En este mensaje hemos recalcado la necesidad del crecimiento y de la transformación. ¿Cómo podemos crecer y ser transformados? La única manera de serlo es que recibamos la impartición de la Trinidad Divina en nuestro ser.
Como creyentes en Cristo, todos nosotros somos personas que han nacido de nuevo. Todos hemos experimentado el nacimiento divino. El nacimiento no es simplemente una doctrina teológica, y la regeneración es más que un simple término. La regeneración es un hecho espiritual, e incluso un hecho divino.
El Señor Jesús, el Espíritu de Dios y la vida divina son muy reales. Cuando nosotros creímos en el Señor Jesús, el Espíritu de Dios entró en nosotros para impartir en nuestro ser la vida de Dios, la vida eterna. En realidad, y de un modo práctico, la vida divina fue impartida en nuestro espíritu. Esto no es un asunto doctrinal. Algo que es divinamente real y práctico fue impartido en nuestro ser.
Si el hecho de recibir la vida divina por medio de la regeneración no fuera una realidad, entonces nuestra fe en el Señor Jesús sería vana. Pero creer en el Señor Jesús no es vanidad; es una realidad maravillosa. Al creer en Él, la vida eterna, la vida de Dios, fue impartida en nuestro ser.
Desde el momento en que fuimos regenerados, el Espíritu que imparte la vida ha estado con nuestro espíritu. Ahora este Espíritu, junto con la vida divina, permanece en nuestro espíritu. Cada vez que nosotros contactamos a nuestro Señor, el Dios Triuno, al ejercitar nuestro espíritu, el Espíritu que mora en nosotros imparte más vida a nuestro ser.
Por experiencia hemos aprendido que podemos contactar al Señor al invocar Su nombre y al orar de la manera apropiada. Muchas veces hemos orado de una manera inapropiada, es decir, hemos orado solamente usando nuestra mente y descuidando nuestro espíritu. Los que oran únicamente con la mente a veces pueden orar de memoria y otras veces pueden pensar sobre lo que deben orar antes de expresar algo en oración. A fin de orar de la manera debida, necesitamos orar con nuestro espíritu y desde nuestro espíritu. Cuando invocamos el nombre del Señor y nos ejercitamos para orar debidamente, nuestro espíritu es ejercitado. En esos momentos el “interruptor” está encendido, y la “corriente” de la vida divina fluye en nosotros. Cuanto más fluye esta corriente, más se añade la vida divina a nuestro ser; cuanto más fluye esta corriente, más aumenta la vida divina en nosotros.
El aumento de la vida divina en nosotros depende del contacto que tenemos con el Señor al orar y al invocarle. Es por ello que el Nuevo Testamento nos exhorta a orar sin cesar (1 Ts. 5:17). Orar sin cesar puede ser comparado con la respiración. Si queremos mantenernos vivos, debemos respirar continuamente. No importa qué estemos haciendo, necesitamos respirar. Si estamos despiertos o dormidos, si estamos trabajando o descansando, debemos continuar respirando. Un esposo continúa respirando incluso cuando discute con su esposa. Sería absurdo que un esposo dijera: “Estoy ocupado discutiendo con mi esposa. No tengo tiempo para respirar”. A fin de mantener nuestra vida física, debemos respirar todo el tiempo. El mismo principio se aplica a nuestra vida espiritual. Cada vez que dejamos de respirar, experimentamos muerte espiritual. Experimentar la muerte en el sentido espiritual es como apagar la corriente de la vida divina. Así como una persona muere cuando su sangre deja de circular, también nosotros experimentamos muerte espiritual cuando la vida divina deja de circular en nosotros.
Muchos cristianos están muertos, espiritualmente hablando. La corriente de la vida divina no fluye dentro de ellos. ¿Sabe usted cuál es la razón por la que tantos cristianos estén espiritualmente muertos, la razón por la que no tienen el fluir de la vida divina en su interior? La razón es que no contactan al Señor al orar y al invocarle. Por ejemplo, mientras un hermano y su esposa discuten, ellos no están contactando al Señor. Incluso cuando hacen cosas buenas, la corriente interna de la vida divina puede dejar de fluir. A fin de mantener el fluir de la vida divina, debemos orar sin cesar.
