
Lectura bíblica: 2 Co. 1:3, 21-22; 4:15; 8:9; 12:9; 13:14
En el mensaje anterior hicimos notar que en las Epístolas de 1 y 2 Corintios encontramos la transmisión divina, esto es, la impartición divina de la Trinidad Divina. En este mensaje consideraremos un poco más el concepto que tenía Pablo con respecto a la impartición según se expresa en 2 Corintios.
En el libro de 2 Corintios, el pensamiento de Pablo es muy rico y profundo. En esta epístola él presenta una comparación entre su ministerio, el ministerio del nuevo pacto, y el ministerio de Moisés, el ministerio del antiguo pacto. Por ejemplo, en 3:7-9 Pablo dice: “Ahora bien, si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras vino en gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía, ¿cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio del Espíritu? Porque si hay gloria con respecto al ministerio de condenación, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia”. En el versículo 7 tenemos el ministerio del antiguo pacto, un pacto de letras muertas que matan; y en el versículo 8 tenemos el ministerio apostólico del nuevo pacto, un pacto del Espíritu viviente, quien da vida.
Moisés fue usado por Dios para dar la ley. Dios llamó a Moisés al monte, preparó las dos tablas de la ley y se las entregó. Luego Moisés llevó estas tablas de la ley a los hijos de Israel. Éste fue el decreto de la ley, el acto de dar la ley. Conforme a lo dicho en Juan 1:17: “La ley por medio de Moisés fue dada”. Podríamos afirmar que Moisés fue un mediador, un intermediario, que Dios usó para dar Su ley a Su pueblo.
Según nuestro entendimiento, el evangelio fue predicado por los apóstoles y por medio de ellos, tal como la ley fue dada por medio de Moisés. No obstante, este entendimiento no es acertado. Por supuesto, es correcto decir que la ley fue dada por medio de Moisés. Pero, hablando con propiedad, el evangelio no fue predicado por medio de Pablo o los demás apóstoles. Tal vez les sorprenda mucho escuchar esta afirmación e incluso se escandalicen. Sin embargo, esta afirmación se basa en lo que se revela en el libro de 2 Corintios.
Sobre todo los primeros cuatro capítulos de esta epístola nos muestran que Pablo en realidad no predicaba el evangelio. Aquí Pablo primero nos dice lo que Dios hizo. En 1:21 Pablo dice: “El que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Aquí vemos que Dios adhirió a los apóstoles junto con los creyentes a Cristo, el Ungido.
Según la Biblia, Dios ungió a Cristo. Todo el ungüento divino se encuentra sobre Él. Por lo tanto, Cristo el Ungido llega a ser la fuente de la unción divina. Aparte de Él, no es posible experimentar la unción, puesto que Dios derramó Su ungüento completamente sobre Cristo.
En 1:21 vemos que Dios nos adhirió a nosotros, los apóstoles y los creyentes, a Cristo, la fuente de la unción. Pablo indica claramente que él, como apóstol, fue adherido a Cristo por Dios. Debido a que nosotros fuimos adheridos firmemente a Cristo, Dios nos ha ungido a nosotros. Puesto que fuimos adheridos a Cristo, la unción espontáneamente viene de Cristo a nosotros. Ahora, nosotros también somos ungidos con el Espíritu o, dicho de otro modo, somos “aceitados” con el Espíritu.
En 1:22 Pablo luego dice que Dios “también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. ¡Cuán maravilloso es el sello y las arras del Espíritu!
Para Dios fue muy sencillo dar la ley. Al dar la ley, Dios únicamente tuvo que llamar a Moisés a la cumbre del monte, preparar las tablas de piedra y dárselas a Moisés. Moisés entonces le dio al pueblo la ley. Éste fue el ministerio del Antiguo Testamento.
El ministerio del Nuevo Testamento es muy diferente del ministerio del Antiguo Testamento. Vemos esto en el caso de Saulo de Tarso, quien se oponía a Cristo. Su intención era hacer daño a los creyentes y a las iglesias. Pero mientras iba camino a Damasco, fue “atrapado” por el Señor Jesús. En ese entonces, Dios firmemente adhirió a Saulo de Tarso a Cristo, el Ungido, Aquel que está lleno de la unción.
En un sentido, podemos comparar esta unción a la pintura. Mientras Pablo era adherido a Cristo, el Ungido, Aquel que fue “pintado”, podemos decir que Pablo también fue “pintado” con el ungüento divino.
Además, Saulo fue sellado con el Espíritu, y experimentó las arras del Espíritu en su corazón en calidad de garantía y anticipo. Como resultado, este hombre llegó a ser Pablo y dejó de ser Saulo; ya no fue igual a como era antes. Como Pablo, él era alguien que estaba adherido a Cristo, ungido con Cristo y sellado con el Espíritu.
