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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA REDUNDA EN LA MADUREZ DE VIDA Y FORJA LA CONSTITUCIÓN DEL MINISTERIO

(1)

  Lectura bíblica: 2 Co. 1:3-5, 9, 12, 19-22

  En este mensaje empezaremos a considerar la impartición divina de la Trinidad Divina en 2 Corintios. Como veremos, según este libro, la impartición divina redunda en la madurez de vida y forja la constitución del ministerio.

  El libro de 2 Corintios es mucho más profundo que 1 Corintios, y es por ello que es aún más difícil de entender.

  La Segunda Epístola a los Corintios tiene que ver más con la experiencia, es más subjetiva y más profunda que la Primera Epístola a los Corintios. En 1 Corintios, tenemos como temas principales a Cristo, al Espíritu con nuestro espíritu, la iglesia y los dones. En 2 Corintios se desarrollan aún más los temas de Cristo, el Espíritu con nuestro espíritu y la iglesia, pero los dones ni siquiera se mencionan. En esta epístola, los dones son reemplazados por el ministerio, que está constituido de las experiencias de las riquezas de Cristo y es producido y formado por las mismas, experiencias obtenidas por medio de los sufrimientos, las presiones abrumadoras y la obra aniquiladora de la cruz. La segunda epístola nos provee un modelo, un ejemplo, de cómo se lleva a cabo esta obra aniquiladora de la cruz, de cómo Cristo es forjado en nuestro ser y de cómo llegamos a ser la expresión de Cristo. Estos procesos forjan la constitución de los ministros de Cristo y producen el ministerio para el nuevo pacto de Dios.

  La primera epístola trata de los dones; la segunda trata del ministerio. La iglesia tiene más necesidad del ministerio que de los dones. El ministerio tiene como fin ministrar al Cristo que hemos experimentado, mientras que los dones sólo sirven para enseñar las doctrinas acerca de Cristo. La prueba de que los apóstoles son ministros de Cristo no radica en los dones, sino en el ministerio producido y formado mediante la experiencia de los sufrimientos, las aflicciones, de Cristo.

EN LA VIDA Y MINISTERIO VICTORIOSOS

  Los capítulos 1 y 2 de 2 Corintios revelan una vida victoriosa que conduce a la madurez y un ministerio triunfante cuyo fin es lograr el propósito de Dios. ¿Cómo puede madurar nuestra vida en Cristo? ¿Cómo puede ser constituido, forjado, un ministerio dentro de nosotros? Estas preguntas son contestadas en 2 Corintios.

  Todos los creyentes, incluso los más jóvenes entre nosotros, tienen vida y ministerio. Sin embargo, entre muchos cristianos hoy impera la noción de que no todos los creyentes son ministros. Algunos dicen: “Yo no soy un pastor, ni un predicador, ni un ministro. Soy un creyente común y corriente, y no tengo un ministerio. Es cierto que recibí la vida divina; pero usted no debe decir que tengo un ministerio. Nunca he estudiado teología y ni siquiera tengo el pleno conocimiento de la Biblia. ¿Cómo podría tener un ministerio?”. Éste es un entendimiento equivocado.

  Mientras tengamos la vida divina, tenemos cierta función. Podemos usar como ejemplo nuestro cuerpo físico. Donde hay vida, allí se manifiestan las funciones propias de la vida. Esto es incluso cierto con respecto a un bebé. La vida que está en el bebé hace posible que él llore y gatee, y que con el tiempo camine y hable. De manera semejante, todos nosotros recibimos la vida divina, una vida espiritual y, teniendo vida, poseemos una función al menos hasta cierta medida. Por lo tanto, puesto que tenemos la vida divina, todos podemos ejercer nuestra función.

  Si bien es cierto que poseemos la vida divina, es necesario que esta vida madure. También es necesario que se forje un ministerio en nuestra constitución intrínseca. Tanto el hecho de madurar en la vida divina como el que se forje un ministerio en nuestra constitución son asuntos que dependen de la impartición divina. La impartición divina nos hace madurar, y esta impartición también forja en nuestra constitución una capacidad divina para que podamos desempeñar un ministerio apropiado. Por lo tanto, tanto con respecto a nuestra vida como con respecto a nuestro ministerio, necesitamos la impartición divina de la Trinidad Divina.

