
Lectura bíblica: 2 Co. 1:3-5, 9, 12, 19-22; 2:14-16
En este mensaje continuaremos tratando el tema de la impartición divina de la Trinidad Divina en 2 Corintios. Esta impartición redunda en la madurez de vida y en la constitución del ministerio.
En 1:21 Pablo dice: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Cristo es el Ungido. Por consiguiente, estar firmemente adheridos a Cristo es estar firmemente adheridos al Ungido. Cristo, el Ungido, tiene la abundancia del rico Espíritu, puesto que fue ungido por el Espíritu compuesto. Ahora Él es el Cristo lleno del Espíritu, lleno del ungüento, y Dios nos adhirió a todos nosotros a Él.
Tanto los apóstoles, quienes predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios y vivían a Cristo según lo que predicaban, como los creyentes, quienes recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles, estaban unidos a Cristo. Debido a que nosotros hemos sido unidos a Cristo, hemos llegado a ser uno con Él, a través de quien decimos Amén delante de Dios al gran Sí de las promesas de Dios, el cual es Cristo mismo. Pero no eran los apóstoles ni los creyentes que por su propia cuenta se adherían a Cristo, sino que era Dios quien los adhería a todos ellos a Cristo. Su unión con Cristo provenía de Dios y fue realizada por medio de Dios, no provenía de ellos mismos ni era efectuada por medio de ellos mismos.
La palabra griega traducida “adhiere firmemente” literalmente significa “establece”. También puede ser traducida “nos conecta firmemente”. Dios establece a los apóstoles juntamente con los creyentes en Cristo. Esto significa que Dios adhiere firmemente a los apóstoles junto con los creyentes, a Cristo, es decir, conecta a los apóstoles y a los creyentes con Cristo, el Ungido. Por lo tanto, los apóstoles y los creyentes no sólo son uno con Cristo, el Ungido, sino también los unos con los otros, compartiendo la unción que Cristo ha recibido de Dios.
En 1:21 vemos que Aquel que nos adhiere firmemente a Cristo también nos ha ungido. Puesto que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, espontáneamente somos ungidos con Él por Dios. Todos fuimos adheridos a Cristo. Así como la electricidad está conectada a un edificio, todos fuimos conectados a Cristo. Cuando fuimos salvos, fuimos adheridos, conectados, a Él. ¿Saben ustedes por qué a veces estamos extasiados de gozo en el Señor? Porque fuimos adheridos a Cristo; y debido a que fuimos adheridos a Él, también somos ungidos. Cristo es una persona ungida, una persona “pintada” completamente con la pintura divina. Cada vez que nosotros lo contactamos, somos ungidos, “pintados”, con Él.
En 1:22 Pablo añade que Dios “también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. La unción mencionada en el versículo 21 equivale al sellar. Dado que Dios nos ungió juntamente con Cristo, también nos selló en Él. Ser sellados con el Espíritu Santo significa ser marcados con el Espíritu Santo, el sello divino. Cuando fuimos salvos, Dios puso Su Espíritu Santo en nosotros como un sello para marcarnos e indicar que pertenecemos a Dios. El Espíritu Santo, quien es Dios mismo que entra en nosotros, hace que tengamos la imagen de Dios representada por el sello, y así nos hace semejantes a Dios.
En el versículo 22 Pablo también dice que Dios nos dio las arras del Espíritu en nuestros corazones. Las arras del Espíritu es el Espíritu mismo como las arras. El sello es una señal que nos marca como herencia de Dios, Su posesión. Las arras son una prenda que garantiza que Dios es nuestra herencia o posesión, y que Él nos pertenece. El Espíritu dentro de nosotros es las arras, la prenda, de Dios como nuestra porción en Cristo.