A fin de mostrar lo que significa ser sellados con el Espíritu, usemos el ejemplo de aplicar tinta a una hoja de papel. A medida que la tinta es aplicada al papel, ésta impregna y satura el papel hasta que lo empapa. De manera semejante, Pablo, como alguien que había sido sellado con el Espíritu, estaba saturado de Cristo. Él había sido adherido a Cristo, fue ungido con Cristo y fue completamente sellado con Cristo. Además, en su corazón Dios puso Su Espíritu en calidad de arras.
Puesto que era una persona que había sido ungida con Cristo y saturada de Él, Pablo podía impartir a Cristo en otros. ¿Qué significa impartir a Cristo en otros? Impartir a Cristo es suministrarlo a otros. Muchos de los que tuvieron contacto con Pablo recibieron por medio de él la impartición divina. Cristo fue impartido en ellos de parte de Dios pero por medio de Pablo. Ésta es la predicación apropiada del evangelio, y esto es completamente diferente del ministerio del Antiguo Testamento.
Mientras Moisés estaba con el Señor en el monte recibiendo la ley, también recibió cierta medida de impartición divina, pues la piel del rostro de Moisés fue saturada del elemento de Dios. Por esta razón, cuando Moisés descendió del monte, su rostro resplandecía. Pero, como señala Pablo en 2 Corintios 3 y 4, con respecto a Moisés, el resplandor era únicamente en su piel, pero con respecto a nosotros, este resplandor ocurre en nuestro corazón. Moisés experimentó un resplandor externo, pero nosotros experimentamos un resplandor interno.
La gloria del ministerio de la ley era una gloria temporal que resplandecía en el rostro de Moisés. En este respecto se desvanecía, a causa de la gloria supereminente (3:10). Por causa de la gloria del ministerio del nuevo pacto (la cual es la gloria de Dios, Dios mismo, que se manifiesta para siempre en la faz de Cristo y que supera la gloria temporal del ministerio del antiguo pacto, la cual resplandecía en el rostro de Moisés), la gloria temporal del ministerio de la ley ha desaparecido y ya no existe más.
En 3:13 Pablo añade: “Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que se desvanecía”. Mientras Moisés hablaba la palabra de Dios a los hijos de Israel, mantenía descubierto su rostro glorificado. Pero después de hablarles, ponía un velo sobre su rostro (Éx. 34:29-33) para que no vieran el fin de su ministerio, el cual se desvanecía. Él no quería que fijaran la vista en la finalización de su ministerio de la ley, el cual se desvanecía.
En 4:6 Pablo habla del resplandor en nuestros corazones: “Porque el mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. En nuestros corazones se refiere a algo mucho más profundo que en la piel del rostro de Moisés (3:7; Éx. 34:29-30). Aquí se nos presenta una comparación entre la gloria del ministerio apostólico del evangelio y la gloria del ministerio mosaico de la ley. En el corazón se relaciona con la vida interior, mientras que en la piel de su rostro no tiene nada que ver con la vida interior. La gloria del antiguo pacto está en la superficie, pero la gloria del nuevo pacto tiene gran profundidad.
La faz de Jesucristo en este versículo está en comparación con el rostro de Moisés. La gloria del evangelio en la faz de Jesucristo es muy superior a la gloria de la ley en el rostro de Moisés. La gloria del evangelio resplandece en la faz de Aquel por quien vinieron la gracia y la realidad, y la venida de éstas dio por resultado la justicia y la vida (3:8-9); mientras que la gloria de la ley resplandeció en el rostro de aquel por quien la ley fue dada, la cual produjo condenación y muerte (3:7, 9). Dios resplandece en nuestros corazones para iluminarnos, no para que conozcamos la gloria reflejada en el rostro de Moisés, sino la gloria que está en la faz de Cristo; este resplandor tiene como fin iluminarnos, no para que conozcamos la ley de Moisés del antiguo pacto, sino el evangelio de Cristo del nuevo pacto.
El resplandor de Dios redunda en la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo, es decir, en la iluminación que nos lleva a conocer la gloria del evangelio de Cristo. La iluminación que nos da a conocer la gloria del evangelio de Cristo proviene del resplandor de Dios en nuestro corazón.
De hecho, 4:6 es una explicación del versículo 5, donde Pablo dice: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como vuestros esclavos por amor de Jesús”. Los apóstoles predicaban a Cristo como Señor y a sí mismos como esclavos de los creyentes porque el propio Dios que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, fue el que resplandeció en sus corazones. Cuando Él resplandeció en el universo, fue producida la antigua creación. Ahora Su resplandor en los corazones de ellos los hizo una nueva creación. Por lo tanto, ellos, en su predicación, podían exaltar a Cristo como Señor y en su servicio podían conducirse como esclavos de los creyentes. Lo que hacen para Cristo y lo que son para los creyentes es el resultado del resplandor de Dios. El resplandor de Dios produce los ministros del nuevo pacto y su ministerio.