POR MEDIO DE LOS SUFRIMIENTOS Y CONSOLACIÓN

  En el primer capítulo de 2 Corintios encontramos la impartición divina. Por supuesto, la palabra impartición no se usa en este libro; no obstante, como veremos, la impartición se halla implícita en lo que Pablo dice con respecto al Padre de compasiones y al Dios de toda consolación, quien nos consuela en toda tribulación nuestra, para que podamos nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios.

  En el versículo 4 Pablo habla de su tribulación, la cual denota el sufrimiento de persecución. Todos los verdaderos cristianos padecen persecución. Algunos han sido perseguidos por los miembros de su familia, sus amigos o sus vecinos. Es una soberanía del Señor que todos los verdaderos cristianos sufran persecución. Este sufrimiento es una tribulación. Mientras Pablo viajaba con el propósito de predicar el evangelio, él fue perseguido intensamente. Adondequiera que iba, era perseguido por los judíos o por los gentiles. Este sufrimiento causado por la persecución era su tribulación.

Somos consolados por el Dios de toda consolación

  En el versículo 3 Pablo se refiere a Dios como el Padre de compasiones y Dios de toda consolación. La palabra griega traducida “compasiones” también significa misericordias, lástima, conmiseración. La palabra traducida “consolación” implica ser alegrado. El título “Padre de compasiones y Dios de toda consolación” es atribuido aquí a Dios porque esta epístola es una epístola de consolación y aliento. Primero nosotros debemos experimentar la consolación de Dios, y luego podremos consolar a otros con la consolación que hemos experimentado de parte de Dios.

  Por muchos años yo no entendía lo que Pablo quería decir acerca de la consolación en este capítulo. Algunas versiones traducen la palabra griega traducida “consolación” aquí como consuelo. Según esta traducción, cuando sufrimos persecución, Dios nos consuela.

  En nuestra lectura de la Biblia, no debemos dar por sentado versículos como 1:3 y 4, suponiendo que los entendemos. Debemos preguntarnos a nosotros mismos lo que estos versículos significan. En particular, debemos preguntarnos qué significa decir que Dios nos consuela en toda tribulación nuestra. ¿Cómo es que Dios nos consuela cuando estamos padeciendo por el nombre del Señor Jesús?

  Yo no tenía un entendimiento apropiado de la consolación descrita en este capítulo hasta que comprendí que está relacionada con la impartición de Dios. Nosotros somos consolados por Dios, animados por Él, por medio de Su impartición. Dios se imparte en nosotros, y esta impartición es el aliento o consuelo que Él nos da.

  Puedo testificar por experiencia que el Dios Triuno nos consuela y anima al impartirse en nosotros. Durante los años de la invasión de la China por el ejército japonés, los japoneses me encarcelaron en dos ocasiones. La primera vez fue en 1938, cuando estuve encarcelado por una noche; la segunda vez fue en 1943, cuando me encarcelaron por un mes. Durante mi segundo encarcelamiento, era sometido a largas interrogaciones dos veces al día. Me amenazaron y me maltrataron severamente, y quedé agotado física y mentalmente. Pese a que no había hecho nada malo, fui perseguido por el ejército japonés. Me perseguían por el simple hecho de que era un predicador que conducía a las personas a Cristo, lo cual no era del agrado del ejército japonés.