La palabra griega traducida “arras” significa también un anticipo, garantía, o prenda que se da en pago inicial para garantizar el pago completo, un pago que se da por adelantado. Debido a que nosotros somos la herencia de Dios, el Espíritu Santo es un sello sobre nosotros; y debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia para nosotros. Dios nos da Su Espíritu Santo no sólo como una garantía de nuestra herencia, que asegura nuestra herencia, sino también como un anticipo de lo que heredaremos de Dios. Esto nos permite gustar anticipadamente la herencia completa que está por venir.
En la antigüedad cuando se compraba un terreno, el vendedor le daba al comprador una muestra del suelo de dicho terreno. Dicha muestra era designada por la palabra griega traducida “arras”. Por lo tanto, según el uso del griego en la antigüedad, las arras eran también una muestra. El Espíritu Santo es la muestra de lo que heredaremos de Dios en plenitud.
Al adherirnos Dios a Cristo, se producen tres resultados: una unción que nos imparte los elementos de Dios; un sello que forma, con los elementos divinos, una impresión que expresa la imagen de Dios; y las arras que nos dan un anticipo como muestra y garantía de que gustaremos a Dios en plenitud. Por medio de estas tres experiencias del Espíritu que unge, junto con la experiencia de la cruz, se produce el ministerio de Cristo y se forja la constitución del ministerio.
En 1:22 Pablo nos dice que las arras del Espíritu están en nuestros corazones. Debido a que las arras están en nuestros corazones, llegamos a estar conscientes de ellas. Nosotros ahora podemos estar conscientes del hecho de que el Espíritu está en nosotros en calidad de arras.
El Espíritu, las arras de Dios como nuestra porción, nos es un anticipo; es por ello que Pablo dice que el Espíritu está en nuestros corazones. Romanos 5:5 y Gálatas 4:6 hacen referencia al amor y, por ende, hablan de que el Espíritu está en nuestros corazones. Pero puesto que Romanos 8:16 nos habla de la obra del Espíritu, allí se nos dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Nuestro corazón es un órgano que ama, pero nuestro espíritu es uno que obra.
La unción, el sello y las arras tienen que ver con la impartición divina. El Espíritu que mora en nosotros está realizando una obra de impartición. A medida que somos ungidos con el Espíritu, experimentamos la impartición del Espíritu en nuestro ser. Además, el sello y las arras, los cuales nos dan la garantía, nos aseguran y nos animan, también están relacionados con la obra de impartición de Dios.
Mediante la experiencia que tenemos de la impartición en la unción, en la acción de sellar y en las arras, crecemos en vida. No sólo recibimos el elemento y la sustancia de la vida divina, sino que también recibimos la esencia de la vida divina. Ahora estamos creciendo mediante la impartición de la esencia del Dios Triuno en nuestro ser. No crecemos en vida por medio de doctrinas; más bien, crecemos mediante la esencia divina que se imparte a nosotros día a día. Es únicamente mediante la impartición divina que crecemos hasta la madurez de manera real, concreta y práctica.
La unción, el sello y las arras del Espíritu Santo en la impartición divina también hace que se forje en nuestra constitución intrínseca un ministerio real, verdadero y práctico. En cuanto a este ministerio, todos debemos practicar el hablar por el Señor. Debemos hablar no sólo en las reuniones de la iglesia, sino también en casa. Todos debemos estar preparados, ejercitados y adiestrados para hablar por el Señor.
En 2:14 Pablo dice: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento”. Pablo aquí usa la metáfora del desfile triunfal. Muchas veces después que un general del ejército romano obtenía una victoria, la celebraba marchando por la capital con sus cautivos en un desfile. Pablo usó esta metáfora como ejemplo para mostrar cómo Cristo es el General victorioso y cómo Pablo y todos los creyentes son Sus cautivos. Cristo está guiando el desfile triunfal de Sus cautivos para celebrar Su victoria.
El verbo griego traducido “nos lleva siempre en triunfo”, usado en 2:14, significa “conducir a un hombre como cautivo en un desfile triunfal”; la frase completa significa “llevar como cautivo en triunfo sobre los enemigos de Cristo [...] Dios celebra Su triunfo sobre Sus enemigos; Pablo (quien había sido un gran opositor del evangelio) es un cautivo que anda en el séquito del desfile triunfal, y al mismo tiempo (por un cambio de metáfora, muy propio de Pablo) es un portador de incienso, que esparce incienso (lo que siempre se hacía en tales ocasiones) mientras el desfile sigue adelante. Algunos de los enemigos conquistados eran ejecutados cuando el desfile llegaba al capitolio; para ellos el olor del incienso era ‘un olor de muerte para muerte’; para los demás, a quienes se les perdonaba la vida, era ‘un olor de vida para vida’” (Conybeare). Dios siempre conduce a los apóstoles de manera triunfal para que desempeñen su ministerio. El hecho de que Dios lleva a los apóstoles de esa manera equivale a la impartición de Él mismo en ellos. En el ministerio de ellos, Dios les imparte las virtudes de Cristo en Su persona y obra en triunfo, y su ministerio es un desfile que celebra la victoria de Cristo.
En la sección que corresponde a 2:12—7:16 el apóstol habló del ministerio que él y sus colaboradores tenían. Primero comparó su ministerio con una celebración de la victoria de Cristo. Sus actividades en su ministerio por Cristo eran como un desfile triunfal que iba de lugar en lugar bajo la dirección de Dios. Él y sus colaboradores eran cautivos de Cristo, que llevaban el incienso fragante de Cristo, para Su gloria triunfal. Ellos habían sido conquistados por Cristo y habían llegado a ser cautivos Suyos en el séquito de Su triunfo, los que esparcían el grato olor de Cristo de lugar en lugar. En esto consistía el ministerio de ellos por Él.
Pablo y sus colaboradores, como cautivos conquistados y capturados que formaban parte del séquito triunfal de Cristo, celebraban el triunfo de Cristo y participaban en el mismo. Los apóstoles eran tales cautivos; sus actividades como cautivos de Cristo en su ministerio a favor de Él eran la celebración que Dios hacía de la victoria obtenida por Cristo sobre Sus enemigos.
Como ya hemos mencionado, como cautivos de Cristo en Su desfile triunfal, Pablo y sus colaboradores eran también portadores de incienso que difundían el olor del conocimiento de Cristo en Su ministerio triunfal como en un desfile triunfal. Los apóstoles eran portadores de incienso en el ministerio de Cristo así como cautivos en el séquito de Su triunfo.
En 2:14 Pablo habla del olor del conocimiento de Cristo. “Según el griego, las palabras olor y conocimiento están en aposición, de modo que el conocimiento de Cristo es simbolizado como un olor que trasmite su propia naturaleza y eficacia a través de la obra del apóstol” (Vincent).
A continuación, en 2:15 y 16 Pablo dice: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que perecen; a éstos olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida”. Los apóstoles, estando impregnados de Cristo, llegaron a ser un grato olor de Cristo para Dios. No eran meramente un grato olor producido por Cristo, sino que Cristo mismo era el olor que su vida y obra emanaban delante de Dios en los que se salvaban, como olor de vida para vida, y también en los que perecían, como olor de muerte para muerte.
La palabra griega traducida “para” en el versículo 16 significa “que da por resultado”. Por lo tanto, la frase “para muerte” significa que da por resultado la muerte, y “para vida” significa que da por resultado la vida. Esto se refiere al efecto que el ministerio de los apóstoles tenía en diferentes personas según dos aspectos diferentes. ¡Es asunto de vida y de muerte! Sólo los cautivos de Dios en Cristo, quienes son saturados de Cristo por el Espíritu, son competentes y aptos para esto (3:5-6).
Los apóstoles, como cautivos y portadores de incienso, esparcían el incienso. Para algunos, este incienso era para muerte, mientras que para otros era para vida. Por consiguiente, estos portadores de incienso llegaron a ser un olor de vida para vida y de muerte para muerte. Ésta es una descripción del ministerio de Pablo.
Pablo, en su predicación del evangelio, esparcía la fragancia de Cristo. Cada vez que nosotros predicamos a Cristo, nuestro hablar esparce el grato olor de Cristo. Pablo también dice que esto es también un grato olor para Dios. Esto significa que cuando nosotros predicamos a Cristo a los demás, a través de nuestro hablar la fragancia de Cristo asciende a Dios para Su disfrute. Además, para algunos, a quienes Dios ha escogido, este olor significará vida, mientras que para otros significará muerte. Cada vez que nosotros proclamamos a Cristo a los demás, debemos comprender que nuestro hablar esparce el grato olor de Cristo. Mientras hablamos, Dios disfruta esta fragancia.
Dudo que muchos de nosotros nos hayamos dado cuenta de que cuando hablamos de las riquezas de Cristo en las reuniones, estamos esparciendo a Cristo como grato olor. Dios se deleita en esta fragancia, porque Él se alegra y disfruta cuando nosotros hablamos de Cristo.
Vimos que en el capítulo 2 Pablo dice que Dios siempre nos lleva en triunfo en el Cristo y por medio de nosotros manifiesta el olor de Su conocimiento. Esto equivale a proclamar a Cristo valiéndonos de nuestro conocimiento espiritual. Además, los apóstoles eran un grato olor de Cristo delante de Dios, porque estaban saturados e impregnados de Cristo y con Él. Debido a que ellos estaban impregnados de esta manera, llegaron a ser una fragancia de Cristo delante de Dios. Cuando hablaban con otros, el propio Cristo del cual estaban constituidos exhalaba de su ser. Debido a que estaban llenos de Cristo, llegaron a ser una fragancia de Cristo. Cuando hablaban, el Cristo de quien ellos estaban constituidos emanaba como grato olor a Dios para disfrute Suyo.
Ésta también debe ser nuestra experiencia hoy. Mientras proclamamos a Cristo, Él debe emanar de nuestro ser como grato olor. Dios disfruta este olor fragante. Una vez más, esto está relacionado con la impartición divina.
Por experiencia sabemos que siempre que damos un testimonio genuino del Señor, somos los primeros en disfrutar dicho testimonio. Después de la reunión, es posible que seamos llenos de la presencia del Señor. Sin embargo, también hemos experimentado lo que se siente cuando no obedecemos al sentir interior de hablar por el Señor en la reunión. En esas ocasiones, nos sentimos profundamente desilusionados y sumidos en la muerte. ¡Pero cuán grande es la diferencia cuando hablamos por el Señor en las reuniones!
Algunos santos quizás no hablen por temor a equivocarse. No dejen que esto los detenga. A veces nos sentimos contentos en el Señor porque a pesar de que nos equivocamos en algo mientras hablábamos, pudimos esparcir a Cristo en nuestro testimonio.
Como ya mencionamos, Dios nos adhirió a todos nosotros firmemente a Cristo. Fuimos unidos a Cristo, y Cristo fue unido a nosotros. Además, Cristo es uno con el Espíritu, y el Espíritu es uno con Dios. Por lo tanto, el Dios Triuno está unido a nosotros. Ahora, cuando hablamos, el Espíritu ejerce Su función, el Señor sirve, y Dios opera.
Por medio de la impartición divina de la Trinidad Divina nosotros podemos madurar en la vida divina y triunfar en nuestro ministerio. Todos podemos tener un ministerio triunfal. Cuando abramos nuestra boca para hablar por Cristo, seremos triunfantes. Nosotros podemos permitir que Cristo esparza Su grato olor a Dios para Su deleite. Este grato olor también tendrá un efecto en otros, ya sea para vida o para muerte. Todo esto ocurre mediante la impartición de Dios, es decir, mediante la impartición divina de la Trinidad Divina en nuestro ser.