
Lectura bíblica: 1 Co. 12:1, 3-11, 13, 18, 24, 28; 14:4, 5, 12, 25
En este mensaje empezaremos a examinar 1 Corintios 12. Éste es un capítulo difícil de entender. En años pasados yo dediqué mucho tiempo a este capítulo; con todo, aún no tengo un entendimiento completo de él.
En 12:1 Pablo dice: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales”. En 12:1—14:40 Pablo trata el problema de los dones espirituales en relación con la administración y operación de Dios.
En 12:3 Pablo dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Aquí el pensamiento del apóstol es que los ídolos mudos, los ídolos sin voz, mencionados en el versículo 2, hacen que sus adoradores también sean mudos, sin voz. Pero el Dios viviente hace que Sus adoradores hablen en Su Espíritu. Este hablar está relacionado con los dones espirituales. Nadie que hable en el Espíritu de Dios diría: “Jesús es anatema”; más bien, preferiría decir, y también puede decir: “¡Jesús es Señor!”. Ninguno que adore a Dios debe estar callado; antes bien, todos deben usar sus voces para proclamar en el Espíritu de Dios: “¡Jesús es Señor!”. La función principal de todos los dones espirituales es proclamar: “¡Jesús es Señor!”.
En el versículo 3 Pablo nos dice que nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino en el Espíritu Santo. Esto indica que cuando decimos con un espíritu apropiado: “¡Jesús es Señor!”, estamos en el Espíritu Santo. Por tanto, la manera de participar del Espíritu Santo, y de disfrutarle y experimentarle es invocar al Señor Jesús.
En 12:2 Pablo les dice a los corintios: “Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos”. Los adoradores que están en un templo lleno de ídolos no hablan; al contrario, permanecen callados, mudos. Son adoradores sin voz, quienes al parecer no tienen boca. Pero el Dios viviente hace que los que le adoran hablen en Su Espíritu. Una importante diferencia entre los que adoran ídolos y los que adoran al Dios viviente es ésta: los que adoran ídolos permanecen callados, mientras que los que adoran al Dios viviente hablan del Señor en el Espíritu.
A través de los siglos, muchos cristianos han sido influenciados por la adoración silenciosa que se rinde a los ídolos. Como resultado de esta influencia, la mayoría de los que entran en los supuestos lugares de adoración permanecen callados. Por lo general, contratan a un pastor para que hable por ellos. La congregación permanece silenciosa, muda, y los únicos que hablan son los que han sido contratados. Ésta es la verdadera situación entre muchos creyentes hoy.
La situación era muy diferente en los días de los apóstoles. En la época de los apóstoles, cuando los cristianos se reunían, hacían mucho ruido hablando en el Espíritu. Ellos no adoraban a Dios silenciosamente. Usando las palabras del salmista, ellos aclamaban al Señor con júbilo (Sal. 95:1). Por lo tanto, el pensamiento de Pablo en 1 Corintios 12, un capítulo que trata sobre la función de los miembros en la reunión de la iglesia, es que todos debemos hablar en el Espíritu.
Hablar en el Espíritu Santo es un asunto relacionado con los dones espirituales. Cuando los cristianos hoy en día hablan de los dones espirituales, por lo general piensan en los dones de hablar en lenguas, la sanidad y los milagros. Sin embargo, en este capítulo Pablo da a entender que los dones espirituales principalmente tienen que ver con la función de hablar. Pablo enumera nueve dones, y de los nueve, cinco están relacionados con el hablar: la palabra de sabiduría, la palabra de conocimiento, el profetizar, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas. Los otros cuatro dones que menciona Pablo son la fe, las sanidades, las obras poderosas y el discernimiento de espíritus. Estos cuatro dones están relacionados con actividades, y no con la función de hablar.
Con base en la visión revelada en el Nuevo Testamento, una reunión de la iglesia en la cual se ejercitan los dones espirituales es una reunión en la que abunda el hablar. Supongamos que estamos todos reunidos y todos permanecen callados. En una reunión así, no habría ningún ejercicio de los dones espirituales. A fin de ejercitar los dones en una reunión de la iglesia, tenemos que hablar. Puedo testificar que cuando hablo, ejercito mi don. Por consiguiente, ejercitar nuestro don significa que nos ejercitamos para hablar.
Todos podemos hablar por el Señor en las reuniones. Usted no debe pensar que cierto hermano que tiene mucha experiencia en el Señor y mucho conocimiento de la Palabra puede hablar, pero que usted no puede hablar. Aunque es posible que usted no tenga tantas riquezas espirituales como ese hermano, con todo, tiene algo. Usted al menos tiene cierta medida de riquezas espirituales y necesita usar lo que tiene proclamando al Señor en las reuniones.
El hecho de que hablamos libremente fuera de las reuniones es un claro indicio de que también podemos hablar en las reuniones. Sin embargo, es posible que un hermano esté callado en la reunión y que, después de la reunión, en el camino a casa hable libre y confiadamente. Debemos entender que todos podemos hablar en el Espíritu en las reuniones de la iglesia. Todos podemos expresar al menos unas palabras sencillas por el Señor.
La experiencia que tuve en una reunión de la iglesia en Los Ángeles en 1968 es un ejemplo del hecho de que todos los creyentes pueden hablar en las reuniones de la iglesia. En cierta reunión en la mañana del día del Señor tuve el profundo sentir de que debía ponerme en pie para hablar. Así que, me puse en pie, pero no sabía qué decir. Finalmente, les dije a los santos que todos podemos profetizar, que todos podemos hablar por el Señor. Continué diciendo que al menos todos podemos decir cuatro palabras. En ese momento me pregunté a mí mismo: “¿Cuáles cuatro palabras? ¿Cuáles palabras vas a sugerir a los santos decir?”. Entonces continué diciendo: “Todos podemos decir estas cuatro palabras: ‘Oh, Señor, amén, aleluya’”.
Después de la reunión, empecé a meditar en lo que había dicho. Al principio pensé que me había equivocado en cuanto a la secuencia de estas cuatro palabras. Me dije a mí mismo: “Dijiste las palabras en el orden equivocado. En vez de decir: ‘Oh Señor, amén, aleluya’, debiste haber dicho: ‘Oh Señor, aleluya, amén’”. Pero al meditar más sobre este asunto a la luz de las Escrituras, me di cuenta de que Apocalipsis 19:4 dice: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!”. Según este versículo, “amén” viene primero, y después “aleluya”. Así que obtuve confirmación de que el orden en que había dicho estas cuatro palabras era el correcto. Creo que fui guiado por el Espíritu para decirles a los santos que todos podemos decir: “¡Oh Señor, amén, aleluya!”.
Las palabras “¡Oh Señor, amén, aleluya!” pueden ser expresadas de diferentes maneras. Podemos decirlas fuerte y audiblemente, o podemos decirlas lentamente y en voz baja. Sin lugar a dudas todos los santos, del más joven al más viejo, pueden decir estas cuatro palabras, especialmente en las reuniones. Cuanto más hablen los santos por el Señor en las reuniones de la iglesia, más vivientes serán las reuniones.
Sería muy útil si todos practicáramos el hablar por el Señor en nuestra vida diaria. Incluso en casa podemos decir: “¡Oh Señor, amén, aleluya!”. ¿No sería maravilloso si una hermana dijera: “Oh Señor”, el esposo respondiera: “Amén”, y luego los niños dijeran: “¡Aleluya!”? Esta clase de hablar ayudaría a producir una vida familiar celestial.
En las reuniones de la iglesia todos los santos, sobre todo los jóvenes y los nuevos, pueden hablar por el Señor de manera sencilla. Por ejemplo, un nuevo creyente puede ponerse en pie y decir: “¡Jesús el Señor es muy precioso para mí! Cada vez que digo: ‘Señor Jesús’, siento que mi corazón se llena de Su dulzura”. Después de esto, quizás otro hermano joven se levante y diga: “Yo quiero testificarles a todos ustedes que el nombre de Jesús es muy dulce”. ¡Cuán excelentes serían las reuniones si abundara esta clase de hablar!
Un cristiano genuino y típico es un cristiano que habla. Los cristianos son un pueblo que habla. Sin embargo, si no hablamos, no pareceremos verdaderos cristianos.
Los cristianos son aquellos que han sido avivados. En otro tiempo estábamos muertos, pero ahora somos vivientes. Quienes están muertos no hablan. Todos los que están enterrados en el cementerio permanecen callados. No debemos ser creyentes muertos y mudos. Al contrario, debido a que somos vivientes, debemos demostrar que lo somos al hablar por el Señor en el Espíritu.
Supongamos que a modo de experimento usted intentara dejar de hablar por veinticuatro horas. Creo que encontraría esto demasiado difícil. Debido a que somos personas vivas, tenemos el deseo de hablar. ¿Por qué, entonces, algunos permanecen callados en las reuniones? Puesto que somos vivientes, debemos hablar por el Señor.
Hemos señalado que los adoradores del Dios viviente no deben ser silenciosos; al contrario, debemos proclamar al Señor Jesús en el Espíritu de Dios. Esta clase de hablar está relacionada con el ejercicio de los dones espirituales. Proclamar al Señor Jesús es la función principal de los dones espirituales. El propósito de nuestro hablar en las reuniones es que hablemos acerca del Señor.