El resplandor de Dios en nuestros corazones es la impartición de Él mismo en nosotros. A fin de mostrar lo que esto significa, podemos usar por ejemplo una barra de hierro que se vuelve incandescente después que ha sido puesta en el fuego. Podríamos decir que el fuego se imparte en el hierro, de modo que el hierro es impregnado por el fuego y con él. Como resultado de esta impartición y saturación, la barra de hierro brilla.
La iluminación en 4:6 puede ser comparada al fuego. Creo que el pensamiento de Pablo aquí era que el resplandor de Dios, Su iluminación, era semejante al fuego ardiente. Cuando Dios resplandece en nuestro corazón, somos saturados de la esencia divina. Así como podríamos decir que el fuego “satura” una barra de hierro, nosotros somos saturados de la esencia de Dios por medio de Su iluminación, Su resplandor, en nuestros corazones.
Puedo testificarles de esto con base en mi propia experiencia con el Señor. Cuando estoy con el Señor en oración, muchas veces siento un ardor interno, una iluminación interna. Usando los términos actuales, yo llamaría a esto una experiencia de la impartición divina. El ardor y la iluminación que experimento cuando estoy con el Señor es, de hecho, la iluminación de la gloria de Dios. Esta iluminación es Su impartición.
Mediante esta impartición, somos llenos, saturados e impregnados del Dios Triuno. Como resultado, surge en nosotros un gran deseo de ministrar la palabra de Dios a otros para que también ellos puedan experimentar la impartición divina.
Como hemos señalado, Pablo usa otras metáforas en los capítulos 2 y 3 para describir la impartición divina de la Trinidad Divina. En 3:3 él dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. Una carta de Cristo se escribe con Cristo como su contenido para transmitir y expresar a Cristo. Mientras Pablo escribía una carta viva de Cristo, Cristo era cada letra, palabra, frase, oración y párrafo. Además, la “tinta” usada en esta carta era el Espíritu del Dios vivo. Mientras Pablo enseñaba la Palabra o predicaba el evangelio, inscribía a Cristo en los demás.
Hoy todos nosotros debemos ser aquellos que redactan cartas vivas de Cristo al inscribir a Cristo en otros. Mientras hablamos, debemos inscribir a Cristo en otros con la “tinta” del Espíritu. Así como la tinta satura el papel, nosotros debemos hacer que los demás sean saturados del Espíritu. Una vez más, esta saturación está relacionada con la impartición divina.
En 2:14-16a Pablo usa la metáfora de los portadores de incienso: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que perecen; a éstos olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida”. Los apóstoles, estando impregnados de Cristo, llegaron a ser un grato olor de Cristo para Dios. Podríamos decir que ellos fueron impregnados de Cristo, el perfume divino. Adondequiera que iban, Dios manifestaba por medio de ellos el grato olor de Cristo.
En el capítulo 2 tenemos el grato olor de Cristo; en el capítulo 3, la tinta divina; y en el capítulo 4, la luz. Necesitamos ser impregnados del grato olor de Cristo, ser saturados del Espíritu y permitir que la luz arda en nosotros. Esta luz imparte a Dios en nuestro ser como fuego divino. El resultado de esta impartición es que llegamos a estar impregnados y saturados del incienso, el Espíritu, y de la luz. Entonces, lo que emana de nosotros en nuestro hablar llega a ser nuestro ministerio, un ministerio que imparte al Dios Triuno, y cada vez que nosotros hablamos, bien sea predicando el evangelio o enseñando la palabra, impartimos al Dios Triuno en otros.
Debe impresionarnos profundamente lo que se revela en los libros de 1 y 2 Corintios. Estas epístolas nos presentan una revelación del Dios Triuno. Aquí vemos al Dios Triuno como nuestro disfrute; el Dios Triuno como nuestro poder; el Dios Triuno como nuestra sabiduría; el Dios Triuno como nuestra justicia, santificación y redención; el Dios Triuno como los dones que nos capacitan para ejercer nuestra función; y el Dios Triuno como el ungüento que nos unge, como el grato olor que nos impregna, como el Espíritu que nos satura y como la luz que arde en nosotros.
Esta experiencia del Dios Triuno en Su impartición es completamente diferente de la religión. Esto es también diferente de la simple doctrina y enseñanza y de cualquier esfuerzo por mejorarnos o por corregirnos a nosotros mismos. Lo que se revela en estos libros es el Dios Triuno que se transfunde o se imparte en nuestro ser, el Dios Triuno que impregna o satura nuestro ser. Éste es el verdadero disfrute que tenemos del Dios Triuno. Como veremos en el siguiente mensaje, las últimas palabras de Pablo en 2 Corintios tienen que ver con esta impartición divina, a saber, la impartición de la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo.