
Lectura bíblica: Éx. 12:3, 7b-8a, 8b; 13:6-7; 16:14-15; Jn. 6:51; Éx. 17:6; Jn. 7:38-39; 1 Co. 15:45; Éx. 40:34-38; Jn. 1:14; 1 Co. 12:12; He. 9:2-5; Lv. 1:1-2a
En el último mensaje vimos algo en cuanto a la impartición de Dios en el libro de Génesis. Esta parte de la impartición de Dios extiende de Adán a José. Dediquemos ahora un momento para ver cómo la impartición divina progresa en Génesis. En Adán sólo hubo una pequeña medida de impartición. Vemos que Adán recibió la promesa del evangelio, la cual estaba relacionada con la simiente de la mujer (3:15) y, después, fue cubierto con la piel del sacrificio (3:21), lo cual indica que Adán participó en pequeña medida de la obra redentora de Cristo. De Adán, la impartición de Dios prosiguió a Abel. En Abel vemos un poco más la impartición de Dios. Después de ser redimido, él fue traído de regreso a Dios y a la comunión divina con Dios (4:4), y sufrió el martirio por causa del testimonio de Dios (4:5-8). La impartición continuó con Enós, quien empezó a invocar el nombre del Señor, el Eterno (4:26). Él disfrutó la propia vida que sustenta, de la vida eterna. Él empezó a vivir sino no por su naturaleza frágil sino por Aquel que existe eternamente.
De Enós la impartición de Dios continuó con Enoc. Con base en toda la impartición que recibieron las tres personas anteriores, Enoc empezó a caminar y a vivir con el Dios Triuno y en Él (5:22), de tal modo que fue arrebatado de la muerte (5:24). Después de Enoc vino Noé, quien no solamente caminó y vivió con Dios (6:9), sino que también laboró con Dios (6:14). Él compartía con Dios un mismo vivir y una misma obra; él laboró con Dios y para Dios. Aquello en lo cual laboró y en lo cual entró era simplemente la salvación de Dios, el arca (7:7). El arca era un tipo del Cristo presente, Aquel que se puede experimentar de manera práctica. Muchos cristianos únicamente conocen a un Cristo distante e histórico. Pero según el cuadro que vemos en el caso de Noé, debemos poseer a un Cristo que es tanto presente para nosotros como práctico, en quien podamos entrar, y no simplemente a un Cristo histórico ni un Cristo lejano. Y debemos laborar junto con Dios para edificar a Cristo. Cristo es nuestra arca, y lo que hacemos en las iglesias locales es edificar esta arca. Tal vez suene extraña la afirmación de que debemos edificar a este Cristo; pero simplemente fíjense en Noé, él edificó el arca. Ahora también nosotros, puesto que somos los “Noé” de hoy, tenemos que edificar a Cristo.
Hoy en día, aunque somos salvos, aún tenemos que laborar para edificar a Cristo. Noé también era salvo antes de empezar a edificar el arca. Si no lo hubiera sido, ¿cómo pudo haber recibido el encargo de laborar con Dios? Cuando Dios intervino y le encargó que edificara el arca, Noé ya caminaba con Dios y, a los ojos de Dios, era un hombre justo en aquella era (6:9). Esto nos da a entender que él fue salvo aun antes de que empezara a edificar el arca. Puesto que él ya era salvo, ¿por qué era necesario que edificara el arca? Noé tenía que edificar el arca porque necesitaba ser salvo de una manera más plena, a saber, del mundo corrupto de aquellos tiempos. ¿Ya ha sido usted salvo? ¿Se da cuenta de que aún necesita experimentar una salvación más plena?
En Filipenses 2:12 Pablo nos dice que es necesario que seamos obedientes y llevemos a cabo nuestra salvación con temor y temblor. Así pues, aunque ya hemos sido salvos, todavía necesitamos llevar a cabo nuestra salvación. La salvación que Dios nos otorga no es corta, ni breve, ni sencilla. La salvación de Dios abarca un largo período. Debemos entrar en la salvación de Dios y pasar de un extremo de la salvación de Dios al otro extremo. Hoy nos encontramos en el “túnel” de la salvación de Dios. Ya hemos entrado en este túnel. Ahora lo estamos atravesando y avanzamos a medida que llevamos a cabo nuestra salvación. Mientras Noé laboraba para edificar el arca, él estaba atravesando este túnel. Cuanto más edificaba el arca, más avanzaba en el túnel de la salvación de Dios. Finalmente, él entró en aquello en que había trabajado (Gn. 7:7). Queridos santos, el propio Cristo que ustedes están edificando llegará a ser su salvación en el futuro. Un día, bajo la soberanía de Dios ustedes entrarán en el propio Cristo a quien han edificado.
En Noé podemos ver otros puntos importantes. Podemos ver que el arca representa a Cristo. Como sabemos, Cristo es la corporificación del Dios Triuno. Por lo tanto, cuando Noé entró en el arca, entró en la corporificación del Dios Triuno. No solamente él disfrutó a Dios, sino que también entró en el Dios Triuno. En principio, los hijos de Israel hicieron lo mismo. Noé edificó el arca, y los hijos de Israel edificaron el tabernáculo. Noé entró en lo que había edificado, y los hijos de Israel también entraron en el tabernáculo que habían edificado. Tener a Dios simplemente como nuestro disfrute no es suficiente. Además de ello, necesitamos tener a Dios como nuestra arca o como nuestro tabernáculo en el cual podamos entrar. Es por ello que el Nuevo Testamento nos dice que debemos permanecer en Cristo (Jn. 15:4-5). Cuando Noé entró en el arca, él moró allí; y cuando los hijos de Israel entraron en el tabernáculo, también moraron allí.
Si ustedes laboran juntamente con el Señor en su experiencia diaria, definitivamente edificarán algo de Cristo; finalmente entrarán en lo que han edificado y morarán en este Cristo, el cual será su disfrute. Entonces permanecerán en Cristo. Muchos cristianos saben que Juan 15 habla acerca de permanecer en Cristo, pero no muchos saben lo que significa permanecer en Cristo. Para ello, usted primero tiene que edificar a Cristo. Si no edifica a Cristo, no tendrá un Cristo en el cual permanecer. Desde el punto de vista doctrinal esto tal vez suene extraño, pero en términos de la experiencia esto es lo correcto. Usted tiene a Cristo, pero ¿permanece en Él? Es posible que tengamos a Cristo en doctrina pero no tengamos a un Cristo en quien moramos en nuestra experiencia. Simplemente tener a Cristo en doctrina no tiene valor alguno; además de esto, usted necesita experimentar a Cristo. Simplemente creer en Cristo es suficiente para que usted lo tenga a Él; pero para permanecer en Cristo, necesita edificar algo. Usted tiene que edificar a Cristo a fin de permanecer en Él. ¿Qué significa edificar a Cristo? Esto usted lo sabe por experiencia. Usted debe amarle, conversar con Él invocando Su nombre y vivir por Él. Usted debe pasar por todas las experiencias que tuvieron Adán, Abel, Enós y Enoc, y entonces debe llegar a ser un Noé. De esta manera, habrá edificado algo.
Si de lunes a sábado usted pasa todo el tiempo amando al Señor, teniendo comunión con Él, viviendo por Él y caminando junto con Él, sin duda alguna el día del Señor usted tendrá la profunda sensación de estar en Cristo. Tendrá a un Cristo real y actual en el cual morar. Pero si, por el contrario, de lunes a sábado usted no pasa tiempo amando al Señor ni teniendo comunión con Él, ni vive en Él, ni tampoco camina con Él, aunque quisiera permanecer en Él hoy, sentiría que Él está ausente. En términos de su experiencia, Él no está con usted. Usted lo tiene en doctrina, mas no en términos de su experiencia. Aunque desea permanecer en Él, usted al parecer no sabe dónde Él se encuentra. Esto indicaría que durante la semana usted no edificó a Cristo, no trabajó en el arca, de tal modo que cuando vino el diluvio, no tuvo un arca en la cual entrar. Sin embargo, cuando usted ama al Señor y tiene comunión con él y vive por Él y camina con Él cada día y a cada hora, entonces edifica a Cristo en su experiencia. Edifica a un Cristo en su experiencia en el cual puede entrar y al cual puede experimentar como su salvación. Es menester que todos edifiquemos a Cristo.