  Por temor de que yo tuviera contacto con otros que pudieran divulgar información, me mantuvieron aislado en una celda durante ese período de interrogación. Una noche después de haber sufrido por varios días, yo estaba orando al Señor y le dije: “Señor, Tú sabes que estoy aquí. Estoy sufriendo, no porque haya hecho nada malo, sino por causa de Ti y Tu evangelio”. No me atrevería a decir que vi o toqué al Señor físicamente, pero sí puedo testificar que experimenté la presencia del Señor de manera sorprendente. Tuve la impresión de que cuando le dije al Señor que estaba sufriendo por causa de Él y de Su evangelio, la atmósfera en esa celda cambió. La presencia del Señor fue tan real e íntima que lloré delante de Él. Yo estaba seguro de que Él estaba allí conmigo. En ese entonces aún no usaba las palabras impartición divina, la cual empezamos a usar recientemente. No obstante, sin duda alguna había experimentado la impartición divina. Por medio de la impartición del Señor, fui animado, consolado y alegrado, y sentí una profunda paz.

  Estando en la cárcel, experimenté la impartición del Señor en mi ser. Esa impartición divina fue Su consolación. Por lo tanto, puedo testificar que esta consolación, este aliento, no es una simple doctrina. La verdadera consolación es la impartición de las riquezas divinas en nuestro ser. Por medio de esa experiencia finalmente llegué a comprender que la consolación del Señor en realidad es la impartición de Él mismo en nosotros para ser nuestro sustento y apoyo interno.

  La impartición divina de la Trinidad Divina puede ser comparada al fluir de la electricidad de la central eléctrica a nuestros hogares. A medida que fluye la electricidad, los electrodomésticos que tenemos en nuestros hogares reciben el poder para funcionar. A medida que operan los electrodomésticos, continuamente reciben el fluir, la impartición, de la energía eléctrica. Esto es un ejemplo de la impartición de las riquezas del Dios Triuno en nuestro ser.

Para consolar a otros

  Como lo indica el relato de 2 Corintios, mientras Pablo y sus colaboradores padecían por el evangelio, el Dios Triuno se impartía en ellos, y dicha impartición vino a ser su consuelo y aliento. Además, mediante la experiencia de ser consolados por medio de la impartición divina, ellos obtuvieron las riquezas con las cuales consolar a otros. Es por ello que Pablo pudo decir que pudieron “consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que [ellos] mismos [fueron] consolados por Dios” (1:4). El hecho de que ellos consolaran a otros también está relacionado con la impartición. Mientras los apóstoles consolaban a los santos, al mismo tiempo les impartían las riquezas del Dios Triuno que ellos mismos estaban disfrutando.

  A continuación en 1:5 Pablo dice: “Porque de la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación”. Los sufrimientos mencionados aquí no son los que padecemos por amor a Cristo, sino los propios sufrimientos de Cristo, de los cuales Sus discípulos son partícipes (Mt. 20:22; Fil. 3:10; Col. 1:24; 1 P. 4:13). La frase el Cristo en 2 Corintios 1:5 designa la condición de Cristo; no es un nombre (Darby). Aquí se refiere al Cristo sufriente, Aquel que padeció aflicciones por Su Cuerpo conforme a la voluntad de Dios. Los apóstoles participaron de los sufrimientos de tal Cristo, y por medio de tal Cristo recibieron consolación.

  En 1:3-5 Pablo pareciera estar diciendo: “Nosotros estábamos atribulados, pero el Dios de toda consolación nos consoló al impartirse en nosotros. Ahora tenemos los recursos para consolar a otros. Debido a que hemos experimentado las riquezas divinas, podemos impartir al Dios Triuno en otros que están sufriendo por amor al Señor. Nosotros disfrutamos la impartición divina, y también impartimos en vosotros las riquezas divinas para vuestro consuelo y aliento. Si disfrutáis esta impartición, también podréis impartir las riquezas en otros que están sufriendo”.

  Es mediante la impartición divina de las riquezas divinas que los creyentes, incluyendo a los apóstoles, crecen hasta la madurez. Además, es mediante esta impartición que llegamos a estar constituidos de la esencia divina en nuestro ministerio. El resultado de esto es que llegamos a ser victoriosos en vida y triunfantes en el ministerio.