¿Cómo podemos cumplir el mandato de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:17 respecto a orar sin cesar? Hace años, yo intenté encontrar un libro que contestara esta pregunta, pero no logré encontrar ninguno. Finalmente, por medio de la experiencia con el Señor descubrí que orar sin cesar equivale a ejercitar nuestro espíritu continuamente. Podemos usar como ejemplo la acción de caminar. Caminar es ejercitar los pies. Si queremos caminar, debemos ejercitar los pies. De igual manera, ver es ejercitar los ojos, y oír es ejercitar los oídos. Pero ¿qué significa ejercitar nuestro espíritu? Ejercitar el espíritu es orar. Esto significa que cada vez que ejercitamos nuestro espíritu, oramos. Por ejemplo, yo puedo testificar que siempre que doy un mensaje, ejercito mi espíritu. Por medio de este ejercicio de mi espíritu, yo acudo al Señor pidiéndole que me dé Su fresca transfusión y Sus palabras. Mientras doy el mensaje, no sé qué palabras debo usar de un momento a otro. Es por ello que mientras hablo, oro ejercitando mi espíritu.
Orar no necesariamente significa expresar algo verbalmente. No, orar es ejercitar nuestro espíritu. Si comprendemos esto, entonces veremos que incluso en el trabajo podemos ejercitar nuestro espíritu para orar.
La Biblia revela claramente que el Espíritu de Dios está en nuestro espíritu. Debido a que el Espíritu divino está con nuestro espíritu regenerado, cuando ejercitamos nuestro espíritu, el Espíritu de Dios fluye en nosotros. A medida que fluye esta corriente divina, ella trae a nuestro ser el elemento —incluso la esencia— de la vida divina. El resultado del aumento de la vida divina en nosotros es el crecimiento. Por lo tanto, el crecimiento implica el continuo aumento de la vida divina en nosotros.
Debido a que este crecimiento es el resultado de la impartición divina de la Trinidad Divina, Pablo les dijo a los corintios que ni él ni Apolos podían dar el crecimiento. Dios es el único que nos puede hacer crecer. Solamente Dios mismo puede fluir en nuestro ser para traer Su esencia divina, la cual produce el crecimiento en vida.
El crecimiento en vida causa la transformación. A medida que la vida divina crece en nosotros, nos transforma.
El proceso en el que la madera es petrificada es un buen ejemplo del proceso de transformación efectuado mediante el fluir de la vida divina. Según lo que me han dicho, la madera petrificada es producida mediante el fluir de una corriente de agua. A medida que el agua fluye, ésta trae el elemento mineral y al mismo tiempo remueve el elemento de la madera. Esto significa que por medio del fluir del agua, el elemento de la madera es reemplazado con el elemento mineral. El fluir de la corriente no sólo hace que aumente el elemento mineral, sino que también causa la transformación. Finalmente, después de muchos años, la madera, que ha estado sumergida en el fluir de esta corriente, es petrificada. Esto es un cuadro del proceso de transformación en la vida divina.
De manera implícita Pablo nos dice en el capítulo 3 de 1 Corintios que por medio del crecimiento, las plantas pueden llegar a ser minerales. En primer lugar, tenemos el crecimiento en la labranza de Dios. Luego, las plantas crecen en esta labranza hasta ser los materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Nosotros somos la labranza de Dios, y esta labranza produce plantas; pero a medida que las plantas crecen, su crecimiento redunda en la transformación. Como resultado, las plantas que son cultivadas en la labranza de Dios son transformadas para ser los materiales útiles para el edificio de Dios.
En 3:12 Pablo habla de oro, plata y piedras preciosas. Aquí el oro, la plata y las piedras preciosas representan al Dios Triuno. Nosotros creemos que el oro representa la naturaleza de Dios el Padre, que la plata representa al Cristo redentor con todas las virtudes y atributos de Su persona y obra, y que las piedras preciosas representan la obra transformadora del Espíritu. A medida que la corriente de la vida divina fluye en nuestro interior, se añade a nosotros una esencia divina, una esencia divina que proviene de los elementos de oro, plata y piedras preciosas. Cuanto más fluye esta corriente en nuestro interior, más la esencia divina aumenta y crece, y este aumento causa la transformación. Finalmente, no simplemente crecemos, sino que también somos transformados en los materiales preciosos útiles para el edificio de Dios.
Así pues, en 1 Corintios 3 vemos el crecimiento y la transformación de los creyentes. Si nos ocupamos de este crecimiento y transformación que ocurre al fluir la corriente de la vida divina en nuestro interior, notaremos un gran cambio en nuestra vida cristiana.