En 1 Corintios 12:4 Pablo añade: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. “Ahora bien” muestra un contraste entre los versículos 3 y 4. El versículo 3 dice que cuando ministramos hablando en el Espíritu de Dios, todos decimos: “¡Jesús es Señor!”, exaltando a Jesús como Señor. Pero los dones para la manifestación del Espíritu son diferentes y variados. La palabra griega traducida “diversidad” en este versículo, como también en los versículos 5 y 6, significa distinciones, variedades, repartimientos.
Los dones mencionados en el versículo 4 se refieren a los dones externos, es decir, las habilidades o lo que nos capacita para el servicio. Algunos son milagrosos, y otros se desarrollan a partir de los dones iniciales mencionados en 1:7. En 1:7 la palabra “don” se refiere a los dones internos producidos por la gracia, tales como el don gratuito de la vida eterna (Ro. 6:23) y el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38), que es el don celestial (He. 6:4); no se refiere a los dones externos y milagrosos. Todos los dones mencionados en el capítulo 12 son diferentes de los dones iniciales.
El versículo 5 continúa: “Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo”. Estos ministerios denotan servicios. Los dones en el versículo 4 son para estos ministerios, en los cuales se manifiestan las operaciones mencionadas en el versículo 6.
En el versículo 6 Pablo dice: “Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que realiza todas las cosas en todos, es el mismo”. Estas operaciones denotan obras. Los ministerios o servicios mencionados en el versículo 5 son para estas obras.
En 12:4-6 los dones vienen por el Espíritu; los ministerios, o servicios, son para el Señor; y las operaciones son de Dios. Aquí el Dios Triuno está envuelto en estos tres asuntos: dones, ministerios y operaciones. Los dones dados por el Espíritu tienen como fin llevar a cabo los ministerios, o servicios, para el Señor. Los ministerios para el Señor tienen como fin llevar a cabo las operaciones, las obras, de Dios. Éste es el mover del Dios Triuno en los creyentes para el cumplimiento de Su propósito eterno de edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo, con miras a la expresión de Dios.
Hemos recalcado el hecho de que los dones mencionados en el capítulo 12 están muy relacionados con nuestro hablar. Cada vez que hablamos, el Espíritu obra. Tal vez pensemos que somos nosotros quienes ejercemos nuestra función al hablar, pero en realidad el Espíritu es quien ejerce Su función. Mientras hablamos, el Espíritu desempeña Su función, el Señor ministra y Dios opera. Por lo tanto, nuestro hablar es de suma importancia. Si no hablamos, el Espíritu no puede cumplir Su función, el Señor no puede ministrar y Dios no puede operar. En un sentido muy real, el Dios Triuno está esperando que nosotros hablemos algo por Él.
El Espíritu desea ejercer Su función, el Señor desea ministrar y Dios tiene la intención de operar. Pero ello depende de que nosotros ejercitemos nuestro espíritu para proclamar al Señor. Nuestro hablar es crucial para la operación de Dios. Si no hablamos, si permanecemos silenciosos o mudos, el Dios Triuno estará callado. Pero cuanto más hablemos con el ejercicio de nuestro espíritu, tanto más el Espíritu ejercerá Su función, el Señor ministrará y Dios operará. Cuando nosotros hablamos, el Espíritu ejerce Su función; cuando el Espíritu ejerce Su función, el Señor ministra; y cuando el Señor ministra, Dios opera. Por lo tanto, de nuestro hablar depende el que el Dios Triuno pueda ejercer Su función, ministrar y operar.
Tanto en las reuniones como también en nuestro vivir práctico y cotidiano, el Dios Triuno responde cuando hablamos en nuestro espíritu, funcionando, ministrando y operando. Supongamos que un hermano, su esposa y sus hijos tienen comunión mientras comen juntos. A medida que todos hablan, el Espíritu viene a ejercer Su función. Entonces el Señor después continúa ministrando y Dios opera. Muchos de nosotros podemos testificar que hemos tenido esta experiencia en nuestra vida diaria, así como también en las reuniones.
Si deseamos tener más experiencias como éstas, tenemos que aprender a dejar de chismear. Si nos ponemos a contar chismes o cosas vanas, no experimentaremos la operación del Dios Triuno en nuestro hablar. Debemos hablar Cristo, gracia y salvación. Debido a que el Espíritu está unido a nuestro espíritu humano regenerado, siempre que hablemos estos asuntos tan maravillosos, el Espíritu ejercerá Su función. Después que el Espíritu ejerce Su función, el Señor, quien es uno con el Espíritu, ministrará. Y cuando ministra, Dios el Padre opera. Ésta es la operación que realiza el Dios Triuno cuando hablamos en el Espíritu.