En el caso de Noé, la impartición de Dios alcanzó un punto muy elevado; sin embargo, esto aún no era suficiente. Por ello Dios pasó de Noé a Abraham, Isaac y Jacob junto con José. Cuando la impartición de Dios llegó a esta persona completa, Dios pudo obtener una casa. El vaso se hizo manifiesto. Este hombre completo pudo ser transformado en un príncipe de Dios, en una persona que era absolutamente uno con Dios (Gn. 32:28). Esta persona completa logró expresar a Dios: llevó el nombre de Dios y reinó por Dios sobre la tierra (41:40-41). Por lo tanto, al final de Génesis vemos que había una persona que era uno con Dios, tenía el nombre de Dios, expresaba a Dios y reinaba con Dios y para Dios. Para este tiempo Dios ciertamente se había impartido en gran medida en Su pueblo escogido. Esto es maravilloso. No obstante, al final de Génesis, sólo vemos a un individuo que contenía y expresaba a Dios, mas no vemos la casa de Dios. Dios apenas había ganado a una persona completa.
Dios deseaba obtener a una persona corporativa, una casa. Es por ello que después de Génesis viene Éxodo. En Éxodo Dios obtuvo para Sí una casa. Al final de Génesis Dios ganó a una persona completa que lo expresaba, pero al final de Éxodo obtuvo un tabernáculo, que representaba a un pueblo corporativo que expresaba a Dios. Al final de Génesis tenemos a Israel como una sola persona, pero al final de Éxodo tenemos a un Israel corporativo. El pueblo de Israel como entidad colectiva llegó a ser el tabernáculo de Dios. Este tabernáculo era Bet-el, la casa de Dios. Para ese entonces Dios se había infundido en Su pueblo, convirtiéndolos en Su morada. Ahora Dios estaba en el tabernáculo porque se había infundido en Su pueblo de una manera más completa.
En este mensaje necesitamos ver cómo Dios llegó a este punto en Su impartición. En primer lugar, el pueblo de Israel fue salvo por el Cordero de Dios, quien tipificaba al Cristo redentor (Éx. 12:3). No se olviden que el Señor Jesucristo es la corporificación misma de Dios; por lo tanto, el Cordero de Dios es la corporificación del Dios Triuno. Juan 1 dice que en el principio era la Palabra y que la Palabra era Dios. La Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (vs. 1, 14). Esta persona es el Cordero de Dios (Jn. 1:29). ¡Cuán maravilloso es esto! Tenemos la Palabra, a Dios, la carne, el tabernáculo y el Cordero. El Cordero es la totalidad que incluye la Palabra eterna de Dios que era en el principio, la carne y el tabernáculo. Todos fuimos salvos por este Cordero que es la corporificación del Dios Triuno.
No sólo hemos sido salvos, sino que además participamos del Cordero. No se trata de que simplemente seamos salvos por Cristo, sino de que también participemos de Él. Participar de Cristo es comer de Él. Un buen número de veces en Juan 6 el Señor nos dio a entender que debíamos comerle (vs. 35, 50, 51, 53, 54, 56, 57, 58).
Cuando los hijos de Israel recibieron la pascua, untaron la sangre del cordero y así fueron salvos (Éx. 12:7). Después de esto ellos comieron la carne del cordero (Éx. 12:7b-8). Al alimentarse del cordero redentor, él entró en ellos, y finalmente llegó a ser ellos. Es por esto que tuvieron la fuerza y el vigor y la valentía para salir de Egipto. Ellos estaban llenos de energía. Estar lleno de energía significa estar lleno del Cordero. Hoy en día muchos cristianos han sido salvos por Cristo, pero han permanecido débiles y sin vigor alguno. ¿Por qué? Porque no han participado de Cristo; no han comido a Cristo. ¿Y qué de usted? ¡Usted tiene que ser muy vigoroso! ¿Cómo puede serlo? Al participar de Cristo, al participar del Cordero. Por lo tanto, usted tiene que comer el Cordero. El Cordero que comemos es el Cristo crucificado. Por medio de la crucifixión Cristo fue “cocinado” para que nosotros pudiéramos comerle.
En la Pascua los israelitas también comieron del pan sin levadura hecho de cebada o trigo (Éx. 12:8b; 13:6-7). El pan de cebada o trigo es producido a partir de granos que han pasado por la muerte y entrado en la resurrección. El pan sin levadura tipifica al Cristo resucitado. Cristo no sólo fue crucificado, sino también resucitado. Él fue crucificado para ser nuestro Cordero, y fue resucitado para ser el pan sin levadura. Nosotros tenemos que disfrutar al Cristo resucitado.