La sentencia de muerte

  En 1:9 Pablo dice: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”. La palabra griega traducida “sentencia” literalmente significa “respuesta o contestación”. Cuando los apóstoles estaban bajo la presión de la aflicción al punto de perder la esperanza de conservar la vida, pudieron haberse preguntado cuál sería el resultado de sus sufrimientos. La contestación o respuesta fue “muerte”.

  La experiencia de la muerte nos conduce a la experiencia de la resurrección. En realidad, la resurrección es Dios mismo, quien resucita a los muertos. La operación de la cruz acaba con nuestro yo para que experimentemos a Dios en resurrección. La experiencia de la cruz siempre da por resultado que disfrutemos al Dios de la resurrección. Esta experiencia produce y forma el ministerio (vs. 4-6). Esto se describe con más detalles en 4:7-12.

El testimonio de nuestra conciencia

  En el versículo 12 Pablo dice: “Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”. Este versículo muestra que debemos tener una conciencia pura (2 Ti. 1:3), una conciencia sin ofensa (Hch. 24:16), que pueda dar testimonio de lo que somos y hacemos.

  En el versículo 12 Pablo habla de la sinceridad de Dios. Ésta es una virtud divina, una virtud respecto a lo que Dios mismo es. Conducirnos en esta virtud significa experimentar a Dios mismo. Por lo tanto, equivale a estar en la gracia de Dios, la cual se menciona más adelante en este versículo.

  La sabiduría carnal denota la sabiduría humana en la carne. Esto equivale a nosotros mismos, así como la gracia de Dios equivale a Dios mismo. La gracia de Dios es Dios mismo como nuestro disfrute.

EL CRISTO INMUTABLE

  En 1:19 y 20 Pablo habla acerca del Cristo inmutable en quien se hallan las promesas de Dios: “Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no; mas nuestra palabra ha sido sí en Él; porque para cuantas promesas hay de Dios, en Él está el Sí, por lo cual también a través de Él damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios, por medio de nosotros”. La palabra “porque” introduce la razón de lo mencionado en el versículo anterior. Dios es fiel e inmutable, especialmente en cuanto a Sus promesas acerca de Cristo. Por consiguiente, la palabra que los apóstoles predicaban acerca de Cristo también era inmutable, porque el mismo Cristo prometido por Dios en Su palabra fiel y a quien ellos predicaban en su evangelio, no vino a ser sí o no; más bien, en Él está el Sí. Puesto que el Cristo a quien predicaban conforme a las promesas de Dios no vino a ser sí y no, la palabra que ellos predicaban acerca de Él tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a lo que Cristo es, sino también su vivir. Ellos predicaban a Cristo y lo vivían a Él. No eran hombres de sí y no, sino hombres que eran lo mismo que Cristo.

  Una vez más, la palabra “porque” que aparece en el versículo 20 nos provee la razón de lo mencionado en el versículo anterior. Cristo, a quien el Dios fiel prometió y a quienes los sinceros apóstoles predicaron, no vino a ser sí y no, o sea, no cambió. La razón por la que Cristo no cambió es que en Él está el Sí de todas las promesas de Dios, y a través de Él se tiene el Amén dado por los apóstoles y los creyentes a Dios para Su gloria.

  En el versículo 20 Pablo dice que Cristo es el Sí. Cristo es el Sí, la respuesta encarnada, el cumplimiento de todas las promesas de Dios para nosotros.

  El “Amén” mencionado en el versículo 20 es el Amén que nosotros damos a Dios a través de Cristo (cfr. 1 Co. 14:16). Cristo es el Sí, y decimos Amén a este Sí delante de Dios. Esto es para la gloria de Dios. Cuando decimos Amén delante de Dios al hecho de que Cristo es el Sí, el cumplimiento, de todas las promesas de Dios, Dios es glorificado por medio de nosotros.

  El “nosotros” mencionado en el versículo 20 se refiere no sólo a los apóstoles, quienes predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios, sino también a los creyentes, los cuales habían recibido a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles. A través de nosotros hay gloria para Dios cuando decimos Amén a Cristo, el gran Sí de todas las promesas de Dios.

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