Ya que habían comido el cordero, ¿por qué aún necesitaban comer el pan sin levadura? Permítanme explicarles esto de la siguiente manera. Después de ser salvo, usted participó del Cristo crucificado, y como resultado Él llegó a ser la energía interior que le dio a usted la fuerza y el valor de salir del mundo. Sin embargo, usted aún no tenía la fuerza suficiente para vencer el pecado. Aunque estaba lleno de vigor para salir del mundo, no podía vencer su mal genio ni cierto pecado que lo asediaba. Ciertamente tuvo la fuerza para salir del mundo, mas no el poder para vencer las cosas pecaminosas. Conozco a muchos queridos cristianos que aunque salieron del mundo, aún eran asediados por el pecado. No podían vencer su mal genio; tampoco podían vencer sus concupiscencias. Los asediaban ciertos pecados. Por lo tanto, necesitaban comer el pan sin levadura. Este pan no tiene nada que ver con el pecado; más aún, este pan es lo que vence el pecado. Es el Cristo resucitado. Cuando en la experiencia de usted el Cristo resucitado llega a ser su propio alimento, esta vida de resurrección vence el pecado. Todo el que es nacido de Dios, no practica el pecado (1 Jn. 3:9). ¿Qué significa nacer de Dios? Significa recibir la vida de resurrección. Únicamente el Cristo resucitado es la vida que vence el pecado. Si usted vive sustentado por este pan sin levadura, llevará una vida exenta de levadura. Participar del Cordero lo capacita para salir de Egipto, pero comer del pan sin levadura lo capacita para llevar una vida exenta de levadura. Para salir del mundo, usted necesita al Cristo crucificado. Es por eso que Pablo pudo decir que el mundo le era crucificado a él, y él al mundo (Gá. 6:14). Esto corresponde a la experiencia del Cristo crucificado. No obstante, a fin de poder vivir en novedad de vida, sin levadura alguna, necesitamos al Cristo resucitado; necesitamos el pan sin levadura.
Después que los hijos de Israel entraron en el desierto, comieron el maná (Éx. 16:14-15; Jn. 6:51). El maná era un alimento celestial que llovía del cielo; no era de esta tierra. Éste es un tipo del Cristo ascendido. El Cristo que está en los cielos viene a nosotros todo el día en forma de alimento celestial. En primer lugar, usted disfruta al Cristo redentor y, luego, al Cristo crucificado. Después disfruta al Cristo resucitado y, finalmente, al Cristo ascendido. El Cristo redentor lo redime; el Cristo crucificado le da el vigor necesario para salir de Egipto; el Cristo resucitado lo capacita para llevar una vida exenta de pecado; y el Cristo ascendido llega a ser su suministro diario para conservarlo viviente cada día. Éste es el Cristo que está en los cielos y que también entra en usted cada día. Todos tenemos esta clase de experiencia. Cada mañana cuando pasamos unos minutos con el Señor, tenemos la clara sensación de que el Cristo que está en los cielos desciende sobre nosotros como la lluvia. Simplemente recogemos el maná para comerlo. El maná es el Cristo ascendido que está en los cielos y que desciende como lluvia sobre nosotros para ser nuestro suministro diario.
En el desierto los hijos de Israel necesitaban comer el maná, pero también necesitaban algo que beber. Por lo tanto, vemos que el agua viva fluyó de la roca hendida (Éx. 17:6; Jn. 7:38-39; 1 Co. 15:45). Esto representa al Cristo pneumático, al propio Cristo que es el Espíritu. Por consiguiente, tenemos al Cristo redentor, al Cristo crucificado, al Cristo resucitado y al Cristo ascendido. Este Cristo llegó a ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Éste es el Cristo pneumático. Este Cristo pneumático llega a ser nuestra bebida, el agua viva, que calma nuestra sed. Es imprescindible que en el libro de Éxodo veamos al Cristo redentor, al Cristo crucificado, al Cristo resucitado, al Cristo ascendido y al Cristo pneumático. ¡Aleluya por este Cristo! Éste es el Cristo que se necesita para la edificación del tabernáculo.
Los hijos de Israel llegaron al monte Sinaí después que experimentaron la Pascua, comieron el maná celestial y bebieron el agua viva, Hoy en día, debido al entorno del cristianismo, a muchos cristianos no les agrada la palabra Sinaí porque fue allí que la ley fue promulgada. Es cierto que la ley fue promulgada en el monte Sinaí; sin embargo, la ley fue sólo una parte de lo que fue dado. También allí fue dado el diseño de la morada de Dios. Los hijos de Israel edificaron un tabernáculo. La ley como testimonio de Dios era sólo una pequeña parte dentro del tabernáculo. Finalmente, aquellas personas que habían sido redimidas, habían participado del cordero y de los panes sin levadura, y del maná y el agua viva, también participaron de las riquezas del tabernáculo con las ofrendas, las cuales tipifican al Cristo corporativo, esto es, a Cristo y la iglesia (Éx. 40:34-38; Jn. 1:14; 1 Co. 12:12). El tabernáculo es sumamente rico.
Ellos no participaron solamente del tabernáculo en sí, sino del tabernáculo con todas las ofrendas. Fíjense en las riquezas exhibidas en todas las ofrendas, y también en las riquezas que estaban dentro del tabernáculo. Tanto por dentro como por fuera, había muchas riquezas en el tabernáculo. Por fuera del tabernáculo y sobre el altar estaban el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la transgresión, la ofrenda voluntaria, la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. Todas éstas representan diferentes aspectos de las riquezas de Cristo.
Sin embargo, todas estas riquezas estaban fuera del tabernáculo. Después de disfrutar de todas estas riquezas que están afuera sobre el altar, debemos entrar en el tabernáculo para disfrutar de las riquezas que están adentro. Dentro del tabernáculo estaba la mesa de los panes, el candelero, el altar del incienso y el Arca. Dentro del Arca había más riquezas; allí estaba la ley como testimonio de Dios, el maná escondido dentro de la urna de oro, y la vara de Aarón que reverdeció. ¡Cuántas riquezas! Todos estos elementos son las riquezas que Dios nos está impartiendo según Su dispensación.
Cuando usted disfruta al Cristo que es todas las ofrendas que se presentan fuera del tabernáculo, usted puede entrar en el tabernáculo. Hoy el tabernáculo es la vida de iglesia apropiada. Dentro del tabernáculo, es decir, dentro de la vida de iglesia, se halla el pan sobre la mesa. Esto es mucho más rico que el maná. Luego se halla el candelero con luz resplandeciente. Esta luz es la luz de la vida (Jn. 1:4). Así que, primero usted disfruta a Cristo como su suministro de vida, como su comida diaria y, luego, a partir de este disfrute, usted recibe luz. Cuanto más usted disfruta a Cristo como vida, más recibe usted el resplandor de la luz. En el tabernáculo Cristo resplandece, no como una sola lámpara, sino como siete lámparas. Y estas siete lámparas son los siete ojos del Cordero. Los siete ojos del Cordero son las siete lámparas que arden delante del trono de Dios. Éstos son los siete Espíritus de Dios (Ap. 4:5; 5:6). En la vida de iglesia tenemos el rico disfrute de Cristo sobre la mesa; y luego, a partir de este disfrute, tenemos los siete Espíritus de Dios que resplandecen. Por lo tanto, el candelero proviene de la mesa de los panes. Primero tenemos el pan y luego la luz.
Después de la luz viene el Arca, el testimonio de Dios. En el Arca hallamos un disfrute más profundo. El maná escondido está allí. En Apocalipsis 2 el Señor prometió a los vencedores que les daría a comer del maná escondido (v. 17). Éste no es el maná público que aparecía bajo el cielo abierto, sino el maná escondido dentro de la urna de oro. El maná escondido se hallaba oculto dentro de la urna de oro, la urna de oro estaba oculta dentro del arca, y el arca estaba oculta dentro del tabernáculo. Por lo tanto, vemos aquí tres capas que ocultaban el maná escondido. ¡Cuán profundo es este maná escondido! Algunos cristianos hoy en día disfrutan del maná bajo el cielo abierto; otros disfrutan del pan que está en el Lugar Santo; pero son los vencedores, es decir, los santos que buscan al Señor a lo sumo, quienes entran en el Lugar Santísimo e incluso dentro de la urna de oro, donde disfrutan a Cristo como maná escondido.
Aquí se encuentra un disfrute de Cristo muy profundo que lo fortalece a usted para llevar el testimonio de Dios. El testimonio de Jesús tiene unos requisitos y exigencias bastante elevados. A veces puede parecerle a usted que las exigencias en la iglesia local son demasiado elevadas y que no puede cumplirlas. Sin embargo, junto a este testimonio se encuentra una urna de oro, esto es, la naturaleza divina, que contiene al Cristo escondido para su disfrute. Usted no necesita cumplir los requisitos del testimonio por su propio esfuerzo. El Cristo escondido en la naturaleza divina le proporciona el maná que lo fortalece para cumplir los requisitos del testimonio.
Cuando usted disfrute al Cristo escondido de esta manera tan profunda, experimentará cierto reverdecimiento. ¿Qué significa reverdecer? Significa florecer, desplegar la vida de resurrección. Entonces tendremos la glorificación. El reverdecimiento, el florecimiento, es simplemente la glorificación.
Para entonces, queridos santos, Dios se habrá impartido plenamente en Su pueblo escogido. Todos necesitamos ver esto. Ésta es la impartición de Dios según Su dispensación. Aprecio mucho esta dispensación, pero sin la impartición dicha dispensación no vale nada. Por lo tanto, necesitamos la impartición de Dios mismo conforme a Su dispensación. A lo largo de todos los siglos Dios ha estado llevando a cabo Su dispensación impartiéndose en nosotros. No queremos simplemente aprender acerca de Su dispensación; en vez de ello, queremos disfrutar de Su impartición, de que Él mismo se imparta en nuestro ser.
De este modo tendremos el testimonio interior, el Cristo escondido. Tendremos la vara que reverdeció, la cual florecerá para expresar a Dios. Para este tiempo, el Dios Triuno llegará a ser uno con Su pueblo escogido. Este tabernáculo llega a ser el oráculo de Dios donde podemos disfrutar el hablar de Dios. Las iglesias locales son el oráculo de Dios donde recibimos el hablar de Dios cada día. En el cristianismo difícilmente se escucha la voz de Dios, pero en el recobro el Señor tiene un oráculo. Ésta es la vida de iglesia. Es el lugar donde Dios habla. Inmediatamente después que concluyó la edificación del tabernáculo en Éxodo 40, el Señor llamó a Moisés y le habló desde el tabernáculo (Lv. 1:1). Hoy en día, el tabernáculo es la vida de iglesia apropiada donde, debido al hablar constante de Dios y Su hablar en situaciones específicas, experimentamos cierta infusión. Disfrutamos de Su hablar constante, y Su hablar siempre nos trae Su presencia. Ésta es la bendición propia del recobro del Señor.
Al final del libro de Éxodo se encuentra el tabernáculo como expresión corporativa. Cuando terminó la edificación del tabernáculo, la gloria del Señor descendió, cubrió el tabernáculo con su sombra y lo llenó (40:34-35). Allí se tiene a un pueblo corporativo mezclado con el glorioso Dios. El tabernáculo era un símbolo del pueblo de Israel. En realidad, no era el tabernáculo hecho de madera y de otros materiales que era la morada de Dios; aquel tabernáculo era solamente un símbolo que daba a entender que los hijos de Israel eran la morada de Dios.
Cuando la gloria de Dios descendió sobre el tabernáculo, lo cubrió con su sombra y lo llenó, aquello fue un símbolo de que todo el pueblo de Israel se mezcló con la gloria de Dios y disfrutó dicha gloria. Muchas veces en nuestras reuniones también tenemos la sensación de que la gloria de Dios nos cubre y nos llena. El salón de reuniones se llena de gloria, y nosotros somos saturados de la gloria. Ésta es la impartición de Dios.
Esta clase de infusión de gloria es también la manera en que Dios nos guía. Éxodo 40 nos dice que la gloria que estaba sobre el tabernáculo y dentro de él era la dirección que Dios daba a los hijos de Israel. Cuando la nube de gloria se levantaba, ellos emprendían la marcha; y si la nube de gloria no se alzaba, ellos no se movían (Éx. 40:36-38). La dirección era simplemente la gloria de Jehová. Hoy la dirección del Señor es Su gloria que está con la iglesia. Disfrutar la gloria en la iglesia es la mejor manera de saber con claridad qué debemos hacer o adónde debemos ir. En la iglesia la gloria de Dios resplandece y usted tiene una “autopista” por donde avanzar. Usted ve claramente lo relacionado con su futuro, su destino, su vida humana. El mejor lugar donde podemos estar es en la “autopista” de la vida de iglesia. Lo mejor que podemos hacer es practicar la vida de iglesia. Nuestra dirección y guía es simplemente la gloria del Señor, la cual cubre la vida de iglesia con su sombra y la llena. Mientras usted se mantenga en la vida de iglesia, recibirá la dirección del Señor y estará en la autopista del propósito de Dios. Aquí usted disfrutará del tabernáculo con todas sus riquezas.